Se habían atrasado tanto en la clase de lengua y literatura que cuando se dieron cuenta no eran las cinco, sino las cinco y cuarto: ¡a ese paso iban a ser las últimas! El profe, el Calores, como le llamaban ellas porque se pasaba el día quejándose del calor que hacía en clase por mucho que abrieran las ventanas, había esperado al último minuto de la hora para explicarles el trabajo que tendrían que entregar en una semana sobre la comunicación verbal y no verbal. Se había alargado tanto con los detalles (¡verbales y no verbales!) que cuando anunció el fin de la clase, Frida, Susana y Lucía tuvieron que salir como cohetes del aula para encontrarse con las demás en el pasillo.
—¿Qué os ha pasado, tías? ¿A quién han castigado? —quiso saber Raquel, que las esperaba algo impaciente junto con Bea y Alba.
—¡A nadie! ¡Solo ha sido el Calores y sus trabajos! —protestó Frida.
Sin entretenerse en dar demasiadas explicaciones, las chicas se lanzaron escaleras abajo. Estaban a mitad de tramo cuando se cruzaron con la temida Morticia. Lucía percibió su mirada escrutadora y, antes de que pudiera recriminarle nada, le salió responder a su silencio:
—¡Ya vamos a apuntarnos a las olimpiadas!
Morticia asintió como perdonándole la vida y ellas continuaron descendiendo escaleras para salir después al patio.
Al llegar a donde estaban las mesas de registro descubrieron lo que se temían: que las colas eran inmensas y que se pasarían allí gran parte de la tarde.
—¡Maldito Calores! —volvió a protestar Frida.
—Ya podemos ir pensando en otro deporte... —las advirtió Bea.
—Quizá no haya mucha gente interesada en el vóley —trató de animarlas Lucía.
—Tampoco es un deporte tan popular —la siguió Susana.
Alba fue a decir algo (¡por primera vez!), pero Raquel la interrumpió preguntando a Susana si se había vuelto loca. Frida le dio la razón gritando a los cuatro vientos que ese deporte era lo más.
—Vamos a distribuirnos —propuso Frida y, en un momento, organizó a las chicas para que cada dos de ellas estuvieran colocadas en una cola diferente. La que llegara antes, avisaría a las demás.
A Lucía le tocó con Alba al final de una cola kilométrica y la chica no abría la boca ni pa atrás. Al principio trató de hacerse su amiga preguntándole cosas normales: en qué parte de la ciudad vivía, a qué se dedicaban sus padres, si había viajado ese verano... Pero cuando al quinto intento Alba no hacía más que responder con monosílabos, Lucía se rindió. Al ver que Lucía le daba la espalda, Alba se puso los cascos y comenzó a escuchar música con su smartphone, como si estuviera sola. Por lo menos, esperaba que Frida y Raquel tuvieran razón y jugara al vóley como una deportista de élite, de las que ganan medallas y todo. Eso si al final podían inscribirse en ese deporte, claro...
Lucía se dedicó entonces a aguzar el oído
procurando enterarse de a qué deportes tenían previsto apuntarse
los alumnos que estaban a su alrededor. Una de las veces se quedó
tan pendiente de una conversación que por poco se lleva un
rapapolvo de sus interlocutoras por cotilla. Tuvo que darse la
vuelta, roja como un tomate, y disimular que estaba hablando con su
compañera, es decir, con una chica con los cascos puestos que ni
siquiera la miraba:
Entonces se fijó en que la cola de Susana y Bea iba más rápida que ninguna otra. Lucía quiso avisar a Frida y a Raquel, pero estaban tan entretenidas hablando entre ellas que ni la oyeron. De modo que respiró hondo para coger potencia y vociferó:
Hacia ella se volvieron todas las chicas que tenía a su alrededor; todas menos Frida y Raquel. También se volvió Marisa, que estaba en la fila de al lado, más o menos a la misma altura.
—Parece que no te hacen mucho caso —observó, como siempre amparada por Sam y otras cuatro Pitiminís.
Lucía entornó los ojos y le dio la espalda para no escucharla. Ya hacía mucho que no le soltaba alguna de las suyas...
—No te lo digo para que te enfades, cálmate.
Lucía la miró de reojo, desconfiada. ¿A qué venía eso?
—Solo me parece mal que te quedes tú esperando con el bicho raro ese mientras las demás se lo pasan pipa —añadió Marisa.
Señaló a Bea y a Susana, que en ese momento se reían, y después a Frida y a Raquel, que no apartaban la vista de enfrente y cuchicheaban entre ellas de vez en cuando. A su lado, con los cascos, Alba no escuchaba la conversación, ni tampoco los insultos de Marisa.
—No pasa nada... —se excusó Lucía recuperando un tono amable.
—Si a ti no te importa... Hasta luego —se despidió Marisa amablemente, aprovechando para adelantarse unos cuantos pasos cuando su cola empezó a moverse rápidamente.
Lucía apretó los labios y respiró profundamente para tranquilizarse: miró a Alba y después donde estaban sus amigas: ¿es que su cola era la única que no se movía o solo se lo parecía a ella? Aunque a Marisa no le faltaba razón, no quería enfadarse con nadie, quería mantener el buen humor de los últimos días. Así que volvió a llamar a su amiga para ver si en esa ocasión conseguía que le prestara atención:
—¡Frida!
Al fin dirigió sus ojos hacia ella, y aprovechó para señalarle la cola de Bea y Susana, que estaba muchísimo más avanzada que la suya (¡incluso más que la de Marisa!), tanto que no les quedaban casi puestos para llegar a la
—¿Puedo cambiarme ya? —le preguntó haciendo un puchero.
Frida le sonrió asintiendo con la cabeza y a Lucía le faltó tiempo para marcharse de esa cola y correr hacia Bea y Susana, su salvación. Tanta prisa se dio que se olvidó de Alba y tuvo que volver a por ella; como seguía con los cascos puestos no se enteró de nada hasta que Lucía le sacudió el brazo y le explicó mediante señas que había que cambiarse de fila.
—Vale —respondió sin más su compañera antes de seguirla hasta donde le decía. ¡La alegría de la huerta, vaya!
—Cómo os he echado de menos... —confesó Lucía, que abrazó a las chicas y dirigió a Alba un gesto pesaroso que no se molestó en disimular.
—Tampoco es para tanto, mujer —resolvió Frida deshaciéndose del abrazo rápidamente, como solía hacer.
Se la veía tensa, nerviosa: estaba de puntillas constantemente, como intentando percibir lo que se cocía en las mesas de registros mientras se retorcía las manos. Lucía comprendió lo que le sucedía a su amiga, que hasta ese día había estado muy segura y contenta de poder instruirlas a todas para las olimpiadas. Así que trató de calmarla. Apoyó la barbilla en su hombro para que la atendiera, diciendo:
—Seguro que quedan grupos de vóley libres.
—¿Tú crees? —Frida la miró parpadeando mucho, como si hasta ese momento no se hubiera percatado de que estaba allí.
Lucía asintió sonriendo y Frida devolvió los ojos hacia las mesas de registro con media sonrisa en la cara.
—Y si no, convencemos a alguien de que abandone. Si hay que ponerse dura, una se pone dura... —añadió Susana al tiempo que hacía que se remangaba las mangas y sacaba un músculo invisible. Sus bracitos eran como los dos palillos de un restaurante japonés.
Frida comenzó a reírse y con ella todas las demás. A Lucía se le olvidó de golpe el mal rato que había pasado en compañía de Alba. El jolgorio se vio interrumpido por una voz desconocida.
—¿Vais todas en el mismo equipo? —preguntó un chico alto, que debía de ir, al menos, a primero de Bachillerato.
Llevaba un corte de pelo aparentemente casual, pero era evidente que estaba cortado y peinado al milímetro: el tupé se mantenía alto con los potingues que fuera. No parecía ir acompañado de nadie.
—Todas —contestó Susana.
—Mejor, porque guardar el sitio a otros equipos no es nada legal —protestó el chico irguiéndose como un palo. Era comprensible, el pobre había pasado de estar en el tercer puesto a estar casi en el número diez.
—Entonces puedes estar tranquilo, que aquí todo es muy legal. —Susana inclinó la cabeza para mirarlo con cierto aire chulesco mientras se mordía el piercing del labio.
—Me alegra saberlo... —repuso el chico dejando el final de la frase en el aire, a la espera de que su interlocutora le respondiera.
Sin embargo, Susana no era fácil de complacer y se hizo de rogar un poco.
—¿No me vas a decir cómo te llamas? —insistió él sin ninguna vergüenza.
—Depende.
—¿De qué?
—De si eres legal también.
—¿Yo? Mira si soy legal que espero estudiar Derecho en un par de años...
Susana sonrió, y el chico, también. Lucía percibió perfectamente como los dos se ruborizaban. El chico resultó que se llamaba Iván y era bastante simpático. Parecía que Susana había encontrado al fin a un chico que captaba su interés: era la única del grupo a la que no le había gustado nadie desde que la conocía (¡hacía ya casi un año!). Lucía dirigió su mirada a todas sus amigas e hizo un repaso mental de la situación amorosa: Bea estaba feliz de la vida con Aitor, el hermano de Susana, aunque «oficialmente» todavía no salieran juntos, pero hablaban y se veían con más que mucha frecuencia. Incluso acompañaba a Aitor a todos los ensayos del grupo que acababa de formar con un par de amigos más que a Lucía le parecían algo frikis. Luego estaba Frida, que tarde o temprano acabaría con Marcos, por mucho que ella malpensara de él. Raquel, por su lado, tenía ese tira y afloja con Jaime que era de lo más divertido. Y ahora Susana conocía a ese chico fashion que no dejaba de sonreírle. ¡Qué bonito era todo!
—¿Qué deporte va a ser? —preguntó interrumpiendo sus pensamientos la chica que presidía la mesa de registros que acababan de alcanzar. Era, evidentemente, de las mayores de la escuela y los miraba como si fueran niñatos.
—Vóley —respondió Frida con cierto temblor en la voz. Apoyaba las manos en la mesa, pero parecía que estaba a punto de saltar encima y coger ella misma los registros.
La chica que las atendía, sin embargo, no tenía ninguna prisa por darles su veredicto y se tomó un rato para revisar algunos papeles en plan tortuga.
—¿Queda algún puesto libre? —preguntó Frida. Parecía que estaba aguantando la respiración.
—Cuando lo sepa te lo diré —respondió la muy enojosa mientras sus ojos seguían bailando en un mar de papeles.
Las chicas intercambiaron miradas. Lucía apretó el hombro de Frida para que se relajara y lo notó tenso como una piedra. El tiempo parecía haberse congelado: mientras aquella chica buscaba la información que ellas esperaban ansiosas, a Lucía le dio tiempo de ver como Toni y los demás musculitos se marchaban con los formularios rellanados, así como a Manu y Quique, los gemelos chocantes (porque eran como el punto y la i), y otros tantos de su curso. ¿Cuánto tiempo más tenían que esperar?
—A ver... —habló la chica y ellas no apartaron la mirada de esa cara inexpresiva hasta que anunció—. Sí, queda uno.
—¡Uf! —resopló Frida respirando al fin y las demás la siguieron.
Bueno, todas menos Alba, que, para variar, se mantenía ausente e inmutable con sus cascos puestos. ¡Cómo habían cambiado las tornas! Lucía había pasado de no tener ningunas ganas de jugar a ese deporte a ser el único que le interesara.
La chica entregó el formulario a Frida, que apuntó rápidamente los nombres de todas ellas, para que ya no hubiera marcha atrás. Al llegar a la casilla de nombre del equipo, registró sin vacilar:
Raquel y Susana se miraron extrañadas.
—Si no somos del club... —dijo Susana al fin.
—Pero quizá lo seáis antes de lo que pensáis —contestó Lucía, misteriosa, guiñándoles un ojo.
Susana y Raquel las abrazaron hasta que la chica de la mesa protestó:
—Seguro que os encanta ser las protas y que todo el mundo os mire, pero... —concluyó señalando la larga cola que había detrás de ellas.
¡Resulta que era ella la que tenía prisa ahora! Las chicas estaban tan contentas que ninguna respondió a su hostilidad. Solo se retiraron un poco para continuar con los abrazos mientras Alba se quedaba atrás, visiblemente incómoda y sin saber muy bien adónde mirar. Estaba visto que ella no formaría nunca parte del club, por mucho que jugaran ese partido juntas... Confiaban en que cumpliera su palabra y no les fallara.