Día 130, CG Estándar 306

LAS TUNELADORAS

Tras guardar sus dos bolsas de equipaje (Sissix las había aprobado: «poco equipaje ahorra combustible»), Rosemary bajó las escaleras tras ella. Algo captó su atención, algo en lo que no se había fijado al subir. Cada peldaño de rejilla metálica estaba cubierto cuidadosamente con una gruesa tira de moqueta.

—¿Para qué sirve? —preguntó Rosemary.

—¿Mmm? Ah, eso es para mí. Para que no se me enganchen las garras en el enrejado.

Rosemary sintió un escalofrío.

—Ugh.

—No sabes tú bien. Me arranqué una de cuajo hace unos años, antes de que Kizzy colocara las alfombrillas. Chillé como una cría recién salida del cascarón. —Llegó a la siguiente cubierta e hizo un gesto con la cabeza hacia las puertas—. La sala de ocio está por ahí. Máquinas de ejercicio, la hub de juegos, sofás cómodos y esas cosas. La hub tiene algunos simuladores exteriores bastante buenos que te puedes parchear. Se supone que todos deben usarla por lo menos media hora al día. En teoría. Es algo que se olvida con facilidad, pero es realmente saludable. En una larga travesía, esto —dio una palmadita en la cabeza de Rosemary— es lo que más debes cuidar.

Rosemary paró de caminar mientras avanzaban por el pasillo.

—¿Son imaginaciones mías o está oscureciendo?

Sissix soltó una risita.

—Desde luego, no has vivido en el vacío, ¿eh? —preguntó, sin atisbo de ironía—. La iluminación en los pasillos y en las áreas comunes incrementa o disminuye según avanza el día. Lo que ves ahora es el atardecer, o una aproximación de este. Puedes encender las lámparas de trabajo en las habitaciones individuales siempre que necesites más luz, pero el cambio en luz ambiental de la nave nos ayuda a mantener cierto ritmo.

—Seguís días estándar, ¿cierto?

Sissix asintió.

—Días estándar, calendario estándar. ¿Todavía estás en tiempo solar?

—Sí.

—Tómate con calma los primeros diez días. Adaptarse a un nuevo reloj biológico a veces puede ser muy duro. Sin embargo, lo cierto es que mientras mantengas tu trabajo al día y sepas qué día es, no importa qué tipo de agenda mantengas. Aquí ninguno nos levantamos a la misma hora, y todos seguimos horarios un poco raros. Especialmente Ohan. Son nocturnos.

Rosemary no estaba segura de quién o qué era Ohan, o qué había querido decir Sissix al usar el plural, pero antes de poder preguntar, Sissix sonrió mirando la puerta que tenían delante.

—Voy a dejar que pases delante.

Había un cartel pintado a mano fijado en la pared, sobre la puerta. «LA PECERA», decía. Las letras brillantes estaban rodeadas de planetas sonrientes y alegres flores. Aunque era nueva en la nave, Rosemary estuvo segura de que la señal era obra de Kizzy.

Abrió la puerta y se quedó boquiabierta. Ante ella había una amplia sala abovedada, construida con capas de plex intercaladas. Era una ventana, una enorme ventana con forma de burbuja, con la galaxia entera extendiéndose al otro lado. Y en el interior, todo, realmente todo, era verde. Filas ascendientes de gigantescas macetas hidropónicas de las que brotaban hojas anchas, brotes frescos y verduras oscuras y grandes. Había etiquetas escritas a mano pegadas a estacas dispuestas a intervalos regulares (Rosemary no reconoció el alfabeto utilizado). Algunas de las plantas florecían, y enrejados delicados ayudaban a las enredaderas a crecer bien altas. Un camino cubierto de ramas se alejaba de la puerta, flanqueado por cajas de carga y latas de comida reusadas repletas de espesas matas de hierba. Trocitos de basura tecnológica pintados con tonos brillantes sobresalían aquí y allá, añadiendo pizcas de color. Al final del camino había tres escalones que conducían a un jardín a nivel más bajo. Una fuente desvencijada chapoteaba con suavidad, y cerca había algunos bancos y sillas. Tras los bancos, pequeños árboles decorativos se estiraban hacia las lámparas solares que colgaban sobre ellos. Pero una vez que Rosemary vio las lámparas, su atención se desvió de nuevo a la ventana burbuja, a las estrellas, planetas y nebulosas que esperaban ahí fuera.

Tras mirar embobada unos instantes, Rosemary pudo empezar a discernir los detalles más pequeños. El marco de la ventana parecía erosionado y de un material completamente distinto al del resto de la sala. Las macetas hidropónicas eran de todas las formas y tamaños, y lo bastante desgastadas para dar a entender que eran de segunda mano. Pero la sala era uno de esos lugares extraños y maravillosos que se beneficiaban de la falta de uniformidad. Las plantas estaban sanas y bien cuidadas, pero de algún modo, los rasguños, las abolladuras y la pintura desconchada eran lo que realmente les daba vida.

—Es… —Rosemary parpadeó—. Es increíble.

—Y necesario, lo creas o no —añadió Sissix—. Puede que parezca una extravagancia, pero tiene tres propósitos útiles. Uno: las plantas vivas reducen el trabajo de los filtros de aire. Dos: podemos cultivar parte de nuestra comida, lo que nos ahorra dinero en nuestros viajes al mercado y es más saludable que comer siempre cosas almacenadas en estasis. Tres, y lo más importante: nos ayuda a no volvernos locos tras pasar varias semanas enjaulados aquí. La sala de simulador es buena para tener un rato de tranquilidad, pero aquí es donde todos venimos a calmarnos. Muchas naves de largo trayecto tienen sitios como este. Aunque el nuestro es el mejor, si te interesa mi opinión completamente imparcial.

—Es hermoso —dijo Rosemary apartando los ojos de la ventana. Reflexionó durante un instante y recordó la bóveda opaca que había visto desde la cápsula—. ¿Por qué no lo pude ver al venir?

—Un buen truco, ¿verdad? —respondió Sissix—. Está hecho de plex variable, por lo que solo es transparente cuando queremos. Nos da algo de privacidad, y mantiene el espacio fresco si estamos cerca de un sol. Era parte de un yate harmagiano. Kizzy y Jenks tienen toda una red de colegas saqueadores que nos llaman siempre que encuentran piezas que podríamos aprovechar. La bóveda ha sido el premio gordo con diferencia. —Con un gesto, indicó a Rosemary que fuera tras ella—. Ven, te presentaré al tipo que planta todo esto.

Siguieron por el lado derecho del camino hasta una mesa ovalada dispuesta para la cena. Las sillas que rodeaban la mesa estaban desparejadas, y alrededor de la tercera parte estaba diseñada para traseros no humanos. Unas luces tenues colgaban de largos cables sobre la mesa, recubiertas con pantallas de diferentes colores. Estaba lejos de ser la mesa más sofisticada que Rosemary hubiera visto (las servilletas estaban desgastadas, unos cuantos platos tenían muescas, los condimentos eran todos de marcas baratas), pero aun así resultaba invitadora.

Cerca de la mesa había una encimera con tres taburetes a un lado y una gran cocina al otro. El aroma del pan horneado y de las plantas chisporroteantes inundó las fosas nasales de Rosemary, cuyo cuerpo le recordó lo mucho que hacía desde la última vez que había comido. Se sentía como si todo su torso estuviera hueco.

—¡Eh! —llamó Sissix por encima de la encimera—. ¡Venid a conocer a nuestra nueva tripulante!

Rosemary no vio la cortina que cubría la puerta trasera hasta que un miembro de la especie más rara que había visto nunca la apartó y entró. El sapiente —«él», había dicho Sissix— como mínimo la doblaba en tamaño. Era gordo y carnoso, de piel gris moteada. Rosemary lo habría tomado por algún tipo de anfibio si no fuera por los mechones de largos bigotes que brotaban de unas mejillas parecidas a globos. Casi todo su rostro estaba dominado por un labio superior ancho y partido, que a Rosemary le pareció adorable aunque no sabía muy bien por qué. Rememoró los videoprogramas sobre los animales de la antigua Tierra que le habían hecho tragarse de pequeña. Si se cruzaba una nutria con un geco y al resultado se le hacía caminar como una oruga de seis patas, se estaría cerca.

Resultaba especialmente difícil catalogar las piernas del sapiente, porque podrían pasar por brazos sin problema. Tenía seis, fueran lo que fueran, todas idénticas. Cuando entró por la puerta caminaba sobre un par y sujetaba dos cubetas de comida con las otras. Pero una vez que dejó las cubetas, dobló el cuerpo y caminó con dos pares hacia la encimera.

—Bueno, bueno, bueno —retumbó el sapiente. Su voz tenía una armonía extraña, como si cinco personas hablaran a la vez.

Mientras seguía procesando su apariencia, Rosemary vio que vestía ropa de estilo humano. Su torso superior (si se lo podía llamar así) estaba cubierto por una enorme camiseta de manga corta con un logo estampado donde aparecía un pulgar humano verde cruzando el espacio. El texto que lo rodeaba estaba impreso no en klip, sino en ensk: «Emporio Botánico de Pequeñojohn – Todo para los hidropónicos transgalácticos». Había cortado agujeros extra en los lados para su par de extremidades del medio. La sección inferior la había cubierto con un gigantesco par de pantalones de cordel. Bueno, más que pantalones, parecían una bolsa con espacio para piernas.

El rostro entero del sapiente se curvó hacia arriba en una aproximación surrealista a una sonrisa.

—Me apuesto algo a que nunca habías visto a uno de los míos antes —dijo.

Rosemary sonrió, aliviada por que él hubiera roto el hielo.

—No puedo afirmar lo contrario —respondió.

El sapiente trasteó al otro lado de la encimera mientras hablaba.

—El entrenamiento de sensibilidad interespecies siempre se queda corto cuando ves algo nuevo, ¿verdad? Me quedé mudo la primera vez que vi las cosas larguiruchas y marrones que sois.

—Y para los de su especie no es poca cosa —dijo Sissix.

—¡Exacto! —exclamó el sapiente—. El silencio no va con nosotros. —De su boca explotó un sonido: un murmullo gorjeante y estruendoso.

Rosemary miró a Sissix mientras unos estallidos discordantes seguían surgiendo de la extraña boca del ser.

—Se está riendo —susurró Sissix.

El ruido cesó, y el sapiente se palmeó el pecho.

—Soy Doctor Chef.

—Yo me llamo Rosemary. Tienes un nombre interesante.

—Bueno, no es mi nombre real, pero me encargo de cocinar y trabajo en el área médica si surge la necesidad.

—¿Qué especie eres?

—Soy un grum, y ahora soy macho.

Rosemary no había oído hablar de los grum. Debía de ser una especie de fuera de la CG.

—¿Ahora? —preguntó.

—En mi especie, el sexo biológico es un estado transitorio. Comenzamos la vida como hembras, nos convertimos en machos una vez pasados nuestros años de puesta de huevos, y terminamos nuestras vidas como algo que no es ni una cosa ni la otra. —Doctor Chef se estiró por encima de la encimera y colocó frente a Rosemary una taza de zumo y un pequeño plato con unas compactas galletitas saladas—. Aquí tienes. Azúcar, sal, vitaminas, calorías. La cena estará lista pronto, pero parece que te vas a desmayar en cualquier momento. —Meneó la cabeza y miró a Sissix—. Odio las procápsulas.

—Oh, estrellas; gracias. —Rosemary se abalanzó sobre las galletitas saladas. En alguna parte lejana de su cabeza sabía que no eran nada especial, pero en ese instante, eran lo mejor que había probado jamás.

—¿Puedo preguntarte tu nombre auténtico? —dijo cuando tuvo la boca menos llena.

—No serás capaz de pronunciarlo.

—¿Puedo intentarlo?

De nuevo la risa gorjeante.

—De acuerdo, prepárate. —La boca de Doctor Chef se abrió y de ella surgió una cacofonía, capas sobre capas de sonidos incomprensibles. Duró un minuto entero. Las mejillas se le hincharon tres veces al terminar—. Ese soy yo —concluyó. Se señaló la garganta—. Tráquea ramificada, seis juegos de cuerdas vocales. No hay ni una sola palabra en mi idioma que no tenga varios sonidos mezclados.

Rosemary se sintió algo aturdida.

—No debió de serte fácil aprender klip.

—Oh, no lo fue —respondió Doctor Chef—. Y no te mentiré, a veces todavía me resulta agotador. Sincronizar mis cuerdas vocales cuesta mucho trabajo.

—¿Por qué no usas una fonocaja?

Doctor Chef negó con la cabeza; le tembló la piel de las mejillas.

—No me gustan los implantes que no son medicamente necesarios. Además, ¿qué sentido tiene hablar con diferentes especies si no dedicas tiempo a aprender su lenguaje? Limitarse a pensar cosas y dejar que esa pequeña caja hable por ti es como hacer trampas.

Rosemary dio otro sorbo al zumo. Empezaba a sentirse mejor de la cabeza.

—¿Tu nombre quiere decir algo en tu idioma?

—Sí. Soy «Una Arboleda Donde Los Amigos Se Congregan Para Observar Las Lunas Alinearse Durante El Atardecer A Mitad De…», supongo que tú dirías «otoño». Ten en cuenta que eso es el primer trocito. También incluye el nombre de mi madre y la ciudad donde nací, pero creo que es suficiente, si no estarías oyéndome traducir toda la noche. —Rio de nuevo—. ¿Y tú? Sé que la mayoría de nombres humanos no tienen mucho significado, pero, ¿el tuyo tiene alguno?

—Eh, bueno, no creo que mis padres pensaran en ese detalle, pero significa romero. Es una planta.

Doctor Chef se inclinó hacia delante, apoyando su peso en los brazos superiores.

—¿Una planta? ¿Qué tipo de planta?

—Nada especial. Una hierba cualquiera.

—¡Una hierba cualquiera! —exclamó Doctor Chef; le temblaron los bigotes—. ¡Una hierba cualquiera, dice!

—Oh, oh —dijo Sissix—. Acabas de decir la palabra mágica.

—Rosemary, Rosemary —dijo Doctor Chef, sujetándole la mano—. Las hierbas son mi tema preferido. Combinan lo medicinal y lo gastronómico, lo que, como habrás intuido a estas alturas, son mis dos temas predilectos. Soy un entusiasta recolector de hierbas. Adquiero nuevos especímenes allí donde voy. —Hizo una pausa; gruñía y siseaba para sí mismo—. Creo que nunca he oído hablar de tu planta homónima. ¿Es para comer o para curar?

—Para comer —dijo Rosemary—. Creo que se echa en la sopa. En el pan también, me parece.

—¡Sopa! Oh, adoro la sopa —dijo Doctor Chef. Sus ojos de un negro sólido se volvieron hacia Sissix—. Haremos una parada en Port Coriol pronto, ¿no es cierto?

—Sip —respondió Sissix.

—Seguro que alguien tendrá romero por ahí. Enviaré un mensaje a mi viejo amigo Drave, él sabrá dónde buscar. Es bueno localizando cosas relacionadas con la comida. —Su boca se curvó hacia arriba al mirar de nuevo a Rosemary—. ¿Ves? Tienes un buen nombre después de todo. Ahora, acábate esas galletitas saladas, voy a comprobar los bichos. —Irrumpió de nuevo en la cocina, gruñó y suspiró al inclinarse sobre la parrilla. Rosemary se preguntó si estaría tarareando.

Sissix se acercó a Rosemary y susurró, ocultando su voz bajo las vocalizaciones de Doctor Chef y el ruido de la cocina:

—No le preguntes por su planeta natal.

—Ah —contestó Rosemary—. De acuerdo.

—Confía en mí. Y tampoco le preguntes por su familia. No es… un tema de conversación apropiado para la cena. Te lo explicaré más tarde.

Usando unas pinzas de cocina, Doctor Chef alzó con orgullo un enorme artrópodo de la parrilla. Tenía un caparazón negruzco, y sus patas estaban recogidas por debajo en varias hileras. Era del tamaño de la mano de Rosemary desde la muñeca hasta la punta de los dedos.

—Espero que te gusten los bichos de la costa roja. Y son frescos, no almacenados en estasis; tengo un par de tanques de cría en la parte de atrás.

Sissix le dio un codazo amistoso a Rosemary.

—Solo los comemos frescos en ocasiones especiales.

—No los he probado, pero huelen de maravilla.

—Un momento —exclamó Sissix—. ¿Nunca has probado bichos de la costa roja? Jamás había conocido a un humano que no hubiera probado bichos de la costa roja.

—Siempre he vivido en un planeta —dijo Rosemary—. No comemos muchos bichos en Marte.

Se sintió culpable solo por reconocerlo. Los insectos eran baratos, ricos en proteínas y fáciles de cultivar en espacios reducidos, lo que los convertía en un alimento estupendo para los espaciales. Los bichos habían sido parte de la dieta de la Flota Éxodo durante tanto tiempo que incluso las colonias extrasolares todavía los tenían como plato principal. Por supuesto, Rosemary había oído hablar de los bichos de la costa roja. Se decía que un tiempo después de que en la Confederación Galáctica hubieran garantizado el estatus de refugiados a la Flota Éxodo, un puñado de representantes humanos había acudido a una colonia aeluona para hablar sobre sus necesidades. Uno de los humanos más emprendedores se fijó en unos grupos de grandes insectos que correteaban por las dunas de arena roja cerca de la línea costera. Los insectos eran un leve incordio para los aeluones, pero para los humanos eran comida, y mucha. Los bichos de la costa roja fueron introducidos rápidamente en la dieta de los exodanos, y en la actualidad se podía encontrar un montón de aeluones y humanos extrasolares que se habían enriquecido comerciando con ellos. Rosemary, al admitir que nunca había comido bichos de la costa roja, estaba diciendo que no solo había viajado poquísimo, sino que pertenecía a un capítulo separado de la historia de la humanidad. Era una descendiente de los pudientes carnívoros que se asentaron primero en Marte, los cobardes que enviaron ganado vivo a través del espacio mientras había naciones muriendo de hambre en la Tierra. Aunque los exodanos y los solanos ya habían dejado atrás (la mayoría de) sus diferencias hacía tiempo, su privilegiada ascendencia era algo que la avergonzaba. Le recordaba demasiado bien el motivo por el que dejó su hogar.

Sissix la observó con suspicacia.

—¿Has comido mamíferos? Quiero decir los de verdad, no criados en tanques.

—Claro. Hay algunos ranchos de ganado en Marte.

Sissix reculó haciendo sonidos entre divertida y asqueada.

—Oh, no, puaj. —Parecía arrepentida—. Lo siento, Rosemary, es que es… blej.

—Bah. No son más que bocadillos enormes con pezuñas —intervino Jenks, que acababa de entrar, sonriendo—. También he probado la ternera de la superficie planetaria. Es una pasada.

—Oh, qué asco. Sois asquerosos —dijo Sissix entre risas.

—Me quedaré con los bichos, gracias —dijo una voz humana. Rosemary se dio la vuelta y se levantó—. Bienvenida a bordo —dijo el capitán Santoso, estrechándole la mano—. Es un placer conocerte al fin.

—Lo mismo digo, capitán —saludó Rosemary—. Me alegro mucho de estar aquí.

—Por favor, llámame Ashby —contestó con una sonrisa. Miró a su alrededor, buscando a alguien—. ¿Corbin te ha enseñado todo esto?

—Empezó a hacerlo —respondió Sissix; cogió una de las galletitas saladas de Rosemary—. Yo lo relevé para que pudiera hacer unos análisis.

—Vaya. Eso ha sido… muy amable por tu parte —dijo Ashby. Observó a Sissix durante un instante, haciéndole una pregunta muda que Rosemary no pudo adivinar. Luego devolvió su atención hacia ella—. Me temo que durante los próximos días no tendré demasiado tiempo para explicarte cómo funcionan las cosas. Mañana tunelaremos, y siempre hay que atar algunos cabos sueltos al terminar. Pero de todas formas estoy seguro de que necesitarás algún tiempo para adaptarte. Una vez que cumplamos este encargo, tú y yo nos podemos sentar y empezar a repasar mis informes.

—Mis condolencias —dijo Sissix, dándole unas palmaditas en el hombro a Rosemary.

—No son tan malos —protestó Ashby. Doctor Chef se aclaró la garganta con énfasis—. De acuerdo, son bastante malos. —Ashby se encogió de hombros y sonrió—. Pero, ¡eh! ¡Eso quiere decir que tienes un trabajo!

Rosemary se rio.

—No te preocupes. Soy una de esas raritas a las que les gusta el papeleo.

—Gracias a las estrellas por ello —exclamó Ashby—. Somos una buena tripulación, pero el papeleo no es uno de nuestros puntos fuertes.

—¡Sissix! —gritó Kizzy, entrando en la sala—. Tengo que hablar contigo sobre un vídeo sexy superescandaloso que he visto hoy.

Ashby cerró los ojos.

—… Y el tacto, tampoco.

Sissix pareció confusa.

—Kizzy, ya te lo he dicho, estoy harta de ver tus vídeos. Te lo juro, los humanos son la única especie capaz de hacer que el coito sea hortera.

—No, escucha, es importante. —Kizzy se coló tras la encimera e inspeccionó lo que cocinaba Doctor Chef. Se había cambiado el mugriento mono de trabajo por una elegante chaqueta amarilla, una falda que solo podría describirse como una enagua corta, unas medias con lunares de un naranja radiante, un par de gigantescas botas atadas con todo tipo de hebillas y correas y un desparrame de flores de tela trenzadas en el pelo. El conjunto habría quedado excéntrico en cualquier otra persona, pero de algún modo, Kizzy conseguía que funcionara—. Era un vídeo multiespecie, y ahora tengo un cubo de preguntas sobre la anatomía aandrisk.

—Ya me has visto desnuda —dijo Sissix—. Y seguro que ya has visto a otros aandrisk desnudos.

—Sí, pero… Sissix, la flexibilidad de este tío, hostia puta…

Lanzó la mano hacia un bol de verduras. Doctor Chef le golpeó la muñeca con una espátula sin siquiera mirarla.

Sissix suspiró.

—¿Cómo se titula el vídeo?

Planeta Prisión 6: La ingravidez del punto G.

—Yyy se acabó —interrumpió Ashby—. De verdad, ¿os mataría comportaros por un solo día?

—Eh, yo soy educado —contestó Jenks—. Ni siquiera he mencionado Planeta Prisión 7.

Ashby suspiró y se volvió hacia Rosemary.

—Puede que todavía estés a tiempo de llamar de vuelta a la procápsula, si has cambiado de idea.

Rosemary negó con la cabeza.

—Todavía no he cenado.

Doctor Chef soltó una sonora y vigorosa carcajada.

—Por fin alguien con las mismas prioridades que yo.

Sissix se inclinó sobre la encimera.

—Kizzy, tus zapatos son geniales. Ojalá pudiera vestir zapatos.

—¿A que sí? —exclamó Kizzy, alzando su pie derecho como si lo viera por primera vez—. ¡Contemplad mis botas maravillosas! ¡Todo lo que mola de una escuadra de asalto aeluona combinado con la perfección ergonómica absoluta! ¡Una locura podóloga! ¿Qué son? ¿Son unas grandes y resistentes todoterreno? ¿Son unas cómodas deportivas? ¡Nadie lo sabe! ¡Son una proeza de la ciencia que está ocurriendo justo sobre mis calcetines mientras charlamos! —Se giró hacia Doctor Chef, que en ese momento sacaba del horno una sartén con panecillos. Pescó uno y lo hizo saltar de una mano a otra—. Estrellas, huelen fenomenal. ¡Ven a mi boca, bollito de amor!

Ashby se dirigió a Rosemary.

—Eres buena con los idiomas, ¿verdad?

Rosemary apartó su atención de la técnica mecánica, que ejecutaba un bailecillo de dolor tras achicharrarse la lengua con el bollo caliente.

—Me las arreglo —respondió. Lo cierto es que era muy buena con los idiomas, pero no era algo de lo que presumir ante los nuevos compañeros durante la cena.

—Bueno, si vas a vivir en esta nave, vas a tener que aprender a hablar Kizzy.

—Es uno de esos que vas aprendiendo sobre la marcha —intervino Sissix, que había empezado a llevar cuencos llenos de comida a la mesa. Rosemary cogió uno lleno de una especie de puré de tubérculo morado y siguió su ejemplo. Al dejar el cuenco junto a los platos, una extraña lucidez la golpeó: era la primera vez que ponía la mesa.

—Oh, oh, por cierto —dijo Kizzy, acercándose a Ashby dando saltitos—. El filtro de aire está arreglado, pero me daba tanto miedo llegar tarde a cenar, y además me tenía que cambiar, que amontoné todos los cables dentro de la pared para que no se prendan fuego o algo, y prometo que lo dejaré en condiciones en cuanto cenemos, lo prometo de verdad…

—Si quieres, Kiz, puedo ocuparme yo de la limpieza de los cables —dijo Jenks—. Sé que tienes un montón de tareas pendientes antes de mañana.

—Por eso eres el mejor —dijo Kizzy. Se cruzó con la mirada de Rosemary y señaló a Jenks—. ¿A que es el mejor?

—Bien —intervino Doctor Chef, alzando una fuente repleta de bichos humeantes—. El papeo está listo.

Sissix, Kizzy y Jenks se sentaron todos en el mismo lado de la mesa. Como si le hubieran dado pie en ese momento, Corbin entró en la estancia. Se sentó en el lado opuesto. No dijo nada. Los otros, tampoco. Ashby, por lo menos, le dirigió un educado gesto con la cabeza.

El capitán se sentó a la cabeza de la mesa; Doctor Chef lo hizo en la silla opuesta a él. Ashby le hizo un gesto a Rosemary para que se sentara en el sitio vacío a su derecha. Sonrió a todo el mundo y alzó su vaso de agua.

—Por nuestra nueva tripulante —brindó—. Y que mañana tengamos un día laboral sin problemas.

Todos chocaron los vasos.

—Debería haber servido algo más elegante para beber —murmuró Doctor Chef.

—Todos necesitamos agua, Doc —repuso Ashby—. Además, te has superado con creces. —Hizo un gesto con la cabeza hacia la pila de cuencos con comida.

Rosemary descansó una mano sobre el estómago para amortiguar el rugido.

La tarea de llenarse el plato fue una batalla campal. Cuencos y bandejas pasaban de un lado para otro sin seguir un patrón claro. Cuando todos los cuencos de servir estuvieron en la mesa de nuevo, el plato de Rosemary estaba repleto de ensalada, una montaña de una cosa morada machacada (raíces colmillo, las llamó Doctor Chef), dos panecillos de cereales y uno de los bichos de la costa roja. De las coyunturas de las alargadas extremidades del bicho supuraba mantequilla deshecha salpicada con tiras de hierbas. Rosemary vio que había una pequeña brecha en la cáscara, donde Doctor Chef había puesto condimentos antes de pasarlos por la plancha. El bicho era espantoso a la vista, pero desprendía un aroma increíble, y Rosemary tenía hambre suficiente para probar cualquier cosa. Tan solo había un problema. No sabía cómo comérselo.

Sissix debió notar su indecisión, ya que la mujer aandrisk cruzó su mirada con ella por encima de la mesa. Alzó lentamente el cuchillo y el tenedor con sus manos de cuatro dedos y empezó a retirar el cascarón con habilidad; arrancó primero las patas, y después abrió el vientre por las marcas. Rosemary imitó los movimientos e intentó que su falta de experiencia no resultara demasiado obvia. Apreció la sutileza de Sissix, pero no podía pasar por alto lo irónico que era que una aandrisk le enseñase a comer un plato humano.

Si Rosemary había cometido alguna transgresión al desmontar el bicho, nadie de la tripulación hizo mención alguna. Estaban demasiado ocupados engullendo la comida, cantando alabanzas sobre la cocina de Doctor Chef y riéndose con bromas que Rosemary no entendía. El bochorno ante su desconocimiento de aquella comida desapareció en el instante que dio el primer bocado al bicho; tierno, sabroso, reconfortante. Un pelín como el cangrejo, pero más denso. Los bollos eran abundantes y estaban calientes, el puré estaba salado y dulce, la ensalada (recogida del jardín aquel mismo día, según le habían dicho) era crujiente y refrescante. Todos sus temores sobre la comida espacial quedaron erradicados. Se acostumbraría a los bichos y a las verduras hidropónicas. Con facilidad.

Una vez que sofocó el hambre hasta el punto de poder comer a un ritmo menos desesperado, Rosemary vio la silla vacía y el sitio libre que la separaba de Corbin.

—¿Quién se sienta aquí? —preguntó.

—Ah —respondió Doctor Chef—. Una pregunta delicada. Nadie, técnicamente, pero es el sitio de Ohan.

Rosemary memorizó el nombre.

—Claro, Sissix dijo que ela es nocturnea —añadió con un pronombre neutro. Era la única forma de ser educada cuando no había señales claras del género.

Ashby sonrió y negó con la cabeza.

—«Ellos»; Ohan son un par sianat. Macho, pero aun así decimos «ellos».

Rosemary rememoró la esclusa. Lovey no había hablado de un piloto, sino del Piloto. Su mente se aceleró por la emoción. Los sianats eran material para leyendas urbanas en su hogar; una raza solitaria que podía conceptualizar el espacio multidimensional con tanta facilidad como un humano podía hacer álgebra. Aunque aquella aptitud mental no era innata. La cultura sianat estaba estructurada en torno a un neurovirus que llamaban el Susurrante. Los efectos del Susurrante eran en gran parte desconocidos por el resto de la CG (los sianats prohibieron a otras especies que investigaran sobre ello), pero se sabía que alteraba las funciones cerebrales del huésped. Por lo que Rosemary sabía, todos los sianats se infectaban con el virus durante la niñez, y desde ese momento ya no pensaban en sí mismos como individuos, sino como entidades plurales, un «par». Entonces se los animaba a que salieran a la galaxia para poder compartir los dones del Susurrante con las especies que nunca podrían conocerlo de primera mano (el virus aún no había llegado a saltar a otras especies). La habilidad de los pares sianat para pensar de formas imposibles para otras especies los convirtieron en miembros inestimables de proyectos de investigación, de laboratorios científicos… y de naves tuneladoras. Con todo el jaleo de llegar a la Peregrina, no se le había ocurrido pensar en la posibilidad de encontrarse con un par sianat.

—¿No cenan con nosotros? —preguntó, tratando de ocultar las tremendas ganas de conocer a aquella… ¿persona? ¿Gente? Lo del plural le iba a llevar algún tiempo.

Ashby negó con la cabeza.

—Los pares son algo paranoicos con su salud. Tienen miedo de cualquier cosa que pueda afectar de forma inadvertida al Susurrante. Ohan nunca abandonan la nave, y no comen la misma comida que nosotros.

—Y eso que es totalmente higiénica, te lo aseguro —añadió Doctor Chef.

—Por eso me dieron un fogonazo cuando atraqué —dijo Rosemary—. Lovey dijo que tenía algunos contaminantes que alguien de la tripulación no toleraba.

—Ah, sí —dijo Doctor Chef—. Tendremos que actualizar la base de datos de tus inmubots. Nos ocuparemos de ello mañana.

—No es solo un tema de salud —intervino Sissix—. Los pares no socializan demasiado bien, ni siquiera con otros pares. Ohan no salen demasiado de su habitación. Son… Lo verás cuando los conozcas. Van a lo suyo.

—Tú también lo harías si pudieras mapear los túneles en tu cabeza —dijo Jenks.

—Pero, de todos modos, Doctor Chef siempre les pone un sitio —dijo Kizzy con la boca llena, aplastando el bocado contra la mejilla—. Porque es un amor.

—Quiero que sepan que siempre serán bienvenidos —explicó Doctor Chef—. Aunque no puedan comer con nosotros.

—Oooh —dijeron Kizzy y Jenks al unísono.

—Técnicamente, yo tampoco ceno —señaló Sissix. Rosemary ya se había dado cuenta de que aunque había cogido un poquito de todo, sus porciones eran diminutas—. Mordisqueo comida durante todo el día. Uno de los beneficios de no ser capaz de mantenerme caliente es no tener la necesidad de comer tanto. —Sonrió—. Pero me gusta sentarme con todos por la noche. Es una de mis costumbres humanas preferidas.

—Estoy completamente de acuerdo —dijo Doctor Chef, cogiendo otro bicho de la costa roja—. Sobre todo porque solo como una vez al día. —Dejó el bicho en equilibrio en la cima de un montón de cascarones vacíos. Rosemary contó seis.

—Entonces, ¿qué comen los pares sianat? —preguntó Rosemary.

Un temblor violento cruzó las mejillas de Doctor Chef. Incluso sin estar familiarizada con su anatomía, Rosemary tuvo la sensación de que era una expresión de rechazo.

—Esa horrible pasta de nutrientes. Nada más; tan solo tubos y más tubos de esa cosa, que les envían desde el planeta hogar de los sianat.

—Eh, nunca se sabe —exclamó Jenks—. Podría estar bastante bien.

—Nop —dijo Kizzy—. Absolutamente no. Una vez me hice con un tubo para investigar.

—Kizzy —exclamó Ashby.

Kizzy lo ignoró.

—Imagina algo con la consistencia de mantequilla de nueces seca y fría, pero sin sabor. Ni sal ni nada. Traté de untarlo en una tostada, pero fue desperdiciar una buena tostada.

Ashby suspiró.

—Y esto, la mujer que se cabrea si alguien se atreve a mirar siquiera una bolsa de su langostino de fuego.

—Eh —dijo Kizzy, señalándolo con el tenedor—. El langostino de fuego es una exquisitez poco común, ¿de acuerdo?

—Son un tentempié barato —dijo Sissix.

—Un tentempié barato que solo se puede conseguir en mi colonia, lo que lo convierte en una exquisitez poco común. Hay cajas y cajas de los tubos de la pasta de Ohan en el muelle de carga. Sabía que ni siquiera se darían cuenta si me quedaba uno. Oferta y demanda.

—Oferta y demanda no quiere decir eso —dijo Jenks.

—Claro que sí.

—«Oferta y demanda» no significa «por favor, roba deliberadamente esta mierda porque hay más que suficiente para seguir adelante».

—¿Te refieres a esto?

Lanzó una mano hacia delante y le robó un bollo del plato. Se lo embutió entero en la boca, empujando con los dedos, y empezó a coger más de la cesta del pan.

Ashby se dirigió a Rosemary sin prestar atención a la guerra por el botín horneado.

—Bueno, Rosemary, hablemos de ti. ¿Tienes familia en Marte?

Rosemary bebió con calma un sorbo de agua. La pregunta le aceleró un poco el pulso, pero no pasaría nada. Lo había ensayado.

—Sí. Mi padre trabaja en importaciones extraplanetarias; mi madre tiene una galería de arte. —Era cierto, tan solo omitía algunos detalles clave—. También tengo una hermana mayor, pero vive en Hagarem. —Cierto—. Trabaja para la CG. Departamento de distribución de recursos. Nada sofisticado, tan solo ocuparse del papeleo. —Cierto—. Aunque no tenemos mucho trato. —Desde luego, cierto.

—¿Dónde creciste?

—En Florencia. —Cierto.

Jenks desvió su atención de la pelea con Kizzy por los bollos. Soltó un silbido.

—Es una zona de primera categoría —dijo—. Tu familia debe de tener pasta.

—Lo cierto es que no. —Mentira—. Tan solo está cerca del trabajo de mi padre. —Cierto. Más o menos.

—Yo estuve en Florencia una vez —intervino Kizzy—. Cuando tenía doce años. Mis padres ahorraron muchísimo para que pudiéramos ir para el Día del Recuerdo. Estrellas, nunca me olvidaré cuando todo el mundo soltó las linternas flotantes en aquel enorme lugar abierto. —Rosemary sabía a qué se refería. La plaza del Nuevo Mundo, el lugar central de encuentro de la capital. Una amplia plaza de piedra vigilada por una estatua de la epónima de la ciudad, Marcella Florencia, la primera humana que puso el pie en Marte—. Todas esas luces diminutas subían como naves minúsculas. Creí que era lo más hermoso que había visto nunca.

—Yo estuve allí —dijo Rosemary.

—¡No fastidies!

—No creo que nadie se perdiera el Festival de Todas las Historias —se rio. De hecho, su padre había sido el mayor promotor del evento, pero presintió que sería mejor omitir esa parte. El Día del Recuerdo era una festividad humana que conmemoraba el día en que la última nave nodriza partió de la Tierra; el día en que los últimos humanos abandonaron su inhóspito planeta. La festividad se originó como una costumbre exodana, pero el Día del Recuerdo ganó popularidad tanto en la República Solar como en las colonias extrasolares. El Festival de Todas las Historias marcó el bicentenario del Día del Recuerdo, y la festividad se organizó como un trabajo colectivo de los funcionarios solanos y exodanos. Casi toda la Diáspora se volcó en él, hasta el último operario y el último burócrata. El Festival estaba pensado como un gesto de amistad y unión de una especie fracturada; un reconocimiento de que, a pesar de las dificultades pasadas, podían trabajar juntos hacia un brillante futuro galáctico. No es que al final saliera nada de ello. La Diáspora todavía era inefectiva en el Parlamento de la CG. Los harmagianos tenían dinero. Los aeluones tenían potencia de fuego. Los aandrisk tenían diplomacia. Los humanos tenían discusiones. Ningún festival, sin importar lo espléndido que fuera, iba a cambiar eso. Pero al menos fue una buena fiesta.

Kizzy le sonrió a Rosemary.

—Quizá vimos nuestras linternas. ¡Oh! ¿Probaste los helados? Los de leche real, en uno de esos cuencos de gofre, cubiertos con salsa de moras y virutas de chocolate.

—Uh, parece dulce —dijo Doctor Chef.

—Si no me falla la memoria, me comí dos de esos —contestó Rosemary. Sonrió, con la esperanza de que la sonrisa ocultara el nudo de nostalgia que le inundaba el pecho. Había trabajado muy duro para alejarse, había pasado por muchos aros, había aguantado muchas noches sin dormir, aterrada de que la atrapara, y aun así… Aun así había bichos en su plato, redes artigravitatorias bajo sus pies y una mesa rodeada de extraños que no podían saber lo que había dejado atrás. Estaba fuera, en el espacio, lejos de todo y de cualquier cosa que le era familiar.

—Hablando de cosas dulces —dijo Doctor Chef, dejando su tenedor con rotundidad—. ¿Quién quiere postre?

Aunque tenía la tripa tan llena que parecía a punto de estallar, Rosemary no tuvo problema en hacer espacio para tres de lo que Doctor Chef llamó «pastelitos de primavera»; suaves, gomosos, con reminiscencias a almendra, espolvoreados con una especia picante que no pudo identificar. No eran como el helado de salsa de moras de Día del Recuerdo, pero, en fin, nada lo sería nunca.


Tras ayudar a recoger la mesa, Ashby se acomodó en uno de los bancos resguardados del jardín. Sacó su escrib y le dio un mordisco al último pastelito de primavera. Privilegios del capitán.

Hizo un gesto hacia el escrib, direccionándolo hacia uno de los canales de trabajo de la Cámara de Transporte. «Estableciendo conexión», se leía en la pantalla. «Verificando acceso.» Mientras el icono de progreso parpadeaba, Ashby miró de nuevo hacia la cocina. Doctor Chef estaba tras la encimera y le mostraba a Rosemary cómo poner los platos sucios en el lavavajillas. Ella parecía atenta, pero algo perdida. Ashby sonrió para sus adentros. Los primeros días siempre eran duros.

Sissix se acercó con una taza de té en la mano.

—¿Y bien? —preguntó en voz baja, haciendo un gesto con la cabeza hacia la cocina.

Ashby asintió y le hizo sitio en el banco.

—Por ahora, bien —respondió con un susurro—. Parece bastante amigable.

—Tengo un buen presentimiento con ella —dijo Sissix al sentarse.

—¿Ah sí?

—Sí. Quiero decir, es un poco… Oh, estrellas, no existe la palabra adecuada en klip. Issik. ¿La conoces?

Ashby negó con la cabeza. Podía pillar algo de reskitkish si lo hablaban despacio, pero su vocabulario no era muy amplio.

—Literalmente quiere decir «huevo blando». Como la piel de las crías cuando acaban de salir del cascarón.

—Ah, vale. Entonces… ¿inexperta?

Ella meció la cabeza, pensativa.

—Sí, pero no del todo. Implica que te endurecerás con el tiempo.

Él asintió, observando sus duras escamas.

—Estoy segura de que lo hará.

—Bueno, ahí está el tema con ser issik. Si tu piel no se endurece… —Dejó que la lengua le cayera fuera de la boca e hizo un sonido como si se ahogara. Se rio.

Ashby le dedicó una sonrisa burlona.

—Estás hablando de bebés.

Sissix suspiró.

—Mamíferos —dijo con exasperación afectuosa. Apoyó la cabeza en el hombro de Ashby y le puso la mano en la rodilla. Si el gesto proviniera de un humano, hubiera sido íntimo, pero él estaba acostumbrado a ello con Sissix. Esta era su versión de un trato informal—. ¿Todavía tratas de conseguirnos otro encargo? —preguntó, señalando el escrib con la cabeza. El canal se había conectado, y mostraba una pulcra tabla de ofertas de contrato.

—Solo echo un vistazo a lo que hay por ahí.

—No conseguirás mucho con este canal.

—¿Por qué?

—Porque esto son bolos de clase alta. —Había una nota de diversión en su voz—. Estás cansado.

—No —respondió—. Tan solo estoy… mirando. —Habría dejado la explicación ahí, pero podía sentir cómo lo observaba, a la espera de más. Exhaló—. Uno solo de estos paga más que nuestros últimos tres encargos combinados.

—Las grandes naves consiguen mucha pasta. Siempre ha sido así.

—No se necesita una nave grande. Tan solo una bien equipada. —Ashby pasó la mirada por el jardín. Contenedores reciclados, una ventana escamoteada, maceteros usados—. Con las actualizaciones adecuadas, podríamos empezar a solicitar estos trabajos.

Sissix empezó a reírse entre dientes, pero paró cuando vio la cara de Ashby.

—¿Lo dices en serio?

—No lo sé —respondió Ashby—. Me pregunto si me he acomodado tanto con este tipo de encargos que ya no me paro a considerar hacer algo más. Y podríamos, en teoría. Somos capaces de ello. Somos lo bastante buenos.

—Lo somos —afirmó Sissix en voz baja—. Pero no estamos hablando de nuevas placas base. Necesitaríamos un nuevo taladro, y eso te costaría unas ganancias estándar completas. Me gustaría conseguir un nuevo panel de navegación, porque el que tenemos ahora es bastante problemático tal como está. Necesitaríamos una mayor cantidad de ambi, más estabilizadores, más boyas… Lo siento. No quiero pisotear tus ensoñaciones. —Le dio un arañazo amistoso en la rodilla con las garras—. De acuerdo, digamos que has ahorrado lo suficiente, y lo tenemos todo bien atado, y que podemos empezar a aceptar encargos de mayor nivel. ¿Qué harías con ello?

—¿A qué te refieres?

—Quiero decir que por qué quieres esto, además de lo que sea que Yoshi haya dicho que tanto te altera.

Ashby alzó las cejas y sonrió.

—¿Cómo lo has adivinado?

Ella soltó una carcajada.

—Una suposición.

Ashby se rascó la barba, pensativo. ¿Para qué lo quería? Cuando abandonó su hogar por primera vez, tantos años atrás, a veces se preguntaba si volvería de nuevo a la Flota para educar a críos, o si se asentaría en alguna colonia. Pero era un espacial de la cabeza a los pies, y tenía el gusanillo de ir a la deriva. Según pasaban los años, el pensamiento de sentar cabeza con una familia menguó. Siempre había creído que la finalidad de una familia era disfrutar de la experiencia de traer algo nuevo al universo, pasar los conocimientos y ver que parte de uno mismo seguía viviendo. Había llegado a darse cuenta de que su vida en el espacio llenaba esa necesidad. Tenía una tripulación que confiaba en él, y una nave que seguía creciendo, y túneles que durarían generaciones. Para él, aquello era suficiente.

Pero ¿era suficiente como estaba ahora? Estaba satisfecho, desde luego, pero podía hacer más. Podía construir cosas mayores para un mayor número de personas. Podía conseguirle a su tripulación unos beneficios más grandes, algo que había querido hacer desde hacía tiempo y que se merecían de verdad. No compartía la arrogancia de Yoshi, pero no podía negar que la idea de ser un capitán humano haciendo el trabajo que por tradición se dejaba para las especies fundadoras le generaba una chispa de orgullo. Podía…

—Ah, no es por cambiar de tema, pero quería decirte algo —dijo—. Tessa me ha enviado hoy un paquete de vídeo. Ky ha empezado a andar.

—Oh, genial —exclamó Sissix—. Felicítala de mi parte. —Hizo una pausa—. Vale, para serte sincera, siempre me olvido de que aprender a andar os cuenta tantísimo. Siempre que pienso en tu sobrino lo imagino corriendo de aquí para allá.

Ashby rio.

—Pronto lo hará. —Así sería, persiguiendo a su hermana mayor, golpeándose las rodillas, fracturándose los huesos, quemando una cantidad de calorías siempre creciente. Tessa siempre protestaba cuando Ashby le enviaba créditos, pero tampoco se había negado con rotundidad. Ni lo había hecho su padre, que tenía problemas con la vista a pesar de las operaciones recurrentes. Lo que necesitaba era un implante óptico, del mismo modo que Tessa necesitaba comida para sus hijos más sana que la que un trabajo de la Flota, en una plataforma de cargo, podía proveer.

Ashby podía hacer más.