7
EL CONFLICTO EDÍPICO, UNA REALIDAD DE LA VIDA
MODERNA
EL EGO ADQUIERE
PREDOMINIO
EL CONFLICTO EDÍPICO SE PRODUCE EN UNA. ETAPA CRUCIAL DEL DESARROLLO DE LA personalidad, entre los tres y los seis años. Hasta los seis años, el individuo puede ser considerado un niño, en el sentido de que aún está intensamente gobernado por el principio del placer y su ego o "yo" está bastante identificado con su cuerpo. Fisiológicamente, aún funciona con sus dientes de leche. Pero este estado cambia después de los seis años. El niño se convierte en un joven preparado para el proceso de aculturación. En muchas sociedades, la escolaridad comienza en este momento, ya sea de manera sistemática o en la casa. Por ejemplo, los indios norteamericanos no se empeñan en enseñarle al niño las maneras adecuadas de actuar en cuanto miembro de la sociedad hasta los seis años de edad. También en la cultura japonesa esa edad marca el término de un período de indulgencia y el comienzo de una formación seria. En los Estados Unidos, tradicionalmente, la educación formal comienza a los seis años. Podemos presumir que el ego ya se ha desarrollado hasta el punto de ejercer dominio sobre el cuerpo y sus acciones, en nombre del principio de realidad.
Para comprender por qué este desarrollo está asociado en nuestra cultura al conflicto edípico, necesitamos examinar el proceso histórico que condujo al surgimiento de la conciencia del ego. De la misma manera en que, en el nivel físico, la ontogenia resume la filogenia, el desarrollo de la personalidad recapitula la historia cultural de la humanidad. La leyenda de Edipo se asienta en un cruce cultural de caminos, marcando el surgimiento del hombre moderno, que ha desarrollado su conciencia del ego, y se ve a sí mismo como un actor consciente en el drama de la vida, en tanto que sus predecesores se sentían parte integrante de un orden inmutable, dentro del que estaba predeterminado su lugar. Este cambio en la conciencia está simbolizado en la leyenda de Edipo.
Erich Fromm exploró la significación histórica de Edipo, basando sus observaciones en las famosas obras de Sófocles acerca del mito, Edipo rey, Antígona y Edipo en Colono. Fromm dice: "El mito debe entenderse como un símbolo, no del amor incestuoso entre madre e hijo, sino de la rebelión del hijo contra el padre autoritario de la familia patriarcal. El matrimonio de Edipo y Yocasta es sólo un elemento secundario, sólo uno de los símbolos de la victoria del hijo, quien ocupa el lugar del padre y, con él, recibe todos sus privilegios".57
Fromm basa parte de su teoría en el hecho de que el mito no hace mención a deseos o sentimientos sexuales por parte de Edipo hacia su madre. Su matrimonio con Yocasta no se produjo porque él sintiera un amor especial hacia ella, sino que fue uno de los premios que recibió al descifrar el enigma de la Esfinge y librar a la ciudad de su ruina.
La otra parte de su argumentación descansa en la existencia de un conflicto entre un padre y su hijo en cada una de las tres obras. En Edipo rey, como hemos visto, el hijo recién nacido es considerado una amenaza por el padre. Años más tarde, desconociendo su mutua identidad, luchan y el padre resulta muerto. En Edipo en Colono, que se refiere a los últimos años de vida del protagonista, hay una violenta discusión entre Edipo y su hijo Polinice, quien ha acudido hasta él solicitando ayuda para destronar a su hermano Etéocles, quien ha llegado a ser el gobernante de Tebas. Edipo está furioso con Polinice y maldice a sus dos hijos. Más tarde ambos hermanos se matan mutuamente.
En Antígona, Creonte, ahora regente de la ciudad de Tebas, es atacado por su hijo Hemón debido a su crueldad al condenar a muerte a Antígona. En esta obra, Fromm encuentra la clave del mito de Edipo: "Creonte representa estrictamente el principio autoritario, presente tanto en la familia como en el Estado, y es contra este tipo de autoridad que se rebela Hemón. Un análisis del conjunto de la trilogía dé Edipo demuestra que la lucha contra la autoridad paterna es el tema central, cuyas raíces se remontan a la antigua lucha entre los sistemas sociales matriarcal y patriarcal".58
Concuerdo con Fromm en que el mito tiene una profunda significación social. Al hablar de una lucha entre la sociedad patriarcal y la matriarcal, Fromm no está sugiriendo que el conflicto sea entre el hombre y la mujer por el dominio de la sociedad, sino que es una lucha entre filosofías antagónicas, principios opuestos y sistemas religiosos que se contradicen. En la obra Antígona, Creonte representa el principio patriarcal y Antígona el matriarcal. Fromm define estos dos principios opuestos de la siguiente manera: "El principio matriarcal es el del parentesco de sangre como lazo fundamental e indestructible, el de la igualdad de todos los hombres y el respeto por la vida humana y por el amor. El principio patriarcal consiste en que los lazos entre hombre y mujer, entre gobernante y gobernado, son superiores a los lazos de sangre. Es el principio del orden y la autoridad, de la obediencia y la jerarquía".
La lucha entre ambos sistemas se produjo al comienzo de la civilización, representando la ruptura entre las modalidades de vida bárbaras y las civilizadas. En la etapa previa a la civilización, la sociedad se regía por el principio matriarcal. Sin embargo, la descripción que hace Fromm de esta etapa es demasiado idealista. Dice que se respetaba la vida, pero no la vida individual, la que podía sacrificarse por el bien común. En muchas sociedades precivilizadas se practicó el sacrificio de animales e incluso de seres humanos, cuya sangre se esparcía en la tierra para promover la renovación de la vida. El parentesco, determinado a través de la madre, constituía la consanguinidad, en tanto que el papel del padre en la concepción era generalmente desconocido; éste era un extraño en la familia y carecía de derechos. El responsable del hogar era el hermano de la madre. Se creía que la concepción se producía cuando el espíritu entraba al cuerpo de la mujer que, como la tierra, era la dadora de la vida, y la sangre, la esencia vital. Sin embargo, en este sistema no había conflictos entre cultura y naturaleza o entre el ego y el cuerpo.
Erich Neumann, analista junguiano, ofrece otra interpretación del mito de Edipo, considerando la leyenda como la historia del acceso del ego al poder y su desafío al inconsciente. Dice: "El mundo que el naciente ego de la humanidad experimenta es el mundo del matriarcado de J. J. Bachofen",59 cuyo representante es la Esfinge, a la que describe como "el enemigo ancestral, el dragón del abismo, que representa el poder de la Madre Tierra en su aspecto urobórico".60 Esta expresión se refiere a la naturaleza tal como la experimentó el hombre primitivo, en su doble aspecto de dadora de alimentos y de despojadora, de protectora y destructora, de dar y quitar la vida. La naturaleza era la gran fuerza desconocida, ante la cual el ego del hombre primigenio estaba desprotegido y pasmado, y también era la naturaleza del hombre mismo, el gran inconsciente, contra el que luchaban el ego y la conciencia. Estas condiciones caracterizaron a la humanidad en su etapa de caza y recolección, antes del desarrollo de la civilización, que fue el resultado de la domesticación de los animales y el cultivo de la tierra.
A lo largo de los primeros años de la civilización, el principio matriarcal siguió siendo el predominante. Este período se representa en la mitología a través de una diosa dominante, y un joven dios masculino que es a la vez su hermano y amante. Atis, Adonis, Tamuz y Osiris son ejemplos de dioses jóvenes que, nacidos de la Gran Madre, se convierten en sus amantes, mueren y renacen nuevamente a través de ella. Estos dioses jóvenes son símbolos de la vegetación que surge de la tierra cada primavera (nacimiento), regresa a la tierra en otoño (muerte) y renace al año siguiente. En esta etapa, el ego tiene un carácter juvenil y, si bien está más desarrollado que el ego infantil del hombre primitivo, es aun en gran parte un yo corporal, carente de la voluntad que le permitiría instaurar su poder sobre el cuerpo y el inconsciente. Para Neumann, el significado de Edipo radica en que "sólo con él se quiebra el lazo fatal que une a la Gran Madre con el hijo-amante''.61 Representa la victoria del ego sobre el inconsciente.
Debido a que el inconsciente, a través de su asociación con el cuerpo, se identifica con la tierra y la naturaleza, tiene una connotación femenina. La conciencia y el ego, como conceptos opuestos a los anteriores, asumen una connotación masculina. Esto permite a Neumann establecer la diferencia entre el patriarcado y el matriarcado en términos psicológicos. Señala: "Usamos la palabra 'patriarcado' para significar el mundo del espíritu predominantemente masculino, el sol, la conciencia, el ego. Por otra parte, en el 'matriarcado' reina la supremacía del inconsciente y aquí el rasgo predominante es una forma de pensamiento y sentimiento preconsciente, prelógico y preindividual".62
En su libro El origen de la conciencia en el quiebre de la mentalidad bicameral, Julian Jaynes sé refiere al mismo tema, situando este cambio en la etapa final del segundo milenio a. C.. Sin embargo, Jaynes no se refiere a la conciencia en general, sino a la autoconciencia o conciencia del ego. Señala que en La Ilíada no hay referencias a un yo capaz de reflexionar o de tomar decisiones deliberadas o conscientes. Las acciones de los personajes principales de esta obra son dirigidas por los dioses y no la expresión de un sentido volitivo personal. Lo anterior lleva a Jaynes a decir que el héroe de la Ilíada "no tiene ningún tipo de yo".
Jaynes desarrolla algunas ideas interesante acerca de las bases neurológicas del desarrollo del ego, postulando que los dioses son funciones mentales asociadas al lado derecho del cerebro y que éstas hablan al hombre (funciones del lado izquierdo del cerebro) bajo la forma de alucinaciones auditivas. Utiliza el término bicameral para señalar la existencia de dos centros cerebrales, los hemisferios derecho e izquierdo, que si bien normalmente están conectados e integrados entre sí, pueden funcionar independientemente. Jaynes sostiene que el hombre de la civilización primitiva estaba gobernado por estos dos centros: el hemisferio derecho (lado de los dioses) impartía directivas para la acción que el: hemisferio izquierdo (lado del hombre) llevaba a cabo.63
La investigación neurológica moderna ha demostrado que los dos hemisferios cumplen funciones diferentes. Durante algún tiempo se creyó que el hemisferio izquierdo, en las personas diestras, contenía los centros de la expresión oral del lenguaje. Quienes sufren una lesión en estas áreas del lenguaje pierden la capacidad para articular y enunciar la palabra hablada y para construir ideas significantes. Sin embargo, el reconocimiento del lenguaje es bilateral. Los nuevos descubrimientos se refieren a la función del hemisferio derecho. Una lesión en este hemisferio daña seriamente la capacidad del individuo para las relaciones espaciales, distorsionándose el reconocimiento de las figuras. Jaynes describe así la diferencia de funciones entre los dos hemisferios: "El hemisferio derecho está más vinculado con tareas sintéticas espacio-constructivas, mientras que el izquierdo es más analítico y verbal. El hemisferio derecho, tal vez como los dioses, ve las partes como significativas sólo dentro de un contexto, considera el todo; mientras que el izquierdo, o hemisferio dominante, como el lado del hombre en la mente bicameral, considera las partes en sí mismas".64
No hay razones para pensar que el hemisferio izquierdo haya sido siempre el dominante; lo es en el hombre civilizado, para quien el análisis, el lenguaje y la manipulación de objetos (funciones todas del hemisferio izquierdo) son los aspectos dominantes del comportamiento. Pero incluso entre un hombre y otro, el grado de predominio de este hemisferio varía. Algunas personas son más intuitivas y creativas (funciones del hemisferio derecho) que otras. Por ejemplo, los pintores y compositores tienen menos relación con las palabras y el análisis que con los patrones sensitivos, expresándose en una forma no verbal. En líneas generales, la diferencia entre los dos hemisferios puede compararse con la que existe entre la actitud racional del científico y la actitud intuitiva del artista. Creo que el hombre primitivo estaba más próximo al temperamento artístico que al científico. Su trabajo era más creativo que productivo; hacía cosas no sólo para usarlas, sino también para expresar su personalidad y sus creencias. Cada producto era una obra de arte.
El mundo de la mente primitiva era bastante diferente al nuestro. No era un mundo de objetos independientes, sino que en él cada cosa era considerada en relación con el todo y como parte de éste. El individuo mismo no estaba separado; la individualidad, en tanto concepto, no existía en la mentalidad primitiva, tal como lo señalara Neumann. La existencia o el ser dependía de la pertenencia, que Lévy-Bruhl describió como "participación mística" en el proceso de la vida y la naturaleza. En este sistema, el cazador y su presa estaban unidos, ambos eran parte del orden natural. El éxito de la caza no se consideraba como el simple resultado de la capacidad individual, (puesto que dicha capacidad no siempre tenía éxito, sino de una guía divina o sobrehumana. Así, la cacería era siempre precedida por una ceremonia religiosa o mágica, que también seguía a la caza exitosa. Puesto que el hemisferio derecho es nuestro medio de aprehensión del todo, debía ser la morada de los dioses como declara Jaynes—, pues ellos representaban el todo o sus aspectos. Mientras los dioses dominaron la vida humana, hubo un cierto grado de predominio del hemisferio derecho en el hombre.
El concepto del matriarcado es similar a la cosmovisión propia del mundo del hemisferio derecho. El matriarcado fue depuesto y el hemisferio derecho fue subordinado cuando crecieron en importancia las funciones del hemisferio izquierdo: la habilidad para manipular objetos, función de la mano derecha; el creciente uso de palabras para describir y comprender las cosas, y la capacidad de analizar las relaciones. Jaynes sostiene que los trastornos sociales y materiales que se produjeron en la última etapa del segundo milenio a. C. fueron los causantes de una ruptura de la mente bicameral, que trajo como consecuencia el desarrollo de la conciencia del ego. Estos acontecimientos fueron, indudablemente, un factor precipitante, pero la causa subyacente del cambio fue el aumento de las funciones del hemisferio izquierdo, que se identifican con el principio patriarcal, como hemos visto.
El cambio puede describirse también como el pasaje de una posición subjetiva a una objetiva. El hombre se separa del todo, lo que le permite tener una visión objetiva de la naturaleza, tanto dentro como fuera de sí mismo El ego comienza por ser un observador del sí-mismo y acaba controlándolo y dominándolo. El ego alcanza ese poder mediante la razón y la voluntad, funciones ambas que se reflejan en la historia de Edipo. Tanto Layo como Edipo aplicaron su voluntad para evitar la profecía del oráculo, o sea, para eludir su sino. Esta acción caracteriza al individuo con un yo medianamente desarrollado. El hombre bicameral de Jaynes o el primitivo habrían obedecido la voz o el deseo de los dioses. Por otra parte la respuesta de Edipo al enigma planteado por la Esfinge fue una respuesta que sólo puede describirse-como verbal, analítica y lógica.
De todo lo anterior podemos concluir que la leyenda de Edipo relata el comienzo del predominio del ego y del orden patriarcal. Sin embargo, esta victoria del ego y del patriarcado no fue absoluta; no significó la desaparición de las deidades terrestres, asociadas al orden matriarcal, si bien fueron degradadas y quedaron en una posición inferior en la jerarquía del poder. El resultado fue la creación de una antítesis entre cultura y naturaleza, entre el ego y el cuerpo, entre el pensamiento racional y la sensibilidad intuitiva. Esta antítesis produjo una tensión dinámica que posibilitó el desarrollo de la cultura, pero que también incluye un potencial destructivo, bajo la forma de un conflicto. El sistema patriarcal se caracteriza por el conflicto entre el individuo y la comunidad, entre el hombre y la mujer y entre padres e hijos. La historia de Edipo, en la versión de Sófocles, se refiere al conflicto entre padres e hijos, pero, en un nivel más profundo, versa también sobre el conflicto presente en la personalidad misma de Edipo.
En el capítulo 1 vimos que el reinado de Edipo en Tebas fue próspero durante veinte años, pero las Erinias, como se llama a las hadas en la obra, esperaban. Lanzaron una plaga sobre la ciudad, llevando al fin al descubrimiento de que Edipo era él asesino de su padre y el esposo de su madre. Horrorizado por este descubrimiento, Edipo se arranca los ojos y abandona Tebas, convirtiéndose en un vagabundo. Durante mucho tiempo me intrigó este aspecto de la historia. ¿Por qué las Erinias castigaron a Edipo por los actos de parricidio e incesto, crímenes contra el orden patriarcal, con el que las Erinias no tenían intereses en común? Me di cuenta de que la transgresión que ellas estaban castigando realmente y por la que Edipo debía sufrir era la destrucción de la Esfinge.
La Esfinge era una de las diosas madres, importada de Egipto, que se instituyó como deidad benéfica. Para el ego en desarrolló de los griegos, era un monstruo porque pedía sacrificios humanos. Pero en tanto diosa de la tierra, devoraba a todos sus hijos, por cuanto al morir regresaban todos á la tierra. Las diosas femeninas del orden matriarcal eran quienes regían la vida y la muerte (las parcas tejedoras de la vidas). Mientras estos procesos siguieron siendo un misterio, el hombre respetó a la mujer y a la madre. Al descifrar el enigma de la Esfinge, Edipo eliminó el misterio del que dependía su poder. De todos los héroes griegos, sólo él actuó sin la ayuda de un dios olímpico, por lo que su conquista representa la victoria de la mente racional. Opuso el conocimiento al misterio y el valor al miedo. Por este acto, se convirtió en el primer hombre moderno.
A los ojos del mundo matriarcal, el verdadero crimen de Edipo fue la arrogancia del conocimiento y del poder. Así, Sófocles hace decir de él al coro:
"...miradle: es Edipo,
el que resolvió los intrincados enigmas
y ejerció el más alto poder;
aquel cuya felicidad ensalzaban y envidiaban
todos los ciudadanos.
¡Vedle sumirse en las crueles olas del sino fatal!".65
Es arrogancia creer que se puede manipular el sino. Es arrogancia creer que se tiene la respuesta a todos los misterios. Edipo pensó que había encontrado la verdad del hombre y que comprendía su naturaleza, pero fue ciego ante el hecho de que el hombre es hijo de mujer y debe regresar a su madre, la tierra, en su tálamo nupcial y en su sepultura. El, que creía ver claramente, no vio que todo hombre desposa a su madre. Arrepentido por su ignorancia y como autocastigo por su arrogancia, Edipo se encegueció. Al volverse contra su ego y apagar la luz de la conciencia, encontró la paz de la inconciencia y del cuerpo regresando al seno de las diosas de la Madre Tierra. Esto significa una renuncia a la arrogancia del conocimiento y el poder y una aceptación de humildad.
El surgimiento del predominio del ego en la personalidad del antiguo hombre griego produjo la primera situación edípica. Desde entonces, la conciencia del ego o la autoconciencía ha crecido y se ha extendido. La mayor parte de la gente en las culturas industriales de hoy es egoísta, esto es, los valores del ego rigen directamente, en alto grado, su pensamiento y sus acciones. Estos valores son el poder, las posesiones y el progreso. Estos son también valores patriarcales, y la familia actual, que vive en base a ellos, es una familia patriarcal. Cada niño que crece en una familia semejante está necesariamente sujeto a un conflicto edípico, con las consecuencias que hemos visto en los capítulos precedentes. En las secciones que siguen trataré de demostrar por qué sucede esto.
JERARQUÍA DEL PODER Y LUCHAS DE
PODER
El elemento importante de la situación edípica es el conflicto. Puesto que la situación edípica es triangular, hay conflictos entre todas las partes involucradas. En la sección anterior vimos que el conflicto entre padre e hijo es el tema principal de las tres obras de Sófocles basadas en la historia de Edipo; pero una interpretación más profunda reveló que en esas piezas el conflicto básico se producía entre los sistemas sociales del matriarcado y el patriarcado, conflicto que se resolvió culturalmente en favor del patriarcado. Esta solución significa que el principio masculino, representado por el ego, la individualidad y la cultura, predominó sobre los principios femeninos, representados por el cuerpo, la comunidad y la naturaleza.
El conflicto básico en la situación edípica del niño se da, por lo tanto, entre los padres. Su relación constituye la base del triángulo y los conflictos en esa relación son la causa de todos los problemas del niño. En el primer capítulo sostuve que cuando marido y mujer están sexualmente satisfechos, el niño no queda atrapado en una situación edípica; sin embargo, debemos reconocer que en nuestra cultura, basada en el principio patriarcal, la relación hombre-mujer difícilmente está libre de discordias serias, y la satisfacción sexual es poco frecuente. Si bien hay matrimonios en los que florece el amor, la mayoría erige fachadas para esconder las insatisfacciones y, decepciones que imperan en su matrimonio. Estas fachadas sirven tanto para encubrir el fracaso del matrimonio ante los demás, como ante sí mismos.
Mí madre solía decir que no debemos sorprendernos de las luchas entre países, habiendo tanta lucha en casa. De acuerdo a lo que puedo recordar, mis padres estaban en conflicto permanente y, siendo niño, me sentía apabullado por este estado de cosas. Yo estaba atrapado en el medio. Ambos me confiaban sus problemas y yo reconocía que cada uno tenía quejas legítimas en contra del otro. Más tarde, comprendí que sus personalidades eran opuestas: mi madre prefería los negocios al placer, y mi padre, el placer a los negocios. Como resultado de ello, mi madre carecía de alegría y mi padre de dinero, (hasta cierto punto, por cierto). Dividido entre ambos, tuve que buscar alguna solución a mi conflicto interno: lo logré cuando comprendí que el mejor negocio de la vida era el placer. Pero no llegué a esta solución sin antes haber analizado los temores y ansiedades de mi propia situación edípica.
Desde entonces, puede darme cuanta de que la situación en mi familia no era única, como alguna vez pensé. En los matrimonios, el conflicto es más común que la armonía. ¿Por qué es así?
El orden patriarcal es una jerarquía de poder y posesiones. El individuo que está en la cima —un rey o jefe de partido, por ejemplo— tiene el mayor poder, los que están más abajo en esa jerarquía tienen menos, y los que están en la base tienen mucho menos aún, o ninguno. Esta jerarquía existía también en el seno de la familia, con el padre en la cima, la madre debajo de él y los hijos en la base. Desde su elevada posición en la civilización romana, el padre tenía poder legal absoluto sobre la vida y la muerte de su esposa e hijos. Legalmente, las mujeres han sido ciudadanas de segunda clase hasta hace muy poco tiempo. La propiedad de una mujer casada pertenecía a su esposo. Aunque mucho han cambiado las cosas, aún prevalece la desigualdad entre los sexos.
Y esta desigualdad socava la armonía en las relaciones hombre-mujer, que deberían ser de igualdad compartida en un esfuerzo común. Quien se siente inferior, está resentido con aquel que tiene una posición superior y esto es especialmente cierto en los casos en que la conciencia del ego está altamente desarrollada, como ocurre en nuestra cultura. La mayoría de la gente encuentra humillante tener que someterse a un poder con el cual no está de acuerdo. En esta situación, no es posible sentir amor, sino odio.
En la familia patriarcal, la desigualdad se extendía al sexo. La mujer estaba sujeta a un doble patrón de moralidad que le negaba el derecho a una vida sexual completa mientras al hombre se le permitía satisfacer libremente sus deseos. Este patrón doble era más estricto aún en la sociedad burguesa, donde la lucha por el afianzamiento del ego, el poder y los bienes materiales era mayor; por el contrario, era menos estricto entre la nobleza, ya que la fuerza de su ego y su poder se basaban en los sólidos cimientos de la cuna. Y era menos estricto aún en la clase baja, donde la lucha por el poder era débil. En la sociedad burguesa, la castidad de la mujer era altamente apreciada en el mercado matrimonial. Inevitablemente, en cada hogar burgués se desarrollaba una lucha por el poder. El hombre detentaba este poder a través de su control sobre la propiedad, pero la mujer a menudo se oponía a él, privándolo de su entrega sexual, bajo pretexto de enfermedad o indisposición. Consciente o inconscientemente, esta táctica era un arma efectiva. La mujer podía también amenazar al hombre con la infidelidad, que era un verdadero golpe a su ego. Pero este juego lo jugaban ambos y a menudo el hombre buscaba placer sexual fuera de su casa.
La lucha entre marido y mujer no es nueva; en el pasado, la mujer se quejaba con frecuencia de que no había dinero suficiente y el hombre, de que no había suficiente sexo. Con la supresión de ese doble patrón moral a partir de la revolución sexual de los años cincuenta y sesenta, parece ser que la situación ha cambiado, pero este cambio no redujo la lucha que sigue librándose entre los cónyuges. Mientras intervenga el poder en las relaciones personales, habrá conflictos. Lo desafortunado del asunto es que los padres utilizan a sus hijos en su lucha por el poder.
A pesar de que en el sistema patriarcal el hombre se ve favorecido, no siempre es el ganador en esta lucha, Y aunque pueda ser el sostén económico de la familia, no siempre es el jefe del hogar; tiene un poder nominal, pero a menudo el poder efectivo reside en la esposa. La mayoría de mis pacientes, al preguntarles quién era la figura dominante en sus hogares, contestan que era su madre. Esto puede deberse a que ella tiene en el hogar sus dominios, posición que la sociedad apoya firmemente a causa de su responsabilidad para con los hijos. En realidad, las luchas familiares se. resuelven frecuentemente en favor de la persona que posee el ego más fuerte y el más desarrollado sentido del ser. Pero, no importa quién sea el que domina en la familia, el conflicto entre los padres es la base sobre la cual descansa el triángulo edípico.
En esta lucha mutua, no sólo los padres utilizan a los hijos, también los hijos sacan provecho de esa batalla con el propósito de adquirir poder para ellos, aliándose con uno u otro, en busca de su propio beneficio. Podría parecer que esto contradice mi declaración previa de que los niños son inocentes; lo son, pero sólo hasta que son dañados por el uso del poder en su contra. Siendo el estrato más bajo de la jerarquía, son los más vulnerables. A menudo, los padres descargan en sus hijos la ira y la hostilidad que sienten hacia sus propios padres, y que no se atreven a expresar. Muchos les hacen padecer a sus hijos sus propias frustraciones. Por lo general, el padre se siente superior al hijo y la forma más simple de demostrarlo es ordenarle algo que el niño debe obedecer sin réplicas.
El conflicto subyacente entre padres e hijos surge de la necesidad de los primeros de mantener la posición de su ego contra el hijo, lo que conduce a un choque de voluntades. Por ejemplo, un niño pide algo (un caramelo o un juguete) que el padre no puede o no quiere darle. El padre dice "no", pero el niño se rehusa a aceptar este rechazo y pregunta: "¿Por qué?", a lo que muchos padres responden: "Porque he dicho que no". El ego paterno rápidamente se involucra en la situación, transformándola en un choque de voluntades. Cuando sucede esto, el niño debe someterse, porque el padre no puede permitir que se desafíe su autoridad o su poder. Con toda imparcialidad, debo decir que los hijos pueden pedir más de lo que los padres son capaces de darles, y particularmente en nuestra cultura, donde tantas cosas despiertan el deseo del niño. A menudo, los padres se ven forzados a decir "no" y, aunque esta respuesta puede desilusionar al niño, nunca le causará un problema serio, a menos que sienta que la razón real sea el poder y la autoridad.
Otro factor que produce un estado de tensión entre padres e hijos son las presiones a que están sometidos los padres en la vida moderna. Tienen tantas actividades, que no poseen la energía o la paciencia necesarias para relacionarse con la naturaleza vital del niño y, constantemente, le dirán: "¡Quédate quieto! ¡No te muevas más!" Ningún niño puede obedecer órdenes semejantes y, por ello, se produce el choque. He visto repetirse la misma escena en distintos lugares; esta que contaré se desarrolló en un aeropuerto. Una mujer con un bebé y otro niño de dos años esperaba abordar un avión. El niño comenzó a alejarse y la madre lo trajo junto a ella. Volvió a hacerlo y la madre lo acercó, enojada. La tercera vez, furiosa, lo tomó del brazo, arrastrándolo a la silla tan violentamente que el niño comenzó a llorar, Con voz airada, ella le dijo: "¡Te dije que te quedaras aquí!" Aunque podemos comprender a la madre en esa situación; debemos reconocer que el niño se sintió injuriado e impotente, sin poder entender la razón de la ansiedad e irritabilidad de su madre.
En nuestra cultura, los padres utilizan su fuerza y poder superiores para obligar al niño a obedecer sus órdenes. El niño se siente desamparado y desvalido, siendo naturalmente dependiente de sus padres, es impotente frente a ellos; pero sólo cuando el padre impone su voluntad, el niño se da cuenta de su vulnerabilidad. Normalmente, el niño ve a su padre como una fuente de apoyo y protección y no como un antagonista; pero cuando se transforma en esto último, la docilidad se vuelve sumisión, que el niño compensa con su resolución interior de obtener el poder que le permitirá vencer al padre. De este modo, la sumisión tiene un doble efecto en la personalidad del niño: disminuye su sentido del ser, socavando así su ego en proceso de desarrollo, y a la vez lo compromete más aún con el ego en tanto representación del poder. El niño se hace consciente del ego y se centra en él, o sea, se orienta hacia el poder, ingresando a la situación edípica con sentimientos encontrados: deseo sexual por el padre de sexo contrario, temor y hostilidad hacia ambos padres y la conciencia de que el sexo puede utilizarse en la lucha por el poder. Esta es una situación tensa que sólo tiene una salida para el niño: la pérdida del sentimiento sexual o la castración psicológica, consecuencia directa de los temores y hostilidades engendrados por el triángulo.
El aumento de la conciencia del ego no es un avance, puesto que produce una mayor autoconciencia y cohibición, lo cual tiene un efecto inhibitorio sobre la expresión de sentimientos y la descarga orgásmica. En los estados esquizofrénicos hay subyacente una exagerada autoconciencia y a menudo desembocan en un quebrantamiento psicótico, situación extremadamente dolorosa que, en sus formas menos graves, conduce a un narcisismo patológico.
El conflicto se convierte en un estado interior, a la vez que, en una condición externa. Así como el hombre se vuelca contra la naturaleza para dominarla, el ego se vuelca contra el cuerpo y, a través de su facultad de controlar y dirigir la actividad volitiva, puede comandar al cuerpo. La voluntad surge a través de este mecanismo; y los seres humanos son los únicos animales capaces de acciones volitivas. Mediante su voluntad, el hombre trasciende su naturaleza animal y crea cultura pero, en ese proceso, se separa de la naturaleza, y se torna vulnerable a las enfermedades. Este peligro se puede ver más claramente si comparamos la personalidad con un caballo y su jinete. En esta analogía, el caballo representa el cuerpo y el ego es el jinete; cuando jinete y caballo van al mismo ritmo, pueden cabalgar mejor y experimentar placer. Pero un jinete insensible a su caballo puede hacerlo caer. De este modo, un yo sin relación con el cuerpo y presionado compulsivamente hacia el éxito puede llevar al cuerpo al punto de que se quiebre físicamente; si el jinete está disociado del caballo, puede ser arrojado y acabar mal; si el ego se disocia del cuerpo, se hace trizas.
Regresemos al tema más amplio de las luchas por el poder en la familia moderna. La mayoría de los padres, consciente o inconscientemente, educarán a su hijos exactamente como ellos fueron educados. Un padre que tuvo una educación estricta tenderá a ser estricto con sus hijos. Quienes fueron golpeados por sus padres, a menudo golpean a sus propios hijos. No se trata solamente de enseñar al niño a obedecer; un comportamiento semejante por parte de los padres a menudo tiene una motivación personal. Al padre le molesta que su hijo sea mejor de lo que él fue. "¿Por qué tú tienes que pasarlo mejor de lo que lo pasé yo?", es un sentimiento no reconocido que muchos padres alientan con respecto a sus hijos. Un padre egocéntrico competirá con su propio hijo, podrá mostrarse celoso ante la relativa libertad del niño y tratará de quebrar su espíritu como se lo quebraron a él. Esto se ilustra con el caso siguiente.
Una mujer llegó a la terapia quejándose de depresión, ansiedad, sentimientos de inferioridad e inadaptación. Se había separado de su esposo recientemente quedándose con dos hijos adolescentes. Había sido muy dependiente de su esposo y no tenía capacidad para desenvolverse por sus propios medios. Pero el problema no era sólo psicológico. La mujer tenía muy poca sensibilidad en las piernas y, carecía de la seguridad que otorga saberse dueño de piernas sólidas. La razón de esta falta de sensibilidad era una seria contracción de la cintura, que parecía dividir su cuerpo en dos mitades, división aparente que era también funcional. Los movimientos respiratorios no pasaban a través de esta constricción, hacia el abdomen y, como no hay sentimientos donde no hay movimientos espontáneos, estaba efectivamente separada de la parte inferior de su cuerpo. No sólo carecía de sensaciones en las piernas, sino que sus sensaciones sexuales estaban también muy reducidas. Había sido castrada psicológicamente y convertida en una impotente.
Un día, me habló acerca de las dificultades que tenía con uno de sus hijos, un muchacho rebelde y desobediente. Comprendí sus problemas, pues los jóvenes que crecen sin disciplina, en el seno de esta cultura caótica, pueden sufrir serios trastornos. Sin embargo, fue muy impactante para mí oírle decir: "Quebraré su espíritu, lo partiré en dos". Esto es exactamente lo que habían hecho con ella y ahora se proponía hacerlo con su hijo. Cuando hice que viera esto, me impactó más aún cuando me contestó: "Es así como debe ser".
Estaba tan ofuscado que no pude continuar la sesión con esta paciente. Había intentado ayudarla a sobreponerse a la mutilación que había padecido de niña, y ahora ella insistía en someter a su hijo al mismo tratamiento. Habíamos analizado sus experiencias infantiles en sesiones previas, en las que me había contado que su madre la golpeaba cuando osaba desobedecerle. Me di cuenta de que había sido "quebrada" más profundamente de lo que yo pensaba. A pesar de nuestro trabajo, no había aceptado su propia mutilación y, negando su daño y su dolor, era capaz de infligirla a otra persona.
Por cierto, no todos los padres someten a sus hijos al mismo trato que recibieron. Los que son conscientes del daño que les causó el trato recibido de sus padres insensibles se empeñan en evitarles a sus hijos una experiencia similar. Esto es lo que ocurre, en general, con los padres que se han sometido a una terapia, pero incluso en esos casos, el sujeto es consciente de que su hijo reacciona exactamente como lo hizo él frente a sus padres. Por ejemplo, un hombre que fue mi paciente señaló: "Me doy cuenta de que mi hijo me tiene miedo, como yo se lo tenía a mi padre. Yo deseaba liberarlo de eso". No sabía cómo se había producido, puesto que nunca le había pegado. Le señalé que, a veces, cuando algo le molestaba, sus cejas descendían y sus ojos tenían una mirada oscura, mezcla de resentimiento, odio y temor. Puedo imaginar fácilmente que un niño, al ver semejante mirada en los ojos de su padre, se asuste.
Esa mirada en los ojos de mi paciente era su reacción ante el padre temido, y representaba sentimientos que él nunca se había atrevido a expresar. Al suprimirlos, se habían estructurado en su cuerpo y en su carácter, convirtiéndose en su sino: ser resentido, odioso y temeroso, aun cuando no comprendía el origen de todo eso. Y, a menos que cambie su estructura caracterología, ese será también el sino de su hijo.
Sin embargo, en muchos casos, los padres lanzan contra sus hijos en formas más directa la hostilidad que tienen hacia sus propios padres. Hace algunos anos, traté a una mujer llamada Julieta, que vino a consultarme a raíz de una ira incontrolable contra su hija. Reconoció que la estaba destruyendo, pero no podía contenerse de pegarle y gritarle; sabía que actuaba neuróticamente, pues la niña no era provocativa ni se comportaba mal. Le señalé que, si bien descargar su ira podía tener alguna validez en otras áreas de su vida, hacerlo contra su hija era injusto. Por lo que me relató, pude ver que en su vida había muchas razones para que estuviera enojada, pero se negaba a enfrentarlas. Estaba frustrada sexualmente con el marido, pero no se atrevía a hablar de esto con él. Era obvio que ella estaba utilizando a la hija como un chivo expiatorio, pero, puesto que no podíamos llegar al origen de esa ira, la actitud lógica era que la descargara terapéuticamente. Simplemente como un ejercicio, la hice patear la cama y gritar su frustración. También golpeó la cama con una raqueta de tenis para descargar su rabia. Se sorprendió agradablemente al notar que mejoraron de inmediato sus relaciones con la hija, y que la niña mejoró también en la escuela.
Ventilar la ira en las sesiones terapéuticas permite al paciente funcionar mejor en su casa; es como desconectar una carga explosiva que se lleva encima. Pero esta técnica no resuelve el problema, ya que el paciente debe descubrir por qué está tan enojado. ¿Qué sucedió en su pasado que creó tal furia? ¿Qué le ocurría a Julieta en el presente para que siguiera furiosa? También necesitaba reestructurar su carácter, de modo que su vida fuese más plena.
La primera vez que le pregunté acerca de su infancia, la paciente, —Julieta— dijo que había sido una época feliz. Sólo después de un tiempo de terapia quedó claro que ella y su madre nunca se habían llevado bien. Recordó la actitud de molestia y crítica hacia ella por parte de su madre y la falta de contacto afectivo entre ambas. En cambio, estaba muy ligada a su padre y tenía sentimientos muy afectuosos respecto a él. El sexo había sido un tema tabú en su infancia; nadie le habló nunca acerca de eso, pero dijo que más de una vez la azotaron por masturbarse, si bien en esa época no sabía que estaba haciendo algo malo.
Tenía un sueño recurrente acerca de no ser capaz de abrir los ojos, que en el sueño estaban cerrados, pero no pegados; trataba de abrírselos con las manos y sacudiendo la cabeza, pero no lo lograba. Al no poder abrirlos, se sentía atemorizada y frustrada. Dijo que era como conducir un automóvil con la vista tapada.
La interpretación de este sueño es fácil. Julieta no podía abrir los ojos porque temía ver algo, alguna imagen aterradora y amenazante.
Habitualmente, tenía los ojos medio cerrados; necesitaba abrirlos para saber qué la asustaba. Le pedí que se tendiera en la cama y abriera bien los ojos, mirando hacia el techo. Con los dedos, le hice presión sobre la región occipital, detrás de la cabeza. Julieta dijo ver el rostro de su madre. Al pedirle que se centrara en la expresión de su rostro y en los ojos, para su sorpresa, vio que su madre la miraba con intensa hostilidad. Anteriormente, todo lo que había recordado en relación a su madre era una mirada llena de ansiedad y preocupación. Impactada por lo que veía, dijo:
"¿Por qué me mira con tanto odio? ¿Qué hice yo?"
Fue necesario un intenso trabajo analítico antes de que Julieta se diera cuenta de que su madre la consideraba una rival peligrosa. La madre había perdido a su esposo cuando Julieta tenía once años, volviéndose a casar con un hombre once años mayor que ella. Ambos habían cuidado y amado a la niña. La madre reaccionó con Julieta como si ésta hubiera sido una intrusa en la idílica relación de la pareja. Contó que "se tomaban de la mano, se abrazaban y apoyaban uno contra el otro y se contaban historias maravillosas de su época de noviazgo". Julieta había "cerrado los ojos" para no ver la hostilidad de su madre hacia ella, y también cerró los ojos de su mente para no sentir su propia rabia contra la madre la que sin embargo salió a la luz en contra de su propia hija.
Los sentimientos no se pueden suprimir indefinidamente, pues esto significa morir. A menudo salen a la luz contra el más inocente, porque es el más vulnerable. ¿Por qué los padres gritan a sus hijos? Vengan en ellos las frustraciones de su vida, pues los niños son incapaces de responderles. El hecho de dominar al niño da al padre un sentimiento de poder que compensa su impotencia, experimentada en la infancia. Esta es la esencia de la lucha por el poder.
Si un padre necesita dominar a alguien, el niño es la persona más apropiada. Además, los padres proyectan sobre sus hijos su propia culpa, castigándolos por los mismos actos inocentes (masturbación) por los que ellos fueron castigados cuando niños. En una cultura patriarcal, esta desgracia se traspasa de generación en generación.
Un comportamiento semejante hacia los niños es inconcebible en la mayoría de las culturas primitivas y se lo encuentra muy rara vez en las orientales. Y no se debe a que la vida de esos pueblos carezca de dificultades: ellos también tienen su cuota de dolor y frustración, que aceptan como su sino. Pero carecen del egoísmo que lo ve todo en términos personales. En nuestra cultura, cuando un niño anda mal en la escuela, el padre a menudo considera como suyo propio el fracaso de su hijo y, de la misma forma, el éxito del niño infla el ego del padre. El ego del hombre moderno está más presente en sus relaciones que su corazón; así, cuando el niño le desobedece, no se trata de que obre bien o mal, sino de que desafía al yo paterno. Una vez que le dijo "no" al niño, su orgullo egoísta lo lleva a mantener ese "no", a pesar de los ruegos o argumentos del niño. En muchas familias, la opinión del niño conduce de inmediato a una lucha de poder, a un conflicto de voluntades en que ambos salen perdiendo, porque lo que debería ser una relación de amor se deteriora, convirtiéndose en antagonismo.
Todas las sociedades, tanto las matriarcales como las patriarcales, tienen reglas de conducta que se imponen a través de alguna autoridad, ya sea el jefe o el consejo tribal. La diferencia entre los dos sistemas reside en si la regla es la práctica aceptada de la comunidad o el edicto impuesto por una autoridad. Esto último debe crear forzosamente conflictos, puesto que coloca el ego de un individuo en contra del ego del otro. Por ejemplo, en Antígona, Creonte, gobernante de Tebas tras la partida de Edipo, dice a su hijo Hemón:
Esa ha de ser siempre, hijo mío, la ley de tu corazón: obedecer en todo la voluntad dé tu padre.66
Los seres humanos no nacieron para ser sometidos a la voluntad de otro como ocurre con nuestras bestias de carga; aún no han sido totalmente domesticados. No obstante, la civilización exige que se los ate al yugo de un sistema económico y político que limita su libertad, sometiéndolos a una jerarquía de poder. ¿Cómo se logra esto?
Freud dice que "el precio del progreso, en la civilización, se paga perdiendo la felicidad mediante la intensificación del sentimiento de culpa".67 Sostiene que la cultura sería imposible sin la renuncia al instinto, o sea, a "la falta de gratificación (¿represión, supresión o algo más?) de los poderosos impulsos instintivos".68 Esta falta de gratificación produce una agresividad destructiva en el individuo, que debe ser doblegada. Originalmente, es doblegada en el niño mediante el castigo o la amenaza de quitarle el amor. Como vimos anteriormente, el niño se somete y desarrolla un superego que es la introyección de la autoridad parental. El superego se sostiene mediante la energía de los impulsos suprimidos, que se vuelcan contra el self creando el sentimiento de culpa. Así, este sentimiento de culpa es directamente proporcional al grado de la supresión. Mientras más se suprime la hostilidad, más culpa se siente. Uno se siente culpable por su deseo de aplastar a la civilización que le niega la plenitud y de matar al padre que es su representante.
Freud sostiene que "el sentimiento de culpa en el hombre tiene su origen en el complejo de Edipo y se adquirió cuando el padre fue asesinado por los hermanos coaligados".69 Que esto sea o no históricamente verdadero, como Freud pensaba, poco importa para nuestro examen. Hemos visto que el conflicto con el padre es inherente al sistema patriarcal que, basándose en el poder, promueve la lucha por él. Así, todos los hombres civilizados, movidos por el egoísmo y la lucha por el poder, son culpables del deseo de eliminar al padre o de matarlo. Este sentimiento de culpa se desarrolla en el individuo como resultado del conflicto edípico. En este período, también el superego asume una posición de control de la personalidad y se establece definitivamente la estructura caracterológica del individuo.
Debemos recordar que en el drama de Edipo la iniciativa la tomó el padre. En la leyenda, fue el hecho de estaquear al niño a la intemperie para que muriera lo que inició la cadena de acontecimientos que culminaron con el cumplimiento de la profecía del oráculo. Fue un acto hostil contra el niño, a fin de proteger la posición y el poder del padre. Del mismo modo, en la familia moderna, el conflicto edípico se crea por las actitudes hostiles del progenitor que ve en el niño un desafío a su poder y un rival en el afecto de su cónyuge. A mi modo de ver, en el momento en que el niño ingresa al período edípico, es inocente como cualquier animal. Pierde su inocencia en la medida en que va dándose cuenta de las intrigas y manipulaciones de sus padres, tendientes a controlarlo, a adaptarlo a la cultura y a usarlo para satisfacer las necesidades de su propio yo. A modo de autodefensa, el niño aprende a utilizar las mismas tácticas contra ellos, pero en ese proceso se convierte en un ególatra como sus padres, o tal vez peor. Hay un dicho que reza: "Combate al diablo con sus propias armas y te convertirás en diablo".
¿Pero por qué el proceso de aculturación se asocia invariablemente a la represión sexual? No concuerdo con Freud en que el éxito creativo dependa de la sublimación de la conducta sexual. Por el contrario, los individuos más vitales en lo sexual son, a menudo, los más creativos. Pero la productividad es otro asunto. Si queremos uncir al animal humano a la máquina económica, debemos "quebrarlo", como lo hacemos con los animales que ponemos a trabajar para nosotros. Esto se puede lograr sólo si domesticamos la libre y salvaje sexualidad animal del individuo. Hace muchísimo tiempo, el hombre aprendió que podía transformar a un animal salvaje en un animal doméstico, castrándolo. Así obtuvo los bueyes para su arado. Sin saberlo conscientemente, aplica la misma técnica a sus propias crías, con la diferencia de que el agente eficaz es la amenaza de castración. Esta amenaza reduce la intensidad del impulso sexual y funciona como una castración psicológica, volviendo dócil al niño para luego educarlo en su papel social como trabajador productivo. Esto tiene la ventaja adicional de no interferir con la función reproductiva del individuo. Erich Fromm llegó a la misma conclusión; dice: "El esfuerzo hecho por suprimir el sexo escaparía a nuestro entendimiento si sólo se refiriera al sexo, Pero la razón para vilipendiar el sexo no es el sexo mismo, sino el quebrantamiento de la voluntad humana".70
Al describir las condiciones sociales que producen el carácter neurótico, puedo dar la impresión de que en la familia moderna sólo hay hostilidad hacia el niño y un deseo de quebrar su espíritu. Por supuesto, esto no es cierto. Hay amor y odio; respeto por la integridad del niño y, al mismo tiempo, la necesidad de hacerlo adaptarse. Mientras el proceso de aculturación se maneje con amor y respeto hacia el niño, éste no sufrirá graves traumas. Sin embargo, no creo que, incluso con las mejores intenciones, sea posible educar a un niño en el mundo moderno sin provocarle algún grado de neurosis. Ningún padre que viva en esta cultura puede disociarse totalmente de sus valores. El intento por hacerlo genera otros problemas.
También debemos recordar que en nuestra cultura la sexualidad infantil no es aceptada como algo normal y natural por la mayoría de los padres, Dentro de nuestra jerarquía de valores, todo lo que está asociado con la parte inferior del cuerpo se considera grosero, vulgar y sucio. Por el contrario, consideramos qué las funciones de la parte superior del cuerpo son superiores, especiales y limpias. Se honra el conocimiento y el poder, en tanto que se menosprecia el sexo y el placer, valores que pertenecen al orden matriarcal.
La mayoría de la gente se siente un tanto incómoda cuando un niño se toca los genitales en publico. Los niños entienden rápidamente las actitudes de sus padres hacia el sexo y, en especial, que lo consideran algo malo. Estas actitudes están tan generalizadas en nuestra sociedad que no he encontrado ningún paciente que no sufra de culpa sexual y ansiedad de castración. Y esto es cierto tanto en el hombre como en la mujer.
Sin embargo, el grado de culpa y ansiedad varía entre las distintas personas. Puesto que son producto de la lucha por el poder, se las encuentra menos en las clases trabajadoras que en las clases altas. Por ejemplo, Reich señaló que los obreros alemanes de los años veinte gozaban de una salud sexual y emocional ausente entre las clases altas.
Si se toma como indicador de salud sexual la falta de tensión en el cuerpo, especialmente en el área pelviana, hay más salud entre los pobres de Latinoamérica que entre sus ricos vecinos del Norte. Por otro lado, en todas partes, la clase media es bastante neurótica. Su lucha por escalar posiciones sociales y por el prestigio provoca una mayor presión sobre sus hijos para que se adapten al patrón social. En las sociedades industrializadas modernas, las diferencias de clase tienden a desaparecer; en estas sociedades, mucho más móviles, donde el poder y el dinero determinan la posición social, la mayoría de la gente pertenece a la clase media, la clase que más valora el progreso y el poder.
EL PROGRESO
PRODUCE CONFLICTOS
La civilización o el sistema patriarcal se caracteriza por su énfasis en el cambio consciente y en el movimiento ascendente. Ambos están relacionados. El cambio consciente se llama progreso y se concibe como un movimiento de ascenso. Hablamos del ascenso del hombre, del surgimiento de la cultura, de "alcanzar" el éxito y el poder. El progreso tiene también una dimensión temporal, según la cual lo nuevo es siempre superior a lo viejo, lo posterior en el tiempo es mejor que lo anterior. Aunque esto puede ser cierto en algunos campos tecnológicos, es un pensamiento peligroso si se lo generaliza demasiado. Puede llegar a implicar que el hijo es superior al padre o que la tradición es simplemente el peso muerto del pasado. En una cultura en la que el progreso es un valor importante, se desarrollará inevitablemente un conflicto entre las generaciones.
Hubo y aún hay culturas en las que el respeto por el pasado y la tradición es más importante que el deseo de cambiar. En estas culturas, casi no hay conflicto generacional y la neurosis es mínima. Durante miles de años y a lo largo de una buena parte de la civilización, el patrón de vida para el hijo fue seguir las huellas de su padre, como la hija seguía las de su madre. El niño sólo anhelaba ser tan grande como su padre y desempeñar su trabajo tan bien como él. Esto no quiere decir que las relaciones con el padre fuesen siempre amistosas, ya qué no es propio de la naturaleza humana que ello suceda. .Tampoco significa que cada hijo adoptará la ocupación o profesión paterna. Para el término medio de la gente, hasta hace poco tiempo, la elección de su forma de ganarse la vida era limitada. El joven encontraba un lugar en el mundo a través de la identificación con su padre y de su aprendizaje junto a él; la joven aprendía de su madre y se identificaba ella. Si la familia era numerosa, el hijo podía ser el aprendiz de algún otro hombre, que con ese propósito se transformaba en su padre sustitutivo.
Jacob Bronowski, en su libro The Ascent of Man ("El ascenso del hombre"), describe a un pueblo nómada, los Bajtiari de Persia, que han conservado el mismo patrón de vida por generaciones. Cada año, trasladan sus rebaños de cabras y ovejas por montañas y ríos en busca de pastizales; en la segunda mitad del año, recorren el camino de regreso. En cada trayecto cruzan seis cadenas de montañas, atravesando la nieve y los crecidos ríos en primavera. Este patrón no ha variado en lo sustancial en miles de años, salvo por el hecho de que los Bajtiari ahora emplean animales de carga.
Bronowski visitó este pueblo y lo filmó para una serie de televisión. Lo que vio y nos mostró fueron niños con ojos abiertos e inocentes que miraban a sus padres con admiración y respeto. El comentario de Bronowski tiene una connotación peyorativa: "La única ambición del hijo es llegar a ser como su padre".71
Debemos admitir que no se trata de una cultura dinámica. He aquí cómo describe su vida: "Es una vida sin rasgos distintivos, monótona. Cada noche es el final de un día como el anterior, cada jornada será el comienzo de otra como la del día anterior. Al salir el sol, hay una misma pregunta en cada una de estas mentes: ¿podrá pasar el rebaño la próxima cumbre? Un día, deberán pasar la cumbre más alta de todas, el paso Zadercu, en el Zagros, de cuatro mil metros de altura, y el rebaño deberá luchar trepando o vadeando en busca de sus puntos más altos. Para seguir adelante, el pastor debe encontrar cada día nuevos pastizales, ya que en esas alturas el pasto se consume rápidamente".72
¡Cómo puede calificar Bronowski esa vida de monótona! No puedo comprenderlo. Es una vida simple, pero está llena de aventuras. Si la supervivencia es el único premio, también es el premio supremo. Cruzar pasos montañosos a pie o a caballo es un desafío al valor y la fuerza de cualquier individuo. Además de los aspectos normales de la vida comunal —nacimiento, crecimiento, matrimonio y muerte— que todos compartimos, los Bajtiari viven en el esplendor de una naturaleza vasta, impredecible y en constante cambio. Suya es la maravilla del mundo natural; nuestro, el mágico encantó del mundo hecho por el hombre (teatro, radio, televisión). Ambos mundos son diferentes, pero creer que el mundo civilizado es superior, es una manifestación de la arrogancia típica del hombre civilizado.
La vida nómade es de esfuerzo físico, y en ella la supervivencia está en juego; con su poder para asegurar nuestra supervivencia, la civilización nos permite una vida de comparativa facilidad física. El mundo nómade es cerrado y aislado, el mundo civilizado es aparentemente abierto y sin límites. Pero descripciones cómo éstas nada nos dicen de las existencias individuales. Demasiada gente en nuestra cultura vive encerrada, aislada y fuera del alcance de las corrientes enriquecedoras de la civilización. No estoy argumentando en favor o en contra de la civilización. Si la vida nómade no es romántica, la nuestra no es ciertamente ideal. No podemos retroceder, aunque lo quisiéramos. La civilización es nuestro sino.
¿Cuál es el sino del nómade? Bronowski dice que las probabilidades de que el rebaño aumente o disminuya siempre son las mismas, año tras año. "Y, además de eso, al final del camino, no habrá más que una enorme y tradicional resignación".73 Pero resignación no es la palabra correcta para designar la actitud de un pueblo que tiene el valor de vivir una vida tan ardua. Resignación implica que se tuvo la esperanza de algo mejor. Los pastores Bajtiari no esperan ni desean el cambio, porque están contentos con su vida y la aceptan con una paz y calma interiores de las que nosotros carecemos. Nosotros somos quienes luchamos con la vida para volverla mejor, los que no podemos aceptarla porque termina en la muerte; y, al fin de cuentas, es el hombre civilizado el que se resigna y muere dolorosamente. Para los Bajtiari que llegan al final de su recorrido, no hay lucha. Aceptan la muerte como aceptaron la vida: impávidos y sin concesiones.
Los Bajtiari carecen de los refinamientos culturales que nosotros asociamos con las modalidades de vida civilizadas. Justamente, a raíz de esta carencia, tienen algo que nosotros hemos perdido; un sentimiento de armonía, de integridad y de paz interior. Nosotros, los civilizados, vivimos en estado de conflicto, luchando constantemente para armonizar las exigencias opuestas de la cultura y de la naturaleza, del ego y del cuerpo, del deber y del placer. La lucha es dolorosa para todos, y, para algunos, es un infierno. Los Bajtiari no tienen este tipo de lucha interna; sus ojos son límpidos, pueden sentir la maravilla y llenarse de reverencia ante la grandeza y magnificencia del universo. En mi opinión, no hay grandeza en nuestro mundo de subterráneos y rascacielos, no hay maravilla ni reverencia. Comparados con los Bajtiari, vivimos como topos. Todo lo que vemos son los signos monetarios. Tal vez estoy equivocado, pero en mi ciudad natal, Nueva York, veo que mientras los edificios crecen, la calidad de la vida ciudadana decrece.
Particularmente, me impactaron los comentarios de Bronowski sobre las relaciones entre padres e hijos, porque contradicen la creencia de Freud de que el complejo de Edipo es inherente a la naturaleza humana. Creo que este complejo surge sólo cuando los padres tienen poder. Los padres siempre han tenido autoridad, pero el poder es algo diferente. La autoridad dirige, el poder controla. El poder es la capacidad para imponer la propia voluntad. El individuo con autoridad es respetado, el que tiene poder es temido y obedecido. El poder crea el tipo de desigualdad entre la gente que es la causa de todo conflicto, porque nadie quiere someterse al poder de otro. Le roba al individuo su libertad, dignidad, humanidad. Los niños, en especial, son muy sensibles a las manipulaciones del poder, hasta que aprenden a su vez cómo manipular a los demás.
En la larga historia de la civilización, el poder ha sido una mercancía escasa: sólo unos pocos lo poseen, los gobernantes, sus seguidores y los ricos. Y es en las familias con padres poderosos donde surge el problema edípico. Esto fue señalado ya por Reich en sus análisis del origen de la represión sexual. Basándose en el estudio de la sexualidad entre los habitantes de las islas Trobriand realizado por el antropólogo Malinowski, Reich señala: "Los niños de las islas Trobriand no conocen la represión sexual ni los secretos sexuales. Se les permite que su vida sexual se desarrollé normalmente, libre y sin impedimentos, en cada etapa de la vida, con plena satisfacción. Los niños se entregan libremente a las actividades sexuales que corresponden a su edad".74 Esa sociedad no muestra "perversiones sexuales, psicosis funcionales, psiconeurosis o asesinatos sexuales". Reich señaló: "Sólo hay un grupo de niños excluido de este curso natural de los acontecimientos, y son los niños predestinados a algún tipo de matrimonio ventajoso desde el punto de vista económico. Este tipo de matrimonio proporciona ventajas económicas al jefe del clan y es el núcleo del cual nace y se desarrolla el orden social patriarcal. El matrimonio entre primos se encuentra en todas las sociedades matriarcales actuales o pasadas, según lo revelan las investigaciones etnológicas (por ejemplo, las de Morgan, Bachofen, Engels). Los niños destinados a este tipo de matrimonio son, como los nuestros, obligados a la abstinencia sexual y muestran las neurosis y rasgos de carácter neuróticos que nos son familiares".75
Si el análisis que hizo Reich de la cultura Trobriand es correcto, hay una relación directa entre el poder, la represión sexual y el conflicto edípico; y en la civilización occidental podemos ver la misma relación. Por ejemplo, la ilegitimidad no era un problema para las familias campesinas de siglos pasados. En general, los niños eran bienvenidos como mano de obra, sin importar su origen. Por la misma razón, las madres de niños nacidos fuera del matrimonio no eran despreciadas. Los niños campesinos, por otra parte, no sufrían el mismo grado de represión sexual que los niños de la burguesía, habitantes de las ciudades, El doble patrón de moralidad sexual era más estricto entre las familias burguesas, cuyas hijas estaban programadas para contraer matrimonios ventajosos que incrementarían la fortuna familiar. Este código podía imponerse sólo si los niños estaban sujetos desde sus primeros años a una educación sexual represiva. Fueron los hijos de estas familias los que Freud vio en su consultorio, a fines del siglo pasado. Mientras una gran proporción de la población de un país viva en el campo, muy cerca de la tierra, ese país tendrá una reserva humana cuya salud emocional no estará minada.
La vida agrícola, aunque significativamente diferente de la existencia nómade, tenía muchos elementos en común con ésta. Era aún un mundo natural en el que la supervivencia no estaba garantizada. Antes de la introducción de la mecanización en el campo, el campesino estaba casi tan sujeto a las fuerzas naturales como el pastor nómade. También él aceptaba plenamente el ciclo de la vida, la muerte y el renacimiento, sin plantearse si podía o no cambiarlo. Estaba contento si sus hijos seguían sus huellas, ya que la supervivencia era aún el primer móvil de la vida.
La importancia de la agricultura para el desarrollo de la civilización reside en que no sólo permitió al hombre establecerse sedentariamente y comenzar a acumular posesiones, sino que produjo un excedente alimentario. La existencia de este excedente permitió un mayor grado de especialización laboral, ya que no todos debían dedicar todo su tiempo a la producción de alimentos. Además, el excedente alimentario dio poder a quienes lo controlaban y estaban en condiciones de contratar trabajadores o soldados.
Una vez que la sociedad se elevó por encima del nivel de supervivencia, o sea, cuando dio el primer paso hacia arriba en la escala social, el hombre se hizo consciente de su posición. Se sintió superior a quienes estaban aún en un nivel de supervivencia, pero inferior a quienes estaban por encima de él. Fue autoconsciente o egoconsciente. Quienes viven en un nivel de sobrevivencia no eran autoconscientes porque todas sus energías están ocupadas en la tarea de sobrevivir. Quienes hemos superado ese nivel decimos también que "luchamos por la supervivencia", pero la palabra "lucha" es inexacta, pues no hay lucha cuando alguien acepta su sino y posición. Es el individuo autoconsciente el que lucha para escalar posiciones en la jerarquía social y, cuanto más alto se encuentra, más consciente se vuelve de su ego, intensificándose su tendencia al dominio y la lucha que éste implica. ¡Y este individuo llama progreso a cada peldaño de su ascenso!
Otro aspecto de esta situación es que la tendencia del ego a satisfacerse no conoce límites. Racionalizamos el afán de poder hablando de la seguridad; la comodidad y las conveniencias que otorga, pero aun cuando todas esas necesidades están satisfechas, continúa el deseo de tener más dinero y poder. Incluso quienes están en la cima siguen esforzándose por tener más poder. Parecería que, una vez que esta tendencia se apodera de la personalidad, no hay forma de detenerla. Sé que hay muchas excepciones, pero creo que como pauta tiene validez general. En efecto, esta compulsión al poder no se limita a los individuos o a las familias, sino que las naciones están también buscando constantemente más poder para dominar a otras. En su nivel más profundo, este apetito de poder del ego representa el deseo del hombre civilizado de controlar la vida (naturaleza y sino), porque le teme.
Veamos cómo afecta esta tendencia las relaciones familiares. Su existencia presupone una insatisfacción de la persona en relación con su vida. El individuo autoconsciente no es feliz, sufre de un profundo sentido de inferioridad que pretende compensar mediante la consecución del poder. Este sentimiento de inferioridad surge en gran parte de la castración psicológica que padeció en la fase edípica del desarrollo. El resultado, como hemos visto, es una lucha de poder con el cónyuge, que provoca resentimiento y hostilidad por ambas partes, erosionando el amor que existió entre ambos. Disminuye el placer sexual a la vez que se intensifican los sentimientos de agresividad y rencor. Los niños son involucrados en esta lucha. Normalmente, se ponen del lado del padre de sexo opuesto, por el que se sienten, atraídos a raíz de sus sentimientos sexuales. Sin embargo, el niño se da cuenta de que cada uno de sus padres tiene cierta razón para estar descontento.
Cuando sucede lo anterior, surgen los celos y toda la hostilidad latente se dirige hacia el niño, aprisionado en el medio. El padre o madre seductor no es ninguna ayuda para el niño ya que, en defensa propia, negará su manipulación e incluso llegará a acusar al hijo o hija de ser sexualmente provocativo con él. Esto es fácil, ya que los sentimientos sexuales del niño son francos, mientras que los del padre permanecen escondidos. El niño está en una situación insostenible y debe batirse en retirada; su solución a este dilema es renunciar a sus sentimientos sexuales y aceptar la culpa por su respuesta sexual, convirtiéndose en un castrado psicológico.
La idea del progreso agrega más combustible aún al fuego edípico. El progreso exige que cada generación supere a la precedente; así, el hijo debe ser mejor y tener más poder y prestigio que su padre. La hija debe tener una casa mejor, una vida más holgada y una posición social más elevada que su madre. Los padres imponen esta exigencia en nombré del progreso pero, en realidad, lo hacen para satisfacer su necesidad de trepar en el mundo social. Para la madre, el éxito del hijo varón reivindica el sacrificio de su plenitud y felicidad sexuales; para el padre, es un sustituto de su fracaso; el interés de los padres por el éxito de la hija tiene motivaciones similares.
Cuando le son impuestas al niño semejantes expectativas, ya sea abiertamente expresadas o no, esto intensifica el conflicto edípico. El joven se ve obligado a competir con su padre, midiéndose con él. Al ver la diferencia de tamaño de sus órganos sexuales, el niño toma conciencia de su inferioridad, conciencia que puede permanecer en él por el resto de su vida. Este sentimiento de inferioridad es el responsable de la tendencia del hombre a comparar sus órganos genitales con los de otros hombres. Y aumenta también su afán de poder para compensar sus sentimientos. Obligado a competir con su padre, se le crea un temor hacia él, temor que se expresa en la ansiedad de castración.
La otra cara de la moneda es que el niño también cree ser superior a su padre, ya que se espera que lo supere. La madre puede considerarlo en cierto sentido mejor que el padre. Luego, a medida que crece, va tomando de su cultura la idea de que los más viejos, incluida la generación de sus padres, son caducos y retrógrados.
Muchísimos jóvenes creen ser más perspicaces y evolucionados que sus mayores. En algunos casos, esto puede ser cierto, debido a la exposición temprana del niño al sexo y la violencia que muestra la televisión. Pensando que son superiores, estos jóvenes se resisten a aprender de los más viejos o de los que poseen más autoridad. Desprecian con demasiada frecuencia las antiguas modalidades de vida, desprecio que encubre tanto su miedo como su sentido oculto de inferioridad.
El muchacho siente además que superar al padre es desplazarlo de su posición de esposo y jefe del hogar. Los padres no piensan desde un punto de vista sexual, pero el niño sí. Tener éxito significa vencer al padre y, en consecuencia, obtener a la madre. Eso es lo que hizo Edipo y, aparentemente, el padre lo alienta a que lo haga; pero, también tácitamente, existe paralelamente la amenaza de castración para el niño que osa competir. Sin embargo, si el niño no triunfa, se lo acusa. A veces el peligro del éxito es tan grande, que el individuo prefiere fracasar en todo antes que exponerse a las consecuencias de este desafío. En otros casos, el éxito en el mundo se logra sólo después de que el niño ha aceptado su castración. Se le permite triunfar porque lo está haciendo por su padre. Esta fue la realidad de Roberto, cuyo caso presenté en el primer capítulo. La dinámica es prácticamente igual para la niña .
Los niños que se desarrollan en esta cultura moderna no pueden evitar la situación edípíca o los conflictos que la rodean. Parece que no hubiera otra solución, aparte de la propuesta por Freud, esto es, la supresión de los sentimientos sexuales bajo la amenaza implícita de la castración y la sumisión a las exigencias del progreso. Tras haber aceptado su derrota, el niño lentamente se aplica a revertirla. Se empeña en conseguir poder y en progresar. Con poder, no necesitará asustarse. Con más poder, incluso puede domar su temor de ser castrado. Con mucho más poder aún, puede negar la existencia del problema edípico y autoconvencerse de que pertenece a una generación liberada. Pero al sino no se lo engaña: él sigue esperando. A pesar del poder —o a causa de él—, somos azotados por una plaga de enfermedades mentales, como en el caso de Edipo. La respuesta no es un mayor progreso. Nuestra salida de la trampa es el camino que tomó Edipo, es decir, el logro de la sabiduría y la humildad mediante la renuncia a la arrogancia asociada con la conciencia del ego.
Existe un tema recurrente en la mitología griega que se relaciona con esto. Si el héroe "actúa con arrogancia y egomania, que los griegos llamaban hybris, y no reverencia lo numinoso, contra lo cual lucha", terminará forzosamente en un desastre, en la muerte o la locura.76
Edipo, sin embargo, encontró la paz interior que todos estamos buscando.