Estúpido cloroformo

Maxwell colgó el teléfono. Su pequeño y cuadrado rostro estaba crispado y tenso. Bajo la hundida frente, los ojos se movían nerviosamente en todas direcciones. ¿Qué iba a hacer ahora?, se preguntaba.

Mata a la niña. Eso era lo que Sport le había dicho. Liquídala y vete de ahí enseguida.

Maxwell se acercó al colchón que estaba junto a la pared. La niña yacía allí dormida. Maxwell la miró. Se pasó una manaza por la boca.

El problema consistía en que la niña no se despertaba. Ahí estaba el problema. Hacía ya una hora que trataba de despertarla. Pero nada. Seguía en la misma posición. Se le había subido el cálido camisón de franela y las piernas le asomaban desnudas. Tenía las manos atadas a la espalda y estaba amordazada. Tenía los ojos casi cerrados. Maxwell entreveía un destello de uno de sus ojos como un cristalito que asomara entre los párpados. Su respiración era muy pausada, apenas perceptible.

Maxwell se inclinó, se agachó hasta tocar el hombro de la niña con un dedo. La niña se balanceó un poco de costado, pero volvió a su postura, sin despertarse.

Mordiéndose el labio, Maxwell dio media vuelta y se alejó de la cama. Se pasó las manos por el pelo. Fue hacia la silla de lona que estaba en el rincón. Se sentó, dejando caer sus gruesos brazos entre las piernas. Se quedó allí sentado, mirando a la niña.

Demasiado de ese estúpido cloroformo, pensó.

Estúpido, pensó, le has puesto demasiado cloroformo.

Bueno, había sido un accidente. No podía hacer nada. Había tenido que cargar con la niña desde el departamento de Sinclair hasta allí y había tenido miedo; eso había pasado. Como tenía que llevarla dentro de la bolsa de la tintorería y pasar por delante del portero, y luego ir por la calle hasta un taxi, sintió mucho miedo de que se le despertara. Así que empapó bien el trapo con el cloroformo antes de metérselo en la boca. Había sido mala suerte, qué se le iba a hacer.

Maxwell se frotó la frente. Se entregaba a todos los demonios cuando se sentía de aquella manera, tan aturdido y confuso.

La cosa, el problema fue, pensó..., que después de haber empapado el trapo con cloroformo, al entrar en el dormitorio donde estaba la pequeña... Bueno, con aquel aspecto... Allí acurrucada. Se estaba chupando el pulgar y mirando la televisión. Parecía de lo más tranquila, como si soñara. Igual que si estuviera viendo la televisión en su casa, como cualquier otra niña. Y allí tenía aquellos dos moretones, donde Sport la había abofeteado cuando trató de escapar. Tenían buen aspecto. A Maxwell le gustaban aquellos moretones.

Cuando Max se le acercó con el trapo empapado de cloroformo, ella se echó a llorar. Pero no intentó escapar. Se quedó ahí, echada en la cama, con la cara manchada; llorando y temblando. Maxwell respiraba entrecortadamente al sentarse en la cama junto a ella. Entonces la agarró del pelo...

Ahora, Max estiró las piernas, sentado en la silla de lona. Al recordarlo, al recordar cómo la había agarrado, su pene empezó a abultarle los pantalones.

Lo recordaba: la había agarrado. La agarró y la pequeña se puso a llorar y rogar. "No". Trató de apartar la cara del trapo. Pero Maxwell le apretó el trapo contra la boca. Eso estuvo muy bien. Después se quedó contemplando su cálido cuerpo, que se retorcía como el de un animalito...

Ahora miró a la niña, maniatada y amordazada sobre el colchón. Su pene arremetía con fuerza contra los pantalones caqui. Puso la mano encima del pene. Empezó a frotárselo con la palma, mirando a la niña. Lo recordaba:

Había seguido apretándole el trapo contra la boca. Demasiado rato. Ese había sido el problema. Incluso después de que la niña dejó de retorcerse y forcejear, siguió apretándole el trapo. La tenía agarrada del pelo, sintiendo el peso de su cuerpo entre las manos, y no le retiró el trapo. Por eso ahora no podía conseguir que se despertara.

Mírala. Ahí acostada. Lívida.

Mátala. No hay tiempo para jueguitos.

Maxwell seguía sentado en la silla de lona, restregándose el pene y mirando a la pequeña. Sabía que tenía que hacer lo que Sport le había dicho. Y además tenía que hacerlo enseguida. Ya lo sabía.

Pero no tendría ninguna gracia si la niña no se despertaba.

Así que siguió allí sentado, mirándola.

Este es un lugar hediondo, pensó Maxwell al cabo de un rato. Detestaba haber tenido que volver allí. Olía mal y estaba sucio. Además, estaba oscuro. No había más que la vieja lámpara que había arreglado Dolenko. Estaba en un rincón. Proyectaba un débil resplandor amarillento. Con aquel resplandor, Max distinguía las grietas de las paredes, las carcomidas tablas grises del suelo, las dos mugrientas ventanas que se abrían frente al colchón.

Veía cucarachas cerca del techo, y abajo, en los rincones. Y, justo bajo una ventana, había un escarabajo casi tan grande como su mano.

Después de matar al Loco, Sport y Maxwell habían ocultado todos los muebles arriba. Pero cuando Maxwell llevó a la niña allí, había bajado el colchón, la silla de lona y la lámpara. Seguía sentado en la silla de lona y miraba contrariado a la niña, dormida en el colchón. Tenía realmente muy mal color. Como si fuera blanco y gris al mismo tiempo. Y antes, al meterla allí, su respiración era muy extraña. Durante un instante, un instante muy largo, incluso había dejado de respirar. Y luego todo su cuerpo se había puesto rígido y había respirado muy profundamente. Tenía que respirar por la nariz, porque con la mordaza no podía inhalar por la boca.

Mátala. La matas y te vas enseguida. Pero Maxwell seguía allí sentado. La miraba. Tenía que hacer lo que Sport le había dicho, pensó. Quería hacer lo que Sport le había dicho. Sport iba a darle muchísimo dinero para que pudiera hacer lo que quisiera. Podría tener todos los chicos y chicas que deseara, le había dicho Sport, y ya no tendría que temer volver a la cárcel. Deseaba aquello por encima de todo. La cárcel no le había gustado. Nada. Ni pizca. Lo único bueno que le había ocurrido en la cárcel había sido conocer a Sport.

Golpeaba nerviosamente el piso con los tacos y se daba repetidas palmadas en la rodilla. Tai vez no tardara en despertarse, pensó. Tal vez, si esperaba un ratito más, se despertara. Ya respiraba mejor que antes. Su respiración era un poco entrecortada, pero por lo menos ya no le faltaba el aire, como antes. Respiraba cada vez con más regularidad.

Quizá tenía que quitarle la mordaza, pensó Maxwell. Puede que eso ayudara.

Pero no. No quería hacer eso. Aunque el edificio estuviera vacío, no quería que de pronto empezara a chillar. Por lo menos hasta el momento oportuno.

Maxwell seguía taconeando y dándose palmadas en la rodilla... y luego empezó a mover la cabeza arriba y abajo con el mismo ritmo rápido.

Eso era lo que iba a hacer, pensó. Esperaría un poquito más. A ver si se despertaba. A ver si volvía en si.

Esperaría un ratito más.

Cuarta parte