XV
“Aceptamos la realidad del mundo que nos presentan”.
El show de Truman
Al llegar al centro comercial casi no encontramos puesto para estacionarnos. Ya íbamos tarde para la película lo que me impacienta bastante pues por prurito personal no puedo perderme ni los avances. Por fortuna encontramos uno en el S4, justo al lado del ascensor. Nos trepamos al elevador y César señaló:
—Hijo, fíjate por dónde parqueamos.
A lo que miro el local más cercano y digo sin pensar:
—Al lado de la Librería Nacional.
Pero mi papá, justo antes de terminar la frase, sobrepone otro indicador igual de válido:
—Por el cajero de Bancolombia.
La situación era en realidad poco culminante, no me importó al momento, pero cuando salimos de cine comenzó a taladrarme la cabeza. Entendí por fin el concepto de perspectiva y sentí el existencial desasosiego de convertirme alguna vez, en algunos años, en mi padre. No, no es precisamente el hecho de convertirme en él, me enferma descubrir que no tengo ningún modelo a seguir para cuando sea mayor. En mi cotidianidad no encuentro nunca a un niño que improvise ser un adulto, rara vez hay uno que otro patético adulto improvisando el papel de niño mientras que, en su mayoría, son solo adultos que lapidaron su infancia en un oxidado cajón de recuerdos. Maldita sea, ¿es tan degenerativo tener cédula?
—Una amiga es como tener una gallina de mascota, tarde o temprano te la vas a querer comer —dice El César tratando de robarme una carcajada y queriendo despedazar la tensión de la quincenal salida padre e hijo. Casi cada domingo, luego de misa de nueve vamos a funciones matiné, después a almorzar. Más que eso, acabó de formular una ley inquebrantable. Aunque no tiene conocimiento directo de mi fama, o mejor, de mi invicta racha de friendzoneadas, su sentido materno de padre soltero le ha dado un croquis bien dibujado del fracasado púbero que, dice un acta de nacimiento, es su hijo. Quizá le haya inquietado la tremenda cantidad de amigas que suelo llevar a la casa en las tardes, y le haya sorprendido mucho más que semejante quórum jamás se haya quedado hasta después de las diez de la noche. Pero lo que creo derivó ese mandamiento profano fue el factor Ella.
Un pequeño detalle se me escapó hace unas páginas: Entre el quorum del que les hablo se encontraba la desgraciada de Daniela. Sí, sí, sé que juré a mí mismo, “jamás volveré a derrocharle energía sentimental a una grilla, a una exgrilla, a una pregrilla o incluso a una casigrilla” bla bla bla, pero es que entienda, comprensivo lector. Súmele a la tensión sexual de un tipo promedio de dieciséis años, la efímera fantasía de la noche en el hostal. Si es bueno en aritmética, notará de inmediato el tremendo incremento de apetito tras ese primer polvo. ¿Comprende ahora? ¡Todo hoyo sirve! “En tiempo de guerra, cualquier hueco es trinchera”. “A falta de una intelectual ideal, una grilla no está mal”. Eso sí, sin comprometer emociones de ninguna índole.
La amenaza a muerte de Lopez (sin tilde, recuerden), se la sapié a Dani apenas me volvió a hablar preguntando por qué la tenía tan olvidada. Sorpresa la mía que se haya extrañado por el tan salvaje, aunque tan predecible, mensaje de su noviecito. El caso es que le terminó y no tardó mucho en conseguirse otro. Y sí, de la hegemonía nea. E.T., de hecho. Si Lopez era el patrón del bando norte (o sea los que solo usan camisas Foxy Tap-Out), E.T. era el boss del bando sur (o sea los que solo usan camisas Polo con la estampa inmensa del jinete). Para entender esta raza, y perdonen el tinte antropológico al que me desvié, debe tenerse en cuenta que a pesar de ser iguales estos dos tipos de neas para la gente normal, entre ellos hay grandísimas diferencias e incluso enemistad a muerte. Diferencias desde el equipo de fútbol, los “parches” o del Lleras o del Verona, los cigarrillos mentolados o corrientes, hasta la tapa azul o roja del aguardiente.
La segunda es la vencida. Si teniendo a Sofía de novia, el extraterrestre me impedía ligarla; ahora que tenía potestad en Daniela, la cosa era más sencilla. El modo de juego pasó de medio, a principiante. Paso a paso, mes tras mes, me convertí en su confidente, en su consejero, en ese oído que aguanta cantidades abrumadoras de mierda hablada, solo para recibir migas de adhesión de cuando en cuando. Llamarme amante es muy vanidoso de mi parte. La verdad es que fueron muy pocos los gestos que podríamos llamar besos clandestinos; pero déjenme decirles que los que hubo, duraron lo suficiente para saborear no solo babitas de bombón y guaro, sino también, elixir de pura venganza. Le gustaba. Le gustaba, sí. Pero como algo momentáneo. Como un antojo. Le apetecía como se apetece una bola de helado luego de una satisfactoria cena. Qué digo helado, menos que eso. Le apetecía como unas papitas saladas de vendedor ambulante en un peaje. Como un vaso de agua en la madrugada. Como un aderezo de canela al capuchino por doscientos miserables pesos adicionales. Eso: un aderezo. Un aderezo era yo para Daniela. La gula misma materializada en un tipo que cuando no era gula era amigo. ¿Para qué me engaño? Me fascinaba. Ser el osito de felpa tenía, y tiene, sus ventajas. Y no lo digo por Daniela en específico. Por todas. Por Ella incluso. Es cierto que de aquí para atrás y de aquí para adelante me seguiré quejando a lágrimas mocosas y a grito herido sobre la condena que es residir en la friendzone de vitalicio. ¿Qué no debe “honrarse” o, más bien, “rescatarse” el insignificante arco iris que cruza sumiso bajo la tormenta? Bueno, me parece oportuno hacerlo ya.
Porque lo analizo ahora y me refresca un poco; pero antes no le deseaba ni a mi mayor enemigo estar en semejante lugar. A quién engaño, de todas maneras, en el inconsciente, ser el mártir me encanta, nos encanta. Recibir un trasto de cariño.
Enervarse, emputarse, enojarse, indignarse por recibir un solo trasto de cariño. Luego alejarse hasta que la susodicha corra tras el enervado-emputado-enojado-indignado y pida disculpas. Disculpas anexadas, no a uno, sino a un trasto de cariño y medio; anexadas a su vez, quizá, a un regalo material. Volvemos a nuestros cabales. A nuestro papel de amigo. Aceptando con ese papel las reglas que ser amigo conlleva. Un amigo no quita un brasier, lo pone. Un amigo no produce lágrimas, las seca. Un amigo no baila, cuida bolsos. No visita en el cuarto sino en la sala. No tiene citas, solo “sale” o “acompaña”. No besa, lo besan. Cada eclipse o cada solsticio o cada pea enorme o cada vez que la amiga lo considere oportuno para satisfacer la gula.
Sabiendo que nadie ha cambiado esas reglas, aceptamos sin presión volver al personaje de extra. Volver a rellenarnos de puta felpa. A ser el osito cariñosito, “amado”, abrazado, piropeado. Testigo, oyente y consejero de cuanta mierda, por insignificante o relevante que sea, pueda convertirse en un problema y por consiguiente en una conversación con un solo receptor, con un solo emisor. ¿Por qué no renunciar a eso? ¿Por qué no cambiar de una vez por todas la felpa por dignidad, así esa “valiosísima amistad” se ponga en peligro...? Muy simple: porque preferimos, antes que la nada, poner el brasier, secar las lágrimas, cuidar bolsos, visitar la sala, “salir”, “acompañar”, ser besado cada eclipse, solsticio, pea enorme o ¡cada jodida escasa vez que se considere oportuno! La amistad nos agobia, pero el vacío nos mataría.
Como cualquier hoguera sin la chispa adecuada, ese encubierto acto de marionetas cachondas no tardó demasiado en extinguirse. Acordamos tácitamente en terminarlo al tiempo que acabó la relación con su novio. Jamás hablamos al respecto, solo de forma paulatina e indiferente fuimos perdiendo contacto. Al parecer lo único que unía aquel delito era el mismo delito, el hecho de ser yo el tercero del triángulo. No obstante, seguimos hablándonos por mera inercia ya no tanto en encuentros casuales en mi casa, tardeando y viendo películas con las cuales trataba de culturizarla un poco; sino, más que todo, de manera virtual. (No alardeo que sea yo el macho erudito, pero al menos trasciendo el primer mísero párrafo de Wikipedia en el que ella estaba estancada). Fulano evolucionó su empleo de psicólogo, doctor, chofer, fotógrafo, mensajero, botones, bufón, hermano, papá, peluche, oído, y hombro, al ámbito cibernético. El chofer por obvias razones no ejerció en la red, ese sí continuó laborando en el Mazda.
Ya casi culminando esta primera parte es inevitable que sus fantasmagóricos destellos se cuelen entre líneas. Antes de dirigirme por entero a Ana, quisiera que conozcan la última pieza de este hermoso Frankenstein. Verán, Ella no es una simple persona que se le apareció a Fulano y lo entusó de manera indefinida, Ella es el constructo de idealizadas características tomadas de una cantidad de chicas preliminares. En teoría, podría acabar acá y decir que Daniela la presidió, pero no quiero dejar de hablar de una última dama. Y es que, aunque Mariana no tuvo gran relevancia emocional en este híbrido femíneo (física mucho menos, pues jamás la palpé siquiera), podría decirse que gracias a ella conocí, aprendí y dominé el arte de la ciber-comunicación.
Si quieren un consejo mío acerca de romper el hielo con alguien desconocido que les atrajo, este es sin duda el más apropiado: eviten al absoluto máximo conversaciones por chat, (ya sea por WhatsApp, Facebook, Messenger o cualquier otra red social de la época en que se lea este texto) pues en vez de comunicar personas, las incomunican hasta el punto de construir una barrera indestructible que separa de cualquier contacto medio personal en la vida real. Sobre todo—y resalto esto—cuando quieran conocer a alguien que no está en su vida cotidiana, nunca, jamás hagan el primer contacto de manera virtual.
Suplico que tras lo antepuesto (y lo siguiente) me sigan viendo como el Fulano de antes y no caigan en figuraciones sobre un supuesto ánimo educativo de este discurso. Si bien este segmento es, a manera un poco de manual, evadan recurrir a condenaciones hacia lo que, pensarán, dejó de ser Fulano, y se convirtió en un psicólogo juvenil, o en un experto en fraude cibernético, o en un docente de educación sexual. O cualquier otra pendejada pedagógica encubierta en literatura. Para nada. Si quieren que les diga, desearía primero quemar el manuscrito antes de condenarlo a la sección de autoayuda. Pero bueno, volvamos.
Todos estos medios han permitido la creación de personalidades cibernéticas tan atractivas e injustamente creíbles, que hasta el más imbécil es seducido por una solicitud de amistad. Hermanos míos, más que a pedófilos delirantes y hackers empedernidos, témanle con toda su alma, con todo su ser, a una chica hipócrita en línea.
Yo, por supuesto, no me quedé atrás. Como decía, mi gran ilusión virtual se llamó Mariana. La agregué a Facebook sin siquiera conocerla, fascinado por su “personalidad”. Como amigos en común tenía a Raúl y a otro par de conocidos, me alivió que no fuesen amigos neas en común pues aunque no simpatizo con ellos, por alguna razón los agregué a Facebook hace años, quizá cuando no se habían transformado. Sus álbumes reunían prometedoras fotografías con aire irreverente que lo veo sexi en cualquier chica. Desde gestos de malicia hasta símbolos soeces con los dedos, destapaban a una mujer con la afrodisiaca cualidad de que le valía mierda el mundo. (Siento volverme tan pedante por indagar tanto en este aspecto, pero esa cualidad, que por desgracia no logro poseer, me obsesiona). Cinco fotos con perros (todos distintos) me hicieron saber su amor por los caninos; prefiero los gatos, pero eso no es relevante. Además de decenas de imágenes con citas y posturas filosóficas que equilibraban su aire de chica rebelde, con un lado profundo, literario e ideológico que daban sentido a su espíritu revolucionario. Solo tres fotos de perfil, ninguna mostrando el rostro completo. O tapaba sus ojos claros, o su boca profanada por un piercing, o la mitad de su rostro. Esta última foto me dejó verla gracias al desesperado intento de reflejar el otro lado de su rostro con un trozo de espejo.
—Parce, la verdad es que yo no la veo desde hace años, cuando vivía en Envigado —me confesó Raúl mientras husmeábamos por su perfil amagando el click en la barra de chats—. Yo a esa niña la veo muy cambiada, Fula, me acuerdo que era horrible cuando la conocía…es más, creo que era esa a la que le decíamos Wolverine, o una mierda así parecida, porque tenía los meros brazos velludos.
Aunque me dio risa no logré empalmar esa descripción a la beldad que veía en fotos. Es cierto que tenía sus pelitos en los brazos, se notaba en las fotos con su perro, pero al parecer era de las que se depila o de las que (en su caso extremo) se tintura de rubio. Fecha de nacimiento: 12 de octubre de 1997. Le llevo más o menos un año. Institución donde cursó: Marymount. A lo mejor sigue allí pero como Facebook supuestamente no permite menores de edad, ella y el resto de la humanidad, incluyéndome, ponen en la suscripción un año acorde. Ya luego se modifica por el original. Likes: páginas estúpidas X que todo el mundo le dio like cuando creo su cuenta y jamás volvió a enterarse, Nirvana, Coldplay, Los Beatles, Nuttela, The Notebook, Blink 182, Filosoraptor, páginas de protección de animales, memes literarios, Nike, Adidas, Converse, Pasabordo, memes cinéfilos, Hot Wings, Wikipedia, Didyouknow, Green Day, revista Rolling Stones, revista Semana, Orgullo y prejuicio, Pringles, Sentido y sensibilidad, Anna Karenina.
Ahora viene el arma más letal de todas. Un medio que sí es usado de manera errónea, significaría el suicidio. Apuramos lo que quedaba de cerveza, prendimos un cachito del tamaño de mi meñique y enter. Todo comenzó como debe de comenzar, dije «hola» acompañado del emoticón :D, que se traduce en una sonriente cara amarilla. Mariana respondió con un «hola» minimizado a «holi».
Para quien conoce este lenguaje encriptado, diferencia fácilmente una conversación ping-pong, de una conversación útil. La conversación ping-pong, es la que se guía por una plantilla de preguntas sencillas con respuestas predecibles. Me explico, uno pregunta, el otro responde y pregunta lo mismo, y así hasta que se agoten las preguntas tipo embajada por parte del interesado.
X: ¡Hola!
Y: Hola
X: ¿Cómo estás?
Y: Muy bien ¿y tú?
X: bien, q has hecho?
Y: nada, tú?
X: tampoco nada jaja
Y: (:
X: y q haces?
Y: escuchar música y tú?
X: jaja lo mismo
Y: …mmm
La hipotética conversación de X y de Y continuaría así hasta que a X se le agote el interrogatorio o hasta que Y decida acabar con el ping-pong y llegar al deseado objetivo del segundo tipo de conversación. En esta, cada quien tiene su espacio para preguntar, decir, opinar, insultar, piropear y alabar lo que se le venga en gana. Un tipo de química caligráfica que le da paso a esa confianza cibernética dadora de beneficios, como el de compartir links (con videos, páginas, imágenes), hasta llegar al uso de la temible video-llamada a la que solo pocos llegan.
Como decía, todo comenzó con un «hola :D» de parte mía y un «holi» de parte de ella. Raúl estaba de acuerdo con que el tema de entrada debía ser el parentesco, por más alejado que estuviese. Ser la amiga de la unidad pasada de un amigo es mejor que nada, ¿no?
Se optó por ese tema a lo que la muy olvidadiza (por conveniencia, a mi parecer), no lo recordaba. Raúl toda la vida ha sido obeso mórbido, ¿cómo carajos no recordar semejante masa andante? Además, claro, de ese nombre poco común. Bueno, no la culpo tampoco. En estos tiempos, que un desconocido te hable, y que para colmo se haga llamar Fulano Pérez, no da mucha confianza, mínimo un viejo verde. Le dije, entonces, que buscara a su antiguo vecino en los contactos, hasta que al fin lo recordó.
Esa noche me quedé en vela hablando con ella hasta casi las tres de la mañana. Cuando Raúl se fue a eso de las doce, la incómoda cortesía y el hielo del ajeno se rompieron al fin. Extrañeza mía que tardase, en teoría, tan poco tiempo en acabar con el majadero interrogatorio de cualquier conversación germinal. Sin advertirlo, estábamos hundidos en temas de exquisitas futilidades. Economía, política, música, cine, comida, carreras vocacionales, historia, sueños, temores, mierda, mierda y mierda. Cachivaches platicados que iban desde el cómo funciona el comunismo porque la sudadera de Fidel es Adidas, hasta lo que significa arrojar el humo del cigarrillo en la cara a alguien. De cómo se sentirá ser negro por un día. De las tan marcadas diferencias entre ser lindo y estar bueno.
Si bien ninguna de sus fotos la mostraba por entero, por empujón automático de don Juan marchito, le dije que me parecía linda. Mariana, en cambio, dedujo por mis patéticas fotos de perfil que “estaba bueno”. Me desveló esa extraña coquetería. Según ella, el ser lindo es continuo, constante, equivale a una esencia innata e inalienable, una estética simétrica que no dejará de ser así ni en la situación de peor mutación física. Ni bañado en sudor tras recorrer a trote tres veces la cancha, ni acabado de levantar con la baba y las lagañas reptando en el pijama, ni mucho menos con el mareo, despiste, náuseas y alegría sin sentido de unos tragos encima.
Por el contrario, estar bueno es variable. Uno no está bueno acabado de levantar, almorzando a toda prisa, haciendo ejercicio o estornudando, como sí puede seguir siendo linda una persona en estas circunstancias. Este estado, según Mariana impreso en una que otra de mis fotos, requiere de casualidades tanto fortuitas como provocadas. Es una especie de iluminación cósmica sexi poco o muy duradera. Y es que a la hora de elegir a quién ligar, aunque los lindos tienen clientes permanentes; en el escenario adecuado, quien se lleva el premio es el que está bueno.
Concluyó en que no podía hacer suposiciones apresuradas.
—Hay lindos que se ponen buenos, hay buenos que se ponen lindos, y también hay gente espantosa que es, de alguna extraña manera, fotogénica. No sé, tendría que verte para darte la categoría jejeje =P.
Finalicé la conversación con una contrapropuesta de verla algún día y me despedí con el emoticón sonriente con el que la saludé.
La sensación era rara, la “conocí” hacía menos de doce horas y podía decir, de manera infantil pero sincera, que le tenía más cariño que a varias personas que conozco de toda la vida.
El chat continuó con mayor frecuencia. Todo el santo día pensaba en lo que llegaría a escribirle. No hacía más que recorrer en la imaginación lo único de ella que tenía, sus seiscientas fotos (incluyendo las etiquetadas y las propias) y su tan correcta manera de escribir. Entre las cosas que me alucinaron de ella era esa enfermiza manía por dedicarle benditas milésimas de segundos a las tildes, a las comas, al punto final, al punto seguido y hasta a esos dos punticos arriba de la u (ni puta idea de cómo se llaman) en palabras como Itagüí o güevón.
—Debemos cuidar la lengua o terminaremos hablando KoMo Ezos inBesiles k pareze qe hamás an aGarado Un dixionario en Jús bidas —comentó con ironía cuando elogié su perfecta ortografía. La mía no es que fuese horrible pero acepto ser de los que opta en chat por minimizar palabras como, q (en vez de que), bn (en vez de bien), dle (en vez de dele), gvón (en vez de güevón o huevón) etc, etc, etc.
El caso es que durante las clases iba recorriendo la conversación de la noche anterior y especulando posibles tópicos para la noche venidera. A la vez que adhería en mi imaginación, alma o lo que fuese, sus más develadoras fotos, cuales fotogramas, formando así pequeños movimientos a los que les adicioné una voz naciente de las brisas y los inbox. Al tiempo compré (solo por ella) un Iphone y por consiguiente compré su presencia portable las veinticuatro horas. La agregué a WhatsApp, aunque no me atreví a llamarla por temor a descubrir que mi celestial voz creada para ella no concordara con la verdadera. Menos que menos nos llegábamos a mandar fotos o mensajes de voz. En la culminación de todas las conversaciones quedábamos en vernos. Varias citas se planearon, pero ninguna pudo darse por motivos siempre de ella.
Al final, luego de que me canceló una salida a comer al Lleras (con dinero que, además, podríamos redimir en licor para aligerar la tensión del primer contacto físico), propuso una idea suicida.
—Fula no puedo ir =´( le dio un preinfarto a mi abuelito y me tocó quedarme en la casa cuidando a mi hermano mientras mis papás están en la clínica. Perdóname, me siento horrible, en serio.
Esa tan usual frustración de que cancelen comenzó a abarcarme las tripas, envié la consabida respuesta:
—Mari, tranqui… lo importante es que tu abuelo se mejore.
Y deseé a ese tal abuelo preinfartado o muerto o jodidamente sano para que le dieran de alta a él y a ella.
Aturdida por mi silencio, mandó la invitación:
—Sabes qué, saltémonos la incomodidad que íbamos a sufrir gran parte de la noche de hoy y hablemos un rato por videochat. Así nos conocemos siquiera la voz y el movimiento de los cachetes al hablar, ¿te parece?
¿Qué si me parecía? Jueputa, ahí mismo corrí el mouse y linkié la antes desechada opción de videollamada de Facebook. A setenta veces el ritmo del tuuuu…. tuuuuuuuu… tuuuuuuuu iba mi corazón en ese momento. Al tercero di cuenta de mi desechable estado físico y corrí al baño de al lado a peinarme y a limpiarme con la toalla las más visibles gotas de sudor. Regresé de un saltó a la silla y en el octavo tuuuuuu la lucecita en movimientos circulares se detuvo y una encandilada luz que fundió al instante a negro abarcó la pantalla. En la esquina inferior derecha me veía a mí mismo mirando la pantalla como un reverendo imbécil. Era su mano la que tapaba la cámara, susurré varios holas preguntados hasta que respondió tras su zurdo velo. Dijo, en exacto la voz que le imaginé, que la esperara, que estaba espantosa, que llamé muy apresurado, que le diera dos segundos. Quitó la mano y con ultrasónica velocidad bajó la pantalla de su portátil al teclado rosado. Sin duda fueron más de dos segundos pues al fondo, detrás del levísimo eco de sus manos haciéndole un nudo a su pelo, escuché poco más de la mitad de Lemon Tree. Esa canción de Fool´s Garden que fue seguro el primer karaoke de muchos.
Isolation, is not good for me / isolation, I don't want to sit on a lemon tree… en definitiva, allí en el tercer coro levantó con cuidado la tapa del portátil, miró su webcam y me sacudió la mano derecha en tímido saludo. No era solo su voz, su rostro completo era tal cual el revelado por mi testarudo espejo. I wonder how / i wonder why / yesterday you told me 'bout the blue, blue sky/ and all that i can see is just another lemon tree. La única variante fue un elemento que, en mi opinión, la embelleció aún más: traía unas gafas gruesas negras del tipo Woody Allen (creo que Ray-Ban) en las que se evidenciaba un leve cansancio de una amena lectura que supongo acababa de hacer.
En efecto, fue esa su primera frase. Estaba leyendo absorta Juego de tronos, lo que no solo la apasionaba, sino que también la desarreglaba con efímera fealdad, debía entonces verse más presentable. No le creí lo de que se ponía horrible y reí con absoluto retraimiento. Todos los posibles escenarios de primer contacto que delimité con estricto cuidado en noches pasadas, se disolvieron al instante en partículas diminutas de mierda ilegible e inservible. I'm turning my head up and down / I'm turning, turning, turning, turning, turning around / and all that I can see is just a yellow lemon tree. Entré en trance y caí en esa desgraciada conversación ping-pong de la que había salido hacía ya meses. Respuestas asquerosamente cortas, suciamente idénticas una de la otra.
—bien ¿y tú?
—bien también.
—aaaaaaaa
—jmmmmm
—¿y cómo sigue tu abuelo?
—bien, creo, no ha llamado mi mamá
—ping… pong
—ping… pong
—ping… pong…
Y entonces predominó el silencio. No el silencio lindo, romántico, etéreo, así como el de Raúl y Sofía en la cafetería. No. Un silencio aturdidor y tortuoso que aniquiló de una sola frecuencia al idealizado encuentro. Por momentos, ella dejaba de mirar hacia los lados buscando evitar la incomodidad, y se ponía a escribir en el teclado. Por sus gestos, lectura e hipócritas sonrisas, podría inferirse que chateaba con quién sabe cuántos tipos más. Con los gastados jajajás sin verdadera risa y los mismos putos emoticones que me envió todo este tiempo.
—Mariana… Mariana —dije para que me escuchara y mirara a los ojos para poder siquiera despedirme con dignidad. Lo hizo a las cuatro Marianas y se despidió cual si fuese la conversación más especial y trascendental de su vida. Entendí que no venía siendo el confidente de esta linda chica, sino que ella era una mujer, más virtual que física, confidente de decenas de personas que la buscaban para desahogar sus reprimidas vidas sociales. Días después, subió una encantadora foto pegadita de un calvo farandulero care malote.
Claro que sí, acertados lectores, me quitaron el término de la boca: otra nea arrebata ensueños. Ermitaña, caritativa, manipuladora o chica de compañía gratis, sería solo hasta allí. No les voy a negar que me gustó muchísimo más, luego de que, como dijo, vi mover sus cachetes cuando hablaba. Entre otras cosas. Sus ojos alquitranados custodiados por esas dos ventanas casi igual de negras y ese rubio oxidado atrapado en un moño indeleble. Mierda, ni el soundtrack pudo haber sido mejor. Por desgracia, al igual que en situaciones pasadas (y futuras), Mariana se convirtió en elfa para mí, mientras que para ella Fulano se convirtió en un fulano más.