Capítulo 5

—No pienso ir a casa de tus padres —declaró Ally en cuanto se cerró la puerta.

—Al…

—¡No! —exclamó Ally—. ¡Lo has hecho adrede!

—¿A qué te refieres?

—¡Me has engañado! ¡Has invitado a tu hermana para que se llevara una impresión errónea de lo que hay entre nosotros y, de esa manera, me ha acorralado para que vaya a casa de tus padres, pero no pienso ir!

—Yo no he invitado a mi hermana —le aseguró PJ.

—¡Ya! ¿Y entonces por qué sabía que yo estaba aquí?

—Porque me invitaron a cenar esta noche en su casa y le he dicho a Rosie que los llamara para decirles que no podía porque tenía otro compromiso.

—¿Y tu secretaria les ha dicho que habías quedado conmigo? —se indignó Ally.

—Supongo —contestó PJ encogiéndose de hombros—. En cualquier caso, si ha sido así, ha sido culpa tuya. Eso te pasa por presentarte en mi despacho como mi mujer.

Ally apretó los dientes. PJ tenía razón.

—¿Me ha parecido que toda tu familia sabe de mi existencia o han sido imaginaciones mías?

—Todos saben de tu existencia, efectivamente.

—¿Por qué?

—Porque, cuando volví a casa, mis padres empezaron a presentarme a una mujer detrás de otra. Les dije que no me interesaba ninguna y me preguntaron si era homosexual —recordó PJ—. Les podría haber dejado creyendo eso, pero me pareció justo contarles la verdad, así que les dije que estaba casado.

—¿Y no quisieron que les presentaras a tu mujer?

—Claro que sí, pero no podía porque no sabía dónde estabas, así que les conté una versión resumida de lo que había sucedido, les conté que nos habíamos conocido en Hawai, que nos hicimos amigos, que tú necesitabas casarte para librarte de tu padre y que me casé contigo.

Ally lo miró estupefacta.

—¿Y les pareció bien?

—Bueno, no les pareció la mejor situación del mundo, pero la aceptaron alegremente. Ellos hubieran preferido conocerte y que hubiéramos tenido muchos hijos, pero no dijeron nada.

Ally se imaginó la misma situación pero al revés y tuvo la certeza de que su padre hubiera dicho mucho y nada agradable. Confusa y nerviosa, comenzó a pasearse por el salón. Lo cierto era que jamás se había puesto a pensar en cómo le habría afectado su matrimonio a PJ. Sólo había pensado en ella, en sus necesidades y en sus esperanzas.

—Por supuesto, querían conocerte, querían saber dónde estabas y cuándo íbamos a volver a estar juntos —continuó PJ.

—¿Y qué les dijiste?

—Qué no lo sabía —contestó PJ—. La verdad.

Ally hizo una mueca de disgusto. Se sentía atrapada.

—Tu hermana cree que voy a ir a la reunión familiar contigo.

—Normal.

—¿Y qué van a decir cuando nos divorciemos?

—¿No se lo has dicho tú a Cristina?

—Claro que no. Eso te toca hacerlo a ti.

—¿A mí?

—Sí, tú les dijiste que estabas casado y tú les debes decir que te vas a divorciar.

—No, yo no me voy a divorciar. La que se quiere divorciar eres tú.

—Sí, tienes razón. ¡Soy yo la que se quiere divorciar, pero no me ha parecido bien anunciarlo nada más conocer a tu hermana! Cristina no me ha preguntado por qué he vuelto, ha dado por hecho que he vuelto para quedarme contigo y ahora cree que voy a ir a pasar el fin de semana contigo.

—¡Fíjate!

—Le podrías haber dicho que no iba a ir.

—Yo quiero que vengas.

—¿Cómo? Oh, venga ya, por favor, PJ.

—¿Por qué no? Es una reunión familiar y tú eres miembro de esta familia.

—¡PJ!

—Legalmente, lo eres. Deberías venir para que te conocieran mis padres, para que sepan que eres de verdad, que no me he inventado que existes —insistió PJ.

—Si lo hiciera, alimentaría sus expectativas —murmuró Ally.

—Sálvame de las garras de Connie Cristopolous —imploró PJ.

—Por favor, te puedes salvar de ella tú solo, seguro —contestó Ally poniendo los ojos en blanco.

—Me debes un favor.

Ally se quedó en silencio unos minutos.

—Maldita sea —murmuró apretando los dientes—. No tendría que haber venido. Te tendría que haber mandado los malditos papeles por correo —añadió paseándose nerviosa por el salón, pues se sabía sin salida—. Si voy a casa de tus padres, las cosas no harán sino empeorar. Si voy contigo, creerán que estamos juntos y, cuando les digas que nos vamos a divorciar, lo pasarán peor.

—¿Y por qué les voy a decir que nos vamos a divorciar?

—¡Porque nos vamos a divorciar!

—Yo no me quiero divorciar.

—¡Maldita sea! —exclamó Ally—. ¿Por qué no? Y no me digas que es porque tienes miedo de la tal Connie.

—Eso, para empezar.

—No tendría que haber venido a Nueva York —insistió Ally—. ¡No tendría que haber venido a cenar contigo! Me tengo que ir —anunció agarrando su bolso y dirigiéndose a la puerta.

—¿Dónde vas con tanta prisa? —le preguntó PJ cortándole el paso.

—¿Para qué me voy a quedar? No está sirviendo de nada.

—¿Cómo que no? Nos está sirviendo para volver a conocernos.

—Perfecto —comentó Ally con aire sarcástico—. PJ, ya basta. Mira, confieso que no he sabido hacer las cosas, tendría que haberme divorciado antes de dejar que la relación con Jon fuera tan lejos, pero no sabía dónde estabas y las cosas… en fin, la enfermedad de mi padre ha acelerado todo, y Jon y yo…

—Jon y yo, Jon y yo —se burló PJ—. Por cierto, ¿dónde está tu querido Jon?

¿Por qué no ha venido contigo si tanto te quiere!

—¡Porque está ocupado! ¡Es médico! —exclamó Ally—. ¡No tiene tiempo de ir por ahí buscando al que pronto será mi ex marido!

—¿Y tiene tiempo para ti?

—¡Pues claro que sí! Cuando yo estoy con él, trabaja menos —contestó Ally sinceramente—. Me quiere y yo lo quiero y queremos casarnos, tener hijos y darle a mi padre un nieto. Mi padre quiere conocer a su nieto, pero está mal de salud, así que no tenemos mucho tiempo.

—Entonces, quédate conmigo. Ya estamos casados.

—¿Cómo?

—Ya estamos casados —insistió PJ—. Tenemos mucho tiempo ganado.

Podríamos formar una familia, tener hijos, ¿qué te parece?

A Ally le entraron ganas de ponerse a gritar y lo peor de todo fue que en una diminuta y loca parte de su cerebro le apetecía contestar que sí. Si se lo hubiera pedido diez años atrás, después de la maravillosa noche de pasión y ternura que habían pasado juntos, le habría dicho que sí sin dudarlo porque aquel PJ la había acariciado con reverencia y cariño y podría haber creído que la quería, pero ¿el PJ de ahora?

Era evidente que el PJ de ahora estaba jugando con ella. Por supuesto que quería que fuera a casa de sus padres con él. Así, se libraría de su padre y de Connie de un plumazo. De hecho, seguramente querría permanecer casado con ella para siempre para no tener que afrontar posibles compromisos con otras mujeres, pero en todo aquello no había amor por ninguna parte.

—Debería ir contigo y, luego, volverme a Hawai y dejarte para que te las arreglaras tú sólito. Te estaría bien empleado —le advirtió—. ¿Sabes que tu madre sabe que estoy aquí?

—No, la verdad es que no lo sabía, pero tampoco me sorprende porque Cristina nunca ha podido guardar un secreto.

—¿Esperabas que lo hiciera?

—No, la verdad es que no.

Aquélla fue la gota que colmó el vaso. Lo tenía todo planeado, la había manipulado. Era evidente que había invitado a Cristina para que Ally se sintiera obligada a ir a casa de sus padres. ¡Lo extraño era que la señora Antonides en persona no se hubiera presentado allí!

«Cuidado con lo que pides porque se puede hacer realidad», pensó Ally con malicia.

—Muy bien, iré contigo. Así que quieres que conozca a tus padres, ¿eh? Pues muy bien, iré a conocerlos. Voy a ser tu mujer durante el fin de semana, seré dulce, encantadora y maravillosa, pero después estaremos en paz. ¡Te voy a devolver el favor que me hiciste y, después, pediré el divorcio!

Inmediatamente después de haber accedido a ir a pasar el fin de semana con su familia, Ally insistió en pedir un taxi para volver al hotel.

PJ no puso objeción, pues sabía que la había presionado demasiado. Sus años de surf le habían enseñado muchas cosas. Entre ellas, que no se puede pretender controlar todo, que hay que saber esperar y que hay que elegir el momento preciso para entrar a por la ola.

Así que lo único que hizo fue insistir en acompañarla y, aunque a Ally no le pareció necesario, se encogió de hombros y dejó que lo hiciera. Una vez frente su hotel, PJ insistió también en pagar el taxi y en acompañarla hasta su habitación.

—No hace falta —se indignó Ally—. En Hawai no solías acompañarme.

—Eso era entonces y esto es ahora —contestó PJ.

—Como quieras, pero no te pienso invitar a pasar —le advirtió Ally.

PJ tampoco esperaba que lo hiciera, así que se limitó a seguirla hasta el ascensor y por el pasillo que llevaba hasta su habitación y a esperar en silencio a que abriera la puerta.

—Nos vemos el viernes por la tarde, entonces. Vendré a recogerte —se despidió.

—Me sigue pareciendo una locura. ¿Cómo le vas explicar las cosas a tu familia cuando me haya ido? No sabes lo que me has pedido.

PJ sabía muy bien lo que le había pedido. La que no lo sabía era ella.

—Llámame si te aburres mañana.

—No creo que me aburra porque tengo que ir a ver a la propietaria de una galería.

—¿A quién?

—Se llama Gabriela del Castillo —contestó Ally.

Aquel nombre le era familiar a PJ. Probablemente, su hermana Martha le hubiera hablado de ella.

—Gracias por la cena —se despidió Ally—. Y por haberme presentado a tu hermana.

—Ha sido un placer —contestó PJ sonriendo.

—Buenas noches.

—Buenas noches —se despidió PJ educadamente—. Ally —le dijo cuando estaba a punto de cerrar la puerta.

—¿Qué? Ya te he dicho que no te iba a invitar a pasar. Tengo que trabajar, tengo que llamar a Jon y tengo cosas en las que pensar. ¿Qué quieres?

—Sólo… una cosa… —dudó PJ—, esto.

PJ no era hombre de tener las cosas planeadas. Era una persona de actuar primero y pensar después, era una persona que creía en la espontaneidad y en la naturalidad aunque, a veces, aquella forma de actuar lo hubiera llevado a hacer locuras. Por ejemplo, casarse.

Ahora lo había llevado a estar besando a Ally.

Sí, estaba besando a Ally. Llevaba diez años soñando con besarla y ahora, por fin, estaba besando sus labios, cálidos y suaves. Aquellos labios se resistieron al principio, se empeñaron en no dejarlo pasar, pero PJ insistió con la lengua y, al final, consiguió introducirse en su boca. Ally intentó hablar, pero él no se lo permitió, aprovechó que había abierto la boca para tomar aire y se apoderó de ella.

Cuanto más tenía, más quería. Cuantos más recuerdos acudieron a su mente, más le pareció que la mujer que tenía entre sus brazos se derretía contra él. Su cuerpo se endureció en respuesta y comenzó a latirle el corazón de manera acelerada.

¡Quería acostarse con ella! ¡Lo necesitaba! Y sabía que ella, también. Lo sentía en su cuerpo, pegado al suyo. ¡Oh, sí!

PJ decidió profundizar el beso, pero, en el mismo instante en el que lo hizo, Ally se apartó de él y lo miró con los ojos muy abiertos, con las mejillas sonrosadas y con el pulso acelerado.

—Eso ha sido completamente innecesario —le espetó con frialdad.

—¿De verdad? —contestó PJ sonriendo—. A mí no me lo ha parecido —añadió

—. Coméntaselo a Jon cuando hables con él.

Y, dicho aquello, se giró y se fue.

—El mensaje que me dejaste en el contestador anoche era un poco confuso —

dijo Jon—. Me pareció entender que te ibas a quedar unos días más.

Ally, que había contestado al teléfono aunque estaba dormida, no se estaba enterando de lo que estaba oyendo. Mientras intentaba despejarse un poco, consultó el reloj que tenía en la mesilla de noche.

¿Las nueve y media de la mañana? ¡Nunca dormía hasta tan tarde! Claro que, normalmente, no se pasaba la mitad de la noche despierta preguntándose si se había vuelto loca.

La noche anterior, nada más cerrar la puerta, se había apoyado en ella con la respiración entrecortada. Nada de lo que estaba sucediendo tenía sentido. No estaba preparada para vérselas con PJ y no entendía por qué se negaba a firmar los papeles del divorcio y ,sobre todo, no entendía por qué le presentaba a su hermana, le pedía que fuera conocer a su familia y la besaba.

Dios mío, qué beso.

El dique que había mantenido sujetos diez años de recuerdos y de deseos había cedido ante aquel beso y Ally no se había podido resistir y, cada vez que había cerrado los ojos durante la noche, lo había vuelto a sentir, había vuelto a sentir su boca, sus labios y su cuerpo. Se había sentido marcada y poseída y, sin pensarlo, había respondido tal y como lo había hecho una única vez en su vida.

Aquella noche, su noche de bodas. Y lo había revivido todo, aquella noche y todo lo demás y así había estado durante horas. No era de extrañar que no se hubiera dormido.

—¿Me estás oyendo? —le preguntó Jon—. ¿He entendido bien el mensaje?

—Sí, claro que te estoy oyendo y, sí, has entendido bien el mensaje —contestó Ally incorporándose y apoyándose en el cabecero—. Me voy a quedar a pasar el fin de semana.

—¿Y la fiesta del hospital del sábado? No te habrás olvidado.

Pues sí, se había olvidado por completo.

—Me dijiste que no ibas a poder ir —le recordó—. Cuando estaba preparando el viaje, te pregunté por la fiesta y me dijiste que no ibas a poder ir porque estabas muy ocupado.

—Estoy muy ocupado, pero voy a tener que ir a la fiesta porque Fogarty dice que todo el mundo espera que vaya.

Fogarty era el jefe de servicio de Jon y todo el mundo hacía lo que él quería.

—Pues tendrás que ir, pero solo porque yo no voy a estar.

—Ally, ¿qué pasa?

—Ha surgido una cosa importante.

—¿Qué es más importante que la fiesta? La fiesta del hospital es importante, Alice.

No lo había sido hasta que Fogarty así lo había decidido.

—Ya lo sé. Por eso, precisamente, te pregunté si ibas a poder ir. Yo… tengo cosas que… cerrar aquí.

—Ya sé que es muy importante para ti ver a Gabriela, pero también puedes exponer en otros sitios. ¿Cómo vas a hacer para tener todas las tiendas surtidas cuando estemos casados y tengamos hijos?

Ya habían hablado de aquel tema en otras ocasiones. Ally tenía muy claro que quería ocuparse personalmente de sus hijos y tenía la suerte de poder contar con Jon para la parte económica. Sin embargo, hasta que llegara aquel momento, quería trabajar, dibujar, pintar, diseñar y coser.

—Cuando tengamos hijos, serán mi prioridad —afirmó—, pero, de momento, me tengo que quedar aquí hasta el lunes.

Jon había dado por hecho que lo que la retenía durante el fin de semana en Nueva York era su cita con Gabriela del Castillo y Ally prefirió no contarle la verdad.

—Tu padre se va a llevar un disgusto. Contaba con verte mañana.

—Ya lo sé —contestó Ally sintiéndose culpable—. Bueno, le veré el lunes. Si vas a verlo hoy, dale un beso de mi parte.

—No creo que tenga tiempo. Hoy tengo un día de locos.

—Entonces, lo llamaré por teléfono. Te llamaré en cuanto sepa en qué vuelo llego el lunes.

—Muy bien aunque no creo que pueda ir a buscarte. Bueno, te tengo que dejar.

Tengo quirófano en menos de una hora.

—Muy bien. Siento mucho lo del fin de semana. Te quiero.

Pero Jon ya había colgado.

Ally se quedó sentada en la cama. Se sentía mal. Había decepcionado y defraudado a Jon. Aquel hombre confiaba en ella y la quería, pero no podía contarle lo que había sucedido en realidad, no podía contarle que PJ se había negado a firmar los papeles del divorcio, que la había sorprendido invitándola a cenar a su casa, que le había presentado a su hermana, que la había encandilado, que iba a conocer a sus padres y que estaba nerviosa ante el encuentro familiar.

Y, por supuesto, no podía contarle que la había besado.

Cada vez que recordaba aquel beso, se ponía nerviosa. ¿Volvería a besarla durante el fin de semana? ¿Quería ella que la besara? ¿Y por qué la besaba? Era evidente que no la quería. ¿Y ella? ¿Seguía enamorada de él? Y, si lo estaba, ¿qué iba a hacer?