Capítulo Ocho

Lo primero que vio Chase cuando entró en la tienda de Jessica a mediodía fue la cantidad de clientes que esperaba a que los atendieran. Al parecer, ella intentaba atenderlos personalmente a todos ellos. Él le preguntó dónde estaba la señora Stewart.

Jessica levantó la mirada al oírlo y sonrió.

—Me ha llamado. No se encuentra bien. Quería venir, pero la he convencido para que se quedara en casa.

— ¿Vas a atender tú sola a este gentío?

—Sí.

Antes de que ella se diera cuenta, Chase estaba detrás del mostrador con un delantal puesto.

— ¿Qué haces? —le preguntó ella mientras se daba la vuelta para mirarlo.

—Ayudarte —contestó él con una sonrisa.

—Pero...

Chase la agarró de los hombros y volvió a darle la vuelta.

—Tienes una cliente, Jessica. No hagas esperar a la señora Prescott. Si no me equivoco, hoy es su día para ir a la peluquería y no puede llegar tarde.

La anciana se sonrojó.

—Así es, Chase. Además, Fred y yo iremos esta noche para tomar el menú especial del viernes. Espero que sea pollo frito, con ensalada de col y patatas.

—Lo tendrá aunque sólo sea para usted y el señor Prescott —replicó Chase entre risas.

La señora Prescott se dirigió a Jessica.

—No se queje de que él la ayude, señorita. Conozco a los Westmoreland desde que nacieron y no tiene que temer que vayan a robarle.

Jessica sonrió. Eso era lo que menos la preocupaba. ¿Cómo podría trabajar con él tan cerca? No había mucho sitio detrás del mostrador. La señora Stewart y ella eran relativamente menudas, pero Chase era musculoso, alto, con unos buenos abdominales y otras cualidades que le parecían excepcionales. Había comprobado esas cualidades la noche anterior y se ruborizaba sólo de acordarse.

— ¿Te pasa algo? —le preguntó Chase.

Ella parpadeó e intentó controlar el pulso.

—No... nada... ¿Por qué me lo preguntas?

—Porque la señora Prescott lleva un par de minutos intentando pagar.

—Ah... —Jessica se volvió hacia la anciana—. Lo siento...

—No te preocupes —la mujer sonrió—. Yo también he sido joven.

Jessica tragó saliva. ¿Se habría dado cuenta de lo que sentía hacia Chase? Decidió concentrarse en los clientes y no en Chase. Al cabo de unos minutos descubrió que trabajaban bien juntos. Él sabía lo que los clientes querían e, incluso, les convencía para que se llevaran algo más. Durante hora y media tuvieron una afluencia constante de clientes, pero a las dos y media la tienda ya estaba completamente vacía.

Jessica miró a Chase mientras él se quitaba los guantes.

—Gracias por tu ayuda. Se te da muy bien atender a la gente —Jessica sonrió.

—Espero que también se me den bien otras cosas —replicó él con una sonrisa insinuante mientras colgaba el delantal.

—Eso te lo aseguro —Jessica se rió.

—Me alegro de saberlo...

Jessica suspiró. Llevaba todo el día alterada sólo de acordarse de la noche anterior.

—Será mejor que me vaya antes de que me echen de menos —Chase miró el reloj—. Aunque me imagino que Luanne Coleman ya se habrá encargado de contar dónde estoy.

— ¿Luanne Coleman? —preguntó Jessica con una ceja arqueada.

—Sí, la mujer que llevaba un vestido rojo y un sombrero de paja.

— ¿La que paralizó la tienda durante diez minutos porque no sabía qué llevarse?

—Sí —Chase se rió—. Su marido y ella tienen una floristería en College Park y ella es la mayor cotilla de la ciudad. Supongo que de aquí habrá ido directamente al restaurante para contarles que estaba ayudándote.

—Pero... ¿qué le importa a ella?

Chase se inclinó sobre el mostrador.

—Me han contado que la señora Coleman y sus amigas han apostado sobre cuál será el próximo Westmoreland en casarse.

— ¿El próximo Westmoreland en casarse?

—Sí. Algunas apuestan por mí y otras por mis primos Ian y Durango —Chase se rió por la expresión de perplejidad de Jessica—. Mis hermanos, mis primos y yo siempre hemos dicho que no íbamos a casarnos, pero durante los últimos tres años, todos mis hermanos se han casado.

—Ah...

—Además, hace unos meses mi primo Jared nos sorprendió a todos al comprometerse. Dana y él se casaron y todo el mundo volvió su mirada hacia mí porque soy el único de mis hermanos que no se ha casado. Yo he dicho mil veces que no voy a casarme, pero nadie me cree.

— ¿Por qué no?

—Porque Jared y mis hermanos dijeron lo mismo. Aunque soy el primero en reconocer que son muy felices, eso no significa nada para mí. Nunca me casaré.

Jessica se dio la vuelta como si estuviera limpiando el mostrador. No quería que él notara cuánto le habían afectado aquellas palabras. Ella se había enamorado perdidamente de él, pero era asunto suyo, no de Chase. Tenía la sensación de que él estaba recalcando algo que había dicho la noche anterior. Había oído claramente que él decía que tenía relaciones circunstanciales. Un hombre así no pensaba en el matrimonio. Quizá fuera un buen momento para que ella también dijera su opinión.

—Yo tampoco pienso casarme —Jessica no levantó la mirada, pero notó que él la miraba con curiosidad.

— ¿Por qué? Jessica lo miró porque le pareció que estaba perplejo.

—Ya te he contado la historia de mi padre, Chase. Lo que hizo me volvió desconfiada. No es que piense que todos los hombres sean escoria, pero he decidido que tengo muchas cosas que hacer aparte de preocuparme por si el hombre con el que estoy merece mi confianza.

—Ya —Chase asintió con la cabeza—. Sé lo que quieres decir.

— ¿Lo sabes? —Jessica lo miró a los ojos.

—Sí —contestó Chase al cabo de unos segundos—. Me llevé un buen chasco en la Universidad cuando la mujer que yo creía que me quería me dejó tirado como a una colilla por mi lesión. Me dolió durante algún tiempo, pero pronto comprendí que estaba mucho mejor sin Iris. Aunque no por eso haya dejado de ser prudente. Nunca volveré a confiar plenamente en una mujer. La confianza es muy importante para mí. No soporto ningún tipo de engaño.

Ella asintió lentamente con la cabeza sin querer pensar en que ella estaba engañándolo.

—Vaya... parece que nos entendemos...

—Sí, eso parece —Chase volvió a mirar el reloj—. Será mejor que me vaya —miró a Jessica—. ¿Qué vas a hacer luego?

—Voy a salir.

— ¿A salir?

—Sí.

Jessica decidió que no tenía por qué darle más explicaciones. Además, no quería que él supiera que ella iba a visitar a Theodore Henry. El señor Henry no había contestado a sus llamadas, pero ella se había enterado de que iba a servir una cena de recaudación de fondos en East Point. Pensaba presentarse allí y hablar con él aunque no quisiera.

— ¿Qué te parece ir el sábado conmigo a Chattanooga?

— ¿Chattanooga?

—Sí. Voy a ir para recoger algunas piezas de motocicleta para Thorn. Él está muy ocupado construyendo la moto para la siguiente carrera.

Jessica pensó que nunca había estado en Chattanooga y que siempre había oído que era una ciudad muy bonita. Sabía que no debería profundizar más su relación con Chase, pero tampoco podía evitar querer estar con él.

—Me encantaría ir el sábado a Chattanooga contigo.

—Perfecto —Chase sonrió—. Te recogeré el sábado alrededor de las ocho. ¿Te viene bien?

—Sí. Estaré preparada a esa hora.

Se quedaron un rato sin decir nada, mirándose. Jessica notó que la temperatura subía entre ellos. Se preguntó qué estaría pensando Chase. ¿Estaría acordándose de la noche anterior en su despacho y en su dormitorio? Ella tenía unos recuerdos muy claros. Podía recordarlo de rodillas entre sus muslos y cómo su lengua la devoró ávidamente.

Notó que se le encogía el estómago y que le temblaban los muslos. Él se acercó un par de pasos, como si le hubiera leído el pensamiento, pero sonó la campanilla de la puerta y entró un hombre.

Chase tomó aliento y ella se volvió para saludar al cliente. Él tenía todo el cuerpo en tensión y al rojo vivo. Era como si le hubiera leído el pensamiento y se hubiera visto atrapado por los recuerdos de ella. Volvió a tomar aliento cuando ella sonrió de oreja a oreja antes de salir del mostrador y arrojarse a los brazos del recién llegado.

— ¡Rico!

Chase frunció el ceño. A juzgar por la sonrisa de Jessica, ella conocía muy bien al tal Rico. ¿Sería el hombre con el que saldría luego? Repentinamente, notó algo que no notaba desde hacía mucho tiempo. No sabía quién era ese hombre, pero él quería arrancarle a Jessica de los brazos.

—Creo que tengo que marcharme —dijo Chase en un tono enfadado.

Dos pares de ojos se clavaron en él. Evidentemente, habían captado su enfado. Notó cierto brillo en los ojos del hombre y perplejidad en los de Jessica. Él también estaba bastante perplejo por su comportamiento.

—Mmm... me parece que, efectivamente, tiene que marcharse —replicó el tal Rico con una sonrisa forzada.

Chase frunció más el ceño y sintió unas ganas tremendas de partirle la nariz.

— ¡Rico...! —exclamó Jessica entre risas.

Miró a Chase y dejó de reírse. Se preguntó por qué estaría tan enfadado. Hasta que lo comprendió. Ella había dicho que iba a salir y apareció Rico. No pudo evitar una sonrisa ante la idea de que él estuviera celoso. Sacudió la cabeza. Eso era imposible. Los hombres que sólo tienen relaciones circunstanciales no se ponían celosos.

—Chase —Jessica se aclaró la garganta—, te presento a mi hermano, Rico Claiborne.

Chase arqueó una ceja y los miró.

— ¿Tu hermano?

Era increíble, pero no se parecían en nada.

—Sí, su hermano —contestó el hombre con una sonrisa mientras se acercaba a Chase—. ¿Quién eres tú? —preguntó Rico como si tuviera todo el derecho a hacerlo.

—Chase Westmoreland.

Chase vio que el hombre hacía un gesto raro antes de volver a mirar a Jessica. Jessica contuvo la respiración. Ella sabía que Rico conocía el nombre de Westmoreland y que tendría algunas preguntas que ella tendría que contestar. Rico se volvió hacia Chase.

—Encantado de conocerte, Chase Westmoreland.

Chase estrechó la mano de aquel hombre y se preguntó qué estaría pasando. Había notado algo raro entre él y su hermana cuando dijo su nombre.

—Encantado de conocerte. Seguro que tenéis muchas cosas que contaros. Me iré.

—No hace falta que te vayas por mí —replicó Rico con una sonrisa.

Chase tomó aire. Tenía que irse. Tenía que meditar sobre su arrebato posesivo.

—Ya iba a irme. Tengo mucho trabajo.

Rico asintió con la cabeza.

—Chase tiene un restaurante enorme un poco más abajo —le explicó Jessica—. Mi ayudante se ha puesto enferma y él ha tenido la amabilidad de ayudarme durante la hora de la comida.

Rico volvió a asentir con la cabeza, miró a Chase por encima del hombro y luego a Jessica.

—Entiendo.

Chase frunció el ceño. Tenía la sensación de que el hermano de Jessica estaba captando demasiadas cosas.

—Encantado de conocerte —Chase fue hasta la puerta, pero se volvió hacia Jessica antes de abrirla—. Hasta el sábado.

—De acuerdo —Jessica sonrió.

Chase salió y cerró la puerta. Jessica no dijo nada, sólo lo miró pasar por delante de la tienda de la señora Morrison camino de su restaurante.

— ¿Te importaría decirme qué está pasando, Jessica?

—Creo que no lo sé ni yo, Rico.

Esa noche, Jessica entró en el salón de un centro social y echó una ojeada. Era una recaudación de fondos para un candidato a alcalde y ella, como todo el mundo, había comprado su entrada. Sin embargo, ella había ido para obtener algunas respuestas del hombre que servía la comida.

Rico había pasado camino de Florida y sólo había tenido tiempo para tomar algo y charlar un rato. Ella le había explicado todo lo que había podido sobre la situación. No le había dado muchos detalles sobre lo relativo a Chase y a ella, pero le había parecido que Rico había leído entre líneas.

Jessica había llegado a la hora del cóctel, de modo que le resultaría fácil colarse en la cocina y hablar con el cocinero. Sólo necesitaba que le concediera unos minutos.

Se dirigió a un camarero que llevaba una bandeja de aperitivos.

—Me gustaría hablar con el señor Henry, ¿está por aquí?

El hombre sonrió y señaló la puerta de la cocina con la cabeza.

—Está allí.

—Gracias.

Jessica entró en la cocina y se fijó en el hombre que daba instrucciones a los camareros. Si era Theodore Henry, era mucho más joven de lo que ella había pensado. Tendría cuarenta y tantos años. Jessica esperó a que se fueran los camareros.

— ¿El señor Henry?

Él se volvió y sonrió amablemente.

—Sí. ¿En qué puedo ayudarla? —le preguntó mientras extendía la mano.

—Soy Jessica Claiborne. He intentado hablar con usted unas cuantas veces, pero no me ha devuelto las llamadas.

La sonrisa de él se disipó y retiró la mano.

—Estoy ocupadísimo. Además, no sé de qué me está hablando.

— ¿No sabe que los Westmoreland dicen que mi abuelo le dio a usted sus recetas cuando usted era cocinero de Schuster?

—Oí algo, pero no tenía tiempo para preocuparme por esas cosas. Bastante tenía yo con dominar las recetas como para preocuparme por dos viejos que no tenían nada mejor que hacer que pelearse por algo sin importancia.

Jessica resopló. Empezaba a fastidiarla, pero estaba decidida a ser educada y profesional.

—Entonces, ¿de dónde sacó las recetas, señor Henry?

Él frunció el ceño.

—No tengo por qué contestar, pero para disipar cualquier duda sobre un comportamiento ilícito por mi parte, le diré que esas recetas llevaban años en mi familia. Se lo dije a Westmoreland, pero él no quiso creerme —antes de que ella pudiera replicar, el señor Henry continuó—: Mire señorita Claiborne, no tengo tiempo para hablar de algo que pasó hace casi dieciocho años. Evidentemente, es importante para usted, pero no lo es para mí. Si me disculpa, tengo cosas que hacer.

—Jefe, vamos a marcharnos —le dijo Donna a Chase—. ¿Vas a quedarte mucho tiempo?

Chase se separó de la mesa.

—No. Tengo que hacer un poco de papeleo.

—Muy bien. Hasta mañana.

Una vez solo, Chase se dejó caer sobre el respaldo de la butaca y miró alrededor. Su despacho no se parecía al de la noche anterior, pero aun así los recuerdos le alteraban el pulso. Se levantó para estirar las piernas. Cada paso que daba le recordaba a Jessica con él la noche anterior. Recordaba cada beso que le había dado, cada vez que le había pasado los labios por la piel, cada caricia y cómo la devoró con ansia.

Dedicaba demasiado tiempo a anhelar a Jessica. Al fin y al cabo, no había nada más. El arrebato de celos de hacía un rato sólo era afán de posesión. Aunque tenía derecho a estar celoso después de lo que habían vivido juntos. Ella era virgen... No pudo evitar una sonrisa. Hasta ella se había sorprendido.

Miró la hora. Eran casi las once de la noche. Se preguntó qué estaría haciendo Jessica. ¿Estaría con su hermano? ¿Y si no? Suspiró. Quería verla.

Sacudió la cabeza. Si se presentaba tan tarde, después de la noche anterior, ella pensaría que lo hacía por reclamar su botín. Aunque eso no le parecía mal, tenía que reconocer que pensaba en Jessica como algo más que un cuerpo que podía aprovechar. Ella tenía algo que le atraía en todos los aspectos, no sólo el físico. Le habría gustado tener la fuerza de voluntad para mantenerla a cierta distancia, pero sabía que no podía. Podía notar su presencia aunque no estuviera allí. Ella siempre estaba en sus pensamientos.

Agarró la chaqueta de la percha para salir del despacho. Cerró la puerta del restaurante e intentó no mirar hacia la casa de Jessica, pero no lo consiguió.

Se dirigió hacia su coche haciendo un verdadero esfuerzo para no caer en la tentación. Estaba decidido a no ver a Jessica ese día y sólo faltaban unas horas para el día siguiente.