Capítulo 10
Judah había pasado la mañana entera con Eve, bajo la estricta supervisión de Mercy, por supuesto. Ver a padre y a hija juntos le había proporcionado una visión de Judah que el a no quería admitir. Él había jugado con Eve, la había observado mientras la niña practicaba algunas de sus habilidades y la había instruido sobre cómo canalizar y usar apropiadamente sus poderes.
La amabilidad, la paciencia y la capacidad de amar no eran rasgos que ella hubiera asociado nunca con Judah Ansara. Desde que había huido de su cama siete años antes, había pensado que era un seductor, un canalla sin sentimientos. Y lo había odiado por ser un Ansara, miembro de un clan que sus mayores le habían enseñado a temer y a detestar desde pequeña.
Cuando se había cansado de jugar, Eve había propuesto que comieran al aire libre; después de llenar una cesta de sándwiches y fruta, caminaron hasta un prado cercano y se sentaron bajo la sombra de un roble centenario, en una manta extendida en el suelo. No había una sola nube en el cielo, y el sol vespertino de junio se filtraba por entre las hojas de los árboles, derramando luz dorada a su alrededor.
Eve parloteó como un loro mientras comía su sándwich de pollo y sus patatas fritas. Judah intervino pocas veces, y parecía muy divertido por la interminable charla de su hija. Varias veces, durante la comida, Mercy notó que él consultaba su reloj de pulsera. Y, cuando Judah creía que el a no lo estaba mirando, la observaba. Mercy fingía que no se daba cuenta.
Después de comerse dos galletas de chocolate con un vaso de leche del termo, Eve se puso en pie de un salto y miró a Judah y a Mercy.
—Quiero practicar un poco más —afirmó, y se alejó a varios metros—. Mira, mamá.
Mírame, papá.
Sin pedir permiso, Eve se concentró y, poco a poco, comenzó a elevarse sobre el suelo. Unos centímetros. Después medio metro. Después un metro entero.
—Ten cuidado —le dijo Mercy.
—Papá, ¿cómo se llama esto? —preguntó Eve.
—Levitación —respondió Judah, mientras Eve seguía subiendo hasta tres metros por encima del suelo.
—Ah, sí. Mamá me lo dijo. Levitación.
Mercy, conteniendo la respiración, se inclinó hacia delante, preparándose inconscientemente para atrapar a su hija en el aire si caía. Ojalá Eve no fuera tan atrevida y tan obstinada.
—La proteges demasiado —dijo Judah, tomando a Mercy por la muñeca—. Deja que se divierta. Sólo quiere que le prestemos atención y que aprobemos lo que hace.
Mercy lo miró con desdén.
—Eve ha sido el centro de mi existencia desde que nació. Mi trabajo como madre es aprobar el buen comportamiento y reprochar el mal comportamiento. Y, sobre todo, mi deber como madre es protegerla, aunque eso signifique que tengo que protegerla de sí misma.
Judah refunfuñó.
—Siempre has tenido miedo de que la Ansara que hay en ella se manifestara,
¿verdad? Cada vez que se ha portado mal o ha tenido una rabieta, te has preguntado si era una señal del mal innato que había en su naturaleza. El mal de los Ansara.
—¡He subido más! —dijo Eve—. ¡Miradme!
Cuando Eve estaba a más de diez metros del suelo, Mercy se puso en pie de un salto y corrió hacia su hija.
—Ya es suficiente, cariño. Es estupendo —dijo, y aplaudió varias veces—. Ahora, vuelve a bajar.
—¿Tengo que hacerlo? —preguntó Eve—. Esto es muy divertido.
—Baja y jugaremos a algo —le dijo Judah.
Eve bajó lentamente, con cuidado, como si quisiera demostrarle a Mercy que no tenía de qué preocuparse. En cuanto tocó el suelo, Eve corrió hacia Judah.
—¿A qué vamos a jugar?
Él miró a Mercy, como si estuviera desafiándola a interferir.
—¿Has jugado alguna vez con el fuego?
—Mamá dice que soy demasiado pequeña para jugar con el fuego como hace el tío Dante. Dice que cuando sea mayor...
—Si tienes el dominio sobre el fuego, cuanto antes aprendas a ejercerlo, mejor —
argumentó Judah, mirando directamente a Eve mientras posaba una mano sobre el hombro de Mercy—. Mi padre comenzó a enseñarme cuando yo tenía siete años.
—Oh, por favor, mamá, por favor —rogó Eve—. Deja que papá me enseñe.
Cualquier decisión que tomara podría ser incorrecta. Mercy no podía estar segura de que una respuesta negativa no estuviera basada en el resentimiento que le profesaba a Judah por entrometerse en sus vidas.
Mercy asintió.
—Está bien. Sólo por hoy —dijo, mirando a Judah con severidad—. Tienes que controlarla con atención. Cuando tenía dos años... —Mercy se interrumpió, sin saber si debía hacerle partícipe de aquella información. Sin embargo, finalmente lo hizo—. Eve incendió la casa.
Judah abrió los ojos de par en par debido a la sorpresa. Después, sonrió.
—¿Fue capaz de hacer eso cuando tenía dos años?
—Tengo mucho poder —dijo Eve—. Mi madre dice que es porque soy muy especial.
Judah sonrió lleno de orgullo paternal.
—Tu madre tiene razón. Eres especial.
Tomó la mano de su hija y le dijo:
—Vamos, acerquémonos al estanque y lancemos fuegos artificiales. ¿Qué te parece?
Eve sonrió de oreja a oreja y comenzó a saltar de emoción.
Pese a su reticencia, Mercy los siguió al estanque. Para vigilar. Y para censurar, si Judah le permitía a Eve hacer algo verdaderamente peligroso...
Eve había quedado agotada después de practicar un talento después de otro, todos ellos bajo supervisión de Judah. El había constatado, con todos aquellos juegos, que su hija tenía el potencial para convertirse en la criatura más poderosa de la Tierra, más poderosa que cualquier Ansara o Raintree.
Miró a Eve, que dormía profundamente acurrucada sobre la colcha. Sintió algo que nunca había experimentado en lo más profundo de su ser. Aquélla era su hija. Bella, lista y llena de talento. Y ella lo había reconocido al instante como su padre, y lo había aceptado como parte de su vida sin una sola duda.
Recordó las palabras de Sidra: «Si quieres salvar a nuestro clan, debes proteger a la niña».
En aquel momento, Judah se dio cuenta de que protegería a Eve para salvar a los Ansara, pero sobre todo, la protegería porque era su hija y la quería.
Paseó la mirada por la pradera mientras intentaba aceptar todo lo que le estaba pasando en tan poco tiempo. Estaba absorto en sus pensamientos cuando oyó la voz de Mercy, que se había acercado silenciosamente después de dar un corto paseo.
—¿Judah?
Él la miró.
—No hemos hablado de la razón por la que volviste a Santuario —le dijo ella—.Te he permitido pasar tiempo con Eve, pero no puedes quedarte aquí. No puedes ser parte de su vida.
—Eve está amenazada por mi hermano. Hasta que esté a salvo de Cael, seré parte de su vida, con o sin tu permiso. No intentes obligarme a que me marche.
—¿O qué harás?
Judah suspiró.
—No deberíamos discutir —le dijo, intentando conciliar posturas—. Tenemos el mismo objetivo: proteger a Eve.
—La única diferencia en nuestro objetivo es que yo quiero protegerla de ti, además de protegerla de tu hermano.
—Verdaderamente piensas que soy la reencarnación del diablo, ¿no?
—Eres un Ansara.
—Sí. Y estoy orgulloso de serlo. Pero parece que tú piensas que debería sentir vergüenza por pertenecer a un linaje antiguo y noble.
—¿Los Ansara, nobles? No.
—Los Raintree no tenéis el monopolio de la nobleza —replicó Judah.
—Si crees que los Ansara sois nobles, entonces nuestra definición de esa palabra debe de ser distinta.
—Es la lealtad a nuestra familia, amigos y clan. Es el hecho de usar nuestras habilidades para mantener y proteger a la gente que está a nuestro cargo. Es respetar a los ancianos, que poseen un gran conocimiento. Y defendernos de nuestros enemigos.
Mercy se quedó mirándolo con desconcierto. ¿Había hablado demasiado?
¿Sospecharía el a que Judah era algo más que un Ansara corriente, con un poder igual al de cualquier Raintree? ¿Se estaba preguntando cuántos más como él había en el mundo?
—Los Ansara usaron sus poderes para tomar todo aquello que querían, tanto de los humanos como de los Raintree. Si hubieran continuado su camino y perseguido sus objetivos, finalmente habrían subyugado a todo ser viviente de la Tierra, en vez de vivir en armonía con los humanos, como han hecho los Raintree durante siglos.
—Vosotros, los Raintree, os empeñasteis en ser los salvadores de la raza humana.
Elegisteis a los humanos por encima de aquellos de vuestra propia raza. Esa decisión fue la que enzarzó a nuestros clanes en una guerra interminable.
—Los Ansara no son de nuestra raza. Incluso vuestros antiguos Dranires lo entendieron. Por eso dictaron el decreto que condenaba a muerte a todo hijo nacido de ambos linajes.
«¡Yo he derogado ese decreto!», pensó Judah. Sin embargo, no podía decírselo a Mercy, porque aquello le revelaría que él era el Dranir Ansara.
—¿Estás diciendo que apruebas ese decreto? —le preguntó para provocarla—.¿Crees que esos niños deben morir?
—¡No! ¡Claro que no! ¿Cómo puedes hacerme semejante pregunta?
—Eve es Raintree —dijo Judah—. Es de tu clan. Pero también es Ansara, lo cual significa que es de mi clan. Su linaje se remonta a miles de años atrás, a aquella gente de la que provienen los Ansara y los Raintree. Una vez, fuimos el mismo pueblo.
—Y por esa razón, el Dranir Dante y la Dranira Ancelin no exterminaron a todos los Ansara después de La Batalla de hace doscientos años. Se perdonó la vida de los pocos Ansara que sobrevivieron, con la esperanza de que aprendieran a coexistir con los humanos, y encontraran la humanidad que un día habían compartido con los Raintree. Sin embargo, al conocerte veo que esa esperanza no se cumplió. Tu hermano y tú os odiáis. Su madre mató a tu madre. Y él quiere matarte ahora. Quiere hacerle daño a Eve, y tú quieres apartarla de mí y llevártela. Los Ansara seguís siendo violentos, crueles, despiadados y...
Judah la agarró por los hombros. Mercy se quedó en silencio inmediatamente.
—Me juzgas sin conocerme —le dijo él—. Mi hermanastro no es un ejemplo de nuestra raza, ni lo era su madre. Cael está loco, como ella.
Cuando notó que Mercy se relajaba, aflojó la presión de las manos, pero no la soltó.
Se observaron durante varios minutos, intentando percibir lo que estaba pensando el otro.
Mercy no cedió terreno; mantuvo sus barreras defensivas en alto. El hizo lo mismo; no se atrevía a arriesgarse a que ella averiguara su identidad verdadera.
—Me gustaría creerte por Eve —le dijo Mercy—. Me gustaría saber que su parte de Ansara no se convertirá nunca en algo completamente desconocido para mí. Sé que es obstinada y traviesa pero... —Mercy tragó saliva—. Lo que me hiciste fue cruel y desconsiderado. ¿Vas a negarlo?
Judah le pasó las manos por los brazos, desde los hombros hasta las muñecas.
Después, la soltó.
—En aquel momento no pensé que fuera cruel. Yo te deseaba, y tú me deseabas a mí. Hicimos el amor varias veces. Tú me diste placer, y yo te di placer a ti. No nos hicimos promesas. No te declaré mi amor eterno.
La expresión de Mercy se endureció. Se quedó pálida.
—No, pero yo sí te dije que te quería —susurró. Después, bajó la cabeza, como si mirarlo le causara dolor—. Debió de parecerte divertido. No sólo habías tomado la virginidad de una princesa Raintree, sino que además, te dijo que te quería.
Judah le tomó la barbil a e hizo que alzara la cabeza para mirarlo.
—Sabía que no estabas enamorada de mí. Sólo estabas enamorada del modo en que había hecho que te sintieras. Las buenas relaciones sexuales pueden provocar esa reacción en una persona que no tiene experiencia.
—Si hubiera sabido que eres un Ansara...
—Habrías salido corriendo —dijo él con aspereza—. En realidad, eso fue lo que hiciste cuando te diste cuenta, ¿no? —Judah la observó con suma atención durante un instante, y después le preguntó—: ¿Por qué no abortaste? ¿Por qué no te deshiciste de mi hija?
—Ella también era mi hija. Yo nunca habría podido...
Mercy se quedó inmóvil como una estatua. Los ojos se le quedaron en blanco, y comenzó a estremecerse. Judah se dio cuenta de que estaba entrando en trance.
—¿Mercy?
Él había visto que a las profetisas de su clan les ocurrían cosas similares. No la tocó. Se limitó a esperar.
Tan rápidamente como el a se había hundido en el trance, salió de él.
—Alguien está intentando traspasar el escudo protector de Santuario. Y no está solo.
—Es Cael —dijo Judah rápidamente.
—¿Tu hermano? ¿Cómo lo sabes tan seguro?
—Lo sé.
—¡Tenemos que detenerlo! Está intentando ponerse en contacto con Eve mientras ella duerme.
—Está jugando —le dijo Judah—. Está intentando demostrarme lo vulnerable que es mi hija.
Mercy lo tomó del brazo con fuerza.
—¿Y hasta qué punto es vulnerable? ¿Hasta qué punto es poderoso tu hermano?
—Lo suficiente como para causar problemas —respondió él—. Quédate aquí y protege a Eve con cualquier método que sea necesario. Conjura el hechizo más fuerte que conozcas para frustrar los intentos de Cael por entrar en sus sueños. Tiene la capacidad de entrar telepáticamente en la mente de alguien que duerme y afectar a su bienestar.
—¿Y tú? ¿Qué vas a hacer?
—Voy a hablar con Cael.
—Debería ir contigo.
—No. Yo me enfrentaré a mi hermano. Tú cuida a Eve.
—Necesitas un vehículo para llegar hasta la entrada de la finca. Hay una vieja camioneta aparcada en el garaje. Tómala. Las llaves están en el contacto —le dijo Mercy.
Compartieron un momento de completo entendimiento, unidos por una causa común que superaba cualquier rivalidad o antagonismo personal.
Mercy reforzó el campo que protegía a Eve de las fuerzas externas, y después colocó una guardia especial alrededor de sus sueños. Finalmente, lanzó un encantamiento sobre su hija, algo suave que la mantendría sumida en un sueño profundo y tranquilo durante un corto periodo de tiempo, sin dejar ningún efecto secundario. No había modo de saber lo que podía hacer Eve si pensaba que sus padres estaban en peligro.
Luego, con sumo cuidado, Mercy tomó a su hija en brazos y la l evó hasta la casa.
Después de dejarla al cuidado de Sidonia, Mercy volvió a salir y se encaminó al garaje. Allí tomó su coche y se dirigió hacia la puerta principal de Santuario.
Cuando llegó a la entrada, vio la vieja camioneta aparcada dentro de las puertas de hierro, pero no vio a Judah. Se le aceleró el corazón. Frenó detrás de la camioneta y aparcó. Después bajó del vehículo y se quedó inmóvil.
Judah había salido de la finca. Estaba más allá de las puertas cerradas, de espaldas a ella. Había cuatro extraños, tres hombres y una mujer, rodeando a un hombre alto, delgado, rubio y con ojos tan grises y fríos como los de Judah.
Cael. El hermanastro asesino.
—Veo que no estás solo —le dijo Cael a Judah, que no movió un músculo—. Tu fulana Raintree piensa que necesitas ayuda.
Judah no respondió.
Mercy se acercó a la puerta y permaneció a la izquierda de Judah. Sólo los separaban las puertas y menos de dos metros.
—La niña no está a salvo —dijo Cael—. Yo puedo abrir una brecha en la pantalla protectora que rodea este lugar, así que eso significa que otros también pueden hacerlo. Vosotros, sus padres, deberíais estar alerta. Nunca se sabe cuándo alguien podría intentar hacerle daño a Eve.
—Quien intente hacerle daño a mi hija tendrá que enfrentarse a mí —dijo Judah.
Cael esbozó una sonrisa fría, calculadora y siniestra. Y llena de sed de sangre, más de la que Mercy hubiera percibido en ninguna otra persona. Se dio cuenta de que aquel hombre era diferente a Judah como lo era de Dante o de Gideon. Tenía lo que ella había pensado siempre que tenía un Ansara: pura maldad.
—Supongo que no quieres invitarme a entrar y presentarme a tu hija —dijo Cael.
Después miró a Mercy durante un instante—. Ya entiendo por qué te acostaste con ella, hermano. Es muy bella. ¿De qué disfrutaste más, del hecho de tomar la virginidad de una princesa Raintree o de burlarte de ella?
—Márchate —le dijo Judah—. Si no lo haces... podemos terminar con todo esto ahora mismo. ¿Es eso lo que quieres?
Cael sonrió.
—Todavía no. Pero terminaremos pronto —dijo, y volvió a mirar a Mercy—. ¿Te ha contado que mató a uno de los suyos para salvarte la vida?
Después, entre carcajadas, se dio la vuelta y se dirigió a una limusina negra que estaba aparcada un poco más allá, en la carretera. Los demás lo siguieron como si fueran mascotas.
Judah no se movió ni habló hasta que el vehículo desapareció. Después se volvió hacia Mercy. Las puertas de la finca permanecían cerradas entre ellos.
—No preguntes —le dijo.
—¿Cómo no voy a preguntar? Sé que alguien intentó matarme el domingo y que tú se lo impediste. ¿Cómo lo sabías? ¿Por qué quisiste salvarme?
—Te he dicho que no preguntaras —dijo Judah, y miró las puertas cerradas—.
Podría entrar al Santuario sin tu ayuda, pero malgastaría una gran cantidad de energía.
Y no quiero inquietar a Eve.
Mercy abrió la puerta y extendió la mano. Judah la tomó y pasó a través del escudo protector que separaba las tierras de los Raintree del mundo exterior. Una vez dentro, él no la soltó. En vez de eso, la atrajo hacia su cuerpo y la miró fijamente a los ojos, atravesando las barreras que protegían su mente de las intrusiones. Ella no intentó detenerlo, porque sabía que mientras él trabajaba tan febrilmente para averiguar lo que ella pensaba, dejaba su propia mente sin protección.
Percibió una gran preocupación y una preocupación verdadera por aquellos a los que quería. ¿A los que quería? ¿Era Judah capaz de amar realmente?
—¿Te sorprende? —le preguntó él, que se había dado cuenta de que Mercy había descubierto sus emociones.
De nuevo, el a se protegió y zanjó la conexión mental entre ellos. Después se soltó de un tirón y le dio la espalda.
—Quiero que te marches enseguida. No puedes quedarte. Si los demás averiguan que estás aquí, será peligroso para ti.
—No puedes proteger a Eve sin mi ayuda.
Ella se giró hacia él.
—Entonces, persigue a tu hermano y haz... haz lo que tengas que hacer para proteger a tu hija. No entiendo por qué no lo has matado ahora mismo.
—Porque no estaba solo —respondió Judah—. Podría haberme deshecho de los tres que lo acompañaban, pero... había otros diez, una pequeña banda de Ansara leales a mi hermano. Están cerca, esperando que Cael los llame. Si lo hubiera desafiado a una lucha a muerte, yo habría estado en desventaja.
—Yo hubiera pedido ayuda —dijo Mercy, y exhaló un suspiro de exasperación al pensar en lo absurdo de la situación—. Si hubiera llamado a los Raintree que están en Santuario, tú también habrías sido el enemigo para ellos, además del de tu hermano.
—No tengo ganas de ser un hombre solo entre un grupo de Ansara y un grupo de Raintree.
—Entonces, ¿qué hacemos ahora?
—Mantener a salvo a Eve.