Capítulo 13


Viernes por la tardeen la guarida de Cael Ansara, Carolina del Norte


Cael había intentado, sin éxito, romper el escudo que protegía la mente de Eve Raintree. Todos los hechizos podían anularse. Todos los encantamientos podían debilitarse, y todos los poderes podían invalidarse. Con el tiempo suficiente, encontraría la manera de penetrar en el pensamiento de Eve e influenciarla.

Cael proyectó su mente hacia un solo objetivo.

«¿Me oyes, pequeña Eve? ¿Estás escuchando? Soy tu tío Cael. ¿No quieres hablar conmigo?».

Silencio.

«Háblame, niña. Dime por qué no debería matar a tu padre. Escucharé lo que tengas que decirme. Quizá consigas que cambie de opinión».

No hubo respuesta.

«Quieres ayudar a Judah, ¿verdad? Si me hablas, te escucharé».

Un trallazo de energía psíquica golpeó la mente de Cael. El sonido fue ensordecedor, y las vibraciones le atravesaron el cuerpo e hicieron que cayera al suelo de rodillas. Mientras estaba doblado de dolor en su habitación, la voz llena de indignación y furia de Judah le advirtió:

«Aléjate de mi hija. Está fuera de tu alcance. No intentes ponerte en contacto con ella otra vez».

El dolor se mitigó tan rápidamente como había llegado. Cael se puso en pie, blandió un puño y maldijo a su hermano.

«Prepárate. Voy por ti. ¿Me oyes, Judah? Y cuando mueras, nuestra gente se alegrará de tener un dirigente de verdad, uno que consiga que, como en los viejos tiempos, gobiernen el mundo».

Judah oyó las amenazas de Cael como un eco lejano. Lo que captó toda su atención fue la suave voz de Eve.

«¿Papá?».

«No, Eve. No me hables a través del pensamiento».

«Lo siento. Es que ese hombre malo intentó...».

«Shh. Voy a ir a verte».

Sin duda, su hija había oído el discurso de Cael. ¡Maldito fuera su hermano! Judah bajó a toda prisa las escaleras y encontró a Eve a solas en el salón, sentada en el suelo, entre multitud de ceras de colores, con un bloc de dibujo entre las manos.

—Lo he visto, papá —dijo Eve—. Lo he dibujado cuando intentaba hablar conmigo.  Mira.

Judah atravesó la habitación de dos zancadas y miró el dibujo de Eve. Todos los músculos de su cuerpo entraron en tensión al ver el notable parecido con Cael, a quien Eve había plasmado en pie, con el puño en alto y una expresión de locura en el rostro, que empañaba la perfección de sus rasgos.

—Asombroso —dijo Judah, impresionado por el talento artístico de su hija—. Eres una magnífica pintora.

Eve lo miró con una sonrisa.

—¿De verdad? Mamá dice lo mismo. Pero ella me dijo que no sabe de dónde he sacado la facilidad para pintar, porque los tíos Dante y Gideon no saben dibujar tan bien, y ella tampoco.

—Mi madre era una artista —dijo Judah—. El palac... mi casa está l ena de pinturas suyas.

—Ella no era la madre de tu hermano comentó Eve con seguridad—. Su madre era mala, como él.

—Sí, Nusi era una mujer muy mala.

Eve se puso en pie junto a Judah.

—No te preocupes. Yo no permitiré que él le haga daño a mi madre como Nusi hizo daño a mi abuela Seana.

Judah miró con asombro a su hija, nuevamente asombrado de su capacidad.

—¿Cómo sabes lo que le ocurrió a mi madre?

Eve se puso una mano sobre el corazón.

—Lo sé aquí dentro. Eso es todo. Lo sé.

—¿Qué sabes? —preguntó Mercy, que acababa de entrar en el salón.

Eve corrió hacia su madre-

—¿Sabes una cosa? Ya sé de dónde he sacado facilidad para dibujar. Es de mi abuela Seana.

Mercy miró a Judah inquisitivamente.

—Mi madre era una gran artista —le explicó él.

—¿Y has dibujado algo para papá? —le preguntó entonces Mercy a su hija.

—Sí, he dibujado al hermano de papá.

Eve tomó su dibujo y se lo enseñó a Mercy.

—¿Cuándo has visto a este hombre tan malo? —preguntó Mercy, observando el increíble parecido del retrato con el modelo. Judah se dio cuenta de que estaba haciendo un gran esfuerzo por no dejarle ver a Eve lo disgustada que estaba.

—Ha intentado hablar conmigo otra vez —dijo Eve—. No deja de llamarme y de decirme que si hablo con él, me escuchará. Pero yo no he hablado con él, y mi padre le dijo que no volviera a molestarme. ¿Verdad, papá?

Judah carraspeó.

—No hay forma de que Cael pueda invadir el pensamiento de Eve a menos que ella se lo consienta. El escudo con el que la has protegido es muy fuerte.

—Sí, lo sé —respondió Mercy. Después le dijo a Eve—: Vamos, cariño. Ve a la cocina. Sidonia ha preparado la comida. Es tu plato favorito: macarrones con queso. De postre hay melocotones con nata.

Eve titubeó. Miró a sus padres alternativamente y después les dijo:

—No vais a pelear otra vez, ¿verdad?

—No —le dijo Mercy.

—Eso espero —respondió la niña. Con un suspiro, salió de la habitación.

Judah no esperó a que Mercy atacara.

—Va a venir por mí. Pronto.

—Ya lo sé. Supongo que Eve oyó cómo te lo decía.

—Ella no me ha dicho que lo oyera, pero creo que sí.

—Cuando venga, no puedes luchar contra él en Santuario. Eve percibirá su presencia, y querrá hacer algo para ayudarte.

—No podemos permitir que se acerque a Cael. Tenemos que conseguir que entienda que la lucha debe ser entre mi hermano y yo.

—Ella escuchará lo que le digamos, pero que obedezca es otro asunto diferente.

Tienes que conseguir que entienda que no puede interferir.

—Encontraré el modo de explicárselo. ¿Puedo estar un rato a solas con ella, sin la vigilancia de su perro guardián?

—Sí. Le diré a Sidonia que te he permitido l evarla a dar un paseo mientras yo estoy trabajando.

Judah se dio cuenta de que Mercy tenía aspecto de estar cansada.

—Has estado fuera toda la mañana. Sidonia no quiso decirme dónde estabas, pero Eve me dijo que estabas curando a gente enferma.

—No es ningún secreto que yo soy sanadora. Esta mañana he estado con dos videntes Raintree que han perdido la capacidad de ver el futuro.

—¿Y pudiste restablecer su poder?

—Aún no. Eso sucede a veces, sobre todo cuando se usa demasiado un don o... creo que, con meditación y descanso, lo recuperarán.

—¿Y qué vas a hacer esta tarde?

—Ayer l egó una nueva visitante. Es una mujer que perdió a su marido y a sus dos hijos en un accidente de tráfico hace seis meses, y está agonizando de dolor emocional.

—Y tú vas a absorber su dolor. ¿Cómo puedes soportarlo? ¿Por qué te expones a semejante tormento, si no tienes por qué hacerlo?

—Porque está mal no usar el don que uno posee para ayudar a los demás. Yo soy una sanadora empática. No es sólo lo que hago; es lo que soy.

—Sí, tienes razón. Es lo que eres. Lo entiendo.

Judah se preguntó si Mercy entendería que su hija había nacido para salvar a su clan.

Después de cenar con su hija y con Sidonia, Judah le dijo a Eve que iba a dar un paseo y que volvería para darle las buenas noches antes de que se acostara. Habían pasado muchas horas juntos aquel día, y él tenía la impresión de que había conseguido convencerla de que no interfiriera en su batalla con Cael si percibía la situación. Judah quería ir a buscar a Mercy y decirle que Eve lo había escuchado, y que llegado el momento, obedecería sus órdenes.

Mientras se dirigía hacia la puerta, Eve le dijo:

—Ojalá fueras a ver a mi madre. Ella siempre viene a cenar, y hoy no ha venido.

Meta debe de estar muy enferma para que mamá se haya quedado tanto tiempo con ella.

—Tu madre está bien —dijo Sidonia, mirando con inquina a Judah—. Ella no necesita nada de él. Cuando haya terminado el trabajo, volverá a casa.

—No te preocupes por tu madre —le dijo también Judah—. Estoy seguro de que Sidonia tiene razón.

—No, papá. Yo creo que mamá te necesita.

Una vez fuera de la casa, Judah pensó en la preocupación que Eve sentía por Mercy. El se había preguntado por qué no había ido a cenar a casa con su hija, y sospechaba que lo que Eve pensaba era cierto; sin duda, aquella mujer llamada Meta estaba muy enferma. ¿Acaso Mercy se había empeñado tanto en mitigar el dolor de aquella mujer que había absorbido demasiada de su agonía y estaba tan debilitada que no había podido volver a casa? ¿Tendría razón Eve y Mercy lo necesitaba?

Demonios, ¿y qué importaba? ¿Por qué iba a importarle a él que Mercy estuviera retorciéndose de dolor, o quizá inconsciente y sufriendo por otra persona?

Judah se apartó a Mercy de la cabeza, diciéndose que debía pensar en Cael.

Una hora después, durante la que Judah había estado paseando a solas, se encontró con Brenna y Geol, que también estaban caminando por la finca. Después de conversar unos instantes con la agradable pareja, les preguntó dónde estaba la cabaña de Meta, y les explicó que había pensado en ir a recoger a Mercy para acompañarla de vuelta a casa.

Brenna le explicó cómo llegar a la casa de la enferma, y después se despidieron.

Brenna y Geol desaparecieron, tomados del brazo, envueltos en la suave luz del atardecer.

La casa de Meta estaba a doscientos metros; era una de las tres viviendas que había en la ladera de una montaña, con vistas a una pequeña catarata. Cuando Judah se acercó a la casita, se dio cuenta de que las ventanas y las puertas estaban abiertas, y que una luz verde escapaba por ellas. Se detuvo a observar aquella extraña visión e intentó recordar si alguna vez había presenciado algo similar. No. Aunque había algunos Ansara que poseían el don de la empatía, sólo uno o dos cultivaban el aspecto sanador de su personalidad. Hacía falta mucha generosidad para dedicar la vida a curar a los demás.

Judah se acercó silenciosamente a la puerta principal, que estaba abierta de par en par, pero se detuvo en seco al ver a Mercy de pie sobre una mujer que estaba sentada en el suelo. Las dos tenían los brazos estirados y abiertos. La extraña luz verde provenía de Mercy. La rodeaba, la envolvía, manaba de ella como el agua manaba de una fuente de la montaña. Meta, la mujer de pelo negro, tenía los ojos cerrados y las mejillas llenas de lágrimas.

Mercy hablaba suavemente, en un idioma antiguo. Judah entendía aquella lengua porque poseía el don de hablar y comprender todos los idiomas del hombre. Escuchó la voz calmante de Mercy mientras atraía el dolor insoportable de Meta, para que abandonara su corazón y su mente, y entrara en el cuerpo de Mercy. De los dedos de la mujer salieron unas volutas de vapor verde que flotaron hasta Mercy y entraron en ella por sus dedos.

Cuando Mercy gritó y maldijo aquel sufrimiento, Judah se quedó rígido. Y cuando ella gimió, se estremeció y se retorció de dolor, Judah tuvo que hacer un esfuerzo ímprobo por no entrar en la habitación y detenerla. Pero el momento pasó, y la luz verde salió de Mercy y se disipó con un brillo turquesa. Judah suspiró de alivio.

Mercy tomó las manos de Meta y la ayudó a ponerse en pie. Hablando aquella antigua lengua de nuevo, Mercy otorgó tranquilidad a la mente de Meta, serenidad a su corazón y paz a su alma.

Judah observó y esperó.

Finalmente, Mercy soltó las manos de Meta y dijo:

—Ahora descansa. Mañana te prepararás para comenzar la siguiente fase de tu vida.

—Gracias —le dijo Meta, enjugándose las lágrimas de las mejillas—. Si no hubieras... Nunca podré pagarte lo que has hecho por mí.

—Págame viviendo una vida larga y completa.

Judah se dio cuenta, por el susurro en que se había convertido la voz de Mercy, de que ella estaba exhausta. Cuando Mercy se volvió y caminó hacia la puerta, se movía lentamente, como si le pesaran los pies. Judah la esperó fuera. Al salir al aire fresco, Mercy se tambaleó y tuvo que agarrarse al marco de la puerta para conservar el equilibrio. Cuando pasó aquel instante de debilidad, cerró la puerta. Entonces vio a Judah.

—¿Qué estás haciendo aquí?

—Esperándote para acompañarte a casa.

Ella lo miró con cara de pocos amigos.

—Es impresionante lo que has hecho ahí —le dijo él.

—¿Cuánto tiempo llevas aquí fuera?

—Sólo unos minutos, pero lo suficiente para ver lo que estabas haciendo. Se va a poner bien, ¿verdad?

—Sí. Ahora necesito volver a casa a descansar. Estoy muy cansada. Si querías hablarme de algo, tendrás que esperar unas horas hasta que me haya recuperado.

—Sólo he venido para acompañarte a casa.

Ella lo miró desconfiadamente, y empezó a andar. Judah se puso a su lado sin decir nada más. Caminaron durante unos cuantos metros en silencio, pero de repente, Mercy se detuvo.

—Judah?

—¿Sí?

—Yo... no creo...

Ella se tambaleó ligeramente y después cayó al suelo. Judah la llamó mientras ella se desplomaba a sus pies como un ángel sereno que había perdido la última brizna de energía. Judah se arrodilló y la tomó en brazos. Después miró hacia la montaña, a una de las cabañas que había en su ladera.

Mercy se despertó repentinamente y se incorporó de golpe, jadeando, desorientada y asustada. ¿Dónde estaba? No estaba en casa. Palpó la superficie en la que estaba sentada. Era una cama, pero no la suya.

—¿Cómo te encuentras?

—¿Judah? ¿Dónde estamos?

—En una de las casas que hay junto a la cascada.

—¿Qué ocurrió? —preguntó Mercy. Después alzó la mano—. No, no me lo digas. Me acuerdo. Me mareé y... ¿por qué me trajiste aquí en vez de llevarme a casa?

Él se acercó a ella, y Mercy se sentó al borde de la cama y se puso en pie.

—Pensé que necesitábamos estar un rato a solas. Sin Sidonia. Sin Eve.

—Eve estará preocupada por que no hayamos llegado a casa todavía.

—La avisé de que estás bien y de que estamos juntos. Ahora está dormida.

—No voy a quedarme aquí —sentenció Mercy. Dio unos cuantos pasos y después, vaciló.

Judah la agarró antes de que cayera y la rodeó con sus brazos para que se mantuviera en pie.

—¿Por qué luchar contra lo inevitable? Yo te deseo, y tú me deseas.

Cuando ella intentó zafarse de su abrazo, él no se lo permitió.

—Tú eres un Ansara —le dijo—. Yo soy Raintree. Nos odiamos. Cuando hayas matado a tu hermano, entonces tú y yo lucharemos por Eve, y te mataré.

—Y te molestará haberte acostado conmigo y después intentar matarme. Qué ingenua eres todavía, dulce Mercy.

—Suéltame. No hagas esto. No me obligues a luchar contigo esta noche.

—No quiero luchar.

Ella se retorció contra su poder físico superior, y no pudo hacer nada.

—¿Es que tienes intención de forzarme?

Como respuesta, él aflojó los brazos y la liberó. Entonces, Mercy consiguió llegar a la salida antes de que le fallaran las rodillas. Tuvo que apoyarse en la puerta para no caer. Judah se acercó a ella por detrás y apretó su cuerpo, suavemente, contra el de ella, atrapándola entre sí y la madera. Cuando Mercy sintió su respiración cálida en el cuello, se echó a temblar.

—Ni siquiera te he tocado y ya te estás desmoronando —le dijo él, con una voz sensual.

—Te odio.

—Ódiame todo lo que quieras.

Judah le pasó la mano por el hombro y por la cintura, hasta llegar a su trasero.

Incluso a través del vestido y de la ropa interior, ella sintió el calor de su caricia. Y lo deseaba. Por completo.

Cuando él llegó abajo, agarró el bajo de su falda y lentamente tomó un puñado de tela. Ella cerró los ojos y gimió. Él metió la mano bajo el vestido y por encima de sus braguitas.

Mercy sólo pudo decir una palabra:

—No.

—Shhh... —susurró él, mientras encontraba con las yemas de los dedos el suave hueco de su espalda, bajo la cintura, un punto muy sensible que había sobre sus nalgas

—. Relájate, Mercy. Déjame que te haga sentir placer.

«Judah, por favor... por favor...».

Él le pasó el dedo índice por el sacro, más y más deprisa, con más fuerza cada vez.

Mercy contuvo la respiración mientras sentía cómo las sensaciones se intensificaban en su cuerpo. De repente, Judah emitió una descarga eléctrica con los dedos, directamente hacia la vértebra de Mercy.

Temblando incontrolablemente, ella gritó mientras alcanzaba el clímax.