Capítulo Ocho
Para Carrie, el tiempo transcurrió lentamente durante la semana que siguió a la partida de Sam. No había mentido al decir que le vendría bien un poco de soledad.
Pero «un poco» era una expresión absurda en aquel lugar, pensó mientras escuchaba el viento agitando las ramas de los árboles. A pesar de la lectura, la guitarra, los paseos y los pequeños trabajos en su cabaña, el tiempo pasaba despacio. La víspera de Año Nuevo su estado de ánimo bordeaba la franca depresión.
Se dijo que todo cambiaría al día siguiente pues comenzaba su nuevo trabajo.
Aquello le daría una rutina sobre lo que construir su nueva vida, y le permitiría huir del caos y recuperar cierta estabilidad emocional.
Suspiró mientras planchaba la ropa que iba a llevar al trabajo y luego cerró puertas y ventanas para la noche. Su pequeña casa consistía en un salón, la cocina, dos dormitorios y un baño. El mobiliario estaba gastado, pero era cómodo y un porche cubierto en la parte posterior permitía un fácil acceso a la leña.
Dispuesta a acostarse, se encerró en su cuarto colocando una silla contra la puerta, un hábito paranoico que había adquirido recientemente. Luego se desvistió, pensando que pronto iba a necesitar ropa de premamá. Como no era vanidosa, las tiendas de la pequeña ciudad cercana le bastarían. Tenía a su médico a mano y un hospital importante a menos de treinta kilómetros. No podía haber elegido un lugar mejor para tener un hijo.
Al pensarlo, recordó a Sam, que nunca se alejaba mucho de su mente.
—Cómo le echo de menos —suspiró, temerosa de examinar sus verdaderos sentimientos hacia él. Sam Holt era un hombre de mundo acostumbrado a las relaciones pasajeras. Ella era todo lo contrario y no se creía capaz de cambiar.
Una mujer práctica podía permitirse soñar locas aventuras, pero no realizarlas. Por más que siguiera sus propios consejos, seguía ansiando su presencia. Si al menos pudiera escuchar su voz Podía llamarlo. Le había dejado su número por si tenía alguna emergencia. Pero lo que ella necesitaba no podía transmitirlo el teléfono. Así todo, se hubiera conformado con eso.
El sonido del teléfono un minuto más tarde le puso los pelos de punta. Debía ser él.
Por algún motivo, sabía que era Sam.
Corrió y descolgó el auricular.
—¿Sí? —se notaba que estaba sin aliento.
—Hola —replicó Sam con agrado—. ¿Cómo estás?
—Estoy bien, gracias —contestó Carrie rápidamente—. Sorprendida por tu llamada.
¿Por qué llamas, Sam? ¿Estás preocupado por mí?
—Sí, un poco. Estás sola en el lago, embarazada —elevó el tono de voz—... ¿Qué pasaría si tropezaras y te cayeras paseando? ¡Claro que me preocupo!
—Oh, Sam, eres un encanto. Perdona, es que —tragó saliva—... El embarazo me hace estar hipersensible. No sabía que te importaba lo que me pasara.
—¡Carrie, por Dios! —Sam parecía enfadado—. Te aprecio y las personas suelen preocuparse por aquellos a los que aprecian. ¿No sabes que tendría muy mala conciencia si te pasara algo?
Carrie suspiró. Le había ofendido con su recelo.
—No hay motivo para que yo te cree mala conciencia, Sam, pase lo que pase. Pero no te preocupes, estoy muy bien. Me gusta la ciudad y este lugar. Seguro que es increíble en primavera. Y no estoy tan sola, la mujer del guardés pasa cada dos por tres a ver qué tal estoy. Ahora que lo pienso —añadió con tono de sospecha—... ¿Es cosa tuya, verdad?
—Sólo le pedí que pasara a ver si todo iba bien de vez en cuando. No sé por qué te sorprende —explicó Sam—. Tengo sentimientos, Carrie.
—Ya lo sé —replicó Carrie luchando contra un deseo imperioso de sollozar de gratitud—. Bueno, todo está bien, estoy sana, hago mucho ejercicio. Es importante para mí tomar el aire, ¿sabes? —te echo de menos, dijo mentalmente—. Y mañana empiezo a trabajar, algo que me llena de alegría —no hables tanto, se ordenó, pareces histérica—. ¿Qué tal tu trabajo? ¿Está bien el capataz que se quemó?
—Está bien. Sólo tragó un poco de humo. Y el hangar ya está casi arreglado. Pero ha sido tremendo. De hecho sigo en la oficina —un silencio incómodo siguió a su declaración—. Bueno, tengo que seguir con lo mío. Cuídate, por favor —su voz se hizo más tierna—. Feliz año, Carrie Loving.
—Feliz año, señor Holt —replicó Carrie con una breve risa—. Gracias por llamar, Sam.
—Ha sido un placer —dijo Sam y colgó.
—Para mí también —murmuró Carrie y dejó el auricular antes de volver a la cama.
Su pulso acelerado mostraba el efecto de la voz de Sam. Una combinación de nerviosismo y nostalgia infinita.
¿Cómo sería hacer el amor con él? Carrie sólo había conocido a un hombre. ¿Sería muy distinto con Sam? El deseo estaba presente, pero, ¿lo estaba el valor?
Honestamente, lo ignoraba. Se preguntó si tendría la oportunidad de averiguarlo.
Durante las semanas siguientes, la nieve de enero se convirtió en un barrizal helado.
El humor de Sam degeneró al unísono. Tras limpiarse los pies de barro, entró en su oficina y soltó su maletín con un expresivo taco. Su secretaría lo miró con recelo y Sam le dedicó una sonrisa que pretendía ser una disculpa. Desde su regreso del lago había mostrado un temperamento explosivo que tenía asombrado a todo el personal, él incluido.
Incapaz de concentrarse, miró por la ventana el espectáculo que había visto toda su vida. Su responsabilidad heredada. Jamás le había importado, ni lo había puesto en duda. Salvo ahora...
Abandonando aquella reflexión siniestra, se quitó los zapatos italianos destrozados por el agua y se sentó en su sillón de cuero para levantarse dos segundos después, impulsado por una energía sin objeto. ¿Por qué estaba tan inquieto? Le alegraba estar de vuelta en la oficina, expresando órdenes que en general se cumplían. No como en el lago, pensó recordando a Carrie, una vez más.
—Ese es el problema —masculló—. Pensar en Carrie.
Cada vez que bajaba la guardia las imágenes de la mujer invadían su mente hasta anegarla. Se había llegado a preguntar si no sería una obsesión. Como nunca había tenido una obsesión, no podía responder.
Lo único que sabía era que la joven llenaba sus noches y monopolizaba sus horas de vigilia, con independencia de lo que estuviera haciendo. Con un suspiro de hastío, procuró leer un informe comercial, pero sin éxito. No entendía cómo lograba sacar el trabajo adelante, asaltado sin cesar por cien preguntas sin respuesta. En especial una:
¿era Carrie una mujer diferente a su ex mujer o sólo se estaba engañando a sí mismo?
No la conocía lo suficiente para responder.
Odiaba pensar que estaba sola. El también lo estaba, pero se había acostumbrado a la soledad. Y era un hombre. Y ella estaba embarazada. Al instante, se formó una dulce imagen en su mente: Carrie, sonriendo, con un bebé en los brazos. Aquella fantasía llenaba su corazón de calor. Se dijo que era natural en él, pues siempre había sentido reverencia por la vida.
De nuevo, sintió la nostalgia del hijo que pudo tener. Pero esta vez, el dolor era más lejano, como amortiguado por el tiempo. Quizás Carrie tenía razón y estaba empezando a olvidar.
—Olvidar y perdonar —se dijo, pensando en ella.
Imposible.
Dejando de lado el informe, se entregó al análisis de su tema favorito. Había cometido dos errores graves en relación con Carrie Loving. El primero había sido creer que lo único que le atraía de aquella mujer era un afán erótico.
El error número dos había sido creerse inmune ante el sentimiento que no podía nombrar. Lo que sentía no era definible, pero allí estaba, vivo y creciendo, atizado por la distancia y la preocupación por su bienestar.
Lo aterraba la ternura de su sentimiento. Lo último que quería era una relación duradera. Y para ella no había otra relación posible. A pesar de sus protestas, Sam había disfrutado ocupándose de aquella mujer enferma y se moría por abrazarla de nuevo.
Aquello era suficiente para que lo llamaran lunático. Había jurado no volver a amar y allí estaba, medio loco por una mujer que había conocido un mes antes.
¡Increíble!
E insoportable. ¡No podía aguantar más aquel tormento! Apretando la mandíbula con determinación, Sam se puso los zapatos, recogió su abrigo y salió del despacho ante la mirada atónita de su secretaria.
O estaba loco por Carrie Loving, o estaba loco a secas.
En cualquier caso, era hora de hacer algo al respecto.
Carrie terminó de secarse el cabello y contempló el camisón de franela que colgaba de la puerta del baño. Era la clase de prenda que sólo usaría una mujer que dormía sola. Suspirando, se volvió hacia el espejo y se puso de perfil para estudiar su cambiante figura. Todo estaba normal, salvo la cintura y la pequeña barriga. No era muy atractivo, pero tampoco importaba, puesto que nadie iba a verla desnuda.
—Pero qué pechos —exclamó, cambiando de humor repentinamente. ¡Cómo le gustaba estar embarazada, sentir aquella vida que se estiraba en su interior! Y era una maravilla tener una amiga para compartir esos misterios. Su jefa, Debbie Clay, era madre soltera. Desde que se habían conocido, Carrie se sentía mucho más segura respecto al futuro.
La esposa del guardés, una matrona con un corazón de oro, era otro consuelo en su vida.
—Cuando se entere de que estoy embarazada, Serena, se vendrá a vivir con nosotras.
Carrie habló a su figura, exagerando, aunque quizás no tanto.
De pronto, dio un brinco, pues habían llamado a la puerta. ¡Sam!
Aunque rechazó su automática conclusión, el corazón de Carrie daba saltos mientras se ponía la bata y corría a la puerta. Un vistazo a través de la ventana le confirmó su intuición. ¡Era él!
Con dedos temblorosos por la emoción, Carrie quitó el cerrojo y abrió la puerta de par en par.
—iSam! —su voz se quebró y tuvo que carraspear antes de añadir—: ¡Pero qué sorpresa!
—Hola —Sam se balanceó sobre sus pies, aturdido por una inseguridad que era nueva en su vida—. ¿Te molesto? —preguntó al ver que Carrie no se movía del umbral.
Sonrojándose, la mujer dijo:
—Claro que no molestas. Perdona, es la sorpresa de verte —le hizo entrar, cerró la puerta y apoyó la espalda en ésta—. ¿Por qué has venido, Sam? —preguntó más calmada.
—Porque tú estás aquí —respondió Sam con la voz ronca. Carrie lo miró, con los ojos interrogativos, los rizos rodeando su rostro delgado. El deseo le atenazó la garganta.
Parecía tan intimidada. Y tan hermosa que no podía hablar—. Te he echado de menos, Carrie. No he dejado de pensar en ti, de recordarte como estás ahora, en bata y con el pelo suelto —miró sus pies—... con los pies desnudos.
Se quitó la chaqueta y la dejó caer sobre una silla.
—Cómo te he echado de menos. No lo sabes bien. Echaba de menos verte, tocarte, olerte. Me estoy volviendo loco de deseo —siguió hablando, con la voz más ronca en cada frase—. No puedo pensar, no puedo trabajar —tomó aire—... ¡Por Dios, Carrie, me estás volviendo loco mirándome así, sin decir nada! ¡Di algo!
—Oh —susurró Carrie.
—Carrie! —exclamó Sam y la tomó entre sus brazos, besándola como no había besado nunca a nadie. Estás jugando con dinamita, le dijo una voz interior. Pero no la escuchó. No le importaba nada en el mundo, excepto aquella mujer a la que besaba con devastadora intensidad. De alguna manera, había logrado tenerla entre sus brazos, acallando el ansia, despertando deseos nuevos, llenando el vacío de las últimas semanas. El tiempo se desvanecía con cada nueva sensación. Sus labios, dulces, calientes, ansiosos. Su piel bajo la bata, una delicia que podía hacerle perder el sentido.
Bajo sus manos la bata se entreabrió del todo, revelando la perfección de sus senos redondos. Ansioso por probar su cuerpo, se inclinó y tomó el pezón rosado entre sus labios, haciéndola gemir de un modo que le enardeció todavía más. Luego la miró largamente y la abrazó de nuevo, hundiendo la cara en su cabello, manteniéndose unido a ella durante largos, maravillosos segundos.
Temblando de emoción, volvió a besarla.
—Carrie, ámame, ámame —suplicó sin dejar de besarla.
¡Ya te amo! admitió el corazón de Carrie y la revelación la hizo tambalearse. Sabía que tenía que detenerlo antes de que fuera demasiado tarde, pero las palabras que pondrían fin a aquella dulce locura se negaban a salir.
Su corazón habló en su lugar.
—¡Oh, sí! —dijo entre sus besos, olvidando el mundo, segura sólo de la fuerza de unos brazos que sostenían su cuerpo incandescente. Gimiendo de pasión, acarició el cabello negro que tanto había deseado tocar y deslizó sus manos por la nuca y la espalda de Sam, sintiendo la flexión de sus músculos bajo los dedos. Una oleada de satisfacción la invadió al sentir el gemido de Sam y su forma de estrecharla con manos que se habían vuelto hambrientas y rudas.
De alguna manera, Sam la fue llevando por el pasillo, sin dejar su boca, levantándola a medias en el aire, sin que Carrie se preocupara lo más mínimo por dónde iban, mientras fueran juntos.
En el dormitorio, una lámpara iluminaba suavemente la cama abierta. Lentamente, Sam la dejó deslizarse por su cuerpo hasta que sus pies tocaron de nuevo el suelo, y la retuvo unos instantes abrazada él, haciéndola sentir contra su vientre la prueba de su pasión. Poco a poco, fue soltando a su entregada cautiva.
Con la misma lentitud, Carrie abrió los ojos.
Sam de pronto le pareció enorme en la semi penumbra del cuarto y el miedo la atenazó. Pero, ¿qué estoy haciendo?, se dijo.
—Sam, a lo mejor no debemos —las palabras murieron en sus labios cuando contempló los brillantes ojos azules. Se inclinó sobre sus profundidades, preguntándose qué había en ellas, además de deseo, pero no vio nada. Desde luego, no veía la clase de angustia y necesidad que estaba creciendo en su interior. Su mente se nubló cuando Sam se inclinó hacia ella para besar con dulzura su garganta expuesta—... Sam —susurró con desesperación, pues en aquel momento lo amaba tanto que le dolía—... No estoy segura.
—Yo sí lo estoy —Sam alzó los ojos para mirarla—. Nunca he estado tan seguro de nada en toda mi vida —y como el recelo seguía presente en sus ojos, añadió—: Carrie, silo que temes es recordar la experiencia de la violación, yo no soy —se detuvo y tragó saliva—... Prometo que no te haré daño.
—No es eso, 5am. El dolor fue más emocional que físico. Mis dudas tienen que ver con nosotros. No sé lo que quieres de mí.
—Te quiero a ti, Carrie, nada más. Tal como estás ahora. Tan agitada y caliente, tan valiente y sincera —movió la cabeza, asombrado—. En realidad, no recuerdo haber deseado de esta forma a una mujer en mi vida.
Los latidos del corazón de Carrie se hicieron más lentos.
—¿De qué manera es ésa? —preguntó Carrie con la mirada fija en su expresión.
—Con todo mi ser. No sólo —miró hacia abajo en un gesto que hizo reír a Carrie—...
No sólo con esto —concluyó—. No tiene ninguna gracia, Carrie —la regañó, herido por su risa—. Es bastante patético. Un hombre de mi edad, histérico como un adolescente, gritándole a su secretaria, aterrorizando a los empleados, colgando el teléfono a los clientes...
Hizo una pausa, buscando palabras para explicarle lo que sentía.
—Pero no quiero que te sientas insegura o te arrepientas de nada de lo que pase.
¿Está claro?
—Sí, señor —murmuró Carrie. Su corazón cantaba con una alegría que no podía seguir negando—. Pero eres consciente de que estoy embarazada —le recordó dulcemente.
—No es probable que lo olvide, Carrie —su voz se hizo más tierna—. Tendré cuidado para no hacerte daño —añadió—. ¡Oh, por favor, ven aquí! —hundiendo las manos en su pelo, la atrajo para besarla.
Carrie renunció a cualquier razonamiento y se entregó al fuego de su abrazo. Sus dedos ansiosos le quitaron la camisa, se deslizaron por sus costados hasta la cintura de los vaqueros.
Con una risa triunfal, Sam le quitó la bata.
—Llevo semanas queriendo hacer esto —la miró, exultante, contemplando sus femeninas curvas.
Carrie se puso rígida.
—Ya estoy de cinco meses y se nota.
—Desde luego que se nota —Sam la miró maravillado—. Pero, mírate, eres la seducción encarnada —susurró. Tenía una piel marfileña sin una mancha, deseable y su cuerpo redondeado le daba ganas de besar cada milímetro.
Tenía que satisfacer todos sus sueños. Decidió ser un amante perfecto, pero al tocarla olvidó todos sus trucos y sus técnicas de amante sofisticado.
Carrie se apartó.
—Quiero verte, Sam.
—Sí, espera —replicó éste. Sonrojado por su poca elegancia, se quitó la ropa y luego se estiró, presentando su cuerpo desnudo a la inspección femenina. Carrie lo contempló, en parte con timidez y en parte con sensualidad. De pronto, Sam la vio tan frágil que sintió miedo de su propia torpeza.
—Carrie, tendré cuidado.
—Ya lo sé —cuando alargó las manos hacia ella, Canne le retuvo de nuevo con una mano sobre su pecho. Quería saborear unos segundos más aquella belleza masculina.
Luego dejó que sus dedos descendieran jugando por su vientre liso.
Cuando lo acarició, Sam gimió y luego tomó su boca diciendo palabras irrepetibles de pasión y haciendo que Carrie se derritiera entre sus brazos. Un segundo después la tomó en brazos y la dejó sobre la cama.
Sam se tumbó sobre ella, mirando el espectáculo tantas veces soñado. El pelo revuelto sobre la almohada, el aire ardiendo entre ellos, los brazos de Carrie atrayéndole hacia ella. La sensación abrasadora de la piel desnuda encontrando la piel desnuda, otra visión soñada. Sam gimió de nuevo, dejando que su cuerpo se acomodara sobre el de ella y entrara en ella, sintiéndose como un adolescente perdido en el esplendor sensual de su primera mujer. Pero a pesar de su deseo, recordó que debía ir con cuidado.
Entre sensaciones confusas, Carrie se dio cuenta de que se movía muy lentamente cuando sin duda sentía la misma urgencia que ella. Temía hacerle daño y la idea la mareó de placer. Le rodeó con las piernas y Sam gimió de nuevo, luchando por no perderse en la exquisita sensación de estar dentro de Carnie. Y entonces ella empezó a moverse con una certeza que los arrastró a ambos, como una ola de voluptuosidad, a lugares nunca visitados.
Una eternidad más tarde, Sam alzó la cabeza para mirarla. Los ojos de Carrie lo miraban con aire maravillado. Es ella. Para siempre, se dijo. Pero ahuyentó la idea que cayó en el océano de euforia en el que flotaba, dejando sólo una marca en el agua.
—No te he hecho daño, ¿verdad?
—No, ha sido maravilloso, Sam, pero yo —suspiró—... Debes tener muchas amantes.
Sam se sintió primero desconcertado, pero comprendió su temor y suspiró. ¿Cómo una mujer tan deseable podía sentirse tan insegura?
—Tengo treinta y cinco años, Carrie, así que he conocido a unas cuantas mujeres.
Pero nunca había disfrutado tanto —replicó con sinceridad—. ¿Te ha pasado lo mismo?
Carrie asintió con una sonrisa que Sam tuvo que besar. Con cuidado se apartó de ella, poniéndose sobre la espalda y abrazándola a la vez. Carrie apoyó la cabeza en su pecho y Sam comprendió que allí debía estar. Cuando giró la cabeza, rozó la sedosa fragancia de su cabello.
—Qué bien me encuentro —suspiró.
—Yo también —murmuró Carrie.
La lánguida sensación que sigue al amor llenaba su cuerpo, pero su mente seguía inquieta. La misma intensidad de su placer, aunque maravillosa, la había asustado.
Sentía que había dado demasiado, demasiado pronto.
Sólo su corazón, su cuerpo y su alma, se dijo con ironía.
Un don que sin duda él no deseaba.
Un don que ella ya no podía recuperar.