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UNA ACTITUD HEROICA HACIA LA VIDA

 

REGRESIÓN Y PROGRESIÓN

 

LA IMPORTANCIA QUE DOY AL PAPEL CLAVE DEL CONFLICTO EDÍPICO EN LA estructuración del carácter no debe hacer pensar que los problemas preedípicos pueden ser ignorados o que carecen de importancia para la terapia bioenergética. Los acontecimientos de la infancia y los primeros años de la niñez tienen una enorme gravitación sobre el desarrollo de la personalidad y la formación del carácter. Para simplificar, agruparé estos primeros acontecimientos bajo el nombre de experiencias orales. El término "oral" se refiere al período en el que la boca es el principal órgano de relación con el mundo. Se refiere también a las funciones que tienen que ver con la alimentación, el amor, el apoyo y la excitación. En términos generales, el período oral abarca los tres primeros años de vida.

De los tres a los seis años, el núcleo del desarrollo de la personalidad está en el aumento de la independencia y el establecimiento de la primacía genital. Si bien un niño de seis años aún depende del apoyo y protección de sus padres, su carácter básico ya está prácticamente formado. Aunque en muchos sentidos es todavía un organismo inmaduro, ya está preparado para subir algunos escalones hacia el mundo exterior, con el auxilio de la familia. Irá a la escuela, comenzando a ocupar una posición en la sociedad. Podemos calificar el período entre los tres y los seis años como período genital, ya que son años críticos en el desarrollo de la identidad sexual. Esta etapa incluye el momento en que surge y encuentra alguna resolución el problema edípico.

En contraste con el pensamiento psicoanalítico, no creo que haya una etapa anal en el desarrollo de la personalidad. Sin embargo, mucha gente en nuestra cultura tiene problemas anales a causa de la educación que recibieron en materia de aseo y de control de esfínteres. La constipación y las hemorroides son afecciones físicas comunes que se pueden producir por la tensión originada en experiencias traumáticas con esta función. En el plano psicológico, rasgos de carácter como la avaricia, la obstinación y la compulsión a una limpieza exagerada, se han identificado como el resultado de un entrenamiento demasiado temprano y severo en este tipo de control. La ansiedad en relación al funcionamiento anal afecta el funcionamiento genital, debido a la proximidad dé ambas zonas. Si el piso pelviano se contrae hacia arriba por temor a orinarse, esto inhibirá al individuo para entregarse totalmente al acto sexual. Algunas personas tienen también fijaciones anales. El ano y los glúteos adquieren una connotación erótica, debido a que los padres se preocuparon demasiado por el funcionamiento anal del niño . Sin embargo, ninguno de estos problemas justifica asumir una etapa anal en el desarrollo de la personalidad, en tanto hecho natural o biológico. Para aquellas sociedades e individuos que ven con vergüenza las funciones excretorias, el entrenamiento de esfínteres del niño es un problema cultural. Junto con la sexualidad, estas funciones son la más clara manifestación de la naturaleza básicamente animal del hombre.

El carácter del individuo y su sino están determinados por todas sus experiencias; sin embargo, las experiencias infantiles más importantes son las que empiezan en el momento de la.concepción y hasta el fin del período edípico, entre los seis y los siete años, porque durante los primeros años la personalidad es más impresionable. La manera en que se resuelve el conflicto edípico conforma, en gran medida, la estructura de carácter. No obstante, los acontecimientos del período preedípico, desde el nacimiento hasta los tres años, son igualmente vitales para aquél, si bien no determinan su forma final. En rigor, la calidad de las experiencias de un niño en su etapa oral no difieren mucho de las de su etapa genital, ya que los padres son los mismos. Los padres cariñosos no se vuelven hostiles cuando el niño crece, ni los padres hostiles se vuelven amables. En su efecto sobre el carácter del niño no importa tanto lo que los padres hacen como lo que son. El niño se identifica con sus padres e inconscientemente absorbe sus valores y actitudes. Los hijos de padres sexual-mente saludables tienden a ser sexualmente sanos.

Lo que sucede en la etapa oral o período preedípico anuncia y condiciona los problemas que surgirán más tarde, en la etapa genital. La madre que no acepta la necesidad del niño de ser amamantado tampoco aceptará la necesidad de éste de expresar su sexualidad. Y la madre que se excita genitalmente mientras alimenta al niño puede verse incestuosamente vinculada a él cuando crezca.

Para comprender la relación entre ambos períodos y cómo el primero afecta al segundo, debemos conocer la dinámica de la etapa oral. En las sociedades primitivas, el niño es alimentado con leche materna durante todo este período, como mínimo tres años. El pecho satisface todas las necesidades orales del niño, alimentándolo y brindándole amor, apoyo y excitación. También satisface la necesidad fisiológica de succionar. La succión del seno promueve en el niño una respiración profunda, que llena su bajo abdomen de energía y sentimiento. El pecho materno le proporciona contacto físico esencial para la capacidad del pequeño de sentir su propio cuerpo. ¿Cuántos niños en nuestra cultura han tenido la oportunidad de gozar de este tipo de acercamiento a su madre?

No creo que la alimentación con biberón satisfaga todas las necesidades orales de un niño. Incluso si los niños están en brazos mientras se los alimenta se ven privados del excitante contacto entre la boca y el seno, tan importante para el infante como el contacto sexual para el adulto. Reich creía que el niño experimentaba un orgasmo bucal cuando el amamantamiento era totalmente satisfactorio. Sea esto cierto o no, el niño que se duerme tras ser amamantado muestra en su rostro y cuerpo una paz y satisfacción hermosas. Muchos niños no son tomados en brazos mientras se los alimenta, lo que reduce el tiempo de contacto corporal entre madre e hijo. Como resultado de la falta de lactancia muchos niños en nuestra, cultura sufren de "de privación oral", lo que significa que queda un vacío en sus cuerpos y en su personalidad. Puesto que sus necesidades orales no han sido satisfechas, no están completos.

Puede ser difícil aceptar que nuestros niños están íntimamente vacíos, si se los ve tan bien nutridos; de hecho, están sobrealimentados con materias sólidas, lo que aumenta su masa, pero no su energía. Los niños alimentados a pecho no aumentan de peso como los que son alimentados artificialmente y comen alimentos sólidos en sus primeros meses, pero nuestro orgullo ante el aumento de peso en los hijos se convierte en un problema cuando sigue ocurriendo en la adolescencia. También nos sentimos orgullosos de ver que, en promedio, cada nuevo contingente de alumnos es mayor en altura y peso que el contingente anterior. Como pueblo, los norteamericanos son cada vez más altos y pesados, pero no creo que este aumento de talla y peso sea una manifestación de mayor salud. Nuestra obesidad se ha transformado en un problema médico, ya que nos hemos convertido en una sociedad con sobrepeso. Veo una relación directa entre el peso excesivo y la falta de energía, que se manifiesta en el cansancio crónico y en la incapacidad para mantener el nivel de esfuerzo físico en el trabajo a que estaban acostumbrados nuestros padres y abuelos.

Una carencia seria de satisfacción oral conduce al desarrollo de una estructura de carácter oral; si no es tan seria, da lugar a tendencias orales en la personalidad. El cuerpo de una persona con una estructura de carácter oral es típicamente largo y delgado, de musculatura subdesarrollada (tipo ectomórfico de Sheldon).51 Las piernas son siempre rígidas y delgadas, con pies angostos y débiles. En la mayoría de los casos, el arco de uno o de ambos pies está vencido. Puesto que el niño crece de la cabeza hacia abajo, de acuerdo con la ley cefalocaudal, esa falta de satisfacción oral se manifiesta en una debilidad o subdesarrollo de la parte inferior del cuerpo. Psicológicamente, en este tipo de personalidad hay poco empuje, a raíz de la pobre musculatura y de la dependencia asociada a la debilidad de las piernas. El individuo con esta estructura de carácter busca ser cuidado, busca a alguien que le dé lo que su madre no pudo darle. Psicológica y literalmente, no se para sobre sus propios pies. En muchos casos, sin embargo, la debilidad de las piernas se compensa con una exagerada rigidez, que le permite a la persona asumir posiciones independientes, pero termina por caer ante la tensión o en una situación de crisis. Un aspecto dominante de esta personalidad es el miedo de estar solo o de ser abandonado. Estos rasgos son menos pronunciados en el caso de que haya tendencias orales en una estructura caracterológica diferente .

El individuo con una estructura de carácter oral está sujeto a oscilaciones anímicas entre el júbilo y la depresión. La depresión es patognomónica, es decir, es el síntoma típico de carencia oral en cualquier personalidad. El júbilo se produce cuando el individuo encuentra a alguien que, según supone, puede satisfacer sus necesidades orales, o sea, ser como una madre para él. También se exaltará ante una situación determinada que podría proporcionarle satisfacción, pero su optimismo es ilusorio, ya que ninguna persona o situación puede llenar el vacío interior de un adulto. Ninguna succión, por prolongada que sea, podrá entregar la leche que el individuo necesitó siendo niño. Cuando la ilusión muere, lo que sucede inevitablemente, el individuo se deprime. A veces, saldrá de su depresión con una nueva esperanza que desembocará en una nueva fase de júbilo que, a su vez, desaparecerá en una nueva reacción depresiva.

El efecto de la carencia oral es fijar al individuo en la etapa oral del desarrollo : siempre estará buscando ser satisfecho por los demás. Su sexualidad se orientará en esa misma dirección, siendo para él más importante el sentimiento de cercanía y de contacto y el sentirse amado, que el hecho de dar amor. Por ello, tratará de prolongar el acto sexual a fin de no perder el contacto. Pero esta maniobra reduce la intensidad del climax, de por sí débil a causa del bajo nivel de energía que posee. En este tipo de caracteres, la potencia orgásmica es baja. Sólo a través de una profunda satisfacción sexual el carácter oral puede satisfacerse en un adulto y, para lograrla su nivel energético debe aumentar y es preciso trabajar sus problemas sexuales.

Desgraciadamente, la insatisfacción oral en el niño conduce a un conflicto edípico mucho mayor. Cuando un niño insatisfecho se acerca al padre de sexo contrario con interés sexual, está buscando también la satisfacción de sus necesidades orales, y el deseo de cercanía y contacto con el padre tiene una doble motivación, oral y sexual. De las dos, la primera es la más fuerte, porque se relaciona con la supervivencia. Lo mismo que el adulto con necesidades orales insatisfechas el niño, utilizará su sexualidad para inducir al progenitor a una cercanía física que le proporcione calor y apoyo; pero esta inducción sexual, realizada inocentemente, sólo será efectiva si el padre o madre responde.

El hecho es que los padres responden con sus propios sentimientos y deseos sexuales; muchos son los motivos de ello. El coqueteo con el hijo es excitante para el progenitor y aparenta no acarrear serias consecuencias, ya que no está en juego la posibilidad de la relación sexual. El ego del progenitor se nutre del interés y admiración del niño. Padres como estos fueron castrados psicológicamente en su infancia, por lo que sienten la necesidad de este tipo de apoyo. El padre se dirigirá a su hija para afirmar la virilidad que no logró asegurar con su esposa. La madre y esposa es colocada en el lugar de la persona despreciativa y desvalorizadora, contra la cual padre e hija forman una alianza, lo que por cierto enfurece a la mujer y aumenta su desprecio por el marido y su hostilidad hacia la hija.

Exactamente el mismo proceso se da entre madres e hijos. Sintiéndose despreciadas por el marido, asustadas de sus propios sentimientos sexuales e incapaces de llegar al orgasmo total, buscan en sus hijos una afirmación de su feminidad y sexualidad. ¿Cómo puede resistir esto el chico? En la etapa oral fue privado del contacto con su madre y ahora se le ofrece en un nivel sexual; por cierto, se trata sólo de una oferta, ya que por parte de la madre no hay ninguna intención de consumar una relación sexual. Sin embargo, el niño está aterrado y excitado al mismo tiempo ante esa posibilidad. Con su hijo varón, la madre actúa como una niña: coqueta, juguetona, bromista, etc. El padre se enfurece y la desprecia; sabe que su mujer es parcialmente frígida, pero la ve actuando con su hijo como la mujer más erótica del mundo. Sin embargo, su furia se dirige hacia el hijo. ¿Por qué no contra su esposa? Porque no puede, porque se siente culpable de su falta de virilidad, que sabe en parte responsable del comportamiento de su esposa. ¡Qué problema!

Debido a su culpa, los padres no pueden conversar entre sí acerca de estos temas. Se culpan uno al otro con razón, pero ambos son responsables. Es aquí donde puede ayudar la terapia familiar. Si a través de ella los padres abordan sus inquietudes sexuales y no las "actúan" con sus hijos, puede evitárseles a éstos el sino de los padres. Si no es así, el niño resolverá su problema edípico extirpando sus sentimientos sexuales y, al llegar a la edad adulta, sufrirá impotencia orgásmica y tendrá un matrimonio muy parecido al de sus padres.

La privación en la etapa oral tiene otro efecto sobre la sexualidad del individuo. Se produce lo que el psicoanálisis llama un desplazamiento hacia bajo. Los deseos y sentimientos sexuales se transfieren a las funciones genitales, lo que significa que la vagina se convierte en una boca y se usa para "alimentarse''. El hombre siente que, la penetración es como el regreso a los brazos y el cuerpo de su madre, cálido y seguro. El problema de este tipo de sexualidad es que reduce la respuesta orgásmica. El hombre puede tener erección y eyaculación pero no un orgasmo total y la mujer probablemente no llegará al clímax. El orgasmo es una reacción corporal de descarga o término y tiene lugar cuando el organismo está colmado con un exceso de energía o excitación que necesita descargar: no es el producto de una absorción. La necesidad oral busca la cercanía constante y rechaza la separación; la sexual, busca la cercanía de una experiencia compartida que tiene un fin natural. En la medida en que los sentimientos orales intervengan en la actividad sexual, la sexualidad, en el sentido de respuesta orgásmica, se verá disminuida. Aunque el sentimiento de cercanía sea placentero, no brindará una satisfacción plena, ya que permanece la vacuidad interior y el individuo se ve forzado a repetir la experiencia una y otra vez.

Ese desplazamiento también se produce desde abajo hacia arriba y la genitalidad se asocia a la boca. Dicho desplazamiento surge del temor a la genitalidad, es decir, de la ansiedad de castración, y ayuda al individuo a evitar enfrentarse con ésta. El sexo oral no es peligroso, parece satisfacer la necesidad de succionar y los anhelos orales. Creo que a eso se debe que actualmente sea tan frecuente. Pero no conduce a la respuesta orgásmica, no permite los movimientos de la pelvis que llevan a la fase involuntaria de la reacción orgásmica. ¡Qué extraña trampa del sino! Al negar a nuestros hijos la oportunidad de satisfacer sus necesidades orales mediante el amamantamiento, los programamos para que manifiesten sus deseos orales insatisfechos en la edad adulta, en el plano sexual.

Un paso indispensable en la tarea terapéutica es ayudar al paciente a separar los elementos orales de los sexuales en su comportamiento. Esto se logra haciendo que tome conciencia de sus tensiones orales y sexuales. Las primeras se sitúan en la parte superior del cuerpo, y abarcan los labios, la boca, las mandíbulas, la garganta, el pecho, los hombros y los brazos. Las espasticidades musculares crónicas en esas zonas limitan la capacidad de abrirse y alcanzar el amor. La incapacidad para salir o abrirse es una manifestación importante del miedo de vivir. Las tensiones sexuales están localizadas en la pelvis y a su alrededor, también bajo la forma de músculos espásticos que restringen los movimientos naturales e involuntarios de la pelvis, reduciendo la capacidad para tolerar y contener la excitación sexual. Ambos tipos de tensiones se dan en torno de las aberturas del cuerpo (la boca, arriba, y los genitales, abajo). Son paralelas, en el sentido de que existe el mismo tipo y grado dé tensión en ambos extremos del cuerpo. El constreñimiento del nivel oral es equivalente al del nivel genital. Por ejemplo, el piso de la boca está tan rígido como el de la pelvis y hay una tensión equivalente en la garganta y el bajo abdomen. Este fenómeno se debe a la simetría funcional y energética del cuerpo. El individuo no puede, pues, experimentar mayor sentimiento a través de una abertura que a través de la otra, o sea que sus problemas sexuales no podrán ser resueltos a menos que sean trabajados igualmente los problemas orales correspondientes .

Mi método consiste en trabajar ambas zonas del cuerpo de manera alternativa. Al reducir la tensión en y alrededor de la boca y garganta, se permite respirar más profundamente, incrementando así el nivel de excitación. Enseguida es necesario ocuparse de la parte baja del cuerpo, para que esta excitación pueda descargarse. Lo anterior se puede hacer mediante los ejercicios de enraizamiento que he descrito en otra parte,52 disminuyendo las tensiones sexuales, o utilizando ambos métodos. Este trabajo físico tiene lugar dentro del contexto de un análisis de la historia y el comportamiento del paciente. Con este enfoque la tolerancia del paciente a la excitación va aumentando gradualmente, así como su capacidad para experimentar la vida.

En el capítulo anterior describí algunos de los procedimientos terapéuticos que utilizo para tratar la ansiedad de castración. En este capítulo hablaré acerca del tratamiento de la privación oral. El carácter oral se describe como vacío e insatisfecho. Puesto que la privación se produjo en la infancia, surge la siguiente pregunta: ¿Por qué se conserva ese estado hasta la edad adulta? Vimos que era imposible para el individuo sentirse satisfecho con el amor y el apoyo de otro. La explicación es que su capacidad de absorber ese amor y apoyo se ha reducido por las tensiones desarrolladas como consecuencia de su carencia temprana. Ni siquiera es capaz de absorber el aire suficiente para sus necesidades energéticas, porque dichas tensiones restringen su respiración. La represión de los impulsos de succión derivan en la imposibilidad de hacer una fuerte inspiración, que exige succionar aire. Incapaz de inhalar aire profundamente, tampoco pueden exhalarlo por completo ya sea en la respiración o mediante el sonido (llorar y gritar). La tensión se desarrolló en los brazos, los hombros y el pecho, inhibiendo los impulsos a tender hacia el otro, debido al temor y al dolor del rechazó. En el capítulo 2 describí este dolor como una ruptura del corazón.

Todas las tensiones cumplen la función de bloquear impulsos cuya expresión es demasiado dolorosa, y es doloroso desear succionar un seno cuando no hay ninguno disponible, tender hacia alguien cuando no hay nadie esperando, llorar cuando a nadie le importa. Apretando los labios, cerrando la mandíbula y constriñendo la garganta, el niño bloquea el deseo y anula el dolor de una necesidad que no podrá ser satisfecha. Pero más tarde, siendo adulto, queda igualmente bloqueado en su capacidad para buscar con sentimiento a otra persona. Y no hay forma de recuperar esa capacidad, excepto reviviendo la experiencia original y expresando todos los sentimientos a ella asociados. Esta es una regresión, parte necesaria de la terapia. Freud se dio cuenta de que sus pacientes tendían a revivir sus experiencias tempranas, llamando a esta tendencia "la compulsión de repetición"; escribió: "El paciente se ve obligado a repetir los elementos reprimidos como experiencia actual, en lugar de recordar esa experiencia (según preferiría el médico) como algo ocurrido en el pasado".53

Pero si el paciente necesita revivir la experiencia, ¿por qué no hacerlo dentro de la situación terapéutica? Esto evitaría que "actuase" dicha experiencia reprimida en la vida real, en su perjuicio. En mi opinión, el fracaso del psicoanálisis para cambiar el carácter y el sino es consecuencia del temor de Freud a la regresión, su falta de fe en el cuerpo y su sobrevaluación de la racionalidad. Sí se desea cambiar el carácter, no basta con hablar acerca de los sentimientos, éstos se deben experimentar y expresar. El cuerpo debe liberarse de sus tensiones crónicas y constricciones si el individuo quiere liberarse del sino que ellas encarnan.

Al trabajar los problemas del período preedípico, se estimula al paciente a regresar a un nivel infantil. He aquí un ejemplo. El individuo yace en una cama o en el piso, extendiendo ambos brazos hacia su madre. Al mismo tiempo, se le pide decir: "Mamá, mamá", haciéndolo experimentar el sentimiento que le sugieren esas palabras; Pocos pacientes, al hacer este ejercicio, sienten algo desde el comienzo; dicen: "No siento nada". No obstante, todos fueron bebés que necesitaban a su madre de todo corazón. Este sentimiento no ha desaparecido, sino que ha sido suprimido y ahora no puede ser expresado abiertamente.

Y no puede serlo porque en lo inconsciente el individuo lo asocia con un dolor intolerable. No desea regresar a ese periodo de su vida a causa del sentimiento de abandono que, entonces, fue aterrador. Fue un período de tristeza, no de alegría, de modo que reprimió el recuerdo de él. Sobrevivió y no desea que esa supervivencia corra peligro. No está preparado para revivir esas experiencias conscientemente, aun cuando puede actuarlas inconscientemente en su vida; no obstante, otra parte de su personalidad desea aclarar la confusión en sus relaciones y solucionar el caos de su vida. Esto puede lograrse con la ayuda del terapeuta, quien estará "allí" para él, dispuesto a ayudarlo, a diferencia de su madre, quien no estuvo presta a ayudarlo cuando era un niño necesitado.

Para romper esa resistencia inconsciente, es a menudo necesario aplicar presión con la mano sobre los rígidos músculos de la mandíbula y la garganta. Debido a la tensión, esta presión es dolorosa, pero así los músculos se relajan, permitiendo fortalecer y vitalizar la voz. Y es igualmente necesario para que el paciente respire profundamente, de manera que los sentimientos suprimidos se activen. En general, animo al paciente para que se deje ir, se entregue al sentimiento y, en casi todos los casos, esto saca a relucir el anhelo suprimido de la madre, situación que va acompañada de profundos sollozos: el llanto de un niño por una madre que no estaba ahí, que no le respondió. Cuando esto sucede, el paciente se vivenciará a sí mismo en un aspecto de su ser infantil, no perdiendo la conciencia de quién es o de dónde está; porque sabrá que es un adulto, aunque se sentirá como un niño: en esto consiste la regresión en la terapia.

También es importante que la persona aprenda a extender los labios como en busca del pecho. Se trata de un movimiento muy sencillo, si bien muchos no pueden hacerlo correctamente, debido a que los músculos de la boca y los labios están tan tensos que no se los puede estirar suavemente y, para extender el labio inferior, se echará la mandíbula hacia adelante. La proyección de la mandíbula expresa desafío y anula la idea de alcanzar el objeto. En mucha gente, la rigidez del labio superior impide también cualquier movimiento significativo hacia adelante con la boca. La tensión de los músculos bucales se suplementa con una tensión aún mayor de los músculos de la mandíbula, de manera tal que cualquier apertura real hacia el mundo resulta muy limitada y controlada. Al reducir la tensión alrededor de la boca, haciendo que el paciente sienta cómo cede, comenzarán a vibrarle los labios, excitados; experimentará un hormigueo en la cara y la boca, sintiéndolas vivas. Entonces, podrá revivir el deseo de succionar un pecho. A veces, hago que el paciente se succione la palma de la mano o le ofrezco la mía, para que pueda sentir sus labios y boca. Siempre me sorprende comprobar que tan pocos individuos sepan succionar y usen sólo los labios pero no el interior de la boca.

Revivir un conflicto reprimido implica la expresión de fuertes emociones, como llorar, gritar, patear, golpear, morder, etc. Debe permitirse la expresión total dé éstos impulsos en la situación terapéutica, para que el paciente relaje las tensiones del conflicto oral. Puesto que estas tensiones se desarrollaron con el propósito de bloquearlos sólo se descargarán cuando el paciente se sienta libre y dispuesto a expresarlas. Relajarse y manifestar totalmente los sentimientos suprimidos puede hacer surgir el temor a la locura o a la muerte, que paralizó al paciente en una posición estructurada que se convirtió en su carácter y su sino; pero al actuar ese sino en la situación terapéutica, el individuo se libera de él de por vida.

Liberar en esta forma las emociones suprimidas no es una "actuación" (acting out); el paciente debe saber que estas emociones del pasado se expresan en el presente sólo con el fin de liberar el cuerpo. Todas las acciones violentas se dirigen contra una cama, una toalla o algún otro objeto inanimado. El papel del terapeuta es guiar y supervisar la descarga, así como es su responsabilidad evitar cualquier contratransferencia que pueda involucrarlo con el paciente. Bajo estas condiciones, la situación terapéutica constituye el ambiente adecuado para descargar los impulsos, ya que hay muy pocos peligros de que el paciente u otra persona puedan sufrir algún daño, Por ejemplo, mis pacientes golpean la cama con sus puños o con una raqueta de tenis, estrujan o muerden una toalla, o gritan locamente; el consultorio es a prueba de ruidos y pueden dejarse ir porque yo mantengo :el control de la situación; si quieren "volverse locos", me convierto en el guardián de su cordura.

Abordar los problemas orales en esta forma permite al paciente abrirse a la vida, pudiendo respirar de manera más profunda e integral; con lo que aumenta su energía. Puede extenderse y tomar más vida, llenando el vacío causado por su carencia temprana. El hecho mismo de abrirse y salir en busca hace superar la carencia que, en la edad adulta consiste en la incapacidad para vivir plenamente. Permítaseme repetir esa idea, pues pienso que es esencial para comprender mejor de qué manera opera la terapia. Si el niño fue privado de amor y apoyo, el adulto estará privado de su capacidad para funcionar, es decir, para amar, dar y tomar. El amor, por sí solo, no remedia esta disfunción del adulto: necesita tomar conciencia de ella. El amor puede ser útil, pero debe darse cuenta de que nadie puede vivir por él. Respirar, abrirse a los demás por él. Debe saber que ser íntegro significa estar en posesión total de sí mismo; ser capaz de respirar profundamente, tenderse hacia los otros libremente y responder a pleno.

Sin embargo, si bien la regresión es una parte imprescindible del proceso terapéutico, pues descarga sentimientos, es preciso saber manejar estos sentimientos en forma madura. Mi idea de las metas de la terapia no es que el individuo se transforme en un niño o un gritón maniático: la regresión está al servicio de la progresión y, en la terapia, el progreso significa la capacidad para tolerar niveles superiores de excitación sin volverse loco o anular el sentimiento. La habilidad para contener la excitación o el sentimiento es el autodominio y constituye la tercera etapa del programa terapéutico. Las dos primeras son la autoconciencia y la autoexpresión. Con el autodominio, el ego funciona como portavoz de un ser que sabe quién es y qué debe hacer: el self posee un yo. En esta etapa, el self experimenta su ser como el de un hombre o mujer maduro.

El paso siguiente de la terapia presupone el análisis del comportamiento actual del paciente en términos de sus conflictos edípicos y preedípicos. A este respecto, es decisiva la situación transferencial, puesto que en ella el comportamiento neurótico se manifiesta más claramente. El "darse cuenta" (insight) logrado en el curso de la regresión se aplica a las actitudes y acciones corrientes. Ir hacia adelante implica también asentar o enraizar mejor al individuo sobre sus piernas, de manera que pueda defender lo que cree y tener fe en que es capaz de "pararse firmemente sobre sus dos pies". Esto implica incrementar la «identificación consciente con su cuerpo a través de ejercicios bioenergéticos, para aumentar el sentido del sí-mismo (self).

Así, el proceso terapéutico posee un doble aspecto. Su meta es ir hacia adelante, hacia una mayor excitación y satisfacción sexuales y hacia un incremento de la realización del ser. Pero este movimiento hacia adelante no se produce a menos que haya un movimiento concomitante hacia atrás, hacia el pasado, el cuerpo y el inconsciente. El árbol crece más alto en la medida en que sus raíces se extienden más honda y ampliamente. Si deseamos brincar alto y elevarnos, primero debemos apoyarnos bien en el suelo para cobrar ímpetu. Como .el motor de un jet, nos movemos hacia adelante empujando hacia atrás. En la terapia, cada movimiento de retroceso proporciona la energía para avanzar: regresión y progresión van de la mano.

DESESPERANZA, MUERTE Y RENACIMIENTO

Los pacientes están deseosos de hablar acerca del pasado, pero evitan con fuerza regresar a él, en el sentido de reexperimentarlo. Como hemos visto, los sentimientos asociados con el pasado son por lo general dolorosos y aun aterradores, porque para muchos significó una lucha entre la vida y la muerte. Se sobrevivió, pero no sin una profunda desesperanza, la derivada de sentir que la vida nunca será otra cosa que una lucha por la supervivencia. Esta desesperanza constituye una dificultad para el proceso terapéutico.

Antes de entrar al análisis de este tema, debo decir que en casi todos los pacientes existe algún sentimiento de desesperanza. Puede estar cercano a la superficie, en la conciencia, o bien profundamente sepultado y salir a la luz sólo después de un período de terapia. En muchos casos, se expresa en una mirada de desesperanza del paciente. Frecuentemente, puede volvérsela visible mediante una ligera presión con los dedos en la cara, a los costados del puente nasal. Esta presión impide la sonrisa que enmascara al individuo. La desesperanza es una de las razones principales para que el individuo se someta a la terapia, ya que tiene la íntima convicción de qué no puede ayudarse a sí mismo. Algunos se sienten "cerca de la muerte": puesto que vivir no tiene sentido, podrían perfectamente morir. Cuando la desesperanza es profunda, por lo común se presentan pensamientos suicidas y sentimientos conexos. Por esa razón, la desesperanza es un sentimiento aterrador.

Enfrentar la desesperanza del paciente es muy difícil, puesto que él la siente vigente no sólo con respecto a su vida sino también a la terapia, y teme que l8a terapia no le sirva o no lo ayude. No es posible garantizarle nada, a pesar de lo cual, yo le doy esperanzas si es que está dispuesto a aceptar su desesperanza. Podría parecer una contradicción, pero lo cierto es que aceptando el sentimiento de que la terapia puede no ser útil, se le da a ésta una oportunidad de que lo sea. Negar los sentimientos no sirve para hacerlos desaparecer: tampoco se puede superar un sentimiento que es un aspecto del ser. Por doloroso y aterrador que sea, el paciente no tiene más alternativa que aceptar su desesperanza.

Y ello requiere algo más que una afirmación verbal. Puede ir acompañado de una determinación no manifestada de no ceder a ella. Aceptar la desesperanza significa que no luchará contra ella sino que se entregará a ella, y esto provoca el llanto. Llorar es el signo de la aceptación. La desesperanza puede definirse como un pozo insondable de pena o tristeza; y el paciente siente que si se sumerge en él, se ahogará en su pena. Para prevenir esa catástrofe, se mantiene a flote, temiendo dejarse ir; pero esta contención requiere un tremendo esfuerzo de voluntad y, cansado, cae al pozo, deprimiéndose.

Al aceptar la desesperanza, el paciente está en condiciones de comprender el origen del sentimiento y de relacionar la desesperanza a su experiencia infantil, cuando nadie respondió con simpatía a su anhelo de amor o a su dolor. Puede haberse sentido terriblemente solo, con un profundo sentimiento de daño, y haber perdido las esperanzas de obtener el amor y la benevolencia que deseaba tan desesperadamente. Puede haberse dicho: "Renuncia. No sirve de nada intentar obtener su amor. No les importa". Pero ningún niño sobrevive si acepta una situación sin esperanzas; debe negar su desesperanza y creer que el amor está allí y que lo obtendrá si se empeña en ser bueno, en hacer lo que los demás quieren. Debe crearse la ilusión de que es realmente amado, no obstante de que ese amor se le regatea porque está haciendo algo malo o equivocado. No tiene otra opción que aplicar sus energías a hacer lo que se le pide, en un intento de probar que es merecedor de amor.

Ese intento fracasa inevitablemente, porque el verdadero amor no es un premio por hacer, sino que se entrega incondicionalmente, con todo el corazón. En lo más profundo de su ser, el individuo sabe que ese intento estaba destinado al fracaso. Los niños son muy perceptivos, especialmente en lo tocante a sus padres, y "saben" que no son amados, pero precisan negarlo y crearse la ilusión para ayudarse a sobrevivir hasta ser lo bastante grande como para independizarse. Todas las defensas psicológicas son medios de supervivencia y se convierten en defensas neuróticas cuando persisten aunque ya no sean útiles. De manera que el individuo regresa a su desesperanza, ahora doblemente profunda debido al fracaso de su intento por probar sus méritos. El paciente siente que de nada sirve intentarlo, ni siquiera en la terapia.

En esto, estoy de acuerdo con él: de nada sirve intentarlo, el esfuerzo fracasará nuevamente si procura ganarse mi amor o aprobación haciendo lo que espero que haga; eso no funcionará. No hay nada que hacer, uno debe dejarse llevar por su sentimiento y, si el sentimiento es triste, hay que llorar.

En la sección anterior dijimos que llorar no es fácil para todos. Fuertes tensiones en la mandíbula, el piso de la boca y la garganta hacen muy difícil que la persona pueda sollozar. Pueden asomar lágrimas a los ojos, pero la voz no se quiebra en sollozos profundos que convulsionen el cuerpo, sollozos que son una pulsación de vida. Para no estallar en sollozos, muchos contraen el labio superior.

Al sollozar profundamente, siempre disminuye el sentimiento de desesperanza. A veces, si el llanto es lo bastante intenso, el individuo puede pasar a sentimientos de felicidad y alegría; sin embargo, si es contenido o superficial, producirá más desesperanza que antes. El individuo cae al pozo pero, puesto que no ha llegado a tocar fondo, queda más asustado aún. Y su llanto puede no tener fin, no llegar nunca a liberarlo de la tristeza o la pena. No se trata, pues, de cuánto se llore, sino de cuan profundo sea el llanto.

El sentimiento de tristeza se localiza en el vientre; en efecto, decimos que la gente llora o ríe con el vientre. Para comprender el papel del estómago en el sentimiento de desesperanza debemos saber que una emoción tiene dos componentes: un aspecto mental o perceptual y otro físico, que es el movimiento o moción del cuerpo. Al percibirse un movimiento corporal interno, surge un sentimiento o emoción. Cuando tenemos miedo o dolor» se tensan las entrañas, se contrae el estómago y todo el cuerpo se pone en tensión. El llanto es el mecanismo más elemental y primitivo para relajar esa tensión; es una reacción convulsiva que descarga la tensión presente en las "tripas" y en la musculatura. Al mismo tiempo, el sonido le sacude al cuerpo su rigidez. Si no lloramos; los sentimientos de dolor quedan bloqueados en él vientre y en el cuerpo contraído. La risa es también una forma de relajar tensiones. El vientre es el pozo, pero sólo en apariencia es insondable, ya que tiene un piso, la base de la pelvis, y en este piso hay aberturas, de las cuales la más importante para nosotros es el canal genital, avenida para la descarga de la excitación sexual, que también tiene su localización primaria en el vientre o bajo abdomen. En la mujer, el canal genital es el pasillo del nacimiento para el niño, el cual ha sido concebido en el vientre y llega al mundo a través del piso pelviano.

Dije que cada sollozo es una pulsación que fluye a través del cuerpo. Cuando el llanto es total y profundo, la pulsación del sollozo va directamente al piso de la pelvis, produciendo un movimiento similar al del orgasmo. Con cada sollozo, la pelvis se mueve espontáneamente hacia adelante, como en la descarga sexual, pero sin la intensidad de la excitación sexual. En un llanto profundo, se descarga la tristeza y el individuo siente que sale del pozo en busca del brillo del sol, desapareciendo su sentimiento de desesperanza. Ha atravesado la pena de la falta o la pérdida de amor de sus primeros años.

El pozo del estómago es también el lugar de localización del ser, como lo vimos en el capítulo 3. Quienes sufren de una sensación de vacío en el estómago, se quejan de una falta de sensación de sí mismo, así como de un sentimiento de desesperanza. Como sucede con el flujo de sentimiento en el vientre en la fuerte descarga sexual, Los sollozos intensos generan una mayor sensación de sí mismo cuando la pulsación pasa al piso de la pelvis. La íntima relación entre el llanto y la descarga sexual se pone de manifiesto en las mujeres que rompen en llanto tras el orgasmo; yo lo interpreto como una descarga de tensiones similar al llanto de la madre que reencuentra a un hijo perdido. En el caso del sexo, el niño es el ser propio redescubierto a través del orgasmo.

No es fácil ceder a un llanto profundo, como no lo es rendirse a las convulsiones del orgasmo, que tanto se parecen. Se necesita un trabajo terapéutico considerable antes de que el paciente sea capaz de hacerlo. La mayor parte de las tensiones de la pelvis y alrededor de ésta deben relajarse, pues de lo contrario, la ola de sollozos se almacena en el estómago y no sale de allí. Además, debe reconocerse que una irrupción del sentimiento no significa que el individuo se libere para siempre de su desesperanza; la experiencia debe.repetirse una y otra vez, hasta que se revivan la mayor parte de los traumas de su infancia. Sin embargo, tocó fondo y las puertas permanecerán abiertas en la medida en que comience a experimentar la alegría del orgasmo sexual completo. Si la desesperanza es la convicción de que nunca se alcanzará la alegría, sentir alegría es el mejor y único antídoto.

La desesperanza está asociada para muchas personas con el temor a la muerte.

Si una persona debe abandonar las tensiones que la mantienen suspendida, debe explorarse y analizarse la asociación que hay en su mente entre bajar y morir. Es mejor hacer este análisis cuando el paciente está luchando por abandonarse, ya sea en el ejercicio o en una situación emocional. En ese momento, la asociación no es una idea abstracta, sino una experiencia vivida. He aquí un ejemplo. Recientemente, estuve trabajando con una mujer que varios años antes había sufrido un ataque de lupus eritematoso; aunque se había recuperado, reaparecían huellas de la enfermedad cuando estaba sometida a mucha tensión. Mientras conversábamos acerca de nuestra relación, surgió en ella un sentimiento de tristeza, pero no lloró. Vi su cuerpo tratando de ceder, pero permaneció helado. La hice flexionarse hacia adelante y tocar el piso con las puntas de los dedos,54 Cuando lo hizo, le pregunté qué sucedería si se dejaba ir. Me contestó: "Me moriría", Entonces le pregunté: ¿"Y si no lo haces?" También era consciente de que la tensión que la mantenía suspendida era destructiva para su cuerpo y su ser.

Hablamos de su pasado y del vínculo con sus padres. Sabía que su madre había sido hostil con ella, pero siempre había creído que su padre había estado "presente" y que se preocupaba por ella. Ahora se daba cuenta de que esta creencia era ilusoria. Era tan doloroso para ella enfrentar el hecho de que él, en lugar de ayudarla, la había utilizado y la había hecho sentirse sola y vulnerable, que tenía deseos de morir. Todo esto surgió de la charla acerca de nuestra relación, pues dijo no estar segura de si yo estaría "presente" en tanto terapeuta. Estaba desesperanzada.

He aquí otro caso. Un hombre estaba haciendo el ejercicio de caída que describí anteriormente. En este ejercicio, cuando la persona siente que va a caerse, le pido imaginar qué sucedería si se cayera. Este paciente dijo: "Cuando usted me pidió que repitiera 'Voy a caer', sentí qué iba a morir, que se trataba de una lucha de vida ó muerte, y que, si me dejo ir, me matarán". Golpeó con ambos puños sus muslos y agregó "Voy a matarme si no puedo contenerlo, pero, si lo contengo, moriré igualmente. Temo que tendré un cáncer pulmonar si no, dejo de fumar, pero mientras más esfuerzos hago por no fumar, más fumo".

Enseguida me contó que de niño estuvo al borde de la muerte. "Tuve una septicemia a los cinco años. Iba y venía del hospital con muy alta temperatura. llegué al estado de coma, recibía transfusiones. Esto duró casi un año y si seguí viviendo fue gracias a mi fuerza de voluntad. Sólo sé vivir cuando es difícil, no cuando es agradable".

He oído historias similares en gran número de pacientes que, en la infancia, estuvieron cerca de la muerte por enfermedad; Señalaron que, en un período crítico de la enfermedad, pusieron en acción conscientemente su deseo de vivir, y creían que fue ese esfuerzo de voluntad lo que los salvó. Puesto que caer o dejarse ir se experimenta como una pérdida o renuncia de la voluntad, se lo considera peligroso. Pero lo realmente peligroso, es vivir gracias a la voluntad, ya que se requiere mucha energía para hacer constantemente uso de la voluntad. ¿Cuánto tiempo puede una persona "contenerse"? ¿Cuánto tiempo se puede vivir en estado de emergencia? Tarde o temprano la voluntad desaparece y si ese es el único recurso del sujeto, está liquidado.

Para renovarse es preciso dejarse caer, así como para recuperar fuerzas es necesario acostarse. A menos que uno se olvide del día, no podrá disfrutar del sueño nocturno. Simbólicamente, morimos cada noche, pero renacemos al día siguiente; Sin muerte, no puede haber renacimiento. Sin anochecer, no hay amanecer.

No creo que la supervivencia dependa de la voluntad para vivir. La voluntad, como ya señalé, es un mecanismo psíquico que permite al individuo poner en movimiento energías adicionales a fin de hacer frente a la crisis. Su eficacia depende de que se cuente con dichas energías adicionales. Si se han utilizado todas las reservas, la voluntad será impotente. En tal caso, diremos: "No tiene voluntad de vivir", pero sería más lógico hablar del agotamiento de la energía. Sin embargo, es cierto que la voluntad en tanto mecanismo psíquico no se desarrolla igual en toda la gente. Siendo una función del ego, su fuerza depende de la fuerza del ego. De una persona que posee un yo fuerte, podemos decir que tiene una fuerte voluntad, pero la voluntad más fuerte será inútil si no hay energía para ponerla en movimiento. El mejor de los generales no puede ganar la guerra sin la tropa.

Nuestro nivel energético aumenta cuando estamos "abajo", disminuyendo cuando estamos arriba. Arriba, estamos activos y usamos nuestra energía, en tanto que abajo descansamos, restableciéndola. Este es el patrón normal de un individuo saludable. Así, cuando la persona está deprimida, puede restablecer su energía y salir espontáneamente de la depresión. Y esto sucede a menudo. La inactividad del estado depresivo permite reconstituir las reservas de energía y, en la medida en que se restituyen, el sujeto nuevamente se torna activo—lo que no significa que no volverá a caer en la depresión—. Si, al salir de una depresión, se cae en un estado maníaco, hiperkinético o hiperactivo en persecución de alguna ilusión, se usará toda la energía disponible y se regresará a la depresión.

Algunos salen espontáneamente de la depresión, otros no. Uno de los factores es la presión que ejerce la familia sobre la persona deprimida. "¡Arriba" ¡Sal de eso! Trata de hacer algo". No lo dejan solo, impidiendo así que se produzca la curación natural del cuerpo. Igualmente, si el individuo siente culpa por su estado depresivo, no se recuperará. La culpa actuará en la misma forma que la presión exterior, quitándole la paz y el descanso qué desesperadamente necesita para recuperar su energía. En nuestra cultura, estar abajo es malo y estar arriba es bueno; pero como arriba se experimenta tensión y abajo relajación, esto indica que todos hemos pasado por experiencias muy dolorosas cuando estuvimos abajo.

He aquí un ejemplo de esa relación. Una de mis pacientes hizo una extraña observación mientras practicaba un ejercicio respiratorio: "Acaba de ocurrírseme él curioso pensamiento de que si respiraba, moriría". Cuando le inquirí al respecto, me comentó haber vivido una experiencia infantil que casi la llevó a la muerte. Relató así él incidente: "Me contaron que mi madre y mi abuela me mecían hasta que me dormía. Una vez, teniendo unos dos meses de edad, mi madre decidió poner fin a esta costumbre, dejándome llorar hasta que me cansara. Lloré durante horas y, aunque mi abuela no podía resistirlo, mi madre le impidió entrar a mi habitación. Finalmente, dejé de llorar y mi madre dijo a mi abuela: '¿Ves?' Abrieron la puerta y se acercaron a mí. Estaba morada, había vomitado y me estaba ahogando".

¿Por qué el respirar evocó ese temor? La respiración aumenta la carga energética del cuerpo, activando los sentimientos suprimidos. Si mi paciente respiraba profundamente, iba a llorar y el llanto estaba asociado a horas de tormento que terminaron en él vómito y el ahogo; No respirar implicaba no sentir, no llorar, no ahogarse, no morir. Retener la respiración es una forma de mantenerse a salvo; aflojarse y soltarse, uno respira en forma total y profunda.

Aflojarse es entregarse al sentimiento, pero no podemos hacerlo si los sentimientos son tan dolorosos que nos resultan inaceptables. Aquí hay un caso a propósito. Una de mis pacientes femeninas señaló: "Si debo entregarme al sentimiento del deseo de ella, me moriría; El dolor es intolerable y el anhelo, mortal. Veo tan nítidamente su pecho, cada grieta de su pezón. El sentimiento es tan intenso que no puedo soportarlo". Se estaba refiriendo a una mujer que conoció y que era entrada en carnes, cálida y vital. Mi paciente era delgada, contraída, fría y semi-muerta, como un niño abandonado que necesita una madre amplia, cálida y amorosa. En su infancia, había sufrido esa privación.

Le pregunté cómo moriría y me contestó; "No dormiría, no comería, me enfermaría, congelándome hasta morir. El cuerpo, no puede resistir tanto dolor y creo que moriría físicamente. He visto, gente en estado de marasmo; vi una niña bajar de peso hasta llegar a los treinta kilos, y morirse. Una vez estuve así. Bajé diez kilos en una semana; no podía asimilar los alimentos, ni defecar, ni orinar. Mi cuerpo dejó de funcionar. Una enfermera me salvó, tomándome en sus brazos, mi cuerpo sé relajó lentamente, volvió a la vida". Con el apoyo que tanto necesitaba, fue capaz de abandonarse y vivir.

La gente se muere, de hecho, cuando la vida es demasiado dolorosa. Lucha por seguir adelante durante algún tiempo, pero al perder las energías, desaparece su voluntad de vivir. En la anorexia nerviosa, que afecta en especial a las jóvenes, la persona deja de comer y su cuerpo pierde la energía indispensable para realizar el metabolismo. Si este estado se prolonga, se produce una pérdida progresiva de peso y la persona muere. El suicidio es otra forma de escapar de una situación intolerable y dolorosa. Por lo general, se vuelve intolerable cuando no hay nadie con quien compartirla. Si nos dejamos ir entregándonos al dolor y lloramos, veremos que se torna soportable. Si aceptamos el dolor, se inicia el procesó natural de curación. Pero no podemos abandonarnos a la nada. Podemos dejarnos caer al piso cuando lo sentimos bajo nuestros pies; podemos abandonarnos a un amigo o al médico si disponemos de alguno; pero puesto que nuestra madre no estuvo allí para nosotros cuando éramos niños, sentimos que, si nos abandonamos, no encontraremos apoyo. Con este sentimiento, abandonarse significa renunciar y morir.

Marcos, cuya historia ya conocimos, sentía que su madre no estaba a su disposición. En una sesión, comentó: "Me retiro del mundo pero temo ser abandonado en un estado de necesidad. Siento que me han resquebrajado el pecho". En efecto, el pecho de Marcos estaba tan aplastado que parecía quebrado, por lo que entendí lo que me decía. Me preguntó: "¿Qué puedo hacer? No quiero que me dejen a la intemperie":

¿Qué se puede hacer? Suprimir el sentimiento no lo hace desaparecer. Enterrándolo, simplemente se pospone el momento de su aparición. Me di cuenta de que el corazón de Marcos estaba quebrado a causa de su madre y le contesté: "Entrégate al dolor y a la agonía de tu deseo y anhelo".

Permaneció callado un minuto largo y luego dijo: "Acabo de experimentar algo que jamás dije a nadie. Si me consustancio con mi vida, moriré. Es mi secreto. Siempre maldije a mi madre a causa de mi rechazo a vivir, pero ahora me doy cuenta de que si salgo a la vida y la asumo, deberé enfrentar un hecho brutal: que soy mortal. Y será el fin de mi grandeza, de mi fantasía de inmortalidad, invulnerabilidad e independencia. No necesito nada. No puedo soportar la necesidad y el dolor de no obtener; es demasiado. Mejor morir y renunciar al mundo. Eso fue lo que hice. Me encerré en mí mismo como en una tumba viviente. Entonces, fui invulnerable. Ese era mi secreto".

La revelación de su secreto tuvo un profundo efecto sobre Marcos, quien se sintió gozosamente liberado, como si hubiera salido del infierno, redescubriendo la vida. Había cerrado la puerta que lo llevaba a la muerte. La decisión de salir a la vida no fue consciente, creo que sucedió porque su cuerpo se sintió lo bastante grande y fuerte para soportar el dolor, En la terapia bioenergética lo había experimentado y esto no lo destruyó, sino que lo fortificó.

Es lógico que, en la medida en que se tema la vida, se esté cerca de la muerte. Mientras más cerca se está de la muerte, más se le teme. Desde esta perspectiva, el temor a la muerte refleja el temor a la vida. Quienes no temen vivir, no temen morir; no desean morir, pero no viven atemorizados y así la idea de la muerte no conlleva una carga emocional o energética La gente asustada teme la muerte, sin embargo, al mismo tiempo desea morir; lo que la atemoriza es el proceso de morir y no la muerte en sí. Morir es una disminución o contracción de la energía vital del cuerpo, que lo deja frío y sin vida. El terror representa esta misma disminución de la energía vital, y se asemeja mucho a la muerte. El atemorizado siente la muerte, así como al morir uno se siente atemorizado. Sin embargo, la muerte es aterradora sólo cuando se produce contra la voluntad consciente del organismo y es en cambio un proceso pacífico cuando cada parte de la personalidad o del cuerpo se entrega a su sino.

Winnicott, a quien ya nos hemos referido, considera que el miedo ala muerte, como el miedo ala locura, surge de "una muerte que se produjo pero qué no fue experimentada".55 Describe esta muerte como una "muerte fenomenológica", que le sucedió a la psiquis y no al cuerpo. Podemos comprender esto relacionándolo con expresiones tales como "la vida lo abandonó", "se quebró su espíritu y algo murió en él". En lenguaje corriente, diremos que la persona fue borrada. Winnicott dice: "La muerte, considerada desde este punto de vista, como si algo hubiese sucedido al paciente y éste no hubiera estado consciente o lo suficientemente maduro como para experimentarla, tiene el sentido de una aniquilación. Se desarrolla un patrón en el cual la continuidad del ser fue interrumpida por las reacciones infantiles del paciente ante la intrusión".56 Así, pues, Winnicott considera el deseo de morir (ese "estar medio enamorado de la fácil muerte" de Keats) como una necesidad de "recordar haber muerto, pero para ello se debe experimentar la muerte ahora".

¿Qué quiere significar Winnicott con "se debe experimentar la muerte ahora"? En su artículo, no explica cómo se produce esto en la terapia. A mi modo de ver, significa que el paciente debe experimentar el trauma original (la muerte fenomenológica) como si se estuviera produciendo en el presente No murió entonces y, por supuesto, tampoco morirá ahora. Pero entonces enfrentó la muerte, experimentando el sentimiento de que podría morir (la disminución y contracción de su energía vital), atemorizándose. Para superar este temor —vivir—, puso en acción su voluntad, la voluntad de vivir. De allí en adelante vivió gracias a esa voluntad, forzándose a seguir adelante, a hacer, por temor a que, si se dejaba ir, moriría. Es como vivir bajo la espada de Damocles, constantemente amenazado por la muerte, y una vida así no sólo es agotadora, sino que difícilmente vale la pena. Se espera que la espada caiga y que la muerte venga a liberar de la lucha y el tormento. Esta es la base del deseo de morir.

La labor terapéutica consiste en ayudar al paciente a dejarse ir ahora, antes de que sea demasiado tarde, antes de que tenga un ataque cardíaco o desarrolle un cáncer. No se arriesgará a morirá sólo al sentimiento momentáneo dé estar muriendo. Describiré cómo se produjo esto en uno dé mis pacientes. Era un hombre de unos cuarenta años; de cuello corto y grueso. Su esfuerzo por no dejarse ir se concentraba en los músculos de su cuello. Temía perder la cabeza (enloquecer). Habíamos trabajado durante dos años y sus progresos eran considerables, pero aún estaba atemorizado. Sentándolo frente a mí, le pedí que apoyara su cabeza en mis piernas y comencé a aplicarle una fuerte presión con los puños contra el cuello, en la base del cráneo. El debía respirar y relajarse. Después de unos treinta segundos, dijo: "Siento que voy a morir, todo se oscurece". Había puesto rígidos los músculos del cuello ante la presión que yo ejercía, impidiendo así el flujo sanguíneo hacia el cerebro. Dejé de presionar y, mientras mantenía su cabeza en mis piernas, le pregunté qué sentía al decir que moriría.

"Pensé que sería el fin que ya no podría seguir luchando contra usted; en ese momento, usted se detuvo".

Guando conversamos acerca de lo anterior, le pregunté por qué luchaba contra mí, si se suponía que debía ceder, y contestó: "Siempre lucho, si no lo hago me matarán".

Sin embargo, no luchaba contra mí, no hizo ningún movimiento agresivo. Estaba resistiéndose y eso (el endurecimiento de los músculos del cuello) fue lo que lo llevó a sentir el oscurecimiento y el estar muriendo. ¿Por qué temía que lo matasen? ¿Por qué era incapaz de luchar? No hizo ningún esfuerzo por zafarse, porque ya le había sucedido una vez en su vida; cuando era niño y era incapaz de luchar contra la: fuerza superior de su padre. En ese entonces, todo lo que pudo hacer fue tensar el cuello y confiar en sobrevivir. Temía perder la cabeza (castración) y se defendió de este peligro hipertrofiando los músculos del cuello; pero la defensa misma puso en peligro su vida, al reducir el flujo sanguíneo hacia el cerebro. Esta experiencia hizo posible que el paciente analizara su sentimiento de culpa por su sexualidad dirigida hacia su madre, recuperando la capacidad de luchar. Comprobó que podía abandonarse a mí, sin temor de que yo le cortara la cabeza.

Importante advertir que el miedo a morir de un paciente se basa en su miedo a la vida. Si el individuo teme vivir, morirá. He aquí un ejemplo. Hacía algún tiempo, una paciente había sido hospitalizada a causa de una crisis nerviosa. Desde su salida del hospital suprimía y controlaba sus sentimientos con medicamentos. Al mismo tiempo, no creía que fuera: capaz de recuperar la salud. Acudió a consultarme y decidí ayudarla mediante la terapia bioenergética. En nuestra cuarta sesión le hice practicar un ejercicio expresivo para ayudarla a enfrentar su temor a sentir. Tendida en la cama, pateaba, repitiendo "¿Por qué?" Necesitaba protestar ante su situación de vida. Comenzó el ejercicio, gritando "¿Por qué?" y pateando la cama, pero de pronto se detuvo. Volviéndose hacia mí, dijo: "Tengo miedo. Siento que voy a desmayarme, veo todo negro. Tengo miedo de sentir, el sentimiento me domina, me hace sentir que moriré".

Para entender qué había sucedido, tenemos que ordenar los acontecimientos en la secuencia adecuada. Cuando la paciente comenzó a entregarse al sentimiento de ira y protesta, sintió —y era cierto— que la dominaría, y la pérdida del control la aterrorizó. A fin de eliminar ese sentimiento, dejó de respirar, contrayendo los músculos del cuello; maniobra que interrumpió el flujo sanguíneo y de oxígeno hacia el cerebro, lo que le produjo la sensación de desmayo y le hizo sentir que moriría.

Le expliqué este mecanismo, señalándole que había reprimido la ira que podía hacerle perder el control si se entregaba a ella. Es natural que una emoción nos haga "perder el control". Si no le tememos, nos dejamos llevar por ella; si estamos asustados, nos contraemos, y surge entonces una sensación de muerte.

Una vez que la paciente hubo comprendido la explicación, le sugerí repetir el ejercicio: así lo hizo, dejándose llevar y todo salió bien. Al terminar, me miró, diciendo: "No me detuve esta vez y no sentí que me desmayaría". La experiencia tuvo en ella un excelente efecto, se veía resplandeciente y más viva, como si se le hubiera perdonado una condena al infierno, haciéndola emerger a la vida, y dijo: "Nunca se me permitió expresar nada de lo que sentía". Después del ejercicio, me contó sus primeros años. "Era como una pesadilla. Quería mucho a mi padre, pero sentía no ser lo suficientemente buena para él. Mi madre siempre me gritaba y regañaba, me sentía constantemente atacada y terriblemente sola, sin nadie a quien recurrir. Pensé que ella me mataría, que cuando estuviera dormida me atacaría con un cuchillo. Cuando era pequeña, temía morir pero, en cierta forma, sentía que me estaba muriendo de veras".

No todos hemos tenido experiencias infantiles de enfermedad en las que nos sintiéramos al borde de la muerte, pero muchos hemos sufrido daños al punto en que la muerte ensombreció nuestra vida. Sufrimos rechazos que nos rompieron el corazón. Si no morimos, fue porque el corazón tiene más de una vida, tal vez tres. En el capítulo 2 dije que com los jugadores de béisbol, se nos permiten tres strike antes de expulsarnos del juego. Experimentamos nuestro primer rechazo en la etapa oral, cuando nuestra madre nos niega su amor y sustento porque ya no tiene más para darnos; seguramente, esto se produce cuando somos destetados tras un período demasiado breve de lactancia, (por ejemplo, debido al nacimiento de otro niño). Nos sentimos terrible mente heridos, lloramos, pero seguimos adelante: strike número uno. El segundo se produce en el período edípico, en la etapa genital. Somos rechazados por nuestra sexualidad y nuevamente se nos rompe el corazón. Nos queda sólo una oportunidad, pero no nos atrevemos a aprovecharla; tenemos que protegernos y proteger nuestro corazón, encerrándolo en una caja hermética (el tórax). Ya no abrimos el corazón al mundo, creyendo que esto nos asegurará la supervivencia. Pero, en defensa propia, damos pie al rechazo que, finalmente, romperá nuestro corazón en el strike número tres.

Si aceptamos que lo que tememos sucedió en el pasado, no necesitamos repetir ese pasado. Entonces éramos niños, totalmente dependientes de nuestros; padres para obtener amor, y contacto humano. Nuestra vida entera dependía de ellos. Ahora somos adultos independientes en el sentido de que podemos escoger con quién compartir ese amor, protección y placer. Si abrimos nuestro corazón; podríamos volver a ser dañados, pero el corazón no se nos romperá. El corazón se rompe por el sentimiento de la traición y, siendo adultos, no podemos ser traicionados, a menos de que seamos ingenuos y, si lo somos, nos hemos traicionado a nosotros mismos, negando nuestro pasado.

La represión del pasado significa que se ha perdido una parte de nuestra vida, que sólo se puede recuperar reexperimentando el pasado en una terapia que implique 1a regresión emocional a un estado infantil. Cada regresión pone al paciente en contacto con alguna experiencia traumática del pasado que amenazó su salud psíquica o su vida, forzándolo a acorazarse contra el mundo y contra sus propios impulsos. Como la armadura de un caballero medieval, esta coraza psicológica es un escudo protector, una caparazón en torno al individuo, idéntica a sus tensiones musculares, en su totalidad, constituye la estructura caracterológica. Salirse del carácter es como nacer y, para el individúo consciente, se trata de una maniobra demasiado aterradora y peligrosa: la ruptura del caparazón equivale a enfrentarse a la muerte. Vivir dentro de esa concha parece garantizar la supervivencia, aunque représente una seria limitación del ser. Permanecer en la concha y sufrir parece más seguro que arriesgarse a enfrentar la muerte a cambio de libertad y alegría. Esta no es una actitud consciente, sino el producto de una lección que alguna vez se aprendió con amargura y no es fácil olvidar.

El caparazón es también una prisión; una especie de resguardo protector que para el individuo equivale al útero. En su concha, el ego esconde aquella parte del self que representa al niño desamparado, al que debe resguardarse del mundo cruel. La parte del self que representa al niño es el corazón y esto queda claro en el trabajo terapéutico. Si logramos llegar al corazón de un individuo, iluminamos al niño que hay en él; a la inversa, si nos ponemos en contacto con ese niño, tocamos su corazón. Pero esta metáfora tiene otra variante. La concha, asimilable al útero (replegarse en su interior es regresar a la matriz) a veces se transforma en una tumba y la situación se vuelve realmente trágica. Salir de la concha es arriesgarse a morir, pero permanecer en ella es llevar una vida muerta que, inevitablemente, se convierte en una muerte real.

La muerte es el sino del que nadie escapa. La pregunta, entonces, es: ¿Cómo morir? Puede morirse como un héroe o como un cobarde; la diferencia está en que el héroe enfrenta la muerte sin miedo. ¿Qué hace de un individuo un héroe y de otro un cobarde? Para responder a está pregunta, debemos reconocer que lo que caracteriza al héroe es su modo de vivir, y no su modo de morir. Yo describiría a un héroe como-una persona que no teme la vida, que puede hacerle frente y, porque no le teme, tampoco teme morir.

En el curso de este libro hemos visto cómo se desarrolla en la gente el miedo de vivir. Se dice que el héroe muere una sola vez y el cobarde miles de veces. Cuando se ha muerto de miedo muchas veces, se acaba siendo cobarde, se rompe el espíritu. Una enorme proporción de mis pacientes fueron aterrorizados cuando eran niños. Cada vez que la madre mira con odio a su hijo es como si le perforara el corazón. Si las miradas mataran, muchos de nosotros habríamos muerto hace mucho tiempo; pero aunque las miradas de odio no nos matan físicamente, cuando provienen de nuestros padres nos quiebran psicológicamente, obligándonos a construir una concha que aprisiona nuestro espíritu. Cuanto más gruesa es, más atemorizados estamos, transformándonos en cobardes, temerosos de salir de ella y arriesgarnos a morir por la libertad. Y cada vez que queremos salir y fallamos, volvemos a morirnos de miedo.

Al confrontar, mediante la terapia, cada muerte psicológica, recuperamos el valor. Enfrentando la muerte, perdemos el miedo a morir. Desafiando los terrores del inconsciente, somos como los héroes griegos. ¿Acaso no puede decirse que la meta última de la terapia es ayudar al individuo a que desarrolle una actitud heroica hacia la vida?