Las clases de 2.º de ESO estaban agrupadas justo al otro lado del pasillo de las de 1.º. A Lucía todavía se le olvidaba que habían cambiado de aulas, y no era nada raro que más de una mañana, al llegar, hiciera ademán de seguir el recorrido habitual hacia su antigua clase. ¡Menos mal que estaban las chicas para recordarle que ya no eran las novatas de la ESO!
Tras cumplir la orden de Morticia de reubicar sus mesas, en el pasillo las esperaban Eric y las demás. Al verla salir y fijarse en su cara de malas pulgas, Eric fue a preguntarle qué le sucedía. Definitivamente, su relación pasaba por un gran momento. ¡Al fin! Ese era otro de los motivos por los que Lucía había acudido de lo más happy a clase esa mañana, un estado muy distinto del que se encontraba en ese instante... Y es que, después de todo el ajetreo del verano y de antes del verano, era hora de que les fuera bien. Lucía sentía que ya podía fiarse de él. Sobre todo cuando la miraba como en ese momento, con esos ojos verde esmeralda, tan fijamente, y la cogía de las manos, preocupado por ella.
—No, nada está bien —soltó dejándose achuchar por Eric; apoyó la cara en su pecho. Olía a ese jabón que tanto le gustaba.
Él la envolvió en un abrazo y a Lucía los obstáculos que acababan de surgirle le pesaron un poco menos. Bea y Raquel también se acercaron, alarmadas.
—Esta niña, que nos ha salido rebelde —se explicó Frida abriendo las manos.
Lucía sonrió a su amiga a sabiendas de que solo pretendía ayudarla a sentirse un poco mejor. Después relató lo sucedido a los demás. Bea le acarició el hombro para consolarla.
—Bah, esa tía es una payasa que va de oscurilla —se mofó la otra bromista del grupo, Raquel, chocando los cinco con Frida. Como eran igual de torres las dos, apenas tuvo que alargar el brazo.
Raquel y Susana habían conseguido hacerse
inseparables de todas ellas a raíz del concurso de baile de la
revista Bravo al que se presentaron.
Ninguna de las dos formaba parte del Club de las Zapatillas Rojas,
porque ese club lo habían creado las amigas de siempre,
o sea,
Frida, Bea, Marta y Lucía, para impedir que la distancia que la
familia de Marta les imponía con su traslado a Berlín perjudicara
su amistad. Sin embargo, se habían hecho tan tan amigas que a Lucía
no le habría extrañado nada que el club se ampliara más pronto que
tarde...
En ese momento apareció Jaime, el mejor
amigo de Eric.
—¿Qué pasa, gente? ¿Ya sabéis a qué deporte os vais a apuntar?
—Tú seguro que a baloncesto no —se burló Raquel dándole un codazo: era su forma de disimular que Jaime seguía gustándole, a pesar de que le sacaba una cabeza entera.
—No, claro, para eso ya estáis las jirafas patizambas; os podéis llamar así —le siguió la broma Jaime entre risas.
—¡Me gusta! ¿Y vosotros?, ¿cómo os llamaréis? ¿«Punto y aparte»? —continuó Raquel, y Jaime no le dio tregua, pues ya estaba respondiendo con otra guasa del mismo nivel.
Con las bromas, Lucía comenzó a olvidarse un poco de Morticia y sus amenazas.
—Pues yo creo que deberíamos apuntarnos a
vóley —anunció Frida, y Raquel dejó de lado rápidamente a Jaime
para darle la razón.
—¡Me parece una idea estupenda! —exclamó
dando saltitos en el sitio. Como era la capitana del equipo en el
que jugaba con Frida...
—Sí, claro, para vosotras, que sois las reinas de la cancha, no hay problema, pero Lucía y yo, que no entendemos ni papa de vóley... —protestó Susana negando con la cabeza. Ella era más de hincar codos que de levantarlos para lanzar pelotas al aire.
Lucía le dio la razón. Se preguntó qué deporte era lo suficientemente sencillo como para no tener que comerse mucho la cabeza con el tema, pero no se le ocurría ninguno...
—¿Bádminton? —propuso indecisa.
—¡¿Esa pijada?! —soltó Frida, escandalizada.
—Tampoco es eso. Es muy parecido al tenis —la defendió Eric.
—Huy, sí, idéntico —siguió riéndose Frida.
—No sé cuál es más difícil —dijo Bea resoplando, pues prefería cuidar sus muñecas para poder presentarse a los exámenes de violín.
La conversación fue pasando de un deporte a otro hasta que sonó el timbre que daba comienzo a la siguiente clase.
—Pensemos unos cuantos para mañana... —propuso Lucía para no zanjar el asunto tan fácilmente.
Sabía que el vóley era un buen deporte para Raquel y Frida, pero ella era patosísima y no tenía ganas de acabar con las rodillas llenas de rascadas o algo peor. Se despidió de Eric con pena (después de dedicarle la correspondiente dosis de cariñitos) y se encaminó a clase todavía con la moral por los suelos.
—Siempre nos quedará esto. —Susana le sonrió, señalando el teléfono, lo que consiguió que Lucía sonriera también.
Las tres amigas se separaron para dirigirse a sus nuevos sitios: cada una en una punta del aula. Hasta que Lucía tomó asiento no se acordó de la asignatura que estaba a punto de empezar: matemáticas. ¡Su infierno particular! El Papudo (así llamado por la amplitud de su cara y su segunda barbilla) era de los pocos profesores que le seguía dando clase y (aunque Lucía jamás lo confesara) llegó a agradecer que algo no hubiera cambiado de un año al otro. A ese paso, hasta iba a echar de menos las uñas rojas y los tacones de la Urraca, ¿quién se lo iba a decir? Justo cuando el Papudo comenzaba a escribir en la pizarra, notó una vibración debajo de su pupitre. Era del grupo de WhatsApp que compartían todas, y cuyo nombre alguien se había encargado de cambiar rápidamente por: