GÉNESIS
Historias románticas
Prólogo
Los personajes de estas historias son como nosotros, sienten, aman y sufren como nosotros. Cada uno vive inmerso en su propio mundo aunque deban enfrentarse a situaciones dolorosas para poder alcanzar la dicha porque es la prueba que el destino les impone y como tal supone ciertos obstáculos donde no están ausentes las lágrimas, la espera o la renuncia al ser que amamos. Ellos transitarán por un camino sembrado de espinas para poder alcanzar lo que tanto desean, la felicidad…
Otros amaneceres
Una suave brisa
movía las desnudas ramas de los árboles, el otoño llegaba a su fin.
Los
campos, estaban cubiertos por un manto
de hojas doradas y el cielo empezaba a tener ese color plomizo
típico del invierno.
Suspiró, se alejó de la ventana y se
acercó a la cama donde todavía dormía su
esposo.
En ocasiones aun le resultaba extraño
despertarse y encontrarlo a su lado, tan sólo unos meses atrás se
habría reído de esa posibilidad, llegando a encontrarla
ridícula.
Sonrió al pensar en la cara de
sorpresa de su hermano cuando le dieron la noticia de la boda, el
pobre no se había dado cuenta de lo que estaba pasando delante de
sus narices, en realidad nadie se lo
esperaba.
Un pequeño escalofrío le recorrió la
espalda y se cobijó bajo las mantas, eso hizo que él se
despertara.
-Buenos días -sonrió- ¿qué hacías
levantada? -dándole un beso en la nariz la atrajo hacia sí -ven
quedémonos un rato más en la cama, todavía es
temprano.
-No, no lo es -protestó ella, pero su
tono era de buen humor.
-No importa, no me apetece levantarme
aun, lo que quiero es tenerte así, junto a mí y abrazarte -la
estrechó más entre sus brazos- además fuera debe de hacer mucho
frío.
-Está bien, pero un ratito, luego nos
levantaremos, hay un montón de co... -la silenció con un dulce
beso.
Eso provocó un sin fin de sensaciones
en el interior de Amanda. "Dios, como quería a ese hombre y que
facilidad tenía para hacerla desear tenerlo entre sus
piernas".
El inocente beso también tuvo su
efecto en él, que al momento sintió la dureza de su miembro
apretado contra la cadera de Amanda.
Ella soltó una risita maliciosa al
notarlo. Sonriendo, pero con la voz ligeramente ronca por el deseo
que sentía -Creo señora mía, que vamos a tener que solucionar
este... pequeño problema.
Conteniendo la risa dijo -Estoy de
acuerdo caballero, aunque yo no lo llamaría precisamente pequeño
-mientras pronunciaba estas palabras, tomaba en su mano el miembro
pulsante.
Él cerró los ojos disfrutando del
contacto, parecía increíble lo inocente que era ella cuando
tuvieron su primer encuentro y lo rápido que había aprendido a
provocarlo y también a satisfacerlo, eso le gustaba ya que hacía
que sus noches fueran apasionadas, bueno... y normalmente también
las mañanas.
Estiró el brazo y colocó su mano entre
sus muslos, que se separaron gustosos ante el leve roce. Aquel
lugar maravilloso ya estaba listo para recibirlo, caliente y
húmedo, pero se demoró disfrutando de su suavidad, acariciándolo y
jugueteando con su clítoris.
Notaba como la excitación crecía en
ella, su espalda se arqueaba y sus caderas lo buscaban, la presión
de la mano sobre su miembro aumentó.
Desplegó una lluvia de besos por su
cara, cuello y pechos, de vuelta en sus carnosos labios, se
encontró con la urgencia de ella, lo atrajo hacia sí con fuerza y
su beso furioso pedía más.
No esperó, se colocó entre sus
torneadas piernas y la penetró profundamente. Amanda gimió de
placer.
Con sus piernas rodeo las firmes
caderas de su esposo, permitiendo así que la penetración fuera más
profunda. Más, necesitaba más, aquella sensación la volvía loca,
aquel fuego que recorría su cuerpo y que sólo él sabía
calmar.
-No te detengas, por favor -dijo con
la voz ahogada y febril.
Con una leve sonrisa en los labios,
siguió moviéndose dentro de ella con fuerza, arrancándole gemidos
de placer, que lo volvían loco.
Ella no era consciente, pero verla
así, entregada y disfrutando tan salvajemente, hacía que su sangre
hirviera hasta límites insospechados.
El grito de placer que salió de los
labios de Amanda le indicó que ya había llegado al orgasmo, en ese
momento dejó de pensar y se abandonó al disfrute de su propio
clímax.
Enterró la cara en los negros rizos de
aquella sorprendente mujer, permaneciendo así unos momentos, para
después rodar sobre su costado y abrazarla de
nuevo.
-Vamos, ya está bien, hay que
levantarse -diciendo esto, decidida, intentó salir de la
cama.
-¿Cómo puedes tener tanta energía? me
dejas agotado y tú tan fresca...
Le propinó un cariñoso
empujón.
-Que tonto eres. No hay excusas, hay
que ponerse en pie.
-Tienes razón, además acabo de
recordar que he quedado con Peter en los
establos.
Poco después bajaba por la escalera
que daba al espacioso hall.
Pensó en la primera vez que había
bajado por ella, hacía poco más de tres
años.
Que diferente era todo en aquellos
momentos.
Desde niña había sido rebelde, siempre
jugando con los chicos y metida en los establos en lugar de jugar
con su casa de muñecas como el resto de las
niñas.
Brat, el hijo menor de los Benedith, y
su hermano Peter eran sus compañeros de
juegos.
Eran algo mayores que ella, pero eso
no le impedía seguirlos en sus correrías.
Siempre estaban haciendo travesuras y
metiéndose en problemas, y ella los seguía
encantada.
Cuando los muchachos se fueron a
estudiar ella se quedó sola y muy triste, los echaba muchísimo de
menos.
Pasaba largas horas en los establos,
ayudando en lo que podía y cuidando a su caballo favorito
"Nigth".
Ya por esa época comenzó a tener las
ideas muy claras, una de ellas y que horrorizaba a su madre, era su
rechazo al matrimonio.
Cada día estaba más convencida de que
ella no se casaría, le gustaba ser libre y poder tomar sus propias
decisiones.
-Te quedarás soltera y sola, serás una
vieja gruñona -solía decirle su madre muy disgustada haciendo
grandes aspavientos.
-No me importa -era la respuesta
obstinada de la joven -no pienso casarme.
El regreso de los chicos supuso una
gran alegría, todo volvería a ser como antes, no volvería a estar
sola porque Brat y Peter estarían con ella.
Pero toda esa alegría no duró mucho,
los chicos habían crecido y ya no les interesaban las travesuras de
Amanda.
Tenían otras ideas en mente, como
salir con sus amigos e ir a las fiestas donde conocer a jovencitas
con las que tontear.
Ella ya no encajaba en sus planes, de
hecho no parecían ni darse cuenta de su
presencia.
Amanda estaba desilusionada y muy
disgustada ¿por qué los chicos habían cambiado tanto? se habían
vuelto unos idiotas, Y su aspecto... estaban ridículos intentando
peinarse a la moda y con aquella pelusilla que ellos llamaban
bigote.
Se creían muy
mayores.
Todos esos absurdos cambios en sus
mejores amigos, la hicieron reafirmarse en su decisión, cada vez
estaba más convencida de que lo más acertado era quedarse soltera,
los hombres con los años parecían volverse más
tontos.
Apenas veía a los muchachos, su
hermano siempre parecía estar ocupado y Brat casi nunca aparecía
por los establos, como hacía antes.
El tiempo pasaba deprisa, todo había
cambiado tanto, sus vidas, su hermano y su amigo, incluso la misma
Amanda podía darse cuenta de que ya no era la
misma.
Había crecido y su cuerpo se había
estilizado. Todas esas cosas la fastidiaban, no le gustaban los
cambios, hubiera querido que todo fuera como antes, como cuando
eran niños y se divertían juntos.
Ahora su madre la perseguía
continuamente, "no hagas esto, deberías comportarte como una
señorita, hay que confeccionarte un nuevo vestuario, esos vestidos
ya no son apropiados..."
Amanda suspiró mientras se miraba en
el espejo, tenía que reconocer que el nuevo vestido le sentaba de
maravilla y era muy bonito.
Pero la idea de pasar otra noche
intentando evitar a los muchachos que la acosaban con insistencia
para poder bailar con ella, se le hacía
insoportable.
No se explicaba por qué su madre no
terminaba de comprender que todos sus esfuerzos para encontrarle un
marido eran inútiles, estaba firmemente decidida a no contraer
matrimonio.
Esa noche, como
tantas otras, Amanda deambulaba entre los asistentes a la fiesta.
Nunca permanecía en un mismo lugar, así era más difícil de
localizar.
Así y todo, en ocasiones, no podía
camuflarse lo suficientemente rápido y era arrastrada, por algún
muchacho hacia el salón de baile.
-Dios bendito ¿nunca se cansaban de
perseguirla? -pensó irritada mientras se parapetaba tras un grupo
de mujeres que conversaban animadas sobre las últimas tendencias de
moda llegadas de París.
-¿De quién te escondes en esta
ocasión?
Se giró sobresaltada y miró al hombre
que estaba a su espalda -Brat, eres tú -suspiró aliviada y una
sonrisa iluminó su
cara -¿Cuando has llegado? Hace meses
que no te veo.
-Hace un par de días. Hoy he estado
con tu hermano en los establos.
-Entonces ya habrás visto el nuevo
potro que Peter ha comprado.
-Sí, es un buen ejemplar -mientras
hablaban Brat la observaba, se había convertido en una joven
hermosa, ya no se parecía en nada a la chiquilla desaliñada que
correteaba detrás de ellos siguiéndolos en todas sus
travesuras.
-Esta noche estás...
diferente.
Amanda suspiró -Ya, mamá insiste en
hacerme poner estos vestidos, me siento como un envoltorio para
regalo, de esos llenos de cintas.
La rica risa de Brat llenó el aire a
su alrededor.
-Bueno, no creo que eso sea nada malo,
la verdad es que se te ve estupenda, simplemente se me hace raro,
no estoy acostumbrado a verte tan... arreglada -la verdad es que la
encontraba hermosa, pero conociendo a Amanda y por la amistad que
los unía, sabía que ese comentario la hubiera incomodado, incluso
puede que hasta irritado.
Que muchacha más extraña, todas las
jóvenes de su edad procuraban estar bonitas para atraer a los
jóvenes, pero ella no, ella prefería sus viejos vestidos y andar
entre los caballos.
Una sonrisa maliciosa curvó los labios
de la muchacha -Bueno, tú también tienes muy buen aspecto esta
noche -lo miró detenidamente- es más, creo que estás muy
guapo.
-¡Oh! gracias, viniendo de ti es todo
un cumplido -dijo sonriendo- Te apetece un poco de
ponche.
-Sí, gracias.
-Buenas noches señorita Sanders -dijo
el elegante hombre que se acercó a ellos.
-Buenas noches lord Braiton -sonrió al
verlo.
-Permítame decirle que esta noche está
usted bellísima.
-Gracias, es usted muy amable, aunque
creo que exagera.
Brat puso los ojos en blanco, a ese
viejo si le permitía decirle que estaba hermosa y encima parecía
encantada con el cumplido, mujeres, no había quien las
entendiera.
-Permítame que le presente a mi buen
amigo el señor Benedith -se giró hacia éste- Brat, este es lord
Braiton, hace poco que ha vuelto de viajar por todo el
mundo.
-Es un placer señor Benedith -dijo el
hombre en tono jovial.
-Lord Braiton -hizo una inclinación de
cabeza a modo de saludo- Si me disculpan iré a por tu ponche
¿quiere que le acerque una copa lord
Braiton?
-No gracias, se lo agradezco de todas
formas.
Cuando Brat regresó con las bebidas,
los encontró conversando y riendo
divertidos.
-Bueno querida -dijo Braiton- será
mejor que me reúna con personas más acorde con mi edad y deje a la
juventud disfrutar.
-¡Ah! mi lord, sabe que me encanta su
compañía -dijo Amanda mientras tomaba la copa que Brat le tendía,
ofreciéndole una encantadora sonrisa para agradecérselo -De todas
formas nos vemos mañana, cuento con usted para tomar el
té.
-Puedes estar segura de que allí
estaré. Señor Benedith ha sido un placer
conocerlo.
-Lo mismo digo lord Braiton -dijo en
tono formal.
El hombre hizo una inclinación de
cabeza y se alejó de la pareja.
-Es un hombre fascinante -dijo con los
ojos brillantes de admiración- tendrías que oir las divertidas
historias que cuenta.
-Sí, seguro que tiene muchas para
contar, es lo suficientemente viejo como para poder llenar un gran
libro con ellas, estoy seguro -dijo en tono
burlón.
-Eres un desagradable, Brat -y frunció
el ceño- es un hombre encantador y no es tan...
mayor.
-Si tú lo dices -encogiéndose de
hombros.
Había sentido cierta envidia al ver la
camaradería que existía entre la joven y el lord, ellos también
eran amigos, pero con él se comportaba de una forma diferente,
sintió un instantáneo rechazo por aquel hombre, ella era "su"
amiga.
Al día siguiente lord Braiton acudió a
la cita como había prometido.
La madre de Amanda estaba encantada
con la amistad surgida entre aquel hombre y su hija, albergaba
secretas esperanzas de que, tal vez, el lord se sintiera interesado
por Amanda.
Y su hija parecía encantada en su
compañía. ¿Sería posible que sus sueños de verla casada se hicieran
realidad?
Él era algo mayor que la chica, pero
no sería la primera, ni la última en contraer matrimonio con
alguien que le sacaba algunos años de
diferencia.
Sonrió a lord Braiton con calidez,
mientras fingía interesarse por la historia que el hombre contaba,
su hija parecía fascinada.
-Cariño -interrumpió- hace un día
fabuloso, quizás a lord Braiton le apetecería pasear, sería una
pena desaprovechar una tarde tan estupenda -volvió a
sonreír.
-Sí, creo que tiene razón, sería muy
agradable ¿no está de acuerdo señorita
Sanders?
-Claro, me parece una buena idea,
además podría mostrarle el nuevo caballo de
Peter.
-Amanda cielo, puede que a lord
Braiton no le apetezca ir a los establos...
-No se preocupe, me encantaría ver al
animal. Yo mismo estoy pensando en adquirir algunos para mi
cuadra.
-En serio -dijo Amanda entusiasmada-
entonces debería hablar con Brat, él es el que más sabe de
caballos.
-Puede estar segura de que lo haré
-levantándose dijo- nos vamos.
-A mi me van a disculpar, los caballos
no son muy de mi agrado.
-Les tiene un poco de miedo -susurró
Amanda divertida.
Su madre le dirigió una furiosa
mirada.
-Gracias por el té, señora
Sanders.
-De nada, sabe que puede venir cuando
quiera, las puertas de nuestra casa siempre están abiertas para
usted.
-Gracias de nuevo -hizo un gesto para
indicar a Amanda que se iban -si nos
disculpa.
-Vayan, vayan y
diviértanse.
En su paseo hacia los establos, Amanda
volvió a preguntar entusiasmada -¿En serio está pensando ampliar su
cuadra?
-Sí -sonrió divertido por la evidente
alegría de la joven- aunque tengo otro... asusto que quiero
resolver antes. Pero si todo sale como lo tengo pensado, en unos
meses me decidiré a adquirir algún nuevo
ejemplar.
Amanda comentó emocionada las mejores
opciones, desde su punto de vista, a la hora de realizar una buena
compra.
-No sé si me hará falta consultar al
señor Benedith, creo que con sus consejos podría hacerme con un
estupendo animal.
-Me halaga usted -dijo complacida-
pero créame cuando le digo que es con Brat con quien tiene que
hablar.
-Está bien, le haré caso y hablaré con
su amigo -la miró con suspicacia- ¿por qué usted y el señor
Benedith, tan sólo son amigos...?
Amanda rió divertida ante la
insinuación de lord Braiton.
-Por supuesto, Brat es casi como mi
hermano -siguió riendo- es una idea absurda, si me permite
decirlo.
-¿El qué es una idea absurda? -dijo
Peter saliendo del establo.
-Hola Peter -intentó controlar la
risa- lord Braiton a preguntado se Brat y yo éramos... bueno, más
que amigos ¿te imaginas?
-No, yo no me lo puede imaginar -rió
también Peter- ¿y tú Brat? -miró hacia el interior del
edificio.
Un sonido parecido a un gruñido soñó
detrás de una de las casillas.
-Creo que con eso nos está contestando
-dijo Peter sin dejar de reír.
Brat se quedó pensativo ¿sería tan
horrible que Amanda y él...?
Sacudió la cabeza para sacarse aquella
idea de ella. Él, mejor que nadie, conocía a Amanda y su férrea
decisión de mantenerse soltera.
Continuó con lo que estaba haciendo,
no salió a unirse al grupo que charlaba y reía fuera del
establo.
-Lord Braiton quiere ver al muevo
potro Peter, está pensando en comprar algún
caballo.
-Sí, será un placer mostrárselo, está
en la parte de detrás, necesita hacer ejercicio -señaló con la mano
el camino- si me acompaña.
Amanda introdujo la cabeza dentro de
la cuadra -Adiós Brat -dijo con tono
cantarín.
-Adiós Amanda-dijo por lo bajo, porque
sabía que ella ya había salido corriendo tras su hermano y el
viejo.
-Amanda -dijo su
madre levantando la voz- ¿a dónde crees que
vas?
-Lord Braiton me ha invitado a tomar
el té -dijo sencillamente.
-¿Y piensas ir con ese vestido? -dijo
horrorizada. Olvidando el hecho de que su hija hacía un segundo
bajaba las escaleras corriendo como un muchachote -No, no lo
permitiré, sube ahora mismo y cámbiate.
-Si hiciera eso llegaría tarde -le dio
un cariñoso beso a su madre -¿y tú no querrás que haga esperar a
lord Braiton?
La madre suspiró vencida -Por lo menos
compórtate como una señorita y deja de corretear
y...
-Sí mamá, ya sé todo lo que me vas a
decir -dijo mientras salía precipitada por la
puerta.
-Mi lord, la señorita Sanders -dijo el
mayordomo en tono serio, haciéndose a un lado para dejarla
pasar.
-¡Ah! querida, que alegría que haya
venido.
-Sabe que para mí siempre es un placer
estar en su compañía.
-Me complace oírla decir eso -dijo
satisfecho el hombre -¿sería tan amable de servir el
té?
-Por supuesto.
Tomaron el té mientras mantenían una
amena y agradable conversación. Era increíble, a pesar de la
diferencia de edad, lo bien que se
entendían.
-Amanda -dijo lord Braiton en tono
solemne- hay un tema del que quería
hablarte.
-Usted dirá -y se acomodó en el sillón
dispuesta a escucharlo.
-He estado dándole vueltas y al final
me he decidido, pensando que lo que te voy a proponer es ventajoso
para los dos.
Hizo una pequeña pausa observando a la
muchacha.
-He pensado en pedir tu
mano.
-No pienso casarme -lo cortó
decidida.
Levantó la mano para
calmarla.
-Déjame hablar, por favor -su voz era
agradable -mis motivos no son los que podrías pensar, al contrario
son bastante egoístas. Te seré sincero, estoy enfermo, por ello he
vuelto, para morir en casa.
La cara de Amanda reflejaba a la
perfección su perplejidad y preocupación ante tal
declaración.
-Me pareces una chiquilla encantadora,
sé de sobra que te niegas a escoger un marido. Es una pena que una
joven adorable como tú se quede solterona y a mí, sinceramente, no
me apetece morir solo.
-Yo, no se... es que -volvió a
interrumpirla con un suave gesto.
-Se que es algo repentino e inesperado
para ti, pero no te estoy pidiendo que me entregues tu inocencia,
intento explicarte que sería una especie de pacto entre
nosotros.
Verás, yo no... Bueno, mi
enfermedad me impide estar con una mujer y tú no quieres casarte y
entregar tu vida a un hombre que te trataría como a alguien
inferior -hizo otra estudiada pausa- Yo te propongo que seas mi
compañera al final de mi camino, a cambio tendrás mi nombre, muy
respetable por cierto, lo que te dejaría en muy buena posición a mi
muerte, siendo viuda no tendrías que dar cuentas de tu vida a
nadie. No es lo mismo que ser una solterona ¿verdad? -sonrió- Y de
esta manera también alejo mis propiedades de las manos de mi primo,
se muere por quedarse con todo y dilapidarlo como ha hecho con la
fortuna de su familia.
-Es todo tan repentino... y extraño.
-respiró profundamente- deme tiempo para pensarlo mi
lord.
-Por supuesto pequeña, pero es un buen
trato, acuérdate de ello.
Amanda volvió a
casa sumida en sus pensamientos.
-Hola cariño, ¿qué tal en casa de lord
Braiton? -Amanda no la oyó- ¡Amanda!
-Sí, ¿me decías
algo?
-Te preguntaba qué tal te había ido en
casa de lord Braiton.
-¡Ah! bien -sonrió distraída- creo que
voy a subir a mi cuarto, estoy un poco
cansada.
Su madre frunció el ceño mientras la
miraba subir las escaleras.
-¿Qué le estará pasando por la cabeza?
Un día de estos me matará de un disgusto, estoy segura -se dijo la
señora Sanders.
La boda se
celebraría en un par de meses, pero su casa ya era una locura. A
pesar de que todo se organizaría en Braiton Hall, la señora Sanders
estaba poniendo la suya del revés, quería que todo estuviera listo
y perfecto para recibir a los familiares y amigos que se alojarían
allí para asistir al enlace.
La mujer estaba loca de contenta, por
fin su sueño hecho realidad, su hija se casaba y nada más y nada
menos que con lord Braiton, un hombre de incalculable fortuna y
prestigio en todo el mundo. No se podía haber escogido a alguien
mejor. No sabía cómo había convencido a su hija, pero eso era lo de
menos, a dios gracias se iba a casar.
Amanda decidió escapar de aquel caos,
su madre se encargaba de todo y además disfrutaba con ello, se
encaminó hacia los establos, hacía días que no iba, con todo aquel
revuelo no había tenido ni un segundo
libre.
Estaba a mitad de camino cuando vio a
Brat que se acercaba a ella a grandes
pasos.
Sonrió ilusionada, hacía días que no
se veían.
Al llegar a su lado pudo ver la
expresión de furia en su rostro.
-Hola Brat ¿ha sucedido algo? -dijo
preocupada.
No se molestó en
contestar
-¿Te vas a casar con el viejo? -sus
preciosos ojos color miel tenían un extraño color ambarino, fruto
de la rabia que sentía.
-Te pediría que te refirieras a George
con más respeto, él...
-¿Te has vuelto loca? -casi gritaba
malhumorado- ese hombre podría ser tu padre y si me apuras incluso
tu abuelo -la cogió del brazo y la zarandeó ligeramente, mientras
le decía aquello, en un vano intento de hacerla entrar en
razón.
Amanda tiró de su brazo para zafarse
de la mano de Brat.
-¡Brat, cálmate! ¿A qué viene todo
esto? Además, tú no eres nadie para venir aquí gritándome de esa
manera -ahora también ella gritaba- ¿a ti qué te importa si me voy
a casar y con quien lo haga?
Amanda lo miraba, como esperando una
respuesta.
Y él tenía una, pero no estaba
dispuesto a dársela, ahora ya no.
No podía decirle que era "suya", que
últimamente pensaba en ella constantemente y que en esos momentos
se moría por besarla.
No podía decirle todas esas cosas
porque se casaba con otro.
-Tienes razón, no soy "nadie" para
decirte lo que debes hacer -diciendo esto se dio bruscamente la
vuelta y se fue tan rápido y enojado como había
llegado.
-¡Brat! espera... -pero no se detuvo y
Amanda se quedó allí viendo como su mejor amigo se iba y dejaba una
extraña sensación en su interior.
La bosa de Amanda Sanders y lord
Braiton fue el acontecimiento del año en el
condado.
Familiares y amigos se reunieron para
festejar el enlace y desear felicidad a la
pareja.
Todo el mundo estaba allí, todos menos
Brat. Amanda sintió una gran tristeza al comprobar que no había
asistido.
Aunque no debería haberse sorprendido,
desde su discusión apenas sí habían coincidido y las pocas veces
que lo habían hecho, él se mantenía frío con
ella.
Los primeros días en su nueva casa,
Braiton Hall, pasaron deprisa, aunque Amanda se sentía fuera de
lugar y un poco como una intrusa.
La habitación que le habían asignado
era preciosa y muy grande. Los muebles y la decoración estaban
escogidos con gusto y daban a la estancia una calidez que a Amanda
le encantó.
-Es preciosa, George -había dicho a su
esposo cuando le mostró el cuarto- gracias.
-No tienes porque darlas, ésta ahora
es tu casa y todo lo que hay en ella te pertenece -dijo satisfecho,
con una sonrisa en los labios- y si quieres hacer algún cambio,
adelante, no tendré el menor inconveniente.
-Me parece que todo es perfecto tal y
como está.
La habitación de George estaba al
fondo del pasillo, no muy lejos de la suya.
El personal de servicio, eran personas
agradables y sencillas que pronto aceptaron a Amanda como la nueva
señora de la casa.
Procuraba desempeñar ese nuevo papel
lo mejor posible.
Pasaba mucho tiempo con su esposo,
cosa que resultaba muy agradable, gracias a la amistad que los
unía.
El resto del tiempo lo pasaba en los
establos, había traído a su caballo favorito y George también
poseía unos cuantos ejemplares bastante
aceptables.
Disfrutaba con los caballos y salía a
cabalgar a menudo, si George tenía un buen día, solía
acompañarla.
Unas semanas después de la boda ya
estaba perfectamente integrada en la casa y en su nueva
vida.
Revisaba la despensa y hacía una lista
de las cosas que hacía falta comprar esa semana en el pueblo,
cuando la joven Mary entró buscándola.
-Disculpe mi lady -dijo mientras hacía
una rápida reverencia- lord Braiton me ha encargado que os diga que
tienen visita y que le gustaría que se reuniera con ellos en el
despacho.
-¡Oh! ¿Te ha dicho de quien se trata?
-preguntó mientras se quitaba el delantal que siempre se ponía para
no ensuciar sus vestidos cuando se dedicaba a ese tipo de
labores.
-No mi lady.
-Está bien -se tocó el pelo
comprobando que no estuviese demasiado alborotado- ¿cómo
estoy?
-Estupenda como siempre, mi lady -dijo
Mary con una sonrisa.
-Gracias, eres muy amable -sonrió a su
vez y se encaminó hacia el despacho de su
marido.
Dio un pequeño toque en la puerta y
entró en el despacho.
-¿Me has mandado llamar? -su voz sonó
dulce y suave, como era habitual en ella.
-Sí, querida -se levantó de su asiento
y le indicó otro donde podía sentarse ella-. Te he mandado llamar,
porque he imaginado que te gustaría estar
presente.
En ese momento Amanda vio a Brat, que
también se levantaba de la silla que
ocupaba.
-¡Brat! -lo brillaron los ojos y una
sonrisa se dibujó en sus labios- que sorpresa tan
agradable...
-Lady Braiton, es un placer volver a
verla -su tono seco y formal tuvo un efecto devastador sobre
Amanda, no perdió la sonrisa, pero el brillo de sus ojos se
evaporó. La actitud de Brat para con ella la afectaba demasiado,
tuvo que hacer un gran esfuerzo para
contestar.
-Por dios Brat, no hace falta que me
trates con tanta formalidad, eres como mi
hermano.
Se sentó en la silla que George le
ofrecía.
-Bueno, a fin de cuentas ahora sois
una mujer casada mi lady, creo que he de dirigirme a usted con el
respeto que se merece.
Notando cierta tensión en el ambiente,
George decidió intervenir.
-El señor Benedith ha venido porque
vamos a realizar un negocio, juntos. Creo que te agradará
especialmente.
Amanda lo miró
expectante.
-Nos vamos a dedicar a la cría de pura
sangres. El señor Benedith considera que es un buen momento, ya que
se están haciendo muy populares entre la clase alta y todos quieren
tener uno en sus cuadras.
Hemos pensado que sería un buen
momento para intentarlo ¿tú qué opinas?
Los ojos de Amanda estaban abiertos
como platos y la sonrisa que iluminaba su cara hablaba por sí
sola.
-¡Dios mío! no se qué decir... ¿Cuándo
comenzamos?
George rió encantado, sabía que
aquello haría feliz a Amanda.
-Como puede comprobar señor Benedith,
a mi esposa le ha gustado la idea -se volvió de nuevo hacia Amanda-
pero tendrás que tener paciencia querida, traeremos las yeguas,
pero hay que conseguir el semental adecuado y preparar todo para
las montas... en fin un proceso que dejaré en las expertas manos
del señor Benedith y supongo, sin miedo a equivocarme, en las
tuyas.
Brat apretó la mandíbula, no sabía que
estaba haciendo allí, ni por qué había aceptado ese negocio con
Braiton.
Volver a ver a Amanda fue un duro
golpe para él, estaba más hermosa que nunca y para su desdicha se
la veía feliz al lado de Braiton. Cada vez que el hombre se refería
a ella como su esposa o utilizaba un apelativo cariñoso con ella,
hubiera querido arrancarle la lengua.
Mujeres, pensó enfurecido, nunca las
entendería.
-Tengo que irme -dijo con brusquedad a
la vez que se ponía en pie- Le iré informando de todo
periódicamente Braiton -se volvió hacia Amanda, clavó su mirada en
la de ella- lady Braiton un placer volver a
verla.
-De acuerdo Benedith, estaremos en
contacto -y él y Amanda también se
levantaron.
-Me ha gustado volver a verte
Brat.
Él asintió con el ceño fruncido y
salió del despacho.
Las cuadras eran
ahora un hervidero, los mozos iban y venían, continuamente, de un
lado para otro. Había mucho trabajo, pero las cosas estaban
saliendo bien. Había tres yeguas preñadas y todo el mundo estaba
nervioso ante la posibilidad de que algo pudiera salir
mal.
Amanda pasaba parte de su tiempo en
las cuadras, pero no quería entorpecer el trabajo de los mozos. Sus
encuentros con Brat tampoco eran un aliciente para hacerla visitar
a los caballos, ya que su frialdad y distanciamiento eran evidentes
y ya no sabía qué hacer para que las cosas volvieran a ser como
antes.
Por otro lado, su vida con George era
muy agradable.
Era un hombre encantador, cada día se
alegraba más de haber aceptado su propuesta de
matrimonio.
Mantenían una relación de entrañable
amistad, donde la confianza y la sinceridad ocupaban un lugar
importante.
Solía pasear y montar a caballo, pero
la mayoría de las veces conversaban tranquilamente ante una taza de
té.
-¿Cómo van las cosas por las cuadras?
-preguntó interesado.
-Bien, todo el mundo está muy atareado
y las yeguas parecen encontrarse bien -los ojos se le iluminaron-
Me han dicho que una de ella está a punto de tener a su
potrillo.
-¿En serio? -se contagió del
entusiasmo de la joven -eso es estupendo, espero que todo salga
bien.
-Sí, eso espero -dijo mientras ellas
también se terminaba su té.
George la miró y sonrió para sus
adentros, aquella muchacha le estaba alegrando la vida. Era dulce y
cariñosa y siempre tan alegre. Su vitalidad le daba fuerzas para
seguir adelante y su compañía la serenidad que tanto
ansiaba.
Se podría decir que era feliz,
realmente feliz, había tenido una vida plena y ahora en el ocaso de
esa vida había encontrado a la compañera ideal para recorrer el
último tramo de ese camino que ya estaba próximo a su
fin.
Esa misma noche la
yegua se puso de parto, no estaba previsto que fuera así, por lo
que uno de los mozos, nervoso corrió a la casa para avisar a lady
Braiton.
-¿Alguien ha ido a avisar al señor
Benedith? -dijo mientras caminaba apresurada hacia las
cuadras.
-Sí, mi lady -dijo el mozo que la
acompañaba portando un candil para iluminar el oscuro camino- hace
un rato que Tomy salió en su busca y tambien han ido al pueblo a
por el veterinario.
-Muy bien -intentaba apartar los
mechones que se habían escapado del rodete que había improvisado
con las prisas.
Cuando entró en la cuadra Brat ya
estaba allí.
-¡¿Cómo está? -preguntó
nerviosa.
-Está asustada, pero parece que todo
está bien -se movía con rapidez y controlando la
situación.
-¿El señor Potter no ha llegado
aún?
-No, y me temo que no llegará a
tiempo, está atendiendo a la vaca de los Dogerty, que también está
de parto.
-¡Por dios! ¿Qué vamos a
hacer?
-Nosotros la
ayudaremos.
-¿Qué? -los ojos de Amanda no podían
estar más abiertos- ¿estás seguro? yo no sé si
podré.
-Tranquila, sólo tienes que hacer lo
que yo te vaya diciendo. Todo saldrá bien -lo dijo con el tono
cálido tono al que ella estaba acostumbrada en otros tiempos. Eso
le dio el coraje que le hacía falta.
-Está bien -sonriendo- ¿qué hay que
hacer?
-Esa es mi chica -y le devolvió la
sonrisa, una sonrisa que a Amanda le pareció la cosa más
maravillosa del mundo.
Brat comenzó a dar instrucciones, cada
uno hacía sin dudar lo que él ordenaba.
Al cabo de dos largas horas, un
potrillo negro de patas largas, hacía su torpe entrada en este
mundo.
Amanda se abrazó a Brat y éste la
levantó en el aire y giró con ella entre sus
brazos.
-Lo hemos conseguido -su alegría era
infinita. Y allí en los brazos de aquel hombre sintió que había
vuelto a recuperar a su amigo a... ¿su
hermano?
Comenzó a sentirse incómoda y se zafó
del abrazo.
Azorado, Brat, dijo torpemente -Bueno
ya está, buen trabajo muchachos, podéis iros a descansar .Yo me
quedaré todavía un rato, para ver si el potro responde bien y la
madre se recupera sin problemas.
Con gran emoción y palmadas en la
espalda, los mozos se felicitaban y se despedían a la vez que cada
uno se iba a su alojamiento, a descansar las pocas horas que les
quedaban hasta que su jornada volviera a
comenzar.
Amanda todavía estaba allí,
contemplando la conmovedora escena.
-No hace falta que te quedes -volvió a
su tono frío e impersonal.
-Pero quiero quedarme -dudo unos
segundos- y también quiero saber ¿por qué te comportas de esta
manera conmigo?
-No sé a qué te refieres -esquivó su
mirada.
-Lo sabes de sobra, me tratas como si
fuera una extraña y me evitas la mayor parte del
tiempo-
Mientras esperaba una respuesta lo
miró de arriba a abajo.
Que apuesto estaba con aquel pantalón
ceñido a sus fuertes piernas y la camisa blanca, ahora sucia por el
trabajo, dejaba al descubierto parte de su bien formado y fuerte
pecho ¿cuándo se había convertido en aquel hombre tan
formidable?
¿Y por qué no se había dado cuenta
antes?-
-Sabes que nunca
he aprobado tu boda con Braiton -su voz la hizo abandonar sus
cavilaciones.
-¡Pero soy la misma! -protestó- casada
o no sigo siendo yo.
-Para mí ya no eres la misma, ya no,
yo... -miró hacia otro lado y guardó
silencio.
-Tú... ¿qué?
-Yo... -fue hacia ella y cogiéndola
fuertemente por los brazos, la besó con dureza en los
labios.
-Suéltame, me haces daño -se esforzó
por apartarse de él, pero la sujetaba con
fuerza.
-¿Qué pasa, el viejo es más suave? No
creo que sepas lo que es un hombre de verdad, teniendo en cuenta
con quien te has casado -volvió a besarla, esta vez con menos
dureza, saboreando su boca. ¡Cómo la
deseaba!
Amanda, confusa y mareada dejó que
aquella lengua explorara su boca, exigente y
apasionada.
Brat soltó la larga melena, que cayó
sobre su espalda formando una cascada de rizos negros. Enredó un
mechón en su mano y tiró de él haciendo que la cabeza de Amanda se
echara hacia atrás… Besó el nacimiento de los pechos que asomaban
ligeramente por encima del escote del
vestido.
Todo le daba vueltas, no podía pensar
¿por qué le estaba pasando aquello?
Brat era totalmente consciente de lo
que estaba haciendo, el deseo que sentía por la joven y el hecho de
besarla, de saborear su piel, estaba provocándole una erección
tremenda, que amenazaba con hacer saltar los botones del
pantalón.
Le besó el cuello aspirando su aroma,
notando la suavidad de su piel.
-¿¡Brat!?... -al oírla decir su nombre
un ramalazo de cordura volvió a él ¿qué estaba haciendo? ella
estaba casada, casada con otro, aquello era
imposible...
La soltó con brusquedad. Amanda perdió
el equilibrio y a punto estuvo de acabar en el suelo, reaccionó lo
suficientemente rápido para agarrarse a uno de los
pilares.
Cuando se irguió del todo, vio que
Brat abandonaba el establo a grandes pasos.
e dejó caer,
despacio, hasta el suelo.
Enterró la cara entre las manos, e
intentó aclarar sus ideas. Pero no entendía nada ¿Por qué Brat la
había besado? y ¿por qué le había hablado de una forma tan dura y
cruel?
No entendía nada, ya no era el hombre
que ella había conocido durante tantos años. Otra pregunta rondaba
su mente, otra pregunta a la que tenía miedo
enfrentarse.
Los días que
siguieron al nacimiento del potrillo, evitó pasar por las
cuadras.
Se moría de ganas de volver a ver al
animal, pero la posibilidad de encontrarse con Brat la aterraba, no
quería pensar en esa posibilidad, porque no sabía cómo debería
actuar frente a él.
Vagaba por la casa
sin encontrar nada en lo que ocupar su
tiempo.
-¿Te encuentras bien querida? -el tono
de George era preocupado y la pregunta la cogió por
sorpresa.
-Sí, ... estoy bien. Quizás algo
cansada. Pero tranquilo, estoy bien -sonrió con dulzura- Y tú ¿cómo
te encuentras? esta noche te he oído toser más de lo
normal.
-Siento haberte molestado, seguramente
no has podido dormir por mi causa, pero de todas las maneras no
debes preocuparte por mí, todo está bajo
control.
Qué te parece si damos un paseo
hasta los establos y me enseñas a esa maravilla de cuatro patas que
has ayudado a traer al mundo -Dijo esto a la vez que le ofrecía su
brazo.
Caminaron despacio y casi sin hablar,
la tarde estaba preciosa y resultaba agradable
pasear.
Cuando entraron en el establo la voz
de Brat les llegó desde el fondo del
edificio.
-Será mejor que salgas en busca del
veterinario, no tengo ganas de que nos suceda lo mismo de la noche
pasada. Creo que esta yegua no tardará mucho en ponerse de
parto.
-Hola Benedith -saludó George-¿Cómo va
todo?
-Braiton, lady Braiton -la mirada que
dirigió a Amanda fue fugaz- Todo bien, otro potro está a punto de
nacer, así que si me disculpan voy a empezar con los preparativos
-diciendo esto se alejó.
-¿Quieres quedarte? -le preguntó con
una sonrisa en los labios, sabiendo lo mucho que Amanda disfrutaba
con esas cosas.
-No, prefiero volver a casa
contigo.
George le lanzó una mirada
interrogante, pero no dijo nada.
Después de echar una rápida mirada al
potrillo, decidieron irse para no estorbar el trabajo de los
hombres.
Al final de la
tarde les informaron de que el alumbramiento había sido un éxito,
otro potrillo sano y fuerte descansaba complacido junto a su madre,
que también se encontraba en perfecto
estado.
Amanda se moría de ganas de ir a
verlo.
Ya en la cama, no era capaz de
conciliar el sueño y tras horas de dar vueltas intentando quedarse
dormida, decidió vestirse, bajar a los establos y saciar la
curiosidad que sentía hacia el nuevo
animal.
A esas horas todo el mundo estaba
acostado y podía echar una miradita sin que nadie la
molestara.
Una suave luz le indicó la casilla
donde madre e hijo descansaban después de tan dura
prueba.
Se acercó despacio para no asustarlos
y se asomó por encima del portón.
Allí estaba, era precioso, de un color
cobrizo intenso y estaba acurrucado contra su madre, que parecía
estar perfectamente restablecida.
-¿Es bonito verdad? -Amanda dio un
salto, la voz venía de detrás de ella, se giró y vio a Brat salir
de entre las sombras.
Se puso ligeramente
nerviosa.
-Sí, es perfecto -sonrió algo forzada-
Creo que será mejor que me vaya.
Pero él no la dejó, la atrajo con
suavidad contra su pecho y la besó con
dulzura.
Amanda volvió a sentir aquella
sensación de mareo ¿por qué cada vez que Brat la tocaba de esa
manera sucedía eso?
Siguió besándola, bajó por el cuello
hasta legar a los pechos.
Con dedos hábiles desabrochó el
vestido que calló a sus pies, dejando al descubierto su blanco y
desnudo cuerpo. Por unos instantes Brat pensó que estaba soñando,
no podía ser cierto, la tenía allí frente a él, totalmente
desnuda.
Al vestirse para salir no se había
puesto nada bajo el vestido, tan sólo sería una corta visita a los
establos y regresaría, nadie se tenía que dar cuenta, porque se
suponía que nadie la vería.
Y ahora estaba desnuda delante de él y
sintiendo que sus besos y sus caricias la trasportaban a otro
mundo.
La cogió en brazos y con suavidad la
depositó sobre un montón de heno que había en una de las casillas
vacías.
Amanda profirió una débil protesta,
pero sus besos y las caricias sobre su cuerpo la hicieron desistir
de cualquier idea de protestar que hubiera pasado por su
mente.
Todas aquellas sensaciones que
despertaban en su cuerpo le eran desconocidas y algo en su interior
le pedía que siguiera adelante, tenía que descubrir de qué se
trataba.
Besaba todos y cada uno de los
rincones de su cuerpo, quería recorrerla entera, saborear la
delicada piel de su cuello, la redondez de sus pechos y la tersura
de su plano vientre.
Brat iba dejando un rastro de fuego en
su piel, era una sensación tan abrasadora y excitante, tan
diferente y desconocida para ella.
Comenzó a acariciarle los muslos,
recorriéndolos con avaricia. Amanda se asustó al sentir el calor
abrasador de su mano sobre sus piernas, podía sentir como aquel
calor subía hacia el centro de su cuerpo, haciéndolo
palpitar.
Brat se desprendió de la camisa y su
poderoso torso despertó la curiosidad de Amanda "que cuerpo tan
formidable ¿todos los hombres serían como él?" no, no creía que eso
fuera así, era imposible que George... desechó la idea cuando
sintió una caricia sobre su sexo. Miró hacia abajo, para descubrir
la cabeza de Brat entre sus piernas ¿qué pretendía hacer? le entró
el pánico e intentó levantarse.
Él levantó la mirada hacia ella, una
mirada cargada de deseo, le apoyó la mano sobre el vientre y le
susurró -Relájate -y volvió a desaparecer entre sus
muslos.
Amanda no pudo reprimir un gemido ante
aquella nueva sensación que la traspasaba, podía sentir ¿el qué?
¿Aquello era la lengua de Brat sobre su sexo? , otra oleada de
placer recorrió su cuerpo haciéndola arquear la espalda, era lo más
maravillosos y placentero que había experimentado en su vida, no le
importaba morir abrasada por las llamas que parecían arder en el
interior de su cuerpo.
Una serie de gemidos escaparon
incontrolables de su boca, Brat se incorporó y la besó
apasionadamente a la vez que ahogaba sus gritos de
placer.
-Eres un poco escandalosa, tesoro
-dijo esto mientras se despojaba de los
pantalones.
La visión del miembro erecto la dejó
sin respiración y bloqueó su mente.
Brat sonrió satisfecho confundiendo la
expresión asustada de Amanda con la de
sorpresa.
No esperó ni un segundo más, la
necesitaba, necesitaba estar dentro de ella más que nada en ese
mundo, se colocó sobre ella.
En ese momento fue como si Amanda
despertara de un sueño.
Intentó apartar el cuerpo de Brat de
encima del suyo, pero sus débiles intentos fueron inútiles, él ni
se percató de lo que ella intentaba hacer y se enterró
profundamente en ella.
Un grito de dolor escapó de su
garganta y unas lágrimas brotaron de sus oscuros
ojos.
¿Qué estaba pasando? Brat no entendía
nada, la reacción de Amanda lo había dejado paralizado dentro de
ella.
Al ver el dolor en la cara de la joven
dijo confundido -¿Eras virgen? -Pero no era necesario que le
contestara, la respuesta era evidente.
Comenzó a besarla con ternura, secando
sus lágrimas con sus labios. Poco a poco notó como el cuerpo se le
relajaba y sin dejar de besarla comenzó a moverse lentamente en su
interior.
De todas formas, el daño ya estaba
hecho.
El dolor desapareció poco a poco y en
su lugar fue apareciendo otra vez aquella sensación de calor que la
inundaba por dentro.
Brat se movía con delicadeza, haciendo
que cada uno de sus movimientos se convirtiera en suaves oleadas de
placer.
Sus movimientos se hicieron más
rápidos, el deseo que sentía por ella lo tenía dominado por
completo, un pensamiento egoísta y de posesión se apoderó de él al
recordar que había sido el primero, que nadie más había profanado
el cuerpo de esa mujer, ya no podía pensar en nada más, era suya,
ya no podía controlarse.
La besó con urgencia, haciéndola
sentir su necesidad de ella, la respuesta de Amanda fue torpe e
inexperta, pero el hecho de que ella se abandonara por completo
intentando seguirle fue superior a sus fuerzas y con un gruñido
gutural se derramó dentro de ella.
Amanda no se movió cuando se derrumbó
sobre ella y enterró su cara entre su pelo.
En ese momento fue plenamente
consciente de lo que había hecho, la realidad la golpeó con
dureza, mientras las palabras de Brat le llegaron como de lejos,
como si no estuviera todavía sobre ella.
-Lo siento, si lo hubiera sabido, yo
no...
-No tenías por que saberlo, como no lo
sabe nadie -sus palabras sonaron vacía de emoción- era un acuerdo
entre nosotros, su nombre a cambio de mi
compañía.
-¿Un matrimonio de conveniencia? -dijo
horrorizado.
-Llámalo como quieras -dijo con
frialdad- Él es feliz y yo... también lo
era.
Intentó salir de debajo del cuerpo de
Brat, de repente sentía frío.
-Lo siento -sonaba tan arrepentido- yo
no se... nos sé que me ha sucedido, como me he dejado llevar -la
retuvo por unos momentos más entre sus brazos- sí, si lo sé. Llevo
mucho tiempo deseándote y cuando te vi llegar esta noche... siento
que tu primera vez haya sido de esta
manera.
-No digas nada, no empeores las cosas
-se apartó de él y se puso rápidamente el vestido- me tengo que ir
o alguien podría notar mi ausencia. Brat se quedó allí, mirando
cómo salía corriendo del establo. Se sentía el hombre más miserable
del mundo.
Cuando llegó a su
cuarto y se desnudó, descubrió la sangre que manchaba sus piernas.
Se limpió y procuró no dejar ningún indicio de lo que había pasado
esa noche.
Cuando se metió en la cama estaba
amaneciendo, pero se sentía incapaz de conciliar el
sueño.
Las imágenes de Brat y ella sobre el
heno, se repetían una y otra vez en su
cabeza.
Un millón de emociones la invadían,
desde la culpa hasta la decepción.
Era ya casi medio
día y Amanda seguía en la cama. No se sentía ni con fuerzas ni con
ánimos de enfrentar al resto del mundo y menos a
George.
Se sentía enferma, había traicionado a
su marido, le parecía lo peor que podía haberle hecho en este
mundo.
¿Por qué Brat nunca le había dicho lo
que sentía por ella? Si lo hubiera sabido, quizás ella no habría
aceptado casarse con George. ¿O sí? Estaba confundida, no sabía que
iba a hacer...
Unos suaves golpes en la puerta la
sacaron de sus cavilaciones.
George entró sin esperar una
respuesta.
-¿Te encuentras bien querida? -parecía
preocupado- Mary me ha dicho que seguías en la cama y que no habías
probado el desayuno.
-No tenía apetito, la verdad es
que me encuentro un poco indispuesta y me apetecía quedarme en la
cama. Creo que me hará bien -estaba mintiendo a su esposo, era una
cobarde. Pero no podía confesarle lo que había
hecho.
-Esta noche me pareció oírte salir del
cuarto... -esperaba una respuesta pero no había reproche en su voz,
tan sólo curiosidad.
-Sí -sonrió débilmente- me estaba
costando conciliar el sueño y fui a conocer al nuevo potro. Es
precioso, tendrás que ir a verlo, es una maravilla. Creo que me
quedé demasiado tiempo en el establo y he debido de coger frío, por
eso hoy no me encuentro bien. Judas, judas, oía repetido en su
cabeza.
-¡Ah! locuela, tú y tu pasión por los
caballos ¿quieres que llame al doctor?
-No, gracias. Estoy segura que con un
poco de reposo me encontraré mejor.
-Como quieras -le dio un beso en la
frente, como era su costumbre- Entonces descansa, pero prométeme
que comerás algo.
Amanda lo miró, últimamente parecía
haber envejecido, le sonrió cariñosamente.
-Está bien, comeré -dijo
resignada.
Vio como George abandonaba su cuarto y
sintió un nudo en la garganta ¿cómo podía haberle hecho algo así a
aquel hombre tan maravilloso?
Aquella misma
noche, George, sufrió una de sus peores crisis. Amanda dio orden de
avisar al doctor y permaneció a su lado, secando el sudor que lo
empapaba y atendiéndolo para aliviar en todo lo posible su
sufrimiento.
Un par de días después lo peor había
pasado, pero George había quedado muy
débil.
El doctor le recomendó reposo y mucha
tranquilidad.
-Querida, deberías
salir un poco de este cuarto o tú también
enfermaras.
La verdad es que estaba pálida y
ojerosa.
No se había separado de él más de lo
necesario. Se lo debía, era lo menos que podía hacer por
él.
-Anda vete a ver a tus potros y luego
me cuentas lo estupendos que son -intentó sonar animado, pero su
voz estaba débil igual que él, la enfermedad había avanzado con
rapidez, sintió ganas de llorar.
-Sí, tienes razón -hizo un esfuerzo
por sonreír- tengo que ver cómo va nuestro negocio -le dio un beso
y salió de la habitación.
Después de un baño y de comer algo, se
sentía un poco mejor.
Salió con paso tranquilo, quería
disfrutar del aire de la mañana.
Cuando llegó al establo un mozo le
salió al paso, quitándose la gorra dijo emocionado -Buenos días
lady Braiton, me alegra verla otra vez por aquí, se va a poner muy
contenta, ya ha nacido el último potro, bueno potrilla, es una
hembra.
-Es una noticia estupenda ¿dónde
está?
-En la casilla del fondo -al mirar
donde el mozo señalaba un estremecimiento recorrió su cuerpo al ver
el lugar donde Brat y ella...
La enfermedad de George la había
tenido tan preocupada que no había vuelto a pensar en
ello.
Intentó no pensarlo ahora y se
encaminó a ver a la pequeña yegua.
No había contado con la posibilidad de
encontrarse con Brat, por eso el corazón le dio un fuerte vote en
el pecho cuando lo encontró agachado al lado de la madre,
comprobando que se recuperaba con normalidad del
parto.
-Buenos días -saludó muy serio al
levantar la vista y encontrarla tras él- he oído decir que tu
esposo está muy enfermo, espero que se recupere
pronto.
-Sí, gracias. Ya está bastante mejor
-su tono también era excesivamente formal- aunque el doctor le ha
recomendado mucho reposo, no ha recuperado todas las fuerzas
aun.
-Lo siento -en aquellas dos palabras
había mucho más de lo que a ambos les gustaría
reconocer.
-Ya, gracias -desvió la mirada- ¿qué
tal el animal? me han dicho que es una
hembra.
-Sí -suspiró- está bien, cuando crezca
será un buen ejemplar para seguir criando.
Amanda asintió distraída -Bueno, he de
irme, mi esposo necesita que esté a su
lado.
-Sí, por
supuesto.
Y sin más la vio volver a salir del
establo como la noche que la hizo suya, sin mirar
atrás.
Durante las
siguientes semanas, su vida consistía en acompañar a George, en
ocasiones le leía durante horas, decía que oír su voz lo
relajaba.
La última hora de la tarde era el
momento que ella aprovechaba para dar un paseo, mientras el
asistente de George le ayudaba con el baño, ya que eso le
facilitaba el descanso por las noches.
Es esos paseos siempre evitaba las
cuadras.
Las noches también las pasaba en la
habitación de George, él había insistido en que no era necesario,
pero Amanda había ordenado poner una pequeña cama para poder dormir
allí, quería estar cerca por si la
necesitaba.
Una tarde, Amanda le contaba
divertidas anécdotas de su infancia, mientras intentaba realizar
unos simples bordados.
George se reía divertido con sus
travesuras y peripecias, de improviso hizo una pregunta que la dejó
atónita.
-¿Le quieres?
-¿Cómo? ¿De qué estás
hablando?
-¿Qué si estás enamorada del señor
Benedith? -su voz era tranquila.
-No -sus mejillas ardían- ¿cómo puedes
sugerir una cosa así? es ridículo.
-Tal vez, pero tengo esa
sensación.
-Debe de haberte subido la fiebre
–dijo nerviosa- estás empezando a delirar.
-No tengo fiebre, tranquila -la miró
con cariño- soy lo suficientemente mayor y experimentado para darme
cuenta de ciertas cosas, aunque esté postrado en una
cama.
Y de un tiempo a esta parte tus
encantadoras historias han dejado de ser las travesuras de tres
diablillo, para convertirse en las de dos hermanos -rió divertido-
debiste ser una chiquilla adorable.
-Mi madre no estaría de acuerdo con
ese comentario -sonrió levemente.
-Me lo imagino. Pero dime una cosa, si
no estoy en lo cierto ¿por qué el señor Benedith ha dejado de
participar en esas aventuras? se que erais inseparables. Y sin
embargo ahora evitas hablar de él.
-No digas tonterías -pero mantenía la
vista fija en su bordado.
-¿Te arrepientes de haberte casado
conmigo?
-No, eso nunca -una lágrima rodó por
su mejilla.
-¡Ah! no llores pequeña. No pasa nada,
soy feliz por tenerte a mi lado y me ayudas mucho, eres un esposa
ejemplar...
-No, no lo soy -no pudo soportarlo
más, no podía seguir llevando aquel peso sobre su
conciencia.
Quizás George la repudiara, pero no le
importaban las consecuencias, ella no era un mentirosa- Te he
engañado... la noche que me oíste salir, era cierto que fui a ver
al potro. Pero Brat estaba allí y... él me besó y yo lo dejé, no me
negué. Una cosa llevó a la otra y cuando quise darme cuenta ya era
demasiado tarde.
-Te hizo suya -era una afirmación, no
una pregunta.
-Sí, quise reaccionar pero... -las
lágrimas volvieron a brotar de sus ojos.
-Ven aquí pequeña -se sentó en la cama
y dejó que él la abrazara.
-Siento que tu primera vez fuera así.
Es culpa mías, nunca pensé que alguien joven y vital como tú
necesitaría satisfacer sus instintos.
-¿No estás enfadado?
-gimoteó.
-No mi niña, tú estás cumpliendo tu
parte del trato a la perfección. No voy a decir que me haga feliz,
pero lo entiendo, yo también fui joven y si recuerdas he viajado
por todo el mundo y tenido muchas y maravillosas experiencias
-torció un poco el gesto- me estoy dando cuenta que mi proposición
era más egoísta de lo que había pensado -la besó con delicadeza en
la frente- ¿has vuelto a verlo?
-No..., bueno, la mañana que fui a ver
a la nueva yegua, te lo conté cuando
regresé.
-Sí, es
verdad.
-No volveré a verlo, soy tu esposa y
te debe respeto.
-¡Sssppp! -le puso un dedo en los
labios- no me debes nada, te pedí compañía y un poco de cariño y me
estás dando ambas cosas más allá de mis
expectativas.
Unos días después
George se encontraba lo bastante bien como para levantarse durante
unas horas.
Convenció a Amanda para que fuera al
pueblo para hacer unas compras.
He hizo llamar a Brat
Benedith.
-Mi lord, el señor
Benedith.
-Me han dicho que quería
verme.
-Sí, pase, por favor -señaló el sillón
que tenía frente a sí- me estoy muriendo -levantó la mano para
interrumpir cualquier cosa que Brat hubiera podido decir- no es
algo nuevo, pero ahora parece ser que el final se acerca. Por ello
quiero ir dejando todos los cabos bien atados -hizo una pequeña
pausa, hablar le suponía también un gran esfuerzo- cuando yo falte
quiero que siga con el tema de los caballos, se que a Amanda le
gustará.
Evidentemente ya he redactado mi
testamento, pero quería asegurarme de que se ocuparía personalmente
de todo como hasta ahora y que... cuidará de
Amanda.
-Bueno sí, yo me ocuparé de los
caballos ese era el trato- su tono se había vuelto un tanto arisco-
pero creo que Amanda no necesita de mí, sabrá cuidarse ella
sola.
-Tal vez... pero sería una pena que
volviera a perderla.
-No sé lo que está
insinuando...
Un repentino ataque de tos interrumpió
el discurso de Brat. Se acercó precipitadamente al anciano y le
ofreció un vaso de agua.
Cuando se encontró un poco más
tranquilo dijo con voz apenas audible -Creo que será mejor que
vuelva a mi cuarto.
-Necesita que le ayude? -se ofreció
Brat sinceramente.
-No, gracias, llamaré a mi
asistente.
-Como quiera.
-Sólo una pregunta más ¿por qué no le
pidió que se casara con usted?
-Creía conocerla y sabía que me diría
que no -se sinceró con aquel hombre como no había hecho nunca con
nadie- Pero también sabía que rechazaría al resto. Mi plan
consistía en ir conquistándola poco a poco, de una forma discreta,
sin precipitar las cosas. Pero apareció usted y todo se fue al
traste -dijo con amargura- le dije que o se casara con usted que
era un error, pero claro, no me hizo ni
caso.
-¿Y por qué no se lo pidió
entonces?
-Porque parecía encantada con su
propuesta y a mí me veía como a un hermano, en aquel momento me
habría dicho que no, como al resto.
George lo miró
pensativo.
-Tiene razón muchacho, le habría dicho
que no, es muy obstinada. Yo sabía que me moría, por eso se lo
propuse, si no nunca me habría casado con alguien tan joven como
Amanda. Pero quizás el hecho de sentir la muerte tan cercana, me
hizo sentir la necesidad de tener a alguien como ella cerca, para
intentar retener dentro de mí la sensación de juventud ya perdida,
soy viejo y egoísta, lo sé.
Brat miraba a lord Braiton y no sabía
si sentir lástima por el hombre que se estaba muriendo o rencor por
haberle arrebatado a la mujer que quería por un intento vano y
egoísta de resistirse a la muerte rodeándose de vitalidad y
juventud.
Un par de meses
más tarde Amanda era la viuda de lord Braiton. Lady Braiton, dueña
y señora de infinidad de propiedades, una considerable fortuna y
unas estupendas cuadras que prometían grandes
beneficios.
Todavía no se había hecho a la idea,
nunca pensó que todo sería tan rápido, estaba desolada. Lo echaría
mucho de menos.
Tras la lectura del testamento y la
firma de los documentos pertinentes que la acreditaban como
heredera absoluta, el abogado le entregó un sobre lacrado en el que
aparecía su nombre.
Era una carta de
George.
Querida
Amanda:
Has sido como un rayo de sol en
mis últimos días en este mundo.
No quiero que llores mi muerte,
porque como te he dicho en infinidad de ocasiones, he tenido una
vida plena y feliz, llena de aventuras y también mi buena ración de
romances.
Gracias a ti, el final ha sido
mucho más agradable, sin tu apoyo y tu presencia no habría podido
enfrentarme a lo que me sobrevenía.
Por ello te quiero dar las
gracias, no creo que lo que has hecho por mí se pueda pagar con
bienes materiales, por eso quiero que sepas que tienes mi eterna
gratitud. Eres una gran mujer.
Te quiero pedir perdón, porque
con mi egoísmo, he robado parte de tu juventud, esa parte en la que
una encantadora joven como tú debería haber descubierto el amor.
Pero para el amor nunca es tarde, no te cierres a él
Amanda.
Siempre
tuyo.
George
P.D.
Se feliz, mi niña.
Las lágrimas
corrían por su cara sin descanso ¿por qué un hombre como aquel
tenía que morir?
Nunca, nunca podría olvidarse de él y
mucho menos arrepentirse de haber sido su
esposa...
Su familia estaba
con ella, apoyándola. La desolación de su madre era evidente, nunca
hubiera imaginado que alguien que parecía tan vital... era horrible
y su pobre hija...
-Cariño ¿por qué no te vienes a casa
con nosotros una temporada?
-Gracias mamá, pero me quedaré aquí,
ésta es mi casa ahora y es donde quiero
estar.
-Pero, esta casa es tan grande, que
para ti sola...
-No estoy sola, está el servicio, que
es gente encantadora y a la que tengo mucho aprecio -una cálida
sonrisa iluminó su cara despacio, con calma- Estaré bien
mamá.
-Como quieras -no estaba conforme con
la decisión de su hija, pero que otra cosa podía
hacer.
Brat había
asistido al funeral, pero se había mantenido en segundo plano,
aunque los Sanders lo consideraban parte de la familia, supuso que
en momentos así era mejor guardar las distancias, sobre todo con
Amanda.
Se le partía el corazón viéndola tan
afectada, a cada instante se sentía impulsado a acercarse a ella y
consolarla, arroparla entre sus brazos y reconfortarla con dulces
palabras.
Pero era preferible seguir donde
estaba, si lo hubiera necesitado habría ido en su
busca.
Ella lo había visto y le había
dedicado una leve sonrisa, que interpretó como de agradecimiento
por estar allí.
Las semanas
pasaban y Amanda intentaba adaptarse a sus nuevas rutinas sin la
presencia de George.
Parecía increíble el gran vacío
que había dejado. Intentaba llenarlo manteniéndose ocupada,
haciendo cosas en la casa, dando largos paseos, cualquier cosa que
la mantuviera activa y con la mente
trabajando.
Las cuadras era el único lugar que
evitaba, no se sentía con fuerzas para enfrentar a
Brat.
Después de todo lo que había sucedido
entre ellos ¿cómo actuar? sentía que ya no podría tratarlo como a
un amigo, pero cualquier otra opción, en esos momentos, le
resultaba impensable. Aunque si tenía que ser sincera consigo
misma, lo echaba mucho de menos.
Brat tampoco hacía
ningún intento de acercarse a ella, sabía que en esos momentos
necesitaba espacio y tiempo. Se lo daría, todo el que necesitara,
pero esta vez no perdería la oportunidad, haría caso a
Braiton.
No había un solo día en el que no
recordara la suavidad de su piel, la delicadeza de sus curvas y el
delicioso sabor de su boca.
Un gruñido escapó de su garganta, cada
vez que evocaba aquellos recuerdos su cuerpo reaccionaba con una
brutal erección. Cepilló enérgicamente al semental, en un vano
intento por liberar toda aquella frustración.
-¿Ha hecho algo el
pobre animal para que lo estés cepillando de ese modo? -la voz le
llegó cálida y con un ligero tono de burla.
Todo su cuerpo se tensó, cerró los
ojos y respiró profundamente para intentar relajarse y poder
enfrentarla.
Se giró y la vio, estaba más hermosa
que nunca.
Otra oleada de deseo se apoderó de él,
el esfuerzo que realizó para no avanzarse sobre ella fue
titánico.
-Amanda ¿qué haces aquí? -su tono fue
tremendamente brusco.
Amanda frunció el ceño -Si no recuerdo
mal, esta cuadra me pertenece.
-Sí, perdona -sacudió la cabeza- me ha
sorprendido verte, hacía demasiado tiempo que no venías por
aquí.
Sí, bueno -se sintió un poco azorada-
he estado... muy atareada.
-Lo comprendo -la miró a los ojos,
esos preciosos ojos que tanto le gustaban- ¿Cómo te
encuentras?
-Mejor, gracias -se acercó al semental
y le acarició el musculado cuello, era sorprendente como algo en
apariencia tan suave y delicado podía ser duro y firme como el
metal.
Deslizó la mano hacia abajo mientras
observaba los grandes ojos del equino, un escalofrío le recorrió el
cuerpo cuando su mano rozó la de Brat que seguía apoyada sobre el
lomo del animal.
Sintió el calor que inundó sus
mejillas, levantó la mirada para encontrarse con la de
él.
Se sintió atrapada por la intensidad y
el fuego que aquellos ojos destilaban.
Conteniendo la respiración levantó la
mano y rozó la delicada mejilla, volvió a respirar cuando Amanda
inclinó la cabeza y se apoyó sobre su mano.
-Te echo de menos -sabía que se estaba
precipitando.
-Y yo a ti -bajó la vista-
pero...
-No digas nada, por favor -apartó la
mano de su cara.
Amanda asintió con un leve gesto y
volvió a enfrentar su mirada.
-Será mejor que me vaya -comenzó a
girarse, Brat la retuvo asiéndola con delicadeza del
brazo.
-¿Vendrás mañana? -aquel nuevo
contacto provocó otra descarga de sensaciones en ella. Era
increíble el poder que tenía sobre ella, un simple roce, una
caricia y todo su cuerpo reaccionaba de
inmediato.
Sentía ganas de huir, de alejarse de
él para intentar poner en orden sus ideas, pero al mismo tiempo
deseaba quedarse, y que él...era una locura, no podía, todavía no,
era demasiado pronto.
-Tal vez -fue la escueta respuesta que
le dio.
Le soltó el brazo y la vio encaminarse
hacia la salida, pero en esta ocasión Amanda se giró y le dedicó
una tímida sonrisa.
El efecto que tuvo sobre él fue de
devastador, su corazón palpitaba enloquecido contra su pecho, el
aire parecía tan espeso que le era imposible respirar con
normalidad.
Con dificultad le devolvió la sonrisa,
y la vio desaparecer a través del portón de
entrada.
Amanda retomó su
hábito de acudir diariamente a las cuadras, no siempre se
encontraba con Brat, ya que él tenía otras obligaciones además de
ocuparse de los caballos.
Pero sus encuentros cada vez le
resultaban más agradables, ya no eran tan tensos como al principio,
poco a poco iban recuperando cierta
confianza.
Era como empezar de nuevo, tenían que
volver a descubrirse el uno al otro. Aunque ambos sabían que en
esta ocasión había implicado algo más profundo que la simple
amistad.
Brat disfrutaba de
sus encuentros, y atesoraba cada gesto, cada palabra cada pequeño
roce.
Para él cualquier escusa era buena,
siempre buscaba la manera de poder tocarla, bien rozándole la mano,
atrapando un mechón de sus cabellos o con una caricia descuidada en
su brazo.
Todavía podía percibir en ocasiones
una especie de reticencia por parte de ella, aunque después de como
se había portado con ella no era de extrañar. Otra en su lugar lo
hubiera apartado de su vida para siempre.
-Mozo -Brat se
giró, no podía creer que la petulante voz que escuchó tras de sí se
dirigiera a él- ¡Por dios! no me mires con esa cara y ocúpate de mi
caballo -dijo el hombre con impaciencia.
Brat lo observó de arriba abajo, tenía
toda la pinta de un dandy era un hombre que, supuso, las mujeres
encontrarían atractivo a pesar de que ya no era un
jovencito.
-¿Quién es usted? -el tono seco e
impertinente hizo elevarse la ceja del
extraño.
-Como se atreve a hablarme en ese
tono... -la furia tiño su hermoso rostro de
purpura.
-¿Quién es usted? -volvió a preguntar
Brat sin inmutarse.
-Soy el primo de lady Braiton -dio
rechinado los dientes- y puede tener por seguro que será informada
de esta falta de respeto.
-Tomy -grito Brat- ocúpate del caballo
del "caballero" -recalcó la palabra con ironía -¿Y su "prima" ya
está enterada de esta inesperada visita?
Entregó las riendas al mozo que se
había acercado presuroso a cumplir la orden de Brat -No toleraré
más impertinencias, los asuntos de la familia no me parecen que
sean algo que deba preocupar a un mozo de
cuadra.
-Los asuntos de lady Braiton siempre
me interesan -el tono bajo y cargado de amenaza hicieron que el
hombre retrocediera varios pasos.
-Hablaré con ella ahora mismo y me
encargaré personalmente de que lo despidan -dijo señalándolo
furioso con el dedo índice.
-Sí, estoy seguro de que lo va a
intentar -sus labios se curvaron en una sonrisa burlona, que hizo
que el sujeto se enfureciera aun más.
Salió del establo a grandes pasos -Ese
cretino se iba a enterar de quien era él, ahora que estaba allí
para consolar a la desdichada viuda todo cambiaría en Braiton Hall,
él se encargaría de ello -pensando esto fueron sus labios los que
ahora se curvaron en una sonrisa, pero no era burla lo que
inspiraba, sino avaricia.
La repentina
llegada de Franklin Braiton, el primo de su difunto marido, fue
toda una sorpresa para Amanda. Ya que el hombre no había asistido a
su enlace y por supuesto tampoco se había presentado al funeral de
George.
-Me alegro de conocerte por fin,
aunque lamento en las circunstancias que lo hacemos querida -dijo
mientras depositaba un delicado y estudiado beso sobre los dedos de
Amanda.
Le pareció un hombre increíblemente
apuesto y con unos modales exquisitos, aunque estaba más que
enterada de su carácter gracias a que George le había prevenido
contra él.
-¿Qué le trae por aquí? señor Braiton
-liberó su mano de entre las de él.
-Pensarás que soy un descastado por no
haber venido hasta ahora, pero he estado sumamente ocupado, asuntos
importantes que no me han permitido presentarte mis respetos y
condolencias en su momento -la deslumbró con una radiante
sonrisa.
Ese hombre debía de ser un peligro
para una mujer que no estuviera prevenida como
ella.
-Lo entiendo -su sonrisa no se
extendió a sus ojos- pero como puede comprobar, todo está bien y yo
también, cuento con el apoyo de mi familia y
amigos.
-Sí por supuesto querida -su mano se
movió como queriendo restar importancia a las palabras de Amanda-
pero yo también formo parte de esa familia y quiero que sepas que
puedes contar conmigo- dejó escapar un suspiro- Y ahora si no te
molesta, me gustaría tomar un baño y descansar un poco antes de la
cena.
-¿Piensa quedarse aquí? -la ansiedad
que aquello le provocó se reflejó claramente en su
tono.
Franklin levantó una ceja -¿Te
molesta? He realizado un largo viaje para venir a verte y darte mi
apoyo, no era mucho suponer que no te importaría que me alojara
aquí unos días.
Si no quería ser descortés tendría que
aceptar la presencia de aquel individuo en su casa, la frustración
la recorrió como un veneno, pero que otra cosa podía
hacer?
-Mandaré que le preparen una de
las habitaciones y el baño -no fue capaz de responder con mayor
cortesía.
-Por cierto, tienes un personal muy
irrespetuoso -dijo cuando Amanda se disponía a salir del salón-
deberías despedir a ese patán que tienes en las cuadras, se toma
demasiadas confianzas para ser un simple
mozo.
Amanda lo observó un tanto
sorprendida, no había nadie en los establos que pudiera ser
irrespetuoso, a no ser... una sonrisa entornó sus
labios.
-Creo que eso no va a ser posible -y
sin más explicaciones abandonó la estancia, dejando solo a
Franklin.
La miró mientras salía, era una mujer
realmente hermosa, el viejo siempre había tenido buen gusto para
las mujeres.
Sería un placer seducirla, aunque
podía llevar un poco más de tiempo del que había
imaginado.
No parecía muy impresionada, más bien
todo lo contrario, con toda seguridad el viejo le había hablado de
él ¿por qué motivo sino le había dejado todo su dinero a aquella
joven y a él ni una moneda?
No lo iba a tener nada fácil, pero
tenía demasiada confianza en sus encantos como para ponerse
nervioso.
Al final caería rendida a sus pies
como todas las demás.
Paseaba inquieta
por el despacho de George, no sabía qué hacer para librarse del
primo de George.
Tal vez si le dijera que tenía pensado
visitar a su familia durante una temporada, él decidiría irse,
aunque lo más seguro sería que se apuntara a la excursión. Se había
dado cuenta de que no tenía ningún tipo de prejuicio para acoplarse
sin una invitación, como había hecho en su casa, nada le impediría
auto invitarse a casa de sus padres.
-¿Te interrumpo? -el alivio la invadió
al reconocer la voz de Brat.
-Gracias a dios que eres
tú.
-¿Qué quiere ese hombre, a qué ha
venido? -la seriedad de su rostro hizo que una sensación de
tranquilidad la invadiera. No estaba sola.
Puso una sonrisa burlona -De momento
que te despida por descarado y lo segundo, quedarse unos días
aquí.
-No puede quedarse aquí -la furia lo
invadió.
-Lo sé, pero tampoco puedo decirle que
se vaya, a fin de cuentas es el primo de George, no puedo echarlo,
aunque es lo que me apetece hacer.
-¡Ah! veo que has decidido llamar al
mozo, espero que me hagas caso querida y te deshagas de este
individuo tan desagradable -dijo con tono altanero, mientras hacía
su entrada en el despacho sin previo aviso.
Amanda suspiró resignada -Señor
Braiton...
-Por dios querida, llamame Franklin,
somos familia.
-Creo que continuaré con señor Braiton
-le dedicó una sonrisa forzada- pretendía presentarle a mi socio y
amigo el señor Benedith.
Franklin sintió
que su rostro ardía, había hecho el ridículo de la manera más
espantosa. Miró airado a Brat.
-Debería vestir de forma más adecuada
si no quiere que lo confundan con los mozos -dijo en tono
defensivo, no tenía pensado disculparse con aquel
hombre.
-No creo que deba cambiar mis hábitos
en el vestir, nunca me han supuesto ningún problema -la
inexpresividad de Brat no le dejaba saber en que estaba
pensando.
-¿Brat te quedarás a cenar, verdad?
-intervino Amanda intentando suavizar la tensión que parecía crecer
entre los dos hombres. Además no le apetecía quedarse sola con
Braiton.
Éste pareció torcer el gesto ante la
invitación, Brat lo notó por lo que contestó con
tranquilidad.
-Claro, será un placer -y le dedicó
una mirada a Franklin que no supo interpretar, pero que no le dejó
muy tranquilo.
La cena estaba
resultando horrible, la tensión se palpaba en el ambiente y ella
tenía que evitar que aquello llevara a los hombres a una
confrontación más directa.
-Me ha dicho lady Braiton que tiene
pensado quedarse unos días en la casa -no levantó la vista del
plato.
Franklin respiró fuertemente, las
aletas de su nariz se dilataron, demostrando la furia que estaba
intentando reprimir. Aquel hombre era un
entrometido.
-Sí -contestó apretando los dientes-
eso tengo pensado hacer.
-Pues yo pienso que debería irse hoy
mismo -Amanda se atragantó y Franklin lo miró con la boca abierta
por la sorpresa- aunque dado lo avanzado de la noche, creo que con
que lo haga mañana será suficiente.
-Como se atreve... -arrojó la
servilleta sobre la mesa.
Brat se encogió de hombros, sin dejar
de comer -Simplemente soy realista, lady Braiton es una mujer que
hace poco ha quedado viuda y vive sola. Creo que su presencia en la
casa no la beneficiaría en absoluto.
-Soy su primo -se
defendió.
-No -rotundo- era el primo de lord
Braiton, nada lo une a Amanda.
Sabía que Benedith tenía razón, pero
había confiado en su encanto para que la joven no hubiera puesto
reparos a su presencia en la casa. Pero aquel odioso hombre la
defendía como si fuera...
-¡Es su amante! -lo dijo sin pensar,
pero esa idea se había abierto camino rápidamente en su
cabeza.
De la garganta de Amanda escapó un
pequeño grito de sorpresa.
Brat notó que todo su cuerpo se
tensaba y levantándose lentamente sin apartar la fiera mirada de
Franklin dijo, intentando controlar la intensidad de su voz- Había
pensado que podría esperar a mañana, pero lo que acaba de decir le
ha proporcionado un viaje nocturno de vuelta a su
hogar.
-No puede hacer eso, usted no es nadie
para echarme de esta casa.
-¿Quiere apostar? -la amenaza
explícita en aquella pregunta sumada a la feroz mirada de Brat, le
hicieron encogerse ligeramente.
-Prima Amanda, no me puedo creer que
vayas a permitir que este hombre -arrastró las palabras- me expulse
de tu casa de esta manera.
Respiró hondo -Señor Braiton, creo que
el señor Benedith ha expresado a la perfección mis deseos. Usted y
yo no tenemos ningún tipo de relación y no quiero comenzar a
tenerla ahora.
Se presenta en mi casa -recalcó esto
último- y me impone su presencia con el mayor descaro y no contento
me insulta con ese comentario tan poco apropiado. Con lo que le
agradecería que abandonara mi casa ahora mismo. Y creo no tener que
decirle que no será bien venido en
adelante.
Rojo de furia les dirigió una mirada
que los abría fulminado de haber tenido ese
poder.
-Sabía que el viejo se iba a morir y
lo cazaste para quedarte con todo ¿verdad? -dijo masticando las
palabras.
-No tiente a la suerte, Braiton,
váyase ahora por su propio pie -avanzó un par de pasos en su
dirección.
Franklin retrocedió asustado y salió
sin mirar atrás del comedor.
Amanda esperó casi conteniendo la
respiración. Cuando diez minutos más tarde sintieron cerrarse la
puerta principal tras Braiton, expulsó todo el aire que había en
sus pulmones de una manera sonora y nada
femenina.
-Gracias -sonrió nerviosa- se que no
hemos sido muy correctos, pero me alegro de que se haya
ido.
-Tampoco él ha sido un ejemplo de
modales.
-Tienes razón, no me extraña que
George no quisiera saber nada de ese hombre, se nota a leguas que
es un ave de rapiña.
Se acercó a la silla que había ocupado
Amanda, la separó ligeramente -¿Continuamos cenando? -le dedicó una
cálida sonrisa,
Ella se la devolvió agradecida y se
sentó de nuevo a la mesa.
El resto de la
cena trascurrió de forma tranquila y
agradable.
Ya era tarde cuando Brat decidió irse.
Amanda lo acompañó hasta la puerta.
-Gracias por la cena, ha
sido...interesante.
Amanda se rió totalmente
relajada.
-Gracias a ti, de nuevo, por librarme
del "primo Franklin" -dijo apoyando su delicada mano sobre el
musculoso brazo de Brat.
El ligero contacto hizo que ambos
sintieran una descarga que les recorrió todo el
cuerpo.
Se miraron unos instantes a los
ojos.
Fue Brat el que rompió el hechizo que
los mantenía embelesados.
-Buenas noches
Amanda.
Parpadeó confusa -¡Ah! sí, buenas
noches Brat.
Permaneció allí de
pie, en medio del recibidor, todavía unos momentos después de que
Brat se hubiera ido.
Recordó como Brat se había ocupado de
Braiton aquella noche y como la había defendido ante aquel granuja.
Una sonrisa comenzó a dibujarse en su rostro, cuando comenzó a
subir las escaleras en dirección a su cuarto, la sonrisa era tan
amplia que su cara resplandecía. Un nuevo brillo apareció en sus
ojos y un sentimiento, durante mucho tiempo reprimido, se abrió
paso dentro de su corazón.
El verano estaba
en su mejor momento y la tarde era ideal para salir a
cabalgar.
Amanda apareció en las cuadras con un
sobrio, aunque bonito, traje de montar.
-Buenas tardes Brat -su tono era
animado.
-Buenas tardes -enarcó una ceja- ¿ha
sucedido algo? se te ve... radiante.
-No -se encogió de hombros-
simplemente me encuentro muy animada y hace un día precioso
-sonrió, como hacía tiempo que no la veía hacerlo- ¿te apetece
venir a cabalgar conmigo?
-Me encantaría -y le devolvió la
sonrisa.
-Pues vamos, no quiero desaprovechar
ni un solo rayo de sol.
Ensillaron los caballos y salieron
fuera guiándolos con las riendas. Brat ayudó a Amanda a montar,
aunque sabía que no era necesario, pero su necesidad de tocarla era
mayor que nada.
Mientras montaba preguntó -¿Hacia
dónde te apetece ir?
-¿Qué tal el cerro? las vistas son
preciosas desde allí.
-De acuerdo -la miró entornando los
ojos- ¿una carrera?
Amanda rió encantada. Que sonido tan
maravillosos, pensó Brat, cuánto tiempo sin disfrutar de
él.
-Una idea estupenda -sin terminar de
decir estas palabras azuzó al caballo para que saliera a todo
galope.
Brat sonrió encantado -Eres una
tramposa -le gritó desde atrás.
Ambos se entregaron a una loca
carrera, cuando el cerro comenzó a ser visible, Brat instó a su
caballo a aumentar el ritmo. Jinete y montura se compenetraban a la
perfección y no tardaron en dejar atrás a la desilusionada Amanda,
que inocentemente había pensado que tal vez podría llegar primero
que él.
Cuando alcanzó la cima del cerro, Brat
ya había desmontado y se acercó para
ayudarla.
-Has hecho trampa -dijo antes de
bajarse del equino. -¡Ah! ¿Sí? y eso como ha sido? -le siguió el
juego divertido.
-Has cogido el mejor caballo -dijo un
poco enfurruñada.
Brat rió encantado, sabía que ella lo
decía en broma. Estiró los brazos y la tomó de la cintura para
hacerla bajar.
La hizo resbalar a lo largo de su
cuerpo, lo que le propinó una inmediata
erección.
Una vez en el suelo, no la soltó, sus
manos seguían posadas sobre su cintura.
Amanda podía sentir el calor de
aquellas manos traspasando la tela del vestido y extendiéndose por
todo su cuerpo.
Los segundos se hicieron eternos y sus
miradas se fundieron deseándose y
entregándose.
Brat inclinó la cabeza y muy despacio
se acercó a los labios de Amanda. Quería darle tiempo, no quería
obligarla a nada, estaría encantado de tomar cualquier cosa que
ella estuviera dispuesta a entregar, pero también aceptaría una
negativa, por lo menos de momento.
Pero no se apartó, dejó que sus labios
se unieran y que sus lenguas se
encontraran.
La embriagadora sensación de volver a
saborear su boca, lo hizo gemir.
Era la más dulce, la más suave, la más
deseable de las mujeres y la tenía en sus
brazos.
Se demoró en su boca, no tenía prisa;
bueno, sí, pero no importaba, cualquier sacrificio sería bienvenido
siempre que pudiera disfrutar de un contacto, por pequeño que fuera
y no iba a desaprovechar aquel.
Su lengua recorrió todos los rincones
de su boca, se enredó con la de Amanda, incitándola, provocándola
para que ella se dejara llevar, también, por la
pasión.
La estrechó con más fuerza contra su
cuerpo y ella le rodeó el cuello con los
brazos.
Abandonó su boca para dedicarse al
cuello, Amanda dejó caer la cabeza hacia
atrás.
Su respiración se agitó, tenía el
pulso acelerado, aquella sensación de mareo que ya había
experimentado, regresó.
-Brat... -la miró a los ojos buscando
duda, rechazo, pero sólo encontró fuego- quiero ser
tuya.
Un gruñido escapó de la garganta de
Brat y un lacerante dolor atravesó su entrepierna, no podía creer
que por fin hubiera escuchados aquellas palabras de boca de
ella.
La volvió a besar con mayor
intensidad, con ansia, quería trasmitirle toda su pasión, todo su
deseo contenido.
La levantó en sus brazos y se encaminó
hacia un pequeño grupo de árboles. Se tendió en la mullida hierba
con ella a su lado.
Depositó una lluvia de besos en su
cara, labios y cuello.
-Eres la mujer más adorable que he
conocido nunca.
Ella lo miró entre tímida y
complacida.
-No puedo vivir sin ti -no dejaba de
derramar sus besos sobre ella- no volveré a permitir que te alejes
de mi. Te quiero Amanda.
Un leve gemido escapó de la garganta
de la joven.
-Yo... -le tapó la boca con un
beso.
-No digas nada, sólo necesito que me
des la oportunidad de demostrarte que soy el hombre de ti vida, el
que quiere estar a tu lado y hacerte feliz para el resto de
nuestras vidas.
Una lágrima de emoción resbaló por su
mejilla.
-Te quiero Brat -dijo casi en un
susurro. Pero para él fue como si lo hubiera gritado a los cuatro
vientos.
Con el corazón a punto de estallar se
entregó a ella.
Le hizo el amor de manera tierna y
apasionada.
Llenándose de gozo
con cada nueva caricia, con cada nuevo
beso.
Controlar todo el
deseo reprimido fue una dura prueba que no le importó soportar. Se
lo debía, se merecía que empleara todo el tiempo del mundo en
excitarla, provocarla y hacerla llegar a lo más alto utilizando el
tiempo que fuera necesario.
Abrazados,
exhaustos y felices, se miraron
sonriendo.
-¿Alguna vez
podremos hacer esto en una cama? -preguntó ella con tono
burlón.
-Cuando
quieras preciosa -una sonrisa curvó sus labios- estaré encantado de
complacerte, en una cama o en cualquier otro lugar que se te ocurra
-su diabólica sonrisa encantó a Amanda.
-¡UUmm! suena genial, pero ahora creo
que deberíamos regresar.
-Eres una
aguafiestas.
-Lo se -rió
divertida.
Terminó de acomodarse el vestido y se
encaminó hacia los caballos que pastaban tranquilamente a escasos
metros de donde se encontraban.
Brat la seguía terminando de
recomponer su aspecto.
Amanda miró sobre su hombro, al
comprobar que se había quedado rezagado, montó apresurada sobre el
caballo de Brat y azuzándolo salió al
galope.
-Te echo una carrera -sonrió con
maldad- ¿a ver quién gana ahora?
La estruendosa carcajada de Brat le
llegó desde el cerro, llenando su corazón de un gozo y una alegría
que nunca hubiera creído que pudiera existir.
Cariño ¿bajas a
desayunar o piensas quedarte todo el día parada en mitad de la
escalera? -Brat la observaba desde el pie de la
escalera.
Ella le dirigió su sonrisa más
brillante y descendió los últimos
escalones.
Parecía mentira todo lo que había
pasado en tan poco tiempo.
-Buenos días señora Benedith ¿va a
tomar té? -preguntó Mary mientras les servía el
desayuno.
-Sí, gracias -miró a su marido, al
otro lado de la mesa y en silencio dio gracias a dios por haberlo
puesto en su vida. Una sonrisa traviesa curvó sus
labios.
Brat levantó la vista hacia ella y una
provocativa sonrisa adorno su boca.
Sí, definitivamente tenía mucho que
agradecer.
EL dulce aroma de
las rosas
Ana miraba distraída por la ventana,
mientras Beth se paseaba nerviosa de un lado a otro del
cuarto.
Se miraba una y otra vez en el espejo,
sonreía y volvía a moverse agitada por la
estancia.
-No entiendo cómo puedes estar ahí,
tan tranquila. Yo estoy tan emocionada que creo que voy a
estallar.
Ana miró a su prima con
cariño.
-Es normal, es tu primera temporada,
tienes que estar emocionada -ella no había disfrutado de su primera
temporada hacía dos años, la inesperada muerte de sus padres,
evidentemente, se lo había impedido.
Ahora asistiría a la de su prima, pero
no como debutante. Aunque eso, a Ana, la traía sin cuidado, le
gustaba bailar y divertirse como a cualquier joven se su edad, pero
las formalidades de la sociedad la solían poner de mal
humor.
Tenía un carácter demasiado fuerte y
rebelde para encajar en toda esa "farsa", como ella solía llamar a
todo lo referente a la etiqueta, el decoro y los
modales.
Esa semana, su
tía, hermana de su madre y tan distinta de ella, había estado
aburriéndola con eternos sermones de cómo debería comportarse en el
baile de presentación de Beth.
No podía poner en ridículo a la
familia y tendría que pensar en el futuro de su prima,
posiblemente, esa misma temporada conseguirían prometerla con algún
respetable y, cómo no, adinerado caballero.
-Con un poco de suerte, y si no metes
la pata demasiado, querida, hasta tú podrás encontrar un buen
marido.
Esas habían sido las palabras de la
tía Elvira la noche anterior, y ahora resonaban en su
cabeza.
-Un marido, ¡¿quién quería un marido?
-no estaba en contra del matrimonio, pero tampoco lo veía como una
obligación.
Se había prometido a sí misma que si
algún día decidía casarse, sería por amor. No por interés o porque
fuera conveniente socialmente.
-No tienes nada de
qué preocuparte -tranquilizó a Beth con una cálida sonrisa- Seguro
que causarás sensación, estás preciosa.
-Que amable eres Ana, me encantaría
decirte que tú también, pero las dos sabemos que ese vestido rosa
que mamá ha escogido para ti, no es precisamente muy
favorecedor.
Hizo una pequeña mueca de
disculpa.
Ana se acercó al espejo y mirándose de
arriba abajo dijo dando un suspiro -Sí, tu madre se ha encargado de
que por lo menos esta noche tú seas la que brille y para ella me ha
vestido de repollo rosa. Creo que habría hecho lo mismo con el
resto de invitadas si la hubieran dejado.
Se miraron y comenzaron a reír a
carcajadas.
-Tienes razón, pobre mamá, lo pasa
fatal con todas estas cosas, se lo toma todo tan en serio, pero no
lo hace con maldad.
Seguían riendo cuando la puerta del
cuarto se abrió.
-¿Qué escándalo es este? -Elvira
estaba horrorizada.
-Nada tía, sólo nos reíamos de una
historia de cuando éramos niñas -pusieron caritas de
buenas.
-Por dios, vais a acabar con mis
nervios -respiró hondo- Los invitados van a comenzar a llegar, hay
que salir a recibirlos. Ya sabéis lo que tenéis que hacer ¿verdad?
-dijo esto mientras las empujaba fuera de la habitación y colocaba
los volantes del vestido de Beth.
-Ana...
-Sí tía.
-Espero que recuerdes todo lo que te
he dicho estos días.
-Sí tía -cuando Elvira comenzó a
caminar delante de ella murmuró- Como olvidarme si llevas toda la
semana martirizándome con ello.
-¿Qué dices? -se volvió nerviosa
Elvira.
-Nada tía -Beth intentó disimular la
risa- que no se me ha olvidado ni una sola palabra, no tengas,
miedo.
-Eso espero muchacha, eso espero
-volviendo a respirar profundamente bajó al hall, donde su esposo
recibía a los primeros invitados.
Elvira se colocó a su lado y Beth y
Ana a su lado un paso por detrás de ella.
Ana pensaba que nunca terminaría de
llegar gente y que nunca más podría dejar de hacer ridículas
reverencias.
Era una tortura, sin embargo Beth
parecía encantada, sonreía sin cesar y sus ojos brillaban como dos
zafiros.
La tía Elvira
estaba radiante, todos elogiaban su fiesta y reconocían que Beth
era encantadora.
Ésta bailaba sin parar, todos los
jóvenes solicitaban un baile para disfrutar de su
compañía.
Ana también había bailado, pero
procuraba mantenerse apartada de la pista, no le hacía mucha gracia
exhibirse con aquel horrible vestido.
Además los jóvenes más agradables
revoloteaban cerca de Beth.
Estaba observando a las parejas que
bailaban alegremente cuando se dio cuenta de que el joven John
Taylor se dirigía hacia ella. El joven ya la había sacado a bailar
y Ana pensó que sus pobres pies no soportarían otro baile con
él.
Poco a poco se fue escabullendo entre
la gente que bordeaba la pista, hasta que consiguió
despistarlo.
Había llegado hasta una de las puertas
que daban al jardín y decidió escabullirse por
ella.
El aire fresco hizo que su piel se
erizara ligeramente, pero prefería un poco de frío a volver a
aquella atestada sala, por lo menos por un
rato.
Con pasos distraídos se encaminó hacia
el camino de los rosales. Era uno de sus lugares favoritos del
jardín, las rosas le gustaban especialmente, sobre todo las
amarillas, era una flor delicada y a la vez terrible, con sus
grandes espinas, la fascinaban.
Le recordaban un poco a sí misma, con
aspecto delicado y frágil, pero de fuerte
carácter.
Durante el paseo se cruzó con varias
parejas, unas simplemente paseaban para descansar del barullo del
salón, otras buscaban rincones un poco más discretos, seguramente
para decirse palabras de amor e incluso besarse apasionadamente,
pensó suspirando.
Se preguntó si alguna vez habría un
hombre que se fijara en ella, no es que no hubiera ningún
interesado, pero a su modo de ver eran demasiado jóvenes o
demasiado mayores.
Tal vez su aspecto menudo, carente de
sugerentes curvas, su pelo cobrizo intenso, herencia de su padre, y
sus ojos tremendamente verdes, no fueran del agrado de los hombres
que ella consideraba interesantes.
Estaba en su
rincón favorito entre las rosas, se encogió de hombros y dijo en
voz alta, sin apenas darse cuenta de ello - ¿Qué
importa...?
Se sentó en el banco de piedra bajo
las rosas.
-¿Qué es lo que no importa? -la voz
cálida y melodiosa salió de detrás de los
rosales.
Se levantó del banco de inmediato y se
giró hacia el lugar de procedencia de la
voz.
-¿Quién está ahí?- No estaba asustada,
más bien molesta por la intromisión.
De las sombras salió un hombre, era
muy alto, de cabellos oscuros, no pudo distinguir apenas sus
facciones, la luz que llegaba desde la casa no era suficiente para
iluminar su rostro.
-Siento haberla asustado- aquella voz,
parecía acariciarla al hablar.
-No me ha asustado, simplemente, no me
agrada que me espíen -dijo ofendida.
-Discúlpeme de nuevo, señorita, no
estaba espiándola, simplemente paseaba del otro lado de la rosaleda
y la oí, mi curiosidad fue mayor que mis modales -su tono era
sincero y aquella voz, tenía a Ana subyugada por
completo.
Tenía que ser maravilloso que una voz
así le susurrara palabras de amor al oído. Un escalofrío recorrió
el cuerpo de Ana sólo de imaginárselo.
-¿Tiene frío? -la miraba con
interés.
-¿Qué? ¡Ah!, no... ha sido un
simple escalofrío.
En ese momento sus miradas se
encontraron, a pesar de la oscuridad, tuvo la sensación de que
podía leer sus pensamientos. Sintió que el color subía a sus
mejillas. Estaba empezando a ponerse
nerviosa.
-¿No se está divirtiendo en la fiesta
y por eso se escapa al jardín señorita...?
-Me divierto mucho, gracias -dijo
levantando su respingona nariz -sólo había salido a descansar un
poco. Y ya va siendo hora de que vuelva, antes de que se preocupen
por mi falta.
Sabía que eso no pasaría, su tía
estaba demasiado atareada con los invitados y Beth disfrutaba de la
compañía de tantos jóvenes que no se enteraría de su existencia
aunque se callera rodando por las escaleras
principales.
-Sí, seguro que los jóvenes están
ansiosos por que vuelva a la pista de baile -dijo con un tono que a
Ana le pareció jocoso. Iba a decir algo, pero decidió no empeorar
las cosas con uno de sus comentarios.
-Por supuesto -girando sobre sus
pequeños pies se encaminó hacia la casa- buenas noches
caballero.
-Buenas noches señorita y que disfrute
del baile.
Bruce vio a la joven alejarse y una
maliciosa sonrisa afloró en sus labios.
Esa noche el llegar, tarde como de
costumbre a causa de su hermana, le había llamado la atención por
aquel horrible vestido rosa que no le favorecía en absoluto, se
había compadecido de la joven por el mal gusto que tenía quien
quiera que hubiese escogido aquel vestido.
A lo largo de la velada volvió a verla
en varias ocasiones y su expresión no había mejorado en ningún
momento, ya estuviese bailando o intentando camuflarse entre la
gente.
No se sorprendió al verla caminar sola
por el jardín, no pudo resistir la tentación de hablarle, pero la
muchacha no tenía un carácter precisamente
dulce.
Eso le gustaba, no soportaba a las
jovencitas de voz chillona y tono afectado.
En las ocasiones que se había fijado
en ella, se había dado cuenta de que lo único feo en ella era el
vestido.
Tenía un precioso pelo rojo y sus ojos
parecían esmeraldas, su piel era blanca y
tersa.
No era alta y su cuerpo parecía
frágil, pero se movía con gracia y
decisión.
Su pequeña nariz encajaba a la
perfección sobre sus carnosos labios, tenía una boca perfecta, ni
demasiado grande ni demasiado pequeña, eran labios hechos para
besar.
Hacía un momento, había sentido la
tentación de hacerlo, pero la joven no le pareció estar de humor
para esa impertinencia, con seguridad se habría ganado una
bofetada.
Una vez en el salón, Ana miró hacia el
jardín, pero no pudo distinguir la figura de aquel hombre,
seguramente se había quedado entre los rosales. Sin poder evitarlo,
se encontró frente al joven John Taylor.
-¡Ah! señorita Reminton, llevaba un
rato buscándola para solicitarle un baile -dijo con una tímida
sonrisa.
-Gracias señor, pero seguro que hay
otras jóvenes que estarían encantadas de bailar con usted -acompañó
sus palabras de una sonrisa para no herir al
joven.
-Tal vez, pero es usted tan
encantadora, que me pasaría la noche bailando sólo con usted si me
lo permitiera.
No se había enterado de la indirecta
de Ana y encima la encontraba encantadora, con aquel vestido, pobre
chico, casi tenía que compadecerse de él por su mal
gusto.
-Creo que mis pies no lo soportarían
-él la miró sorprendido- por tanto baile señor -aclaró Ana,
intentando no ser desagradable, porque realmente sus pies
seguramente no soportarían ni tan siquiera un baile más con él, que
torpe era el pobre.
-¡Ah! de todas formas ya falta poco
para que la fiesta termine.
-Gracias a dios -pensó
Ana.
-Me concederá el último -hizo una
ridícula reverencia.
-Está bien señor Taylor -resignada se
encaminó al centro del salón de brazo del
joven.
Mientras bailaba e intentaba esquivar
los torpes pies del muchacho, miraba el salón con interés.
Intentaba descubrir al hombre con el que había estado hablando en
el jardín, pero le resultó imposible. La poca luz no le había
permitido verle el rostro claramente y respecto a su altura, había
varios hombres en la sala de ese tamaño, casi todos morenos, de
diferentes edades, lo que no se podía negar es que eran guapos,
algunos se parecían lo suficiente para ser familia, estaba segura
que el hombre del jardín estaba entre ellos. O quizás no, quien
sabe y por qué seguía pensando en aquel extraño?
Aquella noche,
sentada en la cama de Beth, escuchaba distraída el parloteo de su
prima, que estaba en una nube de felicidad.
Había bailado, había reído y había
conocido al joven más apuesto y simpático de todo la
fiesta.
-Se llama Christopher Talbot, es alto
y parece que bastante fuerte, tiene una sonrisa encantadora y su
voz -en ese momento Ana prestó más atención a su
prima.
-Y su voz... -el corazón la había dado
un salto en el pecho y no sabía por qué.
-Es tan dulce y melodiosa -Beth soñaba
con los ojos abiertos.
-Y... ¿quizás profunda? -interrogó
intentando no demostrar ansiedad.
-¿Profunda? -Beth pensó unos instantes
-No, yo no diría que profunda sea la palabra, rica, sí, rica, pero
profunda no, pero me imagino que con los años sí llegará a ser como
dices.
-¿Qué edad le calculas? -parecía que
no era el hombre del jardín.
-No sé, quizás veintitrés o
veinticuatro, no creo que tenga más.
Ana casi suspira del alivio, no
entendía por qué, pero no le hubiera hecho gracia que su prima se
enamorara de aquel hombre, evidentemente éste era mayor, unos
treinta, puede que alguno más.
-¿Seguro que no te has fijado en él?
-esperó- ¡Ana! -sonó recriminatoria.
-Perdona, ¿qué
decías?
-¿Qué te pasa esta noche? estás
ausente.
-Supongo que el
cansancio.
-Te decía que me parecía raro que no
te hubieras fijado en Christopher, destacaba entre todos los
jóvenes.
-Lo siento querida, pero yo tenía
bastante con escaparme de los horribles pies de John Taylor y de
las rechonchas manos del señor Griffit.
-¿No te lo has pasado bien, verdad?
-parecía apenada por su prima.
-No te preocupes, no ha sido tan
horrible -mintió descaradamente- he conocido gente interesante -eso
sí era cierto y si no lo era, no importaba, a ella le
interesaba.
Una vez en su cama, le costó conciliar
el sueño, hacía calor y no cesaba de dar
vueltas.
Consiguió dormirse, pero sus sueños
eran agitados y aquella voz la perseguía, la
obsesionaba.
Despertó sobresaltada y con una
extraña sensación en todo el cuerpo.
Esa semana tía
Elvira las informó de la lista de bailes a los que habían sido
invitadas, eran bastantes, gracias al éxito de su
fiesta.
-Tendremos que revisar vuestro ropero
y Beth, cariño, habrá que hacerte algún vestido
nuevo.
Tía Elvira ya empezaba a poner en
marcha sus dotes de organización.
-Como digas mamá -dudo un segundo-
pero Ana también debería tener alguno nuevo y más favorecedor que
el de la otra noche, no le sentaba nada
bien.
Elvira enrojeció ligeramente, era
evidente que se había pasada un poco al querer dejar a su sobrina
en segundo plano, no era justo para ella.
-No importa Beth, puedo arreglarme con
lo que tengo y si no voy a alguno de los bailes tampoco pasa nada
-dijo en tono desenfadado.
Elvira
carraspeó.
-No digas tonterías Ana. Beth tiene
razón, iréis a la modista a haceros nuevos vestidos. Ciertamente el
de la otra noche no te sentaba muy bien.
Dijo esto con tono arrepentido, a fin
de cuentas quería a su sobrina y le había prometido a su hermana
cuidar de ella. Sólo que a veces su sentido práctico se anteponía a
los sentimientos y su tarea era encontrar un buen partido para su
niña.
Esa misma tarde
fueron a escoger los nuevos vestido, lo de Beth eran blancos y
alguno azul celeste. Los de Ana serían en tonos amarillos y otros
en verde pálido.
La modista les dio ideas sobre los
diseños, guiándose por la moda más reciente llegada del
continente.
Aunque los de Beth deberían ser
recatados por ser una debutante, sugirió que los de Ana fueran un
poco más atrevidos. Todas estuvieron de acuerdo y las chicas
salieron entusiasmadas del local, incluso Ana parecía tener ganas
de que llegara el próximo baile. La semana pasó tranquila, pero a
medida que se acercaba la fecha del baile de los Cabot, Ana sentía
un hormigueo en el estómago y aquella cálida voz sonaba una y otra
vez en su cabeza.
-Dios mío
niñas...-Elvira se tapó la boca con las manos emocionada- estáis
preciosas.
Beth, cariño, pareces un ángel y tú
Ana, estás radiante, realmente ese vestido amarillo pálido te
favorece y destaca tu precioso pelo.
La miró con
ternura.
-Gracias tía
Elvira.
-Tu madre estaría orgullosa de ti si
pudiera verte, te has convertido en una estupenda mujer -la voz se
le cortó emocionada al acordarse sé su dulce hermana- Bueno
dejémonos de tonterías y vámonos, no quiero pasar horas en la cola
de entrada. Y por favor, compórtate como una señorita
educada.
-Siií, tía, no te preocupes -y ella y
Beth soltaron una risita maliciosa.
-Sois dos chiquillas, venga moveos
-viéndolas salir del cuarto sonrió
orgullosa.
La fiesta era estupenda, la gente
bailaba y se reía desenfadadamente.
El aspecto de Ana sirvió para llamar
la atención de varios jóvenes, que se disputaban el turno por
sacarla a bailar.
Ese día se sentía bien, a gusto
consigo misma, se estaba divirtiendo.
Pero no podía evitar mirar a su
alrededor de vez en cuando, para ver si descubría la presencia del
caballero del jardín.
A medida que pasaba la noche pasaba
dudaba de que hubiera asistido al evento.
Había perdido la esperanza, cuando
descubrió a un grupo de caballeros, entre los que destacaban tres,
que eran especialmente altos, su corazón latió con fuerza, sería
uno de ellos?
Seguramente, pero no podía
reconocerlo.
Un comentario de su pareja de baile la
hizo olvidar sus pensamientos y concentrarse en la
danza.
Una hora más tarde
se sentía agotada, decidió salir al jardín a tomar un poco el
aire.
Caminó distraída entre las parejas que
reían y charlaban animadas.
En una esquina del jardín, descubrió
una preciosa rosaleda y se encaminó hacia ella.
Bruce había
descubierto a la muchacha en el centro de la sala, riendo por algo
que había dicho el joven con el que
bailaba.
Se sorprendió al verla, estaba
hermosa. Por un instante sus miradas se cruzaron, pensó que lo
había reconocido, pero si o hizo no dio muestras de ello, se sintió
un poco decepcionado.
Una sonrisa curvó sus labios cuando la
vio encaminarse, sola, hacia el jardín.
Se disculpó con el grupo que estaba
conversando y fue en la misma dirección que la
joven.
Que costumbre la de aquella muchacha,
salir sola al jardín o quizás en aquella ocasión se reuniría con
alguien. Era evidente que su cambio de aspecto le había traído
varios admiradores.
Cuando llegó al jardín la vio
encaminarse hacia las rosas, decidió seguirla, sin prisa, no quería
inmiscuirse si algún caballerete la esperaba entre las
sombras.
Cuando estaba lo suficientemente
cerca, comprobó que seguía sola, estaba admirando las flores y
aspirando su suave fragancia.
-Parece sentir predilección por estas
flores -su voz sonó calmada y dulce.
No se movió. Pero sintió como su
corazón se aceleraba.
-Sí, son mis favoritas, sobre todo las
amarillas -hizo una ligera pausa- y usted, caballero, parece sentir
predilección por interrumpir mis paseos.
Bruce sonrió, definitivamente la
muchacha no era de las que se guardaba su opinión, tenía carácter,
eso le divertía.
-Vuelvo a pedirle disculpas,
señorita... -esperó unos segundo- creo que no nos han presentado
formalmente, soy Bruce Talbot y usted... -volvió a
esperar.
Al oír el nombre Ana pensó que su
corazón se le saldría del pecho, ese era el nombre que su prima la
había dicho, pero el nombre de pila no lo era ¿o
sí?
Se giró lentamente y contuvo la
respiración al encontrarse de frente con aquel hombre, sus ojos
negros como la noche tenían un brillo especial y su radiante
sonrisa parecía iluminar su rostro, que por cierto, era el más
atractivo que Ana hubiera visto jamás. Se quedó allí, mirándolo,
como hipnotizada, sin decir nada.
Bruce se puso
serio.
-¿Señorita, se encuentra usted
bien?
Se acercó un poco más a ella y le tocó
ligeramente el hombro. Ese contacto la hizo salir de su
"trance".
-¿Qué? o sí -carraspeó delicadamente-
perdóneme -se irguió todo lo que pudo, levantó su naricilla y
contestó todo lo serena que pudo- Reminton, Ana
Reminton.
Bruce volvió a sonreír, esta vez
abiertamente, solía causar buena impresión en las mujeres, pero no
hasta el extremo de dejarlas casi sin palabras -Es un placer- hizo
una ligera reverencia con la cabeza- Señorita
Reminton.
Él seguía mirándola, pero ninguno
decía nada, Ana comenzaba a sentirse
incómoda.
Se movió nerviosa y miró hacia otro
lado.
-¿Y a usted que le trae al jardín,
señor Talbot?
Volvió a enfrentar aquella mirada que
la subyugaba.
Bruce pensó unos instantes antes de
contestar.
-Ciertamente no son las flores -hizo
una pausa- Hay cosas que provocan mi curiosidad,..., y también que
necesitaba respirar aire fresco.
-Ya, lo curioso es que con lo grande
que es el jardín, hemos vuelto a encontrarnos -dijo con tono
irónico.
Le costaba respirar él estaba
demasiado cerca y su delicioso aroma la
inundaba.
-Sí, realmente curioso, puede que el
destino...
-No creo en el destino -fue tajante-
una persona se forja su propia vida y son sus actos los que
determinan su futuro.
-Habla muy convencida para ser tan
joven -procuró no parecer divertido.
-No soy tan joven -su respuesta fue
demasiado rápida.
-No quería ofenderla, pero parecer ser
que ésta es su primera temporada...
Ana lo miró un instante y luego apartó
la vista.
-Es mi primera temporada, pero no soy
debutante, tendría que haberlo sido hace dos años, pero la muerte
de mis padres hizo que no pudiera ser.
-Lo siento sinceramente -dijo muy
serio.
-No tiene importancia, le de mi
temporada, por su puesto. Son costumbres sociales que me parecen un
poco absurdas y aburridas.
-Pues hoy parecía más animada que la
otra noche.
-Sinceramente sí, una cosa no quita la
otra, me gusta bailar y pasármelo bien como a cualquier
joven.
-Entonces, tal vez podría concederme
un baile cuando regresemos al salón.
-¿Le gusta bailar? -parecía
sorprendida.
-Nunca le he dicho lo contrario, que
yo recuerde. De todas maneras, no suelo hacerlo
normalmente.
Al igual que usted este tipo de
eventos me disgusta enormemente, aunque siempre puede conocerse
gente interesante -volvió a deslumbrarla con su
sonrisa.
¿Se refería a ella?, seguramente
no.
-¿Si tanto le aburre, por qué viene?
-¿por qué no se mordía la lengua? si la oyera su tía diría que era
una descarada.
Bruce rió con ganas. El sonido de
aquella risa invadió los sentidos de Ana que se sintió nuevamente
mareada, aquel hombre tenía unos efectos devastadores sobre
ella.
-Tiene razón, vengo por obligación. Mi
hermana es debutante y hay que vigilar que ningún caballerete se
sobrepase.
-No veo que esté muy preocupado por
ella -dijo mordazmente.
-Bueno, me imagino que alguno de mis
hermanos se estará ocupando de ella. De todas formas, al igual que
usted, es una joven que sabe arreglárselas muy bien
sola.
-¿Son muchos hermanos? -la curiosidad
de la muchacha volvió a hacerlo sonreír.
-Somos cinco, Carla es la
pequeña...
-¿Y usted
es...?
-Es usted muy curiosa -Ana se ruborizó
y bajó la mirada -Soy el tercero de los cinco. No se apure, me
gusta la gente que dice lo que piensa.
-Estoy segura de que mi tía no estaría
de acuerdo con usted. Y mejor será que vuelva dentro, si me echara
en falta le daría un ataque.
Él asintió sin decir nada. Ana pasó
tan cerca de él que pudo aspirar aquella deliciosa fragancia de
nuevo.
-Buenas noches señor
Talbot.
-Recuerde que me ha prometido un baile
-y se quedó unos momentos allí de pie viendo como se alejaba, con
paso decidido pero con suaves movimientos.
Al volver al
sofocante salón vio a su tía mirando hacia todos lados. Se encaminó
tranquilamente hacia ella.
-¿Dónde te habías metido? llevo
un rato buscándote...
-Salí un minuto al jardín, hace
demasiado calor aquí dentro y me sentía un poco
mareada.
-No debes salir sola al jardín,
podrían verte y pensar... -agitó la mano
nerviosa.
-Tranquila tía, no fui muy lejos, tan
sólo a un par de pasos de la puerta.
-Está bien, pero no vuelvas a hacerlo.
Ven quiero presentarte a alguien.
La empujó ligeramente hacia un grupo
que conversaba animadamente unos pasos más
allá.
-Querido señor Roberts -la voz de su
tía adquirió un tono demasiado agudo, que a Ana le resultó
ridículo.
-Quiero presentarle a mi encantadora
sobrina Ana -¿qué estaba haciendo? pensó Ana horrorizada, aquel
hombre podría ser su padre.
-Es un placer señorita Reminton
-cogiéndole la mano se la llevó a hacia los labios. Ana tuvo que
contenerse para no soltarse.
-Señor Roberts el gusto es mío -con el
mismo esfuerzo procuró que su tono fuera agradable e hizo una
pequeña reverencia.
-Es encantadora señora Grey -sin
soltarle la mano dijo- si me permite me gustaría bailar con
ella.
-Por supuesto -dijo alegremente
Elvira- seguro que Ana está encantada por tal honor -y le dirigió
una mirada fulminante sin perder la
sonrisa.
No dijo nada, simplemente asintió con
la cabeza y se vio arrastrada hacia el centro del
salón.
El hombre intentaba ser agradable en
su conversación, pero Ana lo encontraba tedioso. Se limitaba a
sonreír ligeramente y a procurara seguir los pasos del pésimo
bailarín que tenía como pareja.
Bruce, desde el otro extremo, podía
ver la cara de fastidio de Ana.
Cuando la pieza estaba a punto de
terminar, se encaminó hacia la pareja.
En el último compás se puso detrás de
Roberts y le tocó el hombro.
-Si me disculpa Roberts, el siguiente
baile me lo ha prometido a mi ¿verdad señorita Reminton? -le
dirigió una sonrisa antes de volver a mirar a
Roberts.
-Sí, señor Talbot, este es su baile
-soltándose, demasiado rápido quizás, de Roberts, tendió su mano a
Bruce.
Éste la cogió e hizo una
reverencia.
-No sabía que conocía al señor Talbot,
señorita Reminton.
-Nos presentaron hace unas horas
¿verdad? -fue Bruce el que contestó.
-Sí, ha sido un placer bailar con
usted, pero si nos disculpa.
Roberts inclinó la cabeza a modo de
saludo y abandonó la pista.
-Debo darle las gracias -dijo
aliviada- Pensé que no me lo quitaría de encima el resto de la
velada.
-Usted y su sinceridad, tenga cuidado
delante de quien hace esos comentarios o podría meterse en
problemas -se le veía divertido, Ana se sintió mortificada porque
sabía que él tenía razón, cualquier día su lengua la metería en un
problema.
Comenzaron a moverse al son de los
primeros compases. Ana fue consciente por primera vez de que estaba
entre sus brazos.
Unos brazos fuertes, que notaba bajo
su mano.
El estar tan cerca hacía más evidente
la gran diferencia de estatura que había entre
ellos.
Ana tenía que echar la cabeza hacia
atrás para mirarlo a la cara.
Para ser tan alto se movía con
agilidad y bailar con él resultaba muy agradable, la movía por el
salón como si ella fuera una ligera pluma.
Nunca había tenido aquella sensación
al bailar con alguien.
Volvía a sentir su fragancia, tuvo que
esforzarse para no dejarse llevar, cerrar los ojos y aspirar aquel
aroma embriagador que los envolvía. Para ello miró hacia un lado
intentando fijarse en el resto de danzarines. En ese instante
giraron cerca de Beth, que parecía extasiada en los brazos de un
apuesto y alto joven, que miraba en dirección de Bruce con el ceño
fruncido, como si estuviera viendo un bicho raro en medio de la
sala.
Bruce le devolvió la mirada y enarcó
una ceja a modo de advertencia. El muchacho decidió concentrarse en
su hermosa pareja y volvió a sonreír.
Ana no pudo evitar fijarse en aquel
juego de miradas.
-Ese que baila con mi prima ¿será, a
caso, uno de sus hermanos? -preguntó un poco emocionada, porque eso
quería decir que ese era el joven del que Beth decía estar
enamorada, aunque el muchacho era guapo, Ana creía que su prima
exageraba un poco con su afirmación de que era el más guapo del
mundo.
-Ha acertado, ¿tanto nos
parecemos?-dijo divertido, sabiendo que la respuesta era
evidente.
-No hace falta que se burle, también
podría ser su primo -dijo poniéndose a la
defensiva.
-No veo mucho parecido entre su prima
y usted.
-Bueno, yo me parezco más a la familia
de mi padre y Beth podría haber pasado, perfectamente, por hija de
mi madre, se parece mucho.
-Su madre debió ser una mujer muy
hermosa entonces.
-Por cierto que sí -pero esto fue
dicho con una punzada de...¿celos? El hecho de que considerara
hermosa a Beth no le molestaba tanto como que no lo hubiera dicho
de ella. Aunque sabía que no era hermosa, pero le había
decepcionado, pensaba que él, tal vez...
-Aunque he de reconocer que las
mujeres con caritas de ángel nunca han sido mi tipo -la miraba
fijamente mientras hablaba.
-¡Ah! ¿Y cuál es su tipo? -se arriesgó
a preguntar.
Bruce sonrió para sus adentros, esta
muchacha cada vez lo atraía más.
-Me gustan las mujeres menos
corrientes, no me impresiona la belleza física. Quizás me atrae más
una mujer con carácter, segura de sí misma, de ideas claras -le
acarició la cara con la mirada y luego la miró fijamente, podría
perderse en aquellos preciosos ojos verdes- capaz de mirar de
frente cuando dice lo que piensa.
Ana pensó que sus piernas no la
sostendrían, pero notó que Bruce la sujetaba con firmeza. No podía
ser, evidentemente no hablaba de ella, aquel hombre tan apuesto y
aparentemente perfecto no podía estar haciendo otra cosa que jugar
con ella, eso era, esas fiestas le aburrían y había decidido que
ella sería su juguete por esa noche.
Intentó enderezar la espalda todo lo
que pudo, no permitiría que la utilizara para pasar el
rato.
-¿Ha conocido a muchas mujeres así,
Talbot?-
El repentino cambio de tono de Ana
sorprendió a Bruce, frunció el ceño sin entender muy
bien.
¿No había entendido lo que le había
dicho?, entonces era menos inteligente de lo que había pensado, o
se había sentido ofendida, caso que le extrañó en alguien del
carácter de Ana.
-Ya nos conocemos tanto como para
olvidarnos de los formalismos señorita -recalcó la palabra-
Reminton.
-Pensé que ya que la conversación que
mantenemos es de lo más mundana, por qué no dejarnos de
formalidades -respiró hondo- pero tiene razón, no nos conocemos lo
suficiente para tomarme tantas confianzas.
Discúlpeme.
Diciendo esto hizo una inclinación de
cabeza, la música había terminado y Bruce la vio dirigirse al grupo
donde su tía la esperaba.
Le encantaba verla caminar, con sus
pasos firmes y su ligero contoneo, para él era más provocador que
los lánguidos pasos de otras mujeres que exageraban el movimiento
de sus caderas.
Hubo de reconocer que cada vez se
sentía más atraído por aquella joven, todavía podía sentir en sus
pupilas el calor de aquellos ojos verdes.
-¿Piensas quedarte ahí plantado toda
la noche? -el tono divertido e Christopher, hizo que Bruce arqueara
la ceja.
-No juegues con fuego muchacho
-comenzó a caminar hacia el otro extremo del
salón.
-¿De qué conoces a la prima de Beth?
-dijo siguiendo de cerca a su hermano.
-¿De qué conoces tú a Beth? -respondió
secamente.
-Lo más sorprendente ha sido verte
bailar, hacía una eternidad que no te veía
hacerlo.
-Muchacho, cuando quieres puedes
llegar a ser muy molesto. Que no suela bailar no quiere decir que
de vez en cuando no me guste hacerlo.
-¿Qué os pasa a vosotros dos? -el tono
cansado de Richard daba a entender que aquellas discusiones eran
normales entre los hermanos menores.
-Tu hermano, se ofende sólo porque le
hago un par de preguntas -dijo quitándole importancia al
asunto.
-No me enfado, pero no tienes porque
curiosear en mi vida como una vieja
chismosa.
-Muchachos, ya está bien, es hora de
que alguien rescate a nuestra hermana y volvamos a
casa.
Los dos hermanos se miraron y cada uno
se fue por un lado.
Mientras buscaba a su hermana vio como
Ana y su familia se despedía de los
anfitriones.
No le gustaba la forma en que se había
ido de la pista de baile.
La próxima vez que la viera tendría
que ser más directo, reconoció que la muchacha lo atraía
enormemente, su precioso pelo desprendía aquel suave olor a rosas,
que a Bruce le daban ganas de soltarle el recogido y enterrar su
cara en aquella espesa melena y embriagarse con su
olor.
Durante el viaje a casa, Ana fue
interrogada por su tía sobre Bruce. Ana le dijo casi la verdad, que
no sabía mucho de él, lo de sus hermanos y que se lo habían
presentado en un grupo con el que había estado
hablando.
Beth permanecía callada. Tía Elvira
dijo que tendría que hacer algunas averiguaciones, no conocía
demasiado a esa familia.
-Averiguaciones ¿para qué? tía, si
sólo ha sido un baile.
-Que ingenua eres tesoro, yo vi como
ese hombre te miraba.
¿Cómo la miraba? ¿Y cómo lo hacía? le
hubiera gustado saber la respuesta a esa
pregunta.
-Por cierto ¿qué te ha parecido el
señor Roberts? -parecía esperar con curiosidad la
respuesta.
Ana no la hizo esperar -Un viejo,
pesado, que huele a tabaco de mascar y no sabe
bailar.
-Ya, pero tiene una inmensa
fortuna...
-Tía, por favor, creo que todavía no
estoy tan desesperada como para que me busques ese tipo de
candidatos.
-De acuerdo, pero yo sólo lo hago por
tu bien. Con alguien como él tendrías posición, dinero y no
pasarían demasiados años antes de que te convirtieras en una joven
viuda, por mal que esté decirlo.
-Eso nunca se sabe y además sabes lo
que opino de todas esas cosas.
-Sí, ya, ya. Está bien no vamos a
discutir, que estoy agotada.
Estaba a punto de
meterse en la cama cuando Beth entró en su
cuarto.
-¿Qué tal te lo has pasado hoy? -dijo
mientras se tendía sobre la cama.
-Bien, ¿por qué lo
preguntas?
-Te vi bailar con el hermano de
Christopher.
-¿Qué se supone que quiere decir
eso?
-Que mamá tiene razón, te miraba de
una manera...
-¿Y tú qué sabes de maneras de mirara?
-preguntó un poco enfadada.
-No mucho, supongo, pero se notaba que
había algo... no sé cómo decirlo.
-No digas tonterías -intentó parecer
desenfadada- Y tú ¿qué tal con tu príncipe
azul?
-¡Oh! Ana, creo que estoy locamente
enamorada de él.
-Apenas lo
conoces...
-Lo sé, pero cuando estoy entre sus
fuertes brazos, me siento en una nube -conozco la sensación, pensó
Ana- y cuando me mira me hace sentir la mujer más hermosa del
mundo. Y es tan dulce y atento conmigo...
-Bueno, puede ser por
cortesía...
-No -se apuró a decir Beth- por
cortesía, por galantería son el resto y me alaga como me tratan,
pero no tiene nada que ver con lo que siento cuando estoy con
Christopher.
-Y él ¿también siente lo
mismo?
-Sí,...creo. No sé, me dice cosas tan
bonitas y tan dulces, y yo confío en él.
-Pero si apenas lo
conoces.
-Lo sé, pero es algo que siento, es
como si lo conociera de toda la vida -se la veía totalmente
convencida.
-¿Sabes? me ha dicho que vendría
mañana a visitarme -se notaba que estaba muy
emocionada.
-¿En serio?, no sé, quizás tengas
razón y sienta algo de verdad por ti. Pero ahora será mejor que te
vayas a dormir, ¿no querrás estar ojerosa para tu
príncipe?
-Sí, aunque no estoy segura de que
pueda dormir, estoy tan emocionada -dio un beso a Ana y salió de la
habitación- Buenas noches.
-Buenas noches -Ana se metió en la
cama, pero sabía que ella no podría dormir.
No paraba de dar vueltas a lo que su
tía y su prima habían dicho, "Te miraba de una manera..." ¿de qué
manera? ella no había notado nada.
Sería verdad lo que Talbot había dicho
y ella sería el tipo de mujer que le
atraía.
No tenía manera de saberlo, por lo
menos hasta el próximo baile, si es que asistía. Podría
preguntárselo a Christopher, aunque sería demasiado
descarado.
Tendría que hablar con Beth, quizás
podría averiguarlo por ella.
El sol comenzaba a salir cuando Ana
consiguió quedarse dormida.
Como había dicho,
aquella tarde, Christopher Talbot, se presentó en casa de los
Grey.
Estaba muy apuesto y elegante. La tía
Elvira lo miró de arriba abajo, su gesto serio no dejaba entrever
sus pensamientos. Ana estaba segura que esa misma mañana su tía
había estado haciendo averiguaciones sobre los Talbot entre sus
amistades.
Después de intercambiar varias frases
de cortesía, Elvira se retiró y dejó a los jóvenes tomando el té en
el salón.
Ana se sentía un poco fuera de lugar,
pero debería quedarse allí si no quería que fuera la propia tía
Elvira la que se sentara en el sofá frente a Beth y el joven
Talbot.
Los miró y comenzó a pensar que Beth
tenía razón, se les veía felices juntos. Se reían, hablaban y se
tocaban discretamente. Se miraban de una manera tan especial, que
Ana sintió un poco de envidia. No creía que aquella fuera la manera
en que Bruce la miraba a ella.