Aldana estaba en la ciudad, ya que había ido al hospital a por sangre para alimentarse cuando vio algo moverse cerca de un edificio abandonado.
Detuvo el coche de Alcander y se bajó. Rápidamente corrió hacia el edificio. Al llegar pudo distinguir en la oscuridad, la sombra de algo perderse por un pasillo. Sin pensárselo dos veces, siguió al extraño hasta llegar a una especie de antiguo despacho con la puerta entreabierta. Oyó unos gemidos de dolor. Entonces se asomó sin hacer el menor ruido, al mirar dentro vio a Seth con una hermosa mujer de cabellos castaños y ojos oscuros.
Iba a convertirla tal y como había hecho con ella, así que decidió salir de su escondite para salvar a la joven.
—Basta, Seth— dijo Aldana con voz firme.
Seth que estaba ya pegado al cuello de su presa, se detuvo y sonrió malévolamente.
—Vaya, Aldana, cuánto tiempo.
—Muy poco para mi gusto…
Seth se separó de la joven a la que iba a morder y la miró. La presa se sentó y los miró a ambos, asustada.
—¿Qué pasa? ¿No te alegras de ver al que hubiese sido tu esposo?
Aldana miró a la joven y le dijo:
—Puedes marcharte y no digas nada de lo que ha pasado…
La joven asintió, se levantó rápidamente y se fue corriendo.
—Acabas de soltar a mi cena— dijo Seth cruzándose de brazos.
—Lo sé, siempre me ha gustado chafarte los planes. Por cierto te ha crecido bastante el pelo desde la última vez que nos vimos.
—Y por lo que puedo ver yo, tus faldas son cada vez más cortas.
—Ya ves, hay que adaptarse a la época, cosa que no haces tú, esa chaqueta hace años que pasó de moda.
—¿Acaso has venido a hablarme de moda?
—No, vine a salvar a una joven que casualmente, es parecida a mí… pelo castaño y ojos oscuros… ¿es que no me has olvidado? Creo recordar que Katelin era también con el pelo castaño y los ojos oscuros.
—¿Y qué? Me gustan las mujeres así, no porque se parezcan a ti.
—¿Sabes? Es muy irónica la situación en que te encontré. Ibas a convertir a una joven en un edificio abandonado, tal y como hiciste conmigo ¿es que tienes esa costumbre?
—Me parece un sitio lúgubre y maquiavélico para convertir a una preciosa joven como la que acabas de dejar escapar.
—Eres la peor criatura que ha pisado jamás esta tierra.
—Gracias por el cumplido, querida.
Aldana hizo una mueca de desprecio ante el apelativo.
—No me vuelvas a llamar así… que te quede claro.
—Vaya humores…
—Te mataría ahora mismo…— comenzó a decir.
—Pero no puedes. Aún sientes algo por mí.
—¿Te han dicho alguna vez que eres la persona más arrogante que ha pisado esta tierra?
—No, me lo acabas de decir tú ahora. Bueno, ¿me vas a matar o me puedo ir?
—Sólo contéstame a una pregunta…
—¿Cuál?
—¿Por qué? ¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué me convenciste para hacer el amor y que luego me pagaras así, convirtiéndome en una vampiresa?
—Eso no es una pregunta, son tres…
—Contesta.
—Lo hice porque sé que estabas desesperada porque hiciésemos el amor y te convertí para seguir disfrutando de tu cuerpo durante la eternidad pero te fuiste sin siquiera decirme adiós.
—¿Y todavía pretendías que te dijera adiós después de lo que me hiciste?— preguntó Aldana incrédula— yo es que lo flipo contigo… me entregué a ti y tú lo que hiciste fue esto— dijo señalándose el cuello— sólo por esto, te odio más que a nadie en este mundo…
—¿Seguro?— preguntó Seth acercándose lentamente a ella y una vez allí, le dio un suave beso en el cuello, lo que a ella le hizo temblar— yo no estaría tan seguro… aún tiemblas cuando te beso.
—Eso es… mentira…— susurró ella— yo te odio…
—Pero me deseas… ¿por qué no pasamos un rato los dos aquí mismo? Sería como tu primera vez…
Aldana cerró los ojos mordiéndose el labio inferior mientras Seth volvía a besarla en el cuello hasta que su uso de razón la alertó y rápidamente se apartó de él.
—¡No! ¡Nunca volverás a tocarme! ¡Lo juré ante Dios y lo sigo manteniendo!
—Tú y Dios… debiste hacerte monja…
—Maldito bastardo.
Seth fingió dolor haciendo una mueca.
—Me hieres, cariño, con todo lo que te he brindado y me lo pagas así. Estoy seguro que tus sentimientos aún siguen confusos entre Alcander y yo.
—No, Alcander siempre fue mi mejor amigo, sólo tú veías cosas donde no las había. Él era como mi hermano y lo sabes, no entiendo por qué nos hiciste esto. Te entregué todo lo que poseía. Mi cariño, mi respeto, hasta te entregué mi corazón aquella noche, nunca vi cómo eres realmente pero ahora sí y lo que veo no me gusta nada porque eres una sabandija. Una asquerosa rata de cloaca.
Seth la miró furioso y le dio un bofetón con el dorso de la mano. Tan fuerte que la tiró al suelo. Ella lo miró, llevándose la mano al pómulo, con auténtico desprecio.
—¡Mentiras! ¡No dices más que mentiras! Nunca me entregaste nada, todo el cariño que tenías se lo dabas a él, a mí sólo me tratabas con respeto y todo porque iba a ser duque.
—¿Qué pasa? ¿Es que te ponías celoso? ¿De Alcander? Te trataba con respeto cuando estábamos frente a la gente pero cuando estábamos los dos solos, sólo quería darte todo el amor que tenía.
—¡Sí! ¡Estaba celoso! Yo te quería para mí nada más y te estaba compartiendo con Alcander.
—Si de verdad me querías, no me hubieses convertido.
—Lo hice para que estuviésemos juntos ¿es que no lo entiendes?
—¡No! ¡No lo entiendo! Si de verdad me hubieses querido me lo hubieras explicado en su momento, no tratarme como lo hiciste, como si fuera una ramera barata a la que dejas después de una noche de sexo. Seguro que eso no lo hiciste con tu querida Katelin ¿verdad? Por eso estás yendo contra los Cazadores de la Rosa Negra, porque mataron a tu querida Katelin ¿por qué la convertiste a ella también? ¿Acaso la ibas a tener de amante si llegábamos a unirnos tú y yo como pareja?
—Katelin era mi amiga.
—¡Y la querías!
Seth la miró y vio el odio reflejado en la cara de ella, sabía que cualquier explicación no la iba a convencer.
—Sí, la quería. Siempre quise casarme con ella pero no podía porque ya te habían elegido a ti para que te casaras conmigo y no pude por menos que tratar de fingir un enamoramiento falso.
Las lágrimas se acumulaban en los ojos de Aldana a la cual, tras oír cada palabra era como si le clavaran un puñal en su corazón. Se levantó lentamente sin dejar de mirarlo, aún con una de sus manos en el pómulo golpeado.
—¿Y aún así pretendes que te siga queriendo? Eres mezquino.
Dicho esto, Aldana salió corriendo de allí bajo la atenta mirada de Seth, el cual suspiró, atormentado.
—Aunque no lo diga, Aldana, mi corazón siempre seguirá siendo tuyo y se lamentará por lo sucedido…

Aldana salió corriendo del edificio abandonado hacia el coche, las lágrimas rodaban por sus mejillas como si de una cascada se tratase. Le dolía en lo más hondo, las palabras de Seth que aún permanecían en su mente. “Sí, la quería. Siempre quise casarme con ella pero no podía porque ya te habían elegido a ti para que te casaras conmigo y no pude por menos que tratar de fingir una enamoramiento falso.”
¿Cómo era posible que Seth estuviera celoso de Alcander cuando era evidente que ella le entregaba todo su amor a él? Desde el primer momento en que lo vio, supo que sería el amor de su vida y en ese mismo instante le había entregado su corazón.
Sin mirar por donde caminaba se chocó con alguien, el cual la sujetó por los hombros. Esa persona al verla resopló.
—¿Tú otra vez? Mira que es mala suerte volver a toparme contigo.
Ella lo miró por un momento y el joven se sorprendió al verla llorando. Aldana, entonces, se fue corriendo hacia el coche sin haber hecho caso de las palabras del joven cazador.
Este, al verla tan dolida, corrió detrás de ella. Antes de que ella se metiera en el coche, él la sujetó del brazo.
—¡Eh! Espera…
—¡Déjame!— dijo ella sin mirarlo, con un brazo apoyado en el coche.
—No te voy a dejar, estás llorando.
—¿Y qué si estoy llorando? Los cazadores no sienten compasión por una vampiresa.
—¿Por qué lloras?— le preguntó él tratando de ser más amable.
—Por nada, quiero irme…
—No, espera, tampoco soy tan malo como crees— dijo él.
—¿Ah no? ¿A cuántos vampiros has matado desde que te nombraron el Cazador Oscuro? ¿A unos cien o a más?
—Estamos hablando de ti, no de mí, acabas de cruzarte conmigo y estabas llorando.
—Ya te dije que no lloraba por nada.
—Por nada no se llora. Además, que yo sepa los vampiros que no poseen alma no lloran así que te creo cuando dices que eres una vampiresa con alma.
—Ya es un poco tarde para creer nada.
—Vale, metí la pata pero lo que me dijiste me hizo pensar… tenías razón al decir que me movía la venganza pero han matado a todas las personas que quería… lo único que quería conseguir es vengarme por ellos para que descansen en paz, ¿es acaso eso mucho pedir?
Aldana desvió la mirada, apenada.
—Todos fueron atacados por Seth y los suyos ¿verdad?
—Sí, por eso quiero acabar con él, quiero verlo arder y consumirse. No sabes lo que es criarse solo, sabiendo que a tus padres y a tus hermanos los atacaron unos vampiros y los mataron delante de tus ojos.
El llanto de Aldana se incrementó al oír las crueldades que había hecho el que había sido el gran amor de su vida.
—¿Cuántos erais?
—Estaban mis padres y luego tenía tres hermanos y una hermana. Los tres machos, eran mayores que yo y la hembra era apenas un bebé cuando murió, ahora hubiera tenido diecinueve años.
—Lo siento…
—No pasa nada, lo que importa es que estabas llorando y me gustaría saber por qué.
—Es sólo que creía conocer a una persona pero ahora me doy cuenta de lo malvado que ha sido… yo lo quería pero en cambio para él yo no era más que un juguete… sé que no entenderás nada de lo que digo pero no puedo explicarte más…
—No te preocupes, lo entiendo… por cierto… siento haber sido tan brusco estas últimas veces que nos hemos encontrado.
La joven se limpió las lágrimas y sonrió levemente.
—No pasa nada, yo también fui un poco impulsiva al intentar salvarte dos veces y picarte el otro día.
—Me llamo Lucius— dijo él tendiéndole la mano.
—Yo Aldana— dijo ella dándosela.
—Es lo que se podría llamar un mejor comienzo ¿no crees?
—Sí— dijo ella sonriendo levemente.
—¿Cómo es posible que seas una vampiresa con alma? Yo pensé que erais un mito urbano.
—Muchos cazadores lo creen así por eso, muchos de nosotros hemos muerto a manos de cazadores por pensar que somos secuaces de Seth.
—Tiene que haber alguna forma de diferenciaros…
—Desgraciadamente, somos muy parecidos a los vampiros normales. Quizás una diferencia es que podemos soportar un poco más el sol y ya con solo llevar unas gafas de sol puestas podemos salir sin problemas pero por lo demás, somos casi iguales.
—Tiene que haber algo más, algún rasgo físico o algo…
—Quizás somos un poco menos pálidos pero no hay nada que nos distinga…
—¿Y cómo sabremos los cazadores cuando es un vampiro con alma y cuando no?
—Tendréis que confiar en nuestra palabra y que cuando nos veáis de día con gafas de sol, sabréis que somos nosotros.
—¿Y vosotros podéis volver a ser mortales? Según se cuenta sois un punto intermedio entre los mortales como yo y los vampiros totales.
—Sí, somos ese punto intermedio y también podemos volver a ser mortales pero eso solo puede hacerlo nuestra jefa… es una chaman escocesa con poderes o eso se dice…
—¿Vampiresa también?
—No, simplemente es una bruja que vio los desastres que iba a hacer Seth que es de la Regencia, en un caldero humeante… aunque ahora que lo pienso… ¿por qué siempre va vestida de griega si es escocesa?— dijo con una mano en la barbilla pensativa.
—¿Me estás diciendo que una mujer escocesa del pasado vio lo que iba a pasar en un futuro cuando Seth se convirtiera en vampiro y que ahora dirige una hermandad? Yo pensaba que los chaman no existían.
—No todo lo que crees mito o fantasía es falso.
—Ya veo, bueno, quien me iba a decir que iba a acabar cazando vampiros cuando pensaba que no existían y ahora resulta que hay dos clases.
Aldana se encogió de hombros y sonrió levemente.
—No te preocupes por no saber diferenciarnos, nosotros somos más leales y si hace falta decirte que somos vampiros con alma, no dudes en que te lo diremos. Ahora debo irme, al igual que los vampiros, debo alimentarme de sangre, aunque no me hace falta matar a nadie para conseguirla, para algo tengo los hospitales.
Sin decir más, se metió en el coche, lo puso en marcha y tras decirle adiós a Lucius, se fue.

 

Todo parecía dar vueltas a su alrededor, como si estuviese en una noria que no parara de girar. Aún se sentía mareada y con un sabor pastoso en la lengua. Lentamente abrió los ojos y casi todo se hallaba en penumbra. Apenas unos resquicios de luz salían de una lamparilla que se encontraba un poco lejos de donde ella se encontraba.
Intentó moverse pero estaba completamente inmovilizada. Sus manos estaban fuertemente atadas a su espalda y sus tobillos permanecían unidos por una gruesa cuerda y a su vez, esta cuerda se unía a una de las patas de la silla donde estaba sentada.
—¿Dónde estoy?— se preguntó.
—Donde estés no importa ahora— dijo una voz desde la oscuridad.
—¿Quién eres?
—¿Acaso importa cómo me llamo?
—Sí, quiero saber quién es mi captor.
—Ay, Rebecca, Rebecca… nunca puedes saberlo todo.
—¿Quién eres? ¿Cómo sabes mi nombre?— preguntó Rebecca forcejeando— ¡suéltame!
—Sé tu nombre porque encontré tu carné en tu bolso y porque eres la encantadora cazadora rubia de los Cazadores de la Rosa Negra.
—¿Eres…? ¿Tú eres…?
—Exacto…— dijo el hombre saliendo de entre las sombras— soy un vampiro…
Rebecca lo miró sorprendida y volvió a forcejear para escapar de las ataduras que la sujetaban pero era imposible, los nudos habían sido hechos a conciencia.
El hombre se acercó lentamente.
—No, no se acerque— suplicó la joven.
—Debo aprovechar el tiempo, querida, tendré que entregarte a Seth y antes quiero disfrutar yo de ti.
—¿Qué vas a hacer?— preguntó Rebecca intentando encogerse.
El vampiro se acercó más y le pasó un dedo por el cuello hasta llegar a uno de los tiros del camisón que aún llevaba. Con un simple movimiento, lo rompió. Ella gritó mientras el vampiro hacía lo mismo con el otro tiro. Al romperlos, el camisón cayó dejándola semidesnuda ante aquel horrible ser.
Rebecca volvió a forcejear al ver las intenciones del vampiro que en ese momento se agachaba frente a ella y le quitaba la cuerda de los tobillos. Luego la cogió en brazos y la llevó hasta una cama bastante dura.
—¡No! ¡Déjame!— gritó ella.
—Cállate, maldita sea…
—¡No! ¡Basta! ¡No me toques!— gritó Rebecca pataleando.
—¡He dicho que te calles!
El vampiro buscó algo con qué amordazarla y al no encontrar nada, rompió una tira de tela del camisón y se lo puso en la boca, impidiéndole a ella hablar. Ella comenzó a llorar al ver que iba a violarla sin poder defenderse.
—Así me gusta, que estés calladita.
Entonces, una vez encima de ella comenzó a besarla salvajemente en el cuello mientras ella se retorcía debajo de él, el vampiro le quitó la ropa interior y sin piedad alguna la violó. Antes de que él terminara ya ella se había desmayado por el dolor que estaba sufriendo. El vampiro, terminó pero sin disfrutar puesto que ella ya no ofrecía resistencia al haberse desvanecido.
En ese momento apareció el otro que al ver a su compañero vestirse y a la presa desnuda e inconsciente en la cama, lo miró enfadado.
—Pensé que esperarías por mí.
—Idiota, no podía esperar más. La mujer no dejaba de gritar e intentaba soltarse de las ataduras…
—Eso no es excusa, chaval.
—¿Te vas a callar de una vez? Ni siquiera esperó hasta el final para desmayarse, pensé que era más fuerte pero no es más que una debilucha. Eso sí, tiene unos pulmones que no veas… tuve que amordazarla.
—Pues cuando se despierte, la probaré yo y no me lo vas a impedir.
—Haz lo que quieras.
—Es lo que haré.
Y así fue, una vez Rebecca recuperó la consciencia, el otro vampiro también la violó sin miramientos. Ella lloraba desconsolada al saber que su destino estaba en manos de Seth, si al menos hubiese podido evitar que Jackson se enterara de su secreto, ahora los cazadores la hubieran estado buscando pero no era así y se sentía muy desgraciada.
No lo quedaba más remedio que aceptar su destino y ese era el de morir o ser convertida en vampiresa.

Unos días más tarde, Jackson volvió a recibir un nuevo correo misterioso, revelando un nuevo secreto. Esta vez, el secreto era de Paola. En el correo contaban que había sido usada por un hombre y que nadie la había creído cuando lo denunció.
Ese día, Paola se encontraba en el salón con Lucinda, la cual, tenía un humor un tanto cambiante últimamente, pasaba de estar enfadada a la pena en muy poco tiempo y todas las noches se la pasaba junto a la ventana, como si esperase la llegada de alguien que no venía nunca. Muchas veces, Jackson había entrado en le habitación y la encontraba dormida junto a la ventana, la cogía en brazos, la depositaba en la cama y la tapaba, luego volvía a su cuarto y se quedaba pensando en Rebecca y su situación. No había recibido noticias de ella desde que descubrió su mayor secreto.
Jackson, después de leer el correo, salió de su despacho.
—Paola, ¿podrías pasar a mi despacho?
Lucinda y Paola lo miraron.
—¿Sucede algo?
—Me temo que sí, anda pasa a mi despacho.
—Vale…
Paola miró a su amiga y al ver que la joven no le decía nada, se levantó y siguió a Jackson hasta su despacho. Ya allí, él la invitó a sentarse frente a él.
—¿Qué pasa, Jackson?
—Quiero decirte dos cosas. Una se trata de mi hija… ¿tú sabes qué es lo que le pasa? ¿Por qué está tan apagada últimamente?
—Si yo le contara…— murmuró para sí la joven.
—¿Decías?
—¿Eh? Ah, que ojalá lo supiera— mintió Paola— la verdad es que no lo sé y no me quiere contar nada.
—Quizás sea igual que tú…
—¿Igual que yo?
—Sí, tú ocultas un gran secreto ¿no es cierto?
Paola lo miró sorprendida.
—¿Có… cómo lo sabes?
Jackson sin decir nada, giró la pantalla de su ordenador donde aún se encontraba el correo electrónico. Paola lo leyó y sorprendida volvió a mirar a Jackson.
—¿Cuándo fue?
Paola bajó la mirada, odiaba hablar del tema pero tendría que sincerarse ante Jackson, debía aclarar la información que hay en el e—mail.
—Hace más o menos unos dos años…
—¿Y cómo pasó?
—Bueno… un hombre muy importante hizo una reserva en el hotel donde trabajo para unas dos semanas o algo así. Desde el primer momento en que me vio, percibí el interés de él hacia mí, en ese momento pensé que estaba paranoica no sé pero a los dos días me insinuó que si quería podía acudir a su habitación a revolcarme con él en su cama. Yo por supuesto le dije que no y en ese momento no hizo nada. Con el paso de los días, noté que me observaba mucho, como si me vigilara hasta que dos días antes de que él se marchara, yo me encontraba en mi hora de descanso cuando él me arrastró hasta su habitación… allí…— dijo abrazándose a sí misma, temblando solo de pensarlo.
—Si no puedes continuar lo entenderé, Paola.
—Sí puedo… tengo que contarlo ya o si no reventaré, ya no puedo vivir más con ese tormento.
—De acuerdo… continúa.
—Bien, una vez en su habitación, me arrastró hasta su cama pero yo me levanté para escapar. Él volvió a cogerme y con su corbata me ató las manos al cabezal de la cama. Yo me resistía a que me tocara pero poco pude hacer y creo que ya supondrás como sigue la historia…— dijo Paola sin mirarlo.
Hubo unos minutos de silencio en los que Jackson procedió a comprender todo lo que le había contado. Después de un rato, él dijo:
—Lo siento, Paola, quizás no debí haberte hecho pasar por esto. Con que me hubieras confirmado lo que decía el e—mail me bastaba.
—Lo sé pero es que necesitaba contárselo a alguien, porque hace unas semanas que recibí amenazas de una compinche de Seth, hasta consiguió el vídeo de las cámaras de seguridad del hotel, cosa que yo nunca pude hacer para demostrar la culpabilidad de ese hombre.
—Bueno, ya no tienes de qué preocuparte, no volverán a amenazarte y si lo hacen, me lo comunicas para brindarte la protección adecuada.
—Gracias, Jackson.
—De nada, puedes volver con Lucinda.
—Vale— dijo Paola sonriendo levemente pero antes de abrir la puerta, se giró y dijo— ¿te puedo pedir un favor?
—El que quieras…
—No se lo cuentes a nadie… me gustaría hacerlo yo cuando esté preparada.
—No te preocupes por nada…
Paola sonrió y sin decir nada más salió de allí. Una vez fuera del despacho, suspiró aliviada, era como si hubiese quitado un peso de encima aunque aún no lograra olvidarlo pero podía compartir con alguien su miedo.
Volvió al salón donde su amiga veía la televisión pero sabía que en realidad no la miraba. Desde hacía varios días que Lucinda no era la misma, era como si la hubiesen cambiado por otra. Como si la Lucinda alegre y divertida nunca hubiese existido y Paola sabía que eso se debía a ese medio vampiro de Alcander.
—Lucinda…— dijo Paola.
—¿Qué?
—¿Tú sabes dónde está Rebecca? Es muy raro… ni siquiera ha llamado.
Lucinda se encogió de hombros.
—Estará enferma.
—Como tú, maldita sea. ¿Es que ese medio chupóptero te ha quitado las pocas neuronas que tenías? Llevas unos días muy mal, ¡reacciona!
—Basta, Paola, déjame en paz por favor.
—No voy a dejarte en paz, abre los ojos, ¿qué te está haciendo ese chupóptero?
—¡Nada! ¡Déjame sola!
Lucinda se levantó y se fue a su cuarto. Hacía varios días que no sabía nada de Alcander y cada vez que lo llamaba, no contestaba. Se sentó en su cama y se abrazó las rodillas. Tenía ganas de llorar pero se había dicho que no lloraría, que eso era de débiles y ella ya había sido demasiado débil.
Miró por la ventana de su habitación deseando fervientemente que apareciese en cualquier momento. Esa agonía de no saber nada de él la estaba matando.

Pasaron dos días y Rebecca se encontraba cada vez más débil. Pensó que después de haberse divertido con ella la primera vez, se la entregarían a Seth pero no había sido así, aún permanecía allí, siendo utilizada por aquellos dos vampiros y no podía defenderse porque aún seguía atada.
No tenía fuerzas para soportar más dolor, su cuerpo estaba lleno de moratones y le dolía considerablemente. En ese momento lo único que deseaba era morir para dejar de sentir dolor por sí misma.
Aún seguía desnuda, apenas cubierta por unos retazos de lo que había sido su camisón. Aterida de frío miró al vampiro rubio, llamado Mitchell, suplicante. Este la miró indiferente y dijo:
—¿Qué quieres?
Ella solo pudo emitir unos leves gemidos a través de la mordaza lo que hizo sonreír a Mitchell.
—¿Qué? Perdona pero no te entiendo…
Rebecca se rindió, sabía que no conseguiría nada de esos malnacidos. Sólo le quedaba esperar la hora de su muerte.
Entonces apareció el otro vampiro, el moreno llamado Lewis, que miró a Rebecca con lascivia y ella se encogió de temor. Ese hombre era muy perverso con ella, la inmensa mayoría de los moratones de su cuerpo se los había hecho él.
—¿Cómo está hoy la perrita?
—Como estos últimos días— respondió Mitchell— no para de quejarse…
—Entonces tendremos que aplicarle un castigo para que aprenda ¿no crees?
—No podemos hacer nada más, tenemos que dársela a Seth.
—Al cuerno con Seth, yo quiero a esta perrita para mí y no la pienso compartir con ese bastardo. ¿Cómo voy a dejar escapar a esta preciosidad?
—Lewis, ya hemos hablado de esto, lo mejor es que se la demos a Seth y él decide si convertirla o no…
—¡Maldita sea, Mitchell! ¡Nos la vamos a quedar!
—¡No, Lewis! Ahora mismo se la vamos a llevar a Seth…
—Que te lo has creído…
Entonces, comenzó una ardua pelea entre los dos bajo la mirada asustada de Rebecca que veía a Lewis como el posible ganador de la batalla y comenzaba a ver su futuro muy negro.
Lewis cogió una estaca que tenía escondida y se la clavó a Mitchell en el corazón, una vez se aseguró de que estaba bien muerto, con sus propias manos lo despedazó y quemó las partes.
Rebecca comenzó a llorar desolada ante la imagen y cuando vio a Lewis despedazar el cuerpo del otro vampiro, gritó y sin saber si era de la impresión o propia de la debilidad que la atenazaba se desmayó.

 

Unas horas más tarde, Rebecca volvió a abrir los ojos. Lo último que recordaba era ver a Lewis cortando en trozos a Mitchell para luego quemarlo. Esto la alarmó y se incorporó gritando a través de la mordaza porque sabía lo peligroso que podría ser Lewis.
Este, que estaba en otra habitación rebuscando entre las cosas que habían dejado los antiguos dueños de la casa, la oyó y se fue hacia la habitación donde ella estaba. La mujer no dejaba de moverse, alarmada.
—¿Qué te pasa ahora?— preguntó Lewis malhumorado.
Ella intentó quitarse las ligaduras que la apresaban y como tenía los pies sueltos se levantó para escapar. Lewis, entonces, la sujetó por uno de los brazos y volvió a tirarla en la cama.
—Ah no, no te me vas a escapar, querida mía— dijo Lewis poniéndose encima de ella.
Ella forcejeó y pataleó sin dejar de gritar lo que hizo que Lewis le diera un puñetazo para que se callara pero no lo consiguió, es más, con eso lo único que consiguió fue que los gritos se hicieran mucho más sonoros para que cualquiera que pasase cerca de allí la oyera.
—Cállate, maldita zorra…— dijo— ¿es que quieres que vuelva a echarte otro polvo? ¿Quieres disfrutar de ese placer de nuevo?
Rebecca gritaba llorando, rogando para sus adentros que alguien viniera a salvarla para no tener que pasar por ese calvario otra vez.
Lewis comenzó a tocarla por todas partes, llegando a pellizcarla en otras. Este ya se había quitado los pantalones y se disponía a violarla nuevamente.
Los gritos de Rebecca se incrementaron cuando él comenzó a penetrarla con violencia.
—Nadie vendrá en tu ayuda, querida…— dijo con voz ronca el vampiro— nadie…

—¿Lo oíste?— preguntó una joven alta, de melena larga rojiza y ojos verdes a otra.
Ambas eran vampiresas con alma que estaban vigilando por la zona.
—Sí, alguien está gritando… y viene de allí— dijo la otra joven, de pelo corto castaño y ojos azules.
—Vayamos a ver.
Con la velocidad característica de los vampiros, llegaron hasta la casa abandonada de la cual provenían los gritos. Guardaron silencio cuando dejaron de oír los gritos y sólo les llegó el ruido de jadeos. Entraron en la casa y se guiaron por el pequeño resplandor que procedía de una de las habitaciones.
La pelirroja se puso un dedo en los labios para que su amiga guardara silencio y se asomó. Dentro vio a un vampiro violando a una joven que estaba inconsciente. Ella estaba amordaza y maniatada.
El cuerpo de la joven estaba lleno de moratones por todos lados y el pómulo izquierdo estaba ligeramente hinchado.
La vampiresa pelirroja miró la escena con odio hacia el vampiro. Le hizo una señal a la otra como que iban a atacar y así lo hicieron. Entraron sin previo aviso y sin más apartaron al vampiro de la joven.
Lewis las miró a ambas y decidió atacar a la pelirroja que parecía la más fuerte.
—¡Jane! Atiende a la mujer, yo me deshago de esta sabandija— dijo mirando al vampiro que tenía frente a sí con odio—. Sabandija por violar a una joven inocente.
—No sabes lo que dices— dijo Lewis— es una cazadora…
—En este momento es una inocente y tú vas a ir al infierno por lo que le has hecho.
Y comenzó una brutal lucha entre los dos mientras Jane atendía a Rebecca. Le quitó la mordaza y le tomó el pulso. Respiraba débilmente, bajó las manos en busca del alguna fractura. Tenía dos costillas rotas y probablemente alguna contusión más. Le desató las manos y la zarandeó levemente.
—Eh, despierta… ¿puedes oírme?
Pero Rebecca no contestaba. Jane miró a su compañera que ya había conseguido clavar la estaca en el corazón de Lewis y mientras este moría, la pelirroja decía:
—No eres más que un vampiro abusador, asquerosa rata de cloaca, ojalá te pudras en el infierno.
—Pues espero… verte a ti… en él…
—No lo creo…— sin decir nada más, clavó más hondo la estaca y lo remató— maldito…
Después de caer fulminado, la pelirroja troceó al vampiro y lo quemó justo donde había otras cenizas, probablemente de otro vampiro. Sonrió satisfecha al ver como el vampiro se convertía en cenizas.
—Maddy, hay que llevarla ante la Señora para que la cure… tiene dos costillas rotas y probablemente alguna que otra contusión. Aunque esos moratones son lo que más me preocupan… la mayoría se centran en el vientre y no puedo soportar más el olor de la sangre de sus muñecas…— dijo Jane tapándose la nariz.
—Pues rápido, ayúdame a llevarla hasta el coche.
Entre las dos cogieron a la joven y la llevaron hasta el coche de Maddy, un potente todoterreno que superaba las leyes de la física en cuestión de velocidad. Una vez dentro, Maddy lo puso en marcha y rápidamente partieron hacia el Refugio donde siempre estaba la Señora.

La Señora estaba en su laboratorio revolviendo un líquido en su viejo caldero. De repente, una imagen muy nítida apareció en él. Eran Maddy y Jane portando a una rubia en muy mal estado. Era una de las Cazadoras de la Rosa Negra, la cual había visto en sus múltiples visiones al caldero.
La imagen desapareció y salió de su laboratorio.
—Ethan…— llamó con voz solemne a su más fiel sirviente y amigo.
Ethan apareció al instante, era un joven de mediana estatura, delgado, con el pelo largo recogido en una cola baja de color ceniza y los ojos de color gris.
—¿Pasa algo, Zaronda?
—Avisa a algunos de los vampiros para que preparen una habitación, Maddy y Jane vienen con una inocente. Una cazadora.
—¿La viste en el caldero?
—Sí, la joven está en muy mal estado y creo que puede estar embarazada de un vampiro, lo sentí al verla y los grandes moratones en su vientre me lo demostraron.
—Es decir que habrá que provocarle un aborto.
—Sí, desde que llegue y la revise, nos preparamos para ello.
—¿Estás segura de que está embarazada?
—Por eso voy a revisarla primero.
—De acuerdo, Zaronda. Avisaré a los vampiros para que lo tengan todo dispuesto.
—Gracias, Ethan.
Al momento llegaron Maddy y Jane con la joven cazadora que aún no había recuperado el conocimiento.
—Seguidme— dijo Zaronda guiando a las dos vampiresas hasta una habitación que era una auténtica réplica de una habitación de hospital.
Las dos vampiresas depositaron a Rebecca, la cual estaba cubierta por una chaqueta, en la cama y Zaronda procedió a examinar a la joven.
—Tiene dos costillas rotas— dijo Jane.
—Sí y parece que en principio es eso…— dijo Zaronda.
Después de revisarla, sus manos pararon en el vientre de la joven. Maddy la miraba fijamente hasta que Zaronda le hizo una señal para que salieran. Maddy asintió una vez al captar el silencioso mensaje de la Señora.
—Jane, vayamos a buscar algo de ropa para la joven…
Después de eso, salieron de allí y Ethan entró.
—¿Y bien?
Zaronda asintió.
—Está embarazada y ya comienza a crecer en su vientre.
—Entonces preparo todo ¿no?
—Sí pero va a necesitar sangre, habrá que hacerle un análisis para averiguar qué tipo es.
—Yo me encargo— dijo Ethan.
Ethan cogió una jeringuilla y extrajo un poco de sangre del brazo de la joven, luego salió de allí rumbo al laboratorio. Zaronda tomó la mano de Rebecca y un repentino dolor acudió a la cabeza de la chaman. Cerró los ojos y divisó algo. Veía a un bebé rubio con la piel rosada. Era un bebé humano pero no era la criatura que llevaba en el vientre en ese momento.
Después de un rato, Ethan volvió con algunas bolsas de sangre.
—Ya podemos proceder al aborto.
Zaronda abrió los ojos y miró a su amigo.
—Tendrá otro bebé en el futuro. Será un bebé precioso.
—Pues procedamos a matar a esa criatura que crece ahora dentro de ella.
—Sí.
Entre los dos provocaron el aborto lo que hizo que Rebecca gimiera de dolor ya que comenzaba a recuperar la conciencia y se vieron obligados a sedarla para que no sintiera más dolor del que ya había sufrido.

Paola aún seguía preocupada por Rebecca y su misteriosa desaparición. Fue a la casa de Lucinda y le pidió que la acompañara a la casa de la doctora.
—Lucinda, no es normal lo de Rebecca ¿y si le ha pasado algo? A estas alturas ya hubiera llamado y no lo ha hecho.
—¿Y qué quieres?
—Vayamos a la casa de Rebecca.
—¿Para qué?
—Para ver si está en su casa o no, puede que le haya pasado algo, acompáñame por favor.
—Está bien, cojo el móvil y salimos.
—Antes no salías con el móvil ¿y ahora sí? ¿Acaso ese chupóptero te va a llamar?
—¿No puedo llevarme el móvil o qué?
Paola se encogió de hombros.
—Vale, vale, yo no me meto pero vamos.
Las dos salieron de allí y se dirigieron a la casa de Rebecca. Cuando llegaron, Paola llamó al timbre pero nadie contestó. Lo intentó varias veces y seguían sin contestar.
Lucinda miró la puerta fijamente y luego la empujó. Ésta estaba abierta. Paola la miró, sorprendida, su amiga también se sorprendió, no se esperaba que estuviera abierta. Entonces, las dos entraron lentamente y miraron alrededor.
—Ve tú a la cocina y yo voy al salón— dijo Lucinda, algo mosqueada.
Paola sonrió.
—Esta es mi Lucinda.
Sin más demora, las dos comenzaron a inspeccionar. Lucinda encontró un bote de helado de chocolate derretido y la televisión estaba encendida. Miró alrededor y cerca de la puerta del salón, la cual daba al pasillo, había un pañuelo arrugado. Lucinda se acercó, cogió el pañuelo y lo olió.
Entonces, le llegó un leve olor a algún tipo de líquido, demasiado difuminado como para detectarlo en un principio.
—¡Paola! ¡Ven rápido!
La joven apareció al momento.
—¿Qué has encontrado?
Lucinda le tendió el pañuelo.
—Huélelo.
Paola lo olió y se quedó pensativa durante un instante.
—Huele como a cloroformo.
—Yo huelo lo mismo… han secuestrado a Rebecca.
—Ahora entiendo por qué no daba señales de vida. Hay que decírselo a Jackson.
—Sí, volvamos a casa y llamo a mi padre de camino.
Paola asintió y salieron de allí.
Mientras volvían, Lucinda llamó a Jackson y le contó todo. Cuando terminó de llamar decidieron ir a mirar por los alrededores por si veían algo pero sus intentos fueron en vano.

Ireana había descubierto dónde vivía la famosa Lucinda y al verla se sorprendió bastante.
—Pero… ¿cómo es posible? No, no puede ser. Es igual que yo, la única diferencia es que ella tiene el pelo teñido de rojo con reflejos lilas pero de cara es idéntica a mí. Imposible. ¿Será descendiente de mi hermana? No.
La vampiresa se pasó una mano por el pelo, impresionada. Era como verse a sí misma en un espejo.
Decidió seguirla.
¿Sería descendiente de la hermana de Ireana? El parecido era demasiado para negarlo pero estaría dispuesta a averiguarlo todo.
Después de seguirla de vuelta a la casa de ella, volvió a la mansión y se puso a mirar en Internet todo lo relacionado con su familia pero toda esa información estaba restringida y no podía acceder a los archivos.
Frustrada, acudió a Seth en busca de un poco de consuelo.
Este se encontraba en el salón mirando por la ventana, así que se acercó por detrás y los cogió de la cintura.
—Hola, cariño…— le susurró ella al oído.
Él siguió mirando la ventana.
—¿Qué quieres, Ireana?
—Quiero estar contigo, haciendo el amor…— le susurró mientras le besaba el cuello.
—Ireana, no estoy de humor para eso ahora…
—¿Cómo que no? Siempre quieres hacerlo y más si es conmigo. Anda… podremos jugar, como a ti te gusta. Te dejaré hacer con mi cuerpo todo lo que quieras y lo sabes.
—No…
—Por favor, Seth, te lo suplico, mi cuerpo necesita de ti, necesita saciarse. Eres el único que me sabe dar lo que quiero.
Seth se giró y la miró. Ella le miró suplicante y él, finalmente, asintió. Ireana sonrió y lo besó ardientemente en la boca.
—Ve a prepararte, entonces. No me gusta verte vestida así, sabes que me gustan muchos los vestidos— dijo él apartándose de ella.
—De acuerdo.
Dicho esto, salió del salón para ponerse un vestido y esperarlo en la habitación donde harían el amor hasta quedar saciados.

 

Rebecca se llevó una mano al vientre, el cual le dolía bastante. Gimió levemente y abrió los ojos. La luz que tenía encima le molestaba los ojos, una vez acostumbrada miró a su alrededor.
Debía de estar muerta porque lo que veía todo era blanco y al mirar a un lado vio a una mujer. Rápidamente se incorporó y se tapó con las sábanas.
—¿Quién es usted?— preguntó temerosa. La mujer comenzó a acercarse lentamente— ¡no se acerque! ¡Váyase!
—Tranquila…— dijo la mujer— no voy a hacerte daño.
Rebecca se encogió aún más y sintió un fuerte dolor en el vientre. Hasta ese momento no se había dado cuenta que tenía una vía en el dorso de la mano por la cual entraba sangre. Se fijó mejor en la habitación y se percató de que era una habitación de hospital aunque mucho más grande.
Dolorida, preguntó:
—¿Dónde estoy?
—Estás en la base secreta de la Hermandad de la Luna Creciente. Una hermandad de vampiros con alma.
—¿Vampiros con alma?
—Sí pero no te preocupes, ninguno te hará daño, son vampiros buenos.
—Pero sois vampiros.
—Yo no soy vampiresa y aunque ellos lo sean, no van a hacerte daño. No matan a inocentes, es más, ellos los salvan de los vampiros de Seth.
—¿Cómo he llegado aquí?
—Dos de mis vampiresas te salvaron cuando el vampiro que te tenía prisionera te estaba violando.
Rebecca se tapó los oídos, no quería oír hablar de eso y aún así no pudo evitar llorar. La mujer la miró y tomó una de las manos de Rebecca.
—No volverá a hacerte daño, está muerto y hecho cenizas.
—Nadie podrá matar todo lo que sufrí. Me lo hacía día sí y día también. Era un infierno…
—Me lo imagino pero podrás superarlo, es más, estoy segura de que lo superarás.
La mujer le acarició el pelo cuando, en ese momento, entró en la habitación un hombre. Rebecca, al verlo, se asustó y comenzó a gritar.
—¡Que se vaya! ¡Dile que se vaya! ¡Que me dejen en paz!
Se volvió como una loca, llorando y gritando sin parar.
La mujer miró al hombre mientras sujetaba a Rebecca.
—Ethan, sal de aquí, rápido.
Ethan asintió y salió de allí. Rebecca seguía gritando.
—¡Déjame! ¡Déjame, por favor!
—Tranquila, ya se ha ido, ya se fue. Si te tranquilizas te dejo pero relájate.
Rebecca, llorando, se abrazó a la mujer, ésta la consoló hasta que cayó profundamente dormida.

Los cazadores se reunieron para ver si sabían algo de Rebecca pero nadie sabía absolutamente nada. Era como si se la hubiese tragado la tierra. Después de la reunión, Lucinda volvió a su cuarto.
Con el paso de los días, la joven había recuperado parte de su talante y casi no solía pensar en Alcander.
En su habitación, la joven se desvistió para ponerse el pijama pero no estaba en el ropero.
—¿Dónde está el pijama?— se preguntó mirando por toda la habitación.
Entonces, comenzó a buscarlo por todos lados. Ni siquiera se había dado cuenta de que había alguien asomado a la ventana hasta que se giró y lo vio.
Asustada, gritó pero esa persona, rápidamente corrió y le tapó la boca.
—No grites… ¿o quieres que me descubran?
Era él, era la voz de Alcander. Rápidamente, Lucinda se apartó y se tapó con la manta de su cama que cogió sin pensárselo.
—¡¿Es que estás loco?! ¿Cómo te atreves a asustarme así?
—Lo siento, no quería asustarte y tampoco pensé encontrarte con esas pintas.
—¿Cómo te atreves a venir aquí cuando tú mismo me echaste de tu lado?
—Por eso mismo he venido, para pedirte disculpas.
—Ya es un poco tarde para eso ¿no crees? Ni siquiera consultaste conmigo si yo quería alejarme de ti para mi seguridad. Lo decidiste por ti mismo y cómo ves estoy cumpliendo tus condiciones, cosa que tú ahora mismo no. Así que por favor, me gustaría que te fueras.
—Lucinda, escúchame primero antes de que me vuelvas a echar.
—No tengo nada que escuchar, lo dejaste todo muy claro, te pedí que no te alejaras de mí y me echaste de tu lado como si fuese un perro sarnoso.
—Eso no es cierto, te dije que era mejor que nos alejáramos por tu seguridad.
—¿Y cómo sabes lo que es seguro para mí? ¿Te basas en el hecho de que tú eres un vampiro y yo una cazadora? Creí que eso no te importaba hasta hace un tiempo, cuando decidimos ser amigos…
—Por Dios, Lucinda, escúchame.
—No pienso escucharte, tú no lo hiciste conmigo…
—Pues quieras o no, te voy a decir que te vigilan, los vampiros de Seth han descubierto donde vives… y puede que os ataquen pronto.
—Eso es problema nuestro… ahora por favor…— dijo señalando hacia la ventana.
Alcander la miró y pudo comprobar el dolor en la mirada de ella, no tenía que haber ido pero era importante y porque sentía que necesitaba verla.
—No me iré…
Lucinda abrió los ojos, sorprendida.
—¿Cómo has dicho?
—Que no me iré… vamos a hablar.
—No, ni de coña… voy a salir de la habitación, cuando vuelva no quiero verte aquí.
La joven se dirigió hacia la puerta pero él la sujetó del brazo y la atrajo hacia sí, chocando su espalda con el fuerte torso de él.
—No lo dices en serio…— le susurró.
—Alcander, suéltame…— dijo ella intentando apartarse de él pero sus manos parecían de hierro pesado— no quiero verte, no quiero oírte, quiero olvidarme de ti…
—¿Por qué?
—¡Porque tú me obligaste! Dijiste que me fuera de tu lado y lo intento pero tú siempre vuelves a reabrir la herida…
—Lo siento, Lucinda, quiero conservar nuestra amistad pero la Señora no me lo permite.
—Pues hazle caso a esa mujer y déjame en paz.
—No quiero hacerle caso… te aprecio mucho como para alejarme de ti.
—No dices más que mentiras, Alcander… aléjate de mí, lo único que consigues con esto es hacerme más daño.
—Por eso he venido, para ver si estabas bien y estoy viendo que no… estás más delgada… ¿es que no estás comiendo?
—¿A ti qué te importa? Déjame, Alcander…
—No seas pesada, Lucinda, ya me machaco yo bastante con la situación, no me lo hagas más difícil.
—No me lo hagas difícil a mí, me echaste de tu lado y eso duele…
—Lo siento…
—Es tarde para pedir disculpas, el daño ya está hecho y comenzaba a curarme hasta que has aparecido de nuevo aquí…
—Pues mírame a los ojos y dime que me vaya, entonces no volveré nunca más.
Alcander la giró hasta quedar frente a frente. Ella apartó la mirada pero él la obligó a mirarlo. Entonces, ella cerró los ojos, dolida.
—Mírame, Lucinda, sólo así sabremos lo difícil de esta situación.
—No me hagas esto, Alcander…
—Pues mírame y dímelo, dime que me vaya.
Las lágrimas abordaban los ojos de la joven, quien sin poderlo soportar más, rompió a llorar.
—No puedo… no puedo hacerlo…— la joven se arrodilló en el suelo, cubriéndose el rostro— no puedo, Alcander, no puedo hacerlo. No puedo soportarlo más, me he dicho que no voy a llorar más pero no puedo más… se me han juntado muchas cosas a la vez… Rebecca ha sido secuestrada y no sabemos nada de ella… tememos que haya sido Seth quien la ha secuestrado y que no volvamos a verla más…
Alcander se arrodilló junto a ella y la abrazó.
—No sabía nada…
—La hemos buscado por todos lados pero no la encontramos por ninguna parte… estoy derrotada… ya no tengo ganas de hacer nada, casi ni salgo y todo por tu culpa— dijo ella dándole puñetazos en un hombro con una mano— sólo esperando para ver si venías a verme pero no aparecías. El dibujo ya casi ni se ve, se ha borrado parte de él porque era lo único que tenía de ti y de Javier pero ya no me queda ni eso…
—Lucinda…— susurró él acariciándole el pelo— lo siento…
Ella se apartó un poco de él para mirarle a los ojos. Sin poderlo evitar, lo besó tiernamente.
Sin saber muy bien por qué, Alcander respondió al beso y ella le pasó los brazos por el cuello para luego enredar los dedos en el pelo de él. Las manos de Alcander, descendieron lentamente por la melena de ella hasta llegar a la suave piel de la espalda de ella.
Lucinda le mordió el labio superior a él, se apartó y lo miró. Se mordió el labio inferior.
—Lo siento… no debí besarte de nuevo…
Lucinda se cubrió con la manta por completo y se levantó mientras él la miraba. Ella rebuscaba por toda la habitación hasta que encontró su pijama y se lo puso. Cuando terminó de vestirse, lo volvió a mirar.
Este estaba ya de pie y apoyado junto a la ventana. La miraba fijamente y ella apartó la mirada avergonzada.
—Puedes marcharte, si quieres… lo entenderé…
—Tengo que irme pero volveré para verte, la Señora no me va a impedir que rompa nuestra amistad.
Él hablaba como si el beso no hubiese significado nada y eso le dolió a Lucinda que tenía los labios doloridos por el intenso beso que se habían dado.
Vio cómo se marchaba y después se acostó en la cama, pensativa.

Al día siguiente, Jackson envió a Paola y a William a los sitios que más solía frecuentar Rebecca para ver si sabían algo de ella.
—Nada, aquí tampoco saben nada de ella…— dijo William saliendo de la tienda donde siempre compraba Rebecca.
—Es imposible que haya desaparecido así como así— dijo Paola— tienen que haber dejado alguna pista. Si supiéramos qué hizo antes de desaparecer…
—No la vamos a encontrar… ya hemos buscado por todas partes y hemos buscado las posibles pistas pero no hay nada a excepción del pañuelo que encontró Lucinda en la casa.
—Mira que eres negativo…
—Negativo no, realista… ¿y si Seth ya la mordió? ¿Y si la mató o la convirtió? Ya no habrá nada que hacer.
—¿Cómo puedes decir algo así? Rebecca va a aparecer, estará viva y siendo humana.
—¿Cómo estás tan segura? Si la secuestró Seth, ya no hay nada que hacer, él no la va a dejar libre así porque sí. Los que son llevados a él acaban muriendo o siendo convertidos. Estamos buscándola en vano, no tenemos nada con qué sostenernos, no sabemos si la secuestraron unos vampiros o no y no sabemos qué hizo ese día.
—Joder… ¿no puedes ser un poco más positivo? ¿No eres capaz de guardar la esperanza al menos un poco? Los demás la tenemos y no descansaremos hasta saber qué ha sido de ella, si tú no quieres, pues díselo a Jackson y que él decida qué harás, ahora déjame en paz que yo voy a seguir buscándola.
Dicho eso, la joven se alejó de William. Este la siguió.
—Sabes que no pienso dejarte sola, las mujeres del grupo deberán ir siempre acompañadas…
—Sé cuidarme sola.
—Ya claro y por eso aquella vez te hirieron en el hombro y casi te mueres desangrada.
La joven se detuvo y lo miró enfadada.
—Eso ha sido un golpe bajo, el vampiro que me atacó era más fuerte que yo y casi no consigo matarlo.
—Y sabes cuidarte sola…— dijo el chico irónico— yo voy a seguirte igual, Jackson así lo ha ordenado y me pidió encarecidamente que cuidara de ti con mi vida si hacía falta, aunque no entiendo por qué.
Paola miró a William, estaba allí para protegerla por orden de Jackson, el único que sabía lo de su violación.
—William, no hace falta que le hagas caso a Jackson, exagera. Lucinda está mucho más expuesta que yo.
—Eso fue lo que dije yo pero no me hizo caso. Me dijo que Lucinda no iba a dejar que la acompañaran a ningún lado.
—¿Y piensa dejar que su hija vaya por ahí sola?
—No sé a dónde va a ir, hace muchos días que no sale de la casa y lo sabes…
—Ya lo sé pero aún así, puede escaparse por la ventana o yo que sé.
—Eso también lo dije yo pero nada…
—Yo de verdad, no entiendo a este hombre y mucho menos a su hija… no puede dejarla sola porque si no irá a buscar a…— de repente se tapó la boca.
—¿A buscar a quién?
—No, a nadie, no me hagas caso.
—¿A quién iría a buscar mi prima?
—A nadie, en serio…
—¿Es que acaso se ha echado novio?
—¡No!
—¿Entonces?
—Nada, no me hagas caso, en serio.
William se encogió de hombros y los dos siguieron inspeccionando por la zona.

 

Varios días más tarde, Rebecca se recuperó de lo del aborto y fue atendida por una vampiresa que en su vida humana había sido psicóloga. Poco a poco comenzó a soportar ver a los hombres pero aún sentía mucho miedo si la tocaban.
Un día, Zaronda la llamó al salón y la invitó a tomar algo de beber.
—Tenemos que hablar, Rebecca.
—¿Pasa algo, Zaronda?
—Debes volver con los cazadores. Tu sitio está con ellos.
—Zaronda, aún no estoy preparada, además ya te conté lo que sucedió con Jackson.
—Rebecca, he visto lo preocupados que están, todos te buscan desesperadamente.
—Pero es que no puedo volver, Jackson tenía razón, debí contarle lo de aquel inocente.
—No creo que él ahora piense en eso.
—Aún así…
De repente la puerta se abrió bruscamente.
—Nadie me va a impedir hablar con la Señora— dijo la persona que había entrado en la instancia.
Rebecca se giró y vio a un joven de pelo corto castaño oscuro y ojos color miel. Un completo desconocido para ella, esto la hizo encogerse en el sillón dónde estaba sentada, algo temerosa.
—Alcander, no puedo atenderte ahora— dijo Zaronda.
—Pues lo harás, me da igual con quien estés.
—Primero debo hablar con ella, tendrás que esperar un momento.
Alcander miró a Rebecca y rápidamente se percató de quién era.
—¿Eres Rebecca?
La joven no respondió a lo que Zaronda preguntó:
—¿Cómo lo sabes?
—Bueno…
—Has vuelto a verla ¿verdad?— preguntó Zaronda— Alcander, te dije que no podías volver a ver a esa chica, los peligros os atañen y si estáis juntos, el peligro será doble.
Rebecca los miró a ambos confusa y sin dejar de mirar al chico, le preguntó:
—¿De qué chica hablas?
Alcander no contestó en un principio. Miró a Zaronda, la cual suspiró hondo.
—Díselo, tarde o temprano se va a enterar…
Alcander miró a Rebecca y contestó.
—Hablo de Lucinda.
—¿Lucinda? ¿Es que la conoces?
—Sí— dijo Alcander— la conozco desde hace bastante tiempo… pero la Señora— dijo mirando a Zaronda— no me deja ser su amigo…
Rebecca miró a Zaronda.
—No entiendo nada… ¿cómo es posible que un vampiro con alma conozca a Lucinda?
La chaman fue a contestar pero Alcander la interrumpió.
—Ya contesto yo…— dijo el chico— no sé si recordarás una noche en la que ella desapareció y volvió a su casa al día siguiente con una herida en un costado…
—Sí… me dijo que un chico la salvó y que la amiga de este la curó… un momento… ¿ese chico…?
—Ese chico fui yo… desde ese día hemos estado viéndonos para ayudarnos a encontrar a Seth ya que a ambos nos mueve el afán de capturarlo y matarlo pero ahora tengo eso prohibido…
—Entonces, cuando perdió la memoria…— dijo Rebecca pensativa y luego lo miró— ¿cómo te llamas?
—Alcander.
—El nombre que ella decía en sueños…— la joven se tapó la boca con la mano.
—Ya basta, Alcander, sal de aquí ahora mismo— dijo Zaronda— sabes que no voy a permitir acercarte a esa joven…
Alcander la miró fijamente y sin decir más salió del salón, ofuscado, lo que hizo que Rebecca mirara a Zaronda.
—¿Qué sucede?
—Nada, no te preocupes…
—¿Cómo que nada? No puedes separarlos…
—Debo hacerlo por el bien de los dos…
—Con eso solo consigues el sufrimiento de los dos porque estoy segura que Lucinda está sufriendo mucho con no poder estar cerca de ese chico.
—Ya lo sé, Rebecca, pero Alcander podría morderla y entonces él sería un vampiro sin alma y ella estará muerta… lo hago justamente por eso porque aparte, Alcander no quiere convertirse en humano cuando le he dado la posibilidad de hacerlo.
—¿Por qué?
—Porque quiere acabar con Seth y para eso necesita su fuerza de vampiro. Es más, ya me ha dicho que cuando vea a Seth muerto y hecho cenizas, quiere que lo maten a él.
—¿Estás queriendo decir que él sigue siendo vampiro porque lo mueve la venganza hacia Seth?
—Sí, ya después de eso, como no tiene nada que hacer, prefiere morir.
—Si Lucinda y él se llevan tan bien como me parece, eso la destrozará…
—Es la decisión que él ha tomado, es posible que no desista de su decisión.
—Entonces Lucinda necesitará apoyo cuando eso pase.
—Y tú puedes ofrecerle tu apoyo si vuelves con los cazadores.
—De acuerdo, volveré con los cazadores.
Zaronda sonrió complacida.
—Me encargaré yo misma de llevarte e iremos con algunos de los vampiros, estaba pensando en firmar un acuerdo con Jackson para unirnos y luchar juntos contra Seth.
—Eso sería maravilloso, nosotros solos no podemos contra tantos vampiros.
—Pues ve a prepararte que salimos en un rato, ahora hablaré con Alcander.
Rebecca asintió y salió del salón dando paso a Alcander.
Este, al entrar, miró a Zaronda ofuscado y se cruzó de brazos.
—Alcander… lo que quieres hacer es muy serio… pones en riesgo tanto tu opción de ser un mortal de nuevo y la seguridad de ella.
—Lucinda está sufriendo y todo por tu culpa ¿lo sabías? ¿Has visto cómo está ella desde tu calderito? ¿Tú viste cómo lloraba cuando la fui a ver? ¿Viste cuando me suplicó que no me alejara de ella?
—Alcander…
—¡No! Me vas a escuchar ahora tú a mí… Ella está sufriendo porque se siente sola, tenía al bebé que encontró, apareció el padre y se lo llevó, me tenía a mí y tú me tienes prohibido verla… Rebecca fue secuestrada y la preocupación la desborda ¿sabías que ha perdido peso? ¿Sabías que está muy desmejorada? ¿Por qué quieres arruinarle su vida? Déjame seguir siendo su amigo.
—¿Su amigo solo o quieres ser algo más que un amigo?
Esta pregunta hizo pensar al chico. ¿De verdad quería ser solo su amigo o algo más?
—Eso a ti no te incumbe.
—Sí me incumbe porque estamos hablando de una joven inocente que correr el riesgo de ser mordida por ti…
—Yo no voy a morderla.
—Ya claro… entonces lo que vi en el caldero es mentira…
—Ves el futuro y muchas veces lo que ves es incierto… también es posible que sea…— dijo pero calló en ese momento apretando los puños con fuerza.
—¿Que sea él?— preguntó Zaronda mirándolo fijamente.
—Es posible…— dijo Alcander— yo nunca mordería a una amiga y menos a Lucinda.
—¿Estás queriendo decir que no sé diferenciarte de tu hermano gemelo?
—Es una posibilidad… nos has confundido alguna que otra vez…
—Vamos, Alcander, sé diferenciaros perfectamente, sois iguales pero sé quién eres tú y quién no…
—Mira, déjalo, no quiero seguir discutiendo… y no me vas a impedir seguir viendo a Lucinda.
—Es una locura…
—Es mi locura y yo cargaré con las consecuencias ¿entendido? Pues bien…
Sin decir más, el joven salió de allí y Zaronda suspiró. Si no iba a ceder él, ella tendría que vigilarlo constantemente.

Una vez, Rebecca estuvo lista, se unió a Zaronda y a una pequeña comitiva de vampiros, los cuales se subieron en un coche mientras Zaronda y ellas se subían en otro. Se pusieron en marcha. Rebecca no dejaba de retorcerse las manos, nerviosa. Zaronda la miró y le puso una mano en el brazo a modo de apoyo.
—No te preocupes por nada, todo saldrá bien, te lo prometo.
—Tengo miedo, ¿y si no quiere que siga siendo una cazadora?
—No lo hará… confía en mí, pequeña.
—¿Tendré que contarle lo que pasó? Quiero decir, lo del… secuestro— la última palabra se le atragantó en la garganta.
—Si quieres se lo puedo contar yo…
—Me aliviaría mucho… no sé si me sentiré con fuerzas para volver a revivir esa experiencia.
—Pues entonces, tranquilízate y observa el paisaje que hace días que no ves.
Rebecca asintió y miró por la ventanilla del coche todo lo que pasaba ante sí. En un momento se pusieron delante de la casa de Jackson. Esto la puso aún más nerviosa de lo que ya estaba. Temía la reacción de él al verla.
Zaronda y los vampiros se bajaron de los coches, Rebecca esperaría un poco, tenía que sacar valor para salir del coche. Tomó aire y salió del coche abrazándose a sí misma con miedo. La chaman tocó el timbre y esperó.

Jackson, que estaba reunido con los cazadores, sintió el timbre y se acercó a abrir. Cuando lo hizo se encontró con una mujer seguida de varias personas bastante pálidas y con gafas de sol. Parecían vampiros.
—¿Eres Jackson?— preguntó la mujer mirándolo fijamente.
—Sí— dijo él mirándola con sospecha— ¿quién eres?
—Me llamo Zaronda y traigo a alguien a quien creo que buscabas…
Jackson la miró sin comprender mientras la mujer se hacía a un lado al igual que los que la seguían y pudo ver una silueta con la cabeza gacha y cayéndole su espesa melena rubia, tapándole la cara pero sabía quién era.
—¡Rebecca!
Ella se encogió aún más mientras los demás cazadores, al oír a Jackson, se asomaban a la puerta. El padre de Lucinda, se acercó a ella y esta se cubrió con las manos como si le fueran a pegar y ella se defendiera. Él la miró confundido y ella con cierto temor.
—Ho… hola Jackson…
—Rebecca… ¿qué te pasa?
—Nada…— dijo Rebecca abrazándose a sí misma.
Los cazadores los miraron, sorprendidos del comportamiento de Rebecca. Jackson entonces miró a Zaronda.
—¿Qué tiene? ¿Por qué se cubrió de esa forma?
—Puedo explicárselo pero no aquí.
Lucinda salió en ese momento y se acercó a Rebecca.
—¿Rebecca?
Esta miró a la joven y sonrió levemente. Lucinda le tendió la mano y Rebecca se la dio. La hija de Jackson sonrió y la abrazó fuertemente.
—Hola Lucinda— dijo Rebecca.
—Estás bien— dijo aliviada—, fui a tu casa y encontré el pañuelo con cloroformo y me temí lo peor.
—Ya estoy aquí así que no hay de qué preocuparse.
—Ven, vamos dentro, debes de estar cansada.
Las dos entraron en la casa y Jackson dejó pasar a Zaronda pero no a los que la seguían, no se fiaba de su aspecto. Estos dos pasaron al despacho de él y ella le contó todo lo sucedido mientras Lucinda, Paola y Rebecca se encontraban en la cocina hablando.
—¿Quieres tomar algo?— preguntó Lucinda acercándose a la nevera.
—Un poco de agua, por favor, tengo la garganta seca.
Lucinda le sirvió el agua y Paola sin poder aguantar más las preguntas que tenía en mente, preguntó:
—¿Dónde has estado todo este tiempo?
Rebecca bebió un sorbo de agua, dejó el vaso de agua y sin mirarla contestó:
—Sinceramente, no lo sé… cuando se pasó el efecto del cloroformo me encontraba en un sitio lúgubre, oscuro y frío…— dijo la joven abrazándose— estaba indefensa puesto que los que me secuestraron me maniataron…
—¿Te secuestraron unos vampiros?
Rebecca asintió.
—¿Y qué pasó?
Rebecca tragó saliva y miró a Paola.
—No me pidas que cuente lo que pasó por favor, es muy doloroso como para recordarlo.
—¿Es que te violaron?
—¡Paola! Basta, ¿no ves cómo está?— la detuvo Lucinda.
Paola miró a su amiga y dijo:
—Si realmente la violaron no hay problema en contarlo… la mejor forma de superarlo es contarlo, se le quita a una un peso de encima…
—¿Cómo lo sabes?— preguntó Lucinda.
—Porque a mí también me violaron.

 

Lucinda y Rebecca miraron a Paola, sorprendidas.
—¿Qué has dicho?— preguntó Lucinda sin poder creer lo que acababa de oír.
—Que a mí me violaron.
—Pero… nunca me has contado nada.
—No quise contárselo a nadie hasta hace unos días que se lo conté a Jackson.
—¿Se lo contaste a mi padre?
—Sí… Lucinda, nadie lo sabía pero al parecer los secuaces de Seth lo descubrieron y me amenazaron. Me dijeron que si no te raptaba para entregarte a Seth contarían lo de mi violación.
Lucinda que estaba de pie, se apoyó en el muro de la cocina, sorprendida.
—No puede ser…
—Paola tiene razón…— dijo Rebecca que había permanecido callada— a mí también me amenazaron con contar un terrible secreto que guardaba.
La joven la miró.
—¿Qué secreto?— preguntó con voz apenas audible.
—Maté a un inocente hace algunos años.
Lucinda se llevó una mano a la frente.
—Dios, pensé que confiabais en mí… os amenazan y no me lo contáis… ¿en qué pensabais? No me iba a enfadar.
—Lo siento, Lucinda, pero no podía hacerlo… de verdad que quise pero no podía, pensé que sólo me amenazaban a mí y que les iba a parar los pies antes de que os enterarais todos— dijo Paola.
—Aún así… te amenazaron para que me raptaras…— luego las miró a ambas— os amenazaron… a saber a quien más amenazaron…
—Probablemente a todos los cazadores que no fueran tu padre o tú…— dijo Rebecca.
—No me lo puedo creer… de verdad…— Lucinda se sentó en una silla y miró a Paola— ¿cómo fue que te violaron?
Paola le contó todo lo de la violación bajo la atenta mirada de Lucinda y Rebecca. Al terminar, dijo mirando a Rebecca:
—Por eso te digo que lo cuentes, te sentirás mejor y más si es a las personas a las que quieres…
Rebecca comenzó a sollozar y Paola la abrazó.
—Lo pasé muy mal, Paola, no creo que pueda contarlo…
—Inténtalo, no hay mejor psicólogo que uno mismo o si no mírame a mí… hacía tiempo que no me acordaba de la violación hasta hace poco que fue cuando me amenazaron… y me siento bastante mejor desde que he podido compartirlo con alguien.
Lucinda las miraba, sorprendida. No podía creer lo que acababa de oír de los labios de su amiga. Paola había sido violada y ni siquiera en aquella época se dio cuenta. Todo por rebelarse contra su padre y escaparse casi siempre de casa. La joven apretó los puños hasta que los nudillos se le quedaron blancos.
Paola la miró.
—Lucinda, no te enfades por favor…
—No estoy enfadada contigo si no conmigo misma. Si no me hubiese escapado de mi casa tantas veces y no hubiese desaparecido durante tanto tiempo me habría dado cuenta.
—No— dijo Paola negando con la cabeza— estoy segura de que no te hubieras dado cuenta… lo oculté tanto como pude y parece ser que funcionó porque nadie se dio cuenta de nada.
—Eres mi amiga, seguro que me hubiera dado cuenta. Joder, Paola, que es un tema serio, estás hablando de una violación, de tu violación… ¡Dios!
—Para ya, Lucinda, tú hiciste mucho por mí aunque no te dieras cuenta… me hiciste reír cuando apenas tenía ganas de seguir adelante con todo. Tú, tus bromas y todos los cazadores me hicieron seguir adelante, no podía dejarme caer cuando había inocentes en peligro y que estaba en mi mano salvarles matando a esos vampiros.
—Perdona por no haberme dado cuenta de nada— dijo Lucinda.
—No hay nada que perdonar, Lucinda, nadie se habría dado cuenta de nada… olvídalo, anda. Además, Rebecca puede contarnos ahora lo que sucedió exactamente.
Entonces, Rebecca les contó lo sucedido, entre lágrimas, a las dos jóvenes que no podían creer que ella hubiese pasado ese calvario.
—Uno de ellos me dejó embarazada y Zaronda me provocó el aborto…— decía sin dejar de llorar.
Paola le cogió las manos que descansaban sobre la mesa.
—¿Te sientes mejor después de haber descargado todo ese peso?
—La verdad es que sí…— reconoció Rebecca.
Lucinda se quedó pensativa ante las palabras que había dicho Rebecca.
—¿Dices que Zaronda dirige una hermandad?— preguntó la joven mirando a Rebecca.
—Sí, una hermandad de vampiros con alma.
—Dime que no es la Hermandad de la Luna Creciente, por favor. Dime que esa mujer no es la famosa Señora…
—Sí, es ella y también he conocido a otra persona a la que creo que tú conoces.
Lucinda la miró.
—¿Conociste a Alcander?
—¿Conociste al medio chupóptero?— preguntó a la vez Paola frunciendo el ceño.
—Sí, entró como un energúmeno en el salón cuando yo hablaba con Zaronda diciendo que no iba a permitir que ella rompiera la amistad que él tiene contigo…
Lucinda la miró esperanzada.
—¿En serio dijo eso?
—Sí… supongo que era por él por lo que estabas tan rara antes de que yo desapareciera.
Lucinda desvió la mirada.
—Ese medio chupóptero le ha carcomido los sesos… es como si no pensara por sí misma, no hacía nada de nada…— dijo Paola cruzándose de brazos.
—La Señora no le deja verme…— dijo Lucinda bajando la mirada— él me ha dicho que lo hace por mi seguridad pero yo no sé qué pensar.
—Él quiere seguir viéndote, cariño, por eso fue a ver a Zaronda.
—Tengo que hablar con ella…— dicho esto, Lucinda se levantó y se dirigió al despacho de su padre. Justo cuando iba a tocar, oyó la conversación de estos.
—Tanto vosotros como nosotros nos necesitamos para acabar con Seth— dijo Zaronda.
—No lo veo, señora, me pide que colabore con vampiros…
—Son vampiros con alma…
—Aún así, son vampiros… ¿quién le dice que un día no puede decidir uno de ellos atacarnos?
Lucinda abrió la puerta sin llamar primero y dijo:
—¿Acaso nosotros no los atacamos a ellos también? ¿Te has parado a pensar en los posibles vampiros con alma que has matado?
—Lucinda, ¿qué haces aquí? Pensé que estabas con Rebecca.
—Y lo estaba pero quería hablar con esa mujer con la que hablas… pero dime, papá, ¿te has parado a pensar en eso?
—Hija, no te metas en esto.
—¿Cómo que no me meta? Quieren ayudarnos y tú rechazas su oferta.
—¿Se puede saber por qué defiendes tanto a esos vampiros?
Lucinda dudó de lo que quería decir hasta que finalmente dijo:
—Los defiendo porque nos han traído de vuelta a Rebecca y está viva… ¿esta mujer te ha contado todo lo que sufrió Rebecca durante su secuestro? ¿Te lo ha contado?
—Algo me ha dicho pero nada relevante, simplemente que la secuestraron.
—¿Y no te contó que la violaron diariamente? ¿Qué terminaba uno y comenzaba el otro? Porque habían sido dos vampiros los que la secuestraron… ¿te contó también que ella tuvo que provocarle un aborto a Rebecca porque uno de eso malditos vampiros la dejó embarazada? ¿No te ha contado nada?
—Lucinda— dijo Zaronda— no quería contar nada porque eso es decisión de ella.
La joven miró a la chaman.
—¿Y cree que ella podrá contarle esto a mi padre? ¿A un hombre? Ya vio su reacción cuando él se acercó. No puede tener a ningún hombre cerca sin que se encoja de terror.
—Antes era peor— dijo Zaronda— hasta hace unos días no podía ni verlos sin llorar y gritar como una loca… una psicóloga la ha estado atendiendo. Una de mis vampiresas fue psicóloga en su vida humana.
Lucinda miró a su padre.
—¿Aún sigues sin convencerte, papá? ¿Aún quieres seguir trabajando por tu cuenta teniendo la opción de unirnos y ser un gran grupo contra los vampiros de Seth?
—Es una decisión muy difícil, no puedo poner en peligro a los míos.
—¡Maldita sea, papá! ¡Ellos quieren ayudarnos y nosotros también podemos ayudarlos a ellos! ¿Es que tanto te cuesta entenderlo?
—¿Y a ti se puede saber qué te ha dado ahora?
William que pasó por allí, oyó toda la conversación y se extrañó ante el comportamiento de su prima. ¿Tendrá algo que ver con lo que dijo Paola hace unos días?
—Que siempre pretendes dirigir a todos a tu manera y a veces tus métodos no son los adecuados, papá… así que recapacita sobre lo que haces…
Sin decir más nada, salió del despacho y subió a su habitación. Todos la miraron subir las escaleras, incluidos Rebecca y Paola que salían de la cocina en ese momento.

Lucinda entró en su habitación dando un portazo. Estaba harta de las decisiones que tomaba su padre. Todo lo que hacía o decía iba a misa pero no tenía en cuenta la opinión de los demás. En ese momento, los cazadores necesitaban ayuda y más desde que ella sabía que Seth los vigilaba.
Justo cuando se tiraba en su cama, alguien tocó en la puerta.
—Lucinda, soy William ¿puedo pasar?
—Pasa…— dijo con malhumor.
Su primo abrió la puerta y entró.
—¿Se puede saber qué te pasa?
—¿A mí? Nada— dijo con retintín.
—¿Cómo que nada?
—Nada, no me pasa nada...
—Vamos, Lucinda, dime qué pasa.
—Joder, William, papá no quiere que le ayuden y lo necesitamos. Es un testarudo. Necesitamos ayuda.
—Pero Lucinda, ¿has visto a esos vampiros?
—Claro que los he visto y gracias a ellos, Rebecca está viva, lo menos que podemos hacer es dejar que nos ayuden y agradecérselo.
—No entiendo a qué viene esto, Lucinda, estás comenzando a comportarte como la otra vez.
—William, no estoy de humor para aguantar sermones.
—Pues me vas a escuchar, soy tu primo y me preocupo por ti, quiero saber qué te pasa, quiero saber a qué viene ese comportamiento tuyo. Te pasas unos días de lo más pesimista y no quieres ni salir de aquí y otras veces te rebelas como has hecho hace un momento. ¿Qué te pasa?
—No me pasa nada, lo que pasa es que nadie quiere ver que necesitamos ayuda.
—Lucinda, escúchame, no estoy hablando de si necesitamos ayuda o no, estoy hablando de ti y tu comportamiento. Te comportas de una forma muy extraña, no eres la misma de antes, ¿dónde está mi prima Lucinda? ¿La que siempre estaba riéndose y la que siempre se pone a picarme cuando jugamos a la consola? Dime donde está porque la que estoy viendo frente a mí no es la prima que yo conocía.
La joven permaneció callada unos instantes, mirándolo.
—Quiero que vuelva la Lucinda de siempre, no quiero ver como se consume en la pena o en la rabia.
—William… todos cambiamos tarde o temprano, no voy a ser siempre esa Lucinda…
—Es cierto que cambiamos, siempre se guarda algo de ese antiguo comportamiento pero es que a ti no te queda ninguno, no lo entiendo.
—Ni yo misma me entiendo así que no trates de entenderme.   
—Pues cuéntame que te pasa por favor…
—No me pasa nada.
—Sí te pasa, Lucinda, ¿por qué estás tan apagada?
—No insistas, William, no creo que te guste saber realmente qué me pasa… pondrías el grito en el cielo. Es más, ahora lo que necesito es ir a tomar el aire.
—¿Estás segura?
—Sí.
Dicho eso, Lucinda se levantó de la cama y salió de la habitación. William miró alrededor en busca de algo que le diera la pista de qué le puede pasar a Lucinda. Entonces, vio un papel doblado en la mesilla de noche. Se acercó y lo cogió.
Al abrirlo, vio un dibujo casi borrado. Al parecer se había borrado porque le había caído agua encima o quizás… lágrimas.
William observó el dibujo con detenimiento y pudo ver que se trataba de su prima con aquel niño que encontró, Javier. ¿Sería esa la causa de su cambio? Miró el papel y en una esquina vio unas palabras, las cuales el joven leyó:
—Para mi querida amiga Lucinda, para que tengas un recuerdo de ese niño para siempre. Alcander.
El joven frunció el ceño. ¿Alcander? ¿Quién era ese tal Alcander? Algo pasaba entre su prima y ese tal Alcander y pronto lo averiguaría.

 

Lucinda andaba por el parque, pensativa. ¿De verdad había cambiado tanto que ni siquiera su primo la reconocía? ¿Por qué le pasaba eso? No lograba entender nada.
Iba tan distraída que no se dio cuenta de que dos personas la vigilaban de cerca. La joven se internó en el pequeño bosquecillo del parque donde siempre encontraba la paz y la tranquilidad para pensar. Allí se sentó con la espalda apoyada en un árbol y se abrazó las rodillas.
El lugar era un sitio tranquilo donde no se oían ruidos de sirenas, ni de voces, solamente el canto de los pájaros y el ir y venir de los pequeños animalitos que allí vivían.
Ella miraba al cielo cuando oyó el crujir de una rama. Rápidamente se puso en alerta y se levantó mirando a su alrededor. Una de sus manos fue a parar a su bolsillo trasero donde guardaba su estaca.
—¿Quién anda ahí?
Miró a su alrededor en busca de lo que había provocado el ruido pero no veía nada. Volvió a preguntar que quién estaba ahí pero nadie le contestó.
Entonces vio pasar a alguien con cierta rapidez ante sí. Sacó su estaca preparada para el ataque.
—No me vas a asustar con tus artimañas…— dijo Lucinda girando sobre sí misma— así que no sigas con el juego y sal de tu escondite.
Un ruido a su espalda la hizo girarse violentamente y pudo ver quien estaba intentado asustarla.
Lucinda, sorprendida, comenzó a caminar de espaldas.
—¿Sorprendida de verme?— preguntó la vampiresa— yo también me sorprendí cuando te vi, nuestro parecido es muy grande.
—No puede ser… la única mujer que se parecía a mí se llamaba Ireana y era la prometida del Alcander…— Lucinda volvió a mirarla como si no hubiese reparado en ella— ¿eres tú?
Ireana sonrió.
—Vaya, así que conoces a Alcander… y por lo que veo te ha hablado de mí. ¿Aún sigue haciendo dibujitos?— preguntó con desprecio— sinceramente, no sé quién le dijo que dibujaba bien…
Lucinda la miró fijamente, ¿cómo podía ella despreciar los dibujos que hacía Alcander cuando todos eran de ella?
—La mayoría de los dibujos son tuyos…
—¿Y qué?— dijo Ireana paseando alrededor de Lucinda sin dejar de mirarla— él nunca me quiso… como tampoco te quiere a ti, solo eres una réplica de mí…
—¿Qué quieres decir?
—Que él me convirtió en esto y ahora está contigo para intentar reparar el daño y parecer ante todos, ser un niño bueno.
Lucinda abrió los ojos, sorprendida.
—¿Qué?
—Lo que has oído… él es el verdadero mal, no Seth… y como a Seth le mataron a Katelin, ahora quiere vengarse de tu padre por lo tanto, ahora vas a ser una niña buena y vendrás conmigo a la mansión donde se oculta Seth.
La joven retrocedió y se colocó en posición de ataque.
—No iré contigo a ninguna parte…
—Lo he intentado por las buenas— dijo encogiéndose de hombros— ahora será a mi manera…
Dicho esto, Ireana saltó sobre Lucinda a la cual se le escapó la estaca cuando la otra le cayó encima. La joven forcejeó para quitársela de encima pero estaba claro que con su fuerza no conseguiría nada, los vampiros siempre la superaban.
—Esto no es un juego limpio— dijo Lucinda intentando apartarla— me tienes en desventaja, tú eres más fuerte que yo.
—Uy, no sabes la pena que me das…— dijo Ireana y le tiró de los pelos lo que sacó a Lucinda un fuerte grito.
—¡Maldita!— gritó Lucinda cogiéndole los pelos a la otra.
Ireana al ver que Lucinda le tiraba de los pelos, no le quedó otro remedio que darle un fuerte puñetazo y rápidamente se apartó de ella, riéndose.
—Nos parecemos de aspecto pero con respecto a la fuerza y la destreza eres un pato mareado, querida.
—Al menos tengo la suerte de contar con amigos, ¿acaso tú los tienes?
Ireana comenzó a reírse con más fuerza.
—Ay, querida, ¿de qué te sirven los amigos en este momento? Yo no veo a ninguno por aquí…
Lucinda entrecerró los ojos mientras Ireana inspiraba hondo. La primera tenía el labio partido y una fina línea de sangre caía hacia su mandíbula.
—No voy a dejar que te salgas con la tuya, Ireana…
—Eso ya lo veremos…
Lucinda se hizo a un lado al ver que Ireana iba a caerle encima y se levantó. Buscó su estaca con la mirada para cogerla pero la otra la cogió del brazo y la empujó hasta el tronco del árbol donde antes había estado sentada, dándose un fuerte golpe contra este lo que hizo que Lucinda hiciera una mueca de dolor.
La joven se había quedado sin aire por el golpe y mientras intentaba retomarlo, Ireana la tomó por el cuello presionando con firmeza. Lucinda intentó apartar la mano de Ireana para poder respirar pero no podía contra la fuerza de esta.
—¿Aún quieres resistirte?
Lucinda la miró con los ojos entrecerrados por el enfado.
—No conseguirás… llevarme… a ningún… sitio…— logró decir con voz ahogada.
Ireana enarcó una ceja.
—Eres testaruda ¿eh? De acuerdo, tú los has querido.
Comenzó a apretar con más fuerza el cuello de la joven mientras ella intentaba zafarse pero las fuerzas le fallaban. Estaba a punto de perder el conocimiento cuando una fuerte bocanada de aire entró en sus pulmones.
Lucinda cayó de rodillas al suelo con las manos al cuello y sin dejar de toser. Ireana le había soltado el cuello pero ¿cómo? Miró hacia un lado y vio a Alcander sobre Ireana, con los ojos encendidos de rabia y justo cuando iba a sacar su estaca, vio quién era.
—¿Ireana?— preguntó Alcander— ¿estás viva?
La joven lo miró con los ojos entrecerrados.
—¿Acaso tienes que preguntarlo? Tienes un morro que te lo pisas.
—¿A qué viene esto? ¿Cómo es que estás aquí y viva?
—¿Es que no lo recuerdas? ¿Estabas borracho aquella noche?
—¿Qué?— preguntó Alcander, mirándola sin comprender— ¿qué estás diciendo?
—No me puedo creer lo que oigo, me conviertes y luego me abandonas como un maldito pañuelo usado.
—Ireana, yo no te convertí, es más, yo cuando me convertí en lo que soy huí lejos…
—¡Mentiroso!— dijo ella forcejeando— ¡suéltame!
Alcander se apartó e Ireana se levantó.
—¿Quién te dijo que te convertí?
—Seth, él me lo contó todo porque no recuerdo qué pasó esa noche y me contó que tú me convertiste. No sabes cómo he deseado que llegara este día, al fin podré matarte.
—Seth te mintió…— dijo Alcander.
—¡No intentes confundirme!
Lucinda aprovechó ese momento de despiste para coger su estaca y clavársela a Ireana. Justo cuando se la iba a clavar, Alcander, rápidamente, la tomó de la muñeca con fuerza haciéndole daño.
—No lo hagas, Lucinda.
—Pero quiere matarte…
Alcander la miró fijamente.
—No lo vuelvas a hacer…
—Me haces daño, Alcander.
El joven la soltó con cierta brusquedad. Ella lo miró y al ver el odio reflejado en su mirada, se alejó lentamente de espaldas y cuando estuvo lo suficientemente lejos, salió corriendo. Lo que le acababa de hacer Alcander le había dolido.
La miró con odio y le había hecho daño en la muñeca, claro, Ireana había vuelto a aparecer y ahora sí que se olvidaría de ella. No tenía sentido seguir permaneciendo allí para sufrir más.
Mientras, Ireana sonreía con malicia.
—Un estorbo menos para poder matarte, aunque claro, Seth se enfadará cuando se entere de que he dejado escapar a la Lucinda esa.
Alcander miró hacia el lugar por donde se había ido Lucinda, lo había mirado con miedo, una mirada que nunca deseó ver en ella. Sabía que le había hecho daño en la muñeca pero no podía dejar que matara a Ireana hasta que él no hablara con ella.
Entonces se viró hacia Ireana que se había incorporado.
—¿Quieres matarme?
—Vaya pregunta… claro que quiero matarte para cobrarte en lo que me has convertido…
—Ya te he dicho que yo no lo hice…
—¿Y entonces quién fue?
—No lo sé, podía haber sido Seth, yo me fui lejos. Me daba miedo que me vieras así.
—No digas más mentiras, Alcander. No intentes culpar a Seth de lo que hiciste…
—¿Crees que si yo te hubiera mordido aún seguiría siendo medio vampiro? No, Ireana. Si un vampiro con alma muerde a un ser humano acaba por convertirse en un vampiro completo, sin alma ni nada y yo sigo siendo medio vampiro.
—No… me estás mintiendo, Seth me dijo que intentarías convencerme de que tú no fuiste.
—Porque sabe que te voy a decir la verdad… yo no te mordí.
—Mentira, todo eso es mentira— dijo Ireana tapándose los oídos— no sigas diciendo mentiras.
—No te estoy mintiendo, Ireana, yo te amaba más que a nadie en el mundo. Cuando me convertí me sentí muy mal porque sabía que tarde o temprano morirías y no podría evitarlo y te perdería para siempre…
—No, no…— decía Ireana agachándose y conteniendo las ganas de llorar.
Alcander se agachó junto a ella.
—Es la verdad, Ireana, desde que me convertí lo único que dibujo son retratos tuyos, tengo miles de blocs de dibujos solamente con retratos tuyos. Yo sufrí mucho más que tú, nunca supe si te casaste con otro, si te metiste en un convento, nada. No podía acercarme a tu casa y menos convertido en lo que era. Me escondí en las montañas, estaba aterrorizado porque no sabía qué me sucedía. Necesitaba sangre y me negaba a tomarla de un humano, no quería que por mi culpa muriese nadie y lo único que podía hacer era alimentarme de la sangre de animales muertos.
—No, Alcander, no sigas… no puedes decirme eso, él me dijo que tú me mordiste.
—Pero es que no fui yo, te lo juro por el resquicio de alma que aún poseo y lo juro por el amor que te tenía.
La mirada de ella se cruzó con la de él.
—¿Ya no me lo tienes?
Alcander le acarició la cara con delicadeza.
—No lo sé, Ireana. Pensé que estabas muerta y ahora te veo ante mí, la verdad, no sé qué pensar ahora mismo.
—Siempre pensé que habías sido tú quien me había convertido en lo que soy ahora… lo siento.
—No te preocupes, estabas confusa pero ¿cómo es posible que no recuerdes nada?
—No lo sé, no recuerdo mucho de esa noche… lo último que recuerdo era que tomé una copa de vino pero tenía un sabor muy extraño.
—Te drogaron para que no recordaras nada y para que me pudieran echar la culpa a mí.
Ireana se cubrió el rostro con ambas manos.
—Lo siento, lo siento, lo siento…— era lo único que decía la joven.
—Ya, no te preocupes— dijo él abrazándola.
—Perdóname por haber intentado matarte, oh Dios…
—Ya está, tranquila.
Ireana pasó las manos alrededor de la cintura de él para corresponder al abrazo. Después de un rato, la joven preguntó con la cabeza en el hombro de él.
—Esa joven, a la que he estado a punto de matar… ¿es posible que Seth sólo la quiera matar por placer o por venganza?
—Katelin mató a la madre de Lucinda, con qué propósito, no lo sé pero lo hizo. Luego intentó atacarla a ella, a Lucinda y su padre la salvó, matando a Katelin.
—Entonces ella es el centro de toda una venganza…
—Sí.
—¿Crees que es descendiente de mi hermana?
—Probablemente lo sea, el parecido contigo es innegable. Sólo hay una pequeñísima diferencia.
—¿Cuál?
—Ella tiene un lunar cerca del ojo derecho, en cambio tú no aunque claro, también el pelo os diferencia, tú lo tienes negro como la noche y ella lo tiene teñido de violín.
—No quiero ni pensar las torturas que tendría que soportar si Seth la atrapa.
—Hay que protegerla, con los cazadores no es suficiente, necesitamos una unión de la Hermandad de la Luna Creciente con los Cazadores de la Rosa Negra.
El móvil de Ireana vibró en sus pantalones, rápidamente se apartó y lo miró. Era Seth.
—Tengo que irme, volveremos a vernos, te lo prometo.
Dicho esto, los dos jóvenes se levantaron y cada uno se fue por su lado.

 

Lucinda entró corriendo en su habitación. Le dolía el pecho de tanto correr, su garganta se negaba a tomar mucho aire y sentía que se asfixiaba. Buscó su botella de agua y bebió un largo sorbo para así refrescarla pero poco consiguió.
La botella casi se le escapa de las manos por el fuerte dolor que le acusaba la muñeca. Se acercó al espejo de su habitación y vio cómo empezaba a notarse las marcas de los dedos de Ireana en su cuello. También vio la fina línea de sangre seca que salía de su labio.
Pero todo esos dolores no eran nada comparados con el dolor que ella estaba sintiendo en el corazón. Alcander había encontrado a Ireana y estaba completamente segura de que él no la dejaría ir, llegando incluso a convertirse en uno de los compinches de Seth y todo por el amor que siente hacia ella.
Cerró los ojos y dejó que las lágrimas corrieran por sus mejillas. Esta vez sí que lo había perdido. No tenía nada que hacer al lado de Ireana, la mujer que siempre había sido el gran amor de Alcander. Ella no podía competir contra eso y se retiraría de la batalla sin que nadie se diese cuenta.
—Lucinda…— dijeron desde algún lugar de la habitación.
—Vete, Alcander— dijo limpiándose las lágrimas.
—No, no me eches…— dijo Alcander acercándose a ella pero Lucinda lo esquivó y se fue a la otra punta de la habitación.
—Aléjate de mí… vete con tu querida Ireana.
—Quería pedirte perdón por mi comportamiento de antes.
—No tienes que pedir disculpas, defendías al amor de tu vida… ahora por favor, vete— dijo ella sin mirarlo.
—No puedo irme… quiero saber si te hice daño.
—Estoy bien… puedes irte tranquilo.
Alcander se acercó y ella desvió la mirada, haciendo una mueca de dolor por las heridas de su cuello.
—Déjame ver ese cuello.
El joven la obligó a mirarlo y él le examinó la zona, palpó levemente y Lucinda gimió dolorida.
—Déjalo, Alcander… vete con ella, mira a ver si tiene toda la cabellera en su sitio, creo que le arranqué algunos mechones— dijo tratando de parecer indiferente pero no lo consiguió.
Alcander sin decir nada le tomó la mano que él mismo había dañado y la dobló un poco. Ella como por reflejo apartó la mano haciendo una mueca de dolor.
—¡Te he dicho que te vayas!— le gritó sujetándose el brazo— ¡deja de hacerme más daño! ¡Aléjate! ¡Vete para siempre y déjame a mí, sola con mi pena! ¡Vete!
—Lucinda, ¿por qué dices eso? He venido a pedirte perdón.
Las lágrimas comenzaron a correr por las mejillas de Lucinda de nuevo y con la mano sana, intentó empujarlo pero él era inamovible.
—¿Por qué no puedes dejarme en paz? ¿Por qué no te vas con Ireana? Anda, debe estar esperándote para que te unas a Seth y los suyos.
—Pero ¿qué dices?— dijo mirándola, sorprendido.
—No me mires así, sabes que harías eso y más por ella.
—No entiendo a que viene ese trato, Lucinda. Impedí que te matara.
—¿Y qué conseguí con eso? Que la defendieras cuando yo iba a matarla.
—Tenía que hablar con ella.
—Claro, para recordar vuestros momentos amorosos ¿verdad? Pues ve con ella que seguro que aún no lo habéis recordado todo.
Lucinda se agachó un poco y se alejó de él de nuevo. Alcander, frustrado, la cogió del brazo.
—No, no me pienso ir, ahora mismo me vas a explicar tu comportamiento.
—Pensé que había quedado claro— dijo ella sin mirarlo.
Alcander la atrajo hacia sí y la miró a los ojos pero ella evitó mirarlo.
—Lucinda, mírame.
—No…
—Mírame, joder— dijo ejerciendo presión en el brazo de la joven.
—Alcander, déjame, me haces daño…
—Pues mírame.
Ella lo miró a los ojos. Alcander se percató de la pena que había en aquellos hermosos ojos oscuros.
—Vete, Alcander, vete con ella.
—¿Por qué lloras así? Nunca te había visto tan dolida como ahora.
—Porque ahora me estás haciendo mucho más daño del que ya me hacías.
—Pero ¿por qué?
—¡Porque estoy enamorada de ti! ¿Es que no lo ves?
Él se sorprendió ante las palabras de la joven y se alejó un poco de ella.
—¿Qué?— preguntó atónito.
—Lo que has oído… esos dos besos que te di, mis ruegos para que no te alejaras de mí, lo hice porque te necesito porque me he enamorado de ti. De un maldito medio vampiro que está enamorado de otra contra la que no puedo competir por tu cariño…
Alcander no sabía qué decir ante tal confesión. ¿Cómo era posible que se hubiese enamorado de él?
—Lucinda, estás confundida, no estás enamorada de mí, es sólo atracción.
—No, Alcander, estando tú conmigo, sólo existes tú. Puedo sentir como algo se mueve en mi estómago cuando te veo. Mi corazón deja de latir para al momento comenzar a bombear frenético, solo por ti. Incluso es como si me fallaran las piernas. Seguro que tú sientes eso pero hacia Ireana.
Lucinda se apartó de él y se sentó en su cama pero dándole la espalda. El joven no podía creer lo que estaba sucediendo en ese momento. Ella no podía haberse enamorado de él.
—Lucinda…
—Vete, Alcander, por favor, ya me siento bastante humillada con todo esto, no sigas humillándome de esta forma, te lo ruego— dijo ella cubriéndose el rostro con las manos.
Alcander vio como los hombros de ella se movían en un silencioso sollozo y se sentó frente a ella.
—No llores, Lucinda, por favor, no llores.
—¿Cómo quieres que no llore?
El joven le apartó las manos a ella del rostro y se miraron durante unos segundos.
—Lucinda…
—Bésame— le rogó ella— bésame por última vez, te lo suplico. Será la última vez que te bese, de verdad.
El chico no sabía qué hacer, así que ella tomó la iniciativa. Tomó la cara de él entre sus manos y acercó sus labios a los de él, besándolos con dulzura. Mientras lo besaba, las lágrimas no dejaban de correr por sus mejillas. Al terminar, apoyó la frente contra la de él.
—Te quiero, Alcander— dijo ella— te quiero mucho.
Dicho eso, la joven se levantó y le dio la espalda para que no la viera llorar más. Alcander se levantó pero en vez de marcharse, se acercó a ella por detrás y la abrazó.
—Sinceramente, no sé por qué hago esto pero no puedo dejarte— confesó él.
—Alcander, no hagas las cosas más difíciles… vuelve con ella.
—Estuve hablando con ella antes y no sé si sigo sintiendo lo mismo por ella como sentía antes. Y cuando me has besado, te he correspondido, no sé qué es lo que me pasa, la verdad.
La cabeza de Lucinda se apoyó en el hombro de él.
—Soy una idiota por comportarme así.
—No, no eres idiota, es normal que estés así— Alcander le dio un beso en la sien— ¿ahora me dejarás verte esa muñeca? Te hice daño y me gustaría ver cuán grave ha sido.
Alcander le palpó la muñeca y ella hizo una mueca.
—¡Ay!— se quejó la joven.
—Creo que tienes un esguince, ¿tienes alguna venda por aquí?
—En el baño hay vendas, voy a buscarlas.
Lucinda fue al baño y al momento volvió con una venda. Alcander se la puso con delicadeza.
—Procura mantener la mano en alto o si no se te hinchará e incluso te dolerás más.
—De acuerdo y… gracias.
—De nada… ¿te duele mucho el cuello?
—Sí, un poco pero se me está pasando, me salvaste de morir ahogada en manos de Ireana.
—Ya…
—La Señora estuvo aquí hoy y le ofreció a mi padre unirse pero no sé si aceptó o no.
—Lo que tienes que hacer ahora es descansar, olvídate de todo lo demás.
—No puedo, esa unión es vital para poder acabar con Seth.
—Basta, Lucinda, necesitas descansar.
—Estoy bien, Alcander, estoy perfectamente…
No acabó la frase porque Alcander la silenció con un beso embriagador y la joven se dejó llevar. Le pasó los brazos alrededor del cuello mientras él le pasaba las manos por la espalda y a su vez los labios bajaban muy lentamente hasta el cuello de ella.
En ese momento, la puerta se abrió y oyeron a alguien exclamar.
—¡Lucinda!
Rápidamente, Lucinda y Alcander se separaron y miraron hacia la puerta. La joven vio a un William muy sorprendido mientras los miraba. Se levantó y se acercó lentamente pero William la apartó, sacó su estaca y se dispuso a atacar a Alcander.
—¡No William! ¡No lo hagas!— gritó Lucinda.
—¡Cállate, Lucinda! Cuando lo mate, tú y yo tendremos unas palabritas.
Lucinda corrió y se interpuso entre los dos chicos.
—Para matarlo a él, tendrás que matarme a mí primero.
—No digas idioteces, apártate.
—¡No!
—Lucinda— dijo Alcander— déjalo.
—No, Alcander. Quiere matarte y no lo permitiré.
—Intentaba morderte— dijo William— ¿no ves que es un vampiro?
—Pero es un vampiro con alma.
—¿Qué? ¿Cómo lo sabes?
—Porque él me salvó aquella vez en la que yo llegué a casa con una herida en el costado después de desaparecer un día.
—No, no puede ser.
—William, escúchame, es la verdad, se llama Alcander y es un vampiro con alma.
—Pero ¿cómo es que lo acabo de encontrar a punto de morderte?
Lucinda se puso colorada y cuando iba a contestar, Alcander lo hizo por ella.
—Nos besábamos, además, aunque quisiera morderla no podía. ¿Es que no te has fijado en su cuello?
William miró el cuello de su prima y luego la miró a los ojos.
—¿Qué te ha pasado? ¿Qué significan esas marcas en el cuello?
Lucinda miró a Alcander y luego miró a su primo.
—Una vampiresa intentó ahogarme y él me salvó… de nuevo.
—Lo de la muñeca ¿también fue la vampiresa?— preguntó al percatarse de la mano vendada de su prima.
—Eso fue mi culpa. Al intentar apartarla, le apreté la muñeca pero fue sin darme cuenta— contestó Alcander lo que hizo que ella lo mirara— tiene un esguince y le he vendado la mano.
—¿Esto lo sabe alguien más?— preguntó William— quiero decir, lo de que conoces a este tipo.
—Lo saben Paola y Rebecca— dijo Lucinda.
—Perfecto, simplemente perfecto— dijo William— te pillo enrollándote con un vampiro con alma así como si nada ¿y me dices que Paola y Rebecca saben lo que te traes con él? Flipante— dijo el chico estupefacto.
—William, tranquilo. Ellas solo saben que lo conozco, aunque quizás se hayan dado cuenta de que siento algo por él pero no las culpes, les pedí que no se lo contaran a nadie.
—¿Y piensas ocultárselo a tu padre?
—Él ya no me hace caso, vive enfrascado en la caza de Seth así que no creo que le importe mi vida.
—¿De verdad lo crees?
—Estoy segura. Siempre busca cazar a Seth y ni siquiera ha pensado en la unión con los vampiros con alma.
—Exactamente por eso, porque son vampiros, Lucinda. ¿Quién te dice que no es una trampa?
—¿Una trampa y trajeron de vuelta a Rebecca? Piensa un poco, William, pensad los dos en lo que decís antes de hablar… maldita sea, papá sabe que necesitamos ayuda y más después de enterarme de que las chicas han sido amenazadas por Seth y los suyos.
Alcander la miró sin comprender.
—¿Estás diciendo que Seth amenazó a Paola y a Rebecca? ¿Para qué?
La joven se giró hacia él y dijo con voz solemne.
—Para que me raptaran y me llevaran ante él.
—No fue solo a ellas…— dijo William.
Lucinda miró a su primo, sorprendida.
—¿Qué? ¿Han amenazado a más gente?
—Sí…
—¿A quién?
—A mí… me dijeron que si te raptaban no contarían mi mayor secreto.
—No me lo puedo creer, habéis estado amenazados todos y nadie me dijo nada, esto es inconcebible. Cuando tenga a Seth frente a frente, te juro que me encantará matarlo.
Alcander la miró y dijo para sí mismo.
—Sólo espero que no te equivoques de persona…