CAPÍTULO 2

Un latigazo de excitación recorrió a Jayla cuando el autobús turístico hizo una nueva parada. Esta vez se trataba de subir a bordo del Natchez para hacer un crucero por el Mississippi. Se trataba de una réplica de uno de los barcos de vapor que cruzaban antaño el inmenso río. Jayla permaneció junto a la barandilla desde donde observaba la magnificencia del río. Era muy consciente, sin embargo, de la presencia masculina que la acompañaba. Durante el viaje en el barco, Storm no había dejado de divertirla contándole curiosos detalles de los barcos fluviales.

Jayla lo observaba con detenimiento, la cabeza inclinada, sus ojos ocultos tras las gafas de sol. Le gustaba mirarlo tanto como escucharlo. De fondo, una suave melodía de jazz flotaba en el aire y el sonido del barco atravesando las aguas era realmente relajante para Jayla.

—¿Por qué sabes tanto de barcos fluviales? —preguntó Jayla cuando Storm guardó silencio un momento. Vio cómo los labios de Storm se curvaban en una sonrisa y Jayla sintió que los nervios se le agarraban al estómago.

—Por mi primo Ian —replicó él retirándole a Jayla un mechón de pelo de la cara—. Hace unos años, decidió comprar con ayuda de algunos inversores amigos suyos un precioso barco fluvial con capacidad para cuatrocientos pasajeros.

—Vaya. ¿Y qué viajes hace?

Storm se apoyó en la barandilla y se metió los manos en los bolsillos de los pantalones cortos.

—El barco de Ian, el Delta Princess, sale de Memphis y recorre durante diez días el Mississippi haciendo escala en Nueva Orleáns, Baton Rouge, Vicksbourg y Natchez. Es un crucero de primera clase y la comida es excelente. Al principio, el negocio tardó en arrancar, pero ahora hacen reservas con un año de antelación.

De nuevo el silencio y Jayla volvió a mirar hacia el río. Las aguas corrían pacíficamente al contrario que los sentimientos que bullían en su interior. Storm había mantenido su palabra. Estaba pasando el mejor día desde hacía mucho tiempo. Él mostraba una actitud divertida que la invadía a ella también. Era agradable reír de buena gana y se alegraba de poder hacerlo con él.

Intentó recordar la última vez que se había reído así con un hombre y cayó en la cuenta de que había sido con su padre. Incluso al final, cuando sabía que el dolor le atravesaba el cuerpo, su padre encontraba la energía para gastar bromas. Suspiró ligeramente. Lo echaba mucho de menos. Cuando era adolescente, se había mostrado muy rebelde porque su padre era muy estricto con ella. Y fue al regresar de la universidad cuando empezó a fraguarse entre ellos una especial relación padre—hija.

—¿Y qué planes tienes para después?

 La pregunta de Storm irrumpió en sus pensamientos.

—¿Mis planes para después?

—Sí. Ayer, te invité a cenar y rechazaste mi invitación diciendo que ya tenías planes. Hoy, espero haberme adelantado.

Jayla suspiró. Pasar el día con Storm estaba siendo divertido, justo lo que necesitaba pero no era necesario pasar con él la noche también. Lo único que tenían en común era que los dos querían y respetaban al padre de Jayla. Puede que eso fuera lo único que llegaran a compartir, pero pasar más tiempo con Storm no haría sino despertar antiguos sentimientos de la atracción que siempre había sentido por él.

Se quitó las gafas y lo miró a los ojos pero inmediatamente deseó no haberlo hecho. Sus ojos eran oscuros, tanto que apenas se distinguían las pupilas. El vuelco que sintió en las entrañas fue tan inesperado que se quedó sin aliento.

—Me preguntaba cuándo dejarías de esconderte detrás de esas gafas —continuó Storm quitándoselas de las manos al ver que Jayla iba a ponérselas de nuevo—. No me importa que me mires —añadió sonriendo con aire fanfarrón.

Jayla no pudo evitar sonrojarse violentamente ni tampoco sonreír.

—Supongo que después de tantas veces ya te resultará pesado, ¿no?

—¿Qué? —dijo él alzando una ceja.

—Que las mujeres te miren constantemente.

—En realidad no —dijo él sonriendo—. Normalmente yo también lo hago así que para cuando deciden si les intereso o no yo también sé si estoy interesado en ellas o no.

—Qué arrogante —dijo Jayla sonriendo al tiempo que recuperaba sus gafas y se ocultaba tras la pantalla oscura.

  —Yo lo veo más como un ahorro de tiempo —dijo simplemente—. Supongo que podrías decir que descarto a aquéllas que no pasan el corte.

Jayla suspiró profundamente y luchó por no seguir preguntando aunque la curiosidad pudo más que ella.

—¿Y yo he pasado el corte?

Por un momento pensó que Storm no iba a responder pero entonces se inclinó hacia delante, le quitó las gafas y la miró a los ojos.

—Con mucho, Jayla Cole. Soy un hombre de sangre caliente y mentiría si te dijera que no te encuentro atractiva pero, por otro lado, tengo que respetar quien eres.

—¿La hija de Adam?

—Sí.

Jayla apretó los dientes totalmente frustrada. Dudaba mucho que Storm supiera el dolor que había sentido al verse rechazada por él por ser hija de quien era. Parte de ella había logrado superar el rechazo hacía años, pero por otra parte, seguía enfureciéndola.

Vio cómo Storm consultaba la hora como queriendo decir que la conversación había terminado.

—No me has dicho si tienes planes para después —continuó Storm.

Jayla estiró el brazo para recuperar sus gafas pero entonces cambió de opinión. Decidió que quería divertirse un rato con él. Se acercó más y lo tomó de la solapa de la camisa.

—¿Por qué, Storm? ¿Qué tienes en mente para después? —preguntó con su tono más sugerente.

—Cenar —contestó él tras estudiar con ojo crítico sus rasgos.

  —¿Cenar? ¿Eso es todo? —dijo ella apretándose más contra él. Storm echó un vistazo a su alrededor. Sólo había unas cuantas personas. Después la miró a ella.

—Eso es todo, sí. A menos que...

—¿A menos qué?

—A menos que quieras que te tire al río para que te enfríes.

Jayla pestañeó sorprendida. Storm no sonreía y la miraba con gesto serio.

—¿Crees que necesito enfriarme, Storm?

Storm volvió a sonreír aunque le costó.

—Creo que tienes que comportarte, mocosa —dijo él pellizcándole la nariz.

Ella frunció el ceño. Eran las mismas palabras que le había dicho diez años atrás cuando trató de insinuársele. Sabía que tanto la primera vez como en ese momento, Storm tenía razón pero le molestaba que siguiera utilizando a su padre como excusa para no acercarse a ella. Una parte de ella sabía que era ridículo sentirse molesta, especialmente cuando debería estar agradecida teniendo en cuenta la reputación de Storm de acostarse con las mujeres y decirles adiós a la mañana siguiente.

Sus proezas de donjuán eran legendarias. Y aun así, una parte de ella odiaba sentir que se negara a verla como una mujer. Ya no era una niña y era capaz de decidir por sí misma con quien quería tener una relación. Además, en poco tiempo se convertiría en una mujer con la gran responsabilidad de criar sola a un bebé.

—¿Qué me dices de la cena, Jayla?

Jayla sabía que debería dejarlo estar pero parte de ella no lo tenía tan claro.

—Lo pensaré.

Y sin decir nada más le quitó las gafas y se alejó de él.

Storm sacudió la cabeza mientras observaba a Jayla que se alejaba por la cubierta. Había tenido mucho valor para preguntarle si pasaba el corte, como si no hubiera sentido las chispas que habían saltado entre ellos el día anterior y esa misma mañana. Afortunadamente para él, aquélla era una atracción que podía controlar pero tenía que admitir que cuando había fingido insinuársele unos momentos antes había estado a punto de perder el control.

Recordaba cuando era una adolescente. En aquellos años, Adam la había descrito como una jovencita vivaz, cabezota e independiente. Parecía que no había cambiado demasiado.

Storm la observó mientras se movía entre las mesas en las que se había servido un generoso bufé de comida y tuvo que reconsiderar su relación con ella. Muchas cosas de Jayla habían cambiado mucho. No recordaba la última vez que una mujer había llamado tanto su atención. Seguro que Jayla no podía ni imaginar lo cerca que había estado de besarla un momento antes cuando había acercado su cuerpo al de él. Storm había mirado fijamente sus labios y le habían parecido tan suaves que había deseado averiguar él mismo cuanto.

Storm suspiró. Su plan no iba más allá del juego pero su cuerpo no se había recuperado de los efectos. Sin embargo, tenía que atenerse a lo que su deber le marcaba aunque ella no supiera lo que era ni cuánto le costaba.

¿Por qué no podía quitarle los ojos de encima? ¿Acaso no había decidido que estaba fuera de sus límites? Retiró la vista y trató de concentrarse en la belleza del río. Era un precioso día de septiembre y tenía que admitir que lo estaba pasando muy bien con Jayla. Tenía la habilidad de hacerle desear verla sonreír, oírla reír. Podía asegurar que disfrutaba con ella más de lo que había disfrutado con una mujer en mucho tiempo.

Se preguntaba si saldría con alguien. Recordó que Adam mencionó una vez que era demasiado selecta con los hombres y que nunca encontraría al hombre perfecto que cumpliera todos los requisitos. Aquella conversación había tenido lugar años antes y Storm no podía evitar preguntarse si su actitud habría cambiado. Algo o alguien la había hecho sonreír esa misma mañana. Lo único que había dicho era que había recibido una buena noticia que no había querido compartir con él. Se preguntaba si tendría algo que ver con un hombre.

—Storm, ¿quieres comer algo?

El sonido de su voz llamó su atención y Storm la miró. El tono de sus ojos parecía arrastrarlo hacia ella y no quiso ni pensar en su boca, en la que se desplegaba una enorme sonrisa. Parecía que ya no estaba molesta. Al no responder, Jayla volvió a preguntar.

—¿Quieres o no?

Luchó contra el deseo de decirle que sí, que estaba hambriento pero no de comida. Se limitó a acercarse a la mesa y tomar el plato que le ofrecía.

—Sí. Gracias.

—De nada. Deberías probar esto. Está buenísimo —dijo ella metiéndose una bola de queso en la boca. Storm se quedó sin aliento. La miró mientras masticaba. Pensar en besarla no era lo más adecuado. Tenía que concentrarse en compartir una relación platónica con ella y nada más.

—Muchas de estas, y no habrá un después.

—¿Cómo dices? —preguntó Storm.

—He dicho que muchas de éstas y no será necesario cenar después. Están deliciosas.

Su primer impulso fue decirle que, para él, la comida era como el sexo, nunca se cansaba. Pero decidió que sería mejor no decirle nada. Tras llenar sus platos, subieron a la cubierta superior donde habían colocado las mesas.

Se sentaron en una junto a la barandilla. Storm se fijó en la mata de pelo de Jayla que flotaba con la brisa y volvió a admirar su belleza. Mientras él se concentraba en ella, Jayla se concentraba en la comida. La mayoría de la gente que visitaba Nueva Orleáns disfrutaba mucho con las excelencias culinarias.

En vez de concentrarse en su plato, Storm estaba obsesionado con una pregunta. Cuando se dio cuenta de que no iba a poder comer nada hasta que recibiera una respuesta, decidió preguntarle.

—¿Sales con alguien, Jayla?

—No, he decidido dejar ese asunto —dijo ella mirándolo.

—¿Por qué? —preguntó él frunciendo el ceño. Su respuesta no era la que había esperado.

—Porque hay demasiados hombre como tú —dijo ella reclinándose sobre la silla.

—¿Y cómo soy yo? —preguntó él inclinándose hacia delante.

—El tipo de usar y tirar.

Storm no podía decir nada porque era cierto. Pero aun así, oírselo decir a ella no le gustó.

—No todos los hombres son como yo. Estoy seguro de que habrá hombres dispuestos a comprometerse.

—No me digas. ¿Conoces a alguno? —dijo ella ladeando la cabeza y sonriendo.

Storm frunció el ceño aún más. Jamás le presentaría a ninguno de sus amigos. A la mayoría de ellos sólo les interesaba jugar, como a él, y su único hermano soltero tenía demasiado trabajo en el restaurante para permitirse una relación. Pensó entonces en sus primos pero tampoco servía. Si estaba fuera de los límites para él también lo estaba para lodos aquellos conocidos suyos.

—No. No te puedo recomendar a nadie. ¿Dónde has buscado?      

—Últimamente en ningún sitio porque, como te he dicho, no me interesa. Pero cuando sí me interesaba lo intenté en todas partes, bares, citas a ciegas, incluso en Internet.

—¿En Internet? —dijo Storm quedándose con la boca abierta.

—Sí, y tengo que admitir que llegué a pensar que había encontrado a alguien —dijo ella sonriendo ante el gesto de sorpresa de él—. Hasta que lo conocí en persona. Tenía por lo menos quince años más que la foto que me había enviado, y aunque sólo tenía dos manos parecía que tuviera doce. Casi tuve que atizarle varias veces por tratar de tocarme en ciertas partes que no debía.

Las manos le temblaban de rabia a Storm imaginándosela en semejante situación. No en vano Adam le había pedido que velara por ella. Se recriminaba por no haberlo hecho mejor. Podía creer que a cualquier hombre le gustaría acariciarla porque era una verdadera tentación pero querer tocarla y hacerlo eran dos cosas muy diferentes.

—No vuelvas a hacer algo así —la riñó Storm.

—Vaya, Storm, si no te conociera diría que pareces celoso —dijo ella con una sonrisa juguetona. Pero Storm no estaba de humor para juegos.

—Celoso. Lo único que intento es cuidar de ti. ¿Qué pasaría si un tipo te pusiera en una situación de la que no pudieras escapar?

—¡Por todos los santos! Dame el beneficio del sentido común, Storm. Quedamos en un sitio público y...

—¿Te tocó en un sitio público? —la interrumpió él.

—Estábamos bailando —respondió ella.

—Espero que aprendieras la lección.

—Así es. Pero no fue lo único que aprendí de los hombres.

—¿Y qué es? —preguntó Storm alzando una ceja.

—La mayoría son demasiado controladores, algo que definitivamente no necesito después de haber tenido a Adam Cole como padre. No empecé a salir con chicos hasta los diecisiete años y nunca me dejaba quedarme a dormir en casa de mis amigas.

—No tiene nada de malo que tu padre tratara de protegerte, Jayla —dijo Storm frunciendo el ceño—. Estoy seguro de que no le resultó fácil criar él solo a una hija, especialmente a una tan desafiante y cabezota como he oído que eras tú.

—Lo que sea. Querías saber las razones por las que han dejado de interesarme los hombres y te las he contado. Supongo que pensé que no merecía la pena. Dan demasiados problemas.

Jayla lo miraba con sus grandes ojos, una expresión a la vez seria y muy sexy en ellos. Storm sacudió la cabeza. A decir verdad, él había pensado muchas veces lo mismo de las mujeres pero nunca se le había pasado por la cabeza dejar de relacionarse con ellas.

—No creo que debas borrar a todos los hombres de tu cabeza.

La banda de jazz comenzó a tocar de nuevo y la conversación terminó. Mientras ella parecía concentrada en la música, Storm se reclinó en la silla y la observó. Preocuparse por la hija de su mentor significaba que era un buen amigo y no un pretendiente celoso. Nunca le había importado tanto una mujer como para hacerle sentir celos y Jayla Cole no iba a ser la excepción, ¿o sí?

Definitivamente, haberse encontrado con Storm en Nueva Orleáns había sido inesperado. Decidió disfrutar de ello mientras durara. Hasta el momento, estaban pasando un día muy divertido.. al menos la mayor parte del tiempo. La otra parte había estado demasiado ocupada en luchar contra la atracción que sentía hacia él. El no era diferente de los otros hombres con los que había salido, hasta podía ser que fuera incluso peor, pero eso no evitaba los latigazos de electricidad que sentía en su interior cada vez que la miraba. Parte de ella no podía evitar preguntarse si sería cierto todo lo que se decía de él.

—El barco regresa a puerto, Jayla.

El tono que había empleado, ronco y apenas audible, irrumpió en sus pensamientos.

—Hemos regresado antes de lo pensaba —se limitó a decir tratando de no mostrar la decepción.

—Hemos estado recorriendo el Mississippi durante más de tres horas —dijo él sonriendo de nuevo—. ¿No crees que es hora de regresar?

Jayla se encogió de hombros preguntándose si Storm ya se habría aburrido de ella. Sin decir nada, se levantó y empezó a recoger los restos de la comida. Storm alargó el brazo y la detuvo. Jayla alzó la vista y sus miradas se cruzaron,

—Yo no soy uno de esos hombres que espera que la mujer recoja siempre.

Jayla abrió la boca pero las palabras se negaron a salir. Sus manos seguían juntas y pudo sentir que una riada de calor la inundaba. Cerró la boca para evitar el gemido. Con el ceño fruncido, dejó escapar la respiración y se desembarazó de él antes de continuar con lo que estaba haciendo.

—No creo que esto sea ese caso, Storm. Es una costumbre. Cuando papá y yo comíamos juntos, yo siempre limpiaba la mesa después. Teníamos un trato. El cocinaba y yo limpiaba.

—¿De verdad? —preguntó él con una sonrisa—. ¿Y por qué? ¿Tú no cocinas?

Jayla lo miró y ver los hoyuelos que se le habían formado en las mejillas la hicieron estremecer de una forma que escapaba a su comprensión. Pensó que no sería así si no fuera virgen.

—Sí, sé cocinar —respondió—. A papá le encantaba hacerlo. Pensaba que para disfrutar la comida había que prepararla. No podía soportar los platos preparados que yo metía en el microondas.

Storm se rió mientras la ayudaba a recoger todo lo de la mesa.

—Entiendo a tu padre porque a mí también me gusta la comida casera.

—¿Cocinas todos los días para ti solo? —preguntó Jayla mientras se acercaba a la papelera.

—No. Como tengo turnos de veinticuatro o cuarenta y ocho horas libres, como en el parque cuando trabajo y en Chase's Place cuando libro. Es el restaurante de mi hermano.

Jayla asintió. Recordaba que el hermano gemelo de Storm, Chase, tenía un restaurante en el centro de Atlanta. Era una local muy popular. Había ido varias veces y siempre había comido muy bien. Echó un vistazo al reloj.

—Creo que me echaré una siesta cuando volvamos al hotel.

—Pues yo no. Quedan muchas cosas por ver. Creo que iré al club que hay en la calle Bourbon. He oído que tienen un buen espectáculo.

Jayla levantó una ceja. Sabía exactamente el tipo de espectáculo al que se refería porque un grupo de compañeros suyos había ido. Era un club de striptease. Frunció el ceño preguntándose por qué disfrutaría tanto Storm viendo mujeres desnudas. ¿Por qué los hombres no se daban cuenta de que había algo más debajo de las ropas de una mujer?

—Pásalo bien —dijo con más brusquedad de lo que había pretendido.

 —Créeme. Lo haré.

Y ella sabía que lo decía en serio.