Capítulo Dos
Jessica se dejó caer contra el respaldo de la silla y se relamió. Había sido la mejor comida desde hacía mucho tiempo. Las costillas de cerdo estaban muy jugosas y el puré de patatas le había entusiasmado. No le extrañaba que Chase's Place estuviera abarrotado. El pastel de zanahoria estaba de chuparse los dedos y ella sabía algo de cocina porque su abuela había sido la mejor cocinera que había conocido.
A ella le gustaba cocinar porque había pasado mucho tiempo en la cocina con sus abuelos. Incluso se planteó ir a una escuela de cocina, pero su abuelo le disuadió porque dijo que ya había bastantes cocineros en la familia Graham.
Jessica echó una ojeada a su piso mientras se arreglaba. Era justo lo que ella necesitaba. Tenía una sala muy amplia, un cuarto de baño, un dormitorio y la cocina. Sonrió al pensar que era suyo, como todo el edificio. La tienda tenía una zona de cocina enorme y un pequeño despacho al fondo. Se acercó a la ventana y vio toda la gente que se arremolinaba delante del Chase's Place. De repente, se quedó sin aliento al ver a Chase que salía del restaurante con otro hombre. Se parecían bastante y estaba claro que eran familiares, pero ella se fijaba en Chase. El sol se había puesto, pero la tenue iluminación le permitía verlo. Le sentaban bien los vaqueros y la camisa negra e incluso desde aquella distancia podía distinguir sus rasgos perfectamente cincelados.
Jessica suspiró profundamente y él, como si la hubiera oído, miró hacia la ventana y sus miradas se encontraron. En ese momento, ella notó una especie de descarga eléctrica en la parte inferior del cuerpo que le subió por toda la espina dorsal. Una sensación que no había sentido desde el primer año que estuvo en la Universidad. La única vez que tuvo una relación sexual fue una experiencia tan espantosa que no quiso repetirla.
Sin embargo, al mirar a Chase se le despertó la curiosidad y durante un instante se preguntó si hacer el amor con él sería distinto. Parpadeó y se apartó de la ventana. ¿Cómo era posible que se hubiera olvidado de quién era él? ¡Era un Westmoreland! Se negaba a sentir un deseo enloquecedor por alguien de una familia que había acusado a su abuelo de ser un ladrón. No le importaba que Chase fuera el ejemplo perfecto de virilidad.
— ¿Quién es ella?
Chase esbozó una sonrisa al volver a mirar a su hermano Storm.
— ¿Hace falta que te recuerde que estás casado? —le preguntó.
Storm se rió y negó con la cabeza.
—No. Jayla es el amor de mi vida y la única mujer que necesito. Además, las niñas son la guinda del pastel —añadió en referencia a sus gemelas de tres meses—. Pero me parece que ella ha captado tu atención.
Chase dejó de sonreír. Efectivamente, Jessica había captado su atención desde el momento en que se conocieron.
—Se llama Jessica Claiborne. No congeniamos al principio.
— ¿Y ahora? —le preguntó Storm con una sonrisa burlona.
—La primera impresión puede cambiar si te lo propones.
Storm volvió a mirar a la ventana donde había estado aquella mujer y luego miró el reloj.
—Tengo que irme. Sólo quería estar seguro de que sabías que el bautizo es el domingo.
—Sí. Mamá me lo dijo. Creo que el restaurante es perfecto para el festejo.
— ¿Estás seguro? —Storm sonrió—. No quiero que sea un problema para ti.
—Haría cualquier cosa por mis sobrinas. Dalo por hecho. Llamaré mañana a Jayla para comentar el menú.
—Se lo diré.
Chase acompañó a su gemelo hasta el coche y vio cómo se alejaba. Esperó un momento antes de volver al restaurante y se preguntó si a Jessica le habría gustado la comida que le había preparado. Sólo había una forma de saberlo.
Se metió las manos en los bolsillos, pasó por delante de la tienda de la señora Morrison y se plantó delante de la pastelería de Jessica. No hizo caso del cartel que decía que estaba cerrada y llamó un par de veces con los nudillos antes de tocar al timbre.
— ¿Quién es? —preguntó una voz al cabo de unos segundos.
—Chase.
La puerta se abrió lentamente y ella lo miró a los ojos.
— ¿Qué quieres ahora?
El tono cortante le sorprendió a Chase. Él había pensado que si sus disculpas no habían bastado, por lo menos la comida la habría aplacado. Evidentemente, no era así.
Ella tenía los brazos cruzados sobre los pechos y él habría preferido que no los tuviera. Si bien él siempre se fijaba primero en las piernas, lo segundo en lo que se fijaba era en los pechos y la posición de sus brazos resaltaban unos pechos firmes y preciosos.
Se aclaró la garganta.
—Te he visto en la ventana.
— ¿Y bien? —le preguntó ella con una mirada más penetrante todavía.
Chase se pasó una mano por la frente. Quizá ella hubiera llegado de un sitio donde la gente era antipática, pero en el sur la gente era acogedora y amable.
— ¿Es mucho preguntar si te ha gustado la comida?
A ella pareció sorprenderle la pregunta.
—Claro que me ha gustado. ¿Por qué ibas a pensar que no lo había hecho?
—Por tu actitud.
Jessica contuvo un gesto de sorpresa. Efectivamente, él había vuelto a sorprenderla en un momento malo, pero tenía un motivo. Él era un Westmoreland y ella una Graham.
Jessica suspiró y bajó los brazos.
—Mira, no te lo tomes como algo personal, pero no me caes bien.
Chase se apoyó en el marco de la puerta y se cruzó las piernas a la altura de los tobillos.
— ¿Por qué?
Ella sacudió una mano con impaciencia.
—Creía que era evidente.
— ¿Crees que somos incompatibles? —le preguntó él con una ceja arqueada.
Ella resopló con irritación y lo miró a los ojos.
—No te conozco tanto, pero diría que somos como la noche y el día.
Chase se incorporó y le sonrió.
—Eso lo explica todo.
— ¿Qué explica? —le preguntó ella con los ojos entrecerrados.
—Por qué nos atraemos tanto. Los opuestos se atraen.
— ¡No me atraes! —le espetó ella con indignación.
—Sí —Chase amplió la sonrisa—, sí te atraigo y tú me atraes —aseguró él con una mirada muy intensa.
—Lo que tú digas...
— ¿Quieres demostrarme lo contrario?
— ¿Cómo? —Jessica arqueó las cejas.
—Da igual —Chase se encogió de hombros—. No es un buen momento para...
— ¡Espera! Si puedo demostrarte que no me atraes, adelante —le desafió ella.
Chase la miró a los ojos.
—Por mí, encantado si es lo que quieres.
Jessica estaba muy rígida por la ira.
— ¿Qué hay que hacer para demostrarlo?
—Besarnos.
Jessica se quedó atónita, pero luego supuso que era un hombre que quería demostrarlo todo con un beso. Él comprobaría que ella no gozaba con un beso más de lo que había gozado haciendo el amor. Sería el beso más corto de la historia.
Ella lo miró a los ojos y sonrió.
—Como he dicho, adelante...
La sonrisa de Chase hizo que ella pensara que quizá, sólo quizá, se hubiera equivocado. Cuando él entró en la tienda, ella notó una punzada en el estómago que le dijo que, sin duda, se había equivocado.
Chase miró la boca de Jessica y pensó que iba a disfrutar de cada segundo que la saboreara. Estaba seguro de que era tan dulce y sabrosa como todas aquellas cosas que ella cocinaba. Siguió mirándola y una lujuria sin control le recorrió las venas, le erizó cada pelo del cuerpo y le lanzó una oleada abrasadora por las entrañas.
El anhelo le hizo cruzar la habitación hasta donde estaba ella. La agarró delicadamente por la nuca y la atrajo hacia sí hasta que las bocas se quedaron a escasos centímetros.
—Pienso besarte hasta que pierdas el sentido —susurró él.
Ella levantó la barbilla y entrecerró los ojos.
—Puedes intentarlo.
Chase sonrió. Le gustó esa osadía y esperó que pusiera el mismo atrevimiento en el beso.
—Ábreme tu boca —susurró Chase en un tono profundo.
Jessica dejó escapar un suspiro de resignación y abrió la boca para decirle cuatro cosas, pero él, a la velocidad del rayo, aprovechó la oportunidad y posó sus labios sobre los de ella y la silenció. Su lengua, ardiente y carnosa, se apoderó de la de ella y se deleitó como si fuera una golosina. Nunca la habían besado de aquella manera; nunca, ni en sus sueños más desenfrenados, se había imaginado que pudiera pasarle algo como aquello. Chase le devoraba la boca con voracidad y procacidad. Era un hombre diestro y experimentado que sabía lo que tenía que hacer para que ella emitiera unos sonidos como ronroneos.
Jessica no podía creérselo. Se sentía dominada por una necesidad tan intensa que no reconocía y que exigía a su cuerpo una respuesta. Se alegró de que estuviera sujetándola con aquellos poderosos brazos porque si no se habría desmoronado. Notó que el fuego le abrasaba las venas y las entrañas. Estaba irreversiblemente entregada.
Sin embargo, eso no fue lo único que notó.
Entre sus muslos se recostaba la dureza de su erección. Se sintió al borde del delirio, pero cuando un estremecimiento le recorrió todo el cuerpo, se dio cuenta de algo. Ella estaba devolviéndole el beso. Nunca había correspondido al beso de un hombre. La idea la abrumó, le desbordó los sentidos y sintió un fuego incontenible por todo el cuerpo.
Era impensable. Se habían conocido ese mismo día. Él era un Westmoreland. Él no le caía bien. A ella no le gustaba besar. Tenía que respirar.
Él, como si le hubiera leído el pensamiento, se apartó lentamente de ella.
Jessica lo miró sin poder creerse que hubiera vivido un momento tan intenso, provocador e íntimo. Se preguntó qué había que decir después de una situación tan explosiva, pero no podía decir nada. Sólo podía pensar en su boca y en lo mucho que había disfrutado besándola.
—Que conste que he dejado de besarte para que pudiéramos respirar —susurró él mientras le pasaba los dedos entre el pelo—. Es posible que seamos opuestos, pero, como te he dicho antes, nos atraemos.
Ella volvió a sentir un estremecimiento por el tono ronco de las palabras y volvió a notar que le ardía la piel. Notaba que le bullía la sangre. El dio un paso atrás con una sonrisa leve y cálida.
—Mucha suerte en la inauguración de mañana —dijo Chase suavemente.
Ella se quedó mirándolo mientras él salía de la tienda y cerraba la puerta.
—Estoy deseando trabajar para usted, señorita Claiborne.
La inauguración había sido un éxito. Cuando la multitud se marchó, pudieron relajarse y tomarse un respiro. Jessica sonrió a la mujer que podía ser su abuela.
—Yo también estoy deseando trabajar con usted, señora Stewart. Le agradezco que me haya ayudado. También le agradecería que me llamara Jessica.
Deseos Irresistibles se había inaugurado oficialmente a las ocho de la mañana. Jessica había tenido mucho trabajo y agradeció que Ellen Stewart llegara a las once para ayudarla con los clientes de la hora de la comida. Sin embargo, a pesar de todo el trabajo, no había podido olvidarse del beso con Chase. Había sido increíble.
Intentó pensar en otra cosa y observó a la señora Stewart, que estaba limpiando el mostrador. Pensó que había sido una gran aportación para la tienda, era buena vendedora y simpática. Además, parecía conocer a todos los que entraban. Era un complemento. Como lo era Chase.
Casi todas las personas que habían comprado algo habían comentado que Chase les había hablado maravillas de sus productos. Detestaba tener que reconocerlo, pero también le debía cierta gratitud, aunque no tenía ningunas ganas de deberle nada.
—Ha sido un detalle por parte de Chase que te mandara clientes. Es un encanto.
Jessica dejó de colocar pasteles en el mostrador y se dio la vuelta.
— ¿Conoces a Chase?
—Claro que lo conozco. Conozco a todos los Westmoreland. Si bien la mayoría de los habitantes de Atlanta son de fuera, todavía quedan algunos oriundos. Conocía a esos chicos Westmoreland y a sus primos cuando estaban en el colegio. Es más, les di clase a casi todos.
Jessica asintió con la cabeza al acordarse de que la señora Stewart le había comentado que se había jubilado de profesora hacía quince años.
—Eran unos niños traviesos, como todos, pero no he conocido a una gente más respetable. ¿Sabías que su hermano Dare es el sheriff de College Park?
—No, no lo sabía...
—Pues lo es, y muy bueno. También está Thorn, que fabrica motocicletas y corre con ellas. Stone escribe libros de éxito. Luego hay un montón de primos. Como Jared, un abogado muy conocido. Ah, no puedo olvidarme de Storm, el hermano gemelo de Chase, aunque no son idénticos.
Jessica arqueó una ceja y le pareció que todo aquello era bastante intrigante.
—Entonces, supongo que también conoces a sus padres.
—Claro —la señora Stewart esbozó una sonrisa—. Los Westmoreland son unas personas maravillosas. También conocí a los abuelos.
— ¿De verdad? —Jessica se apoyó en el mostrador—. Tengo entendido que el abuelo de Chase tuvo un restaurante.
—Sí, como Chase's Place, daba las mejores comidas caseras de la zona. Casi toda la clientela de Scott Westmoreland eran camioneros, pero la gente venía de todos lados a comer sus platos hechos según recetas familiares que se habían transmitido de generación en generación. Creo que Chase usa algunas de esas recetas y las guarda como oro en paño, sobre todo desde que su abuelo descubrió que alguien había desvelado su receta de carne con brécol y alubias pintas.
Jessica tragó saliva.
— ¿Qué pasó? —preguntó inocentemente.
—No estoy segura, pero Scott dijo que su socio, un tal Carlton Graham, había...
—Eso no es verdad. ¡Él nunca habría hecho una cosa así!
La señora Stewart la miró sin entender una defensa tan apasionada.
—Recuerdo que Carlton y Helen se fueron a California para estar cerca de su hija y su nieta —arqueó una ceja—. ¿Es posible que seas pariente de Carlton Graham?
Jessica comprendió que no podía engañarla y asintió con la cabeza.
—Sí, era mi abuelo.
La señora Stewart abrió los ojos como platos.
— ¿Lo sabe Chase?
—No, y no pienso decírselo hasta que pueda demostrar la inocencia de mi abuelo.
—¿Cómo piensas hacerlo?
Jessica se encogió de hombros.
—Voy a indagar durante mi tiempo libre. Alguien robó aquella receta e hizo ver que había sido mi abuelo. Le prometí a mi abuela que limpiaría el nombre de los Graham.
—Podrías preguntarle a Donald Schuster. Su restaurante se quedó con la receta.
— ¿Sigue abierto?
—Sí. Le ha ido muy bien. Habrá un centenar de restaurantes Schuster por todo el país, incluso en California. La gente dice que tienen el mejor guiso de carne con alubias pintas, que algunos dicen que procede de la receta de Westmoreland.
Jessica asintió con la cabeza. Ella misma lo había comido.
— ¿Qué puedes decirme de Chase?
La señora Stewart suspiró.
—Es un buen hombre al que una mujer que conoció en la Universidad le rompió el corazón. Creo que se conocieron en la Universidad de Duke, adonde Chase había ido con una beca de baloncesto. Todo el mundo dice que ella se le pegó como una lapa mientras tenía un futuro prometedor en el baloncesto. Sin embargo, cuando una lesión lo apartó del deporte, ella lo dejó tirado como a una colilla. Desde entonces, nunca ha salido seriamente con una mujer.
Se quedaron en silencio unos instantes, hasta que la señora Stewart volvió a hablar.
—Si me lo permites, me gustaría darte un pequeño consejo.
Jessica asintió con la cabeza.
—Claro.
—No esperes mucho tiempo para decirle a Chase tu relación con Carlton Graham. Será mejor que no lo sepa por otra persona y si empiezas a hacer preguntas, acabará sabiéndolo.
Se acercó un poco más a Jessica e hizo una pausa, como si estuviera buscando las palabras adecuadas.
—Aunque eso pasó hace unos dieciocho años, Scott Westmoreland se sintió muy dolido por lo que consideró una traición. Es más, al poco tiempo, tuvo un ataque al corazón.
Jessica se quedó boquiabierta. No sabía aquello.
— ¿De verdad?
—Sí, aunque no se puede culpar sólo a la tensión por el asunto de la receta. Scott fumaba mucho y estoy segura de que eso también tuvo mucho que ver, sobre todo si tenemos en cuenta que murió de cáncer de pulmón —la mujer suspiró profundamente—. No digo que tu abuelo hiciera lo que dicen los Westmoreland ni que no lo hiciera. Sólo digo que ellos creen que lo hizo. Chase, que adoraba a su abuelo, se tomó el sufrimiento de su abuelo como algo personal y durante años intentó que Schuster reconociera que estaba utilizando la receta de los Westmoreland. Schuster no lo reconoció y como no había ninguna prueba, Chase acabó abandonando su empeño. Sin embargo, dudo mucho que se haya olvidado.
Al poco tiempo, cuando faltaban diez minutos para cerrar, Jessica se encontraba sola en la tienda. Sabía que el primer día había hecho una buena caja. Fue al mostrador para recoger lo que había sobrado. También sabía que alguien del hospital infantil estaría de camino para recogerlo.
No podía dejar de pensar en lo que la señora Stewart le había contado sobre Chase y la chica de la que se había enamorado en la Universidad. Lo peor que podía pasarle a alguien era que lo dejaran tirado cuando ya estaba bastante hundido. Esperaba que al cabo de todos esos años él se hubiera dado cuenta de que había sido para bien.
Ella también había esperado que su madre hubiera comprendido que estaba mejor sin Jeff Claiborne.
Oyó la campanilla de la puerta y se volvió creyendo que sería el enviado del hospital.
Se quedó sin respiración cuando vio a Chase.