Capítulo Seis

—Entonces, ¿se acuerda de las dos camareras que trabajaban con mi abuelo? —le preguntó Jessica a la señora Stewart mientras rellenaba el mostrador de pasteles.

—Claro, Paula Meyers y Darcy Evans. Paula sigue viviendo en College Park y Darcy se mudó a Macón hace unos años para estar más cerca de su familia.

—¿Y qué sabe de Theodore Henry? El cocinero del señor Schuster.

—Sí, también lo conocí. Era un soltero guapo, amable y bastante reservado. Iba poco a la iglesia, pero no molestaba a nadie. Hacía su trabajo y sólo se ocupaba de sus asuntos.

Jessica asintió con la cabeza. Tenía pensado hablar con el señor Henry y Paula Meyers a finales de la semana. Quizá tardara más tiempo en ver a Darcy Evans porque tendría que ir a Macón.

Prefería hablar directamente con todos. Cuando fue abogada aprendió que la comunicación cara a cara era mucho más efectiva que las conversaciones por teléfono.

Unas horas más tarde, la señora Stewart se marchó y ella se quedó sola pensando en la especialidad que haría para el día siguiente. Sin embargo, sólo podía pensar en Chase. No podía quitarse de la cabeza el placer que sentía al besarlo. Recordaba claramente el delicado y poderoso movimiento de su lengua dentro de su boca y sobre sus labios. Tenía la capacidad de derribar cada muro que ella levantaba y eso era un problema.

Miró el reloj. Todavía le quedaba una hora. Cuando Donna, la camarera del restaurante de Chase, había pasado por allí para comprar unos pasteles de chocolate, había dicho que él tenía que marcharse inesperadamente a Knoxville porque había tenido un problema con los suministros y que no volvería hasta el miércoles. Ella recibió la noticia encogiéndose de hombros y con la esperanza de que eso indicara indiferencia, lo cual no era verdad. ¿Cómo iba a sentir indiferencia si ya estaba echándolo de menos?

Iban a cenar en el restaurante de él, después de cerrarlo, para celebrar que se conocían desde hacía una semana. El sólo quería pasar un rato agradable con una mujer por amistad y nada más. Era verdad que se habían dado unos cuantos besos, pero su relación se basaba en la amistad, aunque también pudiera desmoronarse cuando él se enterara de quién era ella.

Suspiró al oír el teléfono y lo descolgó.

—Deseos Irresistibles, dígame...

—Sí, estoy contestando a una llamada de Jessica Graham. Soy Paula Meyers.

—Señora Meyers... —Jessica sonrió—. Gracias por llamarme.

— ¿Seguro que no quieres nada más, Chase?

Chase levantó la mirada de la factura. Estaba deseando largarse de Knoxville y volver a su casa, pero parecía que la hija de Sam Nesbitt volvía al ataque. Storm había salido algunas veces con Cyndi, pero como él ya estaba casado, ella, evidentemente, había dirigido su atención hacia el hermano soltero.

—Completamente seguro. Parece que todo está bien.

—Yo lo aseguraría rotundamente... —replicó ella mientras lo miraba de arriba abajo y se pasaba la lengua por los labios.

El no sintió absolutamente nada. Si hubieran sido los labios de Jessica, no habría podido contener una oleada de anhelo.

—Estoy a punto de cerrar la tienda, Chase. Conozco un sitio adonde podemos ir para pasar el rato...

Chase arqueó una ceja. Storm ya le había comentado que Cyndi no se andaba con rodeos. La miró y supo que ella podría cumplir con su oferta de «pasar el rato», pero a él no le interesaba. La única mujer que le interesaba estaba en Atlanta.

—Gracias por la oferta —replicó él con una sonrisa—, pero todavía tengo que hacer algunas cosas antes de volver mañana a Atlanta. Dile a tu padre que he sentido no verlo.

—Claro, se lo diré —concluyó ella con un gesto de decepción.

Chase volvió a su hotel, se duchó y se tumbó en la cama. Jessica apareció en sus pensamientos y él notó que le bullía la sangre. No había conocido a nadie como ella. Sabía que no debería pensar tanto en ella, pero no podía evitarlo. Sólo era una atracción sexual fruto de seis meses de abstinencia, pero Jessica tenía algo que le impedía desear a otra mujer que no fuera ella.

Se irguió y agarró la tarjeta de Deseos Irresistibles que le había dado Jessica. Agarró el teléfono y empezó a marcar el número. Miró la hora. Eran casi las ocho y esperó no molestarla.

— ¿Dígame?

Él dejó escapar un suspiro al oír su suave voz. Notó que la sangre se le convertía en lava ardiente y se dejó caer contra la almohada.

—Hola, Jessica. Soy Chase.

Jessica se acurrucó en la cama y las entrañas le abrasaron. Tomó aire. La voz de Chase la alteraba.

—Chase, ¿qué tal?

—Mucho mejor desde que estoy hablando contigo.

Jessica notó un estremecimiento al oír aquellas palabras. Chase sabía cómo derrumbar las defensas de una mujer.

—Esta mañana he tenido que irme inesperadamente a Knoxville. He tenido un problema con mis proveedores y no me ha quedado más remedio que presentarme para arreglarlo.

—Tengo entendido que Knoxville es una ciudad muy bonita —comentó Jessica.

—Lo es. Compruebo que nunca has estado aquí...

—No, nunca he ido —Jessica sonrió.

—Entonces, tendré que invitarte a que vengas conmigo la próxima vez.

Chase susurró las palabras con un tono grave y ronco. Parecía como si su aliento pudiera recorrer el hilo telefónico para acariciarla cálidamente.

—Me encantaría.

La situación volvía a dispararse.

— ¿Qué tal tu día? —le preguntó él.

Ella no quería pensar en la reunión que había tenido esa tarde con Paula Meyers. La buena mujer no había podido aclararle quién había pasado las recetas al cocinero de Schuster. La tarde siguiente, Jessica iría a Macón para encontrarse con Darcy Evans, pero ésta no había mostrado mucho entusiasmo por la visita.

—Muy bien. La cosa va viento en popa. He firmado otro contrato para suministrar la pastelería a un hotel de la zona.

—Parece que te va bien, pero yo ya sabía que te iría bien.

—Gracias. Entonces, ¿cuándo volverás?

—El miércoles. No te habrás olvidado de la cena, ¿verdad?

Ella tomó aliento para no decirle que no había pensado en otra cosa. Ni siquiera el decepcionante encuentro con Paula Meyers había empañado sus pensamientos de cenar el miércoles con Chase.

—No me he olvidado. Me apetece mucho.

—A mí también. Seguro que has tenido un día muy atareado y tienes que descansar. Buenas noches, Jessica —añadió él al cabo de unos instantes.

A ella le espantó tener que acabar la conversación.

—Buenas noches, Chase y gracias por la llamada.

Jessica colgó y se pasó la yema de los dedos por los labios mientras se acordaba de cuando la lengua de Chase había hecho lo mismo. El recuerdo hizo que se excitara. Podía oír la lluvia que golpeaba contra el tejado. Ahuecó la almohada segura de que en cuanto cerrara los ojos, los recuerdos de Chase la consumirían, incluso en sueños.

Jessica podía notar que Darcy Evans estaba ocultándole algo. Era una mujer de treinta y tantos años que le había dicho que había accedido a hablar con ella por el respeto que sentía hacia el abuelo de Jessica. Hacía dieciocho, ella era una madre soltera de diecisiete años que necesitaba un trabajo y Carlton Graham habló con Scott Westmoreland para que la contratara como camarera. Ella no se quedó mucho tiempo después de que Scott y Carlton se separaran.

— ¿Así que no sabe cómo fueron a parar las recetas de Westmoreland a manos del cocinero de Schuster?

Jessica observó la expresión de la mujer, que estaba con la cadera apoyada en la puerta.

— ¿Cómo iba a saberlo? Yo sólo era una camarera.

— ¿Fue camarera durante algunos meses? —le preguntó Jessica sin dejar de mirarla.

—Cuatro meses, para ser más exactos.

— ¿Y durante ese tiempo nunca trabajó en la cocina?

— ¿De qué está acusándome? —los ojos de la mujer echaban chispas.

—No la acuso de nada —Jessica suspiró—. Sólo intento encontrar la solución a un rompecabezas.

— ¿Qué le importa? —la mujer levantó la cabeza—. Scott Westmoreland y Carlton Graham están muertos. ¿Qué importa lo que pasara con las recetas?

—Aunque hayan fallecido, sus descendientes merecen saber la verdad y hasta entonces, la honradez de mi abuelo estará en entredicho. Eso es injusto. Me he propuesto demostrar que no es culpable de ningún acto inmoral.

Jessica notó que la otra mujer miraba alrededor del apartamento para no encontrarse con sus ojos.

—Su abuelo era un buen hombre.

—Sí, yo también lo creo —Jessica sonrió—, pero murió sabiendo que había una mancha en su historial y eso le disgustaba. Sólo le pido que si recuerda algo que pueda ayudarme a limpiar su nombre, por favor, me lo diga.

—No recuerdo nada —replicó Darcy Evans demasiado rápidamente.

Chase miró alrededor. Su despacho se había transformado en algo que casi no reconocía. Cuando estaba en la cocina preparando la cena que iba a ofrecer a Jessica, le había dado instrucciones a Donna sobre cómo quería que lo preparara todo y su eficiente camarera se lo había tomado muy en serio. Estaba contento con el comedor que había organizado, pero las flores, las velas y la chimenea... Era imposible no pensar en la seducción. Desearía besarla, llevarla al pequeño apartamento que tenía arriba y desvestirla. Podría acariciarle los pechos, el vientre, los muslos y, naturalmente, esa zona entre las piernas que tanto anhelaba. Notó una punzada de deseo en las entrañas. Quería hacer algo más que acariciarla. Quería devorarla y ver cómo se le empañaban los ojos con todo el placer que él necesitaba entregarle mientras ella separaba las piernas y la lengua de él...

— ¿Encuentras todo a tu gusto, jefe?

Chase dejó a un lado sus pensamientos y se volvió para mirar a Donna.

—Te has pasado un poco, ¿no?

—Bueno... —la camarera se rió—. Si tenemos en cuenta cómo fueron las cosas la primera vez que Jessica Claiborne puso un pie en tu despacho, supuse que necesitarías toda la ayuda que yo pudiera ofrecerte y me imagino que a ella le gustará que le den de beber y comer como a todas nosotras...

Chase asintió con la cabeza y miró a la mujer que había contratado hacía seis meses. Donna se había convertido en alguien en quien podía confiar. Aunque no sabía mucho de su vida personal, que ella protegía mucho, sí sabía que tenía veintitrés años y que iba a una escuela nocturna para sacarse un título en administración de empresas.

Unas horas después, cuando Chase ya estaba solo, notó que sus instintos más primitivos se adueñaban de él. No había visto a Jessica desde el domingo y aunque había hablado con ella el lunes por la noche desde Knoxville, se había convencido para no llamarla el martes. También se había convencido de que el deseo que sentía por ella era natural y que tendría que pasar por alto el anhelo que se apoderaba de sus entrañas cuando estaba cerca de ella. Esa noche los dos celebrarían que se conocían desde hacía una semana, aunque no quería dar demasiada importancia a que nunca hubiera conmemorado estar una semana con ninguna mujer.

Suspiró de impaciencia por volver a verla, por besarla, por hablar con ella... frunció el ceño y se preguntó qué estaba pasándole. No pudo pensarlo mucho porque llamaron a la puerta.

Chase abrió la puerta y se quedó clavado mirando a la mujer que tenía enfrente. Llevaba una falda y una blusa que habrían parecido muy normales en otra mujer. A ella le resaltaban unos pechos abundantes, una cintura estrecha y unas caderas redondeadas. Bajó la mirada para observar las tentadoras piernas que dejaba ver la corta falda. Su aroma, especiado y seductor, también estimuló algo en su interior. Como si necesitara más estímulos...

No dijo nada y ella se pasó nerviosamente la lengua por el labio inferior. Una lujuria pura y arrebatadora lo dominó sin compasión.

—Espero no haber llegado demasiado pronto, Chase —dijo ella con suavidad.

Él le miró la boca.

—No, has llegado justo a tiempo.

Chase se apartó para que ella pasara y luego cerró la puerta. La tensión sexual casi podía sentirse físicamente y la necesidad de tomarla entre sus brazos y abrazarla lo abrumaba.

—He pensado contribuir con el postre —Jessica le dio una caja—. Es tarta de queso con chocolate.

—Gracias.

Chase notó que perdía el control. Dejó la tarta sobre una mesa y la abrazó. En cuanto los labios de ambos se encontraron, Chase supo que besarla se había convertido en una adicción. Tendría que ser ilegal que la boca de una mujer fuera tan sabrosa y capaz de despertar su apetito sexual. Hasta entonces no había sabido cuánto necesitaba aquello. Necesitaba su lengua, sentir los pechos de ella contra él y oír sus gemidos cuando la besaba. Además, el cuerpo de Jessica se ceñía perfectamente a su vientre y tomaba entre los muslos su erección.

Si no detenía aquel disparate, la tomaría allí mismo. Lentamente, contra su voluntad, Chase levantó la cabeza y casi se abrasó con la ardiente mirada de ella.

—He pensado que sería mejor cenar en mi despacho —susurró él casi sin despegar los labios de la boca anhelante de ella—. Así, nadie verá las luces y pensará que el restaurante está abierto.

—Me parece bien.

Chase volvió a notar una punzada apremiante en las entrañas y tomó aire para no fijarse en la boca de ella. Intentó recuperarse, agarró la caja de la tarta y la acompañó por el vestíbulo con una mano en el centro de su espalda. No dijeron nada. Cuando llegaron a la puerta del despacho, él la abrió y la observó mientras ella entraba.

Ella se fijó inmediatamente en la mesa puesta para dos, en la chimenea, en las flores y en las velas. No dijo nada y se dio la vuelta lentamente. Su mirada era acariciadora y no aplacó el deseo de él sino que lo excitó.

—No hacía falta que te tomaras tantas molestias, Chase —susurró ella con una leve sonrisa.

Él se acercó a ella, dejó la caja sobre la mesa de despacho y apretó los puños para evitar la tentación de volver a abrazarla.

En ese ambiente, ella estaba más sexy que nunca. Haberla besado sólo había complicado las cosas.

—Espero que te guste la cena. Es una receta secreta de los Westmoreland de pollo relleno.

Jessica tragó saliva. No tenía ningunas ganas de oír hablar de las recetas secretas de los Westmoreland.

— ¿Está bueno?

—Tú decidirás —Chase se rió mientras separaba una silla para que ella se sentara—. Te serviré.

Jessica se sentó y lo miró mientras él servía el plato con destreza. Hasta ese momento no se había dado cuenta de lo mucho que lo había echado de menos durante esos días. Tampoco se había dado cuenta de lo mucho que había necesitado que la besara. Tenía una belleza morena y sofisticada y, además, ella percibía algo indomable en él.

—Al ataque —propuso él mientras se sentaba.

Durante la cena hablaron de muchas cosas. Él incluso le dio algunos consejos para promocionar su negocio en Internet. Luego, disfrutaron con la tarta que había llevado ella.

— ¿Te ha gustado la cena? —le preguntó Chase cuando ya estaban sentados delante de la chimenea con una copa de vino.

—Me ha encantado —Jessica sonrió—. El pollo relleno estaba delicioso —echó una ojeada alrededor—. Me ha encantado todo, pero me preguntaba...

Jessica dudó y no terminó la frase.

— ¿Qué te preguntabas?

Ella se mordió nerviosamente el labio inferior.

—Me ha parecido que quizá fuera un poco excesivo para dos personas que han decidido ser amigos y nada más.

Chase se había agachado para echar otro tronco a la chimenea. Arqueó una ceja y miró a Jessica.

— ¿Cuándo hemos decidido eso? Dijimos que las cosas iban demasiado deprisa y que había que tomárselas con más calma. También acordamos tomarnos algo de tiempo para conocernos mejor. Pero no recuerdo que dijéramos que sólo íbamos a ser amigos. Es más, espero lo contrario. No quiero ser sólo tu amigo.

Chase la miró detenidamente mientras se levantaba y se fijó en cada matiz de su expresión mientras ella asimilaba lo que él había dicho.

— ¿Qué quieres decir? —susurró ella.

Él suspiró porque sabía que sólo podía decirle la verdad. Quería ser su amante y no su amigo.

Normalmente, él no se precipitaba tanto con una mujer, pero con Jessica no podía hacer otra cosa.

—Ya hemos comentado la atracción que sentimos el uno por el otro, pero me parece que hay un problema más profundo.

— ¿Cuál? —le preguntó ella con el ceño fruncido.

—Te deseo, Jessica —respondió él en tono serio—. Además, creo que tú también me deseas. Podemos hacer muchas cosas para intentar cerrar los ojos ante esa evidencia, pero el resultado final será el mismo.

— ¿El resultado final? —preguntó ella con una ceja arqueada.

—Sí.

— ¿Cuál será?

—Seremos amantes. Quizá no sea esta noche, pero lo será otra cualquiera. La atracción es demasiado fuerte. No voy a obligarte ni a engañarte, pero haré todo lo posible por seducirte.

Las palabras de Chase retumbaron en la cabeza de Jessica y le despertaron el deseo, aunque ella no quisiera que lo hicieran. Hicieron algo más que eso, encendieron algo primitivo. Ella se volvió para mirar hacia las llamas de la chimenea, pero parecían apagadas en comparación con el fuego abrasador que sentía en el vientre.

Durante dos días había intentado concentrarse en descubrir cómo el cocinero de Schuster se había hecho con las recetas de los Westmoreland, pero Chase había estado siempre en lo más profundo de sus pensamientos.

Vio que él se acercaba y se ponía detrás de ella. También olió su aroma masculino y supo que lo que él había dicho era verdad. Sin embargo, si tenía en cuenta la historia de las dos familias, una aventura con él no era nada aconsejable. Aunque él tenía razón, antes o después se acostarían juntos. A ella no le gustaba el sexo, pero sabía que las cosas serían distintas con Chase. Él ya había conseguido que ella cambiara de opinión respecto a los besos.

—Jessica...

Chase susurró su nombre justo antes de agarrarla y darle la vuelta delicadamente. La miró con unos ojos penetrantes y derrumbó todas sus defensas. Durante muchísimo tiempo había sido una mujer independiente que no había dejado ningún aspecto de su vida en manos de un hombre. Sin embargo, no había conocido las manos de Chase Westmoreland.

La verdad era que quería que las manos de Chase la abrazaran, la estrecharan contra él, le acariciaran todo el cuerpo y le dieran todo el placer que ella había soñado que le daban la noche anterior. Sólo de pensarlo se le alteraba el pulso, se le entrecortaba la respiración y sentía un calor abrasador entre las piernas.

Tomó aliento al darse cuenta de que aquello era algo más que lujuria, pero por el momento no quería definirlo.

Hizo un esfuerzo para no dejarse dominar por la necesidad de ser sensata y para dejarse arrastrar por el deseo. Alargó los brazos y rodeó con ellos el cuello de Chase mientras se estrechaba contra el sólido cuerpo de él. Notó la erección contra el vientre y se entregó al anhelo que había intentado controlar desde la primera vez que lo vio.

—Chase...

— ¿Sí?

—Sedúceme.