Capítulo 11


Cael y sus guerreros llegaron a la finca privada en que estaban alojados, entre Asheville y el Santuario de los Raintree, antes del atardecer. Mientras los demás comían, bebían y se desfogaban sexualmente, preparándose para la batalla para la que sólo restaban días, Cael se encerró en sus habitaciones privadas para pensar en su próximo movimiento. Había alquilado aquella propiedad dos años antes, cuando había decidido la fecha en la que tendría lugar el asalto a la tierra sagrada de los Raintree.

Lenta, secreta, cautelosamente, había buscado por el mundo a todos los Ansara renegados que estuvieran dispuestos a obedecerlo y luchar a su lado el día elegido.

Había reunido un ejército de cien guerreros, pequeño en comparación al ejército que capitaneaba Judah, pero adecuado para el ataque que había planeado Cael. El sábado, todos habrían llegado a aquel lugar escondido, armados y listos para la batalla.

El elemento sorpresa era primordial para que su estrategia tuviera éxito. Cael conduciría a los guerreros Ansara contra un puñado de visitantes Raintree y contra la princesa Mercy, la Guardiana del Santuario, el día del solsticio de verano.

Antes de que los demás Raintree recibieran el aviso, la noticia ya habría llegado a Terrebonne, y a los demás guerreros Ansara no les quedaría más remedio que unirse a Cael para librar la gran batalla final entre los dos clanes. En aquella ocasión, los vencedores serían los Ansara, y exterminarían a los Raintree. Él mataría personalmente a Judah y a su hija, Eve. Después se ocuparía de que todos los supervivientes Raintree fueran ejecutados.

Él sería el líder supremo. Sería un héroe conquistador y su gente lo adoraría. Los humanos se convertirían en los esclavos de los Ansara y deberían arrodillarse ante él.

Aquellas visiones eran verdaderamente dulces. Victoria. Aniquilación de los Raintree, Judah muerto. La humanidad subyugada.

«Seré un dios».

«Pero sólo cuando Judah esté muerto».

Qué oportuna había sido la divina providencia concediéndole la distracción perfecta para su hermano. La pequeña Eve Raintree. Judah era posesivo y protector.

Demasiado noble para el gusto de Cael. Se quedaría con su hija para protegerla día y noche. Se concentraría sólo en mantenerla a salvo de Cael, y mientras, descuidaría los asuntos de Terrebonne, y Cael podría reunir a su ejército y extender la anarquía entre los Ansara.

«Asaltaremos el Santuario en Alban Heruin, cuando el sol esté en su momento álgido y yo también esté ahíto de fuerza. Mataré primero a tu hija y a tu mujer, para tener el placer de verte presenciar cómo mueren. Y después, yo mismo acabaré contigo».

Aquel día, al atardecer, el cielo estaba coloreado de rosa, naranja y oro, y una neblina traslúcida rodeaba los picos de las montañas. Judah estaba en mitad del jardín, con un frasco de cristal en las manos, observando cómo Eve perseguía a las lu-ciérnagas. Había varias cautivas brillando dentro del frasco, que tenía agujeros en la tapa de metal.

Eve se lanzó por otro de los insectos y lo atrapó con las palmas de las manos ahuecadas sobre la hierba.

—¡La tengo! ¡La tengo! —exclamó, y corrió hacia Judah, que abrió un poco la tapa, lo justo para que Eve pudiera meter a su rehén en la prisión de cristal.

Cuando Eve sintió la presencia de su madre en el porche, se giró hacia el a y sonrió.

—Papá nunca había cazado bichos, ni siquiera cuando era pequeño, y he tenido que explicarles cómo no hacerles daño. Después de que vea cuántas luciérnagas puedo cazar, las dejaré libres otra vez.

Mercy, que había estado en la cocina con Sidonia, oyendo nuevamente todas las advertencias y reproches de la anciana por permitir que Judah permaneciera en Santuario, suspiró con inquietud.

—Bien, me parece que l egó el momento de que las liberes —dijo—. Son más de las ocho. Tienes que bañarte antes de acostarte, hija mía.

—No, todavía no. Por favor, sólo otra hora —dijo Eve, y unió las dos manos como si se dispusiera a rezar—. Papá y yo nos estamos divirtiendo mucho —argumentó, y se giró hacia su padre—. ¿Verdad, papá? Díselo. Dile que no tengo que irme a la cama ahora mismo.

Judah le entregó a Eve el frasco de luciérnagas.

—Suéltalas.

Eve ladeó la cabeza y lo miró fijamente.

—Supongo que eso significa que tengo que hacer lo que me ha dicho mamá.

Él le revolvió el pelo suavemente.

—Supongo que sí.

De mala gana, Eve destapó el frasco y lo agitó suavemente para que los insectos echaran a volar. Cuando él último de ellos escapó, ella se acercó al porche, le entregó el frasco a Mercy e hizo un mohín de tristeza, el que siempre utilizaba para causar pena.

Con un profundo suspiro, Eve dijo dramáticamente:

—Ya estoy lista para irme. Si es obligatorio...

Mercy se esforzó en contener la sonrisa.

—Entra a la cocina y dile a Sidonia que te ayude a bañarte. Yo subiré más tarde para darte un beso de buenas noches.

—¿Papá también?

—Sí —dijeron Judah y Mercy al unísono.

En cuanto Eve entró en la casa, Mercy dejó el frasco vacío en el porche y bajó a la hierba. Judah estaba mirando el cielo y a las altísimas montañas que los rodeaban.

Después, miró a Mercy.

—Precioso anochecer —dijo—. Estas montañas están llenas de paz. ¿No te aburres nunca?

—Estoy ocupada —respondió ella.

—¿Curando el cuerpo, el corazón y el alma de los de tu clan?

—Sí, siempre que es posible. Mi trabajo, como Guardiana del Santuario, es usar mi don de sanadora empática para ayudar a los que se dirigen a mí. De todos modos, tú ya lo sabías, ¿no? Sabías, el día que nos conocimos, quién era yo.

—En cuanto vi tus ojos supe que eras una Raintree. Conseguí penetrar en tu mente lo suficiente para saber que eras una princesa y que estabas destinada a convertirte en una especie de guardiana —admitió Judah—. Sólo percibí algunos fragmentos de tu pensamiento antes de que me diera cuenta de que la mayor parte de tu mente estaba protegida.

—Tú también usaste un escudo. Uno muy poderosos. Yo no me di cuenta en ese momento —dijo ella—. Me pareció extraño el hecho de no poder percibir lo que pensabas en absoluto, y que cuando te acaricié, sólo sentí que podía confiar en ti. Me bloqueaste completamente y me enviaste un mensaje engañoso.

—Hice lo necesario para conseguir lo que deseaba.

—Y me deseabas.

—Mucho.

¿Por qué hacía Judah que su respuesta sonara como si estuviera hablando del presente y no del pasado? Aunque él la deseara en aquel momento, sólo deseaba usar su cuerpo, como aquella noche de siete años atrás.

—¿Por qué no usaste ningún método anticonceptivo aquella noche? —le preguntó Mercy.

Él sonrió irónicamente.

—¿Y por qué no lo usaste tú?

—Podría decir que fue porque era inexperta y estúpida, y me dejé l evar por unos sentimientos que nunca había experimentado. Pero la verdad es que, cuando supe que iba a pasar la noche contigo intenté conjurar un hechizo de protección temporal.

Parece que no funcionó.

—Eso parece.

—¿Y cuál es tu excusa?

—Yo creía que tú usabas protección —admitió él.

Mercy abrió los ojos de par en par.

—¿Tú también tenías un hechizo de protección?

Judah asintió.

—Una especie de hechizo. Es un regalo que nos hicimos mi primo Claude y yo cuando éramos adolescentes. Funcionó perfectamente con las mujeres humanas, y con las Ansara.

—Si los dos estábamos protegidos, entonces... ¡Oh, Dios mío! Los hechizos y los regalos mágicos de protección no deben de funcionar cuando un Raintree se relaciona con un Ansara.

—Al menos, en nuestro caso no.

—No lo entiendo. Deberían haber funcionado.

—La única explicación que se me ocurre es que Eve estaba destinada a nacer.

—¿Me estás diciendo que crees que un poder superior ordenó la concepción de Eve?

—Es posible. Quizá naciera con un objetivo concreto.

—¿Acaso alguien te ha dicho que Eve está destinada a...

—Nadie sabía nada de la paternidad de Eve, salvo Sidonia y tú, hasta hace tres días. ¿Cómo iba a haberme hablado alguien de el a?

—Sí, claro.

—Nuestra pequeña Eve es una niña asombrosa.

Mercy apartó la vista de él.

—Si, por casualidad, te encuentras a otros Raintree mientras estás en Santuario, diles que te llamas Judah Blackstone y que eres un viejo amigo mío de la universidad.

Hemos recibido otras visitas antes, amigos de la familia que necesitaban paz y tranquilidad. Nadie te hará más preguntas.

—¿Y si Eve le dice a alguien que soy su padre?

—Hablaré con el a y le explicaré que por el momento debemos guardar el secreto.

—Judah Blackstone, ¿eh?

—Es un nombre tan bueno como otro cualquiera —dijo Mercy. Se volvió hacia los escalones del porche y le dijo—: Voy a desearle buenas noches a Eve, ¿vienes conmigo?

—Sí, voy contigo —respondió él. La siguió al interior de la casa y, una vez dentro del vestíbulo, le preguntó—: ¿Tuviste un novio que se apellidaba Blackstone? ¿Tengo que ponerme celoso?

Aquella pregunta la tomó por sorpresa. Se dio la vuelta y lo miró con el ceño fruncido.

Judah se rió.

—¿Es que los Raintree no tenéis sentido del humor?

—No veo nada gracioso en nuestra relación. Tú y yo somos enemigos que estamos temporalmente unidos por una causa común: salvar a nuestra hija. Pero una vez que ya no esté en peligro... —Mercy no terminó la frase. Se alejó de él y comenzó a subir las escaleras.

Él la alcanzó y la agarró por el codo. Inclinó la cabeza y le susurró:

—Sabes muy bien que, cuando Eve ya no esté en peligro, ya no podremos compartirla. Ella será Raintree o Ansara, y el resultado lo decidirá aquél de nosotros dos que quede con vida. Eso es lo que estabas pensando, ¿verdad?

—Si juras que te irás y nos dejarás en paz, que nunca intentarás ponerte en contacto con Eve, las cosas no tendrán que terminar de esa manera. La niña no tendrá que crecer sabiendo que su madre mató a su padre.

—O que su padre mató a su madre —dijo él.

Entonces, Mercy cerró los ojos y respiró profundamente. Judah no tendría ningún reparo en matarla para obtener la custodia de su hija. Ojalá ella fuera tan despiadada.

Ojalá ella pudiera matar a Judah sin lamentarlo también.

Angustiada, Mercy se dio la vuelta y siguió subiendo las escaleras hacia la habitación de Eve.

Más tarde, en su dormitorio, Mercy era incapaz de conciliar el sueño. No dejaba de darle vueltas a la conversación que había tenido con Judah. El hecho de que hubieran concebido a Eve durante una breve noche de relaciones sexuales era prácticamente un milagro, teniendo en cuenta, además, que ella estaba usando un hechizo temporal de protección sexual y que él también contaba con la protección que su primo le había regalado cuando eran adolescentes. Con aquellas medidas, el embarazo debería haber sido imposible.

¿Una protección que le había regalado su primo? ¡Regalado!

¿Cómo era posible que Mercy no se hubiera dado cuenta inmediatamente de lo que implicaba aquella afirmación de Judah?

En el clan de los Raintree, sólo los miembros de la familia real tenían el poder de regalar dones o amuletos. ¿Por qué iba a ser distinto con los Ansara? Aquella capacidad era muy antigua, provenía del tiempo en que sus ancestros formaban parte de una gran familia a la que pertenecían ambos clanes.

¿Era Judah un miembro de la familia real Ansara?

Si lo era, Mercy tenía muchas más cosas que temer, aparte de que un hombre de aquel clan estuviera reclamando a su hija. Si Judah era un príncipe...

No, no podía ser. Los Ansara ya no eran un gran linaje con un Dranir y una Dranira, con una familia real formada por hijos, hermanos, tíos, tías y primos. Quizá Judah tuviera sangre real, y de haber vencido los Ansara la batalla que se había librado doscientos años antes, sería un poderoso príncipe en el presente. Eso explicaría por qué tenía la capacidad de regalar encantamientos y talismanes o intercambiarlos con su primo.

Pero ella no tenía intención de dejar ningún detalle al azar. Al día siguiente, se enfrentaría a él y le pediría una explicación.

Por el bien de Eve, debía averiguar la verdad.