Capítulo 14
¿Cómo podía haber permitido que sucediera aquello? Podía haber escapado. Podía haberlo detenido. ¿Por qué no lo había hecho?
«Porque deseas esto. Porque deseas a Judah».
Judah sacó la mano de debajo de su vestido y dejó que la falda volviera a deslizarse por sus piernas. Sin embargo, no la soltó; la mantuvo atrapada entre la puerta y su pecho, permitiendo que su miembro erecto latiera contra su nalga.
A medida que las réplicas del orgasmo se mitigaron, en el interior de Mercy tuvo lugar una batalla: el corazón contra la mente. Su corazón le susurraba deseos apasionados, y su pensamiento racional le ordenaba que huyera.
Pero no lo hizo. No huyó. No se resistió cuando él metió la rodilla izquierda entre sus muslos y deslizó la pierna alrededor de las de ella, para hacerle perder el equilibrio. Ambos cayeron al suelo, Mercy de espaldas, y Judah sobre ella, amortiguando el golpe con las manos. Después, él metió la mano entre sus piernas y comenzó a bajarle la ropa interior. Mientras se la quitaba, Mercy arqueó el cuerpo inadvertidamente, y él aprovechó aquel momento para introducir dos dedos en sus pliegues femeninos y acariciarle con el pulgar la zona más sensible.
Ella gimió suavemente mientras los remolinos de pura sensación le recorrían el cuerpo.
Judah le abrió el vestido y le quitó el sujetador para dejar a la vista sus pechos, e inmediatamente cubrió con la boca su pezón izquierdo, lamiéndolo con la punta de la lengua. Aquella acción provocó más gemidos de placer en Mercy; mientras seguía acariciándola con el pulgar y explorando su cuerpo con los dedos, succionaba hambrientamente su pecho.
Mercy alzó el brazo derecho y le rodeó el cuello, sujetándole la cabeza con la mano para que no la separara de su seno. Después bajó la mano izquierda y la metió entre los dos cuerpos para acariciarle, con la palma, la erección.
Judah emitió un gruñido de excitación. Le apartó la mano y se desabrochó los pantalones para liberar su sexo. Cuando retiró la mano de entre los muslos de Mercy y alzó la cabeza, ella protestó entre murmullos.
Judah la miró. Sus miradas quedaron atrapadas. La pasión que ardía entre ellos causaba chispas de energía en sus cuerpos. Cuando ella le sacó la camisa del pantalón, él le sujetó ambas caderas y la alzó para que acogiera su penetración rápida y fuerte.
La tomó con dureza, embistiéndola repetidamente, completamente fuera de control.
Ella se colgó de su cuerpo y aceptó todo lo que él le daba, tan salvajemente hambrienta de él como él lo estaba de ella. Mercy respondió a cada movimiento, a cada beso profundo, a cada palabra erótica y primitiva que él pronunció.
Una pasión tan intensa debía quemarse rápidamente, porque de lo contrario, los habría destruido. Mercy l egó primero al clímax, deshaciéndose, abandonándose a un placer que casi fue doloroso, una sensación que ella hubiera deseado tener siempre.
Mientras ella se estremecía bajo él, jadeando y gimiendo, él tuvo un orgasmo tan fiero que provocó un temblor de tierra bajo ellos. Judah se desplomó sobre el a. Su cuerpo largo y delgado la mantuvo cerca, deseando capturar aquel momento perfecto mientras todavía eran uno y sus cuerpos estaban unidos.
Él alzó la cabeza y la miró.
—Mi dulce, dulce Mercy.
Ella le acarició la mejil a.
Entonces, Judah rodó y se tumbó en el suelo, a su lado. Cuando el a lo miró, se dio cuenta de que estaba observando el techo de la cabaña. Ella no supo qué decir, ni cómo comportarse. ¿Había significado algo para él lo que acababa de suceder, o sólo era otra conquista sexual? Una vez que ya la había conseguido, ¿volvería a desearla?
—¿Judah?
Él no respondió.
Mercy se quedó inmóvil durante unos minutos. Después se incorporó y comenzó a arreglarse el vestido. Se levantó, miró a Judah y salió de la cabaña, sin preocuparse de la dirección que tomaba.
Cuando llegó a la cascada, tomó un camino que llevaba a la pequeña cueva que había detrás de la cortina de agua. Se quitó el vestido y se metió bajo el chorro fresco para lavarse la esencia que Judah Ansara le había dejado en el cuerpo.
Querer a un hombre debería causarle alegría a una mujer, no tristeza. Los momentos posteriores a una relación sexual deberían ser para estar juntos. ¿Cómo era posible que ella amara a Judah con tanta intensidad y desesperación, si él era un Ansara? ¿Y cómo podía anhelar estar con él, ser su mujer para siempre, cuando ella no significaba nada para él?
¿Dónde estaba su orgullo? ¿Su fuerza? ¿Su sentido común?
De repente, Judah apareció en la cascada. Totalmente desnudo, se metió con el a bajo el agua y, bajo la luz de la luna, la tomó entre sus brazos. Ella no se resistió, y él la besó para decirle que la deseaba de nuevo, que no había terminado ni de lejos con ella. El beso se hizo cada vez más profundo a medida que el deseo se avivaba. Él la levantó, agarrándole ambas nalgas con las manos. Ella se aferró a sus caderas mientras él salía de la cascada y se trasladaba a la cueva que había detrás. Apoyó a Mercy en una roca y se hundió en su cuerpo. Ella jadeó al sentir el puro placer de estar completamente llena.
Judah volvió a embestir una y otra vez mientras Mercy se aferraba a su cuerpo, y en pocos momentos llegaron al clímax nuevamente. Entonces, Judah la posó en el suelo, dejando que su cuerpo se deslizara sobre el de él con lentitud, sin separar la boca de sus labios, de sus mejillas, de su pelo, de su cuello. Sin dejar de devorarla.
—No puedo conseguir lo suficiente de ti —dijo con un gruñido lleno de resentimiento.
—Lo sé —respondió ella, incapaz de separarse de él—. Yo me siento igual. ¿Qué vamos a hacer?
Él le tomó la cara con las manos.
—Durante el resto de la noche, vamos a olvidar quiénes somos. Tú no eres la princesa Mercy Raintree, y yo no soy Judah Ansara. Sólo somos un hombre y una mujer, sin pasado y sin futuro.
—¿Y mañana?
Él no respondió, pero ella conocía la contestación a su pregunta.
Por la mañana volverían a ser enemigos, guerreros inmersos en una batalla eterna, clan contra clan, Raintree contra Ansara.
Judah se despertó al amanecer al oír el sonido de la voz de su primo Claude en su mente. Rodó por la cama y notó un cuerpo suave y desnudo tendido a su lado. Mercy.
Habían pasado la noche haciendo el amor una y otra vez hasta que habían quedado agotados. Y con sólo verla de nuevo, volvía a sentirse excitado.
«Judah, respóndeme», insistió Claude.
«¿Qué ocurre?».
«Por favor, contesta al teléfono».
Sin esperar un instante, con cuidado de no despertar a Mercy, Judah se levantó y buscó sus pantalones. Estaban en el suelo, donde los había arrojado cuando Mercy y él habían vuelto a la cabaña después de su encuentro en la catarata. Los recogió y se los puso. Después, sacó el teléfono móvil de uno de los bolsillos y, mientras marcaba el número de su primo, salió de la cabaña al sol de la mañana.
—¿Claude?
—Ya era hora de que respondieras.
—¿Qué ocurre?
—Tenemos un problema muy grave en Terrebonne. Los secuaces de Cael han estado muy ocupados haciendo correr el rumor de que el Dranir Judah ha tenido una hija con una Raintree.
—Desgraciado —murmuró Judah—. ¿Hasta qué punto está extendido ese rumor?
—Se está extendiendo como el fuego. Para la hora de comer lo sabrá toda la isla.
Cael espera que esto incite a todo el mundo a la rebelión.
—Debemos contrarrestar el efecto de esta noticia rápidamente. Convoca una reunión de emergencia del consejo. Dile a Sidra que necesitaré que se dirija a la gente esta noche, y que les hable de su profecía.
—Tienes que volver a casa, Judah. Tienes que estar junto a Sidra cuando confirme el rumor de que tienes una hija mestiza.
—No puedo dejar a Eve —dijo él—. Cael espera que yo regrese a casa corriendo cuando sepa de este rumor. Una de las razones por las que lo ha hecho ha sido que yo deje a Eve desprotegida.
—No sé cómo recibirá la gente la profecía de Sidra. Dijo que Eve será la madre de un nuevo clan, que ella transformará a los Ansara.
—La gente sabe que, durante sus noventa años de edad, Sidra sólo ha profetizado grandes verdades sobre el futuro. Los Ansara la reverencian y creen sus profecías.
Claude permaneció en silencio durante unos instantes.
—Si crees que debes quedarte allí y proteger a tu hija, entonces, yo estaré junto a Sidra esta noche cuando hable con el pueblo Ansara —dijo por fin—. Y ya que tú no puedes volver a Terrebonne por el momento, ¿puedo hacer una sugerencia?
—Quieres que establezca conexión psíquica contigo y hable a través de ti con la gente.
—Yo me pondré en contacto más tarde contigo, cuando nuestros planes estén terminados y sea el momento de la intervención de Sidra. Este es un momento muy peligroso para los Ansara. No sería inteligente que bajaras la guardia, sobre todo con alguien de los Raintree.
Claude colgó, y Judah se quedó intentando descifrar aquel mensaje críptico. Podía referirse a Eve, que era medio Raintree. Sin embargo, lo más seguro era que Claude estuviera refiriéndose a la princesa Mercy. Sin duda, pensaba que aquélla era la Raintree a la que Judah podía resultar más susceptible.
Cuando Mercy se despertó y se encontró sola en la cabaña, lo consideró una bendición. ¿Cómo iba a enfrentarse a Judah a la luz del día y aceptar el hecho de que ya no eran amantes, sino que otra vez eran enemigos acérrimos? Se levantó de la cama y se envolvió en una de las sábanas para entrar al baño. Allí se lavó la cara con agua fresca y se miró al espejo. Tenía la cara de una mujer que acababa de pasar toda la noche haciendo el amor.
No podía dejar de pensar en Judah, en las horas de placer que habían compartido, en lo mucho que lo quería.
A los pocos instantes, oyó pasos al otro lado de la puerta del baño. ¿Judah? Abrió la puerta y lo vio en mitad de la habitación. Se miraron el uno al otro durante un instante. Después él se acercó a ella sin titubear. Cuando estuvo frente a Mercy, agarró el borde de la sábana con la que ella se había envuelto y de un fuerte tirón, se la quitó.
—Ha amanecido —dijo ella.
—Entonces, será mejor que no esperemos.
La tomó en brazos y la l evó de vuelta a la cama. Después se quitó los pantalones y se tendió junto a el a. Hicieron el amor con la misma exaltación que la primera vez, aquella noche.
¿Sería aquél a la última ocasión?, se preguntó Mercy.
¿Nunca volvería a estar entre sus brazos, a pertenecerle, a poseerlo y a ser poseída con tanta pasión?
Cuando llegaron a la casa, Mercy se las arregló para entrar por la puerta trasera sin que nadie se diera cuenta. Se duchó y se vistió antes de que Sidonia se levantara, y comenzó el día con normalidad. Aunque Sidonia no le había preguntado nada de por qué no había vuelto a casa el día anterior, le lanzó varias miradas de reprobación durante el día, sobre todo, cuando Judah estaba cerca.
Y para complicar más las cosas, parecía que Eve pensaba que sus padres se habían convertido en una pareja. Era demasiado pequeña para entender las relaciones sexuales, pero era intuitiva y se había dado cuenta de que las cosas habían cambiado entre ellos.
Aquella noche, Judah salió de la casa sin dar ninguna explicación. Eligió una zona aislada a dos kilómetros de la casa y alejada del resto de las cabañas. A solas, apartado de todo lo que era Raintree, se conectó telepáticamente con Claude. Oía lo que oía su primo, y veía lo que él veía. Escuchó cómo Sidra hablaba al consejo, a los oficiales de mayor rango, a los nobles y a todos los congregados en el gran vestíbulo del palacio. A través de un circuito cerrado de televisión, su mensaje llegaba también a todos los hogares de Terrebonne.
—He visto a una niña de pelo y ojos dorados. Nació para el clan de su padre, para llevar a los Ansara de la oscuridad a la luz. Siete mil años de sangre noble Ansara y Raintree corren por sus venas.
De los presentes surgieron gruñidos y gritos de indignación.
Judah habló a través de Claude.
—¿Acaso os atrevéis a poner en cuestión las visiones de Sidra? ¿Dudáis de su amor por nuestra gente? ¿Es que la locura de mi hermano se os ha contagiado a todos?
La mayoría de los congregados se puso en pie. Sus gritos de fe en Sidra y de lealtad hacia Judah ahogaron a los de aquellos que disentían.
Sidra habló de nuevo. Sus palabras de sabiduría aseguraron a los Ansara que la hija de Judah era más prodigiosa que cualquier otro ser.
—Eve es la hija de nuestros ancestros, la semilla de un pueblo unido. Es más que una Ansara, más que una Raintree. Nuestro destino está en sus manos. Su vida es más valiosa para mí que la mía.
La asamblea escuchó con respeto, y a través de Claude, Judah sintió sus dudas y preocupaciones, pero también su aceptación y su esperanza.
De numerosos Ansara surgió una sola petición. Querían saber si, cuando Judah volviera a Terrebonne, l evaría consigo a la princesa Eve.
—La princesa Eve irá a Terrebonne cuando l egue el momento de que asuma su papel de Dranira —respondió Judah a través de Claude.
Cuando los vítores se apagaron, una mujer solitaria salió de entre la multitud e hizo otra pregunta.
—¿Y la madre de la niña? —preguntó Alexandria Ansara—. ¿Podemos creer que la princesa Mercy entregará a su hija a los Ansara?
Un silencio ensordecedor se adueñó del vestíbulo. Todos esperaban la respuesta de Judah.
«Debes responder, Judah», le urgió Claude.
Mientras pensaba en la respuesta, Judah sintió la mano de Sidra en el brazo de Claude, y supo que quería hablar con él a través de su primo.
«Tu destino está atado al suyo. Su futuro es tu futuro, su vida, tu vida. Si tú mueres, ella morirá. Si ella muere, tú morirás».
Judah sintió una abrumadora tensión. Todos los nervios de su cuerpo se cargaron de energía eléctrica. Entendió que si Sidra hubiera podido explicarle algo más, lo habría hecho. Su profecía estaba abierta a una interpretación, pero Judah supo que hablaba de Mercy, no de Eve, y de que si Judah y Mercy luchaban por la posesión de su hija, el que sobreviviera moriría mil veces durante su existencia.
—Cuando l egue el momento, haré lo que deba hacerse —le dijo Judah a su pueblo.
El atardecer teñía el cielo de colores mientras Mercy buscaba a Judah. El había salido de la casa poco después de la cena y no había vuelto. Mientras ella estaba bañando a Eve, la niña había dejado de jugar con sus juguetes de baño y había tomado la mano de su madre.
—A papá le ocurre algo. Está muy triste. Ve a verlo, mamá. Te necesita.
Mercy lo encontró a solas en un claro aislado del bosque, sentado en una piedra y absorto en sus pensamientos.
—¿Judah?
Él se volvió a mirarla, pero no dijo nada.
Mercy dio varios pasos hacia él.
—¿Estás bien?
—¿Por qué has venido? —le espetó él.
—Eve me ha enviado a buscarte. Está preocupada por ti. Dice que estás muy triste.
—Vuelve a la casa. Dile a Eve que estoy bien.
—Pero no es cierto. Eve tiene razón. Te ocurre algo y...
De un golpe mental, Judah empujó a Mercy hacia atrás con la suficiente fuerza como para advertirle que no se acercara, pero no como para derribarla. Ella se tambaleó durante un instante.
—Entiendo el mensaje —le dijo.
—Entonces, déjame solo.
—¿Es por Cael? ¿Ha ocurrido algo? Si me lo dices, podré ayudarte.
—¡Déjame! —le gritó Judah. Se levantó de la piedra y la miró con los ojos llenos de furia.
—No te deseo —masculló, pero se acercó a ella y la agarró por los hombros con fuerza—. No te necesito. ¡Maldita seas, Mercy Raintree!
Comenzó a agitarla con frustración, con ira, con pasión.
Ella sintió lo que él sentía, y se dio cuenta de que la odiaba por haber conseguido importarle.
—Mi pobre Judah.
Él le tomó la cara entre las palmas de las manos y le dio un beso profundo, de posesión. Una pasión insoportable se adueñó de ellos, y Mercy se rindió en cuerpo y alma.