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UNA TERAPIA PARA SER
LA ESPIRAL
DEL
CRECIMIENTO
Cuando yo era. un joven psicoterapeuta, estaba entusiasmado con la terapia y me sentía optimista con respecto a lo que ésta era capaz de lograr. Creía que podíamos liberar al individuo de sus represiones y devolverlo a un estado de armonía consigo mismo y con la naturaleza. Estaba firmemente convencido de que Reich tenía razón al declarar que la supresión de la sexualidad era la causa de todos nuestros problemas. El propósito terapéutico, entonces, era restablecer la capacidad para entregarse totalmente a las sensaciones y sentimientos sexuales, que Reich denominó potencia orgásmica. Esto se lograría con una combinación de análisis caracterológico y trabajo corporal, destinado a reducir o eliminar las tensiones musculares que bloquean la entrega del cuerpo a sus sentimientos. Como paciente de Reich, experimenté la eficacia de este método terapéutico.47
Hace ya treinta y cinco años que comencé mi terapia con Reich, que duró tres años. También estuve en tratamiento con mi ex socio, el Dr. John Pierrakos, durante cerca de tres años. Además, he trabajado conscientemente conmigo mismo para liberar mi ser de las inhibiciones y represiones derivadas de mi educación. Sería estupendo decir que tuve éxito, pero, si bien cambié en varios aspectos importantes, soy consciente de las tensiones y dificultades que aún me molestan y limitan mi ser, y esto me entristece. No obstante; nada hay que pueda detenerme para continuar trabajando con mi cuerpo a fin de ampliar mi ser, y me dedicaré a esta labor hasta el fin de mis días. La idea de "no haberlo logrado" aún no me deprime en absoluto, más bien es alentador pensar que puedo mejorar en aspectos en los que siento que padezco una carencia.
¿Qué sucede con mi potencia sexual? Ha cambiado con el cambio de mi ser,. En la medida en que yo, como persona, he crecido y madurado, mis sentimientos sexuales se tornaron más profundos y completos. Sin embargo, a medida que envejezco i mi impulso sexual ha perdido algo de su intensidad. La sexualidad es una expresión del ser personal y, por ello, refleja el estado del ser, de manera que tampoco "lo he logrado" en el aspecto sexual: no soy del todo potente orgásmicamente, en el sentido que Reich da a ese término. He tenido grandes experiencias que debo a la terapia y, más importante aún, los sentimientos de placer y satisfacción derivados de mi sexualidad han aumentado enormemente. Creo que la terapia me ha ayudado muchísimo, pero no me ha dado el paraíso ni me ha llevado a un estado de trascendencia, por más que estuve comprometido con este proceso la mayor parte de mi vida. También creo haber ayudado a muchos de mis pacientes, pero ninguno de ellos se ha liberado totalmente de la represión e inhibición. La terapia no es una panacea para las enfermedades humanas, no es la respuesta para el dilema del hombre. El hecho cierto de que la mayoría de la gente necesite hoy ayuda para funcionar con algún placer y soltura es un triste reflejo de nuestra cultura* Mientras más industrializada y sofisticada se vuelve ésta, más problemas plantea al individuo y más ayuda necesita para enfrentarla. La terapia es un complemento de la vida moderna, tan necesario como parecen serlo los sedantes o tranquilizantes, son signos del "progreso".
La limitación de la terapia surge, en cierta forma, de que pertenece a la misma cultura generadora del problema que pretende resolver La terapia debe ayudar al individuo a adaptarse a su cultura, a vivir y trabajar en el seno de ella. Si lo aísla y lo pone en contra de ella puede ser más destructiva. Así, estamos tratando de ayudar a las personas a reducir las tensiones de su vida en una situación cultural que diariamente lo somete a tales tensiones. Es como decirle a alguien que esté tranquilo y relajado mientras las balas silban a su alrededor, o como permanecer sano y racional viviendo en un asilo para enfermos mentales.
En relación a esto, el terapeuta moderno no puede compararse con el curandero o el brujo de las sociedades primitivas. Este último trataba al individuo aberrante que por obra de la brujería o por la violación de un tabú, se había contaminado o estaba poseído por un espíritu maligno. El restablecimiento de su pureza le permitía regresar a la tribu o a la comunidad. Pero, ¿cómo puede el terapeuta restablecer la pureza o la inocencia a una persona que, por vivir en su cultura, se expone a una contaminación permanente?
Para comprender qué es contaminación en términos modernos, debemos pensar en la pureza como un equivalente de la inocencia. Las relaciones antitéticas son: pureza/contaminación, inocencia/culpabilidad. La culpabilidad es un equivalente moderno de la contaminación. El niño, igual que el primitivo, vive en estado de inocencia o de pureza, pero pierde su pureza al violar un tabú: el tabú que veda los sentimientos incestuosos hacia su progenitor. Se lo hace sentir culpable por esos sentimientos así como por su hostilidad hacia el padre del mismo sexo. No tiene otra opción que suprimir dichos sentimientos y abandonarlos. Pero los sentimientos suprimidos siguen existiendo en el inconsciente como fuerzas disociadas y alienadas. En este sentido, se puede hablar de estos impulsos suprimidos como de espíritus malignos. Cuando nos damos cuenta de que el sentimiento sexual del niño está contaminado por la sexualidad adulta a través del comportamiento seductor del padre, no se hace difícil entender la conexión existente entre la contaminación/culpabilidad y la pérdida de la pureza/inocencia.
En un sentido, la labor terapéutica pretende eliminar la culpa y restablecer la inocencia o pureza. En relación a esto, nosotros los terapeutas somos semejantes al curandero y nuestros métodos tienen mucho en común con los suyos. El brujo reconocía que los malos espíritus son malos sentimientos (hostilidad y malevolencia) y que éstos pueden enfermar a una persona. Ponerlos al descubierto y descargarlos a través de las maniobras del brujo o chamán liberaba al individuo y a la comunidad de una fuerza negativa que había estado obstaculizando su bienestar. Como terapeutas, tratamos de hacer lo mismo, pero puesto que no podemos incluir directamente a la comunidad toda en el proceso terapéutico, no hay una solución total del conflicto.
También hay otra diferencia significativa entre el problema que enfrenta el chamán o el brujo y el que enfrenta el terapeuta moderno. El primero aborda una situación aguda: la persona enfermó porque sobre ella operaba una fuerza maligna inmediata .directa y negativa que no podía descargar .No obstante, podía hacer frente a la situación descargando sus malos sentimientos de manera indirecta, a través del chamán. El terapeuta tiene que vérselas con un Conflicto antiguo, tanto, que ha llegado a estructurarse en la personalidad. El individuo ni siquiera se da cuenta de él, pues lo ha reprimido. Su mal-estar es crónico. Ni siquiera conoce su naturaleza y tan sólo experimenta que no se siente bien. Casi todos los conflictos originadores de los problemas que llevan a la gente a la terapia se producen en la infancia y en los primeros años de la niñez, enterrándose en el inconsciente. Para desenterrarlos debemos escarbar en el inconsciente. Por el contrario, los conflictos que tenía que enfrentar el chamán eran evidentes y actuales.
Todos los conflictos emocionales inconscientes se estructuran en el cuerpo bajo la forma de tensiones musculares crónicas, que tienen un efecto tanto cuantitativo como cualitativo. Cualitativamente, determinan cómo se comportará o actuará la persona, con qué sentimientos responderá a las situaciones. Cuantitativamente, fijan cuánto sentimiento o excitación experimentará en una situación dada. Por ejemplo, algunas personas tienen dificultades para sentir y expresar ira, y la única respuesta posible para ellas es el llanto. Necesitan tomar conciencia de esa ira suprimida y expresarla. ¿Pero cuánta ira deben descargar para que podamos decir que la han descargado toda? Ciertamente, experimentar ira, para un individuo que antes no se ha permitido sentirla, es útil desde un punto de vista terapéutico; sin embargo, no constituye la solución del problema, ya que se pueden descubrir nuevas y profundas reservas de ira que necesitan descargarse, Y esto mismo es válido para los demás sentimientos suprimidos. El paciente que no ha sido capaz de entregarse a su tristeza y descubre la posibilidad del llanto gracias a la terapia, siente una inconmensurable ampliación de su ser, como si se le hubiese abierto una puerta a la vida, pero, ¿cuan amplia es esa apertura? ¿Cuánta tristeza ha descargado y cuánta le queda aún por expresar? El miedo es otra emoción fuertemente suprimida. No podemos tolerar tener miedo, por eso no nos permitimos sentir el temor que yace en nuestro interior. Bajamos las cejas, negándolo, apretamos las mandíbulas para desafiarlo y sonreímos para autoconvencernos. Pero, por dentro, seguimos muertos de miedo. El terapeuta puede ayudar al paciente a descargar parte de su miedo. Gritar de terror, por ejemplo, parece hacer añicos el propio mundo, pero lo que realmente estalla son los caparazones que nos encierran y aíslan. Empero, no basta un grito para liberar totalmente al individuo, lo mismo que una golondrina no hace verano; ambos son anuncios de otros que vendrán. Podría preguntarse cuan honda es la tristeza, cuan profundo es el miedo y cuan avasalladora es la ira.
La mejor respuesta a estas preguntas es otra serie de interrogantes: ¿Por qué estamos tristes? ¿Cuál es la causa de nuestro miedo? ¿Cuál es el fundamento de nuestra ira? Atribuir estas emociones a experiencias pasadas es una explicación histórica, no dinámica. Los sentimientos surgen directamente de las experiencias actuales; sin embargo, éstas se hallan condicionadas por el pasado, a tal punto que se han estructurado en nuestra forma de ser, En este sentido, el pasado forma parte del presente. Por ello, no es del todo correcto atribuir el sentimiento de tristeza, por ejemplo, a una pérdida de amor en la infancia. La tristeza surge directamente de la experiencia de falta de amor en el presente. Si uno se siente pleno en el presente, la pérdida de amor de su infancia será un recuerdo sin carga emotiva. Pero dicha pérdida puede provocarnos, como autodefensa, el cierre de nuestro corazón, haciéndonos incapaces de dar y recibir amor. ¿Acaso no estaremos tristes porque nuestro corazón está cerrado? Del mismo modo, nuestra ira, si no está relacionada con una situación actual, es una reacción a la frustración que experimentamos actualmente por haber sido obligados a cerrar el corazón y el ser. Y también le tememos a nuestra ira, porque sentimos que puede estallar en furor destructivo. Es la limitación de nuestro ser lo que nos vuelve tristes y enojados, y lo que genera nuestro miedo.
Pero cuando una experiencia del presente se asemeja a otra del pasado que nunca hemos elaborado, nos vemos en problemas. Por ejemplo, si de niños sufrimos una pérdida de amor, la pena puede persistir en nosotros. El niño no hace el duelo por pérdidas de ese tipo porque no puede concebir un reemplazo. Puede causarla la muerte de uno de los padres, la pérdida de contacto con él o ella debido al divorcio, o el rechazo paterno o materno. Estas pérdidas son devastadoras para un niño, a menos que pueda haber un reemplazo. El niño sólo puede reaccionar negándolas y viviendo en la fantasía de que el progenitor regresará con su amor. De modo que no hay forma de ventilar la pena y el dolor que se entierra en el cuerpo. La experiencia es como una herida que nunca sana. Tal vez sería mejor describirla como un absceso en la personalidad que la persona no siente, pero que le resta energía. Un rechazo o desilusión en el presente reabre la herida, produciendo un dolor que es viejo y nuevo a la vez. Parece que fuera obra del sino.
Un trauma de este tipo, que se encapsula en la personalidad bajo la forma de un absceso crónico, se manifiesta y experimenta con desesperanza, afectando al cuerpo. Se refleja en los ojos sin brillo, los rasgos faciales demacrados, los hombros colgantes, el pecho hundido, el abdomen contraído y la falta general de vitalidad. La pérdida del amor produce un ser que no se siente capaz de ser amado y su apariencia es poco amable. Esto es triste y mientras no cambie su condición corporal, tendrá toda la razón del mundo para sentirse triste y llorar. Pero al llorar por el presente también estará llorando por el pasado, y si como resultado del análisis se ve que la tristeza actual está relacionada con la pérdida anterior, la expresión de la pena y los sollozos descargarán el absceso y limpiarán la herida. Puede haber entonces curación.
Al sentirnos poco queribles y carentes de amor, tememos abrirnos a él y pedir o exigir respeto. Temiendo uña respuesta hostil de los demás, no decimos francamente lo que pensamos y queremos. Mantenemos a raya nuestra agresividad natural y retrocedemos ante la idea de afirmar nuestro ser. También podemos volvernos demasiado agresivos y contrafóbicos para esconder nuestros temores, pero ya sea que nos repleguemos o ataquemos, nuestro cuerpo seguirá manifestando el temor que sentimos. Al retirarse, el cuerpo se contrae y repliega hacia adentro, en el estado compensado se presentará duro y tenso. Ambas son posiciones defensivas que, por su naturaleza, conducen al miedo. Mientras estemos a la defensiva tendremos miedo; aunque la actitud defensiva fue resultado de una experiencia vital temprana, es su persistencia la que produce nuestro miedo actual. Sólo podemos decir que nos desembarazamos del miedo cuando el cuerpo se libera de su postura defensiva, representada por la rigidez y la contracción muscular.
Estamos enojados porque nuestro ser está disminuido; estamos enojados porque nos sentimos asustados y sin amor, y nuestra ira es proporcional a nuestro miedo, a nuestro dolor y a nuestra pérdida de sí mismo. Así como tenemos toda la razón para estar tristes, también la tenemos para estar enojados, y esa ira puede encerrarse en nuestra mandíbula, en los hombros, la espalda y las piernas, es decir, en todos los músculos capaces de expresarla mediante mordiscos, golpes y puntapiés; pero si hacemos eso (encerrarla), sólo logramos sentirnos más miserables; nuestra rabia aumenta, y debemos refrenarla con fuerza para mantenerla suprimida. Este es el típico círculo vicioso que cierra cada vez más la vida del individuo, hasta matarlo. La alternativa es abrirse y expresar los sentimientos suprimidos en forma progresiva, hasta que el cuerpo se libere de sus tensiones y regrese a su estado natural de gracia y encanto.
Cada tensión muscular crónica del cuerpo lleva asociada tristeza, miedo e ira. Puesto que la tensión es una restricción de nuestro ser, nos hace sentir tristes y a la vez enojados por esa limitación. Y como tememos demostrar nuestra tristeza o nuestra ira, permanecemos bloqueados, en un estado precario del ser, atados a nuestro sino.
Una terapia que pretenda aumentar o expandir el estado del ser debe tomar en cuenta el factor dinámico o energético. Más sentimiento significa más vitalidad, más excitación y más energía en el organismo. Los cuerpos tensos o contraídos no son capaces de tolerar una mayor carga o excitación porque ésta amenaza la integridad de la personalidad; Así como al insuflar demasiado aire en un globo pequeño se corre el riesgo de que estalle, la persona experimentará temor a la , muerte o a la locura.
En la próxima sección veremos cómo puede manejarse este miedo. Por ahora, quiero hacer hincapié en que una terapia para ser, implica un trabajo constante de las tensiones musculares y elaborar los conflictos emocionales subyacentes con la descarga de los sentimientos asociados a ellos.
El patrón que sigue la terapia es el opuesto al del círculo vicioso, ya qué cada irrupción de sentimientos aumenta la energía o la excitación del organismo, que el individuo debe aprender a tolerar. Esto se logra integrando la experiencia a la personalidad y a la vida, de manera que, como resultado, el ser se expanda. Así, cada vez que el paciente llora o se enoja, el sentimiento es más profundo e intenso y hay una ampliación correspondiente de la conciencia, aunque el problema enfrentado no sea nuevo. De hecho, enfrentaremos una y otra vez los mismos problemas, confiando en aumentar cada vez más la carga de energía y sentimiento. En el proceso terapéutico, damos vueltas y más vueltas alrededor del círculo de la vida del individuo, desde el pasado hasta el presente y a la inversa. Cada circuito abre cada vez más los recuerdos y sentimientos del paciente en relación a las personas o acontecimientos de su pasado, vinculándolos con su situación o comportamiento actual. Cuando el circuito se completa, el resultado es una gran concientización, sentimientos más profundos y un mayor nivel de energía. Enseguida, se da comienzo a un nuevo circuito, con más energía y conciencia. Los círculos se agrandan de manera gradual, representando el crecimiento de la personalidad a través de la expansión del ser, pero el proceso nunca se completa, ya que no podemos resolver todos los problemas ni deshacer todas las tensiones. Las heridas producidas por los traumas de la vida pueden curarse, pero quedan las cicatrices. No podemos regresar a nuestro estado de inocencia original; siempre habrá alguna limitación en nuestro ser. El ser humano es un animal imperfecto y un dios inferior. A pesar de todo, puede aumentarse significativamente su tolerancia corporal a la excitación, en especial la sexual, y su habilidad para descargarla a través del placer, específicamente del orgasmo.
Hay otra forma de ver el proceso terapéutico, como si se tratara de armar un rompecabezas. Los terapeutas tratamos de ayudar al paciente a que encuentre el sentido de su vida, viéndola como un todo. Ya he dicho antes que la terapia es un viaje hacia el descubrimiento de sí mismo, pero, a diferencia de un rompecabezas, no tenemos a mano todas las piezas para comenzar; a medida que progresa la terapia, se dispone de más y más recuerdos, y cada vez que un fragmento de información encaja con las piezas vecinas y aclara el cuadro, el paciente gana en insight. Comienza a sí mismo. Si bien el rompecabezas nunca se puede completar, en el transcurso de la terapia la figura se hace más clara; al conocer su pasado, el paciente se pone en contacto consigo mismo y, estar en contacto con uno mismo es estar en Contacto con el cuerpo.
Al recuperar el pasado, recuperamos nuestro cuerpo. Y esta relación también funciona a la inversa: al ponerse en contacto con su cuerpo, el individuo adquiere sentido de sí mismo y despierta los recuerdos que habían permanecido dormidos en su contraída e inmovilizada musculatura.
IRRUPCIÓN
Y
QUIEBRE
El crecimiento terapéutico no se produce como una recta ascendente: hay cimas y valles en el transcurso de la experiencia. La cumbre consiste en pasar, a través de una irrupción (breakthrough), a un nivel más alto de excitación gracias a que el individuo trasciende la caparazón protectora de sus defensas y da un paso más adelante, hacia un nuevo sentido de luz y libertad. También se puede decir que surge con una mayor conciencia de su propio ser. La neurosis es una cubierta protectora que aísla al individuo, protegiéndolo y separándolo a la vez. Esta cubierta no se disuelve sola, es preciso salir de ella como un nuevo polluelo. Del mismo modo deben traspasarse las barreras o límites que constriñen el ser.
La irrupción puede producirse en el curso de una sesión o en un sueño, yendo siempre acompañada de un insight-, es decir, se hace la luz sobre alguna zona oscura de la personalidad, una luz que brilla a través de la espesa caparazón. A mi modo de ver, la irrupción viene antes del insight, no como un resultado del insight. Esta irrupción es causada por el desborde de la vida de su contensión, que ya no es capaz de retener la excitación o la energía y, por lo tanto, se rompe. Concretamente, la intensificación de los sentimientos o de la carga energética provoca una ruptura, y ésta lleva al insight. Nadie puede predecir en cuánto tiempo se producirá esa irrupción; se da espontáneamente cuando dentro del ser se ha acumulado la fuerza suficiente para romper el recipiente. Por lo general, esta acumulación es lenta, resultado de un trabajo terapéutico cuidadoso. He aquí un ejemplo.
Marcos es un paciente con el que he estado trabajando durante dos años. Su estatura es superior al promedio y es delgado. Sus rasgos más salientes son sus ojos de profunda mirada y las cejas bajas. Su rostro sensitivo brilla a veces con una sonrisa infantil, mientras que otras veces se borra de él todo sentimiento y su mirada parece vacía. Uno de sus problemas ha sido su tendencia a ensimismarse, pero ha logrado progresos considerables en la adquisición de un sentido más fuerte del ser, aunque éste sea todavía limitado. No ha podido desarrollar una relación satisfactoria con ninguna mujer, habiéndose casado y divorciado dos veces. Relataré dos sesiones en virtud de las rupturas que en ellas se produjeron.
De pie frente a mí, Marcos era consciente de que tendía a estar "en la cabeza" y no "en el cuerpo". Sabía que temía "dejarse ir Y perder la cabeza. Oscilando hacia adelante apoyado en las almohadillas de los pies, con las rodillas ligeramente dobladas, mientras dejaba recaer su peso en los pies, fue sintiendo cómo "perdía la cabeza". Por un momento, se sintió vinculado a su cuerpo y al suelo; sin embargo, sus cejas no se relajaron.
Pedí a Marcos que se tendiera en la cama e inclinado sobre él y le presioné moderadamente con los pulgares bajo sus cejas con el propósito de levantárselas. Sus ojos quedaron fijos en los míos. Al subir las cejas, los abrió mucho y una fuerte oleada de miedo recorrió su ser. Manteniendo mis ojos fijos en los suyos, le pregunté de qué tenía miedo. Respondió: "Temo quebrarme" y, diciendo esto, estalló en profundos sollozos, agregando: "Me siento conectado, siento que estoy entero aquí. Cuando terminó de llorar, analizamos lo que le había pasado y me dijo: "Se relaciona con mi madre y mi padre. Tengo unos tres años y veo a mi madre vestida con una elegante falda color marfil, brillante, como satinada. Parece que estamos en la cocina, temprano por la mañana. Mi padre se ha ido a trabajar. En medio de la escena percibo él jugo de naranja y el sol. Estoy en una silla alta y me siento bien y cálido, alegre".
"¿A qué le temes?", pregunté.
"Siento algo seductor que viene de mi madre. Hay una cierta proximidad, una cierta intimidad. Ella desea esa intimidad física, pero yo no. Si salgo, afuera no habrá nada. Mi madre se siente abandonada y acude a mi, siento cómo se me acerca, pero si yo me le aproximo, me quemaré, seré rechazado. Estoy excitado y quisiera tocarla, acariciarla, abrazarla. Luego, hay un vacío. Toda mi vida he estado viviendo con este vacío y me siento herido, furioso, pero también siento la tibieza y la necesidad".
En ese momento, recomenzó su profundo llanto, repitiendo: "¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡Ayúdame!" Luego, prosiguió: "Con su retirada, se convierte en una bruja, eso es lo que siento en el vacío. ¡Dios mío! Acabo de relacionarlo con mis dos matrimonios. No podía soportar la idea de una mujer dedicada a mí, amándome. No podía resistir la cercanía y la excitación sin posibilidad de desahogo o satisfacción. ¿Y si hubiera podido tolerar la excitación? Pero no, no puedo, es demasiada". Y con una mirada de desesperanza, agregó: "¡Tengo que renunciar, o me volveré loco!"
En esta sesión, Marcos tomó conciencia de la seducción de su madre y de su excitación sexual como respuesta, como también de que no habría podido soportar la excitación, porque no había posibilidad de desahogo. Sus matrimonios fracasaron porque su miedo al acercamiento y la intimidad le recordaba la situación con su madre.
Cuando Marcos regresó dos semanas mas tarde, me dijo: "Al día siguiente de la sesión pasada, desperté con una tremenda sensación de liberación, me sentí libre".
Al mirarlo, me di cuenta de que aún tenía las cejas bajas, como si una venda le cubriera la cabeza sobre los ojos, para mantener baja la excitación. "Pon una venda a tus sentimientos". Pero también parecía que la venda era una protección para no ver; le pregunté si se daba cuenta de que no quería ver.
Como respuesta, me contó el siguiente sueño: "Voy en un bote navegando en aguas poco profundas hacia una casa que está junto a la playa, donde hay mucha gente. Veo a mi madre en la cocina cortando un limón. Lo más importante del sueño es su actitud hacia mí; Se muestra muy seductora, le brillan los ojos y me mira con excitación mientras pela el limón, dejándole sólo una profunda capa de pulpa. Me doy cuenta dé que lo hace para preparar la comida, pero estoy asustado".
Analizando el sueño, Marcos se dio cuenta de que el limón representaba sus testículos y que su madre estaba "cortándole los huevos".
Le pregunté cuál era la relación de su madre con los hombres y me dijo: "Depende de ellos, coquetea con ellos pero los desprecia; quiere creerles, pero desconfía; se siente desilusionada; "En el sueño, me siento cortado en el abdomen Vaciado. No sé qué estoy haciendo —añadió— en la casa de la playa, no lo veo".
El vacío se refiere a un espacio vacío en el rompecabezas. No veía el dibujo completo porque faltaban una o más piezas. El no ver es una ceguera impuesta, semejante a la de Edipo al dañar sus ojos. Se borra una escena visual porque es demasiado aterradora u horrible. La terapia le hace ver al paciente el cuadro total de su vida, mediante lo que llamamos la comprensión intuitiva (insight). ¿Qué era lo que mi paciente no veía? Curiosamente, la respuesta es la misma que en el caso de Edipo: sus relaciones incestuosas con la madre. Pedí a Marcos que me describiera sus sentimientos hacia la madre y, por extensión, hacia todas las mujeres, y me respondió: "Trato de agradarles, pero nunca lo logro. Me mantengo disponible, servicial, abierto y sensitivo hacia ellas. Confiaba mucho én mi madre pero luego empecé a temer sus enojos. Tengo la sensación de haber sido traicionado. Me puse furioso con ella: la furia era tan fuerte que me inmovilizaba. Mi primera esposa exudaba ira como mi madre".
Después de esta conversación, lo hice colocarse en el taburete bioenergética y comenzó a llorar, sintiendo dolor y rigidez en la espalda; recalcó que le parecía que iba a quebrársele la cintura. Le pregunté qué entendía por quebrarse y contestó que dos cosas: que podría perderse y que podría liberarse. Continuó diciendo que su madre era seductora, pero "si te acercas a ella con sentimientos sexuales, es capaz de cortarte en dos". Esto significaba ser eviscerado, perder las tripas, perder el valor. Y en seguida agregó: "Hace algunos años, sentí que tenía un agujero en el estómago".
Sin vísceras, sin testículos: Marcos comprendió que lo habían hecho pedazos. Habían roto las conexiones energéticas entre su cabeza y sus genitales, dando por resultado que su ego no estuviera asentado en su sexualidad. Esto sucedió cuando era pequeño y lo volvió temeroso de acercarse a las mujeres. Para evitar ser herido nuevamente se replegó, inmovilizando su pelvis mediante la tensión de los músculos del abdomen y la cintura. Esta tensión le provocó la rigidez y el dolor que sintió al tenderse. Su espalda era como un yeso. Su espalda (su espíritu) se había quebrantado y la enyesó para protegerla de una rotura, pero la defensa perpetuó el miedo al quiebre.
Y también el miedo a las mujeres. Como Marcos adopta un papel sexual pasivo, está predestinado a relacionarse con mujeres que asumen un papel agresivo, mujeres airadas que sienten haber sido traicionadas por sus padres y que también eran pasivas respecto de sus madres. Así pues, su ira se proyecta sobre los hombres pasivos. Inevitablemente, Marcos se relacionaba con mujeres que "exudaban ira", como su madre.
He relatado estas dos sesiones con cierto detalle a fin de mostrar la íntima conexión que existe entre la irrupción (breakthrough) y el quiebre o derrumbe (breakdown).
Cuando Marcos enfrentó su temor al quebrantamiento fue capaz de ver qué circunstancias de su vida produjeron su miedo. He oído a muchos pacientes expresar el temor de que, si se suelta, se quebrarán o derrumbarán. En otras palabras, irrumpir es arriesgarse al quiebre. Es corno el nacimiento. Cuando un niño está naciendo, no tiene garantías de que entrará con éxito al mundo. A algunos se les enreda el cordón umbilical en el cuello y mueren. En la vida siempre hay algún riesgo, pero comúnmente éste es mínimo. En una persona de espalda rígida, tenderse en el taburete bioenergético puede evocar el quebrantamiento, pero nunca he visto que la espalda se quiebre.
Sin embargo, algo se rompe: la resistencia del individuo a expresar sus sentimientos. Generalmente, hay una entrega al dolor y la tristeza y el individuo estalla en lágrimas y sollozos, A veces, lo hace con una ira reprimida durante mucho tiempo. En todos los casos, se quiebra el control desarrollado como defensa en aquellas situaciones de la infancia en que la expresión del sentimiento era peligrosa. También se rompe la fachada que se erigió para proteger al ser sensible. Pero puesto que el ego se identifica con el control, la voluntad y la fachada, el individuo ve en ese quiebre un peligro.
El temor al quiebre es mayor en la medida en que se ve amenazada la estructura caracterológica del paciente, porqué esta estructura se desarrolló precisamente como defensa contra el quiebre. La resistencia que el paciente opone a esta amenaza es insuperable, a menos que se comprenda cuál fue el temor que la originó.
W, D. Winnicott, quien estudió este problema en sus pacientes, definió esta amenaza como "un temor al derrumbe del self unitario".48 En un lenguaje más sencillo, diríamos que es una desintegración de la organización del ego. En el lenguaje corriente, el "derrumbe" es el derrumbe psicótico. Detrás del miedo a dejarse ir está también el miedo a la locura.
En el capítulo anterior, señalé que el miedo a la locura surge cuando el ego es inundado o avasallado por la excitación o el sentimiento; pero esto es inevitable para que haya una expansión del ser, un crecimiento. En su proceso de crecimiento, el cangrejo desecha su caparazón y la serpiente cambia de piel; nosotros, los seres humanos, debemos dejar nuestras viejas estructuras si queremos crecer. Durante el período de transición, el organismo es vulnerable, se corren riesgos, pero todos los organismos aceptan la vulnerabilidad y el riesgo, pues ello forma parte de la naturaleza del proceso vital. ¿Por qué nuestros pacientes tienen tanto miedo?
Winnicott responde a esta pregunta diciendo que "el temor clínico al derrumbe es el temor a un derrumbe que ya se había experimentado", y prosigue: "es un hecho que este derrumbe se lleva oculto en el inconsciente".49 La importancia de esta observación se hace evidente cuando la aplicamos a todas las situaciones de la vida. Como lo expresa el dicho, "el gato escaldado huye hasta del agua fría". El niño no le teme a una estufa caliente, hasta que se quema. Si la experiencia del nacimiento fue traumática porque puso en peligro la vida del niño, cualquier situación que recuerde el nacimiento o la salida hacia algo nuevo será aterradora para ese individuo.
Al comienzo de este libro nos preguntábamos: "¿por qué aprendemos de algunas experiencias traumáticas y no de otras?" Ningún niño que se haya quemado con la estufa volverá a tocarla. Los neuróticos, como hemos visto, repiten una y otra vez los mismos traumas. Si la experiencia del quiebre o derrumbe está sepultada en el inconsciente, se proyecta también hacia el futuro. El sistema defensivo que el ego erigió en el pasado para negar el trauma y resguardarse contra una recurrencia futura del acontecimiento, se convierte en un imán que atrae la misma experiencia que se deseaba evitar. A esto lo he llamado el sino.
Es fácil vincularlo con el miedo al derrumbe. La energía empleada en defender el sistema disminuye la tolerancia corporal a la excitación. Defensa significa estructura más que movimiento; representa un estado de congelación que disminuye la cantidad de excitación y sentimiento, con lo cual se espera prevenir que se ahogue el ego y se produzca el quiebre. Se reduce el ser para protegerlo. Sin embargo, esta disminución del ser evoca el miedo a el quiebre, porque el organismo se empeña en ampliar al máximo su vida o su ser. El cuerpo se orienta hacia la vida y trata de aumentar su estado de excitación, incluso a riesgo de abrumar al yo aterrorizado. Esto puede generar fácilmente un círculo vicioso en el que a cada esfuerzo de expansión le corresponde un aumento de la estructura defensiva. Y esto es lo opuesto al ciclo de crecimiento descrito más arriba. Si no se produce algún cambio en el carácter del individuo, su ser se constreñirá constantemente, hasta el extremo en que el quiebre se hace inevitable. Este puede adoptar la forma de una enfermedad somática, o bien de una enfermedad mental.
Estar totalmente vivo es dejarse llevar por el flujo del sentimiento, lo cual proporciona una experiencia conmovedora o culminante, una respuesta de tipo orgásmico. Pero estas reacciones emocionales no pueden ser muy frecuentes. Si uno es dominado de continuo por una excitación arrolladora, sus límites se vuelven imprecisos, y su ser nebuloso. Se produce una confusión sobre la propia identidad, próxima a la psicosis. Los egos débiles son especialmente vulnerables.
Un ego fuerte es capaz de soportar y contener un alto nivel de excitación sin perder sus límites; pero incluso un yo relativamente fuerte puede ahogarse o ser avasallado si aumenta demasiado la intensidad del sentimiento. Un yo saludable puede permitirse quedar momentáneamente sumergido por los sentimientos sin correr peligro. Todo río desborda alguna vez, pero si lo hace constantemente, su cauce desaparece y se convierte en un lago. Ahora bien: el lago es estático, mientras que el río fluye. Esta es una de las contradicciones de la vida: a fin de que prosiga el movimiento, debe contenerse el flujo.
Cuando un paciente renuncia a su posición defensiva, en cierta forma experimenta un estado de locura. Ciertamente, volverse loco a propósito no es una locura real, pero se acerca a ella lo suficiente como para que el paciente se dé cuenta de que su temor al derrumbe es real, de que en su personalidad hay sentimientos suprimidos que amenazan al ego y de que se puede cruzar el límite entre lo racional y lo irracional, regresando sin peligros a la racionalidad. El surgimiento de sentimientos fuertes en un paciente fronterizo cuyo yo es débil, puede convertirse en un "derrumbe temporario"; si la excitación es muy fuerte puede "perder los estribos", pero no hay peligro alguno si el terapeuta es consciente de esta posibilidad; si no se asusta y permanece junto al paciente hasta que finalice su estado de excitación. Cuando esto ocurre, el paciente vuelve a mostrarse totalmente, racional. A través de la experiencia, habrá desahogado fuertes sentimientos que ahora se integrarán a su personalidad, fortaleciendo su ego y ampliando su ser. Por esta vía, el paciente aumenta su tolerancia a la excitación y al sentimiento, disminuyendo las posibilidades de un quiebre o derrumbe futuro.
En la terapia, la irrupción y el quiebre van siempre de la mano, puesto que es preciso que se produzca algún colapso de las defensas del ego para que el avance tenga lugar. Sin embargo, el quiebre de las defensas del ego no constituye el propósito legítimo de la terapia. Estas defensas deben respetársela menos que sea posible ayudar al paciente a desarrollar una forma mejor de enfrentarse a las tensiones de su vida. El derrumbe es válido sólo si conduce a una irrupción, lo que implica el desarrollo del insight y la integración de los nuevos sentimientos a la personalidad. Integración significa aceptar los sentimientos y expresarlos con la total cooperación del ego.
Una de mis pacientes era incapaz de gritar en las sesiones; sin embargo, en su casa le gritaba a su esposo ya sus hijos. Era una reacción histérica, contraria a su voluntad, en la que el ego estaba disociado de la acción. Ella no quería gritar, pero se sentía obligada a hacerlo: "Cuando grito –manifestó–me siento como una maniática y eso me anula". La hacía sentirse loca, pero necesitaba gritar para liberarse del terror que había en su ser. De niña, la aterrorizaron, y tenía motivos para gritar. La integración requería que aceptara que interiormente era una gritona maniática. Había sido sobrepasada por su terror y esto la había enloquecido. El derrumbe ya se había producido. Una vez que aceptó esto, no se sintió más "anulada"; pudiendo mantener su identidad de persona aterrorizada al punto de convertirse en una gritona maniática. Lo barrido fue su falsa identidad, de persona serena y racional. Esta identidad falsa era una negación de su ser y aumentaba su vulnerabilidad ante el derrumbe y su temor a él. En la mayoría de los neuróticos, el temor del derrumbe se esconde tras un yo aparentemente seguro y estable. Si se preguntara a uno de estos pacientes si alguna vez pensó que se volvería loco, en general la respuesta sería negativa; pero esa respuesta está condicionada por su problema. Todo neurótico ha suprimido los sentimientos que podrían rebalsar o desbordar su ego si estallaran con toda su intensidad. Para decirlo más sencillamente, el paciente puede "volverse loco" y teme que eso ocurra si "se entrega" a sus sentimientos. Conserva su salud mental manteniendo dentro de límites tolerables su nivel de excitación y mediante una rígida vigilancia sobre sus sentimientos, para asegurarse de que esos límites no serán traspasados. Merced a ese control, está convencido de que no le tiene miedo a la locura, pero la defensa misma traiciona su temor subyacente, ya que sólo si uno tiene miedo construye defensas.
Un comportamiento demasiado racional (relativamente carente de sentimiento) o demasiado controlado (sin espontaneidad) hace sospechar que se está encubriendo un temor secreto a la locura. El individuo es incapaz de entregarse libremente a sus sentimientos, de manera que su ser está seriamente limitado. En este caso, se debe animarlo a que actúe un poquito locamente, a que "pierda la cabeza".
Utilizo varios ejercicios sencillos para ayudar a que el paciente llegue a este estado y se percate de su miedo. Cada ejercicio debe ser adaptado a cada paciente y su situación inmediata. Por ejemplo, con un joven cuya constitución muscular expresaba algo así como "déjenme solo", el ejercicio consistió en patear la cama, dar puñetazos y gritar "¡déjenme solo!". Además, le pedí que gritara: "¡Me están volviendo loco!" Después de hacerlo, exclamó: "¡Dios mío! ¡Es verdad! Ella me regañaba tanto que me ponía contra la pared". Enseguida, me contó una característica de su madre que explicaba su propia personalidad. "Estaba tan confundida que yo ya no sabía distinguir la verdad. Nunca pude hacerla razonar y me acoracé contra su locura y la posible locura mía". Guando le pregunté cuál podría ser la posible locura de él¿ dijo: "Enloquecería y la mataría. Me volvería un loco asesino! Pero siempre estuve seguro de que eso no me sucedería jamás. Ahora sé por qué no permití jamás que estallara mi ira. En verdad, tengo miedo de volverme loco".
Si seguimos los argumentos de Winnicott, el temor a un derrumbe o crisis mental implica que esta crisis ya se produjo en el pasado, Se cierra el establo después de que el caballo ha sido robado y no antes. Esta aparente contradicción se explica por el hecho de que si no se hubiera producido el robo, no habría existido la necesidad, ni siquiera la idea, de cerrar la puerta. No se erigen defensas contra un peligro inconcebible. Para el paciente, es importante descubrir que se ha producido una crisis, y que su defensa es en gran parte una negación de este hecho y una protección contra una posible crisis futura, ya que, como hemos visto, la propia defensa predispone al individuo a esta posibilidad.
La crisis del pasado fue superada gracias a un esfuerzo de la voluntad y se experimentó como una sensación de confusión, de haberse sentido desbordado, de perder los límites, El individuo, aterrorizado, sintió que se desintegraba. Aterrorizado, sé armó a través de su voluntad, y continúa sosteniéndose como una defensa contra el miedo de desintegrarse otra vez o de permanecer confundido y desbordado de por vida. La voluntad opera a través de la musculatura voluntaria, contrayendo los músculos pertinentes para lograr el control necesario. El mismo paciente del párrafo anterior señaló: "Me doy cuenta de haberme empeñado en mantener la cabeza recta; y ahora entiendo por qué están tan desarrollados los músculos de mí cuello".
Otro ejercicio consiste en golpear la cabeza contra la cama, diciendo: "¡No puedo soportarlo!" ¡Me están volviendo loco!" O bien: "¡No puedo más! ¡Voy a perder la cabeza!" Estas son expresiones bastante comunes que la gente dice con frecuencia. A mi modo de ver, reflejan el entendimiento presente en el lenguaje. Cualquier sentimiento demasiado intenso para que el organismo lo resista pone en peligro la salud del individuo. Se puede perder la cabeza de dolor, de miedo, de tristeza, e incluso de deseo. Si el ego es inundado y sus barreras quedan destruidas, el resultado es la confusión y una pérdida del autocontrol y de la orientación. Si el individuo intenta retener el sentimiento, la tensión se torna insoportable y debe ser aliviada, aun a costa de una pérdida temporal de la salud. Frente a esto, los niños se golpean la cabeza como una forma de quebrar la tensión de la parte de atrás del cuello. Guando los pacientes hacen ese ejercicio, sienten la tensión en la nuca, dándose cuenta de que deben tolerar el sentimiento, aun cuando la situación sea dolorosa. No tolerarlo es volverse loco y, gracias a esto, al paciente le queda claro en qué consistía ese tormento.
Un joven lo definió así: "Mi madre me miraba con ojos implorantes, como esperando que yo la salvara, Al mismo tiempo, había algo seductor en su mirada. Sentí que salvarla era tener relaciones sexuales con ella, y estaba excitado y atemorizado. ¡Era un tormento! No me atrevía a responder, pero tampoco podía liberarme de ella". Esto casi lo hizo perder la razón y, para prevenir la crisis, se fue "muriendo". Este es uno de los casos que describí en el capítulo anterior.
Para exponer este miedo en los pacientes neuróticos, les pregunto si alguna vez sintieron o pensaron que enloquecerían. Algunos recuerdan una situación en la que su temor fue consciente. Una mujer relató dos experiencias de este tipo, la segunda, ocurrida cuando tenía treinta años de edad. Dijo:
"Me enamoré de un sacerdote y el sentimiento de excitación era muy intenso en todo el cuerpo. Era un sentimiento sexual que no podía manifestarle. Tendida en la cama, sentía que la energía pugnaba por salir a través de mi piel, y comencé a asustarme y a desesperarme. Pensé que estallaría, que tendría una crisis nerviosa. Oré, pidiendo ayuda a Dios".
Esta paciente había sido educada en un medio religioso muy estricto; según dijo, nunca había tocado su propio cuerpo (sexualmente, por supuesto) hasta los veintidós o veintitrés años. No sabía cómo masturbarse, de manera que no tenía forma de descargarse. En estas condiciones, un amor sexual poderoso y persistente puede hacer perder la razón.
El primer incidente se produjo mientras ella estaba como pupila en una escuela religiosa, lejos de su hogar. La directora y la superiora la odiaban. Tenía una apendicitis crónica, pero la obligaron a seguir estudiando. "Estaba sometida a una gran presión. Pesaba apenas cuarenta y cinco kilos, fue el peor momento de mí vida. De improviso, tuve un ataque agudo y me llevaron al hospital que estaba a cargo de las monjas. Tras la operación, permanecí allí durante un mes, sin ver a nadie. Me sentía asustada y desamparada, no podía hacer nada para salir de ese estado y sentí que podría quebrarme".
Esta paciente nunca se convirtió en psicótica y dudo que eso hubiera sido posible, ya que su ego tenía una fuerza tal que podía sostenerla bajo tensiones incluso mayores. Pero no era invulnerable. Si era acorralada, decía preferir la muerte a la locura. De hecho, en sus ojeras había una señal de muerte. No estalló en el hospital porque se resignó a morir. Por fortuna, no llegó a ese extremo, pero sí se acercó lo suficiente a la muerte como para verle el rostro.
Entre muerte y locura, hay una relación dinámica, como la hay entre muerte física y muerte psíquica. Si un organismo es rebalsado por una excitación intensa, las fronteras del ser se disuelven y, sin ellas, el ser no existe. La locura puede considerarse una forma de muerte psíquica, la muerte del self o del ego. Esto sucede también en el momento culminante del orgasmo, si es que se llega a ese punto. El self o el ego desaparece momentáneamente y, si tememos ser rebalsados, suprimiremos los sentimientos y la excitación. Cuanto mayor sea el miedo, mayor será la supresión. Pero la supresión del sentimiento y la excitación es también una muerte, la muerte del cuerpo por congelación. Y ese espectro no nos aterroriza igual.
ANSIEDAD DE CASTRACIÓN
Freud señaló que evitamos el sino de Edipo suprimiendo nuestros sentimientos sexuales por nuestra madre y renunciando a la hostilidad hacia nuestro padre, y que lo hacemos a raíz de la amenaza de castración. Una vez que nos hemos sometido a esta exigencia cultural, nos convertimos en ciudadanos bien adaptados: asistimos ala escuela, nos casamos con la muchacha adecuada y defendemos el orden establecido. Reprimimos el recuerdo de esa etapa, lo cual significa que negamos nuestra sumisión ante la amenaza de ser castrados. Si tenemos hijos, repetiremos el mismo proceso con ellos, para asegurar la continuación y el progreso de la cultura.
Si este esquema funcionara bien, no habría quejas, pero las hay. Por ejemplo, una mujer casada hace diez años es infeliz en su relación con el marido y su vida sexual se ha ido deteriorando con el tiempo. Señala que, al casarse, estaba ansiosa por la prometida intimidad sexual y se sentía excitada ante el placer sexual del que podría disfrutar. Tuvieron relaciones la primera noche. Al despertar a la mañana siguieras, se acercó al esposo, pero él la rechazó diciendo: "¡No me presiones!" Su luna de miel fue una pesadilla y, de allí en adelante, siempre hubo tensiones entre ambos con relación al sexo.
¿Qué ansiedad impidió a su esposo gozar plenamente del placer sexual que tenía a su disposición? ¿Fue el temor al éxito, o, como tantos hombres, se atemorizó cuando su mujer asumió el papel activo? Quizás, al tomar la iniciativa, ella le recordó a su madre y, súbitamente, se convirtió para él en un fruto prohibido.
Me consultó un hombre que estaba deprimido por su exceso de peso y porque su mujer estaba perdiendo el interés sexual en él. Era el segundo matrimonio de ambos y, hacía varios años, había comenzado con una buena dosis de romance y adecuada excitación. La vida de ambos parecía haber cambiado; mi paciente bajó de peso, sintiéndose más joven y entusiasta. Pero al cabo de algunos años la excitación disminuyó y él comenzó a comer demasiado, sin poder controlarse. En la primera sesión, me contó que había asistido durante siete años a un tratamiento psicoanalítico, cinco veces por semana, y consideraba que lo había ayudado mucho, permitiéndole poner fin a un matrimonio muy poco satisfactorio. Creía que se había liberado de la neurosis, por lo que ahora estaba sorprendido de sentirse deprimido. Para ayudarlo a desarrollar algunos movimientos corporales, le sugerí que vomitara todas las mañanas.
La idea de vomitar puede parecer extraña a los lectores que no conocen la terapia bioenergética, pero es uno de nuestros procedimientos corrientes. Cumple dos fines importantes. Primero, ayuda a la persona a "echarlo para afuera". Muchas personas retienen sus sentimientos y ahogan su expresión. Vomitando, superan su hábito de "contención".
Segundo, el vómito abre la garganta, facilitando la expresión emocional. Este ejercicio se hace en la mañana, antes de desayunar. Se toman dos vasos llenos de agua a fin de que el estómago cargue algo para luego contraerse. En seguida, con el pulgar, se toca el paladar provocando arcadas. Si se respira profundamente antes de tener la arcada, la expulsión del líquido se producirá fácilmente. Mientras se hace este ejercicio, es importante exhalar hondo, ya que así se relaja el diafragma. Bajo ninguna circunstancia se debe forzar la expulsión: ésta debe producirse con facilidad. Tampoco debe intentarse arrojar toda el agua; varias regurgitaciones bien hechas serán suficientes.
Dos semanas más tarde, cuando mi paciente regresó, me dijo: "Empecé a vomitar como usted me indicó y, desde entonces, tengo muchas pesadillas".
Esta no es una consecuencia habitual del vómito. Durante más de treinta años he estado usando esta técnica en mí mismo y jamás me ha afectado en esa forma. Hasta hoy, lo hago con regularidad.
"En uno de los sueños, estaba viendo un programa de televisión, era algo así como un especial del National Geographic. Miraba una escena en la que un predador captura a su presa, paralizada de terror antes de ser engullida. Mientras veo ese cuadro, comienza a crecer y a crecer, como si yo estuviera dentro de él. Luego cambió y el predador se convirtió en un hombre primitivo de la Edad de Piedra, de unos dos metros de altura, que había atrapado a un pequeño hombre civilizado. Con un mazo, le rompió los huesos del brazo derecho, que le quedó colgando, como paralizado. Luego, el salvaje le sacó los ojos a su víctima y tomó su cabeza como para devorarla. Sentí que quería comerle el cerebro.
Estaba aterrado y no podía gritar. Desperté sudando, horrorizado".
Mi paciente reconoció de inmediato que su sueño reflejaba su ansiedad de castración—era psicoanalista, por lo que estaba bastante familiarizado con estos temas— identificándose con el hombrecito civilizado y viendo a su padre en el enorme primitivo. Señaló que en el curso de su análisis previo había discutido el asunto de su ansiedad de castración, pero nunca había aparecido tan vívidamente como en ese sueño.
Este paciente tenía gran tensión pelviana; dicha región estaba rígida, echada hacia adelante, y un rollo de grasa le colgaba desde arriba, como si un anillo de constricción le rodeara el bajo abdomen, a la altura de los ilíacos. El bajo abdomen parecía separado del resto del cuerpo y no le llegaba ningún movimiento respiratorio.
Lo hice acostarse en el piso, sobre una cobija enrollada bajo su cintura. Con los pies colocados uno junto al otro y las rodillas separadas, su zona pelviana quedaba expuesta. Esta posición produce frecuentemente temor y vergüenza, pero este paciente no sentía nada de eso; cuando le apoyé los pulgares en las ingles, presionando levemente sus tensos músculos, casi se salió de su piel, según dijo, no por dolor, sino por temor. Cada vez que sentía en esa zona la presión de mis dedos, especialmente si los movía un poco, gritaba como si... como si yo estuviera a punto de hacerle ahí algo terrible.
Cuando analizamos su experiencia, dijo estar atónito ante ese temor pues pensó que ya había hablado bastante de él durante el psicoanálisis, aunque admitió que hasta ese momento nunca lo había sentido. Antes, la ansiedad de castración era para él sólo un concepto. Estaba algo enojado por el tiempo que había perdido con el psicoanálisis, pero se dio cuenta de que había cumplido sus propósitos. Se fue de la sesión profundamente conmovido.
Lo vi otra vez, varias semanas más tarde; seguía comiendo en exceso debido a su ansiedad. No se había sentido deprimido, estaba demasiado triste y asustado para eso. Aceptó que tenía un problema corporal sobre el que debía trabajar físicamente (reducir la tensión de la zona pelviana) ¡si es que quería gozar plenamente de su sexualidad. Repetimos varias veces el mismo ejercicio anterior y, al comienzo, gritaba y brincaba tan pronto yo lo tocaba, pero al rato descubrió que si respiraba profundamente y relajaba la pelvis, disminuía su temor y prácticamente desaparecía el dolor. Con sorpresa, comprobó que su pánico se debía no a lo que yo le hacía, sino a lo que él pensaba que podría hacerle. Era evidente que al tensar sus músculos anticipándose al dolor, lo sentía con la presión, mientras que al relajarse, la misma presión no le causaba dolor. Tenemos que aprender que tensión es temor.
Al experimentar el gran temor que sentía de ser castrado, mi paciente se preguntó de dónde provenía, ya que no recordaba que su padre fuese un hombre violento; por su parte, él había sido un buen chico, que hacía todo lo que se esperaba de él. Admitió haber estado muy ligado a su madre y supuso que su padre podría haberse sentido celoso. No sólo mi paciente, sino también sus padres, negaban cualquier implicación sexual en sus relaciones, lo que no hacía más que aumentar el temor del niño. Pudo comprobar que semejante situación era el probable origen de su temor sexual.
Mientras elaborábamos este problema, comenzó a reír y a sentirse contento. Como resultado de éste y de otro ejercicio, su pelvis estaba cargándose y le vibraban las piernas, sintiendo viva la parte inferior del cuerpo. Dijo sentir como si le hubieran quitado un gran peso de encima; se sentía liberado, había irrumpido en una sensación más profunda de existencia.
Pero no con todos los pacientes es dable erradicar la ansiedad de castración usando esta técnica. Sin embargo, es el problema clavé, así como el complejo de Edipo es el conflicto clave de la personalidad. Si no se logra una irrupción en este nivel, todo el trabajo sobre la personalidad habrá sido superficial.
Hace algunos años, trabajé con otro psiquiatra que se quejaba dé estar deprimido. También él había estado varios años en psicoanálisis. Cuando su tratamiento conmigo estaba terminando y la depresión había desaparecido por completo, hizo el siguiente comentario: "Usted no temió mi desprecio, como los demás analistas". Se había sentido superior a todos ellos; como colega, podía vislumbrar sus problemas personales, que trataban de esconder tras la máscara profesional. Era una repetición de su situación edípica, en la que se había sentido superior a su padre. Pero los demás analistas nunca cuestionaron su actitud y por eso fracasaron los tratamientos. También él había sido capaz de esconderse tras la fachada del lenguaje psicoanalítico. En la terapia bioenergética conmigo, quedó al desnudo. Vi un enorme cuerpo obeso y un rostro redondo, como el de un bebé enorme. Su zona pelviana estaba rígida y contraída. En este caso, como en muchos otros, el sujeto recurre al desprecio para encubrir su propia sensación de inadecuidad.
También me dijo que yo lo había ayudado a superar su ansiedad de castración. Al presionar en la inserción de los rígidos músculos de los muslos en la pelvis, sintió dolor, pero al mismo tiempo, reparó en que estaba asustado. Sintió la tensión y trató de "ceder" a mi presión. En esta posición, ceder significa respirar profundamente y empujar la pelvis contra el piso. Esta maniobra relaja los músculos de los muslos y el dolor disminuye o desaparece. También comentó: "Con lo que usted hizo, pude sentir que no me iba a hacer daño, y desapareció la ansiedad".
La mayoría de los hombres no se dan cuenta de que tienen ansiedad de castración. De hecho, no son conscientes de la tensión de la zona pelviana a raíz de la falta de sensación, ya que esa zona está relativamente muerta y sólo el pene está vivo. Mientras tienen erección, creen carecer de problemas sexuales, ya que su criterio para definir la salud sexual es el desempeño. El hecho de que toda su sensación sexual se limite al pene no les extraña, ya que no conocen otra cosa; nunca han experimentado en la pelvis la agradable sensación preorgásmica de derretirse, ni la sensación dé las corrientes que siguen al orgasmo. Su cuerpo no participa en la respuesta sexual y esto constituye una castración, puesto que la sensación en el pene está desconectada dé toda otra sensación en el cuerpo.
Cuando la excitación se restringe al pene, la sexualidad del hombre está muy disminuida, lo mismo que su ser o masculinidad. En sus relaciones Con mujeres, a menudo se quejarán de que ellas los castran y las acusarán de "cortarles los huevos". Pero la verdad es que ya están castrados psicológicamente en cierta medida. Ninguna mujer quiere ni puede castrar a un hombre verdadero. La ansiedad del hombre ante esta situación refleja un acontecimiento del pasado y sólo reviviéndolo emocionalmente se librará de ella.
¿Qué sucede con el complejo de castración en la mujer? Hemos visto que la niña está expuesta a los mismos conflictos que su hermano. Forma parte de un triángulo que incluye a sus padres y en el que ella es objetó del interés sexual del padre y de los celos y hostilidad de la madre. La castración resultante es tanto psicológica como fisiológica. En el primer aspecto, hay un sentimiento de culpa y vergüenza respecto de lo sexual. En el segundo, consiste en tensiones musculares en el área pélvica que reducen el monto de la sensación sexual. La castración consiste en cortar el nexo entre el ego y la sexualidad, entre la pelvis y la parte superior del cuerpo, y en la pérdida de vitalidad y motricidad de la pelvis.
¿He aquí un caso. Clara es una muchacha de veintisiete años, bastante obesa. Está deprimida y se siente incapaz de desenvolverse en el mundo, si bien es talentosa y se considera idónea en lo suyo. El rasgo más notorio de su cuerpo es la pesantez de sus caderas y muslos, inmensos pero sin vida. Curiosamente, las piernas, por debajo de las rodillas, son bien formadas. Su cara es redonda y suave, con una expresión de debilidad y desamparo, aunque es atractiva. Estuvo varios años en psicoanálisis, algunos de ellos con un terapeuta bioenergético, que no fue capaz de llegar a la raíz del problema.
¿Cuál era este problema? Para decirlo sin rodeos, lograr que Clara moviera el trasero, lo que significa "ponerse en marcha"; eso es lo que ella necesitaba. Pero también tiene un significado literal, ya que su trasero semejaba un ancla que le impedía moverse y, a causa de él, estaba sumergida. Según una interpretación bioenergética, la pesantez y magnitud de su trasero representaba una acumulación y estancamiento de energía. La grasa es acumulación de energía y, en su caso, se trataba de energía relacionada con sentimientos sexuales que durante años se fueron acumulando, concentrándose y bloqueando la pelvis. Mover el trasero o la pelvis es una expresión sexual y ese movimiento sólo es posible cuando desaparecen las ansiedades y la culpa ligadas a dicha expresión.
Al inquirirle a Clara acerca de sus sentimientos sexuales, dijo: "Si me muestro sensual o atractiva, si demuestro algún sentimiento sexual, me expongo a ser violada. Me siento culpable por mi sexualidad. La gente se da cuenta de que me masturbo y tal vez piense que soy sucia, perversa. Con los hombres, nunca he podido decir que no y hacer lo que yo quería". Si sale con un hombre, se deja utilizar; por ello se cuida, manteniéndose alejada de ellos.
¿Cómo surgió en Clara esta opinión de sí misma? ¿Qué ocurrió en su niñez para que llegara a esta situación? Por supuesto, es tarea de la terapia ayudarla a comprender este problema, a ver qué había ocurrido en sus primeros años. Puesto que ver es una función de los ojos, mientras yacía en la cama le pedí abrirlos bien y mirar al techo. Entonces tomé su frente con mi mano izquierda, presionando con dos dedos en el occipital opuesto a los centros visuales del cerebro. Este procedimiento es eficaz para eliminar los bloqueos visuales.50 Clara reaccionó dramáticamente.
Gritó, diciendo que veía a su padre: "Está inclinado sobre mí, observándome como si fuera un insecto, una cosa. Siento que soy un niño en la cuna. Me mira la entrepierna como si sintiera curiosidad. No entiendo por qué me mira así. Temo que ponga sus dedos en mí, por lo que permanezco muy quieta. No sería capaz de detenerlo porque es muy grande. Me siento paralizada, pero también con ansiedad".
Esta imagen es significativa porque apunta a la raíz de su problema. Desde la infancia Clara había sentido el interés sexual de su padre hacia ella. La consideraba un objeto sexual y, más tarde, esto se hizo evidente.
Clara era hija única. ¿Cómo reaccionó con ella su madre? Para saber la respuesta, le pedí que me mirara fijamente. Puso cara de terror, diciendo que mis ojos se parecían a los de su madre. "¿Qué expresión ves en ellos?", le pregunté. "Como si quisiera matarme. Siempre me miraba así, nunca supe por qué me odiaba."
En las pacientes femeninas, el temor a ser asesinadas o destruidas por la madre es bastante frecuente. Es una forma específica del complejo de castración en la mujer, en tanto que en el hombre el temor se refiere a sufrir un daño en los genitales por parte del padre. Las niñas sentirán temor a ser dañadas en los genitales por el padre si éste intenta violarlas.
Clara siguió describiendo su situación familiar: "Les causaba problemas. Cuando crecí, sentí que se lo estaba quitando a ella. Desde que cumplí trece años, mis padres nunca más durmieron juntos, él rechazó a mi madre y se dirigió a mí. Me convertí en su querida y lo cuidé". Sin embargo, no hubo relaciones sexuales entre padre e hija.
Hizo notar que su padre estaba inconscientemente obsesionado con la idea del sexo. "Me miraba en forma impúdica. Cuando un hombre me mira así los senos o la vagina, siento deseos de matarlo".
Le di una raqueta de tenis y comenzó a golpear la cama con violencia. Con cada raquetazo, decía: "¡Los aplastaré! ¡Te mataré a ti primero!" Le pregunté a quién mataría y contestó: "A los dos".
Estaba tan colmada de ira reprimida como de sentimientos sexuales inhibidos. Asustada por ambos sentimientos, se sintió deprimida y con ganas de suicidarse. Parecía dominada por una parálisis y necesitaba de toda su voluntad para luchar contra ella..
La mejor forma de combatir su parálisis era lograr que moviera el cuerpo y en particular la pelvis. Yacía en el piso, en una cobija enrollada. En esta posición se sentía vulnerable. "Siento que seré salvajemente violada. De joven nunca tuve un novio". Esta fue la segunda vez, en el curso de la sesión, que Clara habló de violación, lo que me hizo pensar que era algo que deseaba, y se lo pregunté. Contestó: "Quiero que lo hagan. Lo deseo y lo temo". No se estaba refiriendo a la violación, sino al sexo. Estaba atormentada y a punto de estallar por sus sentimientos sexuales, pero a la vez estaba paralizada de miedo. Tenía que serle hecho para que ella pudiera lograr un alivio, una descarga. Inconscientemente, deseaba ser violada.
Esta era la situación que había vivido siempre: excitada sexualmente por,el comportamiento seductor de su padre, pero aterrorizada e incapaz de responder. Su padre también la rechazaba por su propia culpa. Cada vez que Clara se quejaba de la actitud de su madre hacia ella, él le decía: "Es tu madre y no te hará daño. Es a mí a quien daña. Está loca. Cuando presioné sobre los tensos músculos de unión entre los muslos y la pelvis, gritó. Al iniciarse una vibración de la pelvis, dijo: "Estoy aterrada. Siento que me voy a deshacer y no seré capaz de contenerme". Le hice notar que ese miedo a la fuerte excitación sexual se debía a su terror de ceder y tener relaciones sexuales con su padre. Clara comprendió esa ansiedad.
Repetímos el ejercicio y, de nuevo gritó con miedo apenas la toqué. Luego comenzó a llorar; los sollozos recorrían todo su cuerpo y la pelvis se movía espontáneamente. Cada sollozo era una pulsación de vida en su cuerpo. Lloraba suave y profundamente, como la madre que ha encontrado a su hijo perdido. Lloraba porque había encontrado su sexualidad (por el momento), y con ella misma.
La sesión terminó con una Clara que se sentía viva y esperanzada, pero aún quedaba mucho por hacer, para mantener esa pulsación vital, de modo que ella pudiera conectarse con su sexualidad. Había sido castrada mediante la pérdida de ese nexo. Afortunadamente, era consciente de lo que había ocurrido, lo cual posibilitó esa dramática sesión.
Todos los pacientes se sienten mejor cuando el trasero o la pelvis se vitaliza. Por vitalización quiero decir que hay sensaciones y movimientos espontáneos en la pelvis al respirar. Cuanto más viva se vuelve la pelvis, mayor es el sentimiento general.
Recuerdo una joven paciente que se enfrentó con su problema edípico. Acabábamos de terminar el ejercicio anterior y ella lloraba suavemente, mientras balanceaba la pelvis con efusión y vibraba intensamente. En ese momento, exclamó: "¡Soy tan feliz! ¡Soy tan feliz!" Pude entender su alegría (su pelvis, literalmente,, brincaba de alegría). Había recuperado su sexualidad, y con ella, su ser.