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LA SABIDURÍA DEL FRACASO
EL ENIGMA DE LA ESFINGE
CUANDO LAS PLAGAS AZOTARON A TEBAS, EDIPO CONSULTÓ A TIRESIAS, UN ADIVINO ciego, exactamente igual que hoy una persona que padece de la plaga moderna de la enfermedad emocional consulta a un terapeuta. Un adivino puede predecir el futuro gracias a que puede ver la naturaleza de las cosas; pero Tiresias era ciego: la visión de un adivino no es una función de la conciencia del ego, como la visión común, sino del inconsciente —función divina del hemisferio derecho, como piensa Jaynes—. El ojo de la conciencia puede equivocarse por la apariencia de las cosas, que a menudo contradicen su verdadera naturaleza.
Con la gente, es regla general que, mientras más elaborada es la fachada, mayor es el vacío interior. Un adivino debe entender la naturaleza humana si quiere predecir el sino del hombre.
El terapeuta ideal debería ser un adivino como Tiresias, capaz de leer el carácter y predecir el sino. Acudimos a él pidiendo consejos porque esperamos que sea sabio y comprenda la naturaleza humana. Sin esta comprensión, no es capaz de ayudar a sus pacientes a curar las disociaciones de su personalidad, que destruyen su armonía y unidad internas. En este capítulo veremos la naturaleza del hombre y trataremos de llegar a comprender qué es la sabiduría. Veremos que el enigma de la Esfinge contiene algunas claves importantes para entender la naturaleza humana, si nuestro análisis va más a fondo que las respuestas corrientes.
Edipo dijo que el hombre era el animal que caminaba en cuatro pies por la mañana (infancia), en dos al mediodía (madurez) y en tres al atardecer (ancianidad). Si bien ésta es la respuesta correcta al enigma, deja intacto el asunto más importante: ¿Cuál es la naturaleza de esa criatura que tiene tres formas distintas de pararse o de estar en el mundo? Antes sostuve que Edipo era culpable de arrogancia, la arrogancia del conocimiento: pensó que sabía y nadie es tan ciego como aquel que piensa que sabe.
Examinemos las tres etapas de la vida del ser humano para ver qué significan. Como niño que se arrastra sobre sus cuatro extremidades, el hombre es igual a todos los demás animales. El animal se caracteriza por la forma en que vive plenamente la vida del cuerpo, siguiendo sus impulsos y no conociendo otra necesidad que satisfacer sus deseos y urgencias. El niño humano es exactamente así. Nace como un mamífero, más desamparado y dependiente que otros jóvenes mamíferos, pero con los mismos instintos de supervivencia. Una acción instintiva básica, común a todos los mamíferos, es la de succionar el pecho para alimentarse. Nadie debe enseñar al recién nacido cómo realizar esta acción, ya que forma parte de su naturaleza. En las culturas primitivas y en las sociedades no industrializadas, los niños son amamantados hasta los cinco años, mucho después de ser capaces de caminar solos, de hablar y de ingerir alimentos sólidos. Este largo período de lactancia no sólo satisface las necesidades orales del niño, sino que fortalece su naturaleza animal, base de su ser. La neurosis se caracteriza tanto por cierto grado de trastorno sexual (impotencia orgásmica), como por una anomalía en el impulso de succionar, que se manifiesta en una incapacidad de inhalar el aire total y profundamente en el acto de respirar.
La segunda etapa comienza antes de haber terminado la primera y representa la fase de la existencia del hombre en la que es más humano, o sea, cuando es capaz de hablar. El uso del lenguaje es el atributo más propiamente humano y está íntimamente relacionado en el tiempo con la habilidad de caminar erguido sobre sus dos pies. El niño dice sus primeras palabras casi contemporáneamente con sus primeros pasos, alrededor del año. Hablando y caminando el hombre se separa del resto de los animales, entablando otro tipo de relaciones con el mundo que lo rodea. Mira el mundo con su visión bifocal y frontal, y, por su naturaleza, trata de dominarlo y controlarlo. Ya no es un actor pasivo de los acontecimientos. A través de su manipulación del medio, impone su voluntad sobre la naturaleza, convirtiéndose en un creador y, como tal, identificándose con Dios, a quien ve como el creador del universo. En esta etapa de su vida, el hombre aspira a ser como un dios, o sea, lucha por alcanzar la omnisciencia; la omnipotencia y la inmortalidad, atributos de un dios. Para inspirarse y obtener el conocimiento, mira hacia el cielo.
Es frecuente la idea de que el hombre posee una naturaleza dual. Erich Fromm habla de "la naturaleza paradójica del hombre, mitad animal, mitad simbólica".77 También se ha dicho que somos simultáneamente gusanos y dioses. Está dualidad se puede expresar en términos del ego y del cuerpo, de la autoconciencia y la inconciencia, de los hemisferios izquierdo y derecho. Si bien esta dualidad es inherente al hombre, se desarrolló a través de un proceso histórico en que apareció la conciencia del yo y el orden matriarcal fue reemplazado por el patriarcal. También hemos visto que la tensión entre los aspectos duales y antitéticos de la naturaleza del hombre lo hacen vulnerable a la enfermedad mental.
El enigma de la Esfinge agrega un tercer estadio a la vida del hombre, sin el cual parecería que estamos condenados a llevar una existencia dividida. ¿Cuál es el significado de este tercer estadio en el que el hombre camina apoyándose en tres pies? Se trata de una criatura extraña: no es animal y no es hombre, o tal vez se trate de que a esta altura es un hombre total y a la vez una bestia, como la Esfinge. Un tercer término es siempre necesario para entender las dualidades o contradicciones. En el pensamiento dialéctico, este tercer término se denomina síntesis y representa la conciliación en un nivel superior de la oposición que existe entre la tesis y la antítesis. Por ejemplo, nacimiento y muerte pueden considerarse como una relación dialéctica que emana de la vida: el nacimiento es el comienzo y la muerte el final de la vida, por lo que se trata de conceptos opuestos. La síntesis es el renacimiento o vida nueva, que surge de su interacción. Sin nacimiento y muerte no habrá renacimiento o nueva vida.
Un anciano ya no se puede sostener sobre sus dos pies, por eso usa el bastón. Ya no aspira a ser como un dios. Cercano al final de la jornada, está cansado. Acepta su mortalidad y la muerte pierde para él su carácter aterrador, considerándola a menudo un merecido descanso, un bienvenido cese de las labores, un regreso a los antepasados. En muchas culturas primitivas, los ancianos salen voluntariamente a morir a la intemperie para no molestar a los jóvenes, y lo hacen sin miedo.
El renacimiento no es necesariamente una reencarnación; es, ante todo, un regreso a la fuente vital, en el que el cuerpo regresa a la tierra de donde vino y el espíritu se convierte en parte del océano de la energía cósmica. Ambos se reunirán en la creación de otro cuerpo viviente. El individuo regresa al universo y deja de poseer características individuales. Como gotas de agua que caen al mar, perdemos nuestra separatividad. La analogía con el océano es apropiada porque, como sabemos, la vida comenzó en el mar. Cada vida cristaliza en la matriz universal; por eso, un niño se siente parte del todo, siente una íntima relación con todas las criaturas vivas; sus límites no se han establecido completamente, está abierto todavía a cualquier tipo de influencias.
La segunda etapa está marcada por un elevado sentido de la individualidad. Esto se debe seguramente al desarrollo y crecimiento del yo, que provee al ser humano de un sentido consciente del ser. Pero individualidad significa separatividad y ya no nos vemos como parte del amplio proceso de la vida en la Tierra, sino como seres únicos, cuya separatividad importa más que la comunidad. No sólo somos autoconscientes, sino que somos, de hecho, egoístas. Y puesto que nuestro ego no sobrevive a la muerte del cuerpo, vivimos con temor a la muerte. Quienes no están tan apegados a su ego y mantienen una fuerte identificación con su naturaleza animal, no le temen tanto.
Mientras vamos creciendo, ese sentido de separatividad se reduce lentamente. Los ancianos no viven a nivel del ego; sus asuntos no se refieren a su individualidad, sino al río de la vida, a la familia, la comunidad, la nación, la gente, los animales, la naturaleza, la vida. Pueden morir tranquilos si tienen la certeza de que la vida continuará por buen camino, ya que se sienten parte del río nuevamente y pronto serán parte del océano. Cuando son muy ancianos, ya no pertenecen a nuestro tiempo y espacio, sino a todos los tiempos y a todos los espacios. Laurens Van Der Post llega a una conclusión similar, tras observar a dos viejos bosquimanos que esperan la muerte porque ya no pueden seguir colaborando con la comunidad: "Tendremos el valor de encontrarnos con ella y darle sentido a nuestra forma de morir, si, como esos humildes y arrugados viejos bosquimanos, no nos hemos separado por encima de la totalidad de la vida".78
Examinemos cada una de estas etapas con más detalle. Nótese que las tres se relacionan con tres perspectivas temporales distintas. El niño, como todos los animales, vive totalmente en el presente. Por otro lado, el adulto vive en parte en el futuro, imaginándolo y planeándolo. Los seres humanos pueden proyectar toda su conciencia o parte de ella al futuro, y esto es capaz de provocar una ruptura momentánea de su percepción de la realidad. Un individuo puede caer en ensoñaciones tan vividas que pierda la conciencia de lo que está sucediéndole. La creatividad humana depende de modo directo de esta capacidad para proyectarse al futuro.
Las distintas perspectivas temporales del niño y del adulto se relacionan con los dos principios básicos que subyacen al comportamiento humano: el principio del placer y el principio de realidad. El primero establece que los organismos se empeñan en alcanzar el placer y evitar el dolor o la tensión. Todas las criaturas vivientes, incluyendo al hombre, obedecen este principio que gobierna soberano el comportamiento del niño. Pero en el caso del adulto, hay un principio secundario que modifica la acción del primero. El principio de realidad establece que el placer se puede posponer o que puede soportarse el dolor en beneficio de un placer mayor, o para evitar un dolor mayor en el futuro. La acción del principio de realidad depende de la capacidad para anticipar una situación futura. En cierto grado, todos los animales la tienen, puesto que es la base del aprendizaje. En el ser humano adulto, sin embargo, está mucho más desarrollada y es más consciente, a punto tal que la diferencia de grado se transforma en una diferencia de clase.
Los problemas surgen cuando somos incapaces de mantener el equilibrio entre estas dos perspectivas. Con la industrialización, la cultura tiende a dirigirse más y más hacia el futuro. Casi todos, desde el niño que inicia su educación sistemática hasta el país más gigantesco, están dedicados a sus planes, proyectos y programas. No se trata simplemente de alcanzar una meta particular, ya que, tan pronto como ésta se logra, surge otra nueva. A esto se lo llama progreso, el que compromete a la gente con una actividad sin fin, con un hacer que es la antítesis del ser. Estamos tan entrenados para mirar hacia adelante, que, tan pronto iniciamos nuestra carrera profesional, ya comenzamos a planificar nuestra jubilación. Tan pronto un niño ingresa a la escuela, o incluso antes, él y su familia planifican su futura carrera universitaria. La gente trabaja a fin de labrarse una posición para su ancianidad o su muerte. Demasiado a menudo, ésta se produce antes de haberla logrado.
Este interés exagerado por el futuro despoja al presente de su sentido y su placer. Y, como el futuro emana del presente, la pérdida del presente transforma el futuro en un sueño o en una ilusión. Es como intentar construir un edificio sin cimientos. No es sorprendente que tanta gente termine en la depresión o tenga tan poco sentido de su ser. Cuando el futuro se antepone al presente, cuando el hacer niega al ser, comienzan los problemas. Se puede llegar a un equilibrio adecuado sólo si el individuo o la sociedad se basan en su cuerpo, su presente y en el ser. Así, el yo, el futuro y el hacer se asientan en bases sólidas. En un nivel mas profundo, los cimientos mismos descansan en el ser, como parte de la Tierra y de la naturaleza.
¿Cuál es la perspectiva temporal de la tercera etapa de la vida? Si el niño vive en el presente y el adulto en el presente y el futuro, ¿qué sucede con el anciano? En la medida en que se envejece y la visión se debilita con la edad, el futuro se desdibuja, el presente se toma nebuloso, pero el pasado sé vuelve vivido y real. Es típico de los ancianos mirar hacia atrás. Este es realmente un fenómeno sorprendente. Significa que los ancianos son nuestro vínculo con el pasado, cumpliendo así una función muy importante en la sociedad. El pasado se puede leer en los libros, pero cuando es rememorado por un anciano que lo ha vivido, tiene una significación diferente.
El concepto de las tres etapas de la vida del hombre, o de los tres elementos presentes en cualquier análisis de las funciones vitales, es dialéctico. Hay una unidad original que, por obra de la conciencia, se divide en aspectos opuestos o antitéticos, para lograr una síntesis en un nivel más elevado. El principio dialéctico se puede aplicar también a la forma en que se procesa la información. Las dos formas antitéticas de procesar la información son la comprensión y el saber. Los polluelos recién nacidos de un gallinero "saben" qué comer. Pero el término "saber" no es correcto en este caso, ya que ellos reciben información a través de los órganos del olfato, la vista y el gusto, información que se procesa inconscientemente para encaminar sus acciones. A esto yo lo llamo comprensión. Saber significa que la información ha sido procesada conscientemente. Examinemos cada una de estas formas con más detalle, a fin de poder llegar a la síntesis.
La segunda edición del Webster's New International Dictionary cita a Coleridge, quien dice que la comprensión es "el poder de relacionarse con las impresiones de los sentidos y componerlas en un todo". Esto es lo que hacen los polluelos cuando comen algunas cosas y desechan otras. Ellos comprenden qué es bueno y qué no lo es. Los niños poseen la misma habilidad. Por cierto, esta comprensión se limita a aquellas impresiones sensoriales cuyo significado ha aprendido 1a mente a través de la historia evolutiva de la especie. Comprender significa "qué hay debajo". Debajo de un niño (o de un pollo, en este caso) hay millones de años de historia evolutiva que han informado al cuerpo-mente qué significa ser un niño (o un pollo). La comprensión se difunde por todos los tejidos del cuerpo, que siente y responde inteligentemente al medio ambiente natural. Seifritz, que estudió el légamo durante muchos años, comenta acerca del protoplasma: ''No puedo decir que sea inteligente, pero sí que hace cosas inteligentes".
Jaynes también deriva la comprensión de lo que "está debajo". En la jerarquía de poder del reino bicameral, el hombre está debajo de su dios. Interpretando un grabado en metal del año 1750 a. C. aproximadamente, Jaynes señala: "Hammurabi escucha con atención, mientras se coloca justo de bajo de él (lo comprende)".79 Puesto que, de acuerdo a Jaynes, los dioses son funciones del hemisferio derecho, que tiene que ver con el todo, podemos relacionar la comprensión con ese hemisferio, en contraste con el conocimiento o saber, que sería una función del poder analítico del hemisferio izquierdo.80
El conocimiento o saber pertenece a la segunda etapa de la vida, la propiamente humana. El diccionario lo define como la adquisición de hechos, verdades y principios derivados del estudio y la investigación. Concierne a la adquisición consciente de información e implica el uso del lenguaje y otros símbolos. Si la comprensión se relaciona con los procesos sensibles del cuerpo, el conocimiento se relaciona con los procesos de pensamiento de la mente. En términos generales, comprender es sentir desde abajo, desde el cuerpo, en tanto que conocer es ver desde arriba, desde la mente o la cabeza. La diferencia entre comprensión y conocimiento queda clara si la remitimos al sexo. Creo que el niño comprende lo que es el sexo, y esto no debe sorprendernos, pues no hace mucho que fue concebido en un acto sexual y está muy próximo a su nacimiento, producto final de ese acto. El sexo forma parte de su naturaleza, pero en esta etapa no tiene conocimiento alguno de esos asuntos.
Conocer es una función del ego que en su desarrollo adoptará eventualmente un objetivo y una posición superiores en relación al cuerpo. Sería espléndido que nuestro conocimiento creciera en la misma medida en que se profundiza nuestra comprensión, pero por desgracia esto no sucede con frecuencia. Muy a menudo, lo que creemos saber contradice nuestra comprensión y, en el conflicto entre ambos, tendemos a favorecer al conocimiento y a negar nuestra comprensión. Permítaseme dar un ejemplo. Sabemos que el poder es una fuerza importante en este mundo y que sin él somos vulnerables. Por ello, hacemos enormes sacrificios para lograrlo. Sacrificamos nuestro placer, nuestra integridad y nuestra paz interior para obtener poder bajo la forma de dinero y éxito. Comprendemos que el placer, la integridad y la paz interior son esenciales para nuestro bienestar, pero no sabemos que es así. No se trata de un hecho comprobable, como lo es el efecto del poder. Tendemos entonces a ignorar esa comprensión.
He aquí otro ejemplo. Los pediatras han estudiado las necesidades dietéticas del niño durante mucho tiempo, adquiriendo algún conocimiento acerca de este tema. Los pueblos primitivos carecían de ese conocimiento, pero comprendían cómo debían alimentar a sus hijos, y eso funcionaba. A medida que ha aumentado nuestro conocimiento, sin embargo, ha ido disminuyendo el amamantamiento. La gente parece tener más fe en el conocimiento que en la comprensión.
Otro ejemplo. Todos comprendemos que el hombre forma parte de la naturaleza y que su existencia depende del equilibrio ecológico del medio ambiente natural; pero a medida que fuimos ganando en conocimientos acerca de las leyes naturales y aprendiendo a controlarlas para dar solución a nuestras necesidades, hemos tendido a ignorar la comprensión inherente a nuestra naturaleza animal. ¿Por qué? Bueno, porque conocimiento es poder. Poder para controlar los efectos, manipulando las causas. Esto da al hombre la impresión de ser como un dios, aliviando su angustia y mitigando su inseguridad. La comprensión no ofrece estas recompensas, ilusorias. Son ilusorias porque a medida que aumenta nuestro poder, parece que sufrimos más angustia e inseguridad que antes. Y cada vez hay más gente que necesita de la terapia para hacer frente a estas enfermedades.
El inconveniente de nuestra preferencia por el conocimiento y el poder reside en que el primero es imperfecto e incompleto y el segundo es demasiado limitado. Sólo Dios es omnisciente y omnipotente y es una ilusión creer que podemos llegar a ser dioses. Nuestro conocimiento será siempre parcial, pues sólo somos una parte del orden total de la naturaleza. Sólo podemos ver un aspecto a la vez. En física, esto se conoce como el principio de la incertidumbre: en relación a partículas muy pequeñas, como los electrones, cuando conocemos su posición, no podemos determinar la dirección del movimiento o su velocidad y, desconociendo esto último, no podemos conocer en realidad su posición. Desgraciadamente, a la mayoría de la gente de nuestra cultura se le inculca que el conocimiento es algo cierto.
Cuando los hechos se conocen a través de un estudio o investigación personal, el conocimiento puede ser bastante cierto. Sin embargo, gran parte del conocimiento que damos por sentado representa la opinión de "autoridades" que, muy a menudo, hablan como si poseyeran la omnisciencia de Dios. Y cuando el conocimiento se presenta en forma de un libro, se lo respeta como si fuera sagrado. Esto es peligroso porque subvierte el papel de la comprensión y, en lugar de basar el conocimiento en la comprensión, tratamos de derivar nuestra comprensión del conocimiento... lo cual es como tratar de poner una casa patas para arriba, haciéndola apoyarse en el tejado. Ningún padre puede comprender al niño leyendo libros sobre psicología infantil, así cómo ningún terapeuta puede comprender a un paciente estudiando libros de psicología clínica. Comprender es un proceso de empatía, que depende de la respuesta armónica de un cuerpo ante otro.
Y no se trata de negar el valor del conocimiento, sino simplemente de una cuestión de prioridades. Cuando trabajo con un paciente me baso mucho en mi respuesta empática hacia él. A través de mi cuerpo puedo sentir cómo se maneja y cómo se desenvuelve en el mundo. Mientras no sienta a la persona que tengo delante, no puedo tomar ninguna iniciativa, porque sólo podría basarme en mis conocimientos, que quizá sean irrelevantes en este caso. La empatía surge espontáneamente de mi inconsciente y, una vez que se produce, puedo hacer uso de mi conocimiento para interpretar mi reacción. Para operar de esta manera, debo confiar en mí sensibilidad; no hacerlo carece de sentido.
Veamos ahora la tercera etapa del hombre, en la que podemos encontrar una síntesis del conflicto entre conocimiento y comprensión. A esta síntesis se la llama sabiduría y se la asocia con los ancianos. La sabiduría consiste en darse cuenta de que el conocimiento que no se basa en la comprensión es inútil, porque no está referido al todo. Por otra parte, la comprensión sin conocimiento es impotente, pues carece de la información fáctica necesaria para controlar una situación o para realizar un cambio. El anciano vivió en el presente cuando era niño, se proyectó hacia el futuro siendo adulto y ahora, mirando hacia atrás, puede ver qué significa todo eso. La sabiduría consiste en entender que la vida es un viaje cuyo sentido está en el trayecto mismo y no en la llegada. Una persona sabia es como la Esfinge, porque ha conciliado en sí misma las fuerzas opuestas de la naturaleza humana: el cuerpo animal y la mente de un dios.
Básicamente, la terapia apunta a la adquisición de la sabiduría. Se mira hacia atrás en el pasado en un esfuerzo por llegar a una comprensión del propio ser que, sumada al conocimiento de la vida, produzca la sabiduría. Puesto que el pasado está enterrado dentro del ser, en el inconsciente, mirar hacia atrás significa también mirar hacia adentro. La comprensión que se logra en esta búsqueda suele llamarse insight. En la bioenergética, esta búsqueda se efectúa por dos caminos paralelos: a través del análisis de los recuerdos, los sueños, las asociaciones y la situación transferencial, y a través del cuerpo, depositario de todas las experiencias. En otro lugar, he descrito en qué consiste la bioenergética y recomiendo la lectura de ese estudio.81
No es preciso llegar a la vejez para adquirir sabiduría; ésta puede desarrollarse naturalmente si los conocimientos que aprendimos se integran a la comprensión que tenemos, si nuestra cabeza se une realmente a nuestro cuerpo. Pero éste no es el camino que ha seguido nuestra cultura, la que divide estos aspectos del hombre. Hoy, para lograr sabiduría, es necesario haber vivido lo suficiente como para ser capaz de mirar hacia atrás, hacia el pasado, con alguna objetividad. Esto explica por qué Jung creía que el análisis es más eficaz en personas de más de cuarenta años de edad, y también por qué es difícil hacer terapia analítica tradicional con niños y adolescentes. Los niños viven demasiado en el presente, mientras que los adolescentes miran al futuro. Y así debe ser, porque los jóvenes necesitan soñar y los niños necesitan de su inocencia. Pero, a menudo, también necesitan ayuda. Hay muchas maneras de ayudarlos. En mi opinión, trabajar con el cuerpo es una de las mejores. La terapia familiar es otra vía efectiva que, al centrarse en la interacción entre padres e hijos, abre las puertas a la comunicación entre ellos.
Adquirir sabiduría es un proceso que implica ver y aceptar las contradicciones de la naturaleza humana, incluyendo la de nuestros padres. Al comienzo, nos enoja, incluso nos pone furiosos, su falta de amor, su manipulación y su insensibilidad. Sentimos tristeza por su falta de respuesta, experimentamos el temor que su desaprobación y hostilidad hizo surgir en nosotros. Lloramos, gritamos y nos encolerizamos por el dolor que hay en nuestro cuerpo a raíz de esos traumas infantiles. Estos sentimientos son válidos, puesto que son nuestros y nosotros somos suyos. Cada sentimiento es una percepción del ser propio (sentir es percibir el propio ser en movimiento, en esa "moción" que es la emoción). Al negar o sofocar un sentimiento se reduce y mata al ser, pero con el tiempo y cuando nuestro dolor se alivia, comenzamos a comprender a nuestros padres en términos de su propia situación vital. Así, en la medida en que nos liberarnos de las ataduras con el pasado, descubrimos que nuestros padres nos amaron tanto como les fue posible hacerlo. Porque sin amor no hay vida.
Sabiduría significa ver el corazón de las cosas, por debajo de la superficie de nuestras contradicciones, donde no hay ni bien ni mal, ni correcto ni incorrecto. Significa ver al ser humano como el animal que es, luchando por lograr seguridad y a la vez libertad, por ser productivo y también feliz, por buscar el placer sin desconocer el dolor, por esperar trascendencia y al mismo tiempo conformarse por estar contenido en un cuerpo finito. Significa saber que el amor no existe sin la posibilidad del odio y que hay un tiempo para vivir y un tiempo para morir. Es conocer la gloria del florecimiento de la vida, que parece desvanecerse demasiado pronto, pero deja detrás una semilla que florecerá otra vez en su momento. Es saber que el individuo existe para celebrar la vida.
RECONCILIANDO
LAS
CONTRADICCIONES
La naturaleza humana está llena de contradicciones. Una de ellas se vincula con el tan discutido asunto de la libre voluntad. ¿Es nuestro comportamiento producto de una elección, o está determinado por la experiencia del pasado?
Todos creemos que, dentro de ciertos límites, escogemos cómo reaccionar ante determinadas situaciones. ¿Acaso no elegimos deliberadamente la ropa que usamos por la mañana, la comida que comemos, la carrera que queremos y la persona con quien casarnos? ¿No podemos escoger ser honestos o deshonestos, amables o crueles, generosos o egoístas? Negar que el individuo elige en su vida choca con nuestra experiencia personal. En innumerables ocasiones en el transcurso del día, optamos consciente y deliberadamente por algunas cosas, desechando otras. En la medida en que somos conscientes y estamos en plena posesión de nuestras facultades, nos parece que tenemos una opción.
Sin embargo, toda la evidencia analítica apunta al hecho de que nuestro comportamiento está determinado por la experiencia del pasado. Quienes llevan a cabo cualquier tipo de terapia analítica estudian el pasado del sujeto para entender por qué siente y se comporta como lo hace en el presente. Si sondeamos con cuidado en el inconsciente de una persona, generalmente encontraremos algunas respuestas para explicar su comportamiento. He aquí un ejemplo.
Alguien solicita ayuda terapéutica porque no es capaz de establecer relaciones significativas con los demás. Teme el rechazo, se siente rechazado y actúa en forma tal que provoca ese rechazo. Es incapaz de abrirse y llegar hasta la gente. Aunque desea desesperadamente contactarse con los demás, se retira y se cierra cuando se le ofrece el contacto. ¿Por qué? En el análisis de un caso semejante, se descubre invariablemente que el individuo experimentó un serio rechazo en su infancia, tan doloroso, que lo hizo contraerse y encerrarse en sí mismo como autodefensa. Ya adulto, siente que no debe arriesgarse a otro rechazo, porque no sería capaz de sobrevivir a él. Evita este peligro manteniéndose aparte, alejado, como si de hecho hubiera sido rechazado. Si uno es rechazado por no abrirse, no duele; duele sólo cuando se abre a los demás y sale a buscarlos y es rechazado; mientras esté contraído en su reducto el sujeto no tendrá esperanza ni dolor, solamente soledad.
¿Puede hablarse de elección en un caso semejante? ¿Es acaso una opción para una persona meter o no las manos en el fuego? Si se ha quemado al tocar una estufa, será cuidadosa y nunca volverá a hacerlo. Sólo un loco lo intentaría dos veces. La experiencia pasada estructura nuestro comportamiento para asegurarnos la sobrevivencia. No nos encerramos, no nos acorazamos o retiramos por elección, sino por necesidad. Nadie escoge deliberadamente un estilo de vida neurótico, ya que es una limitación del ser. El proceso de acorazamiento es una forma de sobrevivir, una manera de evitar un dolor insoportable. Así, cuando ese encierro o acorazamiento se ha estructurado en el cuerpo, o sea, se ha vuelto inconsciente, ya no tenernos opción en el presente entre abrirnos o no. Una.puerta cerrada no puede abrirse sin poseer la llave.
La psicología es de muy poca ayuda en esta situación. El individuo puede darse cuenta de que su estado retraído siempre lo hará sentirse rechazado, de que si no se abre, forzosamente los demás lo rechazarán. Pero no puede cambiar su forma de ser tomando una decisión, porque el control consciente del comportamiento se limita a las acciones volitivas. La mente consciente, actuando a través del ego, ordena los movimientos voluntarios del cuerpo. Pero esta orden ya fue contrarrestada sobre aquellos movimientos relacionados con los sentimientos suprimidos. Esta supresión del sentimiento implica un estado de contracción crónica de los músculos que expresan el sentimiento. La tensión muscular crónica es inconsciente, o sea, el individuo no siente la tensión o el músculo y, por lo mismo, no tiene control sobre su movimiento. Además, el sentimiento en general no está sujeto a la voluntad. Una persona puede desear salir del encierro desde la voluntad, pero, sin sentimiento, todo lo que haga será mecánico e inútil. Nadie puede influir directamente sobre los procesos corporales inconscientes que han estructurado la personalidad y determinado sus respuestas.
Tomemos el caso de una persona que lucha con su necesidad de poder y control excesivos. Invariablemente, el análisis mostrará que, siendo niño, sufrió de un sentimiento de desamparo e impotencia que amenazaba su supervivencia. Su afán de poder puede considerarse, pues, una forma de asegurarla. Nuevamente, no se trata de una elección, sino de una necesidad. Podemos tomar el caso de una persona cuyo comportamiento es sumiso y pasivo. ¿Es el resultado de una elección? Una vez más, el análisis revelará que no lo es, que esta forma de comportamiento se adoptó para sobrevivir. En su experiencia familiar infantil, tenía que optar entre someterse y sobrevivir, o rebelarse y ser destruido. Esto no puede considerarse una elección.
Estos descubrimientos analíticos (algunos de los cuales se remontan a más de setenta años atrás) son indiscutibles. Hay pruebas inequívocas de que incluso nuestras llamadas opciones profesionales, nuestra elección de amistades, de un lugar para vivir, etc., están en gran medida determinadas por nuestra experiencia anterior. En la medida en que comenzamos a conocernos a través del análisis, advertimos hasta qué punto nuestras respuestas en tanto adultos están condicionadas por acontecimientos ocurridos en nuestra infancia. Hoy yo no puedo comer harina de avena porque me atraganté con ella siendo niño y mi madre insistía en que la comiera, a pesar de todo. En la historia de cada uno de nosotros hay innumerables casos de este tipo de condicionamiento, que hacen que nos sorprendamos de lo poco que en realidad podemos elegir en la vida.
No obstante, la aceptación del determinismo plantea un gran dilema; ¿Hasta qué punto es el individuo responsable de sus actos si su comportamiento está en gran parte predeterminado y muy poco de él está sujeto a su voluntad? ¿Que posición debe tomarse ante una conducta criminal que, en todos los casos en que se han analizado profundamente los antecedentes personales, demuestra ser el resultado de experiencias vitales tempranas? ¿Diremos que no debe castigársela porque el individuo no es responsable de las situaciones en las que no pudo elegir?
Obviamente, la sociedad no puede funcionar sin suponer que el individuo adulto es responsable de sus actos. La vida social sería imposible sin esta base. Pero suponer esto implica la existencia de una voluntad libre y la oportunidad de elegir entre lo correcto y lo incorrecto. De acuerdo al Génesis, cuando el hombre comió el fruto del árbol del conocimiento, fue cómo Dios: conoció el bien y el mal, perdiendo la inocencia que caracteriza al animal y, con ella la dicha paradisíaca de la ignorancia. Merced al conocimiento, el hombre se convirtió en Homo sapiens. Sabiendo distinguir entre el bien y el mal, pudo ser considerado responsable de sus actos. Es sobre la base de este principio que perdonamos las faltas que cometen los niños, que aun son considerados animales, y los locos, que son incapaces de discernir.
La contradicción entre el determinismo y el libre albedrío es insoluble. Mirando hacia atrás, parece que nuestro comportamiento está predeterminado; mirando hacia adelante, parece que, puesto que sabemos distinguir entre el bien y el mal y tenemos voluntad, podemos hacer uso de este conocimiento de manera constructiva o destructiva. Si consideramos que ambas formas de ver la condición humana son válidas y que todo depende de cómo se miren las cosas, logramos un poco de sabiduría, al conciliar la contradicción. La sabiduría es la capacidad de mirar hacia adelante y hacia atrás para ver ambas caras de la vida, sin engaños.
Pero, ¿acaso no es ilusorio pensar que el hombre distingue el bien del mal? Sus padres le enseñaron ciertas normas de conducta, que ellos a su vez aprendieron de sus propios padres. Estas reglas varían entre una cultura y otra, pese a lo cual cada cultura cree que sus normas se basan en el conocimiento del bien y del mal. Si esta creencia fuese válida, el hombre sería semejante a Dios. Pero si es una ilusión, debemos reconocer que, tal vez, la ilusión es necesaria para dotar a tales reglas con una autoridad. La sociedad adopta ciertas normas de comportamiento para facilitar la convivencia, y si la comunidad prospera, esas reglas se van estableciendo gradualmente como verdades para esa comunidad. Tal vez se olvide, entonces, que se establecieron por costumbre y no en virtud de una ley divina. La pregunta importante acerca de cualquier regla de conducta es si promueve o no el bienestar de la comunidad. Un hombre sabio puede aceptar esta contradicción y vivir con ella, no turbándose ante frases como "parece ser que...", ya que no se hace ilusiones acerca de la certeza del conocimiento humano.
La cuestión del libre albedrío o del determinismo no es sólo un interrogante filosófico, sino que es esencial para la labor terapéutica. ¿Hasta dónde puede el paciente elegir su comportamiento neurótico? Al trabajar con un paciente, siempre parto de la base de que es incapaz de cambiar de estado. Si no pensara así, debería acusarlo de simular, de haber resuelto estar enfermo por los beneficios secundarios que eso puede proporcionarle. Aparentar enfermedad es una forma de llamar la atención y el comportamiento autodestructivo es una forma de vengarse de alguien. Por ejemplo, para preocupar a su madre el niño no comerá. En este caso, cabe deducir que adoptó ese comportamiento negativo porque una actitud positiva habría sido más dolorosa para él. El niño evitará la comida, si comer significa tragarse también algún daño o humillación. Podemos comprender, asimismo, que el niño que debe simular una enfermedad para llamar la atención debe estar de hecho emocionalmente enfermo por esa falta de atención.
Pero si un paciente es impotente para sobreponerse a su neurosis, ¿qué responsabilidad tiene en ello? Por supuesto, es responsable de su vida, igual que cualquier otro ser humano adulto. Nadie puede respirar por él, sentir por él, vivir por él. Si no vive su vida, está perdido, y se debe esta responsabilidad a sí mismo. Parte de esta responsabilidad supone una autocomprensión, lo que implica darse cuenta de los temores, ansiedades y culpas que lo bloquean, impidiéndole estar totalmente vivo. Nadie puede superar sus propios temores, ya que esto supondría usar el sí-mismo para sobreponerse al sí-mismo, lo que es imposible. El paciente no se sentirá mejor evadiendo sus dificultades, sino aceptándolas y comprendiéndolas. Aprenderá que sus temores y ansiedades emanan de sus primeros años, que ya no existen, excepto en su imaginación. Si puede derribar las defensas que erigió frente a estas situaciones, podrá liberarse de esos temores, ansiedades y culpas que, limitan su ser.
Abandonar las posiciones y actitudes defensivas no requiere un esfuerzo de la voluntad. Es lo que los terapeutas definimos como "soltarse", un soltar la voluntad, una entrega a los procesos naturales y espontáneos del cuerpo y la vida. En cambio, el sistema defensivo originalmente desarrollado como una forma de supervivencia constituye en el presente una defensa contra la vida y representa el miedo de vivir. Fue erigido mediante la voluntad y su persistencia está ligada al ejercicio constante de ésta, aunque ya en forma inconsciente. El paciente necesita darse cuenta de que está aplicando su voluntad, haciendo un esfuerzo, o haciendo algo inconscientemente para defenderse de la vida. Ilustraré esta idea.
El mecanismo básico para la supresión de un sentimiento es la inhibición de la respiración. Al reducir la ingesta de oxígeno, apagamos el fuego metabólico y disminuimos nuestro nivel de energía. Esto, a su vez, disminuye la intensidad de nuestros sentimientos, siendo más fácil suprimirlos y controlarlos. Para movilizar los sentimientos suprimidos, es preciso, por lo tanto, hacer que el paciente respire más profundamente. Esta es la técnica que Reich utilizó conmigo cuando fui su paciente; es una técnica poderosa y, a veces, experimenté sentimientos muy fuertes.82 Sin embargo, muchas otras veces, mientras respiraba tendido en la cama, no sucedió nada, porque estaba respirando débilmente. Entonces, Reich, sentado frente a mí, solía decirme que respirara más profundo; yo hacía un esfuerzo por acatar su orden, pero eso tampoco funcionaba. El esfuerzo requería del uso de mi voluntad, lo cual producía un efecto inhibitorio sobre mis sentimientos y emociones, por tratarse de un control consciente. Por esta misma razón, los ejercicios respiratorios no hacen surgir espontáneamente los sentimientos: se trata de soltar la respiración, no de provocarla.
Se suponía que yo debía entregarme a la respiración espontánea de mi cuerpo, ya que sólo de ese modo lograría mi plena fuerza orgásmica. El orgasmo total es la actividad espontánea más intensa del cuerpo; no se "hace" un orgasmo, así como no se "hace" una respiración. Ambas actividades son naturales e involuntarias del cuerpo. Mi débil respiración se debía al hecho de que, inconscientemente, estaba restringiéndola, reteniendo parcialmente el aliento, porque temía soltarme y permitir que tuvieran lugar los procesos involuntarios del cuerpo. Al darme cuenta de ello, pude soltarme y comencé a llorar. Tomé conciencia de cuánto me había contenido para no expresar mis sentimientos. "Contenerse", poniendo en tensión los músculos, es un hacer, una acción de la voluntad. Soltarse es dejar de hacer y permitir que la vida fluya. La vida es un movimiento espontáneo que no necesita de la voluntad.
La voluntad es una función del ego y representa el control de éste sobre los movimientos volitivos, control a través del cual el yo puede realizar acciones que van contra el sentimiento corporal inmediato. La persona puede sentir que está perdiendo una carrera y que, sólo gracias a su voluntad, podrá ganar. Puede sentirse mortalmente aterrorizada ante un peligro, pero con suficiente fuerza de voluntad, dominará su miedo y superará el peligro. La voluntad no es una fuerza negativa, si bien puede aplicársela en desmedro del individuo. Es una fuerza adicional que llevará al cuerpo a la acción cuando el sentimiento sea poco adecuado para esta tarea. Normalmente, se usa sólo en situaciones de emergencia.83 Cuando la voluntad toma el mando, el ego pone un arnés al cuerpo, como el jinete al caballo. La voluntad es también el arnés que el sistema patriarcal y sus valores —poder, productividad y progreso— le imponen al individuo.
La contradicción del pensamiento moderno radica en considerar que el poder y la productividad liberan al hombre. Se apoya en la creencia de que con suficiente poder el hombre puede hacer lo que quiera. No cabe duda de que la habilidad del hombre para hacer se ha incrementado considerablemente, en la medida en que ha ganado conocimiento y poder. Y, desde cierto punto de vista, puede argumentarse que su mayor movilidad y la amplitud de sus actividades representa más libertad de la que conocieron sus antepasados, Jaynes describe al hombre civilizado primitivo como un esclavo de los dioses. Pensamos en el animal como en un esclavo de sus instintos, pero estamos igualmente atados a nuestro sistema por un sentimiento de culpa, como Freud lo señaló. Estamos literalmente atados por tensiones musculares crónicas que limitan nuestra respiración, deprimen nuestra energía e inhiben la libre expresión del sentimiento. En la práctica, estamos dominados por un ego que puede ser tan tiránico como cualquier déspota.
El dilema humano surge porque el esfuerzo por superar la naturaleza o el sino puede conducir aun sino más horrible que el que se trata de evitar. Así, parece que mientras más seguridad externa se construye el hombre, mayor es su inseguridad interior. Del mismo modo, mientras más libertad exterior obtiene, menor es su libertad interior.
Una de las contradicciones de la naturaleza humana es que la conciencia de la libertad está condicionada por su pérdida. Pensamos que un animal que vive en estado natural es salvaje y libre porque puede hacer lo que quiera, puede actuar libremente, de acuerdo a sus deseos. Sin embargo, el animal no es consciente de ser libre. Esta conciencia puede surgir sólo cuando el estado de libertad entra en contraste con su opuesto. Sólo cuando se ha perdido la libertad se puede ser consciente de lo que ésta es. La conciencia se desarrolla a través del reconocimiento de los opuestos.84 Por este mismo principio, el amor sólo puede concebirse merced a la experiencia de su pérdida. Un niño que no ha experimentado esa pérdida sólo es consciente del placer y la plenitud de su ser. Como un animal, el niño vive en el éxtasis de la ignorancia, inocente y desconocedor de su sino. Un adulto que ha desarrollado la conciencia del ego, mira el futuro y concibe el sino, pero en virtud de esa misma capacidad, se arriesga a perder su libertad en su lucha contra él.
El concepto de libertad está asociado con la idea de elección por cuanto, sin el derecho de elegir, no hay libertad. Ciertamente, si se niega a una persona ese derecho, habiendo opciones disponibles, se limita su libertad. Por ejemplo, en los hogares en los que todos deben comer lo que se ha cocinado ese día, nadie se siente constreñido por la falta de elección. De hecho, la disponibilidad de opciones se experimenta a menudo como una restricción, a causa de la necesidad de tomar una decisión. Tratar de elegir un plato de un menú en el que todos son igualmente atractivos puede llegara ser difícil. Uno no se siente libre hasta haber tomado la decisión. Así pues, si libertad significa elección, lo que requiere tomar una decisión, se acaba con una carga que implica pérdida de libertad. Cuánto más fácil y agradable puede ser la vida cuando no hay que tomar decisiones porque el deseo personal es tan claro y fuerte que no da opciones al comportamiento.
Hablando en términos personales, odio tener que tomar una decisión, ese proceso me hace sentir acorralado .En mi vida, muy rara vez he tomado la decisión correcta; todos los movimientos apropiados y que tuvieron un efecto positivo en mi vida no fueron el resultado de una elección deliberada; actué porque mi deseo era tan fuerte que no daba lugar a elecciones. No escogí a mi esposa, sino que me enamoré de ella. No elegí enamorarme, me tomó desprevenido, de modo que no hubo lamentaciones ni "¿qué ocurriría si...?" que estropearan mi decisión de casarme. Tampoco escogí mi carrera. Nunca pensé seriamente en ser médico, hasta que conocí a Wilhelm Reich y su sistema terapéutico. Una vez que comencé a practicarlo, sentí que debía ser médico. Mirando las cosas retrospectivamente, parece haber sido un asunto del sino: no había elección posible. Si no hay que sopesar las alternativas, no hay ambivalencia y la decisión parte desde el corazón.
En aquellas situaciones en las que la acción fluye directamente del sentimiento, se tiene la mayor sensación de ser libre. Interrumpir ese flujo es eliminar la sensación de libertad. Cabe pensar que la libertad es equivalente al ser; podemos imaginarla como un arroyo que desciende por la montaña, como un río que fluye hacia el mar. El río obedece simplemente una ley natural, la ley de la gravedad, pero en el proceso de cumplir su sino para llegar al océano, es libre. Detener el flujo implica una falta de libertad. El río, en su fluir hacia el mar, es simplemente río; dejará de serlo cuando sea contenido, transformándose en lago. En el individuo, hay también una corriente vital cuyo fluir a través del tiempo es semejante al correr del río a través del espacio. Su sino es converger en el gran océano, al final de la vida individual. Podemos avanzar con la corriente, o podemos tratar de ir más despacio o de detenerla; en este caso, perderemos nuestra libertad, sin lograr vencer nuestro sino.
Aparentemente, es una contradicción decir que somos más libres cuando no tenemos elección, cuando simplemente estamos consumando nuestro ser, porque la conciencia de la libertad se asocia con la idea de elección. Esta contradicción, como la anterior, surge de la naturaleza dual del hombre. Como el niño o el animal, el hombre es libre sin saberlo. En tanto adulto que aspira a ser dios, equipara la libertad a la capacidad para ejercer su voluntad. Ambas posiciones son igualmente válidas. La libertad en la naturaleza es diferente a la libertad en la cultura, donde la incapacidad de ejercer la voluntad denota sumisión a la voluntad de otro. Es una pérdida de libertad, puesto que es una negación del derecho de expresar los sentimientos. Un individuo puede no tener el derecho de hacer lo que quiera, pero insistimos en que debe tener el derecho de decir lo que quiere. En la naturaleza o en la cultura, la libertad es inseparable del derecho de auto-expresión.
En la mayoría de los casos, es este derecho el que se le niega al individuo. Es educado para aceptar los valores de una cultura que coloca el poder por encima del placer, la productividad por sobre la creatividad y el progreso material por encima de la armonía espiritual. Es adoctrinado con la idea de que pensar es una virtud superior a sentir y que el éxito es la meta de la vida. No siente la pérdida de su libertad al ser uncido al sistema industrial. Conste que no estoy abogando porque renunciemos a nuestras aspiraciones, neguemos nuestra mente y nos transformemos en simples animales; esto no sería sabio. La sabiduría es equilibrio, y asentarse sobre tres pies (anciano), como un taburete de tres patas, es la postura que ofrece el mejor equilibrio. Cuando se ha llegado a viejo, se sabe que hacer sólo es válido cuando intensifica el ser, y que el pensar tiene sentido sólo si surge del sentimiento. Se sabe que las computadoras no pueden dar respuesta a los problemas humanos, sino que deben ser manejadas por gente que piense y sienta. Hoy por hoy, lo que necesitamos es más sentimiento.
Cuando los sentimientos son fuertes, se sabe lo que se quiere. Sólo se debe pensar en cómo obtenerlo, e incluso en esto los sentimientos pueden servir de guía. El resultado será un tipo de comportamiento franco, directo y, en la mayoría de los casos, efectivo. Las dificultades surgen cuando los sentimientos son ambivalentes, o cuando están suprimidos y la persona no sabe qué quiere. En este caso, será preciso pensar y tomar decisiones que nunca serán las mejores, puesto que no se han resuelto los conflictos subyacentes en la ambivalencia o en la supresión del sentimiento.
Si la terapia pretende ayudar al paciente a ser libre (ninguna otra meta es más significativa que ésta), debe ayudarlo a restablecer su identidad con su naturaleza animal. Como resultado de la ciencia y la tecnología modernas, nos hemos convertido en seres alienados de la naturaleza, con el resultado de que estamos atrapados en el mundo fabricado por el hombre, con la correspondiente pérdida de libertad.
La pérdida de libertad, la sensación de estar en una trampa sin salida, es la causante de la violencia de nuestro mundo actual. Sí se limita la libertad de cualquier animal, se creará una criatura violenta.
El hombre no es una excepción. No podemos culpar de la violencia a los factores económicos; la gente ha vivido en forma pacífica en sus respectivas comunidades en condiciones de mucho mayor penuria económica. La injusticia puede generar rebelión, una violencia deliberada que persigue un propósito concreto. Mucha de la violencia presente en el mundo moderno es, destructiva, carente de sentido. Sin embargo, no es antinatural. Los animales, si caen en una trampa, lucharán entre sí en caso de no poder dirigir su agresividad a lo que provocó su pérdida de libertad.
Hay otra contradicción en la naturaleza humana vinculada con todo lo anterior y que se manifiesta en el conflicto entre el individuo y la comunidad. El hombre es un animal social, vive en grupos. El grupo, y posteriormente la comunidad, fueron necesarios para su supervivencia. Fue en el contexto de la vida comunal que se desarrolló el lenguaje y la facultad del pensamiento abstracto. La comunidad sedentaria proporcionó la matriz para el crecimiento de la cultura, que permitió al hombre desarrollar su ego y adquirir el sentido de la voluntad. De hecho, la comunidad y la cultura ampliaron el sentido de la propia individualidad. Se forme o no parte de una comunidad, se es un individuo, pero sólo en el marco de la comunidad el individuo es consciente de su individualidad o de sí mismo.
Sin embargo, el énfasis sobre el ser propio o el yo actúa para separar a las personas y degrada las fuerzas cohesivas que mantienen unida a la comunidad, El conflicto entre individualidad y comunidad es particularmente evidente en nuestra cultura, donde la adhesión a una posición egocentrista está provocando un quiebre en el funcionamiento de la comunidad, Si cada miembro está interesado sólo en su bienestar personal, si nadie quiere sacrificar ningún aspecto de su individualidad en pro de la comunidad, ésta deja de existir. El pensamiento político actual entiende que la sociedad o la comunidad existen en beneficio del individuo. Aunque esto es cierto, este pensamiento falla al no reconocer la interdependencia de estas fuerzas.
Cuando las comunidades se desintegran, se deteriora la individualidad. La gente pierde el sentido de su significado o valor, transformándose en parte de una masa. Se siente alienada, carente de singularidad o bien se torna egocéntrica y trata de forjar para sí una imagen que la distinga de la multitud. Puede hacerse rica o famosa y así sobresalir, pero seguirá careciendo de singularidad, puesto que sólo representará un estrato diferente de la estructura de la masa.85 En ningún grupo los miembros se parecen tanto entre sí como en el integrado por los artistas famosos de la televisión, que viven todos de acuerdo con la misma imagen: la imagen del éxito.
Para existir, cada organización social debe imponer algunas restricciones a la libertad de sus miembros. A fin de alcanzar la meta común, debe limitar los derechos del individuo y, si las restricciones son demasiado severas o los límites demasiado estrechos, la libertad puede verse retaceada a punto tal que se reduzca el sentido de la individualidad. Pero la ausencia de límites puede tener un efecto igualmente pernicioso sobre el sentido del ser. Una masa de agua cayendo desde una montaña no es un río, a menos que tenga un lecho; la falta de estructura lleva al caos, no a la libertad. Sin límites, el ser propio no puede definirse.
Estas ideas tienen especial relevancia en la educación del niño. Ya hemos visto cómo una estructura familiar autoritaria puede quebrar el espíritu infantil. Parecería entonces psicológicamente deseable dar al niño completa libertad, alentar su autoexpresión y apoyar su independencia. Desgraciadamente, esta atmósfera permisiva tampoco parece funcionar. La familia es una pequeña comunidad y depende de la cooperación de cada uno de sus miembros, pero esta cooperación no puede ser optativa, ya que cada integrante tiene una obligación hacia la familia, que define la función del individuo en la comunidad. Sin responsabilidad (esto es, sin la capacidad para responder a las necesidades de la comunidad), la persona es como una hoja que cae del árbol. Estamos empezando a ver que un hogar centrado en el niño no produce individuos con un fuerte y seguro sentido de su propio ser. La libertad depende de los límites y de las estructuras: he aquí una de las paradojas de la vida.
LA SABIDURÍA
DE
LA
ESFINGE
La Esfinge fue originalmente una deidad egipcia, cuya mejor representación es la famosa estatua descubierta cerca de la pirámide de Keops, en Gaza, que data del año 2000 a.C., aproximadamente. Conocida como la Gran Esfinge, esta estatua tiene cabeza de hombre y cuerpo de león, combinación que representa la unión de importantes virtudes. El león significa valor; la cabeza humana significa inteligencia. La combinación de lo humano y lo animal representa una conciliación de los aspectos antitéticos de la naturaleza del hombre. John Ivinny ha dado otra interpretación, basada en una inscripción según la cual la Esfinge representaba a tres dioses: "El todo es un símbolo de la resurrección, o del ciclo solar del hombre: nacimiento, muerte y renacimiento".86
Hay otra característica de la Esfinge digna de análisis: sus ojos y oídos están abiertos, pero su boca está cerrada, lo cual puede significar que ve y oye todo, pero no dice nada. Decimos que una persona es muda como una esfinge cuando guarda un secreto. La Esfinge se puede considerar la guardadora de un eterno secreto, tal corno la Gran Esfinge es la guardiana de la pirámide de Keops.
Si es así, ¿podemos conjeturar cuál es ese secreto? ¿Qué sabiduría puede ofrecernos la Esfinge? Quisiera sugerir, primero, que simboliza la idea de lo que no cambia dentro del cambio. La pirámide puede ser un símbolo de la permanencia estática, mientras que la Esfinge representaría la permanencia dinámica: la salida y la puesta del sol, el flujo y reflujo de las mareas, el nacimiento, muerte y resurrección de la vida. No hay un día exactamente igual al otro; no hay una vida idéntica a la precedente. Todo cambia, pero el proceso es siempre el mismo. Los franceses tienen un dicho que expresa hermosamente esta idea: Plus ça change, plus c'est la même chose ("Mientras más cambia, más es la misma cosa") Este es un refrán sabio, porque sólo mirando hacia atrás se ve que, bajo la superficie, la vida es la misma para cada generación. Cada uno se debate con los mismos problemas: ganarse la vida, formar una familia, enfermar, envejecer y morir. Cuando yo era joven, mi madre me advertía: "Tú piensas que será distinto cuando tengas tu propia familia, pero ya verás". Fue distinto, pero no tanto. Ella probablemente había tenido la misma experiencia, cuando comparó su vida con la de su madre.
Mi segunda sugerencia es que la Esfinge simboliza la idea del cambio dentro de un orden eterno. El hecho de que la estatua represente a un ser viviente, para mí significa cambio. Todo en la vida cambia con el tiempo, sólo el orden es inmutable. La pirámide, en cambio, no permite esa interpretación. Ella y el faraón momificado en su interior representan el orden eterno, o sea, Dios. Las criaturas humanas son creaciones pasajeras, impermanentes: pensar de otro modo es una ilusión.
Ambas sugerencias pueden verse como principios capaces de guiar el comportamiento humano; su meta debe ser mantener al hombre anclado a la realidad de su ser y prevenir la egomanía que puede destruir su humanidad. Dado el poder que tiene el yo para gobernar el mundo moderno, es fácil que el individuo pierda su humildad y se crea un dios. Esto significa asumir la responsabilidad de su sino. Hemos sido adoctrinados por nuestra cultura en la idea de que éxito o fracaso están en nuestras manos. El efecto de esta posición es imponer al individuo el equivalente moderno de la culpa: el temor al fracaso.
Todos los pacientes sufren este temor al fracaso o la sensación de ser unos fracasados y llegan a la terapia quejándose de depresión, de angustiado de un sentimiento general de malestar y descontento. Pero detrás de esa queja, sufren su fracaso como amantes, como esposos, como padres, o en su vida profesional. A veces, la ruptura del matrimonio lleva a la persona a la terapia debido a su sentimiento de fracaso, pero esto no se reconoce con frecuencia. Sin embargo, en todos los casos, el paciente pide ayuda para superar su fracaso y convertirse en triunfador. El éxito se asocia con el sentimiento de estar bien y de ir hacia arriba, en tanto que el fracaso es estar mal, es ir hacia abajo. Todos queremos ir hacia arriba en las alas del éxito. Desde mi punto de vista, ésta es una receta segura para la neurosis.
¿Qué es el éxito, qué es el fracaso? Consideremos el caso siguiente. Una persona había estado en tratamiento conmigo durante un corto período. Tenía dificultades en las relaciones con su esposa y se sentía confundido acerca de su papel como hombre. En una sesión, llegó quejándose de su funcionamiento sexual. La noche anterior, él y su esposa habían asistido a una fiesta sexual, con intercambio de parejas; esto sucedió hace algunos años, cuando reuniones de este tipo se consideraban un signo de liberación. Su mujer salió con un hombre, mientras él y otra mujer fueron a otra habitación con el propósito de tener relaciones sexuales. Pero, por más que lo intentó, le fue difícil llegar a la erección y mantenerla, por lo que se sintió humillado y fracasado. Quería saber qué andaba mal en él.
Le insinué que tal vez no estaba lo suficientemente excitado por su compañera como para tener relaciones con ella. El nada había dicho acerca de si era atractiva o deseable. Como respuesta, me señaló que sí, que deseaba tener relaciones con ella. Tal vez era cierto, pero obviamente su órgano genital no manifestó lo mismo. Se enojó conmigo por haberle dicho eso. Le indiqué que el deseo podría haber estado en su mente y no en su cuerpo; que su interés en hacer el amor con esa mujer era egoísta y no el producto de la pasión. Quería probarle algo a ella y probablemente, también a sí mismo y, en ese sentido, había fracasado.
Sólo en pocas ocasiones he oído lamentarse a un hombre de no tener satisfacción sexual en el acto, ya que, cualquiera que sea la causa de su dificultad—pérdida de la erección o eyaculación prematura—, se la considera una falta de virilidad, una incapacidad para actuar, el fracaso en el cumplimiento de cierto patrón. Ciertamente, estos problemas sexuales revelan un trastorno en la personalidad, que puede entenderse como debilidad varonil. Pero considerar un trastorno de la personalidad como signo de fracaso es un claro indicador de neurosis.
Veamos este asunto del fracaso en el contexto de una función corporal diferente. Una de las quejas más comunes de mis pacientes es el cansancio. A menudo, a medida que progresa la terapia, ese cansancio se agudiza, pudiendo transformarse en un agotamiento total.
El paciente casi nunca acepta esta fatiga como una característica corporal normal, sino que, invariablemente, la considera un signo de debilidad, un síntoma del fracaso de la terapia y de su propia voluntad. Se lamenta de carecer del empuje que generalmente tenía, de que ya no es capaz de hacer tanto como antes. Esto implica que estar cansado es "malo", es un síntoma de fracaso. Se piensa que es necesario ser activo, productivo y eficiente. Esta imagen constituye el ideal del yo, que la persona ha asimilado de las enseñanzas recibidas en el hogar y en la escuela. Puesto que el individuo está conscientemente identificado con su yo, utiliza su voluntad para encaminarse a la realización de ese ideal. Por definición, los ideales nunca se realizan, lo que significa que la persona se propone permanentemente hacer, producir y triunfar (lo que sea, con tal de convalidar esa imagen). Ese impulso es una compulsión y constituye un comportamiento neurótico. No es de extrañar, pues, que la persona esté cansada. Pero esto se puede interpretar como una manifestación del cuerpo de que está "cansado" de seguir, bajo el yugo del yo, elaborando una imagen que no tiene nada que ver con sus necesidades. De nada sirven los logros que no mantienen o enaltecen el placer de ser.
La mayoría de mis pacientes cree que estar cansado es un síntoma neurótico, considerando que la salud emocional es la capacidad de moverse, hacer y producir. Nada importa dónde vayan o qué hagan. Esta es la generación de la "acción", la que quiere batir récords. Su ideal es "Superman", casi un dios. Inconscientemente, se comparan a las máquinas que dominan la vida en el mundo industrializado. La única salida posible a esta situación es el quiebre. Se cansan del esfuerzo por lograr una meta inalcanzable —su ideal— y se deprimen por su fracaso. Tanto el cansancio como la depresión pueden tener un valor positivo, si el individuo reconoce la relación que tienen con su estilo de vida. Su cansancio puede hacerle tomar conciencia de las necesidades de su cuerpo, hacerle darse cuenta de que el cuerpo no es una máquina o un instrumento de su yo. También la depresión puede hacer que se percate de que está persiguiendo una ilusión, un ideal del ego. Por ejemplo, una de mis pacientes, que sufría de depresión, me contó que se suponía que debía cuidar a su madre y a su hermana, ya que, siendo la hija mayor, era la responsable de la familia. Este papel se le asigna frecuentemente al hijo mayor. Tras decirme esto, comentó con sentimientos confusos: "Les fallé a ambas. ¡Debería haber sido Dios Todopoderoso!" Se sentía culpable y resentida a la vez y no reconocía que, al tratar de cumplir ese papel imposible, perdió gran parte de su vida, y se deprimió.
Es significativo que el sentimiento de cansancio aumente cuando se progresa en la terapia. Mientras la neurosis está en su apogeo, el individuo está como suspendido sobre el abismo: no se atreve a soltarse porque no sabe dónde está el piso. Como lo viéramos antes, también el neurótico se contiene "para salvan la vida" o salvaguardar su salud. Tampoco puede permitirse sentir cansancio, porque eso amenazaría su supervivencia. Sólo cuando esté a salvo en el suelo se permitirá entregarse a la sensación de agotamiento. Tanto el equilibrista como el neurótico tienen toda la razón para estar agotados. El neurótico se sostiene físicamente a través de tensiones musculares crónicas, destinadas a suprimir sus sentimientos. El agotamiento frena, de hecho, la compulsión de moverse y hacer. Entregarse al cansancio, que es entregarse al cuerpo, tendría el mismo efecto: permitiría al individuo recuperar su energía y renovar su entusiasmo por vivir.
La depresión y el cansancio son males endémicos de nuestra cultura e indican cuan perjudicial es la persecución del éxito. La mayoría de la gente se aferra a la imagen del éxito, porque asocia éxito con felicidad, incluso sabiendo que los triunfadores no son más felices que el resto, y a menudo tienen más problemas. Pero aun así, la idea de que el éxito significa plenitud tiene un poderoso influjo en nuestra mente, lo que sólo se explica porque el fracaso se asocia con la muerte. Aquí utilizo la palabra "muerte" en el sentido de algo terrible que puede acaecerle sucederá al individuo. Hasta hace poco tiempo, no conocía cuánta calamidad se esconde en los profundos recovecos del inconsciente de la gente. Muchos tienen miedo de que, si se sueltan, morirán. Ya hemos visto que el miedo a la vida se traduce en un miedo a la muerte, pero yo no creía que éste fuese tan universal como el miedo al fracaso.
El punto se me aclaró a través de un ejercicio de caída que estaba practicando con un paciente,87 ejercicio que he descrito anteriormente, pero que repito aquí por conveniencia. En él, la persona se para apoyando el peso del cuerpo sobre una pierna flexionada, mientras la otra toca suavemente el suelo detrás para mantener el equilibrio. Se le solicita que mantenga esa posición el mayor tiempo posible, lo que llega a ser muy doloroso; tarde o temprano, la persona se cae. Para prevenir daños, se coloca un colchón en el suelo, delante suyo. El valor del ejercicio reside en la experimentación de la ansiedad de la caída y en el comprender qué significa ésta para el paciente. Cuando su empeño en no caer es más intenso, se le pide que exprese todos sus pensamientos asociados con lo que para él significa caer.
Cuando este paciente hizo el ejercicio por primera vez, se cayó demasiado pronto, lo que indicaba que tenía miedo de enfrentar su angustia. Repitió el ejercicio otras dos veces y, en la tercera, se sostuvo más tiempo, lo que aumentó considerablemente el dolor. Mascullando su deseo, dijo: "¡No caeré, no caeré!" Cuando le pregunté qué significaba para él caer, me respondió: "Caer es fallar. Tengo miedo de fallar". Nuevamente, le pregunté por qué, qué peligro representaba para él el fracaso, y me contestó: "Si fracaso, me quebraré". Caer, pues, implicaba también el riesgo de quebrarse.
Guando por fin se cayó, estalló en hondos sollozos. Tendido en el colchón, comentó lo relajado que se sentía. Su temor a quebrarse demostró ser irracional, aunque de hecho, se quebró en llanto. Para mí, quedó claro que caer o fracasar evocaba en él el miedo de ser "quebrado".
Si nos preguntamos de dónde procede este temor, la respuesta será: de la situación edípica. Pero en este contexto, el término incluye todos los acontecimientos sucedidos en la crianza del niño, y que culminaron en la experiencia de la situación edípica. Hacía los seis años, casi todos los niños de nuestra cultura son "frenados" por los métodos y valores que ésta sustenta. El último paso en este proceso es la amenaza implícita de castración, que el niño experimenta en la situación edípica. Algunos, más tarde, se rebelan y se vuelven violentos, como reacción ante el peligro de ser quebrados; sin embargo, la mayoría se somete, aceptando las exigencias de la cultura, convirtiéndose en los productivos, los triunfadores, los que luchan por conseguir el éxito y el poder. Niegan haber sido quebrados o haber sufrido la amenaza de castración. No obstante, estos individuos son los que más temen fracasar; el éxito los reafirma en su negación.
Hay otra fuerte motivación para la búsqueda del éxito y es la necesidad de ser aprobado. El individuo que lucha por el éxito, trata de probarles a sus padres que es merecedor de su amor; está en lo cierto al suponer que el amor de ellos es condicional y depende de que él acepte sus valores y se someta a su autoridad. Obtiene así su aprobación, pero no su amor; o bien, es amado por su éxito, pero no por sí mismo. Puesto que el éxito nunca tiene fin, uno debe esforzarse cada vez más. Cuando se está tratando de alcanzar el cántaro lleno de oro que está al final del arco iris, el empeño es interminable.
Cualquiera sea la motivación de la lucha por el éxito, en lo que al individuo se refiere, terminará en fracaso. Ante los ojos del mundo, puede haber alcanzado un éxito considerable, pero ante sus propios ojos, lo admita o no, es un fracaso. Fracasó al tratar de probar que no había sido castrado o que era digno de amor. Advierte que su comportamiento es neurótico, pero, mediante su éxito, espera probar que es "apropiado". ¿Cómo puede una persona probar que no es neurótica? La sola necesidad de probarlo traiciona un sentimiento de inferioridad e inseguridad de tipo neurótico. Un individuo saludable no se empeña en probarse a sí mismo, ya que acepta su ser tal cual es, así como su sino, sea cual fuere. Los demás animales no se ven alterados por este tipo de problemas; el perro está conforme con no ser más que un perro. ¿Por qué el ser humano no está satisfecho simplemente siendo? El hombre es el único animal que fue expulsado del paraíso por Dios al comer el fruto del árbol del conocimiento. Me imagino que está tratando de probar que podría construir un paraíso mejor que el que perdió.
Por todo lo anterior, podría parecer que estoy en favor de abandonar todo esfuerzo y toda conquista. Esta no es mi tesis, ni sería una posición sabia. Soltarse no significa una regresión a una forma de ser infantil. Hacer y conquistar son actos neuróticos sólo cuando son sustitutos del ser.
En el acto de hacer hay placer, por más que requiera esfuerzo, siempre que no se trate de una actividad compulsiva, El éxito tiene un dulce sabor cuando llega por sí mismo, pero es amargo si el individuo debió sacrificarse por él. Además, cuando el éxito llega sin que se lo busque, la persona no lo experimenta como tal, simplemente dirá: "Me sucedió algo agradable". Y, puesto que no hay lucha, tampoco podrá haber fracaso. Cuando la vida no se mide en términos de realizaciones, no hay ni éxito ni fracasa sólo el placer y el dolor de ser y de hacer.
La gloria del hombre reside en su aspiración de asemejarse a un dios y no en su éxito. Esta aspiración se refleja en su porte: parado sobre sus dos pies, con la cabeza erguida, actúa con dignidad y se desplaza con gracia, dirige su mirada hacia la tierra con sus miles de materias y criaturas, y ve cuan hermosa es. Es el único animal que puede apreciar la magnificencia y el esplendor de la creación de Dios, y en esta apreciación es verdaderamente como un dios. Pero si tiene la arrogancia de pensar que puede hacerlo mejor, se convierte en un demonio. Lucifer fue uno de los ángeles de Dios; su nombre significa "luz", la luz de la conciencia y la inteligencia. Fue una luz brillante en el reino del cielo, hasta que tuvo la presunción de desafiar a Dios, sintiéndose superior a él. Del mismo modo, el yo agigantado del hombre moderno se convierte en un demonio cuando no se subordina a la primacía del cuerpo.
El intento por trascender nuestra naturaleza animal puede terminar en fracaso. Somos fundamentalmente animales, diferentes en grado pero no en clase del resto de los animales. Nacimos y moriremos como ellos. Todos compartimos la gran aventura de vivir. Lo que hacemos no es importante, lo que cuenta es cómo vivimos nuestra vida. No es el fin del via je lo que importa (tendremos el mismo fin), sino el trayecto. El éxito puede agregar sabor a la vida, pero no es la vida misma; ésta tiene lugar en un nivel corporal o animal. En este nivel, lo importante es el sentimiento; y sólo los organismos vivos pueden sentir. La cuestión no es si logramos algo, sino si vivimos plenamente nuestra vida. Vivir plenamente es tener todos los sentidos y sentimientos disponibles para la experiencia de vivir.
Éxito y fracaso son conceptos propios del ego. A nivel del cuerpo, el éxito se experimenta como un ascenso y el fracaso, como una caída. Caer es parte de la vida. Si no hay caída, no podrá haber ascenso. Si no hay muerte, no puede haber renacimiento. Levantarse y caerse, expansión y contracción: así es la vida. Si tenemos miedo a la vida, tememos caer. Tememos dormirnos y enamorarnos.88 Quienes gozan la bendición de la salud y han vivido intensamente su día, darán la bienvenida al dulce descanso del sueño y, rindiéndose a la inconciencia, despertarán a la mañana siguiente renovados y frescos.
El mejor ejemplo de este ciclo de la vida es la función que cumple el falo, que se levanta con el deseo y cae cuando el deseo ha sido satisfecho. ¿Quién querría tener una erección permanente? ¿Quién desearía ser dominado por un deseo que jamás puede satisfacerse? ¡Qué hermoso es erguirse y remontarse en las alas del deseo, Cuando se sabe que la plenitud es posible y que luego de ella se regresará, sano y salvo, a la Tierra!
La parte importante es bajar, pues es entonces donde se experimenta el verdadero placer y satisfacción. Subir es excitante y enervante, bajar es relajante y placentero. El niño que experimenta esto en el columpio busca el placer y el suspenso del descenso. Mientras más alto sube el columpio, mayor será el placer cuando baje. Subirse al carrito de la "montaña rusa" en el parque de diversiones proporciona una sensación similar. En el ascenso hay excitación, tensión y placer anticipado; luego, mientras el carro llega a la cúspide e inicia su descenso, se experimenta la emoción vertiginosa de la caída; y cuando termina el trayecto, se siente satisfacción, como si uno hubiera realizado algo significativo.
Supongamos que el columpio o el carrito de la montaña rusa se detuvieran en su posición más alta: ¿qué sentiríamos? Faltaría el suspenso y la emoción de la bajada y, aunque podría tenerse la satisfacción de estar "por encima'', de ser superior a los que quedaron abajo, esta sería sólo una satisfacción del ego. En lo que concierne al cuerpo, quedaría como "colgado", sin descargar su excitación en el descenso. Muy pronto incluso se esfumaría la satisfacción, y sobrevendría la depresión.
La aspiración de ser como un dios se expresa en algunos actos creativos. No importa lo que se cree: es el acto creador mismo, no su producto, lo que hace que el hombre se parezca a un dios. Así, el simple acto de hacer vino o pan, valiéndose de la imaginación para transformar lo que nos da la naturaleza, es el tipo de creación que se asocia con la divinidad. La jardinería y el cultivo de la tierra constituyen actividades similares. En todas ellas hay un ascenso y un descenso del entusiasmo, una acumulación y una descarga de tensiones. Por ejemplo, al hacer pan, el entusiasmo aumenta hasta el momento en que el pan, ya listo, sale del horno. La satisfacción de comerlo, equivale al placer del descenso. Pensemos en lo "colgados" que quedaríamos si no se nos permitiera comer el pan que preparó nuestra madre.
Cuando la producción y el consumo están íntimamente relacionados, como lo están en las comunidades simples o en el campo, la gente no queda "suspendida" en sus metas o en sus propósitos; el premio, en términos del placer y satisfacción que provoca el esfuerzo creativo, es inmediato. En nuestras modernas culturas tecnológicas, se mira hacia un futuro impreciso en el que se resolverán todos los problemas y se superarán todas las dificultades. Vivimos para una utopía, un nuevo Jardín del Edén, fabricado esta vez por la ciencia del hombre. Entretanto, nuestros placeres son apenas un respiro momentáneo, un descanso temporal antes de volver a empujarnos hacia arriba. Estamos suspendidos en la ilusión del éxito y por eso aspiramos constantemente a subir más: más producción, más conocimiento, más poder, más, más, más.
Parecemos estar aterrorizados por el descenso, que representa caída, fracaso, sino (muerte). El Jardín del Edén original fue el hogar del hombre antes de que perdiera su inocencia y cayera de la gracia, o sea, mientras era un animal y aún no había comenzado su ascenso (Jacob Bronowski, The Ascent of Man). La inocencia nunca podrá ser recuperada, pero, ¿necesitamos engañarnos pensando que alguna vez en la vida alcanzaremos la morada de los dioses? ¿No podemos aceptar que el esfuerzo por trascender el estado animal es significativo sólo si descendemos para gozar de ese estado? Es estimulante dejar que la imaginación vuele, pero es necesario mantener los pies en el suelo. Es apasionante pensar, pero la plenitud y la satisfacción son acontecimientos del cuerpo. Es en la vida del cuerpo donde acontece el ser.
La sabiduría consiste en reconocer que lo que sube debe bajar. Yo fui un hombre moderno, un joven egocéntrico, que aspiraba a ascender en el mundo. Deseaba éxito y fama. A pesar de haberme graduado en leyes y de haber obtenido el doctorado (Magna cum laude), no conocí el éxito ni la fama en el ejercicio del derecho. Era la época de la Gran Depresión y ni siquiera podía mantenerme económicamente. Sin embargo, este fracaso fue afortunado, ya que me obligó a mirar hacia otra parte. Mi interés por la relación cuerpo-mente me llevó a conocer a Wilhelm Reich, y a pasar por un entrenamiento terapéutico. Quise entonces ser médico, ejercer la terapia reichiana y alcanzar una potencia orgásmica total. Pero aún estaba empeñado en obtener éxito y fama.
Ahora, tras haber fundado un instituto y haber escrito varios libros, la gente me considera un triunfador y un hombre famoso pero, en comparación con mis ambiciones juveniles, soy un fracaso. Mis aspiraciones no se han realizado, no se han materializado mis sueños de juventud. Aún soy una criatura imperfecta y no ascendí a las cumbres olímpicas. He conocido el éxtasis del orgasmo total sólo en contadas ocasiones. No me he liberado de las tensiones, de los problemas ni de las preocupaciones diarias. Mis libros no son best-sellers y mi instituto es pequeño, y tiene que luchar para subsistir. Siento un gran placer por mi vida y mí trabajo. No puedo decir qué me hallo exento de dolor. El gran viraje se produjo hace unos años, cuando acepté mi fracaso. Desde entonces, he logrado paz interior, felicidad y un poco de sabiduría. Parte de esta sabiduría deriva de haberme dado cuenta de que éxito y fracaso no son criterios válidos para vivir.
El fracaso siempre ha tenido sobre mí un efecto positivo, ha sido mi mejor maestro, Me hizo detenerme y revisar mi comportamiento autodestructivo. Me posibilitó un nuevo comienzo, con todo el entusiasmo y la pasión que eso encierra. Y, aceptando el fracaso, me liberé de mi lucha por superar el sentimiento interior de fracaso.
Comencé este estudio examinando el problema de la incapacidad de la gente para aprender de la experiencia. Creo que un factor importante es su negativa a aceptar la derrota. Si alguien está empeñado en triunfar, cometerá otra vez los mismos errores. Aceptar el fracaso no es resignarse, sino aceptarse a sí mismo. En la terapia, no se produce ningún cambio efectivo en el carácter mientras el individuo no se acepte a sí mismo como un fracaso. Esta aceptación libera la energía empleada en la lucha por triunfar y por ponerse a prueba, dejándola a disposición del crecimiento.
Del mismo modo, la aceptación del sino cambia el sino. Al renunciar al esfuerzo por vencer al sino, nos liberamos de nuestra estructura neurótica de carácter, y podemos entonces desarrollar un carácter sano, que determinará un sino diferente.