CAPÍTULO 1

— ¿Jayla? ¿Qué estás haciendo en Nueva Orleáns?

Jayla Cole dejó escapar un grito ahogado por la sorpresa. Al darse la vuelta, su mirada se cruzó con la del hombre alto, moreno y peligrosamente guapo que tenía frente a ella en el vestíbulo del hotel Sheraton, en el hermoso Barrio Francés.

El hombre era Storm Westmoreland, de quien se decía que era capaz de dejar sin aliento a la mujer que llamara su atención. Según había oído, Storm era un experto en complacer a las féminas pero sin prometer nada. Las malas lenguas decían que tenía la increíble habilidad de hacer realidad las fantasías de una mujer, dejando un recuerdo para algunas indeleble.

También era el hombre que la había evitado de forma repetida durante los últimos diez años.

—Llegué a la ciudad hace un par de días para asistir a la Convención Internacional de Comunicación Empresarial —contestó Jayla tratando de no perderse en la profundidad de sus ojos oscuros, la sensual voluptuosidad de sus labios o el pequeño brillante que llevaba en la oreja derecha.

Por si fuera poco, tenía un tono de piel del color del chocolate con leche, el pelo muy corto y un par de hoyuelos de lo más sexy.

Llevaba puestos unos pantalones de pinzas de color caqui y una camisa que acentuaba su sólida constitución. Su torso seguía siendo tan amplio y su trasero tan prieto como recordaba. Estaba fenomenal con cualquier cosa que llevara.

—¿Y tú? —se decidió a preguntar a continuación—. ¿Qué estás haciendo en Nueva Orleáns?

—He venido a una reunión de la Asociación Internacional de Jefes de Bomberos.

—Leí en el periódico lo de tu ascenso. Papá estaría orgulloso de ti, Storm.

—Gracias.

Jayla vio la expresión de tristeza reflejada en los ojos de Storm y comprendió el motivo. El tampoco había superado la muerte de su padre. De hecho, la última vez que había visto a Storm había sido en su funeral seis meses atrás. De vez en cuando la llamaba para preguntarle cómo estaba. Adam Cole había sido el primer jefe de Storm cuando entró en el cuerpo de bomberos con veinte años. El padre de Jayla siempre había querido a Storm como al hijo que nunca tuvo.

Jayla nunca olvidaría la primera vez que su padre lo había llevado a casa a cenar cuando ella tenía dieciséis años. Se había quedado profundamente impresionada con él. Se enamoró perdidamente de él a pesar de los seis años de edad que se llevaban. Por mucho que intentó que él se fijara en ella, nunca lo consiguió. Algunas veces llegó a ponerse realmente en ridículo pero, afortunadamente, él siempre rechazó sus avances con buenos modos.

Pero habían pasado diez años de aquello y la edad le permitía admitir algo que se había negado a admitir entonces. Aquel hombre no era su tipo y estaba totalmente fuera de su alcance.

—¿Cuánto tiempo estarás aquí? —preguntó él irrumpiendo en sus pensamientos.

—Me quedo toda la semana. La conferencia ha terminado hoy pero me quedaré hasta el domingo para recorrer la ciudad. Hacía cinco años que no venía.

Storm sonrió y Jayla no pudo evitar sentirse nerviosa.

—Yo vine hace un par de años y lo pasé genial —dijo él.

Jayla no pudo evitar preguntarse si habría venido con una mujer o con sus hermanos. Todo aquél que hubiera vivido en Atlanta sabía quiénes eran los hermanos Westmoreland: Dare, Thorn, Stone, Chase y Storm. Su única hermana, Delaney, la menor de todos, los había dejado sorprendidos a todos al casarse con un jeque de un país en Oriente Medio dos años atrás.

—¿Y cuánto tiempo piensas quedarte? —preguntó Jayla.

—Mi reunión también ha terminado hoy y, como tú, también he decidido quedarme hasta el domingo para recorrer la ciudad y comer comida típica.

El tono que había empleado Storm había sido tan sexy que Jayla notaba el nudo que se le había formado en la garganta.

—¿Te apetece cenar conmigo esta noche? —preguntó Storm a continuación.

—¿Cómo dices? —preguntó Jayla no muy segura de haber oído bien.

—He dicho que si te apetece cenar conmigo esta noche —repitió Storm con una de sus abrumadoras sonrisas—. No te he visto desde el funeral de tu padre y aunque hemos hablado por teléfono de vez en cuando me gustaría sentarme y charlar contigo, saber cómo te va.

Jayla se estremeció. Las palabras de Storm le recordaron la promesa que éste le había hecho a su padre antes de morir: que si su pequeña Jayla necesitaba algo alguna vez, él estaría allí.

No le gustaba la idea de otro hombre dominante en su vida, especialmente uno que le recordaba tanto a su padre. La razón por la que Storm y Adam Cole habían hecho tan buenas migas era que se parecían mucho.

—Gracias por la invitación pero ya he hecho planes —mintió Jayla.

No pareció que el rechazo lo desconcertara. Se limitó a encogerse de hombros y mirar el reloj.

—Está bien, pero si cambias de idea, llámame. Estoy en la habitación 536.

—Gracias. Lo haré.

—Me ha gustado mucho verte de nuevo, Jayla, y si alguna vez necesitas algo, no dudes en llamarme.

Si realmente pensaba que lo llamaría es que no la conocía en absoluto. Puede que su padre lo quisiera como a un hijo, pero ella nunca lo había considerado un hermano. En su mente, Storm era el hombre que podía encenderla y durante los dos años anteriores a su marcha de Atlanta para ir a la universidad, había sido el hombre que había consumido sus pensamientos.

Cuando regresó a casa cuatro años después, lo había encontrado totalmente irresistible pero no tardó en darse cuenta de que él seguía sin hacerle caso.

—A mí también, Storm. Por si no nos vemos más antes de irnos, espero que tengas un buen viaje de vuelta a Atlanta —dijo Jayla confiando en que su tono fuera más alegre de cómo realmente se sentía.

—Lo mismo digo.

La sorprendió tomándole los dedos y apretándolos cariñosamente. No pudo evitar estremecerse. Su contacto había sido como una corriente eléctrica. No pudo evitar notar la fuerza de aquella mano y la forma en que la miraba desde la profundidad de sus ojos oscuros.

Recordó otro momento en que sus miradas también habían conectado. Había sido el año anterior cuando los hombres del parque de bomberos le habían dado una fiesta de cumpleaños sorpresa a su padre.

Recordaba que Storm estaba hablando con alguien cuando de pronto se giró y sus miradas se cruzaron como si fuera la primera vez que se veían. El episodio había sido breve pero sobrecogedor para ella de todas formas.

—Tu padre era un hombre muy especial, Jayla, y significaba mucho para mí —dijo Storm suavemente antes de soltarle la mano y retroceder un paso.

Jayla asintió tratando de no pensar en la reacción de su cuerpo ante la cercanía de Storm y tratando también de sujetar las lágrimas que siempre la asaltaban cuando recordaba que había perdido a su padre hacía poco por un cáncer de páncreas.

—Y tú también significabas mucho para él, Storm —dijo a pesar del nudo que tenía en la garganta—. Fuiste el hijo que nunca tuvo.

Vio cómo Storm inspiraba profundamente y se dio cuenta de que sus palabras le habían llegado muy dentro.

—Prométeme que si alguna vez necesitas algo me llamarás.

—Lo haré, Storm —dijo ella tras un suspiro, consciente de que le había vuelto a mentir.

Obviamente satisfecho con su respuesta, se dio la vuelta y se alejó. Ella lo observó, inmóvil, esforzándose por ignorar los desarrollados músculos que se adivinaban bajo la tela de la camisa y los pantalones. El último pensamiento antes de verlo entrar en el ascensor fue que ciertamente tenía un trasero precioso.

Cuando las puertas del ascensor se cerraron, Storm apoyó la espalda en la pared mientras recapacitaba. Ver a Jayla había tenido un gran efecto en él. Recordó lo bonita que era cuando tenía dieciséis años pero con el tiempo se había convertido en la criatura más hermosa que había visto.

—Jayla —suspiró.

Nunca olvidaría cuando Adam lo invitó a cenar para celebrar el regreso de Jayla a Atlanta. Nada le había hecho suponer que su reencuentro lo afectaría de tal manera. Entró en la casa y sintió como si le hubieran dado un fuerte golpe en el estómago, como si sus pulmones se hubieran vaciado repentinamente.

Jayla se había convertido en una mujer, muy hermosa y ciertamente deseable, y lo único que, había evitado que no la añadiera a su lista había sido el profundo respeto que sentía hacia su padre. Pero no había podido evitar que Jayla se colara, sin avisar, en sus sueños.

Volvió a suspirar. Jayla tenía unos preciosos ojos color miel, un pelo castaño reluciente con reflejos  dorados y una piel del color del cacao cremoso. Pensó que la combinación era irresistible. No había podido olvidar tampoco el maravilloso cuerpo que se ocultaba bajo los pantalones cortos y la camiseta de tirantes, ni lo bien que olía. No había podido reconocer la fragancia, él que pensaba que las conocía todas.

La propia Jayla se estremeció cuando sus manos se tocaron al saludarse. El lo había sentido y la respuesta de ella a su contacto hizo que su cuerpo diera un respingo. Había tenido que esforzarse realmente para no dejar ver que aquello lo había impresionado.

Storm calculó que Jayla debía de tener veintiséis años pero toda su persona irradiaba un halo de inocencia que no había visto en ninguna otra mujer de su edad. Y era precisamente esa inocencia lo que más lo confundía. Pero había algo de lo que sí estaba seguro: por lo que a él concernía, Jayla seguía estando fuera de los límites para él.

Tal vez hubiera sido mejor que Jayla hubiera rechazado su invitación a cenar. Lo último que necesitaba era compartir una comida con ella. De hecho, estar cerca de ella era una invitación a los problemas teniendo en cuenta la atracción que sentía. Dejó escapar un pequeño gemido casi imperceptible y se dio cuenta de que lo único que había cambiado era que Adam ya no estaba para recordarle que Jayla era la única mujer que no podía tener.

—Maldita sea.

Pensar en Jayla lo llenaba de deseo. Storm se restregó una mano por la cara. Nada había cambiado. Aquella mujer seguía siendo una gran tentación para él. Definitivamente no era su tipo. A él le gustaba demasiado la libertad de amar que disfrutaba y no le importaba lo que los demás pudieran pensar. Sabía perfectamente que la razón por la que tenía una vida tranquila sin estrés era precisamente su activa vida sexual. Sólo tenía que seguir siendo responsable y asegurarse de que sus encuentros sexuales no implicaban riesgos para su salud.

De nuevo pensó en Jayla. Recordó cuando dejó Atlanta para asistir a la universidad en el norte del país. Adam habría preferido que se quedara más cerca de casa pero finalmente había cedido y la había dejado ir. Adam lo había mantenido al corriente de sus avances en la universidad. Siempre se había mostrado orgulloso de ella y cuando Jayla se graduó con honores, Adam había invitado a sus hombres para celebrarlo. Habían pasado cuatro años de eso.

El ascensor se detuvo interrumpiendo los pensamientos de Storm y éste salió cuando las puertas se abrieron. Había llegado a la conclusión, por muy increíble que estuviera, de que la última mujer con la que desearía tener algún tipo de compromiso era Jayla Cole. Sin embargo, no pudo evitar pensar en el aspecto de ésta momentos antes en el vestíbulo. Increíble, sencillamente increíble...

A la mañana siguiente, Jayla estaba desayunando tranquilamente en el restaurante del hotel. Se reclinó en la silla y bebió su zumo de naranja con una vivaz sonrisa en el rostro. La llamada que había recibido momentos antes de salir de la habitación la había alegrado mucho.

Habían llamado de la clínica de fertilidad y le habían dicho que habían encontrado un donante de esperma con el perfil adecuado. Había muchas posibilidades de que pudieran empezar con los preparativos en menos de un mes.

Se sentía muy feliz al pensar en tener un bebé. Su madre había muerto cuando ella tenía sólo diez años y la muerte repentina de su padre unos meses atrás la hacían sentirse muy sola a veces.

Al principio, había pensado en los hombres con los que había salido en los últimos dos años pero todos dejaban mucho que desear, o bien eran demasiado dominantes o demasiado aburridos. Así que finalmente había decidido probar en una clínica de fertilidad. No pudo ocultar la sonrisa de felicidad. Estaba ansiosa por poder abrazar a su bebé. Un precioso bebé con la piel color chocolate, ojos oscuros, labios carnosos, unos bonitos hoyuelos y...

—Buenos días, Jayla. Parece que estás de muy buen humor esta mañana.

Jayla levantó la mirada y se encontró con los ojos de Storm. A pesar de haber decidido que no quería volver a verlo en lo que restaba de semana, no le molestaba volver a encontrarse con él en tan poco tiempo. Estaba demasiado feliz con su vida para que nada ni nadie pudiera hacer que cambiara de opinión.

—Estoy de muy buen humor, Storm. Acabo de recibir una muy buena noticia —respondió ella sonriendo ampliamente. Notó la curiosidad en los ojos de Storm pero sabía que era demasiado educado para pedirle los detalles. Y ella no tenía la más mínima intención de compartir con él sus planes. Su decisión de embarcarse en la aventura de ser madre soltera era personal. No se lo había contado a nadie, ni siquiera a Lisa, su mejor amiga.

—¿Te importa que me siente contigo?

—Claro que no. Siéntate —dijo ella sonriendo aún más.

Jayla lo observó mientras se sentaba y comprobó una vez más que su ropa se complementaba perfectamente con su forma de ser. Definitivamente, estaba estupendo vestido con vaqueros y una camiseta que decía: «Los bomberos están que arden».

—¿Qué estás desayunando? —preguntó él mirando el plato.

—Bufé. Y todo está delicioso.

—Creo que yo también lo probaré —dijo él asintiendo—. Vuelvo en un minuto.

Jayla lo observó mientras se dirigía a la mesa. No podía evitar mirarlo. Sabía que no podía sentirse culpable por su atracción hacia él. Además, no era la única, pensó al ver cómo lo miraban otras mujeres. Sin embargo, parecía que él estaba más interesado en llenar su plato que en la atención que su presencia provocaba.

Jayla pestañeó al darse cuenta, para su sorpresa, de que los rasgos de Storm eran idénticos a los que había requerido en la clínica cuando había rellenado el cuestionario. Si la clínica le había dicho la verdad y habían encontrado al donante que cumplía esos requisitos, su bebé sería idéntico a Storm.

Sacudió la cabeza sin poder creer lo que su subconsciente le estaba haciendo. Al pestañear otra vez por la sorpresa, se dio cuenta de que Storm la había pillado mirándolo y era él quien la miraba con una ceja levantada.

El corazón de Jayla empezó a latir desaforadamente mientras él cruzaba el restaurante hacia ella.

—¿Qué he hecho? —preguntó Storm sentándose—. Me estabas mirando como si fuera un extraterrestre.

—Nada —dijo ella esforzándose por sonreír—. No he podido evitar ver toda la comida que estabas poniendo en tu plato.

Jayla dio un sorbo a su zumo de naranja. Se había encontrado con los hermanos de Storm hacía poco tiempo y recordaba que todos ellos estaban en una espléndida forma física. Si todos comían tanto, también tendrían que entrenar... mucho.

—Tus padres deben de haber gastado una verdadera fortuna en el supermercado —añadió.

—Así es, y mi madre no trabajaba fuera de casa cuando éramos pequeños, así que mi padre tenía que hacer todo el trabajo para traer la comida a casa. Pero nunca se quejó de las grandes cantidades de dinero que se gastaba en comida. Así es como quiero que sea en mi casa si alguna vez me caso.

—¿Qué? —dijo Jayla levantando una ceja.

—No quiero que mi mujer trabaje fuera de casa.

Jayla lo miró mientras dejaba el vaso en la mesa. Lo había oído más veces de gente que conocía a Storm. No era ningún secreto que cuando Storm Westmoreland se casara, buscaría una diva doméstica.

—Admiro y respeto profundamente a las mujeres que se quedan en casa a cuidar de sus hijos —dijo ella con toda sinceridad.

—¿De veras?

—Sí, criar a un hijo es un trabajo que requiere todo el tiempo.

—¿Y tú lo harías? ¿Te quedarías en casa? —preguntó él reclinándose sobre la silla mirándola.

—No.

—Pero acabas de decir que tú...

—Admiro a las mujeres que lo hacen, pero eso no significa necesariamente que yo lo hiciera. Creo que puedo tener una carrera laboral y ser madre a la vez —dijo ella interrumpiéndolo.

—No será fácil.

—Ser padre no es fácil, Storm, tanto si trabajas fuera de casa como si no. Lo más importante es que los hijos se sientan queridos y protegidos. Y ahora si me disculpas, voy a probar un poco de esa fruta.

Storm la observó mientras se dirigía a la mesa del bufé. Pensó en que la noche anterior había decidido mantenerse lejos de ella porque era una tentación. Al entrar en el restaurante había sentido su presencia mucho antes de verla y al echar un vistazo al salón la había visto sentada, sola, con una gran sonrisa en los labios, ajena a todo y a todos. No podía evitar preguntarse qué la habría puesto de tan buen humor.

Bebió un sorbo de su café pensando que, fuera lo que fuera, obviamente ella no quería compartirlo. La miró mientras se servía la fruta en un tazón. Le gustaba la ropa que llevaba, un vestido de tirantes finos de color fucsia y sandalias planas. Tenía unas piernas fabulosas y el pelo le acariciaba los hombros. Era la viva imagen de la seducción y a la vez parecía cómoda con esa ropa tan adecuada para un cálido día de septiembre.

—La comida aquí es muy buena —dijo mientras se sentaba y probaba las frutas.

Storm levantó la cabeza y se quedó sin aliento cuando su mirada se posó en la boca entreabierta de Jayla que paladeaba un trozo de pina como si fuera la cosa más exquisita que hubiera probado nunca. La observó mientras ella masticaba lentamente. La situación le parecía fascinante al tiempo que excitante.

—¿Qué planes tienes para hoy? —preguntó al cabo.

La pregunta de Jayla lo trajo al presente y, dejando el tenedor en el plato, se reclinó sobre la silla sin dejar de mirarla a los ojos.

—Saldré a disfrutar de las vistas. Le he preguntado al recepcionista y me ha aconsejado hacer el tour Gray Line.

—A mí me ha dicho lo mismo. ¿Quieres que lo hagamos juntos? —dijo Jayla sonriendo.

Por muy inocente que pudiera parecer la sugerencia, Storm habría preferido que no se lo hubiera dicho con esas palabras «hacerlo juntos». El se estaba imaginando un escenario totalmente diferente y le estaba costando mucho concentrarse.

—¿Estás segura de que no te importa que te acompañe? —preguntó él mirándola a los ojos. Aunque no las recibía a menudo, reconocía unas calabazas en cuanto las veía y la noche anterior Jayla se las había dado cuando él la invitó a cenar.

—No, me encantaría que me acompañaras. Se preguntó qué la habría hecho cambiar de idea. Evidentemente, las noticias que había recibido habían tenido un gran efecto en ella.

—¿Qué dices entonces, Señor Bombero? ¿Salimos a quemar las calles?

Quemar las sábanas estaba más en la línea de lo que a él le apetecía hacer con ella pero se recordó quién era aquella mujer y que estaba fuera de sus posibilidades.

—Claro. Será divertido —dijo él—. «Siempre que no vayamos a más».

—Eso es exactamente lo que necesito, Storm —dijo ella riéndose de una forma muy sexy—. Pasar un día verdaderamente divertido.

Storm la miró un momento y de pronto comprendió. Los últimos seis meses debían de haber sido duros para ella. Jayla y su padre habían tenido siempre una relación muy estrecha.

Storm notó que el instinto de protección lo invadía. Él le había prometido a Adam que siempre cuidaría de ella. Además, si alguien podía enseñarle cómo divertirse, ése era él. Había pasado los últimos años tratando de evitarla precisamente por la atracción que sentía hacia ella y en ese momento se daba cuenta de que, por haber estado tan ocupado haciéndolo, se había perdido a la verdadera mujer. Tal vez fuera hora de rectificar y empezar a construir una relación aunque sólo fuera de amistad.

Pasarlo bien con una mujer sin sexo de por medio sería una aventura nueva para él pero estaba deseando probar. Como no era probable que ninguno de los dos pensara seriamente en tener algo con el otro no veía nada malo en bajar la guardia un poco y pasarlo bien con ella.

—Entonces nos divertiremos, Jayla Cole —dijo con total sinceridad—. ¿Y quién sabe? Puede que te sorprendas y lo pases tan bien que no vuelvas a pensar en ser tan seria.