Capítulo 2

—No es una broma —replicó molesta Charlotte—. Mamá me ha leído la carta, después se ha marchado porque alguien la reclamaba y yo la he cogido de su escritorio. Mostró un papel arrugado y se lo entregó a su hermano. Éste lo cogió, y leyó con voz alta:

Mi querida Margaret:

Debo darte una noticia que te parecerá increíble, pero sé que agradecerás a Dios la maravillosa oportunidad que se le ofrece a la querida y pequeña Charlotte.

Soy huésped del príncipe Iván Katinouski, quien me ha dicho que su esposa la princesa, que durante los últimos doce años estuvo loca, ha muerto. Como soy vieja amiga suya, me ha pedido que le ayude a elegir una nueva esposa.

El príncipe es, como sabes, uno de los hombres más acaudalados de Europa, tal vez del mundo, y se le admira en todas partes.

Podría, por supuesto, casarse con quien quisiera, pero desea una mujer joven e inocente que provenga de una familia noble, no sólo para que sea la castellana de sus varias y espléndidas mansiones, sino también madre de los hijos que hasta ahora no ha podido tener.

Sé muy bien, Margaret, que a George no le agradan los extranjeros, pero lo excepcional del príncipe Iván es que su madre fue una Warminster, familia tan inglesa como la que más.

Sé que Charlotte, debido al luto por tu querida madre, no ha visto nada del mundo, pero eso es lo que el príncipe Iván desea, de modo que hemos preparado una reunión en su honor, que se celebrará en Charl el día 18. Así tendrán oportunidad de conocerse.

Se reunirá un grupo de jóvenes, y ya te imaginarás cómo tratarán de asediarlo las madres ambiciosas con hijas casaderas cuando sepan que está disponible.

Por lo tanto, creo que lo mejor será que yo sea la dama de compañía de Charlotte, que tú me la mandes con Richard y, si desea acompañarlos, el inseparable amigo de tu hijo, Shane O’Derry.

Sé que es una invitación muy apresurada, pero seguro que estarás de acuerdo conmigo en que es la oportunidad para Charlotte de hacer un matrimonio verdaderamente brillante. Sería un error permitir que el interés del príncipe se desviara hacia otra persona.

Estoy muy emocionada ante la perspectiva de que mi sobrina se convierta en princesa Katinouski.

En cuanto la sepa, te comunicaré la hora en que deben llegar Charlotte y Richard.

Tu afectuosa cuñada.

Odele.

Richard leyó la carta con evidente sorpresa y, al terminar, comentó disgustado:

—¡Es la impertinencia más grande que he visto jamás! ¿Cómo se atreven el príncipe y tía Odele a tratar a Charlotte como si fuera una mercancía en venta?

—Yo también me lo pregunto —dijo Shane.

Charlotte lanzó un grito como de animalillo atrapado.

—¡Es horrible! ¡Una crueldad! —sollozó—, pero he notado que mamá, al leerme la carta, estaba encantada.

—Tal vez tu padre… —empezó a decir Shane, titubeante.

—Pierde toda esperanza —lo interrumpió su amigo—. Estoy seguro de que el príncipe no le agrada, pero le impresionan sus riquezas. ¡A quién no!

—¡No me casaré con él! ¡Nadie podrá obligarme! —volvió a sollozar Charlotte.

Su hermano y Shane se miraron sin hablar, pues ambos pensaban que ella no tendría voz ni voto en el asunto.

Contaba sólo dieciocho años, así que sus padres podían obligarla a casarse con quien desearan. No le quedaría más remedio que acatar esta decisión.

—¿Qué podemos hacer? —preguntó Shane con voz ahogada.

—¡Es intolerable! —exclamó Richard.

—Vuestra tía parece pensar que el príncipe puede interesarse por alguien más si no actuáis con rapidez. ¿Y si Charlotte enfermara y no pudiera asistir el día señalado? —propuso Shane.

—Tía Odele no cederá con tanta facilidad —contestó Richard con cierto sarcasmo—. Su comportamiento es sorprendente, por que tú y yo sabemos que ella y el príncipe…

Se detuvo de pronto al comprender que cometía una indiscreción. Charlotte levantó la cabeza y preguntó:

—¿Qué pasa con ellos?

—Son… viejos amigos como dice la carta —repuso evasivo su hermano.

—Insinúas que son algo más que amigos, ¿no es así?

Como ninguno le respondía, Charlotte agregó:

—¿Será su relación… como la del príncipe de Gales y la señora Langtry?

Desvió la mirada de su hermano hacia Shane y añadió:

—¡Pero si tía Odele es muy mayor!

—La relación entre ellos no tiene que ver con tu matrimonio con el príncipe —se apresuró a decir Richard.

—¡Lo tiene! —protestó Charlotte—. Si ellos están… enamorados, ¿por qué quieren obligarme a casarme con él? ¡Es… es una infamia!

—Charlotte tiene razón. Debemos hacer algo al respecto —exclamó furioso Richard.

—¿Qué podemos hacer, excepto proporcionarle alguien que él prefiera en lugar de Charlotte? —dijo Shane con desaliento.

—Lo que me gustaría hacer es desquitarme y hacerle quedar en ridículo —dijo el joven vizconde, acercándose a la ventana como si necesitara aire fresco—. Pero sólo Dios sabe cómo podríamos conseguirlo.

—Tal vez Willbram pudiera ayudarnos —aventuró Shane.

—¿Willbram? —preguntó Richard volviéndose hacia su amigo—. ¡Ya sé a lo que te refieres! ¡La apuesta que ganó!

—¿Qué apuesta? —preguntó Charlotte con los ojos llenos de lágrimas.

Shane la abrazó al responder:

—Es un amigo nuestro que, por burlarse de la presumida marquesa de Troon, llevó a una de sus fiestas a una mujer que presentó como gran duquesa de Melkinstein nada menos, cuando en realidad no era más que una…

Richard tosió discretamente y Shane cambió de inmediato el final de la frase:

—… Una bailarina.

—¿Y todos le creyeron? —preguntó Charlotte.

—Así fue —contestó el vizconde—; pero, por supuesto, Willbram y sus amigos la vistieron adecuadamente para que representara su papel.

Charlotte miró suplicante a su hermano.

—¿No podríamos hacer algo así?

—No conseguiríamos nada. No hay nadie que tenga más experiencia con las mujeres que el príncipe Katinouski.

—Lo conseguiríamos si encontráramos a la joven adecuada; alguien que pudiera atraerlo más que Charlotte.

—Yo podría presentarme ante él, fea, grosera y desagradable. Entonces el príncipe le diría a tía Odele que no deseaba casarse conmigo.

De nuevo los dos amigos se miraron.

—Estoy seguro de que tía Odele se las arreglará para que el príncipe se case con quien ella elija —afirmó Richard.

—Pero podríamos intentarlo… Por favor, hagámoslo —rogó Charlotte.

Observando la angustia de su hermana, el joven vizconde pensó, por primera vez en su vida, en la crueldad que representaban los matrimonios concertados.

Nunca se había preocupado por ello y daba por sentado que los nobles debían casarse con miembros de la nobleza porque era lo más conveniente.

Pero jamás pensó que una chiquilla con tan poca experiencia como su querida Charlotte pudiera casarse con un hombre tan mundano como el príncipe. Sabía que para ella, enamorada de Shane, aquel matrimonio sería un sufrimiento inenarrable.

Admiraba al príncipe Katinouski en ciertos aspectos y, como todos sus amigos, seguía con gran interés sus triunfos en los hipódromos.

De vez en cuando, por supuesto, lo había visto en alguna fiesta y en el club Whitte, donde Richard había ingresado como miembro en fecha reciente.

Y aunque el príncipe se movía en esferas sociales a las que ni él ni Shane aspiraban, conocía bien los rumores que corrían acerca del apuesto anglo ruso.

Richard no se había sorprendido al enterarse de que su tía Odele era el «asunto» más reciente del príncipe.

La familia Storr no aprobaba la conducta de lady Odele. Les molestaba la publicidad de que se rodeaba y les parecía muy vulgar que se vendieran sus fotografías.

Sin embargo, a pesar de que la criticaban en privado, como era bien recibida en Marlborough House y gozaba de la amistad no sólo del príncipe de Gales, sino también de la princesa, no podían hacer nada y, en público, preferían no referirse a ella.

Pero Richard pensaba que era mucho más grave lo que ahora pretendía lady Odele: casar a su hermana con un hombre que, estaba seguro, la haría desdichada.

Siempre había creído que, de algún modo, con el tiempo Charlotte lograría casarse con Shane y los tres continuarían siendo felices juntos, como lo eran desde niños.

Debía hacer algo para salvar a su hermana, por difícil que fuera.

—Si Willbram lo logró, nosotros también podemos hacerlo —afirmó Shane, sacando a Richard de su abstracción momentánea.

—Willbram sólo necesitó que la muchacha representara su papel una noche en Troon House; eso es muy diferente a pasar varios días en Charl —opuso el vizconde.

Shane insistió con Charlotte.

—Piensa en tus amigas, querida. ¿Qué tal esa joven tan bonita que te visitó hace dos semanas?

—¿Alice Bracknell? ¡Es una boba! No creo que nadie se interesara por ella más de cinco minutos. Además, su madre ya decidió casarla con lord Daré.

—Eso me recuerda —dijo Richard— que hace un mes aproximadamente, vi en la iglesia a la muchacha más guapa que he conocido nunca. Tuve la intención de preguntarte quien era, pero lo olvidé.

—Sé a quien te refieres —contestó Charlotte—. Es Alana, una joven muy bonita, es cierto.

—La acompañaban varios niños.

—Son los hijos del vicario. Alana ayuda a la señora Bredon a cuidarlos.

—¿Es de verdad tan hermosa? —intervino Shane.

—A mí me lo pareció, pero no pretenderás… —comenzó a decir Richard.

—Yo estoy dispuesto a intentar cualquier cosa con tal de salvar a Charlotte.

—¡Quiero casarme contigo, Shane! —manifestó ella—. Tú me prometiste que lo haríamos, aunque tuviéramos que esperar.

—Lo sé, cariño, pero dudo que tu padre me escuchara si se lo pidiese.

—No pierdas el tiempo —dijo Richard—. Tal vez papá rechace al príncipe, ya que detesta a los extranjeros, pero si mamá y tía Odele lo consideran un buen partido no le prestarán atención y Charlotte sería llevada al altar aprisa y corriendo.

Charlotte ocultó el rostro entre las manos y se echó a llorar de nuevo.

—¡Demonios, tenemos que hacer algo! —agregó su hermano—. ¿Crees que podríamos convencer a esa joven para que nos ayudara e intentase atraer la atención del príncipe de modo que él se olvide de ti?

Charlotte dejó de llorar y lo miró con los ojos muy abiertos.

—¿Sugieres que nos llevemos a Alana a Charl? —preguntó Shane.

—No con su verdadera personalidad, claro… Fingiríamos que pertenece a la nobleza. Así tal vez el príncipe desviaría su atención hacia ella.

—La alternativa que nos queda sería fugarnos Charlotte y yo —dijo Shane.

—Papá os perseguiría.

—Quizá no nos encontrara.

—¡Si al menos esto no hubiera sucedido tan pronto! —exclamó Charlotte—. Ya sabes que, cuando cumpla veintiún años, recibiré la herencia que me dejó mi madrina.

—Lo había olvidado —declaró su hermano—. ¿A cuánto asciende?

—Es una renta de doscientas o trescientas libras al año, no lo sé con exactitud, pero papá dijo algo de que se acumularán y, cuando yo llegue a esa edad, serán más.

—Ya he discutido el asunto con mi padre y sé que él nos daría una casa en su propiedad —intervino Shane—. Yo criaría caballos y… sí, creo que podríamos arreglarnos.

—¡Claro que podríamos! —exclamó Charlotte—. ¡Y seriamos tan felices…!

Miró a Shane y, por un momento, se olvidaron de todo.

Richard los sacó de su arrobo al decir:

—Pero ya no es posible esperar hasta que Charlotte cumpla veintiún años. Debemos actuar ahora para resolver lo del príncipe.

Charlotte miró a su hermano y preguntó:

—¿Piensas de verdad en Alana?

—Háblame de ella —le pidió Richard—. No hay duda de que es guapa.

—Y tiene un carácter muy agradable.

—¿Cómo los sabes?

—Es hija del señor Wickham, que fue mi profesor de música. Lo conociste: venía aquí tres veces por semana.

—Claro, ahora recuerdo. Era un hombre alto y muy bien parecido.

—Y un encanto. Mamá, por supuesto, lo trataba con desdén como a todos mis maestros, pero él era todo un caballero. Me contó una vez que su familia era muy conocida en el norte y que su padre fue un célebre director de orquesta.

—Mamá habría opinado que eso no lo convertía en un caballero.

—Pero lo era. Además, me encantaban sus clases, aunque jamás llegaré a tocar tan bien como él o como Alana.

—Conque así fue como la conociste…

—Sí. Venía porque el señor Wickham y yo tocábamos el violín a dúo y Alana nos acompañaba al piano. Ella también tocaba el violín estupendamente. Me habría gustado que fuera mi amiga, pero mamá no lo habría permitido.

—Supongo que no. Pero todavía la ves, ¿no?

—Ahora sólo en la iglesia. Cuando murió su padre, la dejó sin dinero. Y mientras yo trataba de armarme de valor para pedirle a mamá que me permitiera ayudarla, me enteré de que se había mudado a la vicaría para cuidar a los hijos del reverendo.

—Y llevará una vida horrible —observó Richard especulativamente.

—La señora Bredon es amable, ¡pero son cinco niños!

—En esas circunstancias —señaló Shane—, creo que estará encantada de alejarse un tiempo y hospedarse en un sitio como Charl.

—No creo que podamos encontrar una joven más hermosa, aunque la buscáramos por todo el condado —dijo Richard—. Y si, como dice Charlotte, su padre fue un caballero, ella sabrá cómo comportarse.

Charlotte los miró a ambos.

—¡Oh, Richard, es una idea maravillosa! Estoy segura de que, si se lo pido, Alana accederá. Creo que me tiene afecto y yo la he echado mucho de menos desde la muerte de su padre.

—¿Lo intentamos, Shane? —propuso Richard—. Sería un triunfo si logramos engañar al príncipe con una joven que es sólo una niñera de vicaría.

—Creo que eso depende de que sea tan atractiva como dices —contestó Shane—, y de que pueda representar el papel de una auténtica dama.

—También tenemos que pensar cómo llevarla a Charl.

—Yo podría decir que es una amiga que se hospedaba en casa invitada por mí —sugirió Charlotte—. Como ni mamá ni papá irán, tía Odele no sospechará. No conoce a ninguna de mis amigas.

—¡Ya lo tengo! —exclamó Richard—. ¡Es una idea espléndida!

—¿Cuál? —preguntó Charlotte.

—Si logramos que acceda a venir con nosotros, diremos que es la hermana de Shane, lady Alana O’Derry.

—¿Mi hermana? Tengo dos, pero la mayor sólo cuenta quince años.

—¿Y cómo va a saberlo el príncipe?

—Tía Odele puede saberlo.

—Hay muchos O’Derry en Irlanda —contestó Shane—. Creo que será mejor presentarla como mi prima. El hermano de papá tiene varias hijas.

—Entonces será tu prima hermana —decidió Richard—. Tu prima Alana, que llegó de Irlanda inesperadamente a hospedarse con nosotros y no tuvimos más remedio que llevarla a Charl. ¿Os parece creíble?

—¡Perfecto! —exclamó Charlotte—. Pero debo convencer a Alana.

—Podríamos pagarle.

—Tengo la sensación de que sería un error ofrecerle dinero. El señor Wickham era muy orgulloso y estoy segura de que Alana también lo es. Será mejor que le diga la verdad y le pida ayuda.

—¿Crees que accederá?

—Espero que sí. Es muy idealista y seguramente se escandalizará al saber que pretenden casarme a la fuerza con un hombre que no conozco, sobre todo teniendo en cuenta que quiero a Shane.

—Bien, convéncela como puedas —dijo Richard.

—Haré todo lo posible.

—Mañana le diremos a mamá que salimos a dar un paseo. Te dejaremos en la vicaría y te recogeremos una hora más tarde.

—Es buena idea —convino Charlotte—. Si lo hubiera pensado antes habría ido a visitar a Alana, pero ya sabes que mamá se opone a que nos relacionemos con la gente de la aldea.

Los tres sabían que era verdad.

Los condes de Storrington se mantenían muy apartados de aquellos que consideraban por debajo de su nivel social.

Una vez al año invitaban a cenar al vicario y al médico con sus respectivas esposas y a dos o tres personas más de las vastas propiedades Storrington; pero eso era todo.

Las amistades de los condes eran las familias importantes que vivían en mansiones cercanas, y otras que viajaban desde Londres para descansar algunas semanas en el campo, a fin de cazar en verano o asistir a los bailes de invierno.

A Charlotte no se le permitía participar en estas diversiones porque aún no la habían presentado en sociedad; pero a ella no le importaba, porque cuando Richard y Shane estaban en la casa pasaba en su compañía la mayor parte del tiempo y no deseaba ver a nadie más.

Los condes, tenían otros tres hijos menores que aún estaban en la escuela.

Como Richard notara que tomar aquella decisión había aliviado la tensión de Charlotte, le devolvió la carta.

—Te aconsejo que te laves la cara y te muestres más contenta. No tiene objeto que mamá se dé cuenta de que intentas oponerte a ese matrimonio. Pondría a tía Odele en guardia. Debemos comportarnos con naturalidad hasta que sepamos si tu amiga nos ayudará.

—Tiene razón tu hermano —convino Shane, que la atrajo un poco más hacia sí y agregó—: Será mejor que hagas lo que dice Richard y procura no atormentarte, cariño. Te salvaremos de algún modo.

—¿Lo dices en serio? —preguntó Charlotte.

—Puedes estar segura de que no permitiré que te cases con el príncipe ni con ningún otro. ¡Lo juro!

El tono de Shane era tan posesivo, que a Charlotte se le iluminó la cara.

—Cariño, tenía tanto miedo…

—Confía en Richard y en mí.

—¡Confío!

Charlotte besó a Shane en la mejilla y, al ponerse en pie, tomó la carta de manos de su hermano.

—Gracias, Richard, gracias… ¡Eres el hermano más maravilloso del mundo!

Y rápidamente abandonó la habitación.

—¿Crees que podremos lograrlo? —preguntó Shane en voz baja.

—Sólo nos queda rezar y esperar. Ya sabes cómo es el príncipe. Charlotte jamás podría entenderse con un hombre así.

—¡Me dan ganas de matarlo! —exclamó indignado Shane—. Te juro que lo haré antes de permitir que Charlotte se case con él.

—Controla tu temperamento irlandés —rió su amigo—. No quiero que Charlotte se quede viuda antes de casarse.

—Te apuesto que fue idea de tu tía.

—Por supuesto. Está loca por ese hombre, como tantas otras mujeres, y cree que si él tiene una esposa inocente y buena como Charlotte, la pobrecilla no se dará cuenta de lo que sucede a sus espaldas.

—Todo este asunto me enferma. Te prometo, Richard, que si no podemos salvar a Charlotte por medio de ese engaño, mataré al príncipe o nos fugaremos a Irlanda para escondernos donde nadie pueda encontrarnos.

—No puedes casarte con ella sin permiso de papá mientras sea menor de edad.

—Me casaré con ella como sea. ¡No puedo perderla, Richard!

—Lo sé, pero no será fácil.

—Eso no importa. Lo que hacemos es correcto y creo que así arruinaremos los malvados planes de tu tía y el príncipe.

—Eso espero —dijo Richard, mas no parecía muy convencido.

* * *

Alana levantó en brazos al niño más pequeño de los Bredon, que tenía sólo tres años y lloraba porque su hermana de cinco le había quitado la pelota.

—No importa —le dijo con voz suave y musical—. Te buscaré otra cosa para jugar.

—La pelota…, la pelota —sollozaba el niño.

Ella lo sentó en sus rodillas y lo estuvo meciendo hasta que dejó de llorar.

—Así está mejor. Ahora buscaremos otra pelota.

Alana miró a su alrededor y vio un ovillo de lana con la que había remendado las medias de los niños.

Sin dejar de abrazar al pequeño Billy, la cogió y se la entregó a éste. El niño, fascinado, la sujetó entre sus manos regordetas.

—¡Pelota, pelota! —exclamó sonriendo.

Alana le limpió las mejillas con su pañuelo, lo besó y lo dejó en el suelo.

—Ve a jugar con tu pelota mientras limpio la habitación —le indicó, antes de acercarse a la ventana para asegurarse de que los otros cuatro niños, que jugaban en el jardín, estaban bien.

Los había vestido con ropa gruesa, pero advirtió que una de las niñas ya había perdido su gorro y que el mayor, de diez años, lanzaba el suyo hacia un árbol alto, en una de cuyas ramas quedó prendido.

Alana se dijo que aunque sería difícil bajarlo después, la cosa no era tan grave como lo ocurrido el día anterior, cuando el niño, tirando piedras, había roto dos ventanas.

—En cuanto termine —dijo a Billy que ahora jugaba contento—, te abrigaré y saldremos a dar un paseo.

Oyó que se abría la puerta; pero no se volvió porque supuso que era la señora Bredon o la mujer que hacía la limpieza.

—Hola, Alana —dijo una voz suave.

Alana giró sobresaltada.

—¡Lady Charlotte! —exclamó—. No la esperaba.

—Una mujer me ha dicho que te encontraría aquí.

—Debe de ser la señora Hicks. Está un poco chiflada y lo mismo podía haberla enviado al sótano o al desván.

Charlotte rió.

—Alana, siempre tan divertida. No sabes cuánto te he echado de menos.

—Yo también a milady.

—Sabes que habría venido a verte si hubiera podido.

—Sí, lo sé.

—¿Estás bien aquí?

—El vicario y su esposa han sido muy buenos conmigo. Al morir papá quedé sin dinero… y con muchas deudas.

—¡Oh, pobre Alana! Me sentí muy mal al no poder ayudarte. Debes perdonarme.

—No hay nada que perdonar, lady Charlotte. ¿Por qué iba a ayudarme?

—Porque somos amigas… La verdad es que yo no he resultado una amiga muy buena y me siento avergonzada.

—Eso es ridículo. Pero me encanta verla. ¿No se sienta?

Alana se acercó a la ventana para asegurarse de que los niños estaban bien y se alegró al ver que habían sacado los conejos de su jaula y jugaban con ellos.

Como eran conejos gordos y perezosos no había peligro de que escaparan y mantendrían entretenidos a los niños un buen rato.

—Vengo a verte porque necesito ayuda, Alana —confesó Charlotte—. Te pareceré egoísta, pero estoy tan desesperada…

—¿Desesperada?

—Sabes, porque te lo conté, que quiero a Shane O’Derry y siempre he tenido intención de casarme con él.

—Sí, me lo contó hace tiempo. ¿Qué sucede? ¿Él…?

—No, no es nada que Shane haya hecho. Es que he recibido una desagradable noticia.

En pocas palabras, Charlotte le contó a Alana lo sucedido, pero no pudo evitar que su voz se quebrara y empezaran a rodar lágrimas por sus mejillas.

—¡Oh, lady Charlotte, cuánto lo siento! —exclamó Alana—. Pero, si sus padres no saben que está enamorada de otro, ¿por qué no se lo dice?

—No me escucharían. Echarían a Shane de la casa y no volvería a verlo nunca.

—Deberían pensar en su felicidad…

—Lo dices porque tu padre era muy diferente a los míos. Creo que era el hombre más bueno que he conocido en mi vida.

—Era muy bueno, sí… Con frecuencia me decía: «Espero, hija mía, que un día sientas un amor tan profundo como el que nos tuvimos tu madre y yo, que creció día a día hasta que ella murió».

—Yo también lo espero —sonrió débilmente Charlotte.

—No es probable, porque nunca me casaré.

—¡Nunca! ¿Por qué?

—Hablábamos de usted —dijo apresuradamente Alana—. ¿Qué piensa hacer?

—Es lo que he venido a decirte.

Alana pareció intrigada, pero no interrumpió a Charlotte, que añadió:

—Shane y Richard, mi hermano, me hablaron de un amigo que llevó una bailarina a una fiesta en Londres y la hicieron pasar por gran duquesa, porque quería dar una lección a su anfitriona, que es una presumida.

Alana no dijo nada, pero fijó sus grandes ojos en Charlotte, quien continuó diciendo:

—Nadie adivinó el engaño. Por eso cuando Richard dijo que te había visto en la iglesia y comentó lo bella que eras… Bueno, tal vez te parezca una proposición absurda la que voy a hacerte, Alana; pero si te niegas… me obligarán a casarme con ese hombre horrible… que está enamorado de mi tía.

—¡Enamorado de su tía!

—Sí, una mujer bellísima: lady Odele Ashford. Tal vez hayas oído hablar de ella.

—Por supuesto. Ya sabe que en la aldea casi no se habla más que de la familia Storr y de lo que sucede en su casa.

—Richard y Shane sugirieron que, si vinieras con nosotros al castillo Charl a visitar al príncipe Katinouski y fingieras ser la prima de Shane, como eres tan bonita él no se fijará en mí y, por lo tanto, no me pedirá que sea su esposa.

Alana no se inmutó aparentemente. Seguía mirando a Charlotte, quien agregó:

—Alana, sé que es pedirte mucho; pero ¿qué puedo hacer? Tengo que casarme con Shane, pero si mis padres y mi tía deciden que sea la esposa del príncipe, no me escucharán ni me permitirán negarme.

—Pero…, ¿cree de veras que yo podría engañar al príncipe?

—Basta que él aprecie lo bonita que eres y que tú finjas ser prima de Shane. Serás lady Alana O’Derry y en Charl nadie tiene por qué dudarlo.

—Con seguridad el príncipe, y sin duda su tía Odele, adivinarán enseguida que no pertenezco a la alta sociedad.

—Se supone que eres irlandesa, y yo conozco parientes de Shane que parecen lavanderas porque visten pésimamente. Pero tú no tendrías que preocuparte por eso: utilizarías mi ropa.

Alana abrió más los ojos, pero no dijo nada.

—Por favor, di que me ayudarás —rogó Charlotte—. En tus manos está mi única oportunidad de escapar y te juro que no exagero al decir que preferiría morir antes que casarme con alguien que no sea Shane.

Alana se puso en pie y se dirigió a la ventana, pero no miró a los niños, sino al cielo, como si allí pudiera encontrar la respuesta.

Charlotte la miraba, pensando que su futuro dependía de la respuesta que ella le diera.

Aunque deseaba suplicarle exponiendo nuevos argumentos, comprendió que no eran las palabras lo que contaban en aquel momento, sino los sentimientos de Alana.

El pálido sol otoñal hacía surgir en el oscuro cabello de la joven huérfana unos reflejos casi plateados.

Charlotte nunca había visto un tono de cabello como aquél, pues no era propiamente negro, sino del color de las sombras, y poseía una rara luminosidad, semejante a las extrañas chispas que brillaban en los ojos de su dueña.

Eran unos ojos muy grandes y, si los abría mucho, parecían llenarle la cara.

Algunas veces, cuando se sentía desdichada, tomaban un color casi púrpura, pero siempre había una profundidad misteriosa en ellos.

«Richard tiene razón», pensó Charlotte; «es una belleza perfecta y original: no se parecerá a nadie. Con seguridad, al príncipe le parecerá más atractiva que yo».

Por fin, Alana se volvió hacia ella.

—¿Cree sinceramente que puedo ayudarla, lady Charlotte? Porque sé que no estaría bien por mi parte negarme, pero me asusta su proposición.

—¿Lo harías, Alana?, ¿lo harías?

Alana asintió con la cabeza.

—Si está segura de que no es algo incorrecto, sí.

—Estoy completamente segura —afirmó Charlotte con tono solemne—. Es bueno y correcto que me case con Shane, que me ama y a quien correspondo. No lo sería, en cambio, casarme con el príncipe Iván.

Alana lanzó un suspiro.

—Entonces haré lo que desea, lady Charlotte, pero tendrá que ayudarme para que no cometa errores y lo eche todo a perder.

—Sé que nunca lo harías. ¡Oh, Alana!, ¿cómo agradecértelo?

Charlotte se acercó a ella y la besó en la mejilla.

—Te lo agradezco mucho. Y sé que Shane sentirá lo mismo de todo corazón cuando sepa lo buena que eres.

—Ya le he dicho que me asusta ir a un sitio como el castillo Chad.

—¿Has oído hablar de él?

—Leí bastante acerca del castillo en el periódico. Cuando el príncipe Iván Katinouski lo compró, se publicaron varios artículos y un dibujo.

—Entonces sabes más que yo. Sólo he oído decir lo que Richard y Shane me han contado y, por supuesto, mis padres.

—Entonces, ambas lo conoceremos juntas… Sólo espero que no descubran que soy una impostora en cuanto ponga el pie allí.

—Richard se encargará de que no sea así. Desde pequeño ha sido siempre muy astuto para organizarlo todo.

—Espero que me instruya a mí, ya que necesitaré saber qué decir, qué hacer y, por supuesto, qué ropa ponerme.

—Ya te he dicho que puedes usar la mía. Antes de irnos te traeré ropa de viaje. Como se supone que acabas de llegar de Irlanda, diremos que tu equipaje se perdió en el camino y que yo te facilito ropa hasta que aparezca.

Alana rió al escucharla.

—Veo que es usted tan inteligente como su hermano.

—Será como una de aquellas historias que tu padre solía contarme durante las clases. La música me parecía aburrida hasta que él la convirtió en algo casi mágico para mí.

—Ésa es la palabra exacta y ahora, sin él, yo añoro cada vez más esa magia —dijo Alana con tristeza.

—Creo que tú también la tienes —afirmó impulsiva Charlotte—. Por eso me entusiasmaba tanto estar contigo y tu padre y tocar como aficionada junto a dos músicos tan excelentes.

Por un momento, los grandes ojos de Alana se inundaron de lágrimas.

—Me hace muy feliz oírla decir cosas así. Sólo alguien que conoció a papá tan bien como usted puede saber lo diferente que era a todos los demás.

—Nunca le olvidaré. Y estoy segura de que si supiera lo que vamos a hacer, le parecería una broma estupenda.

—¡Ah, es lo más probable! Ahora, lady Charlotte, pienso que no puedo fallarles a usted… ni a papá.

—Eso significa que tienes que apartar al príncipe de mí. Estoy segura de que, con tu magia, no te resultará difícil.