Capítulo 3

No, no era una cita. Ally nunca había tenido una cita con PJ Antonides…

excepto el día que quedaron en la puerta del juzgado para casarse.

Ally se dijo que aquello no había sido una cita mientras revolvía irritada en su maleta, intentando encontrar algo que ponerse.

¡En realidad, daba igual la ropa que se pusiera porque, dijera PJ lo que dijera, aquello no era una cita y no eran pareja!

Estaba molesta con PJ, pero, sobre todo, consigo misma. No tendría que haber ido a darle los papeles en persona. Jon tenía razón. No había necesidad. Se los podría haber mandado por correo y, si no los hubiera querido firmar, ella habría interpuesto la exigencia de divorcio de todas maneras.

Ally era consciente de que todavía estaba a tiempo de actuar así, pero no le parecía lo correcto y lo cierto era que no entendía por qué PJ se estaba mostrando tan obstinado. Y ella que había creído que las cosas iban a resultar fáciles…

Al final, eligió un traje pantalón negro y se recogió el pelo. Se trataba de un conjunto y de una apariencia muy seria para recordarse que aquello no era una cita y que no podía desear físicamente a PJ.

Había ido hasta allí para acabar con la farsa de su matrimonio y poderse casar de verdad con Jon.

—No debo olvidarlo —se dijo mirándose al espejo—. PJ no me quiere. Me está haciendo esto para vengarse.

Sí, sin duda, se estaba negando a firmar los papeles del divorcio para devolverle lo que Ally le había hecho la noche del desfile, cuando se había mostrado grosera con él.

—No me quiere y yo tampoco lo quiero a él —añadió.

El trayecto en metro desde el hotel de Manhattan hasta la Séptima Avenida en Brooklyn la dejó despeinada y algo sudorosa. Ojalá le hubiera dicho a qué restaurante iban a ir para poderse arreglar un poco antes de que él llegara, pero, cuando Ally salió a la calle, PJ ya la estaba esperando.

Llevaba el mismo traje que había llevado en el despacho, pero se había quitado la chaqueta y la corbata.

Ally sintió que se quedaba sin aliento.

—Qué puntual —comentó PJ—. Estás estupenda.

Ally se rió, pues era evidente que no era cierto.

—Vaya, por fin sonríes de verdad —dijo PJ sonriendo también.

—Será porque estoy encantada de haber quedado contigo —contestó Ally con sarcasmo.

PJ se rió y, antes de que a Ally le diera tiempo de reaccionar, se inclinó sobre ella y la besó. Fue un beso rápido, lo que normalmente se suele llamar un pico, un beso que no era para tanto, un beso que no tendría que haber dejado a Ally temblorosa.

Sin embargo, aquel breve roce con los labios de PJ la hicieron recordar todo. Un breve beso y, de repente, se encontró de nuevo en Hawai, en casa de PJ, entre sus brazos.

—¿Estás bien? —le preguntó PJ al verla sofocada.

—Sí… es que en el metro hacía mucho calor… no estaba puesto el aire acondicionado —improvisó Ally—. ¿Adónde vamos? ¿Está lejos?

—No —contestó PJ agarrándola de la cintura mientras avanzaban por la avenida Flatbush.

—¿Qué haces? —le preguntó Ally al ver que se paraba ante una tienda.

—Tengo que comprar unas cosas —contestó PJ agarrándola de la muñeca y tirando de ella hacia el interior del local.

Una vez dentro, compró carne, ensalada, pan integral y aceitunas.

—¿Estás haciendo la compra ahora? —se extrañó Ally.

—Sí, claro —contestó PJ—. Te he invitado a cenar y tengo que hacer la compra.

—¿Cómo? ¿Vas a cocinar?

—Uno de mis muchos talentos ocultos —contestó PJ sonriendo y eligiendo una piña.

—Prefiero que cenemos fuera. Te invito yo —protestó Ally.

—No, me gusta cocinar.

—Pero…

Pero PJ ya iba hacia la caja a pagar. Una vez en la calle de nuevo, la agarró del codo para guiarla doblando la esquina por una calle perpendicular. Al llegar frente a una casa muy elegante, se paró.

—¿Es aquí? —se sorprendió Ally.

Se trataba de una casa del siglo XIX, una casa de ladrillo marrón de cuatro plantas, una casa que era una preciosidad.

—Sí, cuando mi hermano Elias se fue, me dijo que me podía quedar con su casa.

Tenía un ático maravilloso en el último piso de Antonides Marine, pero yo prefiero vivir lejos del trabajo, así que me vine aquí —le explicó PJ abriendo la puerta de roble y cristal—. Tengo un pequeño jardín y el parque está muy cerca —añadió—, la playa de Coney Island está a unas cuantas paradas de metro y, como puedes ver, me traje muchas cosas de Hawai conmigo.

Efectivamente, había toda una pared pintada y Ally reconoció al instante lo que era. Se trataba de la playa de Hawai en la que se habían conocido. Se veía la cafetería en la que ella trabajaba, la tienda de tablas de surf, las rocas, los bañistas y los surfistas.

—¿Lo has pintado tú? —le preguntó.

—No, lo ha hecho mi hermana Martha —le explicó PJ—. Es pintora.

—Es… cautivador —comentó Ally sinceramente—. Lo miro y me parece sentir la brisa del mar, oler la espuma y…

—Las hamburguesas de Benny —bromeó PJ.

Ally se rió.

—Es fantástico.

—Sí, a mí también me lo parece. Es un buen recuerdo. A veces.

—¿A veces?

PJ se encogió de hombros.

—Las cosas eran más fáciles entonces. Las esperanzas, los sueños, esas cosas…

En cualquier caso, supongo que los recuerdos merecen la pena. Por lo menos, la mayoría.

Ally se quedó mirando el mural y haciendo repaso de los recuerdos que tenía de aquella época.

—Voy a hacer la cena —anunció PJ desapareciendo de repente.

Ally estaba tan fascinada con el mural que apenas se fijó en el resto del salón.

Sin embargo, no le pasaron desapercibidos los muebles de madera y cuero de líneas sencillas. Fijándose más atentamente en la pintura, descubrió que había rostros que reconocía.

—¡Pero si es Tuba! —exclamó reconociendo al niño de diez años que se encargaba de las tablas—. ¡Y Benny! —añadió.

—Sí, hay un montón de gente que conoces —contestó PJ apareciendo tan repentinamente como se había ido.

—¿Yo también estoy? —preguntó Ally.

—Claro.

—¿Dónde? —quiso saber Ally mirando el mural detenidamente.

—¿Qué más da? —contestó PJ encogiéndose de hombros—. Ven, voy a empezar a hacer la cena. ¿Quieres una cerveza o una copa de vino?

—Vino —contestó Ally a pesar de que sabía que no debía beber alcohol.

Tenía que estar despejada, pero una copa de vino la ayudaría a relajarse, no quería estar tan tensa como estaba, quería ser capaz de relajarse y de no hacer una montaña de un grano de arena.

Así que siguió a PJ hacia la cocina. A pesar de que el mural la había atrapado, no quería seguir mirándolo. Le recordaba el pasado y no quería pensar en el pasado, tenía que pensar en el futuro.

PJ resultaba tan misterioso como el mural. Parecía el mismo y diferente a la vez.

En algunas cosas, seguía siendo el chico que ella recordaba, informal, fácil, descalzo, pero era evidente que había cosas de aquel PJ Antonides que no conocía.

Al hombre del traje que la había recibido en su despacho y que le había dicho que no había divorcio no lo conocía de nada. Y aquél era el hombre con el que iba a tener que vérselas.

—Aquí tienes tu copa de vino —le dijo PJ sirviéndole vino tinto.

—Gracias. Eres muy civilizado.

—¿Por qué no iba a serlo?

—Esta tarde no lo parecías en absoluto.

—Porque me ha sorprendido verte.

—¿Por qué no has querido firmar los papeles del divorcio?

—Desde luego, eres monotemática.

—He venido por eso.

—¿No has venido a verme?

Ally se ruborizó.

—Evidentemente, me alegro de verte, pero confieso que… En fin, tienes razón, el divorcio era mi prioridad.

—¿Y no se te ha ocurrido que estaría bien conocerme un poco antes de decidir que no merezco la pena?

Ally abrió la boca, pero la volvió a cerrar.

—No fue así, PJ —contestó por fin—. Conocí a Jon en el hospital cuando mi padre estuvo ingresado. Durante aquellos días, vi lo mucho que trabajaba y lo mucho que se preocupaba por sus pacientes y me enamoré de él.

PJ no dijo nada. Ally no sabía lo que estaba pensando y aquello la desconcertaba, pues el PJ que ella conocía no tenía doblez y era sincero y transparente.

Por lo visto, ya no era así. Aquello la hizo darse cuenta de lo poco que lo conocía ya.

—¿Me has invitado a cenar para que nos conozcamos un poco y ya está? —

aventuró.

—No lo sé —contestó PJ.

—¿Qué es lo que quieres? —le preguntó Ally muy molesta.

—¿Tú te crees?

—No tengo ni idea.

—Necesito tiempo para pensar, es evidente. No me gusta hacer las cosas de manera apresurada. Me gusta tener tiempo para sopesar las diferentes opciones y nunca firmo nada sin haberlo pensado bien.

—Excepto los papeles de la boda.

—Sí, excepto eso —contestó PJ riéndose.

—Yo no le veo la gracia, pero, si a ti te parece gracioso, por favor, firma los papeles del divorcio con la misma gracia —le exigió con impaciencia.

—Es demasiado pronto.

—¡Pero si han pasado diez años! —insistió Ally—. ¿Es que acaso hay un tiempo establecido?

—Por mi parte, no —contestó PJ sacando dos chuletones y dos mazorcas de maíz, colocándolos en una fuente y dirigiéndose al jardín—. Eres tú la que lo tiene todo programado.

—Porque estoy prometida —le recordó Ally siguiéndolo.

—Y casada —le recordó PJ parándose ante la barbacoa.

Ally suspiró.

—Sí, ya lo sé. Debería haberlo hecho al revés. Perdón, pero ni siquiera sabía dónde estabas hasta que leí aquel artículo. ¿Se supone que debía parar mi vida hasta encontrarte?

—¿Me has buscado acaso?

—Sí, en la playa.

—Seguro que no tenías muchas ganas de encontrarme.

En realidad, había sido todo lo contrario. Ally lo había buscado deseosa de encontrarlo, pero, cuando no había sido así, se había dicho que debía ser práctica, pues nunca se habían prometido esperarse.

—Me habría encantado encontrarte —admitió educadamente.

—Ya —contestó PJ poniendo la carne en la barbacoa.

—¿Y tú? —le preguntó Ally sintiéndose rechazada.

—¿Yo, qué?

—¿Fuiste a buscarme?

—¿Después de lo del desfile? Por supuesto que no —contestó PJ sin dudarlo.

Aquello le dolió a Ally.

—Entonces, deberías estar encantado de perderme de vista.

—Ya veremos —contestó PJ dando un trago directamente de la lata de cerveza.

—¿Por eso me has invitado a cenar?

—Sí.

—¿Y qué puedo hacer para convencerte?

—Intentarlo —contestó PJ sonriendo—. Háblame de ti, quiero saber a qué se debe este giro tan repentino.

—¿A qué giro te refieres?

—¿Por qué quieres pasar de ser una empresaria internacional a convertirte en una ama de casa? —le preguntó PJ con sarcasmo.

Ally decidió que merecía la pena explicárselo.

—Cuando a mi padre le dio el ataque al corazón, yo estaba en Seattle y llevaba diez años sin verlo.

—¿Y en el desfile?

—No fue.

—¿Por qué? —se extrañó PJ.

—Porque en aquel entonces no estaba dispuesto a dar su brazo a torcer, no estaba dispuesto a admitir que su hija se había convertido en lo que ella había querido y no en lo que él había elegido, pero, cuando volví a casa, me recibió con los brazos abiertos. Hablamos por primera vez durante mucho tiempo y, después de aquello, no pude irme. Es todo lo que tengo. Me he dado cuenta de lo mucho que lo he echado de menos, de lo mucho que he echado de menos tener una familia —le contó—. Por primera vez en muchos años, quizás en toda mi vida, dejé de mudarme de casa y de ir de un sitio para otro, dejé de hacer planes, dejé de tener objetivos y, al quedarme con él primero en el hospital y luego en casa, tuve tiempo de pensar en lo que había conseguido en la vida y en lo que todavía me quedaba por hacer y me di cuenta de que quería ser algo más que Alice Maruyama, artista textil y empresaria.

PJ asintió, indicándole que siguiera hablando, que la estaba escuchando.

Siempre había sido así, siempre se le había dado bien escuchar a los demás.

—Así que hablé con mi padre sobre la familia, sobre nuestra relación —recordó Ally—. No fue fácil, pero me di cuenta de lo que me estaba perdiendo y entonces…

conocí a Jon —concluyó de manera abrupta.

—Y te enamoraste —añadió PJ en tono incrédulo.

—Sí, me enamoré de él. ¿Por qué no? Es un hombre maravilloso.

PJ le dio la vuelta a la carne y no dijo nada, se concentró en los chuletones y en las mazorcas de maíz envueltas en papel aluminio. Parecía tan concentrado en lo que estaba haciendo que Ally pensó que ya no la escuchaba.

—¿Te ayudo? —le dijo.

—Sí, encárgate de la ensalada —contestó PJ—. Ponle lo que quieras, tienes las cosas en el frigorífico. Si no te importa, mete el pan en el horno, por favor. En cuanto esté la carne, la cena estará lista.

Agradecida por tener algo que hacer, Ally se apresuró a volver a la cocina. Al igual que el resto de la casa, las paredes eran de ladrillo visto, los armarios eran de roble y los tiradores de acero, nada que ver con el apartamento que PJ tenía en Oahu.

En aquel entonces, PJ sólo leía libros de terror y manuales de mecánica y la librería de su casa se la había hecho él con cuatro maderas y dos cajas de leche.

Ahora, tenía una librería de madera maciza llena de biografías de personajes históricos.

A pesar de que Ally se había repetido una y mil veces que lo único que quería era que le firmara los papeles del divorcio, se encontró sintiendo curiosidad por la vida que llevaba PJ en aquellos momentos.

Ally se puso a hacer la ensalada. De vez en cuando, miraba a PJ. Estar allí haciendo la cena con él le parecía la cosa más normal del mundo. ¿Más normal del mundo? ¡Pero si era surrealista!

Cuando tuvo terminada la ensalada, buscó los platos. La cocina estaba bien provista, lo que la llevó a preguntarse si PJ cocinaría a menudo para otras mujeres.

Entonces, se acordó de Annie Cannavaro.

Ella le había hablado de Jon, pero PJ no le había hablado de ninguna otra mujer.

Según el artículo que había leído en la prensa, salía con muchas. Tal vez, no hubiera ninguna especial en su vida. ¿Le diría la verdad si se lo preguntara?

—¿Y cómo es que decidiste dedicarte al arte textil? —le preguntó PJ entrando con la carne—. Recuerdo que hacías cosas en la playa, pero lo cierto es que me sorprendió cuando me enteré de que te estabas ganando la vida profesionalmente con ello.

—Estando en California, me puse a trabajar en una tienda de telas mientras iba a la escuela de Arte y me apeteció explorar, tenía acceso a cosas que normalmente no tienes, así que me dediqué a experimentar.

—Lo mismo que hacía yo con las velas de windsurf. Te comprendo. Sigue. Te escucho.

Ally dudó. Aunque se sentía a gusto contándole cómo aquella chica soñadora que había sido había conseguido hacer sus sueños realidad, era consciente de que aquélla no había sido su intención cuando había aceptado cenar con él.

—Tenemos diez años sobre los que ponernos al día, así que habla —le dijo PJ

leyéndole el pensamiento—. ¿O es que acaso te da…?

—¿Miedo? —lo interrumpió Ally sonriendo.

PJ sonrió también.

—Muy bien, te haré un resumen —accedió contándole lo que le había preguntado.

Y, mientras hablaba, se dio cuenta de que hacía mucho tiempo que no compartía sus inquietudes con nadie. Su tía Grace estaba tan orgullosa de los logros de su sobrina que nunca le preguntaba nada, su padre se contentaba con tenerla cerca ahora que estaba enfermo y Jon tenía cosas más importantes que hacer que ocuparse de sus «proyectos de costura». No se lo había dicho directamente, pero Ally sabía que le parecía mucho más importante salvar vidas.

Lo cierto era que Jon no solía hacerle muchas preguntas. A diferencia de PJ, que no paraba.

Y Ally siguió contestando. Tal vez, lo hizo porque estaba orgullosa de lo que había conseguido, tal vez para hacerle entender que había aprovechado realmente la oportunidad que le había dado al casarse con ella, tal vez para demostrarle que no era la mujer inmadura y grosera con la que se había encontrado hacía cinco años o, tal vez, tuvo que admitirse a sí misma, fue porque, por fin, alguien la escuchaba de verdad.

Para cuando terminaron de cenar, Ally había hablado mucho, pero PJ apenas le había contado nada.

—Bueno, ya basta de hablar de mí. Ahora te toca a ti.

Quizás acabara de abrir la caja de Pandora, pero necesitaba saber más cosas sobre el hombre que era su marido.

—Ya leíste el artículo —contestó PJ poniéndose en pie y comenzando a recoger la mesa.

—Aquello no era más que bla, bla, bla —insistió Ally—. Tú mismo lo dijiste.

—Lo básico era correcto —contestó PJ—. ¿Quieres más vino?

—No, gracias —contestó Ally pensando de repente en que, a la mañana siguiente, tendría que hablar con Jon, que, sin duda, le preguntaría de nuevo sobre el divorcio.

—Veo que no me quieres hablar de lo que has hecho durante estos años —

insistió.

—Trabajar, jugar al fútbol de vez en cuando e ir a Long Island a hacer surf cuando tengo un fin de semana libre.

—¿Me estás diciendo que llevas vida monacal? —bromeó Ally.

—Hago lo que puedo —contestó PJ sonriendo.

Ally puso los ojos en blanco. No era eso lo que decía el artículo, pero, antes de que le diera tiempo de insistir, llamaron al timbre.

—¿Quién será? —se preguntó PJ en voz alta.

Ally se puso en pie dispuesta a irse, pero PJ negó con la cabeza.

—Siéntate —le dijo—. No sé quién será, pero ahora mismo me deshago de quien sea.

Ally dudó. Mientras PJ iba a abrir la puerta, pensó que debía irse. Era evidente que PJ no se iba a dejar convencer para que firmara los papeles del divorcio y, aunque estaba muy a gusto con él, no era buena idea quedarse más tiempo.

Aquello la estaba desviando de su objetivo, la estaba haciendo volver a la complicidad y la confianza que habían tenido y, lo peor de todo, la estaba haciendo recordar la noche que había pasado haciendo el amor con él.

Pero aquello era el pasado y Jon era el futuro, no debía olvidarlo.

En aquel momento, oyó voces. Por lo visto, PJ no se había podido quitar de encima a la persona que había llamado a la puerta.

—¡No me lo puedo creer! —exclamó una mujer desde la puerta de la cocina, mirando fijamente a Ally.

Ally se encontró ante a una mujer menuda de alrededor de treinta años de pelo negro e increíbles ojos oscuros.

Aquellos ojos la escudriñaron y miraron a PJ de manera acusadora.

—Entonces, ¿es verdad? ¿Estás casado?