Ireana llegó a la mansión donde Seth se refugiaba. Su mente estaba totalmente confundida. ¿Le estaba contando Alcander la verdad? ¿Sería cierto que él no la convirtió en lo que es? Cuando estuvo frente a la puerta del despacho de Seth, dudó unos instantes antes de tocar pero sabía que debía entrar que para eso la había llamado al móvil.
Tocó y esperó a que él le diera permiso. Cuando se lo dio, entró en el despacho que se hallaba en penumbra, como siempre.
—He venido en cuanto he recibido tu llamada.
—¿Has atrapado a la chica?
—La atrapé pero se me escapó…
—No me valen excusas, Ireana.
—Es la verdad, intenté ahogarla pero lo único que conseguí fue dejarle una marca en el cuello y yo me he quedado sin algunos mechones de pelo.
—Te dije que no la dejaras escapar.
—Ya lo sé pero apareció Alcander.
Seth la miró fijamente.
—¿Alcander?
—Sí, conoce a la chica, la salvó y me contó que él no me mordió.
—¿Conoce a Lucinda? Vaya, vaya, qué interesante…— hubo un momento de pausa como si él meditara las palabras que ella había dicho— Ireana, querida, te dije que iba a convencerte de lo contrario y aún así le haces caso.
—¿Y por qué debo hacértelo a ti? No recuerdo nada y tú también podrías mentir.
Seth se levantó lentamente y se acercó a ella con paso pausado.
—¿Y, entonces, a quién crees? ¿A él o a mí?
—Lo creo a él porque si no ahora él sería un vampiro completo y no lo es.
Él la miró cuando quedaron frente a frente y sin más le dio un fuerte bofetón. Ireana se llevó una mano a la mejilla.
—Créeme a mí, yo soy el que dice la verdad, es más, Alcander se convertiría en vampiro completo cuando muerde a la persona que tiene la sangre más apetitosa y la desea por encima de todo.
Ireana se quedó pensativa ante las palabras del vampiro.
—¿Por qué protege a esa Lucinda? Vi como la miraba cuando le quitó la estaca para que no me la clavara.
—Primero la protege de mí y puedo apostar lo que sea a que la protege de él mismo.
—Debo reconocer que la sangre de la chica es muy apetecible, me recuerda a la sangre de mi hermana, a la cual estuve a punto de morder una vez, ¿lo recuerdas?
—Claro que lo recuerdo, querida, yo mismo impedí que lo hicieras.
—Y ella fundó el grupo de cazadores de vampiros.
—Los Cazadores de la Rosa Negra— dijo Seth.
Ireana lo miró, sorprendida.
—¿Quieres decir que he estado a punto de entregarte a una descendiente de mi hermana?
—A la última descendiente porque cuando la atrape, la herencia de tu hermana acabará. Ahora quiero que la atrapes de nuevo y no descanses hasta traerla aquí ¿entendido?
—De acuerdo.
La joven se giró para marcharse y cuando ya tenía la mano en el pomo, él le dijo:
—Y olvida todo lo que te dijo Alcander, lo hace para confundirte, confía en mí.
Ella no dijo nada y salió de allí.
Jackson llevó a Rebecca a su casa y se quedó con ella hasta que se calmó porque al ver su casa, no quiso entrar. Los recuerdos invadían su mente y no dejaba de llorar.
Él quiso abrazarla pero la joven lo apartó de sí mientras no dejaba de mirarlo con miedo.
—Rebecca… quería pedirte disculpas.
Ella estaba sentada en su cama, totalmente encogida con una taza de café entre sus manos.
—¿Dis… disculpas? ¿Por qué?
—Por lo que te dije aquel día, quizás fui muy brusco contigo cuando te pedí explicaciones sobre lo de la muerte de ese inocente.
—Estabas en tu derecho de enfadarte…
—Quizás debo dejar que expliques qué sucedió…
—Fue todo un accidente… esa noche, me encontré con un vampiro en un callejón y estaba con una chica, ella era humana y lo vi besándola… me acerqué y lo aparté porque pensaba que la iba a morder. Saqué mi estaca y sin darle tiempo a reaccionar se la clavé en el corazón. La joven gritó pero pensé que era de terror y justo cuando yo sacaba mi espada para comenzar a cortar en trozos al vampiro, ella se metió por delante y…— contó ella encogiéndose— no sabía lo que hacía, cuando la vi en el suelo hice todo lo que estuvo en mis manos para salvarla pero poco pude hacer… ver mis manos llenas de sangre inocente me hizo sentir muy mal y aún recuerdo las últimas palabras del vampiro. Me dijo: “Muchas gracias por habernos unidos en la muerte”. Me lo agradeció como si tuviese alma y en ese momento me di cuenta de mi error. Era un vampiro enamorado de una joven humana y ella también estaba enamorada de él…— Rebecca comenzó a llorar sin poderlo evitar.
Jackson le puso una mano en la rodilla pero ella se apartó
—Lo siento— dijo él— no me acostumbro a la idea de no poder acercarme sin que te encojas de miedo.
—Más lo siento yo, pasé por un auténtico infierno… de no ser por la psicóloga… antes no podía ver a ningún hombre, ahora al menos los soporto pero no puedo dejar que me toquen y eso me duele…
—¿Te duele? ¿Por qué?
—Porque ahora ya no podré acercarme al hombre al que amo.
—¿Es que te has enamorado de un hombre?
—Sí, perdidamente enamorada de él pero él ni siquiera se ha fijado en mí como mujer sino como amiga.
—Pues vaya estúpido, Rebecca, si ese hombre no ve cómo eres realmente, entonces no merece la pena.
—¿Tú cómo me ves?
—Veo que eres una mujer muy hermosa y también muy lista porque si no lo fueras no tendrías la carrera de médico.
Rebecca sonrió levemente, lo que hizo feliz a Jackson.
—Es la primera vez que sonríes desde que has aparecido.
—Básicamente es casi la primera vez que sonrío desde lo del…
—Ya… no lo digas, es mejor que lo olvides.
—Vivirá conmigo durante un tiempo, tendré que sobrellevarlo lo mejor que pueda.
—Lo que debes hacer ahora es descansar.
—No puedo… llevo días queriendo dormir pero sólo lo consigo con somníferos y aún así sólo tengo pesadillas.
—Es mejor que no pienses en ello, quizás así no sueñas con eso.
—Ya lo he intentado…
—¿Quieres que me quede hasta que te quedes dormida? Como si fueses una niña pequeña— dijo él sonriendo.
—Gracias…
—De nada, para eso estamos los amigos ¿no crees?
—Sí…— dijo ella bajando la mirada.
Jackson se quedó acompañándola hasta que por fin ella se quedó dormida, quiso marcharse pero la vio tan vulnerable que al final se quedó junto a ella y la oyó hablar en sueños.
—No… dejadme… os lo suplico… dejadlo…
Él se acercó y le susurró:
—Es una pesadilla, no te preocupes…
Después de eso, la joven se relajó y siguió durmiendo.
Unos días más tarde, William escoltaba a Paola como hacía cada día y ya comenzaba a hartarse de ella.
—¿Cuánto tiempo más debo seguir así? Odio tener que acompañarte a todas partes— se quejó el chico.
—Ya te he dicho miles de veces que no hace falta que me sigas. Estoy bien sola.
—¿Seguro? No sé desde que Rebecca volvió y contó lo que sucedió, te veo un poco rara.
—Estás paranoico perdido. A mí no me pasa nada.
—¿No?— preguntó cogiéndole un brazo pero ella se apartó— ¿estás segura de que no te pasa nada? Estas rehuyendo de mí…
—Yo no me he apartado…
—Venga, Paola, dime qué te pasa…
—¡Que no me pasa nada, pesado!
La joven se iba a girar cuando vio a un vampiro sacar una navaja y se disponía a atacar a William. Sin pensar muy bien en lo que hacía, la joven empujó al chico y sacó su estaca para atacar al vampiro.
William cayó al suelo y miró a Paola sin comprender lo que pasaba hasta que la vio atacar al vampiro y clavarle la estaca.
Ella lo miró y dijo:
—¡Eh! ¡No te quedes ahí parado! Ayúdame a llevarlo a ese callejón.
William sin saber muy bien por qué, se levantó y la ayudó. Una vez en el callejón, ella cortó al vampiro en pedazos y lo quemó.
—¿Se puede saber por qué me has empujado?
—¿Quizás lo hice para salvarte el pellejo?
—Me había dado cuenta de que tenía un vampiro a mis espadas, no hacía falta que me empujaras para tener toda la diversión para ti.
—Ya claro… seguro que te habías dado cuenta. No te enteraste, reconócelo.
—Sí me di cuenta— dijo el chico cruzándose de brazos.
—¿Seguro? No sé si te diste cuenta de que llevaba una navaja y de que iba a matarte con ella.
El joven se cruzó de brazos, ofuscado.
—Yo hubiera podido con él.
—Lo que te pasa es que te jode que una chica te haya salvado de morir— dijo Paola mirándolo incrédula.
—¿Qué dices? No digas idioteces, anda.
—Yo lo flipo— la joven rió con sarcasmo— ¿he herido tu orgullo de macho? Oh vaya, lo siento tanto— dijo la joven fingiendo dolor.
Él la miró con el ceño fruncido.
—No dices más que gilipolleces.
—Sabes que digo la verdad, te jode que yo, una chica, te haya salvado de una muerte segura.
William suspiró exasperado.
—Mira, piensa lo que quieras.
—Eso es lo que hago, chaval. No me puedo creer que seas así. Odio a los tipos como tú que se creen superiores a nosotras.
—¡Pero si yo no he dicho nada!
—Pero lo piensas que es peor.
—Mira, pasa de mí…
—¿Eso es lo que quieres? De acuerdo, pues entonces pasa tú también de mí.
La joven se alejó un poco y antes de perderse de nuevo entre la gente de la calle principal, se giró y le dijo:
—Ah y no hace falta que me sigas…
Sin decir nada más, la joven desapareció. William le dio una patada a una papelera y salió del callejón rumbo a su casa.
Paola llegó a su casa y cerró de un portazo.
—Será idiota este tío. ¿Qué se ha creído? ¿Se cree que soy una dama en apuros? Pues está muy equivocado, sé cuidarme solita y lo he hecho siempre, no tiene por qué venir ahora este tío a amargarme la existencia y a seguirme como si fuese mi guardaespaldas. ¡Anda y que le den! Idiota…
La joven fue a la cocina y se sirvió un vaso de agua.
William volvió a la casa, enfadado. Paola no tenía que haber actuado de esa forma y todavía tenía el morro de echarle la bronca. Muy bien, si eso era lo que quería, así sería.
—¡Jackson! ¡Tío Jackson!— llamó William a su tío.
Este bajó las escaleras y lo miró.
—¿No estabas con Paola?
—Estaba, tú lo has dicho. No quiere que la vigilen, me lo ha dejado clarito hoy así que paso de seguirla a todas partes.
Jackson terminó de bajar las escaleras hasta quedarse frente a su sobrino.
—No pienso dejar a una de mis cazadoras sola.
—Pues búscale a otro.
—¿Y quién? Todos ya tienen asignados a una cazadora y no sé por qué pero últimamente salen muchas parejas de todo esto— dijo pensativo.
—¿Parejas?
—Sí, el otro día pillé a Carlos y Sídney y también a Sander con Anna.
—Pues yo no pienso seguir a Paola.
—Hazlo de lejos, al menos, es vital vigilarlas, son las más vulnerables.
—¿Y por qué no accedes a unirnos con la Hermandad de la Luna Creciente? Ellos podrían ayudarnos.
—Eso va contra los principios de los Cazadores de la Rosa Negra.
—¿Y acaso importa ahora los principios? Lucinda tiene razón. Necesitamos ayuda.
—Es posible que acceda pero no sé… no me fío de ellos.
—Tenemos que hacerlo, además, ¿por qué tanto empeño en que yo, justamente, cuide de Paola? Podría cuidar de Lucinda.
—Eres uno de los cazadores más fuertes y ella es una de las más vulnerables.
—¿Y?
—Que eres el adecuado para cuidar de ella.
—Bueno… veré lo que puedo hacer, aunque no entiendo esa insistencia.
—Perfecto. Tú no te preocupes por nada, ella en algún momento te lo agradecerá.
—Sí, con una tunda de palos…— murmuró el chico para sí— entonces voy a su casa y no saldré de allí.
—Vale.
Dicho eso, William se puso la chaqueta y salió de la casa rumbo a la de Paola.
William, de camino a casa de Paola iba pensando en el extraño comportamiento de ella. Cada vez que algún chico se acerca a ella, se aleja lo máximo posible. Luego actuaba a la defensiva, como había actuado ese día con él. Todo era muy extraño y se disponía a averiguar qué era lo que sucedía.
Al llegar a la casa de la joven, tocó el timbre y esperó un poco hasta que abrió Paola que al verlo puso mala cara. Entonces la cerró y la dejó parcialmente abierta para que él no pudiera entrar.
—Creo recordar que te dije que no me siguieras.
—Y lo recuerdo pero es que estoy obligado…
—Dile a Jackson que puedo cuidarme sola.
—Ya se lo dije pero pasó de mí. ¿Me vas a dejar pasar?
—No, no quiero hablar contigo ni quiero verte.
—Pues vas a tener que aguantarme, lo siento mucho, a mí tampoco me entusiasma la idea pero Jackson quiere teneros a todas vigiladas y más después de lo que pasó con Rebecca. Déjame pasar, hace frío aquí fuera.
Paola suspiró resignada y abrió la puerta totalmente para dejarlo pasar.
—Gracias— dijo él entrando.
Ella no contestó y cerró la puerta para seguir al chico hasta el salón.
—Ahora tendré que aguantarte el doble ¿verdad? ¿Qué te dijo Jackson para hacerte volver aquí?
—Que no quiere tener a ninguna de sus cazadoras sin protección porque sois las más vulnerables.
—Entiendo… ¿y qué más?
—Eso, nada más, no me quiere decir nada más.
Esa respuesta alivió a Paola. Al menos, Jackson no había contado su secreto a ese mequetrefe de William. Suspiró aliviada. William la miró al percatarse del comportamiento de la chica.
—¿Se puede saber qué es lo que te pasa?
Ella lo miró enarcando una ceja.
—¿A mí? Que yo sepa nada…
—Ya te dije antes que te comportabas muy raro, no dejas que te toque ni nada, rehúyes como si tuvieras miedo de que te haga algo.
—No sabes lo que dices, William— dijo Paola sonriendo nerviosa, cosa que William nunca le había visto hacer— yo no hago eso.
El chico se acercó a ella y la cogió del brazo, tal y como había hecho antes en la calle. Ella lo miró a los ojos y luego miró su mano. Sin más se apartó de él y volvió a mirarlo a los ojos.
—¿No lo haces? Paola, es la segunda vez que te cojo del brazo y huyes de mí así.
Paola negó con la cabeza.
—No, yo no hago eso, me alejé de ti porque eres como una lapa, fijo pegado a mí— dijo ella a la defensiva.
William enarcó una ceja, sorprendido ante la actitud defensiva de la chica.
—Algo te pasa y pienso descubrirlo— dijo el chico acercándose más a ella.
Paola retrocedió más y más hasta que la detuvo la pared. Vio que él seguía acercándose y se quedó paralizada. Una vez, él estuvo pegado a ella se miraron a los ojos. La joven intentó sacar fuerzas para ocultar el temor que sentía últimamente cuando estaba cerca de algún chico.
William, lentamente posó las manos en la pared, a ambos lados de la cabeza de la joven y la miró fijamente.
—William, no me gustan estos juegos, te lo advierto, si no quieres perder tu cerebro, el pequeño, procura no hacer eso.
—¿El qué? Yo no estoy haciendo nada.
—Sí lo estás haciendo, me estás acorralando.
—¿De verdad? Yo solo estoy apoyado en la pared, no debo la culpa de que tú estés en medio.
Paola lo miró con el ceño fruncido, se agachó un poco y se apartó de él.
—¡Basta! ¡Deja de hacer el idiota!
—Ah claro, ahora yo hago el idiota, ¿te has dado cuenta que la que hace la idiota eres tú? Andas huyendo de mí.
—No pienso aguantarte, William, si tengo que echarte a patadas, lo haré así que no sigas molestándome.
—Pues dime de una vez qué es lo que te pasa.
—Que no me pasa nada.
La joven, harta de escucharle, salió del salón y fue a la cocina a por un vaso de agua. Sus nervios estaban a flor de piel, se sentía demasiado intimidada y sobrecogida pero no le contaría a William por qué hacía lo que hacía. Jamás se permitiría el lujo de saberlo.
Tras beber agua, tomó aire y volvió al salón donde William ya se había acostado en el sofá viendo la televisión. Ella se cruzó de brazos, enfadada.
—Que yo sepa, no te he dado permiso para que te acuestes en mi sofá así ¿no crees?
—¿Y?
—Que me lo estás ensuciando todo con esas playeras— dijo Paola acercándose y sacándole las piernas fuera del sofá lo que casi hizo caer a William.
—¡Eh! ¿Es que me quieres matar?
—No estaría mal pero lo único que quiero que se saques tus sucias playeras de mi sofá.
—Vale, vale— dijo el chico incorporándose.
—¿Quieres algo de beber?
—Sí, me gustaría un refresco de cola y trae también una bolsa de patatas.
—Sólo te pregunté por la bebida.
—Ya lo sé pero como pasaré aquí bastante tiempo, también me gustaría comer algo, no sé…
Paola suspiró exasperada y salió del salón para traerle la cola y las papas al chico.
—No me manches nada.
—Haré lo que pueda.
—Iré a mi habitación, creo que es el único lugar donde puedo estar lejos de ti al menos un rato.
Sin decir nada más, la joven salió del salón y fue a su habitación donde cerró de un portazo y apoyó la frente en la pared. Tomó aire lentamente, se apartó y se recostó en su cama.
Si él se hubiese acercado un poco más no hubiera respondido de sí y le hubiera pegado. Todos estaban notando su cambio de humor después de lo que le pasó a Rebecca y debía controlarse un poco, nadie más podía saber lo de su violación.
En ese momento, tocaron en la puerta. Paola se incorporó rápidamente y gritó enfadada:
—¿Qué quieres?
—Quiero hablar contigo…
—Ya hablamos antes y viste qué fructífera fue nuestra conversación.
—Estoy hablando en serio, Paola.
—Yo también hablo en serio ¿o acaso oyes que me ría?
—Por favor.
Paola miró la puerta durante unos instantes, dudó un poco y finalmente se levantó, abrió la puerta pero no lo suficiente para dejarle pasar, no entraría en su habitación.
—¿Qué quieres?
—Quiero hablarte de Lucinda.
—¿De Lucinda?
—Sí, descubrí lo de ese vampiro con ella…
La joven abrió los ojos desmesuradamente.
—Pero… ¿cómo?
—Digamos que los pillé… enrollándose.
—¿Enrollándose?
—Sí y me pidió que no lo matara. También dijo algo de unos secretos y sé que tú guardas uno, Lucinda decía eso por ti y por Rebecca. Sólo me gustaría que confiaras en mí, tampoco soy tan malo, creo yo…
Este comportamiento sorprendió a Paola.
—William…— logró decir a través del nudo que se le había formado en la garganta.
—Me gustaría que confiaras en mí, sé que soy algo bruto pero no tanto como para no escuchar a un amigo o amiga. Ya viste, oí a mi prima y aún no la he delatado, estoy guardando su secreto a pesar de que no me gusta ese tipo porque es un maldito vampiro con alma pero claro ese vampiro podría morderla y matarla o convertirla…
Paola no lo estaba escuchando. ¿Le había pedido que confiara en él? ¿Le estaba pidiendo que le contara sus problemas? Nunca se hubiera esperado eso de William.
—… me gustaría que confiaras en mí, a mí también me amenazaron esos vampiros, yo también tengo un secreto.
—¿Un… secreto?
—Sí… y créeme, me da hasta vergüenza de mí mismo por haber sido tan necio.
Paola, casi como una autómata, abrió más la puerta y lo dejó pasar. Él entró y se miraron fijamente.
—¿Por qué te da vergüenza de ti mismo?
—Por culpa de lo que me pasó, me convertí en lo que soy, un cazador de vampiros, cosa que yo no quería ser…
—¿Qué era lo que querías?
—Quería ser futbolista profesional…
—¿Y por qué no pudiste?-
—Porque me dopaba…
La joven lo miró mientras él tenía la mirada gacha por la vergüenza. Él tragó con cierta dificultad y se había puesto rojo como un tomate. Paola estaba sorprendida pero aún así logró preguntar.
—¿Por qué me cuentas esto?
—La verdad, no lo sé, supongo que pensé que podrías confiar en mí…
—¿Tú confías en mí?
—Sí, ¿por qué no debería confiar en ti?
—Bueno, siempre estamos discutiendo y no sé, nunca hemos hablado así, siendo sinceros…
—Tú aún no has sido del todo sincera conmigo.
—Bueno…— dijo la joven bajando la mirada.
El joven se puso delante de ella en dos pasos y la tomó del mentón para que lo mirara, ella cerró los ojos con fuerza.
—¿Tienes miedo de mirarme?
—No…— susurró ella.
—¿Entonces?— preguntó el joven.
Ella abrió los ojos y lo miró fijamente. Era como si fuera la primera vez que veía su cara, le parecía la cara de un niño bueno. Sus ojos eran como el color de la hierba fresca y destacaban más que nada. Tenía una mirada sincera y limpia y eso la hizo sentir extraña.
El joven también la miró fijamente, durante varios segundos. Se sorprendió a sí mismo mirarla de esa forma, como deseando besarla. Él podía notar el miedo en la mirada de ella.
—¿Tienes miedo?— le preguntó.
—¿Miedo? ¿Por qué?
—No lo sé, lo noto en tu mirada.
Ella no contestó, su respiración de repente comenzó a ser más rápida, como si no llegara aire suficiente a sus pulmones, se mordió el labio inferior. Quería apartar la mirada pero no podía.
William, entonces, acercó su cara a la de ella, lentamente, sus labios estaban a un suspiro y susurró.
—No deberías tener miedo de nada…
Y sin decir más, la besó dulcemente. Paola cerró los ojos mientras él la besaba pero entonces vio a su violador besándola y tocándola por todo el cuerpo. Ella no se podía defender y se sentía impotente.
Su respiración se agitó mucho e intentó apartar esas imágenes de su mente pero le era imposible. Cerró los puños a sus costados hasta que se vio obligada a apartar a William.
Posó sus manos en el torso de él y lo apartó. Ambos se miraron fijamente. Él confuso y ella con miedo.
—¿Qué pasa?
—William, para… por favor, detente.
—¿Por qué? ¿Qué sucede?
—No puedo contarlo, William, es muy duro para mí contar esto…
—Ya te dije que puedes confiar en mí.
—Lo sé pero…
La joven se alejó de él mientras se llevaba una mano a sus labios. Se acercó a la ventana para tomar aire.
—¿Qué te pasa, Paola? ¿Por qué estás así? ¿Por qué no puedes contarme cuál es ese secreto?
—No puedo, William, de verdad que no puedo… yo quisiera confiar en ti pero no sé cómo contarte esto.
—¿Tan grave es?
—No sabes cuánto, no sabes lo que es sentirse así, tan impotente, sin poder hacer nada. Sin poder apartar esas horribles imágenes de tu mente.
Paola cerró los ojos e inspiró hondo.
William se acercó lentamente y se puso a su lado.
—Paola, mírame…— la joven lo miró mientras él acunaba su rostro entre sus manos— sea lo que sea, me tienes aquí para apoyarte… puedes confiar en mí.
—Ya lo sé, William, lo sé…
—¿Entonces que te impide que me cuentes ese secreto?
—No lo sé…
—Vamos, Paola, sé que quieres contármelo, anda, suéltalo.
—William, a mí…— cerró los ojos con fuerza antes de decir— a mí… me violaron.
William no podía creer lo que acababa de oír y se apartó un poco de ella. Paola se giró y se abrazó a sí misma.
—Pero… ¿cuándo? ¿Qué pasó?
—Hace dos años y preferiría no contar cómo fue.
El chico la miró y se acercó a ella.
—William, entenderé si quieres dejarme sola y volver a tu casa.
—¿Y por qué debería volver a mi casa? Jackson me mandó cuidarte así que seguiré aquí cuidándote.
Ella no dijo nada y se giró para mirarlo fijamente.
—Gracias.
—De nada…— dijo él sonriendo levemente y tras una pausa, él dijo— ¿fue un vampiro?
Paola negó con la cabeza.
—Fue un hombre muy rico que se hospedó en el hotel.
—Vaya… no sé qué decir, jamás pensé que ese fuera tu secreto, pensé de todo menos eso, pareces tan… fuerte de talante.
—A veces los más fuertes son los que piden ayuda a gritos.
—Tú la pedías y nadie te escuchaba… supongo que denunciarías a ese tipo ¿no?
—De poco sirvió, desapareció el vídeo de las cámaras de seguridad y él salió ganando.
—Cabrones… mañana buscaré a ese tío así que dame su nombre porque se va a enterar de lo que es bueno.
—Déjalo, William, de verdad, ya no merece la pena, pasó hace dos años, es mejor olvidarlo.
—¿Cómo vamos a olvidarlo? Paola, ese tipo te violó, debe pagar por lo que te hizo.
La joven posó una mano en el brazo de él.
—Olvídalo, por favor, es lo que quiero hacer yo, olvidarme de todo lo que pasó. Sé que no suelo pedir estas cosas pero me gustaría que me abrazaras.
William se sorprendió al oír las palabras de Paola.
—¿Abrazarte?
—Sí, solo necesito un poco de cariño.
William dudó unos segundos hasta que se acercó a ella y la abrazó quedando los dos unidos durante mucho rato.
Varios días más tarde, Jackson estaba en su despacho cuando llegó Rebecca, la cual tocó en la puerta del despacho que se encontraba entreabierta y entró.
—Hola ¿qué tal estás?
—Más o menos, aún no consigo apartar las pesadillas que me acusan de noche.
—Es normal al principio.
—Llevo varios días así, tengo miedo de estar en mi casa. Siento que en cualquier momento aparecerán esos dos vampiros para llevarme con ellos de nuevo.
Rebecca se sentó frente a Jackson y se abrazó a sí misma. Él la miró y se percató de las raspaduras en los brazos de la joven.
—Rebecca, ¿qué te has hecho en los brazos?
Ella intentó tapárselos y desvió la mirada.
—Nada.
—¿Cómo que nada? Tienes raspaduras en los brazos ¿cómo te lo has hecho?— Rebecca no contestó así que Jackson se levantó, se acercó a ella y le sujetó los brazos— dime, Rebecca, ¿cómo te lo has hecho? ¡¿Cómo?!
—¡Con un estropajo!— gritó ella mientras comenzaba a llorar— no puedo evitarlo, me siento sucia, ya no puedo más.
—Oh Rebecca, no debes sentirte así— dijo Jackson agachándose frente a ella.
—Sí debo sentirme así, iba muy provocativa el día que me secuestraron.
—Tú no tuviste la culpa.
—La tuve, ese camisón era demasiado corto.
Rebecca se cubrió el rostro llorando. Jackson quiso abrazarla pero no se atrevió por si ella fuera a apartarse asustada y lo máximo que hizo fue posar una mano en el hombro de ella a modo de apoyo.
—No tenías la culpa, Rebecca, de verdad.
La joven se acercó a Jackson y apoyó su cabeza en su hombro y le pasó los brazos alrededor del cuello de él. Jackson, confuso, la abrazó. Era la primera vez, tras el secuestro, que ella se dejaba tocar.
—Tengo mucho miedo, Jackson, no puedo más…
—Ven a vivir aquí— dijo él de repente.
Rebecca se apartó y lo miró a los ojos sorprendida.
—¿Qué?-
—Ven a vivir a mi casa, aquí.
—Pero… no hay más espacio, no hay suficientes habitaciones.
—Te quedarás en mi habitación y yo en el salón, el sofá se convierte en cama.
—No, no puedes quedarte en el sofá, yo me quedo en el sofá.
—Ni hablar, te quedarás en mi cuarto y no se hable más. Ahora nos vamos a ir a tu casa a recoger algunas de tus pertenencias y te trasladas aquí.
Rebecca miró a Jackson que se había levantado y le puso la mano para que ella se levantara. Ella se la dio y él la levantó hasta quedar los dos, frente a frente.
—Gracias— dijo ella.
—De nada— dijo él mirándola fijamente a los ojos— será mejor que vayamos ya.
—Sí— dijo ella.
Los dos salieron de la casa y fueron a la de Rebecca para recoger unas pocas pertenencias, lo justo por el momento.
Lucinda estaba en su habitación y oyó salir a su padre con Rebecca. Había escuchado casi toda la conversación y se puso contenta al saber que posiblemente, Rebecca dejaría la casa. Quizás y todo, Alcander y Aldana podría instalarse allí por un tiempo.
Al rato vio llegar el coche de Alcander, el cual, después de bajarse, corrió como una bala hasta el jardín y subió hasta la ventana de la joven.
Cuando él entró, la joven lo abrazó y le dio rápido beso en los labios. Hacía varios días que no lo veía y lo había echado de menos. Él respondió al abrazo con calidez.
—Te he echado de menos.
Él no contestó, lo que hizo que ella lo mirara extrañada. Lucinda se apartó un poco de él y lo escrutó con la mirada. Parecía ausente.
—¿Sucede algo?
—Estoy preocupado.
—¿Preocupado? ¿Por qué?
—Bueno, Ireana no se ha comunicado conmigo después de que te atacara…
Estas palabras hicieron que Lucinda se llevara una mano al cuello donde aún seguían las marcas aunque ya casi estaban curadas y tenían un tono amarillento.
—No sé, creo que Seth la ha vuelto a convencer de que yo la convertí.
Lucinda se mordió el labio inferior y se apartó de él.
—Entiendo…— susurró ella mirando a otro lado.
Por lo que se ve, él no la había echado de menos durante todos esos días.
—También me preocupa que no tengamos un lugar seguro para escondernos Aldana y yo, en ese motel se reúnen un grupo de cazadores constantemente… y para colmo, a Aldana le pasa algo, lleva varios días muy rara y no sé por qué… todo esto me está superando.
La joven lo miró y se acercó a él para luego acariciarle la mejilla.
—Todo tiene solución, Alcander, es posible que te consiga una casa en la que ocultarte mientras tanto, Rebecca se vendrá a vivir aquí y su casa se quedará vacía.
—Gracias por preocuparte pero no creo que Rebecca acceda a dejar que dos vampiros vivan en su casa y menos después de lo que ha pasado.
—Puedo hablar con ella a ver qué le parece.
—Mejor no, Lucinda.
—Maldita sea, Alcander, ¿por qué no me dejas ayudarte? Pasas días sin verme y apareces aquí diciéndome tus preocupaciones, yo te puedo solucionar un problema y rehúsas hacerlo. Hablas de Ireana y me callo porque sé que la quisiste mucho pero ¿no crees que al hablarme de ella me haces sentir mal? Sé que no tenemos nada serio pero yo te quiero…
El chico la miró por un momento, como si fuese la primera vez que la veía desde que había llegado.
—Lo siento, Lucinda.
—Siempre me dices lo siento pero creo que en realidad no lo sientes, no me lo demuestras…
—¿Crees que no te lo demuestro?
—No, no me lo demuestras…
—Entonces, si crees que no te lo demuestro creo que no hice bien al venir a verte…
Lucinda lo miró por unos instantes y se mordió el labio inferior. Sabía que estaba siendo egoísta pero no quería compartir a Alcander con nadie más. Ireana había tenido su oportunidad y ahora quería volver a tenerlo.
Lo tenía preocupado para que pensara más en ella, Lucinda lo sabía, todas las chicas hacen lo mismo.
—Es que piensas en ella y me siento mal, Alcander, entiéndeme, estoy enamorada de ti y tú ni siquiera te has inmutado.
“Porque si lo hago podría matarte y no quiero, debo controlarme porque se lo prometí a la Señora” pensó el chico mirándola. Hacía pocos días que había descubierto que sentía algo muy especial por Lucinda y esos sentimientos le hacen desear algo que para ella es indispensable: su sangre. Aunque la quisiera con toda su alma, morderla sería su mayor tormento y tendría que mostrarse como hasta ahora.
—¿Y qué quieres que haga?— preguntó él mirándola fijamente.
—No lo sé, quizás un poco de consideración, hablas de ella como si yo no tuviera sentimientos.
—Pero es que estoy preocupado por ella, Lucinda— la joven desvió la mirada, dolida a lo que él le dijo— no quiero discutir contigo por esto, son mis preocupaciones y siento haberte hecho sentir mal, de verdad.
Ella se mordió el labio inferior y lo miró.
—Quizás yo también debería pedir perdón, me excedí un poco y me impuse sobre todos tus problemas. Yo también estoy un poco preocupada.
—¿Por qué?
—Por Seth, él me busca y tengo miedo de que consiga convencer a alguien con sus amenazas para que me lleven ante él. Yo no quiero morir, Alcander, y creo que ese es mi destino.
Alcander le acarició suavemente la mejilla.
—No digas eso, tú no vas a morir.
—¿Cómo puedes estar tan seguro? ¿Has visto que siempre voy escoltada a todos lados? Mi padre se cree que no me doy cuenta pero tengo a un séquito de cazadores velando por mi seguridad. Estoy harta de todo esto, a veces desearía entregarme yo misma para acabar con todo esto.
—Si te entregas, sólo conseguirías el triunfo de Seth pero no acabarías con años de caza por parte de cada bando.
—Pero no quiero seguir viendo como cada día muere más gente a manos de los vampiros de Seth. Ya no lo soporto más.
Alcander la sujetó por los brazos y la obligó a mirarlo.
—No te entregues, no lo hagas. Yo tampoco soporto ver morir a gente pero tengo que seguir para acabar con Seth.
—Yo ya no quiero seguir luchando, Alcander, Seth ha ganado desde hace mucho tiempo, mi padre no quiere vuestra ayuda y nuestro grupo de cazadores cada vez es más reducido. No podemos luchar contra tantos vampiros.
—Hay más grupos de cazadores.
—¿Y qué? Por muchos grupos de cazadores que haya, el número de vampiros es mayor, dime ¿cuántos grupos de caza—vampiros conoces?
—No conozco muchos pero…
—Pero nada, Alcander, somos muy pocos comparado con la cantidad de vampiros que existen en este momento, sin contar los vampiros con alma.
—No puedes entregarte a Seth, Lucinda, no puedes hacerlo.
—¿Por qué?
—Porque no ¿qué pasaría con tu padre? ¿Qué pasaría con tu primo y tus amigos? ¿Qué pasaría conmigo? ¿Piensas dejarnos solos, llorando tu muerte o tu posible conversión?
La joven lo miró, con los ojos abiertos por la sorpresa.
—Yo…— comenzó a decir ella.
—No, Lucinda, no queremos llorar tu muerte. La venganza nos cegaría y al final se formaría una guerra entre vampiros y cazadores de la que los cazadores saldrán perdiendo, tú misma lo acabas de decir, el número es inferior al de los vampiros. Recapacita un poco.
—No puedo recapacitar nada, ¿no has pensado que Seth esté convenciendo a Ireana como dices y planeé secuestrarme?
—Estoy seguro de que sí, lo conozco demasiado como para saber qué es lo que piensa…— murmuró el chico.
—¿Qué quieres decir con que lo conoces demasiado bien?
—Nada, no me hagas caso. Quizás sería mejor que fuéramos a dar un paseo, sin que nadie se entere.
—¿Para qué? No tengo humor para salir…
—No digas eso, no me gusta verte triste y lo sabes… anda, vamos a dar un paseo, más que sea por el parque.
—Tendría que comunicárselo a mi padre, salió con Rebecca.
—No le digas nada, déjale una nota.
—¿Una nota?
—Sí, ¿no decías que estabas harta de que un séquito de cazadores te siguieran? Tienes la oportunidad de deshacerte de ellos por un día.
La joven lo pensó por un momento y finalmente asintió. Escribió una nota para su padre y ambos salieron por la ventana para ir a dar un paseo por el parque.
Los dos se encontraban en el parque paseando, cogidos de la mano como si de una pareja enamorada se tratara y realmente era así pero las circunstancias lo obligan a él a no confesar lo que sentía.
Ambos iban hablando de cosas sobre su pasado, querían conocerse mejor y saber cuáles eran sus gustos. Ni siquiera se dieron cuenta de que eran vigilados por una pareja de vampiros, los cuales los seguían sigilosamente.
—Así que era verdad— dijo uno de los vampiros— así que ellos dos están juntos.
—Juntos no, ya te dije que no están juntos, los he espiado.
—Cállate.
—¿Qué es lo que piensas hacer?— preguntó la vampiresa.
—Por lo pronto, matarlo a él, ya luego me encargaré de la chica.
—Entiendo.
—Bien, vamos allá, los cogeremos por sorpresa.
Dicho esto, los dos vampiros se acercaron hasta Lucinda y Alcander. Tan rápido como la luz aparecieron delante de la pareja, sorprendiéndolos. Ambos se colocaron en posición de ataque y se quedaron atónitos, sobre todo Lucinda.
Estaba viendo a un doble de Alcander pero la única diferencia era que el doble tenía el pelo largo y al lado de este estaba Ireana, justo delante de ella. Se sentía como si estuviera frente a un espejo.
El doble de Alcander sonrió ampliamente.
—Vaya, hermanito, cuánto tiempo.
—Tampoco hace tanto, creo que fue hace unos pocos años cuando nos encontramos— respondió Alcander con mirada sombría.
—Sí, creo que fue más o menos cuando nació esa preciosidad con la que estás ahora mismo.
—No la toques… Seth.
Lucinda los miró a ambos, sorprendida, primero a Alcander y luego a Seth.
—¿Seth?— preguntó ella.
El vampiro la miró e hizo una gran reverencia como si ella fuese una reina.
—El mismo, creo que tú eres Lucinda ¿no?
Alcander se puso en medio sin dejar de mirar a su hermano, desafiante. Lucinda lo miró, atónita.
—Alcander… ¿Seth…?— comenzó a preguntar pero no puedo acabar la frase.
—Es mi hermano gemelo…— dijo Alcander sin dejar de mirar a Seth.
La joven retrocedió unos pasos, tragando saliva con dificultad mientras el hermano malvado sonreía complacido. Ireana los miraba a los tres sin saber muy bien qué hacer.
—Creo recordar, hermanito, que tenemos una pelea pendiente ¿no crees?— dijo Seth sin dejar de sonreír.
—No pienso pelear contigo aquí y ahora— dijo Alcander.
—¿Es que acaso me tienes miedo?
—Nunca te he tenido miedo pero no es el momento ni el lugar para pelear y lo sabes, podría vernos cualquiera.
—Me da igual lo que vea la gente, porque una vez acabe contigo, lograré acabar con todos los demás cazadores y vampiros con alma, entonces, el mundo será mío.
—Siempre has sido un ambicioso, hermanito— dijo Alcander— siempre lo querías todo para ti y eso no fue lo que nos enseñaron nuestros padres.
—Tampoco nos enseñaron a ser caritativos porque siempre estábamos rodeados de nodrizas y profesores.
—Nos querían, a su modo pero nos querían mucho.
—Ya claro y seguro que cuando me convertí y desaparecí me buscaron por todos lados ¿verdad?
—Pues sí, te buscaron desesperadamente.
—Ya claro, pero no sigamos hablando de eso, prefiero aprovechar este momento que me ha brindado el destino para acabar contigo.
Dicho eso y con la rapidez de un rayo, Seth empujó a Alcander cayendo los dos al suelo dispuestos a luchar con todas sus fuerzas.
—¡Alcander!— gritó Lucinda cuando lo vio caer al suelo.
Ireana miró a los dos hermanos pelear y luego a Lucinda. ¿De verdad Alcander se había puesto delante de la joven para defenderla? Tenía que quererla mucho como para hacer lo que hizo. Estaba dispuesto a luchar con su vida por salvar la de la joven.
Ella supo en ese momento que Alcander ya no la quería como antes, ahora tenía a Lucinda pero no le dolió tanto como imaginó, es más, estaba segura de que él sería feliz junto a ella y eso la complació porque sabía que ahora podría morir tranquila y que su venganza había acabado.
En ese momento, Lucinda sacó su estaca del bolsillo y corrió dispuesta a atacar a Seth pero se movían demasiado rápido como para poder clavársela. Justo cuando ya alcanzaba el lugar de la pelea alguien se interpuso y la arrastró alejándola de allí. Al ver quién era, comenzó a forcejear para escapar:
—¡Suéltame! ¡Déjame ir!— gritaba Lucinda.
Ireana no dijo nada hasta apartarla del lugar de la pelea y ambas se escondieron entre unos matorrales. Una vez allí, Ireana miró a Lucinda a los ojos y le dijo:
—Si quieres salvarte de las garras de Seth, no salgas de aquí y suéltate el pelo, así no olerá la sangre que pasa por tu cuello ¿entendido? Yo salvaré a Alcander y le diré dónde estás…
Lucinda, que aún forcejeaba, se detuvo al oír a Ireana. Sus ojos se abrieron desmesuradamente por la sorpresa.
—Pero… tú estás de parte de…
—No, ya no estoy de parte de Seth, he visto cómo te mira Alcander y lo que quiero para él es felicidad así que prométeme que lo harás feliz… prométemelo, Lucinda.
—Yo… eh… no sé qué decir…
—Sólo dime que lo harás feliz, sólo eso.
—Está bien… te lo prometo pero… ¿qué piensas hacer?
—Detener a Seth pero antes me gustaría que me perdonaras.
—¿Perdonarte?
—Sí, por lo que te hice en el cuello y por amenazar a todos tus amigos.
—¿Fuiste tú?
—Lo hice porque me lo ordenó Seth, estaba ciega, no quería ver la auténtica maldad que hay en él, no sabes cómo me arrepiento de todo, espero que puedas perdonarme…— dijo Ireana saliendo del escondite sin esperar la respuesta de Lucinda ya que se había quedado atónita ante la sinceridad de la vampiresa.
Sin más dilaciones, Lucinda salió también de los matorrales.
—Espera…— dijo Lucinda, Ireana se detuvo— te perdono pero no hagas nada de lo que puedas arrepentirte…
—Voy a hacer lo que debí hacer hace tiempo… ya estoy cansada de todo y prefiero apartarme antes de tiempo, no quiero interferir entre tú y él— dijo Ireana sin girarse— ahora haz lo que te he dicho…
Dicho esto, Ireana corrió hacia el lugar donde se producía la pelea. Tanto Seth como Alcander tenían las ropas desgarradas y cada uno portaba una estaca en sus manos.
Alcander estaba en desventaja ya que Seth era mucho más fuerte, tenía más vitalidad puesto que consumía mucha sangre y eso lo fortalecía, en cambio Alcander apenas le quedaban fuerzas para seguir luchando.
—¡Basta!— gritó Ireana— ¡parad ya!
Los dos se miraban fijamente y Seth dijo:
—¿Qué pasa, Ireana? ¿No era esto lo que querías? ¿No querías vengarte de lo que te hizo mi hermano?
—No Seth, eras tú quien quería venganza y me cegaste a mí…
—¿Te cegué? ¿Fui yo quien te mordió? ¿Fui yo quien te drogó para que no recordaras nada?
Alcander rió sarcásticamente.
—¡Claro que fuiste tú!— espetó Alcander— ¡tú con tus sucias mentiras has cegado a muchos! ¡Sólo pretendes que yo cargue con las culpas como pasó con Aldana! Aún te duele que se haya ido conmigo después de convertirla…
—¡Parad ya los dos!— gritó Ireana— Seth, tú no eras así… cuando éramos mortales eras muy bueno con todos, incluso llegué a admirarte como persona.
—Claro que yo no era así, porque no conocía las ventajas de ser un vampiro que se alimenta de sangre y que puedes ser inmortal.
—¿Eso es lo que realmente quieres? ¿Ser inmortal? No vale la pena ver morir a todos los que quieres y que pasen los años— respondió Ireana— no merece la pena si ves que todo lo que siempre has querido en tu vida se escapa de tus manos como el agua, no Seth, no merece la pena.
Alcander desvió la vista para mirar a Ireana, la cual lo miraba fijamente con una leve sonrisa así que Seth aprovechó ese momento para clavarle la estaca a su hermano. Ireana al verlo, corrió y se interpuso entre Alcander y él.
La estaca se clavó en el corazón de la chica hasta lo más hondo, ella hizo una mueca de dolor y lentamente fue cayendo al suelo.
Los dos la miraron, atónitos. Seth después de salir de la impresión, la miró con enfado.
—Lo sabía, sabía que eras una debilucha, que no podrías luchar contra el amor, no eres más que una estúpida— espetó Seth enfadado.
Ireana lo miró a los ojos.
—Tus planes… empiezan a… fallar… ¿verdad?— preguntó sonriendo y con los ojos entornados— es más… seré una… estúpida… pero tú… eres un… cabrón… que pretende… destruir… todo lo… que tocas…— la joven no dejaba de jadear por el dolor que estaba sufriendo.
Alcander los miró a ambos y detuvo la mirada en su hermano.
—Será mejor que te vayas… ya has hecho bastante por hoy…
—Sí, me iré, no quiero ver ñoñerías de estas pero no bajes la guardia, hermanito, porque volveré y esta vez no impedirás que te mate y me lleve a la chica.
—Ya lo veremos…
Seth sonrió.
—Sí, ya lo veremos.
Dicho esto, el vampiro se alejó como una bala y desapareció en la oscuridad. Ni se habían dado cuenta de que había anochecido.
Alcander se agachó junto a Ireana, la cual ya estaba recostada en el suelo.
—Ireana… no te preocupes, te voy a sacar la estaca— dijo acercando sus manos a la estaca.
—¡No! No lo hagas.
El joven se detuvo y la miró, confundido.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Ya no… quiero seguir… viviendo así… quiero… descansar…
—Pero…
—Por favor… Alcander… es mejor… así… ahora tienes… a alguien… a quien hacer… feliz… no la dejes… escapar…
—¿Qué?
Ireana sonrió y le acarició la mejilla con suavidad, apenas le quedaban fuerzas y su mano cayó. Lo miró por última vez.
—Te amo…— susurró y finalmente su cabeza ladeó a un lado con los ojos abiertos, había muerto.
Alcander apoyó su mano en los ojos de ella y los cerró.
—Lo siento, Ireana— susurró Alcander mientras una silenciosa lágrima caía por su mejilla— enterraré tus cenizas en un lugar digno de ti, te lo prometo.
Alcander se levantó, cerró los puños con fuerza. Cogió su espada y con todo el dolor de su alma la cortó en pedazos. Finalmente la quemó.
Vio cómo el cuerpo de la joven se consumía hasta las cenizas y miró al cielo pidiendo que descansara en paz por fin. Después de que sólo quedaran las cenizas, Alcander las cogió y se acercó al árbol que tenía ante sí, hizo un hoyo con el pie luego se arrodilló y dejó caer las cenizas dentro del agujero. Finalmente lo tapó, cogió una flor que crecía por allí y lo puso encima del montoncito de tierra.
—Adiós, Ireana…— susurró el chico mientras depositaba la flor sobre el bulto que había allí.
Tras permanecer allí durante un rato, levantó la mirada y miró a su alrededor, Lucinda no estaba por ningún sitio así que se levantó rápidamente y la buscó.
—¡Lucinda! ¿Dónde estás, Lucinda?— gritó a su alrededor.
—¡Estoy aquí!— gritó ella desde algún punto algo más alejado de él.
Rápidamente corrió hacia el lugar dónde había oído la voz y la vio salir de los matorrales. El pelo lo tenía suelto y un arañazo cruzaba su mejilla derecha.
—¿Estás bien?
—Sí, ¿dónde están Seth e Ireana?— preguntó la joven llevándose una mano a la mejilla.
—Seth ha huido como hace siempre y con respecto a Ireana…— el chico calló y apartó la mirada entristecido.
Lucinda lo miró.
—¿Dónde está Ireana?
—Ireana dio su inmortalidad por mí, por salvarme…
—¿Qué?— preguntó sorprendida y comenzó a negar con la cabeza— no es posible, me dijo que iba a intentar salvarte, no que iba a entregar su inmortalidad por ti.
—Me salvó a su manera…— dijo el chico con tristeza.
—Lo siento mucho, Alcander, de verdad que lo siento— dijo ella abrazándolo.
El joven permaneció callado mientras ella lo abrazaba hasta que finalmente, él respondió a su abrazo.
—Debemos volver a tu casa, Lucinda, ya ha anochecido…
—Sí, tienes razón, mi padre debe estar preocupado.
—Se pondrá hecho una furia, seguro— dijo él tratando de sonreír pero poco consiguió.
Sin más demora, los dos se fueron de allí hasta la casa de la joven donde el chico la dejó en la puerta y se marchó corriendo, no quería que el padre de ella lo viera.
Sonó el timbre y Jackson corrió a abrir. Cuando lo hizo encontró a su hija aterida de frío ya que no se había llevado ningún abrigo y con un corte en la mejilla.
Esta lo miró por un momento y su padre se apartó para dejarla pasar. Ninguno de los dos dijo nada y la joven entró en el salón. Su padre cerró la puerta y la siguió.
—¿Dónde estabas?— preguntó sin elevar el tono.
—En el parque, lo decía la nota que te dejé.
—Sí pero ¿no te dije que me avisaras cada vez que salieras en persona para poner a gente a vigilarte?
—Papá, ya no hace falta que mandes a alguien a vigilarme… hoy he visto a Seth.
Jackson miró a su hija, sorprendido y rápidamente se acercó a su hija mirándola por todos lados.
—¿Te ha hecho algo?
—No, iba acompañada.
—¿Acompañada por quién?
—Por un amigo.
—Dime quién es.
Lucinda se mordió el labio inferior, no podía decirle que Alcander era un vampiro con alma, rápidamente miró a otro lado.
—Un amigo, no pienso decirte nada más, además, estoy cansada, quiero irme a la cama.
—No, dime quién es.
—Que no, papá, no me apetece ahora hablar de eso, quiero dormir.
—Al menos deja que Rebecca te cure la mejilla.
—¿Dónde está?
—Instalándose en mi habitación.
—Entonces iré a verla.
La joven subió las escaleras y tocó en la puerta de la habitación donde se quedaría Rebecca. Cuando esta le contestó, Lucinda abrió la puerta y entró.
La habitación de su padre era inmensa donde predominaba una gran cama de matrimonio de madera, a ambos lados había unas mesillas de noche a juego con la cama. En el lado derecho había una ventana bastante grande con alféizar y a su lado un escritorio que había pertenecido a su madre ya que su padre tenía su propio despacho. Al otro lado de la habitación había un enorme ropero de cuatro puertas que ocupaba casi toda la pared. En él estaba Rebecca colocando unas prendas de ropa.
—Rebecca…— dijo Lucinda.
Esta se giró y la miró, al momento, se acercó a ella.
—Lucinda ¿qué te ha pasado en la cara?
—Un arañazo…— dijo la chica y tras una pausa miró a Rebecca— he visto a Seth hoy.
Rebecca retrocedió unos pasos.
—¿Lo has visto?
—Sí y… Dios mío, Rebecca, es el hermano gemelo de Alcander…
La rubia no podía creer lo que oía y se sentó, bastante aturdida.
—Gemelos… ¿cómo es posible? Alcander parece tan bueno y Seth es tan… perverso.
—Yo tampoco me lo creo, Rebecca, pero es así, son gemelos…
—Impresionante…
Lucinda asintió distraída y luego le dijo a Rebecca.
—¿Podrías curarme la herida? Tengo un poco de sueño y quiero dormir.
—Sí, claro, claro— dijo la joven levantándose.
Cogió su maletín y buscó un algodón y alcohol para desinfectar la herida, después de eso le puso una tirita. Tras eso, Lucinda se fue a su habitación, se cambió y se acostó en la cama.
Esa noche no pudo dormir, lo único que hacía era dar vueltas y más vueltas, viendo la imagen de Alcander y Seth.
Alcander llegó al motel y entró en su habitación donde encontró a Aldana sentada en un sillón orejero de cuero frente a la ventana. Se abrazaba las rodillas y miraba a la nada.
El chico se quitó la camiseta que apestaba a humo y se acercó a la joven. Le tocó el hombro y ella salió de su ensimismamiento.
—Aldana… ¿estás bien?
—Sí, tranquilo…
—¿Seguro?
—Sí, sí. ¿Ha pasado algo?
—Seth intentó atacarnos a Lucinda y a mí. Apareció con Ireana.
—¿Seth?
—Sí, al final Lucinda descubrió que Seth es mi hermano gemelo.
—Vaya y ¿qué fue lo que hizo él?
—Intentó matarme pero Ireana se interpuso entre él y yo y acabó matándola a ella…
Aldana no lo escuchaba, había vuelto a quedarse ausente y volvió a abrazarse las rodillas. Alcander al ver que ella no le había hecho caso dejó de hablar.
—Aldana, ¿me estás escuchando?
—¿Eh? Oh, perdona… ¿qué me decías?
—Nada, no importa…
—Creo que voy a dar una vuelta, necesito tomar un poco el aire.
Dicho eso, la joven se levantó del sillón, se puso una chaqueta vaquera y salió de allí. Salió del motel y se fue andando por la carretera sin fijarse muy bien hacia dónde iba.
¿Por qué no dejaba de pensar en él? ¿Por qué había vuelto a su mente después de todo? Tenía que buscar la forma de sacarlo y lo haría. Pensar en él la estaba consumiendo y cada vez estaba más débil porque no tomaba casi nada de sangre para sostenerse.
De repente, cerca de ella, se detuvo un coche. Ella ni se inmutó hasta que los ocupantes se bajaron. Eran cinco y acorralaron a la joven.
—Hola preciosa— dijo uno de ellos.
Ella no contestó sino que los miró a todos fijamente. Quiso seguir andando pero ellos se lo impidieron.
—¿A dónde vas, vampiresa linda?— preguntó otro de ellos.
—Dejadme en paz…
—¡Vaya! Tenemos una vampiresa pudorosa.
—¡Que me dejéis en paz, joder!— espetó ella.
Sin más dilación sacó su estaca y se colocó en posición de ataque.
—Oh mirad, la pequeña vampiresa quiere atacarnos ¿es que acaso eres una vampiresa con alma?
—¿Tú qué crees, idiota?
—Chicos, rodeadla, quizás al jefe le guste. La verdad que no está nada mal la vampiresita.
Los cinco vampiros se pusieron alrededor de la joven sin dejarle escapatoria pero no sentía miedo alguno, estaba acostumbrada.
Uno de ellos se acercó por detrás y la tomó de la cintura. Luego la besó el cuello, lo que a ella le hizo reaccionar dándole un golpe en la boca del estómago.
—¡Aléjate de mí!— espetó Aldana.
El vampiro la miró e hizo una seña a los demás para que la cogieran. Entre dos la sujetaron por los brazos y el otro comenzó a golpearla tras arrebatarle la estaca.
Aldana se mordió el labio inferior para soportar el dolor pero la debilidad que sentía era mucho mayor y estuvo a punto de dejarse vencer, entonces, de repente, cae al suelo de rodillas. Ya nadie la golpeaba ni la sujetaba. Debilitada, miró a su alrededor y vio una sombra negra que luchaba contra el grupo de vampiros.
Cuando acabó, la sombra cortó a los vampiros en pedazos y los quemó. Finalmente, se acercó a Aldana.
—Si vas a matarme, hazlo ya— dijo ella en apenas un susurro.
La sombra se agachó frente a ella y la miró a los ojos.
—¿Estás bien?
—¿Lucius? ¿Eres tú?
—Sí ¿qué te pasa?
—Hace días que no pruebo sangre y me siento débil tras la paliza.
—¿Quieres que te acompañe hasta dónde vives?
—No, no quiero ir allí esta noche.
—Entonces te llevaré a mi casa, de camino, te conseguiré algo de sangre.
—No te preocupes, Lucius, de verdad. Además ¿qué diría la gente al ver al Cazador Oscuro con una vampiresa?
—Olvida eso ahora, ¿crees que podrás andar?— preguntó ayudándole a levantar.
La joven dio un paso y perdió el equilibrio por lo que Lucius la tomó en brazos. Ambos fueron al coche de él, la metió en el asiento del copiloto y él fue al del conductor. Puso el coche en marcha y se pusieron en camino.
—Gracias— dijo ella.
—De nada…— ambos permanecieron unos segundos en silencio tras lo cual él le preguntó a ella— ¿qué pasaría si no bebieras sangre?
—Primero… me debilitaría como ahora, luego comenzaría a desesperarme deseando morir hasta que sacas la fuerza para ponerte delante de un cazador para que lo haga o incluso clavarse la estaca uno mismo.
—¿Y por qué lo haces, entonces?
—Porque no me apetece seguir así…
—Así… ¿cómo?
—Sufriendo por amor, estoy harta de esta inmortalidad, hubiera preferido morir cuando él me mordió.
El chico la miró, pensativo y luego volvió a fijar la vista en la carretera.
—Bueno, si hubieses muerto, no hubieras podido salvarme las veces anteriores.
Ella sonrió débilmente.
—¿Intentas animarme? Déjame decirte que eres un poco patético.
—Ya estabas tardando en soltar algún comentario mordaz. Mira, estamos cerca de un hospital, conseguiré alguna bolsa de sangre ¿de qué tipo te gusta más?— preguntó sonriendo.
—¿Qué tipo de sangre es la tuya?
—Uff, mi tipo de sangre es algo difícil de conseguir.
—Entonces sería todo un manjar para mí.
—Veré lo que puedo conseguir, no te muevas.
Aldana asintió y Lucius se bajó del coche. Corrió hacia el hospital y entró. La joven apoyó la cabeza en el cristal, sus fuerzas estaban flaqueando por segundos y comenzaba a notar la sed que le quemaba la garganta.
Después de esperar cerca de media hora, Lucius volvió con varias bolsas de sangre.
—Lucius, mátame, ya no me quedan fuerzas.
—No, no voy a matarte, te he traído sangre suficiente para que recuperes fuerzas. Anda, tómate un poco.
Aldana cogió las bolsas de sangre con manos temblorosas y mordió una para tomar la sangre.
Lucius puso el coche de nuevo en marcha y al rato llegaron a la casa de él. Lucius se bajó y abrió la puerta del copiloto, cogió a Aldana en brazos, cerró las puertas del coche y luego entró en su casa. Encendió las luces y Aldana se sorprendió al ver todos los lujos que poseía el joven.
—¿Eres rico?— preguntó ella.
Él la miró pero no contestó, la depositó sobre el sofá y fue a la cocina a por agua para él, luego volvió y se sentó en el sillón que había al lado del sofá. Puso la televisión.
—¿Te sientes mejor?— preguntó él.
—Sí, ya me siento un poco mejor.
—Bébete toda la sangre, me costó mucho conseguirla.
Aldana obedeció y se bebió toda la sangre.
—Gracias— dijo ella.
—¿Puedo preguntarte algo?
—Dime.
—¿Por quién sufres hasta tal punto de dejar de tomar sangre?
—No creo que quieras saberlo y tampoco me apetece hablar de ello.
—Yo creo que hablar con alguien de tus problemas hace que el peso sea menor.
—¿Tú me confiarías algo a mí? No sé, siempre te veo serio.
—Bueno, creo que es normal que esté así cuando sabes que estás sólo. —¿Sólo?
—Sí, todos mis familiares más cercanos y amigos han muerto a manos de los vampiros de Seth.
Aldana bajó la mirada.
—Vaya… lo siento…
—No te preocupes, su recuerdo lo he grabado en mi memoria y en mi estaca.
Lucius sacó su estaca en la cual había grabado una gran cantidad de nombres. Aldana lo miró primero a él y luego a la estaca.
—No sabía que habían matado a tantos de los tuyos.
—No tenías por qué saberlo, la muerte de mi mejor amigo me hizo tomar la decisión de convertirme en el Cazador Oscuro. Me cegó la ira y la venganza. Comencé a matar vampiros sin pararme a pensar si tenían un resquicio de alma o no, hasta que tú me hiciste abrir los ojos.
—Al menos dejaste de matar a cuanto vampiro se te cruzaba por camino.
—Lo sé y debo agradecerte que me hayas abierto los ojos, desde nuestra última conversación he pensado seriamente lo de seguir adelante con esto. Estoy harto de seguir matando vampiros.
—¿Y qué harás si dejas de ser cazador?
—Buscarme un curro e incluso irme de la ciudad.
Aldana lo miró fijamente mientras él miraba su estaca.
—Pero… si alguien te pidiera que no te fueras ¿te quedarías?
Lucius levantó la mirada hacia ella y frunció el entrecejo.
—¿Quieres que me quede?
—Lo que quiero ahora mismo es un poco de cariño, saber que no estoy sola en este momento. Te pediría que me abrazaras pero desconfiarías de mí.
Sin poderlo evitar, Aldana se cubrió el rostro y comenzó a sollozar. Lucius la miró, se levantó y la abrazó con ternura. Ella abrió los ojos sorprendida y lo miró, entonces, Lucius tomó el rostro de la joven entre sus manos y la besó en los labios.
Aldana, al notar los labios de Lucius sobre los suyos, sintió como si su corazón volviese a latir aunque sabía que eso era imposible pero le hizo sentir viva por un momento, una experiencia que pensó que nunca sentiría.
Él la atrajo hacia sí, tomándola de la cintura sin dejar de besarla y ella le pasó los brazos alrededor del cuello de él. Lucius se apartó de sus labios y le besó el cuello por lo que Aldana aprovechó para decir:
—¿No tienes miedo de que te muerda?
—Puedo correr el riesgo, además, creo recordar que querías un poco de cariño y pretendo dártelo.
—Lucius… no quiero que sientas lástima por mí.
—¿He dicho yo algo de eso?
—No, pero…
—Entonces no digas nada…
Lucius volvió a los labios de ella y el deseo de ambos aumentó considerablemente.
—Podría morderte…— logró decir ella.
Él apoyó la frente en la de ella y la miró fijamente a los ojos.
—Has tenido la oportunidad de hacerlo desde que te salvé y no lo has hecho, no entiendo por qué deberías hacerlo ahora.
—Podía haberte tendido una trampa ¿no crees?
—Eres un poco mezquina pero no creo que llegues a tanto.
—Entonces bésame.
El joven sonrió y volvió a besarla mientras la cogía en brazos para llevarla a su habitación. Una vez allí, la depositó en la cama y él se puso encima de ella. Sus manos descendieron por los brazos de Aldana y acabó tomando la blusa, la cual subió muy lentamente hasta quitársela y sus labios descendieron dejando un reguero de besos hasta el ombligo de ella, luego hizo el mismo recorrido a la inversa.
Aldana, a pesar de tener siempre la piel fría, esta vez notó cómo ardía, era como si estuviese viva de nuevo y le gustó la sensación. La joven reaccionó al instante y también le quitó la camiseta de color negro a él para tocarlo. Notar el calor que él desprendía la encendió de deseo. Lucius le bajó la cremallera del pantalón y luego se los quitó lentamente. La acaba de dejar completamente desnuda y sus ojos se posaron en los dulces pechos de ella. Lucius sonrió y acercó su boca a uno de los pezones para succionarlo lo que hizo que ella arqueara su espalda para darle un mejor acceso y porque su deseo estaba encendido al máximo. Después hizo lo mismo con el otro pezón mientras su mano descendía hasta el centro de placer de la joven, el cual estaba húmedo y ardiente.
Aldana pasó sus manos por el torso desnudo de él y luego por la espalda, admirando la dureza de cada uno de sus músculos, entonces descendió hasta los pantalones de él donde le desabrochó el cinturón para luego bajarle la cremallera del oscuro pantalón.
Sus labios volvieron a unirse en un juego erótico que los hacía desear mucho más. La joven liberó el miembro erecto de él y dejó que él lo posara sobre su vientre desnudo. Aldana apartó los labios de los de él y lo miró fijamente.
—¿Estás seguro… de que quieres esto?— le preguntó entre jadeos ya que él no dejaba de besar todos los rincones de su cuerpo— No tienes… la obligación… de hacerlo…
—Los dos… nos necesitamos… en este momento… olvida lo demás…— dijo él entre beso y beso.
Volvieron a besarse en los labios y Lucius se colocó en medio de las piernas de ella, con su miembro apuntando hacia la entrada, al placer máximo. Se acercó y la punta rozó la abertura húmeda, en ese momento, los dos se miraron, sonrieron y él la penetró hasta el fondo.
Ella gritó de placer y cerró los puños atrapando las sábanas en ellos. Lucius permaneció un momento dentro para que ella se acoplara a su tamaño y luego salió lentamente dejándola a ella vulnerable pero no por mucho tiempo porque volvió a arremeter.
Las acometidas fueron lentas al principio donde ambos se besaban apasionadamente, luego él fue aumentando la velocidad a medida que ella elevaba las caderas para acoplarse más y los jadeos eran cada vez más fuertes hasta que ambos estallaron en un poderoso orgasmo que los dejó saciados.
Lucius se quedó tendido sobre ella, sudoroso y jadeante. Aldana también jadeaba e incluso notaba su piel arder después de tanto tiempo, finalmente, él se recostó al lado de ella y la abrazó.
—¿Te arrepientes de esto?— le preguntó él de repente.
Aldana se acurrucó y respondió.
—No.
Él sonrió.
—Yo tampoco.
Después, él se quedó dormido mientras ella lo observaba fijamente mientras dormía. Lucius era totalmente opuesto a Seth, tanto en rasgos físicos como en carácter. Seth le había hecho demasiado daño mientras que Lucius quería reconfortarla con algo de cariño.
Un cariño que pensó que nadie sentiría por ella nunca. Sólo tenía a Alcander y él la trataba como a una hermana pequeña a la que debe proteger pero hace muchísimos años que no sentía el calor de un hombre como lo había sentido esa noche con Lucius.
¿Estaría comenzando a sentir algo por él? No, imposible, apenas se conocen. Además, Seth había calado hondo en el corazón de la joven y era imposible sacarlo por mucho que lo intentara. Lo había hecho muchas otras veces pero era como si se hubiese asentado ahí y nadie pudiera sacarlo.
Esto entristeció mucho a la joven la cual cerró los ojos y comenzó a llorar silenciosamente. De repente, notó que él le acariciaba la mejilla y le limpiaba las lágrimas, entonces abrió los ojos y lo miró.
—¿Por qué lloras?— le preguntó él.
Ella negó con la cabeza y sonrió.
—Por nada… solo pensaba.
—¿Y por pensar lloras?
—Bueno… eran pensamientos sombríos y tristes pero no vienen al caso ahora.
Lucius se percató de que la joven no quería hablar del tema así que se sentó y la miró.
—Deberías tomar un poco más de sangre… aún no estás recuperada del todo y después de lo que ha sucedido menos todavía.
—Tienes razón.
Lucius se levantó y se acercó a la puerta, cuando la abrió la miró por encima del hombro.
—Ah, por cierto, puedes quedarte todo el tiempo que quieras, no hace falta que te vayas mañana mismo.
Aldana sonrió levemente y susurró:
—Gracias.
El joven sonrió y salió de la habitación dejándola sola por un rato, que ella aprovechó para mirar la habitación. Ella estaba acostada en una gran cama echa de madera de cerezo, a ambos lados había dos mesillas de noche de la misma madera. A su derecha había una gran ventana con un precioso balcón blanco y en el lado opuesto había un enorme armario. Frente a ella junto a la puerta había un tocador con un espejo de madera labrada. En este tocador había varias fotos.
La curiosidad pudo con ella así que se envolvió en la sábana y se acercó al tocador. Se sentó en la sillita que había y observó todos los portarretratos. Había varias fotos de una familia y sonrió al reconocer en uno de los niños a Lucius. En esa foto, sonreía y sostenía un balón de fútbol. Se encontraba con un hombre, una mujer, otros dos niños y una niña pequeña.
—Te presento a mis padres, a mis hermanos y a mi hermana— dijo él detrás de ella.
Aldana levantó la mirada hacia el espejo y lo encontró justo detrás de ella mirando las fotos con cierta nostalgia. Luego volvió a mirar la foto.
—Te pareces mucho a tu madre.
—Sí, todos me lo decían, en cambio mi hermana era toda la cara de mi padre, igual que mis hermanos.
—¿Cómo se llamaban?
—Mi padre se llamaba Geoffrey, mi madre Leah, mi hermano mayor Peter, el otro Philip y mi hermana se llamaba Nicole.
—¿Y murieron…?
Lucius se alejó de ella dándole la espalda para mirar por la ventana.
—Los mató Seth.
—¿Puedo saber cómo fue?— preguntó con voz estrangulada.
—Fue una noche en la que todos estábamos viendo una película por capricho de Nicole. De repente, un cristal se rompió y mi hermana gritó. Varios vampiros entraron en el salón y mis padres sacaron sus estacas. Yo también quise ayudar pero me obligaron a llevarme a Nicole a mi habitación. Mis hermanos se quedaron con ellos.
—¿Lo hiciste?
—Sí, accedí a regañadientes porque quería ayudarlos pero me ocupé de salvar a Nicole. Ya en mi habitación la obligué a esconderse en el armario y que no saliera bajo ninguna circunstancia pero tanto yo como mi familia éramos muy testarudos y ella quiso ayudarme. Yo le grité que no que no saliera bajo ningún concepto. Abrí la puerta y dos vampiros me tiraron al suelo. Intenté defenderme y conseguí clavarle la estaca a uno pero eso no fue suficiente. Luché como un condenado hasta que uno inspiró hondo, sabía que me iba a morder pero no podía hacer nada.
Aldana lo miraba fijamente.
—¿Y?— lo incitó a continuar.
—Que cuando el vampiro me fue a morder, Nicole se metió por medio. El vampiro absorbió toda su sangre, apenas le quedaba un poco de vida para despedirse de mí. La tomé entre mis brazos y lloré como nunca había llorado. Los vampiros se rieron de mí y decidieron dejarme vivo. Desparecieron casi por arte de magia y con mi hermana en brazos bajé las escaleras para ir al salón donde encontré a mis padres y a mis hermanos también muertos. Mordidos por esas alimañas. Quise gritar pero todo lo que pude hacer fue salir corriendo y refugiarme en mi casa del árbol.
La vampiresa se levantó y se acercó a él. Le puso una mano en el brazo y miró por la ventana, allí estaba la casa del árbol donde estuvo escondido él tras la muerte de sus padres y sus hermanos.
—¿Cómo sabes que fue Seth quien los mató?— preguntó ella de repente.
—Dejó una nota sobre el cuerpo de mi madre, estaba firmada por él, la descubrí al día siguiente cuando volví a mi casa para llamar a los amigos de mis padres. Encima se llevó el cuerpo de mi hermana porque allí no estaba…
Aldana apartó la mirada y cerró la mano que tenía libre en un puño. ¿Cómo se atrevía Seth a matar a toda la familia de Lucius? Un simple niño que se vio obligado a madurar tan rápido y haber presenciado la muerte de su hermana. No era justo.
—Lo siento mucho, Lucius, de verdad que lo siento.
El chico se giró hacia ella y la miró a los ojos.
—Tú no tuviste la culpa.
—Ya pero es que me estás confiando esto y más sabiendo que soy una vampiresa, con alma sí pero vampiresa de todas formas. No debí haberte preguntado. Lo siento.
—No pasa nada, además, por fin he podido contarle esto a alguien, sólo lo sabía mi mejor amigo y él se llevó el secreto a la tumba, ahora mismo no tenía a nadie con quien compartir mi sufrimiento.
—¿Sufrimiento?
—Sí, en mis sueños veo a todas las personas a las que quiero e intento cogerlos pero todos se alejan de mí. Cuando era pequeño pensé que me merecía que mataran a mi familia, era un niño que no solía obedecer mucho y siempre formaba alboroto.
—Lucius, nadie merece que maten a su familia por muy malo que sea.
—En ese momento lo pensaba, en solo unas horas me arrebataron a mis padres y a mis hermanos, quedando yo solo, escondido en una caseta de árbol. Seth tiene cierta fijación por las personas que me quieren… al poco tiempo mató a mis padres adoptivos que también eran cazadores y me protegían. Incluso una noche se me apareció, tenía unos dieciséis años, nos miramos frente a frente y recuerdo que me dijo: “te quedarás solo, nunca tendrás a nadie porque yo me encargaré de matarlos, te lo juro.”
Aldana se sorprendió y lo miró.
—¿Eso te dijo?
—Sí… no sé, tengo la sensación de que él sabe algo que va a pasar que yo no sé y pretende arrebatarme a todos los que quiero.
La joven apartó la mirada y murmuró para sí:
—¿Será posible que él haya visto el caldero de Zaronda? ¿Qué haya visto algo de su futuro?
—¿Decías algo?
—¿Eh? Sólo pensaba… la única que puede ver el futuro es Zaronda, la Señora, la que dirige a la Hermandad, Seth no puede saber nada.
—¿Entonces cómo te explicas las palabras que me dijo? ¿Por qué quiere matar a todos mis seres queridos? ¿Por qué ha conseguido que me convierta en un cazador solitario como lo soy ahora mismo? Él me ha llevado a convertirme en el Cazador Oscuro, a querer tomarme la venganza por mi mano ¿por qué? Sólo quiero saber por qué ¿acaso es mucho pedir?
Lucius volvió a virarse hacia la ventana, pensativo mientras ella cerraba los puños a ambos lados de su cuerpo.
—Ojalá pudiera decirte por qué lo hace, de verdad que ojalá pudiera, me gustaría ayudarte.
—¿Recuerdas que antes te dije que quería dejar de ser cazador?
—Sí…
—Estoy seguro de que si lo dejo, él aprovechará y vendrá a por mí, me odia y yo no he hecho nada, debería odiarlo yo que fue él quién mató a mi familia.
Aldana comenzó a hacer memoria de todas las veces que Zaronda le contaba lo que pasaría en el futuro de ella y recordó algunas palabras que le dijo: “dos hombres se pelearán por ti y uno de ellos podría morir en la batalla”.
Por primera vez en muchísimo tiempo sintió escalofríos y abrazó a Lucius con la cabeza apoyada en la espalda de él, con los ojos cerrados.
—No odies a nadie…— susurró ella— con eso sólo consigues consumirte.
Él no dijo nada, sólo se limitó a mirar por la ventana, recordando todas las muertes que había tenido que presenciar en su memoria.
Seth estaba dando
vueltas en su despacho y de repente sonó el teléfono. Rápidamente
lo cogió.
—Señor, no he podido llamarlo antes
pero debe saber que Lucius llegó hace unas horas con una joven en
su coche.
—¿Pudiste oler
sangre?
—Ese es el problema, olía muchos tipos
de sangre diferente.
—Entonces llevaba a una vampiresa que
estaba débil y necesitaba tomar sangre— dijo Seth comenzando a
ponerse de malhumor.
—Probablemente, señor, ¿quiere que
averigüe de quién se trata?
—Sí y desde que lo sepas, me llamas,
¿entendido?
—Entendido,
señor.
Seth colgó y le dio un fuerte golpe a
le mesa. Era ella. Estaba con ese chaval, al que él mismo se había
encargado de convertirlo en un chico solitario y que toda persona
que se acercase a él muriera. Desde que vio parte de su futuro en
el maldito caldero de la vieja Zaronda, la noche que descubrió su
primer escondite, había hecho lo imposible para acabar con la vida
de ese joven.
Un joven con el que lucharía hasta la
muerte si hacía falta porque Aldana era suya y de nadie
más.
Maldición. Odiaba a ese tipo y no iba
a conseguirla de eso estaba seguro. Se sentó en su silla y encendió
el ordenador.
Alcander estaba en el motel, hacía
horas que no sabía de Aldana y se estaba preocupando pero había
algo que lo preocupaba aún más.
¿Volvería Lucinda a confiar en él? No
le había contado que Seth y él eran gemelos ni siquiera cuando ella
vio el dibujo que había dibujado de él y su hermano. Las dos caras
de una misma moneda.
Cogió su bloc y abrió una nueva
página, cogió luego su carboncillo y comenzó a dibujar. Se dibujó a
sí mismo con Lucinda e Ireana a ambos lados y detrás la horrible
amenaza de su hermano gemelo. Tras acabarlo, cerró el bloc y volvió
a pasearse por la habitación.
Su mente iba siempre hacia Lucinda.
Tenía que verla para hablar con ella así que sin pensárselo dos
veces salió de la habitación, bajó y se dirigió a su coche. Lo puso
en marcha y marchó rumbo a la casa de la
joven.
Dejó el coche unas calles más allá,
como hacía siempre y fue andando hasta la casa de Lucinda. Se metió
en el jardín trasero y subió hasta la ventana. Se asomó y la vio
vistiéndose, lo que provocó que él se encendiera de deseo. Cuando
vio que finalmente ella se había vestido, tocó en la
ventana.
Lucinda que se estaba poniendo una
diadema, miró a la ventana y lo vio. Ella retrocedió un
poco.
—Soy yo, Lucinda, soy
Alcander.
—¿Cómo sé que eres tú? ¿Cómo sé que no
me engañas y eres Seth?
—Porque Seth no dibuja, yo sí y hace
tiempo te hice un dibujo tuyo con Javier.
La joven se sentó en la silla que
había frente a su escritorio, mientras él entraba. Ella se pasó una
mano por el pelo y suspiró. El vampiro la miró
fijamente.
—¿Por qué no me lo contaste? ¿Por qué
no me dijiste que Seth era tu hermano
gemelo?
—No lo sé.
—¿No lo sabes? Alcander, tu hermano
podría haberse aprovechado de la situación. Sabe que nos conocemos
¿cómo sabré a partir de ahora de que tú eres tú? Cuando te pregunté
por el dibujo, no me dijiste nada.
Alcander se acercó pero ella
rápidamente se levantó y se alejó un poco más de
él.
—Lucinda, ya te acabo de decir algo
que revela que soy yo. Seth no dibuja. No huyas de mí, por favor.
Es más, ¿quieres pruebas? Te las daré. El dibujo te lo regalé
cuando comenzaste a recuperar la memoria y recuerdo también que me
besaste. Un beso que no he podido olvidar ¿te convence
esto?
Lucinda lo miró una vez más y esta vez
no huyó cuando él se acercó. La tomó de la cintura y ella posó sus
manos en los hombros de él.
—¿No has podido olvidar ese beso?
Nunca me lo habías dicho.
—Ni ese ni ninguno de los que me has
dado.
La joven se mordió el labio inferior y
apoyó la cabeza en el hombro de él.
—¿Me quieres,
Alcander?
—Al vernos frente a Seth y saber el
peligro que corres, me hizo darme cuenta de lo mucho que me
importas. Incluso Ireana me dijo que te cuidara porque ella también
se dio cuenta…
—Pero eres medio vampiro… tú mismo me
dijiste que cuando acabaras con Seth, te gustaría morir. Me dolerá
mucho perderte si haces eso.
—Ya te expliqué mis razones,
pequeña.
—¿Entonces por qué dices que te
importo si vas a hacer lo que te dé la gana cuando mates a Seth? Ya
he sufrido demasiado y no quiero seguir sufriendo. Estás siendo
egoísta. Si tanto te importo, podrías considerar la
situación.
Ella lo miró y ambos se acercaron más
para poder besarse. Un beso dulce y tierno pero a la vez pasional y
seductor. Las manos de él subieron por su espalda muy lentamente
mientras que las de ella permanecían en el torso de
él.
—Alcander…— susurró ella con los ojos
cerrados saboreando los labios de él.
El vampiro se apartó un poco y la miró
a los ojos.
—Eres hermosa…— le dijo mientras
sonreía.
—Quiero estar contigo siempre… no me
abandones, prométemelo.
—No puedo prometerte nada… no me hagas
prometerte en vano, por favor.
Lucinda cerró los ojos y apoyó la
frente en el torso de él.
—Me dolerá perderte pero en fin,
tendré que asumirlo…
Alcander no dijo nada, mas la abrazó
con fuerza. Su mente vagaba más allá de donde estaban, sólo podía
pensar en protegerla y si hacía falta protegerla con su vida de
medio vampiro, así lo haría. Ella tenía un corazón demasiado noble
para morir a manos de su hermano gemelo. No iba a permitir, jamás,
que él la tocara.
Nunca.
—No pienses en eso ahora ¿de
acuerdo?
—No puedo evitar pensarlo, Alcander,
te quiero y voy a perderte…
—Lucinda, no me vas a perder, si
muero, me llevarás aquí y aquí…— dijo señalando el corazón y la
cabeza de ella.
—Pero yo no quiero recordarte, yo
quiero tenerte a mi lado, ¿es que no lo
entiendes?
—Tú tampoco me entiendes a mí. Tú
sabes las razones para yo querer lo que
quiero.
Lucinda se apartó bruscamente de él y
lo miró entre enfadada y ofendida, sus ojos brillaban a causa de
las lágrimas contenidas.
—¡Entonces no te importo! Me dijiste
que preferías morir porque nada te ataba a este mundo… ¿por qué no
te decides?
La joven le dio la espalda y parpadeó
varias veces para no llorar, ya había llorado bastante y no pensaba
seguir llorando. Se cruzó de brazos. Alcander se acercó a ella por
detrás y la abrazó de nuevo.
—No quiero que nada me ate pero tú lo
estás haciendo y tus cuerdas son muy difíciles de romper. Aldana
nunca consiguió convencerme y tú lo estás consiguiendo pero estoy
muy confuso, Lucinda. Esto es nuevo para mí, tú eres una cazadora
de vampiros y yo un vampiro con alma ¿alguna vez habías visto que
sucediese algo así? Yo quiero que seas
feliz.
—Seré feliz si te quedas a mi
lado.
—No soportaría verte envejecer y que
después de todo mueras tú y yo siga vivo.
Lucinda se giró y le
dijo:
—Si eres medio vampiro y medio humano,
¿no sería posible que volvieras a ser mortal? Tú me has dicho que
si llegaras a morderme, pasarías a ser vampiro por completo,
también debe suceder lo contrario, que tengas la oportunidad de
volver a ser un mortal.
—Zaronda dice que ella puede volverme
mortal pero ella no es más que una curandera que dice ver el
futuro, Lucinda. Las esperanzas de que yo vuelva a ser mortal son
muchas pero las probabilidades son muy pocas, por no decir
ninguna.
—¿Y si Zaronda fuese capaz de
conseguirlo?
—Si fuese capaz de conseguirlo, ten
por seguro que sería el primero de la fila para volver a ser
mortal.
—Inténtalo, no pierdes nada, por
favor— dijo la joven acurrucándose entre los brazos del joven
vampiro.
—Ya lo
veremos…
Entonces, ambos permanecieron
abrazados durante mucho rato.
Mientras, Rebecca estaba en la cocina
preparando algo de comer cuando volvió Jackson de ir a hacer unas
compras. Cuando él entró en la cocina y la vio, su mente volvió
hacia aquellos años en los que aún vivía su esposa y le preparaba
la comida.
Sonrió ante ese recuerdo pero entonces
todo se desvaneció al recordar cómo su esposa había muerto lo que
lo entristeció mucho.
En ese momento, Rebecca se giró para
coger una cosa de la mesa y lo vio.
—Oh… hola, Jackson— dijo la joven que
se había asustado al verlo allí parado, tan de
repente.
Jackson salió de su ensimismamiento y
la miró fijamente.
—Lo siento, no pretendía
asustarte.
—Oh, no pasa nada. ¿Estás bien?— le
preguntó ella al verlo— no sé, te veo
afligido.
—Nada, es sólo que al verte, volví a
ver a Lucinda cocinando. La echo tanto de
menos.
—Es normal, era tu esposa y la madre
de tu hija— dijo Rebecca sentándose en una
silla.
—Ya lo sé. Me siento tan solo sin
ella.
Rebecca lo miró
fijamente.
—Estoy segura de que ella querría lo
mejor para ti, deberías rehacer tu vida.
—¿Y cómo?
—Lo primero que deberías hacer sería
salir un poco más y no encerrarte todo el día en el despacho… ver
más allá de tu escritorio.
—¿Y tú? ¿Piensas rehacer tu vida de
nuevo?— le preguntó él.
Esa pregunta la cogió totalmente
desprevenida y se encogió de hombros.
—No creo, seguiré como hasta ahora. Mi
vida ya ha sido destrozada por esos dos
vampiros…
Jackson se acercó y se agachó frente a
ella. Le tomó las manos y ella lo miró.
—No pienses eso, tu vida no está
destrozada, eres joven y puedes encontrar al amor de tu
vida.
—El amor de mi vida lo tengo tan cerca
pero a la vez tan lejos que no logro llegar hasta él y créeme que
lo que más deseo es que él me vea.
—Tendría que estar ciego para no
verte. Eres una mujer muy hermosa y te mereces a un buen
hombre.
—Pero yo quiero a ese hombre, él es
muy bueno con todos y lo necesito, gracias a él he conseguido salir
a flote de mi estado de miedo…
—Dime quién es ese hombre para abrirle
los ojos.
La joven miró sus manos enlazadas y
luego lo miró fijamente.
—¿Te abrirías los ojos a ti mismo?—
preguntó ella.
Jackson la miró a los
ojos.
—¿Qué?
—Tú eres ese hombre, Jackson, llevo
muchos años enamorada de ti.
Él se levantó sin dejar de mirarla,
impresionado. Rebecca se levantó y volvió a sus quehaceres negando
con la cabeza.
—Es imposible…
¿yo?
—Lo siento, no tenía que habértelo
dicho— dijo la joven cortando la verdura y, entonces, se hizo un
corte— oh, vaya…
Jackson vio cómo se hacía el corte y
corrió a ayudarla. La llevó hasta el fregadero y le lavó la herida.
Era un corte bastante grande. Jackson tomó un paño y presionó
contra la herida. Ambos se sentaron.
—Habrá que darte puntos— dijo Jackson
sin dejar de presionar la herida.
—¿Sabrás hacerlo? Es un poco
difícil.
—Te he visto hacerlo miles de veces,
además puedes ir indicándome. Presiona la herida en lo que voy por
tu maletín.
—De acuerdo— dijo ella presionando el
paño contra su mano a pesar de que estaba
temblando.
Jackson salió de la cocina y al rato
volvió con el maletín. Lo abrió y sacó unas gasas para limpiar bien
la herida. Cuando lo hizo, sacó lo necesario para darle los puntos,
los cuáles intentó hacer con el mayor de los cuidados. Una vez
terminado, cogió una venda y le cubrió los puntos con
ésta.
—¿Te he hecho mucho
daño?
—Un poco pero es
normal…
—Lo siento.
—No pasa nada. Debo seguir haciendo la
comida.
Rebecca se levantó y se acercó a la
encimera pero él al tomó de la cintura y la atrajo hacia sí. Ella
se puso un poco tensa al notar el aliento de él sobre su cuello y
cerró los ojos aspirando el olor de él.
—Quizás debería terminar yo— dijo él
que al notar el dulce aroma a lavanda que ella desprendía, se
embriagó.
—Yo… yo puedo… hacerlo…— logró decir
ella.
—Al menos déjame
ayudarte.
Rebecca se giró y ambos quedaron
frente a frente, se pasó la lengua por el labio inferior, un
detalle del que él nunca se había percatado y no sabía por qué pero
le había gustado. Deseó besarla pero no podía, ella aún estaba
afectada por lo de la violación. Él se sorprendió bastante cuando
ella apoyó la cabeza en su hombro.
—Jackson… me siento un poco mareada,
me da que he perdido algo más que un poco de
sangre.
—Vamos al salón, entonces— dijo
Jackson ayudándola a llegar hasta el salón donde la sentó en el
sofá— iré a por agua.
—¡No!— exclamó ella agarrando la blusa
de él— quédate a mi lado, por favor.
—Pero necesitas
agua…
—Se me está pasando, anda, ven y
siéntate.
Él le hizo caso y se sentó junto a
ella, la cual apoyó su cabeza en el hombro de él. Jackson acercó su
mano al rostro de ella y la acarició suavemente. Rebecca se acercó
aún más a él y su nariz rozó su cuello. Jackson desvió la cara y
por fin sus labios se rozaron en un intenso y apasionado
beso
Sentado en la oscuridad ideaba un plan para acabar con el maldito Lucius, era imposible que él haya estado dos días enteros con Aldana, no podía permitirlo, ella solo era de él, no iba a compartirla con nadie y menos con ese malnacido de Lucius.
Podría asesinarlo. No. Sería muy rápido y él lo que quería era que sufriera.
Que sufra como mismo estaba sufriendo él ahora al saber que Aldana lo había traicionado de esa forma.
Desde que la había convertido en vampiresa no se había acostado con ningún otro hombre hasta que apareció ese Lucius.
Todavía recordaba aquel glorioso momento en que él y ella se habían unido en la ferviente pasión y en el anhelante deseo de estar unidos para la eternidad, justamente lo que había hecho él al convertirla pero lo único que consiguió fue la huída del la mujer de su larga vida.
¿Y si empleaba la tortura? Sería doloroso y sufriría una lenta agonía mientras desea la muerte inmediata. Sí, podría ser un buen plan pero entonces, Aldana nunca más volvería a dirigir la palabra y probablemente se encargaría ella misma de matarlo.
Si enviaba a algunos de sus secuaces pronto sabría que había sido él quien lo había enviado. Se encontraba entre la espada y la pared.
Ya buscaría la forma de deshacerse de ese tipo, de eso estaba seguro.
Pero no sólo estaba ese problema, también tenía otros dos problemas llamados Alcander y Lucinda. Esos dos iban a acabar con la poca paciencia que le quedaba. Tenía que hacer algo con ellos y sonrió al pensar en un plan que sería perfecto para acabar con los dos.
Esperaría unos días para poner en marcha su plan.
Se pasó una mano por el pelo, sonriendo, primero empezaría por cortarse el pelo para parecerse más aún a su gemelo.
Varios días más tarde, Alcander aún seguía dándole vueltas a las palabras de Lucinda. ¿Podría volver a ser mortal? Si era así, ¿cómo acabaría con su hermano? Se hallaba en una auténtica disputa.
¿El amor o el deber?
Había detenido su coche frente al lugar secreto de la Hermandad, indeciso.
—Vamos, Alcander, has llegado hasta aquí, no dudes y entra…— se dijo a sí mismo y bajó del coche.
Entró y preguntó por Zaronda. Unos de los vampiros lo guió hasta el laboratorio donde la chaman removía el caldero.
—Señora, Alcander quiere verlo.
—Que pase.
El vampiro salió y Alcander entró.
—Supuse que vendrías después de la conversación con tu Lucinda.
—Zaronda, empiezo a cansarme de que me espíes.
—Tienes dudas sobre mi capacidad para volverte mortal. Ya te he dicho que puedo hacerlo.
—¿Cuántos vampiros de los nuestros han vuelto a ser mortales?
—Uno.
—¿Y qué le pasó?
—No puedo decirlo.
—¿Y quieres que confíe en que me volverás mortal?
—Lo conseguiré, lo he visto.
—No puedo confiarme. ¿Y si después de todo acabo muerto?
—Tienes miedo.
Alcander la miró sin decir nada. Zaronda tenía razón, tenía un miedo terrible. Temía que no pudiera acabar con su hermano después de todo y, claro estaba, que si moría, no podría estar con Lucinda. Aún así no quería mostrar su miedo ante Zaronda.
—No tengo miedo.
—¿Seguro? Sé lo que piensas, chico, temes no poder acabar con tu hermano si te vuelves mortal o que incluso la perderás a ella.
—Si es así, a ti no te importa— dijo Alcander a la defensiva.
—¿Y por qué no ha de importarme? Eres un vampiro de mi hermandad, uno de los más importantes. Además, es normal que tengas miedo…
—¿Normal dices? ¿Cómo puedes saber que saldrá bien? Tu caldero puede mentirte alguna vez.
—Nunca lo ha hecho… no creo que lo vaya a hacer ahora… es más, acércate y mira por ti mismo tu futuro.
—No, no quiero ver nada…
Zaronda se apartó del caldero y se acercó a la ventana para mirar por ella. Durante unos minutos, ninguno de los dos dijo nada hasta que finalmente, él dijo:
—¿Cómo funciona esa poción?
Zaronda sin girarse le contestó:
—Tras tomarte la poción, sentirás que te queman las entrañas y que tu cuerpo es atravesado por miles de cuchillos, irás perdiendo fuerza y llegarás a un estado muy parecido a la muerte.
—¿La muerte?
—Sí, todo tu cuerpo dejará de funcionar durante veinticuatro horas, tras eso, notarás que tus pulmones se llena de aire y tu corazón comienza a latir de nuevo.
—¿Estaré muerto durante veinticuatro horas?
—Sí. Ahí es donde está el peligro porque no podrías salir de la muerte pero si se te mantiene en un lugar cálido y sin moverte, volverás a vivir.
Alcander se pasó una mano por el pelo, dudoso. Comenzó a dar vueltas por la instancia. No sabía qué hacer, quería volver a ser mortal pero existía un gran riesgo.
Miró a Zaronda, dubitativo. Su encrucijada sí que lo que estaba matando y no lo que le haría aquella poción. Aprendo los puños a ambos lados y con decisión, dijo:
—¿Tienes alguna poción de esa preparada?
—¿Seguro que lo quieres hacer?— le preguntó Zaronda.
—Maldita sea, Zaronda, no me hagas dudar, si la tienes, dámela y ya está, prefiero arriesgarme.
—De acuerdo.
La mujer se dirigió a un ropero con puertas de cristal dónde tenía varios botes con líquidos de diversos colores. Leyó todas las etiquetas y sacó una con un líquido negro.
Alcander miró el líquido con cierta desconfianza y frunció el ceño. Zaronda le quitó el tapón al botecillo y se lo entregó.
—¿Estás segura que esta es la poción?— preguntó el joven.
—Sí, pero no te la bebas aún, vayamos a una habitación cálida donde haya una cama, no es conveniente que te la tomes aquí en el laboratorio.
Zaronda se dirigió a la puerta y la abrió para salir al pasillo. Alcander la siguió y llegaron a una habitación que en ese momento se hallaba a oscuras. La chaman encendió la luz y Alcander se sorprendió.
La habitación tenía toda clase de lujos, presidida por una amplia cama con dosel. La colcha era de un vívido color escarlata, al igual que las cortinas del dosel. Las ventanas estaban cubiertas por unas cortinas muy parecidas a la colcha. A ambos lados de la cama había unas mesillas de noche de madera de roble y frente a la cama había una inmensa chimenea, la cual Zaronda comenzó a preparar poniéndole leña que había al lado de esta. Una vez la colocó, la encendió. Tras eso, se giró y miró a Alcander.
—Ponte cómodo, esta será tu habitación durante veinticuatro horas… acuéstate en la cama antes de tomarte la poción.
Alcander se dirigió a la cama, aún sorprendido por las belleza de la habitación, no dejaba de mirar los cuadros que habían colgados en la pared de papel color rojizo. Había una variedad considerable de pinturas de autores famosos. Se sentó y se quitó las playeras.
—Zaronda, no estoy seguro de hacer esto— dijo el chico.
—Ya has llegado hasta aquí, Alcander, es sólo un paso más.
—¿Y si sale mal?
—Si no te arriesgas, no lo sabrás…
Alcander cerró los ojos por un momento e inspiró hondo, tras hacerlo, cogió el botecito y se bebió la poción. Tenía un sabor amargo y le resecó la garganta.
El joven se llevó las manos al cuello al sentir un inmenso escozor por donde había pasado el líquido y sintió su cuerpo arder. Parecía como si lo hubiesen puesto encima del fuego que ardía en la chimenea. Y se encogió llevándose las manos al estómago que era de donde salía el ardor.
Cerró los ojos con fuerza y pensó en otra cosa que no fuera ese inmenso ardor pero era imposible pensar porque de repente sintió pinchazos por todo el cuerpo.
Estaba sufriendo una inmensa tortura.
—Zaronda… dame agua…— suplicó el joven con voz ronca.
—No puedo, Alcander— dijo Zaronda cerrando los ojos, sabía que él estaba sufriendo lo indecible pero si le daba agua sería mucho peor.
—Esto es insoportable…— dijo Alcander cerrando los ojos con fuerza.
Los pinchazos se hacían cada vez más intensos al igual que el ardor de su interior. Alcander se encogió aún más y se llevó las manos a la cabeza. Quería gritar con toda su alma pero se había quedado sin voz de repente.
—El dolor pasará en unos minutos… aguanta un poco— le dijo Zaronda sintiendo el dolor de él— solo unos minutos más.
Alcander negaba con la cabeza, frenético. Sentía como si fuese a estallar de repente. Entonces, a los pocos minutos, el joven se había quedado inmóvil. Zaronda se acercó lentamente y le tocó la cara, estaba más frío que de costumbre y al tomarle el pulso notó que no había vida en su cuerpo.
La chaman lo recostó suavemente y lo tapó hasta la cintura. Con el calor de la chimenea sería suficiente para que sienta calidez. Tras taparlo, corrió las cortinas del dosel.
—Todo saldrá bien, seguro— dijo Zaronda.
Una vez que estuvo junto a la puerta, miró hacia la cama donde sólo se veía la sombra del cuerpo inerte del joven por la luz de la chimenea y luego salió de allí.
Cuando cerró, se encontró con Ethan, su ayudante.
—¿Sucede algo?— preguntó al ver a Zaronda cerrar la puerta con delicadeza.
—Alcander ha tomado la poción.
—¿De verdad? Eso es una buena noticia.
—Sí pero no me ha gustado verlo sufrir de esa forma, Ethan, podía sentir su dolor y es muy desagradable. Me recordó a Payn. ¿Recuerdas lo que sufrió?
—Claro que lo recuerdo y veo que tú aún lo llevas en tu corazón.
—Al menos sé que es feliz con Rosemary.
—Cierto. Veo que has vuelto a ver cómo le va en tu caldero.
—No puedo evitarlo, fue alguien muy importante para mí y quiero saber si él es feliz o no.
—Debes olvidarlo ya, Zaronda, ahora es humano y no tiene nada que ver con este mundo, no volverás a verlo más.
—Tienes razón, volveré al laboratorio. Que nadie entre en la habitación ¿entendido? Yo vendré en unas horas a ver cómo evoluciona.
—De acuerdo, espero que pronto empieces a sentir calor en la piel de Alcander.
—Las próximas horas serán decisivas, he encendido la chimenea, lo he tapado hasta la cintura y he cerrado las cortinas del dosel, cuanto más cálido esté, mucho mejor.
—Entraré a cada momento para avivar el fuego de la chimenea— dijo Ethan.
—Me parece bien.
Dicho esto, Zaronda volvió al laboratorio donde volvió a remover el líquido del caldero. En este apareció la imagen de un hombre alto y fuerte, con el cabello oscuro y algunas canas, sus ojos eran como el azul del cielo y jugaba con dos niños de unos diez años.
La chaman sonrió tiernamente. A Payn siempre le habían gustado los niños y Zaronda lo sabía. Desde siempre había estado enamorada de él y Payn nunca lo supo porque justo cuando ella le iba a confesar su amor, un vampiro lo convirtió y ella tuvo que ayudarle. Tuvo muchísimos años para contárselo pero tenía miedo a su negativa.
Entonces apareció Rosemary, una hermosa joven de la cual Payn se enamoró perdidamente y le pidió a su mejor amiga Zaronda que le diera una poción para volver a ser mortal. Esto la hirió profundamente pero aún así investigó para preparar la poción hasta conseguirlo. Cuando se la dio y lo vio sufrir de aquella forma tan horrible, sintió que una parte de su alma se desgarraba profundamente y pasó las veinticuatro horas junto a Payn, llorando.
En ese momento sabía que lo iba a perder. Probablemente porque moriría durante esas veinticuatro horas o porque se iba a ir con Rosemary.
Cuando lo vio despertar, sintió una inmensa alegría pero rápidamente su felicidad se vio rota porque él le dijo que al fin podría estar con el amor de su vida, con el amor que nunca pensó encontrar en ninguna mujer.
Payn se marcho y Zaronda sufrió mucho más de lo que se esperaba. Apenas salía del laboratorio, sólo Ethan, su mejor amigo sabía cómo se sentía ella y la veía totalmente destrozada.
La chaman lloró muchos días tras la ida de Payn a pesar de las palabras de aliento de Ethan pero a medida que pasaban los días, Zaronda lo fue superando aunque no podía evitar saber cómo estaba él. Saber si era feliz entre otras cosas.
Al ver a Alcander sufriendo por la poción, no pudo evitar recordar aquel momento en que pensó que lo perdía y se propuso no dejar que el joven muriera mientras estuviese en sus manos.