Capítulo 4
Callie solía disfrutar de la soledad de su apartamento, situado en una antigua casa remozada a sólo unas manzanas del hospital.
Pero aquella tarde, sentada en el sofá, ante la televisión, la soledad le resultaba opresiva.
No podía estarse quieta.
Tenía el estomago encogido y el corazón acelerado. De haber sido una persona con tendencia a los ataques de ansiedad, habría tenido la certeza de que aquél era uno.
¡Había dejado su trabajo!
Callie recordó su encuentro con la enfermera jefe hacía una hora.
Callie le había presentado su dimisión al puesto alegando «motivos personales» que Ellen McCann había querido conocer. Callie se había limitado a decir que había tenido una emergencia familiar, pero que no quería revelar los motivos a su jefe.
En realidad, no había mentido del todo. Su visita a la oficina había sido apresurada, y sus explicaciones poco coherentes. Se podía imaginar el tipo de nota que estaría escribiendo la señora McCann en su expediente.
Después de torturarse un poco, volvió a ser la mujer sensata de siempre.
Tenía que buscar una alternativa, para no pasarse toda la noche volviéndose loca.
Lo que debía hacer era irse a casa de sus padres. Allí encontraría algo con que distraerse.
Callie agarró el coche y se dirigió a su antiguo barrio.
Al llegar a la casa, casi se tropieza con su hermana Bonnie, que estaba saliendo.
—¿Te quieres venir al Big Bang conmigo, Callie? —preguntó—. Es la noche del cuero y las mujeres pueden beber gratis hasta medianoche.
Callie se dio cuenta de que su hermana llevaba varias cosas de cuero negro.
—Gracias, pero no me apetece.
Bonnie bajó las escaleras de la entrada pero, de pronto, se detuvo y se volvió.
—Casi se me olvida. Te ha llamado ese médico, tu jefe. Me ha dicho que, si te veía, te dijera que lo llames.
Callie la miró perpleja.
—¿Trey ha llamado aquí?
—¿Trey? —repitió Bonnie sorprendida—. Así que ya no es el doctor don «no sé qué».
—Weldon. ¿Para qué habrá llamado aquí? ¿Cómo habrá conseguido el número?
—En la guía de teléfonos. —Bonnie la miró con una sonrisa—. ¿Qué está pasando aquí? ¿Algo interesante?
—Un paciente al que tenemos que operar mañana —mintió Callie. No quería que Bonnie supiera nada—. Seguramente necesita algo.
—Vaya —dijo Bonnie—. Bueno, yo ya te he dado el mensaje. Me repitió unas cinco veces que te lo dijera.
No tenía intención alguna de devolverle la llamada.
—Diviértete, Bonnie.
—Te aseguro que lo voy a hacer —le aseguró su hermana, y se echó el pelo para atrás en un gesto seductor que, sin duda, había practicado y perfeccionado—. Tú también deberías divertirte.
—Lo voy a hacer, Bonnie —le dijo—. He quedado en el Squirrel Den con gente del trabajo.
—¿De verdad? El Big Bang es bastante más excitante, pero el Squirrel Den no está mal del todo —dijo su hermana pequeña.
—¿Algún consejo para una aprendiz de juerguista?
—¿Me estás pidiendo consejo a mi? ¡Increíble! —Bonnie la miro perpleja. Luego, retrocedió los peldaños bajados y se acercó a su hermana—. Bien, mi consejo es que, por esta noche, te olvides de que eres perfecta… Si es que sabes cómo.
—No soy perfecta —protestó Callie. Pero Bonnie ya estaba casi en su coche, riéndose a carcajadas—. Y sé perfectamente cómo divertirme.
La aserción la había hecho más para convencerse a sí misma que a Bonnie.
* * *
Trey miró el neón con la marca de una conocida cerveza que iluminaba el cristal de la ventana del bar. En un cartel con letras art decó se podía leer: Squirrel Den.
Aquél era el tipo de sitios que él odiaba. El tipo de lugares que prefería evitar. Nunca había entendido el encanto de los borrachos ni sus entornos. Aquel tipo de lugares eran la cuna de la miseria y desgracia de muchos.
A pesar de todo, abrió la puerta y entró y se detuvo a mirar, primero a la barra y luego a la masa de gente que abarrotaba el local.
Se estaba preguntando si la toda la juventud de la ciudad estaría confinada aquella noche allí, cuando vio a Callie Sheely. Estaba con un grupo de gente del hospital, riéndose y hablando.
Trey atravesó el lugar y se dirigió decididamente hacia ella.
No parecía la misma, pues iba vestida de un modo muy diferente a como solía hacerlo. Llevaba un suéter pequeño, muy ajustado, que enfatizaba las curvas de su cuerpo, también se había soltado el pelo y el efecto era realmente llamativo. Estaba seductora, muy atractiva.
Tenía un pelo precioso… Aquella observación sorprendió a Trey, quien nunca se fijaba en cosas semejantes. Le habría costado mucho recordar cómo llevaban el pelo sus anteriores novias.
Pero algo le decía que nunca podría olvidar aquella mata de pelo oscuro cayéndole sobre los hombros.
Al acercarse, notó que un pequeño toque de maquillaje hacía que sus ojos parecieran aún más grandes que de costumbre. Estaba sacando partido de cada pequeño detalle de su cuerpo y eso era injusto.
Su mirada se posó sobre sus labios, dulces, suaves. Tragó saliva. Aquella boca era una invitación a la lujuria.
De pronto, una voz irrumpió en sus pensamientos.
—¡Doctor Weldon! —dijo Jennifer Olsen, la enfermera del altercado en los servicios, que se volvió a mirar a Callie. Ésta se había quedado boquiabierta—. Supongo que esto no es realmente una sorpresa…
—No, más bien es un shock —dijo Leo Arkis—. Por favor, únete a nosotros.
Dos segundos después, todos los miembros de la mesa estaban de pie. Un extraño silencio se hizo entre ellos. Trey se sintió como el director de una escuela que hubiera venido a pasar revista a los alumnos.
Trey se dio cuenta de que aquélla era la primera vez que se mezclaba fuera del hospital con personal de clase inferior a la suya. Por un momento, estuvo tentado de decirles que se sentaran, que él se iba a otro sitio.
Pero aceptar su invitación suponía una silla al lado de Callie, y ésa era una oportunidad que no podía desperdiciar. De modo que aceptó el sitio.
—Me alegro de verte. Pero, me sorprende. No es éste el tipo de lugar en que me imagino a Trey Weldon.
—¿A quién puede gustarle un lugar tan cargado de humo que resulta casi peor que una mina de carbón?
El comentario trataba de ser una broma, pero el tono seco y cortante hizo que no lo pareciera.
Trey pensó que si les molestaba su presencia allí, debían culpar a Callie Sheely. Era la única responsable.
Había muchas sillas alrededor de una pequeña mesa, y no suficiente espacio para todos. Varias mujeres estaban sentadas sobre las rodillas de los hombres. Callie, estaba sentada, sola, en su silla. Se volvió hacia Trey.
—¿Qué estás haciendo aquí? —le dijo.
—Tú has elegido entrar en batalla, pues entremos en batalla.
—¿Yo? ¿De qué estás hablando?
En ese instante, alguien nuevo llegó y se sentó en la misma silla que Callie. De pronto, la madera crujió y al viejo mueble se le partió una pata.
Trey reaccionó a tiempo y la sujetó, para evitar que se cayera.
Sin pensárselo dos veces, se la puso en el regazo, imitando lo que otros ya habían hecho.
Callie se quedó absolutamente perpleja. ¿Estaría alucinando, soñando? «¡No puede ser que esté aquí, en el Squirrel Den, sentada encima de Trey Weldon!».
La rodeó con sus brazos para mantenerla en su sitio.
«Esto no significa nada», se dijo ella. Sólo estaban compartiendo una silla, tal y como habría hecho con cualquier amigo.
Claro que había unas cuantas diferencias que le estaban provocando un grave caso de hiperventilación.
Desde el momento mismo en que lo había visto acercarse a la mesa, su estado de alucinación había empezado.
Estaba especialmente atractivo, vestido con unos vaqueros gastados, que jamás habría pensado que tuviera. Siempre formal e impecable, sólo se lo imaginaba en traje o, como mucho, con unos discretos chinos y algún polo de marca. Sin duda, se había salido de su papel habitual.
De pronto, apretó la mano sobre su cadera y Callie sintió el calor que transmitía su palma.
Quitando el incidente del beso, ése era un tacto más íntimo y cercano que jamás habían tenido.
Recordó el modo en que había salido huyendo de ella aquella misma tarde y lo miró con amargura.
Aparentaba una calma absoluta, pero ya lo conocía lo suficiente como para saber que dentro de esa aparente paz se movía un torbellino.
Callie se preguntó por qué estaría allí, a qué habría ido. Estaba desconcertada y sintió cierto pánico.
Al mirarlo, observó un gesto duro, de guerrero a punto de entrar en lucha con el enemigo. Él asumía que ella quería pelear, así que ese enemigo al que él quería batir era Callie.
La escena cada vez era más surrealista.
—Vamos, Trey, tómate una cerveza —le sugirió Leo mientras le pasaba una jarra recién servida a Callie.
Ella atrapó la jarra y la alzó nerviosamente entre las manos. Era lo mejor que podía hacer en aquella situación.
—¿Has venido a emborracharte? —preguntó él en tono acusador.
—No —respondió ella—. He venido a divertirme con algunos amigos. —¿Y tú, qué estás haciendo aquí?
—Sabes perfectamente qué estoy haciendo aquí. Estoy realmente furioso de que me hayas obligado a venir aquí.
—¡Yo no te he obligado a nada! —exclamó indignada—. ¿Cómo te has enterado de dónde estaba?
—Llamé a casa de tus padres. Tu hermano localizó a tu hermana y ésta le dijo dónde estabas. Y ahora, dime, insistes en quedarte aquí o vas venir conmigo. Necesitamos hablar seriamente.
—¿Seriamente? ¿Sobre qué?
—Como si no lo supieras —dijo él.
—¡No lo sé! —protestó ella—. ¿Me lo vas a decir o se supone que tengo que tener poderes adivinatorios?
—Esta tarde, ¿recuerdas lo sucedido esta tarde? Bueno, pues…
—Ya dijimos todo lo que teníamos que decir —lo interrumpió Callie, completamente ruborizada—. Tienes muy poco tacto… ¿cómo puedes sacar ese tema otra vez?
—¿Poco tacto? —repitió en un tollo cáustico—. ¿Es ésa la razón que has dado para despedirte?
—No, no te preocupes por tu tan preciada reputación. No va a sufrir en absoluto. —Callie movió la cabeza hacia atrás y sus largos cabellos negros se agitaron.
Trey no pudo evitar atrapar entre los dedos un mechón del sedoso cabello.
Ella le dio un manotazo.
—No le he dado a la señora McCann un motivo específico. Simplemente, me he despedido.
—¡Simplemente te has despedido! —dijo él con rabia contenida.
—Sí, así es.
—Has actuado de un modo completamente irracional —dijo Trey—. Tu comportamiento no ha sido en absoluto profesional.
—El tuyo tampoco, ¿sabes? —dijo ella—. También has actuado de un modo impulsivo e irracional.
—¡Eso no es verdad! ¡Yo no he dejado mi trabajo de repente!
—Me refería a lo que has hecho esta tarde en el hospital —las palabras salieron de su boca como un torrente, sin que pudiera contenerlas.
—¿Te das cuenta de lo inconsecuente que estás resultando esta noche? Acabas de hacer aquello de lo que me has acusado: sacar a colación algo que es mejor olvidar.
—¡Cómo no! El amo y señor del feudo ha decidido negar toda culpa al ser acusado por un miembro del servicio. ¡Típico!
—Yo no soy… Tú no eres… ¡Estoy balbuceando como un necio! Y es todo…
—Déjame que lo diga yo: culpa mía —dijo Callie—. Es culpa mía que hayas tenido que venir a un sitio como éste, es culpa mía que te estés comportando como un idiota. Esta claro que mi presencia es intoxicante, así que hazte un favor y lárgate a casa.
Callie se removió nerviosamente sobre su regazo.
—No puedo —dijo él—. Y, por favor, no hagas eso.
Callie oyó la súplica en su voz y sintió algo bajo sus glúteos.
¿Era lo que pensaba que era? Quizás era el busca y lo estaba confundiendo con… Bajó la mano y encontró el pequeño trozo de plástico. No, no era el busca. ¿Podía, realmente, ser…?
Llevada por una mezcla de instinto y curiosidad, se movió otra vez.
—No, por favor —insistió Trey con un susurro urgente.
Su aliento cálido le rozó el cuello y Callie se estremeció. Notaba su excitación y le gustaba. Volvió a moverse, consciente de lo provocativo que resultaba. ¿Sería aquel tipo de juego a lo que se refería su hermana Bonnie?
—Ya está bien, Callie —le ordenó.
Acababa de usar, de nuevo, su nombre de pila.
—¿Y si no quiero parar? —Volvió a balancear eróticamente las caderas.
«Sí», decidió Callie. «A eso es a lo que se refería Bonnie. Lo único que complica todo es lo bien que me hace sentir».
Un calor dulce le recorrió todo el cuerpo.
—Callie, haz el favor de comportarte. Si no lo haces…
—¿Me vas a despedir? No puedes, ya lo he hecho yo, ¿recuerdas?
—Esto no ésta funcionando —dijo y, bruscamente, se levantó, levantándola ella al mismo tiempo—. Nos vamos inmediatamente de aquí.