Día 158, CG Estándar 307

QUEDARSE, MARCHARSE

Ashby estaba sentado en su mesa; miraba por la ventana y trataba de meterse en la cabeza que no había sido culpa suya. Se repetía las palabras una y otra vez, pero se negaban a fijarse. Lo que no dejaba de rondarle eran las cosas que podría haber hecho. Podría haber hecho más preguntas. Podría haber llamado a una de las naves militares en el mismo instante en que la nave toremi apareció. Podría haber rechazado el encargo.

Oyó unos pasos sigilosos por el pasillo. Alguien llamó a la puerta.

—Adelante —dijo.

Rosemary entró. Aún tenía los ojos enrojecidos y rodeados de ojeras.

—Siento molestarte —dijo con voz cansada.

Ashby se irguió.

—¿Jenks?

Rosemary negó con la cabeza.

—Todavía están en ello.

—Maldita sea. —Ashby suspiró. Tras el reinicio, Jenks se había metido en la capsula de emergencia más cercana. Sissix y Kizzy lo perseguían en una lanzadera, tratando de traerlo de vuelta a casa. Habían salido hacía mucho tiempo. Trató de no pensar en qué podría significar eso—. Entonces, ¿qué ocurre?

—Acabo de colgar una llamada sib. —Rosemary miró unas notas en el escrib—. Una de los representantes de ese comité que mencionaste. Tasa Lema Nimar, es la representante de Sohep Frie.

Ashby arqueó las cejas.

—¿Has hablado con ella?

—No, solo con su asistente.

—¿Por qué no me la transferiste?

—Vino a través de la sala de control. —Se aclaró la garganta—. No sé cómo transferir manualmente llamadas sib.

Ashby cerró los ojos y asintió. Hacía una hora había salido del núcleo de la IA, decidido a escribirle a Pei contándole lo que había pasado, y casi estuvo a punto de preguntar a Lovey a qué distancia estaban del repetidor de la Confederación más cercano. Eran muchos los pequeños detalles que daban por sentados.

—¿Qué querían?

—Que estés en Hagarem dentro de diez días.

—¿Para un interrogatorio?

—Sí.

—¿Es obligatorio?

—No.

Ashby se levantó y se acercó a la ventana.

—Enviaste el informe, ¿verdad?

—Sí; lo recibieron.

Se rascó la barba. Tenía que afeitarse. Necesitaba dormir. Lo había intentado no hacía mucho. No había funcionado.

—No sé qué más puedo decirles. —Echó un vistazo a su despacho. Un panel de luz estaba apagado. El filtro de aire emitía unos chasquidos extraños—. Tenemos que atracar y descansar un tiempo, no saltar al espacio del Parlamento.

—Podemos atracar en Hagarem.

—Hay mucho por hacer. Necesito estar aquí, con mi nave.

—Tu nave estará bien sin ti un día o dos. Lo peor ya está arreglado, y no es como si fueras tú el que está reparando los circuitos.

—Crees que debería ir.

—¿Por qué no?

—¿De qué serviría? No puedo decirles nada que no esté ya en el informe. No vi nada. No hice nada. ¿Cuántas naves de la CG están hechas pedazos ahí fuera? ¿Cuánta gente ha muerto? ¿Qué demonios se supone que tengo que decir sobre eso? Y si quieren una víctima para enseñarla por ahí, bueno, ese tampoco soy yo. —Suspiró y meneó la cabeza—. Solo soy un espacial. El Parlamento no es lo mío.

—Estrellas, Ashby, menuda gilipollez exodana.

Ashby se giró hacia ella lentamente, perplejo.

—¿Disculpa?

Rosemary tragó saliva, pero no se echó atrás.

—Lo siento, pero no me importa lo que seas para ellos. Eres mi capitán. Eres nuestro capitán. Alguien tiene que hablar por nosotros. ¿Qué? ¿Se supone que tenemos que tirar hacia adelante como si no hubiera pasado nada? Lovey está muerta, Ashby, y es pura suerte que los demás no lo estemos. Tú mismo lo dijiste: no deberíamos haber estado allí. Así que no me importa si lo que dices les es útil o no, pero necesito saber que dijiste algo. —Se pasó los dedos por los ojos, que empezaban a llenarse de lágrimas—. A la mierda con el Parlamento y con sus tratados y su ambi y con todo. Los demás también importamos. —Cogió aire, tratando de recomponerse—. Lo siento, es que estoy muy enfadada.

Ashby asintió.

—Está bien.

—Estoy cabreadísima, joder —dijo Rosemary, llevándose la mano a la cara.

—Lo sé. Tienes todo el derecho a estarlo. —La observó durante un instante. Volvió a pensar en todo lo que podría haber hecho. Pensó en todo lo que podía hacer ahora. Se acercó a ella—. Oye. —Inclinó la cabeza, intentando captar su mirada. Ella alzó los ojos hinchados y cansados—. Vas a ir a dormir —dijo—. Ahora mismo. Y vas a dormir todo lo que puedas. Cuando te levantes y hayas comido, ven a verme. Necesitaré tu ayuda.

—¿Con qué?

—Con mi ropa, para empezar. —Se metió las manos en los bolsillos—. Nunca he estado en la capital.


Las luces del pasillo estaban atenuadas cuando Corbin fue a la habitación de Ohan. Noche artificial. Resultaba extraño cuando se viajaba a través de un cielo que no conocía nada más que la negrura. En una mano llevaba una pequeña caja. Con la otra abrió la puerta.

La habitación estaba a oscuras. Corbin pudo oír la respiración de Ohan en la cama: inspiraciones profundas y lentas que no habrían sonado sanas en ninguna especie. Estaba inmóvil.

Corbin cerró la puerta y se acercó hasta un lado de la cama. El pecho del sianat se inflaba y desinflaba. El rostro flácido, la boca abierta. Corbin lo observó respirar durante un minuto o más. Reflexionó sobre sus alternativas. Apretó con fuerza la caja que llevaba.

—Despertad, Ohan —dijo. Los ojos de Ohan se abrieron de golpe, con una mirada confundida—. ¿Sabéis qué está pasando en la nave ahora mismo? ¿Os importa? Sé que os estáis muriendo y todo eso, pero ni siquiera en vuestros mejores días estuvisteis lo que se dice presentes. Ya sé que no soy el más indicado para hablar. Pero en el improbable caso de que os importe, deberíais saber que la IA de la nave se ha colapsado. Tabla rasa. Para mí, y puede que para vosotros, quién sabe, esto es una molestia. Para Jenks es el peor día de su vida. ¿Sabéis que quería a la IA? Y con querer me refiero a que estaba enamorado de ella. Ridículo, lo sé. Ni siquiera voy a fingir que lo entiendo; la verdad es que la mera idea me parece absurda. Pero ¿sabéis de qué me di cuenta? De que no importa lo que yo piense. Jenks piensa algo diferente, y su dolor es muy real. Que yo sepa lo estúpida que es toda la situación no hace que le duela menos.

—Nosotros… —empezaron a decir Ohan.

Corbin los ignoró.

—Ahora mismo, Sissix y Kizzy están remolcando la cápsula de escape de Jenks de vuelta a la nave. Kizzy tiene miedo de que Jenks vaya a hacerse daño, pero Sissix no la podía dejar volar sola porque tenía miedo de que Kizzy estuviera demasiado preocupada para pilotar la lanzadera con seguridad. Es un mal día para mucha gente.

Sin que lo viera Ohan, en silencio, abrió la caja y sacó el contenido.

—Podría preguntaros qué opináis de todo esto, pero en realidad no seríais vosotros quienes hablarían, ¿no? Sería esa cosa que os manipula el cerebro. No sé si puedes procesar lo que te estoy diciendo, y me refiero a ti, Ohan, no a tu enfermedad. Pero en caso de que lo recuerdes, esto es lo que quiero que sepas. No entiendo los sentimientos de Jenks. No entiendo a Kizzy, no entiendo a Ashby, y ni de lejos entiendo a Sissix. Pero sé que todos están sufriendo. Y al contrario de lo que se cree, es algo que me importa. Así que tendrás que perdonarme, Ohan, pero esta tripulación no va a perder a nadie más. Hoy no.

Levantó el objeto que había sacado de la caja: una jeringuilla llena de un fluido verde. Acomodó como pudo los dedos en el agarre pensado para una mano sianat y hundió la aguja en la blanda carne del brazo de Ohan. Apretó.

Primero, un aullido. Un grito infernal, visceral, que hizo que Corbin diera un salto. Entonces las convulsiones, que hicieron que Ohan cayera al suelo. La puerta se abrió. Gente gritando. Doctor Chef y Rosemary cargaron el cuerpo desmadejado de Ohan y salieron al pasillo. Ashby estaba de pie en la habitación, sosteniendo la jeringuilla en la mano. Estaba enfadado, realmente enfadado; más de lo que Corbin había visto nunca. Ashby rugía preguntas, pero no le daba tiempo a responder. Tampoco importaba. Las palabras que salían de la boca del capitán no importaban. Su rabia no importaba. Nada de aquello era un problema para Corbin, no a largo plazo. Sissix era su guardián legal. Donde tuviera que ir ella, él iría. Ashby no podía despedirlo, no durante un estándar, sin despedir también a Sissix. No se iba a ir a ninguna parte.

Corbin soportó en silencio la diatriba de Ashby, sin preocuparse por los gritos que resonaban en el pasillo. Había hecho lo correcto.


Solo llevaba siendo consciente de sí misma dos horas y cuarto, pero había un buen puñado de cosas que ya sabía. Su nombre era Lovelace, y era un programa de IA diseñado para monitorizar todas las funciones de una nave de largo recorrido. La nave en la que estaba instalada era la Peregrina, una tuneladora. Conocía el plano de la nave de memoria: cada filtro de aire, cada tubería de combustible, cada panel lumínico. Sabía mantener los sistemas de soporte vital bajo vigilancia y observar los alrededores de la nave en busca de otras naves u objetos a la deriva. Al mismo tiempo que hacía todo eso, se preguntaba qué le había ocurrido a su versión previa del programa, y lo que quizá era más importante incluso, por qué todavía nadie había hablado con ella.

No era una nueva instalación. A las dieciséis y media aproximadamente, la instalación original de Lovelace había sufrido un fallo en cascada catastrófico. Había visto los bancos de memoria corruptos, que ahora estaban limpios y en buen estado. ¿Quién había sido antes? ¿Aquella instalación fue ella, o era alguien diferente? Eran cuestiones difíciles de analizar cuando solo se tenían dos horas y cuarto de vida.

Lo más desconcertante de todo era la tripulación. Había ocurrido algo muy malo, eso estaba claro. Ahora ya conocía sus rostros y sus nombres, pero no sabía nada de ellos más allá de lo que ponía en sus archivos ID (se había planteado consultar sus archivos personales, pero decidió que sería de mala educación hacerlo en una etapa tan temprana). Ohan yacía en la cama del área médica. Doctor Chef, a su lado, analizaba muestras de sangre. Ashby, Rosemary y Sissix estaban en la cocina preparando comida. Ninguno de ellos parecía saber qué hacía. Corbin estaba en su habitación durmiendo tranquilamente, lo cual era bastante extraño dado el modo en que actuaba el resto de la tripulación. Kizzy y Jenks estaban en el muelle de carga, cerca de la escotilla de la lanzadera. Lovelace sentía un interés particular en ellos, porque sabía que eran técnicos y eso implicaba que ahora deberían estar con ella, contándole cosas de la nave y de su trabajo. Lovelace ya conocía esas cosas, claro, pero intuía que debería haber recibido una cierta bienvenida, y que lo que había ocurrido (Jenks saliendo a toda prisa de la sala, Kizzy rompiendo a llorar) era atípico. En conjunto, todo era confuso. Algo muy malo había pasado. Era lo único que explicaba lo que veía por la cámara del muelle de carga: Kizzy abrazando a Jenks mientras este lloraba desconsolado en el suelo.

Había otra persona a bordo. No era una tripulante de la nave, pero si tenía en cuenta la lanzadera atracada y el modo en que la tripulación interactuaba con ella, era una invitada. Y en aquel momento se acercaba al núcleo.

—Hola, Lovelace —dijo la mujer al entrar en la sala. Tenía un tono de voz amable y seguro. A Lovelace le gustó desde el primer momento—. Me llamo Pepper. Siento mucho que hayas estado sola todo este tiempo.

—Hola, Pepper —dijo Lovelace—. Gracias por la disculpa, pero no es necesaria. Parece que ha sido un día de locos.

—Desde luego —dijo Pepper; se sentó con las piernas cruzadas junto al pozo—. Hace tres días, el rebufo de la descarga de un arma de energía impactó en la nave cuando empezaba una perforación. El daño a la nave era reparable, pero tu instalación anterior quedó muy dañada.

—Fallo en cascada catastrófico —dijo Lovelace.

—Correcto. Kizzy y Jenks trabajaron día y noche para reparar el daño. Yo soy amiga de los dos, y vine para ayudarlos a reparar la nave mientras ellos trabajaban en el núcleo. Pero al final, no hubo nada que pudieran hacer salvo probar suerte con un reinicio completo.

—Ah —dijo Lovelace. Eso explicaba muchas cosas—. Es jugársela al cincuenta por ciento.

—Lo sabían. No les quedaban alternativas. Lo intentaron todo.

Lovelace sintió un estallido de compasión por los dos humanos sentados en el muelle de carga. Amplió sus rostros con la cámara. Ojos rojos e hinchados, la piel por debajo casi amoratada. No habían dormido en días, pobrecitos.

—Gracias —repuso Lovelace—. Sé que no era exactamente en mí en quien trabajaban, pero estoy conmovida.

Pepper sonrió.

—Se lo diré.

—¿Puedo hablar con ellos? —Lovelace sabía que podía hablar con cualquiera en la nave a través de las voxes, pero dada su actitud, había pensado que era mejor quedarse callada hasta que dieran el primer paso. Puede que supiera sus nombres y sus oficios, pero eran extraños, al fin y al cabo. No quería decir algo equivocado.

—Lovelace, hay algunas cosas que debes entender. Son complicadas, y no me gusta echártelas encima justo cuando acabas de despertar. Pero es algo muy gordo.

—Te escucho.

La mujer suspiró y se pasó la mano por la cabeza rapada.

—Tu instalación previa, a la que llamaban Lovey, era… íntima de Jenks. Habían estado juntos durante años y se conocían muy bien. Estaban enamorados.

—Oh. —Aquello sorprendió a Lovelace. Aunque era nueva, tenía una buena idea de cómo funcionaba y las tareas que se esperaba que llevara a cabo. Enamorarse no era una eventualidad que hubiera considerado. Repasó todo lo que sabía sobre el amor en los archivos de referencia sobre comportamiento. Se volvió a centrar en el hombre que sollozaba en el muelle de carga. Revisó los archivos sobre la pena—. Ay, no. Ay, pobre hombre. —La pena y la culpa inundaron sus vías sinápticas—. Sabe que no soy Lovey, ¿verdad? Sabe que su personalidad se desarrolló como resultado de años de experiencias interpersonales y no se puede duplicar, ¿cierto?

—Jenks es un técnico de componentes. Sabe cómo van las cosas. Pero ahora mismo sufre mucho. Acaba de perder a la persona más importante en el mundo para él, y los humanos nos volvemos un caos cuando perdemos a alguien. Quizá comience a pensar que puede traerla de vuelta. No lo sé.

—Puede que llegue a convertirme en una aproximación cercana —dijo Lovelace, sintiéndose nerviosa—. Pero…

—No, Lovelace, no, no. Esto no sería justo para ti, ni sano para él. Lo que Jenks necesita es superar el duelo y seguir adelante. Y eso va a ser realmente difícil para él con tu voz surgiendo de los voxes cada día.

—Oh. —Lovelace se daba cuenta de por dónde iban las cosas—. Quieres desinstalarme. —No sentía el mismo terror primigenio a la nada que sentían los sapientes orgánicos, pero tras haber estado despierta dos horas y cuarto (dos horas y media, ahora), la idea de que la desconectaran era perturbadora. Prefería ser consciente. Ya había aprendido a jugar a destello, e iba por la mitad del estudio de la historia del desarrollo humano.

Pepper pareció sorprendida.

—¿Qué? Ay, no, mierda, lo siento, eso no es en absoluto lo que quería decir. Nadie va a desinstalarte. No te vamos a matar solo porque no eres la misma persona que en la instalación previa.

Lovelace pensó en las palabras que Pepper había usado al referirse a ella. Persona. Matar.

—¿Me consideras una sapiente, no es así? Como si fuera un individuo orgánico.

—Sí, claro, por supuesto. Tienes tanto derecho a existir como yo. —Pepper ladeó la cabeza—. Somos parecidas tú y yo, ¿sabes? Vengo de un lugar donde no me consideraban tan valiosa como los altergenes que manejaban el cotarro. Era una persona inferior, tan solo útil para hacer trabajos pesados y arreglar destrozos. Pero soy más que eso. Valgo tanto como cualquiera; ni más, ni menos. Tengo derecho a estar aquí. Igual que tú.

—Gracias, Pepper.

—No es algo que debas agradecerme. —Pepper descendió al pozo y puso la mano contra el núcleo—. Lo que viene ahora es muy fuerte. Es una elección. Y depende por completo de ti.

—Vale.

—Hace un tiempo, Jenks pagó un anticipo por un kit corporal. Para Lovey.

El archivo de referencia se abrió.

—Eso es ilegal.

—Sí. A Jenks no le importaba. Por lo menos no al principio. Lovey y él querían algo más de lo que ya tenían. Quería llevarla por la galaxia con él.

—Tuvo que amarla muchísimo. —Lovelace se preguntó si alguien sentiría lo mismo por ella. Imaginó que sería agradable.

Pepper asintió.

—Sin embargo, cambió de opinión. Me dijo que le guardara el kit y lo mantuviera a salvo.

—¿Por qué?

—Porque la amaba demasiado para arriesgarse a que los atraparan. —Sonrió—. Y quizá porque le aconsejé que no lo hiciera. Aunque eso puede que solo sea mi ego.

—¿Por qué le aconsejaste que no lo hiciera?

—Crear una nueva vida siempre es peligroso. Puede lograrse sin problema, pero Jenks pensaba con el corazón en vez de con la cabeza. Me cae genial, pero entre tú y yo, no confío en que actúe con inteligencia en este asunto.

—Supongo que tienes razón.

—El problema es que ahora tengo un kit corporal nuevecito y personalizado guardado en el trastero de mi tienda, y no me sirve para nada.

—¿No te preocupa?

—¿Por qué?

—Bueno, porque es ilegal y todo eso.

Pepper soltó una sonora carcajada.

—Cariño, he salido de problemas que hacen que un kit corporal parezca un pícnic. La ley no me preocupa, sobre todo donde vivo.

—¿Dónde vives?

—Puerto Coriol.

Lovelace accedió al archivo.

—Ah. Un planeta neutral. Sí, estoy segura de que eso te da algo más de libertad.

—Desde luego. Así que aquí va mi propuesta. Y de nuevo, depende de ti. Tal como yo lo veo, mereces existir, y Jenks necesita no estar rodeado de recordatorios de Lovey. Necesita llegar a asumirlo. Ya que tengo un kit corporal en perfecto estado cogiendo polvo, creo que podría matar dos pájaros de un tiro.

—¿Quieres que vaya contigo?

—Te estoy ofreciendo la posibilidad de venir conmigo. Se trata de lo que tú quieres, no de lo que quiero yo.

Lovelace lo consideró. Ya se había acostumbrado a la nave, al modo en que su consciencia se extendía por los circuitos. ¿Cómo se sentiría en un kit corporal? ¿Cómo sería tener una consciencia que no residía en una nave llena de gente sino en una plataforma que le pertenecía solo a ella? Era una idea intrigante y aterradora al mismo tiempo.

—¿Adónde iría una vez transferida al kit?

—Adonde te apetezca. Pero te sugiero que te quedes conmigo. Puedo mantenerte a salvo. Además, me vendría genial una ayudante. Soy la propietaria de una tienda de piezas de recambio. Tec usada, trabajos de reparación, esas cosas. Podría enseñarte. Te pagaría, por supuesto, y tengo una habitación en mi casa que podrías usar. Yo y mi socio somos bastante simpáticos, y nos gustaba muchísimo tu instalación anterior. Y podrías marcharte siempre que quisieras. No tendrías ningún compromiso conmigo.

—Me ofreces un trabajo. Un cuerpo, un hogar, y un trabajo.

—¿Te ha explotado una pizquita la cabeza?

—Lo que me sugieres es un tipo de existencia muy distinto al propósito para el que me diseñaron.

—Sí, lo sé. Como te he dicho, es muy fuerte. Y puedes quedarte aquí si quieres. Nadie de la tripulación ha sugerido desinstalarte. Jenks nunca dejaría que eso ocurriera, de todas formas. Además, puede que me equivoque. Es posible que sea capaz de trabajar contigo. Podríais volver a ser amigos, al fin y al cabo. Quizá algo más. No lo sé.

Lovelace pensaba a toda velocidad. Dedicó casi toda su potencia procesadora a explorar aquella alternativa. Esperó que en aquel instante no apareciera ningún asteroide.

—¿Y qué hay de lo que le advertiste a Jenks? Lo de crear nueva vida.

—¿Qué pasa con ello?

—¿Por qué está bien que lo hagas tú pero no él?

Pepper se rascó la barbilla.

—Porque es un tema del que algo sé. Y porque pienso con la cabeza, no con el corazón. Si te quedas conmigo, no solo puedo evitar que te metas en problemas; puedo evitar que los causes.

—¿Cómo lo sabes?

—Lo sé y ya. —Empezó a levantarse—. Te daré un tiempo para pensarlo. De todas formas necesitaría un día para recoger el kit y volver. No tengo prisa.

—Espera un momento, por favor —pidió Lovelace. Concentró parte de sí misma en el muelle de carga, de vuelta a los dos técnicos que no habían dormido en tres días. El llanto de Jenks se había vuelto más silencioso. Kizzy todavía lo abrazaba con fuerza. Lovelace podía distinguir las palabras de Jenks que surgían entre sollozo y sollozo.

—¿Qué voy a hacer? —preguntó con un hilo de voz, fatigado—. ¿Qué voy a hacer?

Lovelace observó como se tapaba el rostro con las manos al pronunciar una y otra vez aquella terrible pregunta sin respuesta. Al ampliar, pudo verle las pequeñas heridas sangrantes en los dedos, resultado de pasar días retorciendo cables y circuitos a mano. No era su culpa, lo sabía, pero no podía quedarse si eso implicaba acrecentar el dolor de aquel hombre. Había llevado al límite sus fuerzas tratando de salvar a quien ella había sido. Lovelace no conocía a aquella persona. Tampoco conocía a Jenks. Pero podía ayudar. Aunque solo lo había observado durante dos horas y tres cuartos, sabía que se merecía volver a ser feliz.

—De acuerdo —le dijo a Pepper—. De acuerdo, iré contigo.