Día 245, CG Estándar 306

INTRODUCCIÓN A LA HISTORIA COLONIAL HARMAGIANA

Sissix se asomó por el marco de la puerta. El pasillo estaba vacío. Si se apresuraba, podría llegar al área médica antes de que nadie la viera.

Se arropó con un albornoz tomado prestado de la pila de ropa limpia de Kizzy y caminó con rapidez. Según avanzaba, el picor se le extendió desde los muslos hasta el vientre. Frotó las palmas de las manos por encima de la tela, apenas capaz de resistir el deseo de hundirse las garras. Quería tirar el albornoz y rodar contra el suelo de metal, contra la corteza rugosa de un árbol, contra una piedra de afilar, contra cualquier cosa mientras se pudiera librar de aquella dolorosa y seca quemazón superficial que le picaba a rabiar.

—Eh, Sis —exclamó Jenks, parándose en seco cuando ella dobló la esquina—. Casi me atropellas… —Se calló en cuanto la vio bien—. Hostia puta, qué mala pinta tienes.

—Gracias, Jenks, eres de grandísima ayuda —replicó ella mientras seguía su camino. No estaba avergonzada, se dijo a sí misma, tan solo cabreada. Sí, cabreada de que aquello hubiera pasado, cabreada por la cantidad de veces en su vida que había tenido que aguantarlo, cabreada con la gente que no se limitaba a dejarla en paz de una puta vez.

—Sissix, oye… —dijo Rosemary, apareciendo tras una puerta escrib en mano—. Venía a ver… Oh. —Sus estúpidos y húmedos ojos mamíferos se abrieron como platos. Se llevó una mano a la boca.

—Estoy bien —replicó Sissix sin detenerse ni un instante. Con lo enorme que era la nave, cualquiera pensaría que era posible ir del punto A al punto B sin tropezarse todo el tiempo con…—. Quita de en medio, Corbin, hostias —le espetó al humano rosado, el cual acababa de subir de las cubiertas inferiores. Él se quedó de piedra al final de la escalera, con la estupidez y la confusión dibujadas en el rostro, mientras ella pasaba a toda prisa.

Irrumpió en el área médica y cerró la puerta en cuanto estuvo dentro. Doctor Chef alzó la vista de su estación de trabajo. Murmuró compasivamente.

—Ay, pobrecita —dijo—. Estás mudando la piel.

—Se me ha adelantado, además. —Se miró en el espejo. Ampollas de piel muerta se habían separado de su rostro y colgaban desmañadamente—. No creía que fuera a empezar hasta dentro de unos treinta días, y no he… ¡Aaay! —El picor se agudizó de nuevo, aunque nunca había cesado del todo. Sentía el rostro como si lo tuviera repleto de moscas. Cedió al impulso de usar las garras.

—Oye, para, nada de eso —regañó Doctor Chef, acercándose y cogiéndola de las muñecas—. Te vas a hacer daño.

—No es cierto —contestó Sissix. Actuaba de forma infantil, pero no le importaba. Estaba a punto de caérsele la cara. Tenía derecho a estar irascible.

Doctor Chef le subió una manga.

—En serio —dijo. Le levantó el brazo para que pudiera ver las leves marcas de garras en la piel escamosa. Había un leve coágulo de sangre allí donde se había rascado con demasiada fuerza durante la noche.

—Estrellas, te pones paternal cuando quieres —murmuró Sissix.

—Te alimento y te curo, ¿cómo se supone que debo ponerme? Quítate el albornoz. Vamos a arreglarte.

—Gracias. —Se quitó el albornoz mientras Doctor Chef abría un panel de almacenaje. Sacó una botella de contenido neblinoso y un riksith; una pequeña tabla plana con una capa áspera por un lado. En una ocasión, Kizzy la llamó «una lima de uñas de cuerpo entero».

—¿Dónde está peor? —preguntó Doctor Chef.

Sissix se tumbó de espaldas en la mesa de exámenes.

—Por todas partes. —Suspiró—. En los brazos, supongo.

Doctor Chef le cogió el brazo derecho con suavidad, el que tenía la mancha de sangre seca, y roció niebla medicinal sobre él. La piel seca se volvió traslúcida y se levantó en los extremos. Empezó a trabajar con el riksith, frotando y eliminando las partes húmedas. Sissix respiró algo más calmada, tratando de pedirle paciencia al resto de su cuerpo. Doctor Chef le cogió un dedo y lo examinó.

—¿Cómo sientes la piel aquí?

—Tensa. Todavía no se desprenderá.

—Ah, yo creo que sí. Pero todavía no lo sabe. —Le humedeció la piel, y con una presión firme le masajeó la mano desde la muñeca hasta las garras. Al cabo de unos minutos, Sissix pudo sentir que la piel se le aflojaba a la altura de la muñeca. Doctor Chef se afanó con los dedos, con cuidado, estrujándolos entre sus almohadillas dactilares. Con un solo movimiento rápido, arrancó la piel muerta de toda la mano; fue como quitarle un guante.

Sissix aulló y luego gimió. La nueva piel estaba sensible, pero el picor se había esfumado. Exhaló.

—Estrellas, eres bueno.

—Tengo algo de práctica —dijo mientras seguía trabajándole el brazo con el riksith.

Sissix estiró el cuello para asegurarse de que la puerta estaba bien cerrada.

—¿Te cansas de los humanos en algún momento?

—A veces. Creo que es normal para alguien que vive con otras personas que no son de los suyos. Estoy seguro de que también se cansan de nosotros.

—Desde luego que hoy estoy cansada de ellos —dijo Sissix, recostando la cabeza—. Me hartan esos rostros carnosos. Me hartan esas yemas de los dedos tan suaves. Me harta cómo pronuncian las erres. Me harta su incapacidad para oler cualquier cosa. Me harta lo empalagosos que se ponen con bebés que no les pertenecen. Me harta lo neuróticos que se ponen sobre estar desnudos. Quiero golpearlos a todos hasta que se den cuenta de lo innecesariamente complicadas que son sus familias y sus vidas sociales y sus… Su todo.

Doctor Chef asintió.

—Los amas y los comprendes, pero a veces deseas que ellos, y yo y Ohan también, estoy seguro, pudiéramos ser un poco más como la gente normal.

—Exacto. —Suspiró; la frustración disminuía—. Tampoco es que hayan hecho nada malo. Sabes lo mucho que esta tripulación significa para mí. Pero hoy… No sé. Es como si tuviera un montón de polluelos que no dejan de divertirse con tus juguetes. No es que hayan roto nada y sabes que solo tratan de caerte bien, pero son tan pequeños y tan molestos, y quieres tirarlos a todos a un pozo. Por un rato.

Doctor Chef soltó una risilla retumbante.

—Parece que tu diagnóstico es algo más que una simple muda prematura.

—¿Y eso?

—Tienes nostalgia —sonrió él.

—Sí —suspiró de nuevo.

—Paramos en Hashkath antes de que termine el estándar, ¿no? No está terriblemente lejos —dijo mientras le acariciaba la cabeza. Paró y frotó una de las plumas entre las almohadillas dactilares—. ¿Te has estado tomando los suplementos de minerales?

Ella apartó la mirada.

—A veces.

—Tienes que tomártelos siempre. Las plumas están un poco flojas.

—Estoy mudando.

Doctor Chef arrugó la cara.

—No es por la muda de piel —explicó—, sino porque tienes deficiencia de los nutrientes básicos que todos los aandrisk necesitáis. Si no comienzas a tomarte los minerales con regularidad, voy a empezar a alimentarte con pasta de musgo.

Ella torció el gesto. La simple mención del tema le traía recuerdos de la infancia sobre el sabor: amargo, polvoriento, persistente.

—Vale, padre incubador, lo que tú digas.

Doctor Chef emitió un ruido sordo de reflexión.

—¿Qué?

—Ah, nada. La frase me ha parecido extraña —respondió con un hilo de voz—. Yo siempre he sido madre.

—Lo siento —dijo Sissix—. No quería…

—No te preocupes. Es la verdad. —Le devolvió la mirada, sus ojos volvieron a brillar—. Además, si piensas en mí como un padre, quizá me harás caso cuando te diga que tomes los malditos minerales.

Ella rio.

—Lo dudo. Mi familia de cascarón tuvo que amoldarse durante mi juventud ya que solo comía fruta crujiente. —Siseó cuando él aplicó el riksith a una zona tenaz en el hombro.

—Por lo menos la fruta crujiente es buena para ti. Y en cierto modo no me sorprende que fueras una joven tozuda. —Pensó en voz alta, y rio—. Apuesto a que eras un incordio.

—Claro que lo era —dijo Sissix con una sonrisa—. Todavía no era una persona.

Las mejillas de Doctor Chef ondularon en desacuerdo.

—Ya, verás, eso es algo de tu especie que nunca entenderé.

Ella dejó escapar un suspiro amistoso.

—Ni tú ni el resto de la galaxia —dijo. Lo cierto es que, ¿por qué les resultaba a los otros tan difícil de entender aquel concepto? Ella nunca jamás entendería la idea de que un niño, y especialmente un bebé, tuviera más valor que un adulto que había desarrollado las habilidades necesarias para beneficiar la comunidad. La muerte de un polluelo era tan común como esperada. La muerte de un joven a punto de echar plumas, sí, era triste. Pero la tragedia real era la pérdida de un adulto con amigos, amantes y familia. La idea de que la pérdida de potencial era de algún modo peor que la pérdida de logro y conocimiento era algo a lo que nunca había sido capaz de dar sentido en su cabeza.

Doctor Chef miró por encima del hombro, aunque nadie había entrado en la sala.

—Oye, tengo que hacerte una confesión.

—Uy.

—No se lo he contado a nadie más. Es un secreto. Un grandísimo secreto. —Había bajado el tono de su voz tanto como su fisiología le permitía.

Sissix asintió con exagerada seriedad.

—No diré nada.

—¿Sabes que los humanos no pueden oler nada?

—Ajá.

—Seguro que te has dado cuenta de que los humanos a bordo de esta nave no huelen ni la mitad de mal que otros humanos.

—Sí. Me he acostumbrado a ellos.

—Error. —Hizo una pausa de importancia teatral—. Rutinariamente mezclo un potente polvo antiodorante en los dispensadores de jabón de las duchas. También lo meto en el jabón sólido de Kizzy.

Sissix lo miró fijamente por un instante antes de estallar en risas.

—Vaya —dijo mientras trataba de recuperar el aliento—. No me fastidies.

—Desde luego que sí —contestó, y ondeó las mejillas—. Lo comencé a hacer ni pasados diez días tras conseguir este trabajo. ¿Y sabes lo mejor?

—¿Que no se dan cuenta?

Doctor Chef soltó una armonía divertida.

—¡Que no se dan cuenta!

Ambos aún estaban riéndose cuando Ashby entró por la puerta. Tenía el cabello húmedo. Era obvio que acababa de bañarse. Sissix y Doctor Chef se quedaron mudos. Rompieron a reír de nuevo, incluso más fuerte que antes.

—¿Quiero saber qué pasa? —preguntó Ashby, pasando la mirada de uno a otra.

—Bromeamos sobre los humanos —respondió Sissix.

—Bien —repuso Ashby—. Entonces desde luego que no quiero saber qué pasa. —Hizo un gesto hacia Sissix—. ¿La muda ha llegado antes de lo esperado?

—Sí.

—Mis condolencias. Te sustituiré en el turno de limpieza.

—Oh, eres el mejor. —Eran noticias estupendas. Los productos de limpieza y la piel nueva no eran buena mezcla.

—Recuérdalo la próxima vez que te rías de nosotros, humildes primates.


Rosemary estaba sentada ojeando documentos en su despacho; bueno, lo que pretendía ser un despacho. Había sido un almacén antes de que llegara, y técnicamente todavía lo era, como apuntaba la discreta pila de cajas contra la pared del fondo. Todo el escenario estaba a años luz del elegante escritorio que había tenido en Transporte Roca Roja, incluso como becaria, pero le gustaba la comida que preparaba Doctor Chef mucho más que la de la austera cafetería corporativa, y además no necesitaba nada sofisticado para realizar su trabajo. Disponía de una sencilla mesa y un gran panel de interfaz, además de una pequeña planta píxel que Jenks le había dado para compensar la falta de ventana (¿por qué las personas que trabajaban con números siempre acababan recluidas en cuartos traseros?). La planta no se parecía a una planta real, por supuesto. La cara sonriente y los pétalos de colores fluctuantes no se asemejaban a nada existente en la naturaleza. Estaba programada con algún software de reconocimiento del comportamiento que podía adivinar si ella había estado cierto tiempo de pie, o bebiendo, o tomándose un descanso, y gorjeaba alegres recordatorios en respuesta. «¡Oye! ¡Necesitas hidratarte!» «¿Qué te parece picar algo?» «¡Da un paseo! ¡Estira las piernas!» El efecto era vulgar, y a veces un poco desconcertante cuando estaba concentrada en su trabajo, pero apreciaba la intención.

Dio un sorbo a la taza de té aburrido mientras trataba de descifrar una de las hojas de gastos de Kizzy. La técnica mecánica tenía la costumbre de anotar cosas en clave que solo entendía ella. Al principio, Rosemary dio por sentado que era algún tipo de jerga entre técnicos, pero no; Jenks había confirmado en silencio que era la particular manera de Kizzy de ser organizada. Rosemary parpadeó ante la pantalla. «5500 créditos (más o menos) – WRSS.» Gesticuló con la mano izquierda, y sacó un archivo titulado «Kizzydioma», la chuleta de acrónimos que había podido descifrar. CM (Cosas Motor). HP (Herramientas y Pedazos). CRCT (Circuitos). Pero no, WRSS no estaba ahí. Se apuntó preguntarle a Kizzy sobre el tema.

La puerta se abrió de golpe, y Corbin entró en la habitación. Antes de que ella pudiera saludar, él depositó un objeto mecánico negro en la mesa.

—¿Qué es esto? —preguntó él.

El corazón le martilleó en el pecho, como siempre que Corbin se le acercaba. Al hablar con él siempre tenía la sensación de que era más una emboscada que una conversación. Observó el objeto.

—Es el filtro salino que pedí para ti.

—Sí —replicó Corbin—. ¿Notas algo raro?

Rosemary tragó saliva. Observó con detenimiento el filtro, el cual solo reconocía como tal porque había una fotografía en la página del Enlace del comerciante. Le devolvió una sonrisa incómoda.

—No es que sepa mucho sobre tecnología de algas —dijo, intentando mantener la voz calmada.

—Sí, eso es obvio —replicó Corbin. Le dio la vuelta al filtro y señaló la etiqueta—. Modelo 4546-C44. —Se quedó mirándola, expectante.

«Oh, no.» La mente de Rosemary se aceleró, trataba de recordar el formulario del pedido. Había rellenado tantos…

—¿No es el que querías?

La expresión agria de Corbin fue respuesta suficiente.

—Pedí específicamente el C45. El C44 tiene un puerto de acoplamiento que es más estrecho que el empalme en el tanque. Tendré que añadir una pieza nueva para que conecte como es debido.

Rosemary había estado sacando formularios archivados mientras hablaba. Ahí estaba: Filtro salino Tritón Avanzado, modelo 4546-C45. «Mierda.»

—Lo siento mucho, Corbin. No sé qué ha ocurrido. Debo de haber seleccionado el modelo incorrecto. Pero por lo menos este funcionará, ¿no? —En el instante en que las palabras escaparon de su boca, supo que había cometido un error.

—No se trata de eso, Rosemary —dijo Corbin como si le hablara a una niña—. ¿Y si hubiera pedido algo más vital que un filtro salino? Tú misma lo has dicho, no sabes demasiado sobre tecnología de algas. Los errores de este tipo tendrán pocas consecuencias en una oficina cómoda en la superficie de un planeta, pero no en una nave de espacio profundo. El componente más diminuto puede marcar la diferencia entre llegar a salvo a puerto o sufrir una descompresión en el vacío.

—Lo siento —repitió Rosemary—. Tendré más cuidado la próxima vez.

—Eso espero. —Corbin recogió el filtro y se dirigió a la puerta—. Tampoco es tan difícil —dijo dándole la espalda. La puerta se cerró de un portazo tras él.

Rosemary se sentó con la mirada fija en la mesa. Sissix le había dicho que no dejara que Corbin le afectara, pero esta vez había cometido un error, y además era un error negligente. La descompresión no sonaba tan mal en aquel instante.

—¡Oye, no es para tanto! —chirrió la planta píxel—. ¡Date un abrazo!

—Oh, cállate —espetó Rosemary.


Ashby tropezó con un pedazo de cañería mientras se dirigía a la sala del motor.

—¿Qué…? —Asomó la cabeza por la esquina y descubrió una avalancha de cables que brotaban de la pared. El panel de soporte había sido arrancado por completo. Pasó de puntillas por todo aquel lío, con cuidado de no pisar ningún cable de fluidos. Se acercó al hueco en la pared y oyó a alguien sorber por la nariz.

—¿Kizzy?

La técnica mecánica estaba sentada dentro de la pared, abrazándose las rodillas, con las herramientas esparcidas alrededor. Tenía la cara manchada de mugre y grasa, lo normal, pero una o dos lágrimas habían dibujado senderos limpios que descendían por las mejillas. Levantó la cara y le dirigió una mirada lastimosa. Incluso las cintas del pelo parecían mustias.

—Estoy teniendo un mal día —dijo.

Ashby se inclinó dentro del panel abierto.

—¿Qué ocurre?

Ella volvió a sorber y se frotó la nariz con el dorso de la mano.

—He dormido fatal, he tenido mogollón de pesadillas, y cuando conseguí dormirme, sonó la alarma, así que estaba un poco atontada por el madrugón, y luego en plan, oye, todavía tengo algunos pastelillos de mermelada, y eso me animó, pero entonces fui a la cocina y alguien se había comido los últimos anoche y no me pidieron permiso ni nada, y todavía no sé quién ha sido, así que fui a ducharme, y me di un rodillazo contra la pica, muy hábil yo, y ahora tengo un moretón enorme, además, tenía la boca llena de dentbots y me tragué algunos, y Doctor Chef dice que no pasa nada pero me duele la tripita, algo que dijo que podría pasar, y entonces volví a mi estúpida ducha, pero me di cuenta de que la presión del agua era rara, por lo que comencé a toquetear en los sistemas de reciclaje de agua, y puedo asegurar que hay un buen montón de cableado jodidísimo, pero no lo he encontrado todavía, y ahora tengo todo este lío en el suelo y todavía no he conseguido solucionar las otras cosas que tenía que hacer hoy, y luego me acordé de que hoy es el cumpleaños de mi primo Kip, y él siempre celebra las mejores fiestas y me lo estoy perdiendo todo. —Volvió a sorber—. Y sé lo estúpido que suena todo, pero hoy no tengo el día. Para nada.

Ashby puso la mano sobre las de ella.

—Todos tenemos días así.

—Supongo.

—Pero, sabes, ni siquiera es la hora de comer. Todavía hay tiempo para que mejore.

Ella asintió, abatida.

—Seh.

—¿Qué había en tu lista para hoy?

—Casi todo es limpieza. Los filtros de aire necesitan un pulido. Una lámpara solar de la Pecera necesita cables nuevos. Y hay un panel del suelo suelto en la habitación de Ohan.

—¿Algo de eso es vital?

—No. Pero hay que hacerlo.

—Preocúpate de arreglar las líneas de agua hoy. El resto puede esperar. —Le dio un apretón en la mano—. Y, oye. No hay nada que puedas hacer sobre el cumpleaños de tu primo, pero sé lo duro que es. Siento que esta vez tengamos un viaje tan largo.

—Oh, déjalo —dijo ella—. Es un buen montón de pasta y me encanta lo que hago. No es que sea una becaria en prácticas sin remuneración o algo por el estilo. Irme de casa fue elección mía.

—Que hayas decidido irte de casa no quiere decir que haya dejado de importarte. Si así fuera, no sentirías nostalgia. Y tu familia sabe que te preocupas. Mantengo un ojo en nuestro tráfico del Enlace, sabes. Veo cuántos paquetes de vídeos se envían a tu familia.

Kizzy dio un potentísimo sorbido y señaló hacia el pasillo.

—Debes irte ya —dijo—. Porque tengo que trabajar y vas a conseguir que llore todavía más. No en plan mal. Pero haces que me ponga tierna y si te abrazo te voy a manchar de mugre esa bonita camisa, que por cierto conjunta muy bien con tus ojos.

—Atención todo el mundo —anunció Lovey a través de la vox más cercana—. Hay un dron de correo entrante. Han llegado paquetes para Ashby, Corbin, Jenks, Doctor Chef y Kizzy. Llegará en unos diez minutos.

—¡Ay! —chilló Kizzy—. ¡Correo! ¡Un dron de correo! —Se arrastró fuera de la pared y corrió por el pasillo con los brazos abiertos como las alas de una lanzadera—. ¡Cositas intergalácticas llegaaandooo!

Ashby sonrió.

—Te dije que el día iba a mejorar —gritó tras ella. Kizzy estaba demasiado ocupada acelerando para contestar.


La escotilla del muelle de carga se autoajustó, empequeñeciéndose a la medida del paquete que entregaba el dron de correo. Mientras Ashby y el resto esperaban, Sissix caminó hasta la puerta. Se había puesto pantalones, y parecía que Doctor Chef había resuelto el problema de la muda de piel.

—Oye —dijo Ashby—. ¿Te encuentras mejor?

—Mucho mejor —contestó. Su piel tenía un brillo extraño, y todavía quedaban algunas crestas de piel seca, pero por lo menos no parecía una cebolla a medio pelar.

—No creo que haya nada para ti.

—¿Y? —Se encogió de hombros y sonrió—. Soy cotilla.

—Un momento —anunció Lovey—. Estoy escaneando los contenidos en busca de contaminantes.

—Qué guay, qué guay, qué guay —exclamó Kizzy—. ¡Es mi cumpleaños!

—Tu cumpleaños no es hasta mitad de año —intervino Jenks.

—Pero es como si lo fuera. Me encanta recibir correo.

—Seguro que solo son aquellas pinzas abrazaderas que pediste.

—Jenks. ¿Sabes lo molonas que son las pinzas abrazaderas? No hay nada que no puedan sujetar. Incluso mi cabello no se puede escapar de ellas, y eso es decir mucho.

Ashby la miró por encima del hombro.

—Voy a fingir que no estáis hablando sobre usar los suministros tecnológicos que compro como accesorios para el pelo.

Kizzy apretó los labios.

—Solo en emergencias.

—Vía libre —dijo Lovey. La escotilla siseó al abrirse. Una bandeja se deslizó hacia delante sosteniendo un enorme contenedor sellado. Ashby lo cogió y pasó el parche de la muñeca sobre el sello escáner. El contenedor emitió un pitido afirmativo. El bip correspondiente hizo eco desde el dron de correo al otro lado de la esclusa. La bandeja se retiró y la escotilla se cerró. Se oyó un ruido metálico amortiguado cuando el dron de correo se desacopló para ir en busca del siguiente receptor.

Ashby retiró el sello de la tapa y rebuscó entre los paquetes del interior. Estaban todos envueltos con sencillez, pero aún así, había algo enternecedor en el montón de cajas y tubos marcados con los nombres de sus tripulantes. Era como una celebración.

—Toma, Kizzy —dijo, pasándole un paquete grande—. Antes de que explotes.

Kizzy abrió los ojos como platos.

—¡No son pinzas abrazaderas! ¡No son pinzas abrazaderas! ¡Sé quién hace estas etiquetas! —Deslizó la tapa y gritó de alegría—. ¡Es de mis papis! —Se dejó caer en el suelo con las piernas cruzadas y abrió el paquete. Encima del contenido (chucherías y chismes varios, según parecía) había un infochip. Kizzy se sacó el escrib del cinturón, metió el chip y empezó a leer el texto que apareció en la pantalla. Su rostro se derritió de emoción—. Es una «caja porque sí» —dijo—. Son los mejores. Los mejores. —Abrió un paquete de langostinos de fuego frescos mientras seguía leyendo.

Ashby sacó un pequeño contenedor ahuevado que parpadeaba con advertencias de peligro biológico.

—¿Quiero saber qué es esto?

Doctor Chef infló las mejillas.

—Esos serán mis nuevos semilleros. En absoluto peligrosos, te lo aseguro. Tienen que poner esas advertencias en cualquier mercancía viva.

—Lo sé. Pero es… inquietante.

Doctor Chef se acercó a Ashby con ojos parpadeantes.

—No se lo digas a nadie, pero si esto es el pedido que creo que es, tengo algunos esquejes de romero.

Ashby le dio la vuelta a una caja con un logo familiar, el mismo que había visto en muchísima tecnología para algas.

—Corbin —dijo al entregarle el objeto—. Parece que es para ti.

Corbin abrió el paquete y sacó una bomba de circulación. Observó la etiqueta y asintió levemente.

—Parece que nuestra asistente puede leer los formularios de petición, al fin y al cabo. —Se dirigió a la salida.

—Vale… bueno —dijo Ashby, evasivo. Sacó una diminuta cajita de la caja de correo—. Jenks.

Jenks abrió la caja y sacó un infochip.

—¿Qué es? —preguntó Sissix.

—Es de Pepper —respondió. Observó el chip un instante—. Ah, me la juego a que son las especificaciones de circuitos laterales que mencionó la última vez que la vi.

—Eso suena guay —exclamó Kizzy. Torció el gesto—. ¿Por qué no se limitó a enviarlos a tu escrib?

Jenks se encogió de hombros y se metió el chip en el bolsillo.

—Ya conoces a Pepper. Hace las cosas a su manera.

Ashby se inclinó sobre el contenedor de correo. Había un último paquete pequeño y plano, dirigido a él. La etiqueta no indicaba quién lo había enviado, pero requería un escaneo del chip de la muñeca. La solapa se abrió de golpe cuando pasó la muñeca por encima, y un frágil objeto rectangular cayó sobre la palma expectante de Ashby.

—¿Qué es? —preguntó Sissix.

Jenks soltó un silbido suave y se acercó.

—Es papel.

Kizzy alzó la cabeza.

—Alucina —dijo, mirando con ojos desorbitados el objeto—. ¿Es una carta? Quiero decir, ¿una física? —Se puso en pie de un salto—. ¿Puedo tocarla?

Jenks la apartó de un manotazo.

—Tienes los dedos llenos de migas de langostino de fuego.

Kizzy se metió un dedo en la boca, lo chupeteó hasta limpiarlo y se lo secó en el mono de trabajo.

Jenks la volvió a apartar de un manotazo.

—Ahora tienes migas y saliva. Una carta no es un escrib, Kizzy. No puedes lavarla.

—¿Tan frágil es?

—Está hecha de láminas finísimas de pulpa de árbol seca. ¿Tú qué crees?

Ashby pasó los dedos por el borde semejante al de una hoja, tratando de parecer lo más calmado posible. Era de Pei, tenía que serlo. ¿Quién si no se tomaría tantas molestias para enviar un mensaje que no pudiera ser monitorizado? Le dio la vuelta a la carta en las manos.

—¿Cómo… Eh…?

—Mira —dijo Jenks y extendió la palma de la mano—. Mis manos están limpias. —Ashby le entregó la carta—. Kiz, ¿tienes tu cuchillo a mano?

Kizzy desenfundó la navaja del cinturón y se la pasó a Jenks. Abrió los ojos al comprender.

—Un momento, ¿vas a cortarla?

—Así es como sacas la carta del sobre. —Abrió la cuchilla de la navaja—. ¿Prefieres que la rasgue?

Kizzy pareció horrorizada.

Jenks cortó con habilidad el papel y lo abrió.

—Mi madre me entregaba cartas en ocasiones especiales cuando era un niño —explicó—. Ocasiones muy especiales. Esto es caro de narices. —Puso una expresión irónica dirigida a Ashby—. Le gustas mucho a alguien si te ha enviado esto.

—¿Gustar a quién? —preguntó Kizzy.

Jenks se llevó el puño a los labios y tosió con exageración.

—Ohhh —dijo Kizzy en un susurro teatral—. Entonces volveré a mis golosinas. —Se apartó riendo entre dientes.

Ashby observó a los otros. Sissix sonreía con complicidad. Doctor Chef sacudió los bigotes, divertido.

—Vale, vale, callaos, todos. —Se marchó y dejó a los demás que examinaran sus nuevos objetos mientras él leía la carta tranquilamente.

Hola, Ashby. Antes de que te impresione demasiado mi habilidad de escribir a mano, debes saber que primero lo redacté todo en mi escrib. Rasgué una de las hojas en mi primer intento. En serio, ¿cómo lo hizo tus especie para comunicarse así durante milenios sin acabar con los nervios destrozados? Oh, espera, claro. No me hagas caso.

Da la sensación de que hace siglos de Puerto Coriol. Extraño tus manos. Extraño compartir la cama. Extraño compartir historias. Nunca comprenderé cómo puedes ser tan paciente con alguien que no puede hablar contigo durante semanas cada vez. No estoy segura de que uno de los míos hubiera permanecido a mi lado durante todo esto. Los humanos y vuestra tenacidad ciega. Créeme, es…

—Jenks, Ashby, Sissix, todos. —Era Lovey. Sonaba agitada—. Tenemos problemas.

Todos en el muelle de carga dejaron lo que hacían y miraron hacia la vox. Fuera, en el vacío, «problemas» era algo incluso peor que en tierra.

—¿Qué ocurre? —preguntó Ashby.

—Hay una nave, otra nave, que se dirige hacia nosotros. Han estado bloqueando mis escáneres con un campo de dispersión. Ashby, lo siento mucho…

—No es culpa tuya, Lovey —dijo Jenks—. Mantén la calma.

—¿Qué tipo de nave? —inquirió Ashby.

—Lo desconozco —respondió Lovey—. Más pequeña que la nuestra, propulsión de agujero de alfiler. Creo que es una nave nodriza muy pequeña, pero no sé por qué una nave nodriza…

Corbin llegó a toda prisa al muelle de carga.

—Nave —dijo sin aliento—. Por la ventana. Es…

Toda la nave se sacudió. Desde el pasillo llegó el ruido de objetos metálicos al caer. Todos empezaron a gritar. A Ashby se le comprimió el estómago. Algo había impactado con ellos.

—Lovey, ¿qué…?

—El estallido de algún arma. El sistema de navegación ha caído.

Sissix maldijo entre dientes. Kizzy asintió hacia Jenks y se puso en pie de un salto.

—Vamos —dijo.

—No —interrumpió Lovey—. Puedo ponernos en movimiento en cinco minutos, pero el centro primario de navegación está completamente fundido. No puedo asegurar en qué dirección vamos.

—¿Fundido? —chilló Kizzy—. ¿Con qué mierda nos han dado? Lovey, ¿estás segura?

Sissix miró a Ashby.

—Puedo navegar a la antigua usanza, pero no en cinco minutos; no si queremos hacerlo de forma segura.

—Piratas —dijo Jenks—. Recuerda, Kiz, en las noticias, putos piratas que siguen a los drones de correo, disparan ráfagas para freír los sistemas de navegación…

—Oh, no —gimió Corbin.

Ashby observó a Jenks.

—Lovey, ¿cuánto queda para que nos alcancen?

—Medio minuto. No hay nada que pueda hacer. Lo lamento.

—Esto no está pasando —dijo Kizzy—. No pueden.

—Mierda —dijo Jenks—. Rápido, todos, esconded vuestras cosas. —Abrió un contenedor vacío y arrojó el paquete de Kizzy al interior. Doctor Chef le imitó. Hubo una colisión, una horrible, chirriante, violenta colisión, justo contra las puertas del muelle de carga. Corbin saltó a cubierto tras una caja y se cubrió la cabeza.

—Están anulando los controles de las puertas —anunció Lovey—. Ashby, yo…

—No pasa nada, Lovey —contestó—. Nos ocuparemos de ello. —No tenía ni idea de lo que aquello implicaría.

—Ay, joder —dijo Kizzy tirándose del pelo—. Ay, joder, joder, joder.

—Mantened la calma —intervino Doctor Chef. Rodeó a Kizzy por los hombros con el brazo—. Todos, mantened la calma.

Ashby dio unos pasos hacia las puertas del muelle, perplejo. Esto no era real. No podía serlo. Un chirrido al otro lado le contradijo. Las puertas se abrieron con un estruendo metálico. Sissix se puso junto a él, con los hombros hacia atrás, las plumas de punta.

—No sé qué hacer —dijo.

—Yo tampoco —contestó Ashby. «¡Piensa, joder!» Su cerebro daba vueltas alrededor de un revoltijo de opciones (encontrar un arma, huir, esconderse, golpearles con… con algo) pero no quedaba tiempo. Cuatro sapientes en descomunales trajes-mecha atravesaron las puertas del muelle; todos llevaban rifles de pulsos. Los trajes eran enormes, más grandes que un humano, pero las criaturas en el interior eran pequeñas, espigadas, como pajarillos.

Akaraks.

Ashby había visto akaraks antes, en Puerto Coriol. Todo el mundo sabía cómo los habían tratado los harmagianos en la época colonial. Su planeta había quedado estéril; las fuentes de agua, contaminadas; los bosques, arrasados. No quedaba nada para ellos en su planeta hogar, pero tampoco lo había en ningún otro lugar. Era raro encontrárselos en la galaxia, pero se los podía ver aquí y allá, trabajando en desguaces o mendigando en las esquinas.

O, si se habían quedado sin opciones, asaltando naves y llevándose lo que quisieran.

Ashby levantó las manos. Las voces de los akaraks, chirriantes y estridentes, surgieron de unas voxes diminutas incrustadas bajo los cascos. No hablaban klip.

—No disparéis —pidió Ashby—. Por favor, no puedo entenderos. ¿Klip? ¿Habláis klip?

No hubo respuesta comprensible, tan solo chirridos y chasquidos y violentos meneos de las armas. Las palabras no le decían nada, pero las armas, sí.

Ashby sintió que una gota de sudor le caía por la frente. Se pasó la mano por la cara.

—De acuerdo, escuchad, cooperaremos, tan solo…

El mundo estalló en dolor cuando un akarak estrelló la culata de su rifle contra la mandíbula de Ashby. Los akaraks, el muelle de carga, Sissix gritando, Kizzy chillando, Jenks maldiciendo, todo ello desapareció tras una cortina de luz roja. Le fallaron las rodillas. El suelo aceleró para encontrarse con su rostro. Luego, nada.


Rosemary no estaba segura de qué esperaba encontrar cuando llegó a la carrera al muelle de carga, pero había demasiadas cosas ocurriendo a la vez como para pensar con claridad. Las puertas del muelle habían sido reventadas. Cuatro akaraks armados (¿Akaraks?) envueltos en trajes-mecha le gritaban a todo el mundo en una especie de extraño dialecto harmagiano que no lograba entender. Ashby estaba inconsciente (esperaba) en el suelo, acunado por Kizzy, que lloraba. El resto de la tripulación estaba de rodillas con las manos alzadas. Rosemary apenas tuvo tiempo para procesarlo todo antes de que los akaraks, sorprendidos por su repentina aparición, apuntaran las armas hacia ella mientras croaban peculiares palabras en un tono que habría sonado a cabreo en cualquier idioma.

—Yo… —tartamudeó Rosemary, levantando las manos—. ¿Qué…?

Ela akarak más cercano (su traje-mecha tenía adornos azules) corrió hacia ella sin dejar de croar. Le apuntó a la cara con el arma. Jenks empezó a gritar a los otros akaraks.

—Está desarmada, putos animales, dejadla en paz…

Ela akarak de mayor tamaño, cuyo traje era casi tres veces mayor que Jenks, agitó el arma hacia el técnico de componentes y apuntó hacia Ashby. La amenaza era inequívoca. «Cállate, o te ocurrirá lo mismo.» Las manos de Jenks se crisparon en puños. Se oyó un zumbido cuando las armas de elas akaraks empezaron a cargarse.

«¿Voy a morir?», se preguntó Rosemary. El pensamiento era desconcertante.

—Rosemary —llamó Sissix por encima del estruendo—. Hanto. Prueba en hanto.

Rosemary se humedeció los labios y trató de ignorar el arma que tenía ante la nariz. Su mirada se encontró con los ojos de Sissix; aterrados, pero insistentes, alentadores. Hundió las uñas en las palmas de las manos, de modo que nadie pudiera ver cómo le temblaban. Bajó la mirada hasta el cañón del arma.

¿Kiba vus hanto em?

Elas akaraks callaron. Todos se quedaron inmóviles.

—respondió Traje Azul. Giró la cabeza hacia elas demás y apuntó hacia Rosemary—. Al fin. —El arma no se movió.

Ela akarak enorme se acercó amenazadoramente a ella.

Nos llevaremos la comida y todos los suministros que nos sean útiles —dijo—. Si no colaboráis, os mataremos.

Colaboraremos —contestó Rosemary—. La violencia no es necesaria. Me llamo Rosemary. Puedes llamarme Ros’ka. —Fue el nombre que escogió en la clase de harmagiano en secundaria—. Le transmitiré vuestras peticiones a mi tripulación.

Traje Azul alejó el arma, pero siguió apuntándola. Elas akaraks croaron entre sí.

Ela gran akarak hizo un gesto de asentimiento.

Soy ela capitán. No serías capaz de pronunciar mi nombre, y no voy a fingir que tengo otro. ¿Hay más gente a bordo de la nave?

Nuestro piloto está en su habitación. Es un hombre pacífico y no representa un peligro para nadie. —Rosemary pensó que era mejor no complicar las cosas con pronombres plurales.

Gran Capitán resopló.

Si es un truco, te pegaré un tiro.

Se dio la vuelta y graznó a un akarak, que corrió escaleras arriba.

—¿Qué ocurre? —preguntó Sissix.

—Van a por Ohan —respondió Rosemary—. Les he explicado que no es una amenaza y que estamos dispuestos a cooperar. —Se aclaró la garganta y volvió al hanto—. Mi tripulación está de acuerdo en ayudar. Por favor, decidnos qué necesitáis.

Comida —dijo Traje Azul—. Y tec.

Una idea cruzó su mente. Rosemary conocía muy poco de la cultura akarak, pero por lo que había leído sobre ellos, sabía que valoraban enormemente los conceptos de equilibrio y legitimidad. La idea de tomar más de lo que podías llegar a usar no se les había ocurrido hasta que llegaron los harmagianos. Había oído que aquellos valores todavía permanecían ahí; había quedado patente en la frase que Gran Capitán había escogido: «Nos llevaremos la comida y todos los suministros que nos sean útiles». En hanto, la semántica de aquellas palabras implicaba poderosamente: «y nada más». Su mente iba a toda velocidad, preguntándose si aquel pedacito de conocimiento sería suficiente para apostar. Una gran parte de sí misma se inclinaba por la autopreservación («cállate, dales todo, te van a pegar un tiro»), pero el pensamiento más valiente ganó.

¿Cuánta gente hay en tu nave? ¿Hay criaturas pequeñas?

Traje Azul dio un respingo y volvió a alzar el arma.

¿Qué importa cuántos seamos? ¡Haréis lo que os ordenemos!

Rosemary meneó los dedos en un gesto tranquilizador.

Desde luego. Pero si existe alguna posibilidad de que nos dejéis suficiente comida para que podamos alcanzar el siguiente mercado, estaremos humildemente agradecidos. Igual que vosotros, no deseamos morir aquí fuera. Por otro lado, he leído que la juventud akarak tiene necesidades nutricionales muy específicas. Si tenéis criaturas a bordo, debemos asegurarnos de que nuestros alimentos no estén faltos de nutrientes.

Gran Capitán reflexionó.

Tenemos criaturas a bordo —respondió al fin. Rosemary se lo tomó como una señal positiva. Dejando aparte el rostro herido de Ashby y los rifles de pulsos, esta gente no parecía violenta. Tan solo desesperada—. Y sí, su necesidad es imperante. Puede que no encontremos lo que necesitamos en vuestra nave.

Entonces, dejad que os haga esta oferta —empezó Rosemary, tanteando con cuidado—. Uno de nosotros os guiará hasta nuestro almacén de alimentos. Según creo, el mercado Kesh To’hem está a menos de diez días de aquí. No viajaremos hasta allí, ya que no podemos desviarnos de nuestra ruta de vuelo. Llevaos lo que necesitéis para llegar hasta Kesh To’hem, y os entregaremos créditos y suministros valiosos para que podáis comprar alimentos adecuados. De este modo, vuestras crías obtendrán lo que necesitan y nosotros no nos moriremos de hambre en el viaje.

Elas akaraks discutieron el tema. Rosemary hundió las uñas con más fuerza, con la esperanza de que el dolor acallara los temblores bajo la piel. Toda su oferta se sustentaba en un diminuto pedazo de información, quizá errónea, que había rescatado durante un solitario semestre en «Introducción a la historia colonial harmagiana». Si estaba equivocada… Bueno, pronto saldría de dudas. Por lo menos todavía seguían respirando. Ashby estaba respirando, ¿verdad?

—¿Rosemary? —dijo Sissix—. ¿Cómo va?

—Vamos bien —respondió ella. «Espero»—. Aguantad.

Nos parece aceptable —dijo Gran Capitán—. ¿Qué tipo de combustible utilizáis?

Algas.

También nos llevaremos una parte.

—¿Han preguntado por el combustible? —preguntó Corbin—. Porque acabo de extraer la espuma con el sifón, y hacen falta unos cincuenta días para que este lote…

—Corbin —interrumpió Doctor Chef con una calma mortal—. Cállate.

Y por una vez, Corbin no dijo nada más.

¿Qué ha dicho el hombre rosado? —preguntó Gran Capitán.

Es nuestro algólogo —respondió Rosemary—. Simplemente está… preocupado por el producto que le ha costado tanto trabajo producir. Pero tendréis combustible. No hay problema.

Gran Capitán golpeteó la barbilla contra el traje-mecha.

Si nos llevamos diez barriles, ¿tendréis suficiente para llegar a vuestro próximo destino?

Rosemary le transmitió a Corbin la pregunta. Él asintió, hosco.

Sí, diez barriles no serán un problema —respondió. La conversación había pasado de aterradora a surrealista. Las inflexiones que Gran Capitán usaba no tenían paralelo en klip, pero en hanto eran de una cortesía absoluta. Ella esperaba oír aquel tipo de lenguaje en una tienda o en un restaurante, no mientras la encañonaban. Era como si los akaraks pensaran en ella como una comerciante, con la amenaza de la violencia como moneda de cambio.

También requerimos suministros tecnológicos —añadió Gran Capitán—. Nuestros motores necesitan reparaciones.

Rosemary hizo un gesto afirmativo.

—Kizzy, ¿sabes algo de la nave que están pilotando? ¿Alguna tec nuestra que sea compatible?

—Puede que haya algo. Ni idea.

Nuestra técnica cree que algo de nuestro equipo puede funcionar con el vuestro, pero no promete nada. Os ayudará a encontrar lo que necesitéis.

Estupendo —dijo Gran Capitán—. Me acompañarás junto a tu técnica, para que traduzcas nuestras necesidades. Ela… —hizo un gesto hacia Traje Azul—, irá con alguien de vuestra tripulación a recoger comida. El resto de mi grupo se quedará aquí con el resto de vuestra tripulación. Parecéis gente razonable, pero no dudaremos en mataros si tratáis de atacarnos.

Disponéis de nuestra completa cooperación —afirmó Rosemary—. No queremos que nadie de ninguna tripulación salga herido.

Rosemary empezó a explicarles el trato a los otros. Todos asintieron, algo menos tensos, aunque todavía asustados. El zumbido de las armas cesó. «Puede que salgamos de esta», pensó Rosemary, justo antes de que el cuarto akarak reapareciera y arrojara a Ohan a la sala.

Los demás akaraks se volvieron locos. Empezó un frenético debate en el que se interrumpían unos a otros, y donde Rosemary trataba de interceder cuando podía.

—¿Qué mierda está pasando? —preguntó Sissix.

—Se quieren llevar a Ohan —respondió Rosemary.

La tripulación de la Peregrina estalló.

—¿Qué? —exclamó Kizzy

—¡Mis cojones! —gritó Jenks.

—¿Para qué? —preguntó Sissix.

—Para venderlos —respondió Rosemary.

—¿¡Qué!? —gritó Kizzy.

—Un par representa mucho dinero en el planeta adecuado —dijo Doctor Chef.

—Si os mantiene a salvo… —comenzaron Ohan.

—No —cortó Jenks—. Ni hablar. Rosemary, diles a esos putos pájaros en sus putos trajes cutres que se pueden meter por el…

—Jenks, cállate la puta boca —zanjó Kizzy mientras acunaba protectoramente la cabeza de Ashby. La sangre parecía pegajosa en sus manos.

—Alto, alto, todos, vais a lograr que nos maten —se quejó Corbin.

—Cállate tú también, Corbin.

Calma a tu tripulación —ordenó Gran Capitán—. O habrá violencia.

—Silencio, todos, callaos —gritó Rosemary. Se giró hacia Gran Capitán—. Ohan es parte de nuestra tripulación. Hemos cooperado con todas vuestras peticiones, pero esto…

Este hombre podría poner fin a nuestras penurias —dijo Gran Capitán—. Será de gran utilidad para nosotros. Harías lo mismo en nuestro lugar.

No, no lo haría.

Gran Capitán reflexionó sobre aquello.

Quizá. Pero, aun así, no tenéis mucha elección.

—Ofrécele alguna otra cosa —propuso Sissix.

—¿Cómo qué? —preguntó Rosemary.

—Ambi —dijo Kizzy—. Dale las ambicélulas.

Elas akaraks se quedaron de piedra. Por fin, una palabra en klip que entendían.

¿Tenéis ambicélulas en vuestro transporte?

—respondió Rosemary—. Te entregaremos el ambi sin reparos si dejas al piloto con nosotros.

¿Qué nos impide llevarnos tanto el ambi como al piloto? —preguntó Traje Azul, levantando el rifle.

Rosemary sintió que se le hundía el estómago. Cierto.

—Quieren saber por qué no se pueden llevar el ambi y a Ohan.

—Mierda —masculló Jenks.

—¿Por qué no puedo estarme callada? —gimió Kizzy.

—Diles que Ohan no tiene valor para ellos —dijo Doctor Chef.

Rosemary tradujo. Elas akaraks exigieron una explicación.

—¿Por qué? —le preguntó a Doctor Chef.

—Porque Ohan se muere.

La tripulación de la Peregrina se giró para observar a Doctor Chef. Ohan cerraron los ojos sin decir nada. Rosemary se armó de valor. Seguro que era un farol. Le transmitió la noticia a elas akaraks.

Estos se echaron para atrás. El que había arrojado a Ohan a la sala reculó.

¿Es contagioso?

No… No lo creo —dijo Rosemary—. Doctor Chef, me vendría bien un poco de ayuda.

—Ohan están en la etapa final de la vida del par sianat —explicó—. No vivirán más de un año. —Se detuvo un instante y añadió—: Cualquier comprador que se plantee adquirir un par sianat estará lo bastante familiarizado con la especie para reconocer los síntomas.

Rosemary tradujo.

Puede que mientas —dijo Gran Capitán—. Pero el riesgo de malgastar combustible y comida con cargamento inútil sobrepasa las posibles ganancias, sobre todo si consideramos el ambi. Lo dejaremos, pues, pero nos entregaréis la carga completa de ambicélulas.

Rosemary aceptó.

—Ohan se quedan —le dijo a la tripulación.

—Ay, estrellas —masculló Kizzy.

—Pero quieren todo el ambi.

—Está bien —dijo Sissix.

—Menos mal que la CG nos cubre las espaldas esta vez —dijo Jenks.

Rosemary y Gran Capitán discutieron la logística. Grupos de ambas tripulaciones se separaron, y dejaron a Jenks, a Ohan y a un apenas consciente Ashby (estrellas, por fin había abierto los ojos) bajo custodia en el muelle de carga. Rosemary cogió la mano de Kizzy mientras salían por la puerta con Gran Capitán. Ella le devolvió el apretón con tanta fuerza que le chasquearon los nudillos.

La voz de Jenks los siguió.

—¡Disfrutad robando nuestras cosas, cabrones! Rosemary, ¿te apetece traducirles eso?

Ella lo dejó pasar.


Ashby descansaba en una cama del área médica, tratando de moverse lo menos posible. Tenía ambas manos ocupadas. La derecha estirada bajo el escáner médico, donde un denso haz de luz le indicaba dónde colocar el parche de muñeca. Doctor Chef estaba sentado al otro lado del escáner, rumiando algo mientras introducía comandos para los inmubots de Ashby. En algún lugar bajo la piel, dos escuadras de bots se habían separado de sus patrullas diarias y reparaban la fractura de la mandíbula y la conmoción en el cerebro. Doctor Chef había hablado mucho sobre «granulación de tejido» y «osteoblastos», pero aquello no habría tenido demasiado sentido para Ashby incluso si no hubiera estado a la deriva en una marea de analgésicos. Sin embargo, la parte de quedarse tumbado y no mover la mandíbula la había entendido. Eso podía hacerlo.

Su otra mano agarraba con firmeza las garras de Sissix. Ella estaba sentada junto a él, y le narraba punto por punto todo lo que había ocurrido desde que se desmayó. De vez en cuando le soltaba la mano para dejarle escribir una pregunta en el escrib. Doctor Chef le había prohibido hablar durante el proceso.

Nadie más había salido herido. Ni el ambi ni la comida importaban. Eran cosas, y las cosas se podían reemplazar. Su tripulación no. El alivio que sintió al saber que era el único que necesitaba tratamiento en el área médica estaba por encima de todo lo que le pudieran aportar los analgésicos.

«¿Dónde están todos?», escribió.

—Kizzy y Jenks están reparando las puertas del muelle. Dicen que casi todo son daños superficiales. Ya han reemplazado el núcleo de navegación, y funciona sin problemas. Corbin empezó a preparar un sustituto para el lote de algas un instante después de que elas akaraks se marcharan. Creo que Rosemary está calculando nuestras pérdidas. —Sonrió—. Y adivina dónde está Ohan.

«¿En su cuarto?»

Sissix negó con la cabeza.

—Están abajo, sentados en el muelle de carga con los técnicos.

Ashby se la quedó mirando. Parpadeó.

—Lo sé. No hablan ni nada parecido, solo están ahí, sentados en una esquina, en su propio espacio mental, como siempre. Pero no han vuelto a su cuarto en ningún momento, y siguieron a Kizzy por el pasillo cuando fue a recoger algunas herramientas. Nunca pensé que diría esto, pero Ohan no quieren estar solos ahora mismo.

Ashby volvió a parpadear. «Vaya», escribió.

Pasó una hora. Doctor Chef asintió, satisfecho, y giró el monitor para que Ashby pudiera verlo. La pantalla mostraba la vista de la cámara de uno de los inmubots, el cual hacía… algo a una enorme pared blanca y esponjosa (su mandíbula, supuso). Otros bots correteaban en la periferia del encuadre, como arañas nadadoras.

—Saldrás de esta —dijo Doctor Chef. Ashby aceptó su palabra. No tenía ni idea de lo que ocurría ahí dentro, y la experiencia de ver el interior de su cuerpo siempre le resultaba inquietante—. Ya puedes caminar, pero sin movimientos bruscos, por favor. La fractura todavía no se ha curado del todo. Y tu cerebro todavía necesita un poco más de trabajo.

—Eso te lo podría haber dicho yo misma —dijo Sissix.

—Gracias —dijo Ashby, moviendo la boca con cuidado—. Aprecio tu compasión. —Se pasó la lengua por los labios. Sentía el interior de la boca seco—. ¿Me podéis dar agua?

Sissix llenó una taza en la pila. Se la acercó a la boca y lo ayudó a beber.

—¿Necesitas algo más?

—No —respondió—. Bueno, espera. ¿Puedes decirle a Rosemary que venga?

Sissix se acercó a la vox.

—Lovey, ¿has oído?

—Yo me encargo —respondió ella—. Es genial volver a oír tu voz, Ashby.

—Gracias, Lovey —dijo.

Unos minutos más tarde, una cabeza con rizos asomó por la puerta.

—¿Querías verme?

—Eh, Rosemary —saludó Ashby—. Siéntate. —La medicación para el dolor había convertido su habla en un sonido pegajoso, como si hubiera bebido demasiado alcohol. Esperaba de todo corazón no estar babeando.

Rosemary acercó un taburete junto a Sissix.

—¿Te encuentras bien? —le preguntó a Ashby.

—Estoy bien. El cabronazo me destrozó la mandíbula, pero es preferible a que te disparen. —Recostó la cabeza en la almohada y trató de pensar a través de la neblina de la contusión y los medicamentos—. No sé por qué ese tío me pegó. —Se frotó los ojos, intentando disipar el estupor.

—Para asustarnos, probablemente —contestó Sissix—. Demostrarnos quién mandaba. Desde luego, yo estaba asustada. —Apoyó la cabeza en el brazo de Ashby.

Rosemary estudió el rostro de Ashby. Algo captó su atención.

—¿Qué? —preguntó él.

—¿Te tocaste la cara en algún momento mientras hablabas con el capitán akarak? Justo como ahora.

—Esto…, sí, puede. —Ashby trató de abrirse paso por la niebla y trató de recordar—. No lo sé, todo pasó muy deprisa.

—¿Algo así, quizá? —Rosemary se frotó los ojos con la palma, como si tuviera dolor de cabeza.

—Es muy probable. Sí. Sí, creo que lo hice.

Rosemary sonrió.

—Eso lo explica todo. Verás, esto… —Dobló el pulgar y estiró los dedos a lo largo, planos, de modo que tenían un leve parecido a los dáctilos harmagianos. Flexionó la mano sobre los ojos, dos veces—. Es algo muy ofensivo para los harmagianos. Y los gestos y el dialecto akaraks recibieron una fuerte influencia harmagiana.

—¿Qué quiere decir?

Rosemary se aclaró la garganta.

—Significa que prefieres frotarte mierda en los ojos a seguir hablando con ellos.

Ashby parpadeó. Él y Sissix estallaron en risas.

—Ay —gimió, agarrándose la mandíbula—. Ay, au. —Todavía no estaba lista para reírse.

—Cuidado —dijo Doctor Chef—. Si no se cura bien, tendremos que pasar por todo esto de nuevo.

Sissix todavía se reía entre dientes de Ashby.

—Yo también te habría pegado por eso.

—Sí —dijo Ashby. Aguantó los labios tensos para que no se le moviera mucho la mandíbula—. Lo mismo digo.

—Por lo menos los pusiste en su sitio, ¿eh?

—Claro —respondió Ashby con una sonrisa contenida—. Seguro que el daño psicológico de mi insulto accidental les ha causado un trauma muy profundo.

—Ahora que hablamos de daños —intervino Rosemary. Alzó su escrib—. He calculado nuestras pérdidas, he llenado un formulario de incidentes, y ya estoy esbozando una lista para la Cámara de Transporte para que cubran…

Ashby le hizo un gesto con la mano.

—Podemos hablar de esto luego. No te he llamado por eso.

—Oh.

—Quería darte las gracias. Sin ti, no tengo muy claro si habríamos salido tan bien librados de esto.

Rosemary se sintió cohibida.

—No sé. Tuve suerte. Hay muchas culturas de las que no sé nada.

—Puede, pero de todos modos fue buena suerte, una suerte que no hubiéramos tenido de otro modo. Y más importante todavía, mantuviste la cabeza fría y a todos a salvo. Hoy podría haber sido mucho, mucho peor si no hubieras estado aquí. —Le cogió la mano—. Me alegra que estés en mi tripulación.

Rosemary empezó a decir algo, pero fuera lo que fuera cambió a:

—Oh, no. —Su mano se elevó a la caza de una lágrima que le caía por la mejilla—. Oh, estrellas, lo siento —dijo. Otra lágrima cayó, y otra. Rosemary enterró el rostro entre las manos. El dique se quebró.

—Uy, oye —dijo Sissix con una risa amable, pasando el brazo sobre los temblorosos hombros de Rosemary—. ¿Todavía no has tenido un ratito para perder los papeles?

Rosemary negó con la cabeza, tapándose la nariz con la mano. Toda su cara chorreaba. «Pobre cría», pensó Ashby. No la culparía si quisiera buscar trabajo en un planeta, después de aquello. Demonios, incluso él consideraba atractiva esa opción.

—Estos humanos, ¿eh? —le dijo Sissix a Doctor Chef—. Incluso yo me he tomado mi ratito para perder los papeles. ¿Y tú?

—Desde luego que sí —respondió él. Le dio a Rosemary un pañuelo limpio—. Después de medicar a Ashby y poner los bots en marcha, me encerré en mi oficina y grité durante unos buenos diez minutos.

—¿Eso es lo que ocurría? —preguntó Ashby. Tenía un recuerdo difuso de capas sobre capas de acordes evocadores atravesando las oleadas de dolor—. Creía que cantabas. Era bastante bonito.

Doctor Chef soltó una breve y sonora carcajada.

—Ashby, si elas akaraks piensan que frotarte mierda en los ojos es malo, lo que dije en mi oficina les hubiera dejado una cicatriz imborrable. —Emitió un ruido sordo y arrullante—. Pero Sissix tiene razón, cariño —dijo poniendo una mano en la nuca de Rosemary—. Tu especie tiene un don para la supresión emocional. Y como tu doctor, me gustaría decir que meterte de lleno en el papeleo tras haber negociado a punta de pistola no es una decisión muy sana.

Uno de los sollozos de Rosemary se convirtió en una risita solitaria.

—Lo recordaré para la próxima vez.

—Nada de «próxima vez», os lo suplico —dijo Sissix—. Prefiero no pasar por esto de nuevo.

—Estoy de acuerdo —añadió Doctor Chef. Desvió su atención hacia el monitor de los bots—. Ashby, te quedan unas dos horas más hasta que estés arreglado del todo. No hay nada que puedas hacer excepto quedarte ahí relajado y tomártelo con calma.

—Está bien —dijo Ashby—. Me vendrá bien una siesta. —La medicación empezaba a pesarle y la conversación le había dejado exhausto.

—Y a mí me vendría bien comer algo. Señoritas, ¿os importaría acompañarme a la cocina? Veamos si podemos encontrar algo de comida reconfortante entre lo que han dejado elas akaraks. —Le dio una palmadita a Rosemary en la espalda—. Tengo unas nuevas plantas que creo que te van a sacar una sonrisa.

Rosemary inspiró y se recompuso.

—Una cosa más —dijo—. Sobre Ohan.

—Ah —contestó Doctor Chef—. Sí.

—Era…

—¿Cierto? Sí, eso me temo. Y siento haber destrozado la privacidad de Ohan de ese modo. Fue lo único que se me ocurrió.

—Estrellas —exclamó Rosemary—. No tenía ni idea.

—Yo también me acabo de enterar —dijo Sissix. Torció el gesto hacia Ashby—. Y todavía no entiendo por qué.

Ashby suspiró.

—Lo discutiremos más tarde, Sis. La cabeza me da vueltas.

—De acuerdo —concedió—. Puedes jugar la carta de estar malito esta vez. —Le palmeó el pecho con una garra—. Más tarde.

Una vez que estuvo a solas en el área médica, Ashby sacó la carta de papel que había guardado en el bolsillo. Se obligó a resistir la urgencia de dormir por la medicación durante unos minutos más.

… una característica de la que me alegro.

No sé cuánto durará esta salida (es un poco delicada), y sé que no estarás de vuelta en el espacio central hasta el próximo estándar. Pero tengo más papel, así que por lo menos puedo saludarte cuando haga alguna parada de compras. Y te enviaré cartas escrib tan pronto como pueda. Este papel tiene demasiado poco espacio para escribir todo lo que quiero decir, por lo que recuerda esto: te quiero, y siempre pienso en ti.

Viaja a salvo.

Pei


En cuanto las puertas del muelle estuvieron arregladas y la comida devorada, Jenks hizo varias cosas. Primero, se dio una ducha. Toda la nave daba la sensación de ser asquerosa después de haber tenido a aquellos bastardos con traje-mecha deambulando por ella. No podía fregar toda la nave, pero al menos se podía limpiar él. Hizo caso omiso a la regla de los quince minutos de ducha. No sería demasiado trabajo extra para el sistema de reciclaje de agua, y Kizzy le perdonaría en un día como aquel.

De vuelta en su habitación, sacó el infochip del bolsillo de los pantalones arrugados. Se sentó desnudo en la cama, enchufó el chip en el escrib y leyó el mensaje.

Eh, colega. He encontrado a un vendedor de esa mejora de software de la que hablamos. Está dispuesto a conseguirte el paquete completo, pero quiere que pagues por adelantado, sin reembolso, y no es negociable. Ya sabes cómo son estos tecs de productos especiales.

El tipo con el que tienes que hablar es don Crujiente. He oído mencionar su nombre antes. Reputación sólida. Tiene su propio asteroide, y todo. Un pedazo de programador, bueno con trabajo personalizado. Espera noticias tuyas. La información de contacto está abajo. Por favor, no la compartas con nadie.

Y, oye… Piensa en lo que te dije. ¿Seguro que es la mejora correcta para ti?

Ven a vernos de nuevo pronto. Cocinaré cena la próxima vez. O, bueno, por lo menos la pagaré yo.

Pepper

Sus ojos se quedaron fijos unos instantes en la palabra «paquete». Sabía lo que Pepper quería decir. Pensó sobre lo que le había comentado en Puerto Coriol, sobre la responsabilidad y las consecuencias. Pensó en ello lo suficiente para poder decir que lo había pensado. Se puso unos pantalones y se dirigió al núcleo de Lovey.

Hablaron durante horas. Repasaron una docena de veces todos los riesgos y peligros de los que ya habían hablado. Pero como los técnicos de componentes y las IA sabían bien, la redundancia en nombre de la seguridad siempre era una buena idea.

—Hay dos cosas que me escaman —dijo Lovey—. No son suficiente para decir que no, pero tenemos que tenerlas claras.

—Dispara.

—Primero, si me transfiero a un paquete, la nave se quedará sin sistema de monitorización. Ya que estaré renunciando de forma efectiva a un empleo por el que me preocupo muchísimo, quiero asegurarme de que hay un buen reemplazo preparado.

Jenks repiqueteó los dedos contra los labios mientras pensaba.

—No sé por qué, pero algo en el hecho de instalar una nueva IA es extraño en estas circunstancias. ¿Crees que estaría celosa de verte caminar por ahí mientras ella vive en tu núcleo?

—Para empezar, depende de la IA y si está interesada o no en un cuerpo. Pero no creo que vaya a causar problemas. Digamos, hipotéticamente, que me ve caminando por ahí, y que quiere saber por qué ella no puede tener la misma oportunidad. Por qué tuve esa elección que ella no.

—Buen apunte —contestó Jenks, frunciendo el ceño—. Y no sería demasiado justo. —Suspiró—. Por lo que…

—No te des por vencido todavía. No he terminado. ¿Y si me reemplaza un modelo no sapiente?

Jenks parpadeó. Un modelo no sapiente podría realizar el trabajo de Lovey, en efecto, con algunas modificaciones importantes, pero jamás sería alguien con quien pudieras tener una relación personal. Nunca sería un miembro real de la tripulación.

—¿No te molestaría?

—¿Por qué iba a molestarme?

—¿Vivir con una IA que fue diseñada para ser menos inteligente que tú, tan solo con la inteligencia justa para realizar el trabajo duro, pero a la que no se le permite convertirse en algo más? No sé, siempre he tenido dudas con este tema.

—Eres un amor, pero eso es una tontería.

Él sonrió con timidez.

—¿Por qué?

Lovey hizo una pausa.

—¿Te parece bien la idea de las bestias de carga? Caballos que tiran de carros, y ese tipo de cosas.

—Sí, siempre y cuando los traten bien.

—Bien, pues ahí lo tienes.

—Mmm. —Necesitaba darle un par de vueltas—. Sería decisión de Ashby, al final.

—Esa es la segunda cosa que me escama. No dejamos de esquivar el tema de la reacción de Ashby cuando se entere de lo que planeamos.

Jenks volvió a suspirar, esta vez profundamente.

—Lo cierto es que no tengo ni idea. No va a estar contento. Pero no nos denunciará. No es su estilo. En el mejor de los casos, me echará una bronca pero nos dejará quedarnos. En el peor, tendremos que marcharnos.

—El peor caso no es disparatado. Perdería su licencia si lo pillan llevando tec ilegal a sabiendas.

—Sí, pero, ¿cada cuánto nos registran? Y si lo hacen, no es como si…

—Jenks.

—¿Qué? Las posibilidades de que nos descubran…

—Existen. Yo estoy dispuesta a correr ese riesgo. Ashby quizá no. ¿Estás preparado para ello? Voy a hacer que pierdas tu trabajo y tu hogar por mí. Es tu elección, no la mía.

Jenks apoyó la mano en el núcleo.

—Lo sé. Adoro esta nave. Adoro mi trabajo. —Deslizó la mano por la curva suave e impecable. —Y no quiero marcharme. Pero no estaré en la Peregrina para siempre. Algún día, cuando llegue el momento, me iré a hacer otras cosas. Si alguien elige ese momento por mí, bueno…, adelante.

—¿Estás seguro?

Se sentó pensativo, observando la luz de ella brillándole entre los dedos. Pensó en los recovecos familiares de las paredes de la nave, el modo en que Ashby confiaba en él para realizar las modificaciones correctas. Pensó en el hueco de su colchón, en el que solo encajaba él. Pensó en beber mek en la Pecera, en Sissix riéndose, en Doctor Chef retumbando. Pensó en Kizzy, con la cual sabía que estaría sentado en algún antro espacial dentro de sesenta años, ambos viejos y repulsivos.

—Sí —dijo con un hilo de voz—. Sí, estoy seguro.

Durante un instante, Lovey no dijo nada.

—Incluso si la cosa llegara a ese punto, no te odiarían. Estas personas siempre van a ser tus amigos.

—Y los tuyos también.

—Eso no lo sé.

—Yo sí. —Guardó silencio—. Y bien, ¿lo hacemos?

—Eso me parece. —Había una sonrisa en su voz, una sonrisa que él anhelaba ver.

—Está bien. —Asintió, y rio—. Guau. Vale. Contactaré mañana con este tipo.

Durmió en el pozo de la IA aquella noche, con la cabeza apoyada en un frío panel de interfaz. Podía sentir el opaco metal dejándole diminutas marcas en la piel. Se durmió imaginando unos brazos suaves sobre su pecho, un aliento cálido contra su mejilla.