EL TÍO DE AUSTRALIA
Ellery Queen
—¿Puedo saber por qué me ha llamado, señor Stress? —preguntó Ellery. Al primer momento se había sentido fastidiado, puesto que eran las diez y media de la noche y estaba a punto de irse a la cama con su libro preferido, el diccionario, cuando había sonado el teléfono.
—El ’ficial de s’guridad de m’hotel m’indicó su n’mero —dijo el hombre al otro lado de la línea. Su agudo acento cockney tenía sabor a Londres, pero el hombre dijo que procedía de Australia.
—¿Cuál es su problema?
Resultó ser que Herbert Peachtree Stress no procedía simplemente de Australia, sino que era el tío de Australia de alguien. Los tíos de Australia solían ser unos ancianos standard en las historias de misterio, y ese era uno de ellos, si no exactamente en la carne, sí al menos en la voz. De modo que los oídos de Ellery empezaron a picarle.
Parecía ser que el señor Stress era el tío de Australia de tres alguien, una sobrina y dos sobrinos. Emigrante de Inglaterra con treinta años de exilio, Stress dijo que había hecho fortuna en el continente de abajo, lo había liquidado todo, había vuelto y ahora estaba preparándose —¡ah, esa clásica tradición!— para hacer su testamento. La joven sobrina y los dos jóvenes sobrinos eran su única familia (si había tenido algunos otros parientes, aparentemente habían sido olvidados hacía tiempo), y puesto que los tres residían en Nueva York, Stress había viajado hasta los Estados Unidos para conocerlos y decidir quién de ellos merecía ser su heredero. Sus nombres eran Millicent, Preston, y James, y todos eran Stress, siendo los hijos de su único hermano, ya fallecido.
Siempre la voz de la cautela, Ellery preguntó:
—¿Por qué no simplemente divide su testamento entre los tres?
—P’rque no lo q’ro ’sí —dijo Stress, lo cual parecía una razón muy razonable. Tenía horror, al parecer, a dividir su capital en trozos.
Había pasado dos meses intentando conocer a Millicent, Preston y James; y esa noche los había invitado a cenar para anunciarles la gran decisión.
—Les d’je: «El v’jo ’rbert ha t’mado ya su d’cisión. Nada de r’ncores, ¿de acuerdo, ch’cos?, pero es M’llie quien r’cib’rá mi d’nero. He firmado un t’stam’nto nombrándola mi ’redera». —Preston y James se tomaron su decisión con lo que Hall calificó de una maldita buena deportividad, y habían brindado incluso por la buena fortuna de su hermana Millie con champán.
Pero después de que el trío se hubo ido, de vuelta a su habitación del hotel, el tío de Australia siguió pensando.
—Nunca he t’nido probl’mas para ’cer dinero, s’ñor Queen, pero qu’zá haciendo ’sto me ’sté b’scando alg’nos. Tengo s’senta ’ños, ya s’be, pero los d’octores m’dicen que ’stoy t’n fuerte como uno de s’s dólares… que puedo v’vir otros qu’ince ’ños. Supongo que M’llie d’cide que n’ quiere ’sperar tanto t’mpo.
—Entonces haga otro testamento —dijo Ellery—, restaurando el status quo ante.
—Quizá n’ sea ’gradable para la ch’ca —protestó Hall—. No t’ngo aut’nticas razones p’ra s’spechar, s’ñor Queen. Por eso d’seo los s’rvicios d’ un ’nvestigador, para h’smear en la v’da d’ M’llie, descubrir si ’s clase de ch’ca en la que un p’bre tío rico p’ede confiar. ¿P’ede ’sted acudir ’quí ’hora, d’ modo que p’eda decirle l’ que sé s’bre ella?
—¿Esta noche? ¡No creo que sea tan necesario! ¿Por qué no mañana por la mañana, señor Hall?
—M’ñana p’r la m’ñana —dijo Herbert Peachtree Stress tercamente— p’ede s’r d’masiado t’rde.
Por alguna razón para él oscura —a pesar de que sus orejas seguían picándole locamente—, Ellery decidió satisfacer al australiano. A las once y seis minutos de la noche se encontraba delante de la suite de Hall en el hotel del centro, llamando. Su llamada no obtuvo respuesta. Cuando Ellery probó la puerta, encontró que estaba abierta, y entró.
Y allí estaba un hombrecillo de frágiles huesos con un tupido pelo blanco y una piel curtida tendido en la alfombra, boca abajo, con un cortapapeles oriental aparentemente de latón clavado en su espalda.
Ellery corrió al teléfono, dijo a la operadora del hotel que enviara urgentemente al doctor del establecimiento y llamó a la policía, y se arrodilló junto a la figura tendida. Había visto estremecerse un párpado.
—¿Señor Stress? —dijo con urgencia—. ¿Quién lo hizo? ¿Quién de ellos?
Los labios casi cianóticos se estremecieron. Al principio no surgió nada de ellos, pero luego Ellery oyó, bastante claramente, una palabra.
—Stress —susurró el agonizante hombre.
—¿Stress? ¿Qué Stress? ¿Millie? ¿Uno de sus sobrinos? Señor Stress, tiene que decirme…
Pero el señor Stress ya no le diría nunca nada a nadie más. El hombre que había venido de abajo había vuelto a ir muy, muy abajo, y Ellery supo que ya no volvería a subir otra vez, jamás.
Al día siguiente Ellery era un inquisitivo oyente en uno de los despachos de su padre en el cuartel general de la policía. El conductor de la entrevista era, por supuesto, el inspector Queen; la otra parte eran los tres Stress: Millicent, Preston y James. El inspector les puso malhumoradamente en antecedentes.
—Todo lo que su tío fue capaz de decir antes de morir —restalló el inspector— fue el nombre Stress, lo cual nos indica que el asesino fue uno de ustedes, pero no quién.
»Este es un caso inusitado, Dios me ayude —continuó el viejo—. Los asesinatos tienen tres ingredientes: motivo, medios, oportunidad. Todos ustedes pueden encajarse admirablemente en este esquema. ¿Motivo? Sólo uno de ustedes se beneficiaba de la muerte de Herbert P. Stress… y ése es usted, señorita Stress».
Millicent Stress tenía un amplio trasero, y un amplio rostro con una amplia nariz en mitad de él. Era lo suficientemente burda, concluyó Ellery, como para aferrarse a aquel asesinato a fin de conseguir rápidamente aquel suculento legado.
—Yo no lo maté —protestó la chica.
—Eso es lo que dicen todos, señorita Stress. ¿Medios? Bien, no hay huellas dactilares en el cuchillo que hizo el trabajo, porque fueron borradas del mango y de la hoja, pero es una pieza poco corriente, y descubrir su propietario ha sido cosa de niños. Señor Preston Stress, el cuchillo que mató a su tío le pertenece a usted.
—Me pertenecía a mí —dijo tosiendo Preston Stress, un alto y flaco empleado de una naviera con los colmillos de un ocelote muerto de hambre—. Se lo regalé al tío Herbert la semana pasada. Papá me lo dejó a mí, y pensé que al tío Herbert le gustaría tener un recuerdo de su único hermano. Lloró cuando se lo di.
—Estoy emocionado —ironizó el inspector—. ¿Oportunidad? Uno de ustedes fue realmente visto e identificado merodeando por el hotel la noche pasada, una vez terminada la cena… y ése fue usted, James Stress.
James Stress era un tipo esponjoso, lleno de alcoholes de todas clases; trabajaba, cuando uno de esos alcoholes lo impulsaba, en el departamento de deportes de un periódico sensacionalista.
—Seguro que era yo —rió James Stress—. Infiernos, me quedé por allí para darme unos cuantos latigazos, eso es todo, antes de largarme a casa. ¿Significa eso que soy el gordo asesino malo?
—Es como llegar a la recta final en una carrera con sólo tres caballos —se quejó el inspector Queen—. Millicent Stress es la que va en cabeza por el motivo… aunque podría señalar igualmente a usted, Preston, o usted, James, acusándoles de haber matado al pobre viejo para darle una lección por no haberles dejado el dinero a ustedes. Preston va a la cabeza en los medios; sólo tengo su palabra no confirmada de que le regaló el cortapapeles a Herbert Stress; todo lo que sé es que es suyo. Sin embargo, aquí también, si realmente le regaló el cuchillo a Stress, usted, Millie, o usted, James, pudieron haberlo utilizado en aquella habitación del hotel. Y James, usted va a la cabeza en oportunidad… aunque tanto su hermana como su hermano pudieron haberse deslizado fácilmente hasta la habitación de su tío sin ser vistos. Ellery, ¿qué haces ahí sentado como una momia?
—Estoy pensando —dijo Ellery, que realmente parecía muy pensativo.
—¿Y has sacado en claro —preguntó su padre ácidamente— a cuál de esos Stress se refería su tío cuando dijo que «Stress» lo había matado? ¿Has tenido algún vislumbre?
—Oh, más que un vislumbre, papá —dijo Ellery—. Lo he visto todo.
DESAFÍO AL LECTOR
¿Quién mató al tío Herbert de Australia?
¿Y cómo lo supo Ellery?
—El viejo Herbert estaba en lo cierto, papá —dijo Ellery—. Millie, babeando ante la perspectiva de ese pastel australiano, no pudo esperar a que su tío muriera naturalmente. Pero no tuvo el valor de matarlo por sí misma… ¿no es así, señorita Stress? De modo que prepararon el cebo de dividir las sospechas entre los tres hermanos, y los tres se unieron en el plan. La seguridad está en el número y todo lo demás. ¿Correcto?
Los tres hermanos Stress estaban realmente envarados.
—Siempre resulta desastroso —dijo Ellery tristemente— intentar ser listo en un asesinato. El plan consistía en confundir las pistas y desconcertar a la policía… uno de ustedes tenía el motivo, otro el arma, el tercero la oportunidad. Todo estaba calculado para borrar todas las sospechas… a base de difuminarlas.
—No sabemos de qué hablando —dijo el Stress bebedor, casi sobrio; y su hermano y hermana asintieron al unísono.
El inspector estaba desconcertado.
—¿Pero cómo lo has sabido, Ellery?
—Porque Herbert Stress era un cockney. Al hablar se comía letras; en algunas palabras claves eliminaba una vocal, o unía dos palabras hasta formar una sola. Bien, ¿qué dijo cuando le pregunté quién de los tres lo había apuñalado? Dijo: «Stress». Hasta ahora no me di cuenta de que no estaba diciendo «Stress» … estaba comiéndose letras, uniendo dos palabras. Lo que en realidad estaba diciendo era «los tres»… ¡todos tres lo habían matado!