Capítulo 5

Callie sintió el brazo de Trey alrededor de la cintura, mientras la otra la sujetaba del brazo.

Todo ocurrió tan deprisa, que ni siquiera tuvo tiempo de protestar.

—Perdón —dijo Trey, con muy malos modales.

Todo el mundo reaccionó apartándose de su camino.

—Buenas noches, Sheely. Buenas noches, Trey. Espero que paséis la noche como yo la pasaría —dijo Leo en tono burlón.

Trey continuó caminando en dirección a la puerta. Los pies de Callie apenas tocaban el suelo.

—¡Suéltame ahora mismo! —dijo ella.

—¿Y si no lo hago? —respondió él en el mismo tono provocador que había utilizado ella momentos antes.

Pronto estuvieron fuera del bar. La calle parecía silenciosa, en comparación con el ruidoso local.

Él la soltó y ella se apartó.

Durante unos segundos, ambos permanecieron en silencio, un silencio extraño y tenso.

Callie se puso la chaqueta porque tenía frío, y se dio cuenta de que Trey llevaba los brazos al descubierto. Su imponente musculatura resultaba excesivamente sensual.

—¿Y tu abrigo? —preguntó ella en un tono violento. Si llevara algo encima, quizás le resultaría menos complicado centrar su atención en lo que tenía que centrarla—. ¿No tienes frío?

—No. ¿Como voy a tener frío? Estoy tan furioso que mi temperatura corporal debe estar en los cuarenta grados centígrados. Si empezara a llover las gotas se evaporarían al tocarme —ella sabía que se suponía era una broma, pero no tenía ganas de reír—. Así es que es en este tugurio donde pasas tus horas libres. Menudos sitios escoges para divertirte.

Callie tragó saliva. Se sentía como un ratón acorralado por un enorme gato.

—Estoy segura que no se parece en nada a los exquisitos lugares en los que tú pasas tu tiempo de ocio.

Aquel comentario le resultó francamente doloroso.

—¿Y donde se supone que paso yo mis horas de ocio, Sheely?

—Supongo que en clubes exclusivos.

—Yo no voy a clubes —respondió él con rabia—. Sencillamente, nunca pierdo mi tiempo. Lo considero demasiado valioso.

—No pretendía ofenderte, Trey. Pero seguro que hay una gran diferencia entre tu mundo y el mío. Clubes y bares, clase alta y clase obrera…

Siempre volvía a aparecer lo mismo, las grandes diferencias que los separaban.

Pero, al final, la única verdadera diferencia era de sentimientos.

Callie estaba enamorada, estúpidamente enamorada de un hombre que ni siquiera podía aceptar deseo. Lo había demostrado en el modo en que la había sacado del bar, en el momento en que su reacción física comenzaba a ser evidente. Eso no había hecho sino confirmar lo que ya se había demostrado después del famoso beso de aquella tarde.

Un amor no correspondido no era sino una complicación dolorosa y la prueba la tenía en lo que había sucedido en su vida en cuestión de horas.

El amor era un juego de dos.

Callie se apartó de Trey y echó a andar. El placer de estar con Trey, aún cuando discutían, era algo que no se podía permitir.

Pero, momentos después, Trey ya la había alcanzado.

—¿Cómo sabes que soy socio de un club? —le preguntó él.

—Es fácil adivinarlo. Lo eres, ¿verdad?

Trey no dijo nada, se limitó a mantener el paso corto para continuar a su lado. Callie sabía lo que eso debía molestarlo, pues en el hospital era siempre ella la que tenía que andar a zancadas para alcanzarlo.

—Voy tomar tu silencio como una respuesta afirmativa.

—Me gusta jugar al golf y no me agrada pasar mi tiempo libre en sitios cerrados y llenos de gente. ¿Es eso un crimen?

—Nadie ha dicho que lo sea. Supongo que también juegas al tenis.

—Si no digo nada, ¿consideraras la respuesta afirmativa también?

—Probablemente.

Ella continuaba andando y él a su lado.

—Odio las fiestas de etiqueta, me parecen tremendamente aburridas.

—Lo supongo. Ya me dijiste cuánto odiabas aquellas clases de baile con doña Marta. Pero supongo que te habrán sido útiles en las fiestas benéficas.

—Callie, ¿me estás acusando de ser un snob?

—No —dijo ella—. Supongo que simplemente estás siguiendo tu tradición de cuna.

—Si tú supieras —dijo él moviendo la cabeza.

Ella estuvo tentada de decirle que sí, que sabía, que se había leído absolutamente todo lo publicado sobre él. Pero ya se había rebajado demasiado para un solo día.

—¿Dónde has aparcado?

—¿Qué? —Trey la miró como si fuera completamente incapaz de comprender una pregunta tan sencilla.

—Tu coche, ¿dónde está? Te estás dirigiendo a tu coche, ¿no?

—Mi coche esta justo en sentido contrario. Estoy yendo contigo porque… ¡Tú sabes por qué, Callie!

Ella lo miró con un fingido gesto de incomprensión.

Trey suspiró.

—Estás dispuesta a no ponerme las cosas fáciles, ¿verdad?

Callie sintió un arrebato de excitación y trató de controlarlo.

—Me ayudaría mucho que me dijeras de qué estás hablando —le dijo, tratando de mantener la voz estable.

¿Podría haber malinterpretado su reacción?

Quizás no era tan contrario a una relación personal como había querido hacer creer.

Trey dudó un momento.

—Sea lo que sea lo que tienes que decir, dímelo ya —lo presionó ella, con el corazón acelerado.

—De acuerdo —sacó un papel del bolsillo de su pantalón—. Aquí está.

Cada vez más perdida, vio como desdoblaba metódicamente el papel.

—Aquí está: tu dimisión —le tendió el documento.

Callie lo miró y comprobó, de inmediato, que, efectivamente, era lo que él decía.

—¿De dónde lo has sacado? —susurró, mirando la firma—. Se lo di a la señora McCann.

—Lo sé. Ella me lo dio a mí. Sin duda, piensa que hoy ninguno de los dos estábamos en nuestro sano juicio.

—Bueno, ésa es una manera amable de ponerlo. Yo diría, más bien, que hemos estado actuando como auténticos lunáticos.

—Por desgracia, es verdad —dijo Trey bruscamente—. Primero vas y te presentas en la oficina de la enfermera jefe como un terremoto y anuncias que te vas. Una hora más tarde entro yo y le pido explicaciones sobre lo que tú has hecho, y me cuenta que ha sido un arrebato de rabia.

—No te habrá dicho eso, ¿verdad?

—Pues sí. Me dijo que habías alegado motivos personales y que había asumido que habíamos tenido una pelea. Le pedí que me diera tu solicitud de renuncia y, cuando me la estaba dando, me sugirió que arregláramos las cosas… profesionalmente, se entiende.

—¡Después de todo esto, me imagino las referencias que va a dar de mi cuando solicite otro trabajo!

—No necesitas referencias, porque no vas a dejar tu trabajo —dijo Trey con una carcajada—. Es por eso que he venido a buscarte a este agujero. Así que haz el favor de romper ese papel.

Callie lo dobló cuidadosamente y se lo guardó.

—Llevas toda la noche llamándome Callie. ¿Qué pasa con mi apellido? Te resultaba más profesional.

—Muchas veces te llamo Callie.

—Nunca lo habías hecho hasta hoy.

—¿Te refieres al incidente de las escaleras?

—Antes, incluso que eso. Me refiero al incidente de los servicios.

Trey se quedó paralizado. De modo que ella se había dado cuenta del efecto que le había producido el verla en ropa interior. ¿Cómo no iba a haberlo notado? La realidad era que no había sido precisamente sutil. Pensó en las diferencias que había entre Callie y Sheely. Hasta aquel día, había sido capaz de mantenerlas separadas. La una era la mujer que aparecía en sus sueños, mientras que la otra era la profesional con la que trabajaba en la sala de operaciones.

Pero, en algún momento, las dos se habían unido en una sola: alguien a quien admiraba y en quien confiaba, y alguien a quien deseaba.

Aquello le provocaba una extraña sensación de exaltación. Pero, trataba de mantener sus sentimientos bien sujetos, pues le daba la impresión de que en cualquier momento podía volver a perder el control.

Trey recordó sus planes en la vida, en los que el matrimonio sólo podría llegar a los cuarenta. Su padre ya tenía cuarenta años cuando se casó, y lo mismo había hecho su hermano mayor, Winston. Estaba convencido de que aquélla era la edad apropiada.

Pero en aquel momento, la idea de un matrimonio tan a la larga le resultaba tortuosa.

Callie se alejaba y le resultaba doloroso ver que ni siquiera se molestaba en comprobar si él venía detrás.

«Seguramente, porque no le importa».

De pronto, se dio cuenta de que, tal vez, lo que Callie sentía no era más que deseo. Y allí estaba él, preocupándose por sus planes de matrimonio, sólo porque aquella mujer lo excitaba. Que quisiera acostarse con ella no significaba que quisiera casarse y, probablemente, en el caso de Callie era lo mismo. Seguramente se habría reído a carcajadas si le hubiera dicho que un simple beso le había hecho pensar en el matrimonio.

El sexo no tenía por qué conducir al matrimonio. Eso era algo que siempre había tenido muy claro. El porqué se le había olvidado con Callie era algo que no estaba dispuesto a investigar en aquel momento.

Le preocupaba más ver cómo se alejaba de él. No había roto la solicitud de renuncia, lo que significaba que, tal vez, quería seguir adelante con todo aquello, dejar su trabajo y abandonarlo a él.

Sintió un escalofrío que nada tenía que ver con no llevar chaqueta. Había pensado que la podría convencer.

—¡Espera! —La llamó.

Callie ya había llegado a su casa y estaba metiendo la llave en la cerradura.

Callie se volvió.

—¿A dónde vas?

—Dentro. Vivo aquí —dijo ella—. En el segundo piso.

Había un recibidor, y una escalera que conducía al segundo y al tercer piso.

Callie entró y Trey la siguió, cerrando la puerta nada más entrar.

Se quedaron uno frente al otro, en silencio.

Trey la observaba intensamente, siguiendo los movimientos de su lengua sobre los labios, una sensual insinuación que lo trastornaba por completo.

«Tengo que decir algo, que hacer algo. ¡No me puedo quedar aquí de pie como un pánfilo!».

Trey avanzó hacia ella y Callie retrocedió. Él avanzó de nuevo.

—¿No me vas a ofrecer una taza de café?

Callie sabía por su mirada que no había nada de inocente en su pregunta.

—¿De verdad que quieres un café a estás horas? La cafeína…

—Pues hazlo descafeinado, me da lo mismo. Hace un momento te preocupaba que tuviera frío. Una buena taza de café solucionará eso.

Se movió de un modo casi imperceptible, pero cada vez estaba más cerca. Callie contuvo la respiración. Una vez en su apartamento, a Callie se le ocurrían muchas formas de calentarlo más interesantes que una taza de café.

«¿Y por qué no lo invito a subir y hago lo que quiero hacer, no lo que debo hacer por una vez en mi vida?».

—Por favor, Callie —le rogó Trey.

Callie no necesitó mucho para decir que sí.

La siguió escaleras arriba, hasta llegar a su apartamento.

La masculina presencia del doctor parecía dominarlo todo, haciendo que la casa pareciera más pequeña.

El apartamento estaba decorado de un modo sencillo y funcional, pero también resultaba agradable y confortable.

Sobre una mesa había varias fotos. En una de ella, aparecía Callie de pequeña.

—Eras una niña encantadora —dijo él.

—Gracias —respondió ella con una amplia sonrisa—. Ésta fue la última vez que mi madre nos vistió a los tres iguales. Después de esto, mi hermano y yo nos negamos a llevar nada ni remotamente similar a lo que vestía Bonnie, que no era más que un bebé.

—Como mi hermano y yo nos llevamos diez años, nunca nos vistieron iguales —dijo Trey—. Aunque, la verdad es que no me habría importado. En cuanto tuve uso de razón empecé a copiar su estilo, a imitar todo cuanto hacía.

Trey dejó la foto sobre la mesa y su sonrisa se quedó congelada al ver tres fotos de Callie y Jimmy Dimarinno abrazados.

Trey recordó lo sucedido aquella tarde, después de la operación de Doug Radocay. Callie lo miró, mientras se preguntaba por qué miraba taciturno a su colección de fotos, cuando hacía sólo un momento estaba jovial y amable.

—Tienes el mismo gesto que cuando algún estudiante te hace una pregunta estúpida. ¿Hay algo que te molesta de mis fotos?

Trey no se esforzó por sonreír.

—No veo ninguna de tu equipo de trabajo en el hospital.

—Teniendo en cuenta que os veo las caras durante todo el día, no necesito teneros sobre la mesa de mi salón.

Aquél fue un comentario erróneo, pues alteró los ánimos de Trey.

—No te preocupes, no vas a volver a vernos. Te recuerdo que has renunciado a tu trabajo.

—Te aseguro que no es algo que pueda olvidar fácilmente. Necesito un trabajo de inmediato pues, a diferencia tuya, necesito trabajar para vivir.

—¿Es que piensas que para mi la neurocirugía es una diversión? —dijo Trey dolido—. Eso es algo muy bajo, Callie. Para mi, mi trabajo es mi vida y lo sabes. Creo que me debes una disculpa.

Callie pareció avergonzada durante unos segundos, pero, de pronto, su temperamento le impidió rebajarse.

—No pienso pedir disculpas. Ya no eres mi jefe. No tengo que ensalzar tu ego.

—¡Ya esta bien, ya he tenido bastante! —dijo él y se dio la vuelta dolido.

Callie se dio cuenta de que se había excedido.

—Lo… lo siento. Tienes razón, ha sido una necedad por mi parte. Sé que tu trabajo es tu vida.

Se volvió hacia ella y se acercó, con una mirada intensa. Se detuvo a sólo unos milímetros de Callie, que podía sentir su aliento sobre el pelo.

—Soy yo el que lo siente —le murmuró—. No sé lo que me pasa, pero lo último que puedo permitirme es perder el control.

Callie suspiró.

—A mi no me importa que pierdas el control…

Trey vio el deseo iluminando los ojos de Callie. Aquella rabia que lo estaba consumiendo se transformó de repente en deseo, un deseo intenso en incontrolable. Sentía el calor de su sexo como una llama a punto de consumirlo por completo. No lo pudo evitar y la tomó en sus brazos.

—Sí —dijo ella en un susurró, en respuesta a una pregunta que él no había hecho.