GÉNESIS

 

Historias románticas

 

 

 

 

 

Prólogo

 

 

 

Los personajes de estas historias son como nosotros, sienten, aman y sufren como nosotros. Cada uno vive inmerso en su propio mundo aunque deban enfrentarse a situaciones dolorosas para poder alcanzar la dicha porque es la prueba que el destino les impone y como tal supone ciertos obstáculos donde no están ausentes las lágrimas, la espera o la renuncia al ser que amamos. Ellos transitarán por un camino sembrado de espinas para poder alcanzar lo que tanto desean, la felicidad…

 

 

 

Otros amaneceres

 

 

 

Una suave brisa movía las desnudas ramas de los árboles, el otoño llegaba a su fin. Los
campos, estaban cubiertos por un manto de hojas doradas y el cielo empezaba a tener ese color plomizo típico del invierno.

Suspiró, se alejó de la ventana y se acercó a la cama donde todavía dormía su esposo.
En ocasiones aun le resultaba extraño despertarse y encontrarlo a su lado, tan sólo unos meses atrás se habría reído de esa posibilidad, llegando a encontrarla ridícula.

Sonrió al pensar en la cara de sorpresa de su hermano cuando le dieron la noticia de la boda, el pobre no se había dado cuenta de lo que estaba pasando delante de sus narices, en realidad nadie se lo esperaba.

Un pequeño escalofrío le recorrió la espalda y se cobijó bajo las mantas, eso hizo que él se despertara.
-Buenos días -sonrió- ¿qué hacías levantada? -dándole un beso en la nariz la atrajo hacia sí -ven quedémonos un rato más en la cama, todavía es temprano.
-No, no lo es -protestó ella, pero su tono era de buen humor.
-No importa, no me apetece levantarme aun, lo que quiero es tenerte así, junto a mí y abrazarte -la estrechó más entre sus brazos- además fuera debe de hacer mucho frío.
-Está bien, pero un ratito, luego nos levantaremos, hay un montón de co... -la silenció con un dulce beso.
Eso provocó un sin fin de sensaciones en el interior de Amanda. "Dios, como quería a ese hombre y que facilidad tenía para hacerla desear tenerlo entre sus piernas".
El inocente beso también tuvo su efecto en él, que al momento sintió la dureza de su miembro apretado contra la cadera de Amanda.
Ella soltó una risita maliciosa al notarlo. Sonriendo, pero con la voz ligeramente ronca por el deseo que sentía -Creo señora mía, que vamos a tener que solucionar este... pequeño problema.
Conteniendo la risa dijo -Estoy de acuerdo caballero, aunque yo no lo llamaría precisamente pequeño -mientras pronunciaba estas palabras, tomaba en su mano el miembro pulsante.
Él cerró los ojos disfrutando del contacto, parecía increíble lo inocente que era ella cuando tuvieron su primer encuentro y lo rápido que había aprendido a provocarlo y también a satisfacerlo, eso le gustaba ya que hacía que sus noches fueran apasionadas, bueno... y normalmente también las mañanas.
Estiró el brazo y colocó su mano entre sus muslos, que se separaron gustosos ante el leve roce. Aquel lugar maravilloso ya estaba listo para recibirlo, caliente y húmedo, pero se demoró disfrutando de su suavidad, acariciándolo y jugueteando con su clítoris.
Notaba como la excitación crecía en ella, su espalda se arqueaba y sus caderas lo buscaban, la presión de la mano sobre su miembro aumentó.
Desplegó una lluvia de besos por su cara, cuello y pechos, de vuelta en sus carnosos labios, se encontró con la urgencia de ella, lo atrajo hacia sí con fuerza y su beso furioso pedía más.
No esperó, se colocó entre sus torneadas piernas y la penetró profundamente. Amanda gimió de placer.
Con sus piernas rodeo las firmes caderas de su esposo, permitiendo así que la penetración fuera más profunda. Más, necesitaba más, aquella sensación la volvía loca, aquel fuego que recorría su cuerpo y que sólo él sabía calmar.
-No te detengas, por favor -dijo con la voz ahogada y febril.
Con una leve sonrisa en los labios, siguió moviéndose dentro de ella con fuerza, arrancándole gemidos de placer, que lo volvían loco.
Ella no era consciente, pero verla así, entregada y disfrutando tan salvajemente, hacía que su sangre hirviera hasta límites insospechados.
El grito de placer que salió de los labios de Amanda le indicó que ya había llegado al orgasmo, en ese momento dejó de pensar y se abandonó al disfrute de su propio clímax.

Enterró la cara en los negros rizos de aquella sorprendente mujer, permaneciendo así unos momentos, para después rodar sobre su costado y abrazarla de nuevo.
-Vamos, ya está bien, hay que levantarse -diciendo esto, decidida, intentó salir de la cama.
-¿Cómo puedes tener tanta energía? me dejas agotado y tú tan fresca...
Le propinó un cariñoso empujón.
-Que tonto eres. No hay excusas, hay que ponerse en pie.
-Tienes razón, además acabo de recordar que he quedado con Peter en los establos.

Poco después bajaba por la escalera que daba al espacioso hall.
Pensó en la primera vez que había bajado por ella, hacía poco más de tres años.
Que diferente era todo en aquellos momentos.


Desde niña había sido rebelde, siempre jugando con los chicos y metida en los establos en lugar de jugar con su casa de muñecas como el resto de las niñas.
Brat, el hijo menor de los Benedith, y su hermano Peter eran sus compañeros de juegos.
Eran algo mayores que ella, pero eso no le impedía seguirlos en sus correrías.
Siempre estaban haciendo travesuras y metiéndose en problemas, y ella los seguía encantada.

Cuando los muchachos se fueron a estudiar ella se quedó sola y muy triste, los echaba muchísimo de menos.
Pasaba largas horas en los establos, ayudando en lo que podía y cuidando a su caballo favorito "Nigth".
Ya por esa época comenzó a tener las ideas muy claras, una de ellas y que horrorizaba a su madre, era su rechazo al matrimonio.
Cada día estaba más convencida de que ella no se casaría, le gustaba ser libre y poder tomar sus propias decisiones.
-Te quedarás soltera y sola, serás una vieja gruñona -solía decirle su madre muy disgustada haciendo grandes aspavientos.
-No me importa -era la respuesta obstinada de la joven -no pienso casarme.

El regreso de los chicos supuso una gran alegría, todo volvería a ser como antes, no volvería a estar sola porque Brat y Peter estarían con ella.
Pero toda esa alegría no duró mucho, los chicos habían crecido y ya no les interesaban las travesuras de Amanda.
Tenían otras ideas en mente, como salir con sus amigos e ir a las fiestas donde conocer a jovencitas con las que tontear.
Ella ya no encajaba en sus planes, de hecho no parecían ni darse cuenta de su presencia.
Amanda estaba desilusionada y muy disgustada ¿por qué los chicos habían cambiado tanto? se habían vuelto unos idiotas, Y su aspecto... estaban ridículos intentando peinarse a la moda y con aquella pelusilla que ellos llamaban bigote.
Se creían muy mayores.
Todos esos absurdos cambios en sus mejores amigos, la hicieron reafirmarse en su decisión, cada vez estaba más convencida de que lo más acertado era quedarse soltera, los hombres con los años parecían volverse más tontos.

Apenas veía a los muchachos, su hermano siempre parecía estar ocupado y Brat casi nunca aparecía por los establos, como hacía antes.

El tiempo pasaba deprisa, todo había cambiado tanto, sus vidas, su hermano y su amigo, incluso la misma Amanda podía darse cuenta de que ya no era la misma.
Había crecido y su cuerpo se había estilizado. Todas esas cosas la fastidiaban, no le gustaban los cambios, hubiera querido que todo fuera como antes, como cuando eran niños y se divertían juntos.

Ahora su madre la perseguía continuamente, "no hagas esto, deberías comportarte como una señorita, hay que confeccionarte un nuevo vestuario, esos vestidos ya no son apropiados..."

Amanda suspiró mientras se miraba en el espejo, tenía que reconocer que el nuevo vestido le sentaba de maravilla y era muy bonito.
Pero la idea de pasar otra noche intentando evitar a los muchachos que la acosaban con insistencia para poder bailar con ella, se le hacía insoportable.
No se explicaba por qué su madre no terminaba de comprender que todos sus esfuerzos para encontrarle un marido eran inútiles, estaba firmemente decidida a no contraer matrimonio.

 

Esa noche, como tantas otras, Amanda deambulaba entre los asistentes a la fiesta. Nunca permanecía en un mismo lugar, así era más difícil de localizar.
Así y todo, en ocasiones, no podía camuflarse lo suficientemente rápido y era arrastrada, por algún muchacho hacia el salón de baile.
-Dios bendito ¿nunca se cansaban de perseguirla? -pensó irritada mientras se parapetaba tras un grupo de mujeres que conversaban animadas sobre las últimas tendencias de moda llegadas de París.
-¿De quién te escondes en esta ocasión?
Se giró sobresaltada y miró al hombre que estaba a su espalda -Brat, eres tú -suspiró aliviada y una sonrisa iluminó su           
cara -¿Cuando has llegado? Hace meses que no te veo.
-Hace un par de días. Hoy he estado con tu hermano en los establos.
-Entonces ya habrás visto el nuevo potro que Peter ha comprado.
-Sí, es un buen ejemplar -mientras hablaban Brat la observaba, se había convertido en una joven hermosa, ya no se parecía en nada a la chiquilla desaliñada que correteaba detrás de ellos siguiéndolos en todas sus travesuras.
-Esta noche estás... diferente.
Amanda suspiró -Ya, mamá insiste en hacerme poner estos vestidos, me siento como un envoltorio para regalo, de esos llenos de cintas.
La rica risa de Brat llenó el aire a su alrededor.
-Bueno, no creo que eso sea nada malo, la verdad es que se te ve estupenda, simplemente se me hace raro, no estoy acostumbrado a verte tan... arreglada -la verdad es que la encontraba hermosa, pero conociendo a Amanda y por la amistad que los unía, sabía que ese comentario la hubiera incomodado, incluso puede que hasta irritado.
Que muchacha más extraña, todas las jóvenes de su edad procuraban estar bonitas para atraer a los jóvenes, pero ella no, ella prefería sus viejos vestidos y andar entre los caballos.
Una sonrisa maliciosa curvó los labios de la muchacha -Bueno, tú también tienes muy buen aspecto esta noche -lo miró detenidamente- es más, creo que estás muy guapo.
-¡Oh! gracias, viniendo de ti es todo un cumplido -dijo sonriendo- Te apetece un poco de ponche.
-Sí, gracias.
-Buenas noches señorita Sanders -dijo el elegante hombre que se acercó a ellos.
-Buenas noches lord Braiton -sonrió al verlo.
-Permítame decirle que esta noche está usted bellísima.
-Gracias, es usted muy amable, aunque creo que exagera.
Brat puso los ojos en blanco, a ese viejo si le permitía decirle que estaba hermosa y encima parecía encantada con el cumplido, mujeres, no había quien las entendiera.
-Permítame que le presente a mi buen amigo el señor Benedith -se giró hacia éste- Brat, este es lord Braiton, hace poco que ha vuelto de viajar por todo el mundo.
-Es un placer señor Benedith -dijo el hombre en tono jovial.
-Lord Braiton -hizo una inclinación de cabeza a modo de saludo- Si me disculpan iré a por tu ponche ¿quiere que le acerque una copa lord Braiton?
-No gracias, se lo agradezco de todas formas.

Cuando Brat regresó con las bebidas, los encontró conversando y riendo divertidos.
-Bueno querida -dijo Braiton- será mejor que me reúna con personas más acorde con mi edad y deje a la juventud disfrutar.
-¡Ah! mi lord, sabe que me encanta su compañía -dijo Amanda mientras tomaba la copa que Brat le tendía, ofreciéndole una encantadora sonrisa para agradecérselo -De todas formas nos vemos mañana, cuento con usted para tomar el té.
-Puedes estar segura de que allí estaré. Señor Benedith ha sido un placer conocerlo.
-Lo mismo digo lord Braiton -dijo en tono formal.
El hombre hizo una inclinación de cabeza y se alejó de la pareja.

-Es un hombre fascinante -dijo con los ojos brillantes de admiración- tendrías que oir las divertidas historias que cuenta.
-Sí, seguro que tiene muchas para contar, es lo suficientemente viejo como para poder llenar un gran libro con ellas, estoy seguro -dijo en tono burlón.
-Eres un desagradable, Brat -y frunció el ceño- es un hombre encantador y no es tan... mayor.
-Si tú lo dices -encogiéndose de hombros.

Había sentido cierta envidia al ver la camaradería que existía entre la joven y el lord, ellos también eran amigos, pero con él se comportaba de una forma diferente, sintió un instantáneo rechazo por aquel hombre, ella era "su" amiga.



Al día siguiente lord Braiton acudió a la cita como había prometido.
La madre de Amanda estaba encantada con la amistad surgida entre aquel hombre y su hija, albergaba secretas esperanzas de que, tal vez, el lord se sintiera interesado por Amanda.
Y su hija parecía encantada en su compañía. ¿Sería posible que sus sueños de verla casada se hicieran realidad?
Él era algo mayor que la chica, pero no sería la primera, ni la última en contraer matrimonio con alguien que le sacaba algunos años de diferencia.
Sonrió a lord Braiton con calidez, mientras fingía interesarse por la historia que el hombre contaba, su hija parecía fascinada.

-Cariño -interrumpió- hace un día fabuloso, quizás a lord Braiton le apetecería pasear, sería una pena desaprovechar una tarde tan estupenda -volvió a sonreír.
-Sí, creo que tiene razón, sería muy agradable ¿no está de acuerdo señorita Sanders?
-Claro, me parece una buena idea, además podría mostrarle el nuevo caballo de Peter.
-Amanda cielo, puede que a lord Braiton no le apetezca ir a los establos...
-No se preocupe, me encantaría ver al animal. Yo mismo estoy pensando en adquirir algunos para mi cuadra.
-En serio -dijo Amanda entusiasmada- entonces debería hablar con Brat, él es el que más sabe de caballos.
-Puede estar segura de que lo haré -levantándose dijo- nos vamos.
-A mi me van a disculpar, los caballos no son muy de mi agrado.
-Les tiene un poco de miedo -susurró Amanda divertida.
Su madre le dirigió una furiosa mirada.
-Gracias por el té, señora Sanders.
-De nada, sabe que puede venir cuando quiera, las puertas de nuestra casa siempre están abiertas para usted.
-Gracias de nuevo -hizo un gesto para indicar a Amanda que se iban -si nos disculpa.
-Vayan, vayan y diviértanse.

En su paseo hacia los establos, Amanda volvió a preguntar entusiasmada -¿En serio está pensando ampliar su cuadra?
-Sí -sonrió divertido por la evidente alegría de la joven- aunque tengo otro... asusto que quiero resolver antes. Pero si todo sale como lo tengo pensado, en unos meses me decidiré a adquirir  algún nuevo ejemplar.

Amanda comentó emocionada las mejores opciones, desde su punto de vista, a la hora de realizar una buena compra.
-No sé si me hará falta consultar al señor Benedith, creo que con sus consejos podría hacerme con un estupendo animal.
-Me halaga usted -dijo complacida- pero créame cuando le digo que es con Brat con quien tiene que hablar.
-Está bien, le haré caso y hablaré con su amigo -la miró con suspicacia- ¿por qué usted y el señor Benedith, tan sólo son amigos...?
Amanda rió divertida ante la insinuación de lord Braiton.
-Por supuesto, Brat es casi como mi hermano -siguió riendo- es una idea absurda, si me permite decirlo.
-¿El qué es una idea absurda? -dijo Peter saliendo del establo.
-Hola Peter -intentó controlar la risa- lord Braiton a preguntado se Brat y yo éramos... bueno, más que amigos ¿te imaginas?
-No, yo no me lo puede imaginar -rió también Peter- ¿y tú Brat? -miró hacia el interior del edificio.
Un sonido parecido a un gruñido soñó detrás de una de las casillas.
-Creo que con eso nos está contestando -dijo Peter sin dejar de reír.

Brat se quedó pensativo ¿sería tan horrible que Amanda y él...?
Sacudió la cabeza para sacarse aquella idea de ella. Él, mejor que nadie, conocía a Amanda y su férrea decisión de mantenerse soltera.
Continuó con lo que estaba haciendo, no salió a unirse al grupo que charlaba y reía  fuera del establo.
-Lord Braiton quiere ver al muevo potro Peter, está pensando en comprar algún caballo.
-Sí, será un placer mostrárselo, está en la parte de detrás, necesita hacer ejercicio -señaló con la mano el camino- si me acompaña.

Amanda introdujo la cabeza dentro de la cuadra -Adiós Brat -dijo con tono cantarín.
-Adiós Amanda-dijo por lo bajo, porque sabía que ella ya había salido corriendo tras su hermano y el viejo.

 

-Amanda -dijo su madre levantando la voz- ¿a dónde crees que vas?
-Lord Braiton me ha invitado a tomar el té -dijo sencillamente.
-¿Y piensas ir con ese vestido? -dijo horrorizada. Olvidando el hecho de que su hija hacía un segundo bajaba las escaleras corriendo como un muchachote -No, no lo permitiré, sube ahora mismo y cámbiate.
-Si hiciera eso llegaría tarde -le dio un cariñoso beso a su madre -¿y tú no querrás que haga esperar a lord Braiton?
La madre suspiró vencida -Por lo menos compórtate como una señorita y deja de corretear y...
-Sí mamá, ya sé todo lo que me vas a decir -dijo mientras salía precipitada por la puerta.

-Mi lord, la señorita Sanders -dijo el mayordomo en tono serio, haciéndose a un lado para dejarla pasar.
-¡Ah! querida, que alegría que haya venido.
-Sabe que para mí siempre es un placer estar en su compañía.
-Me complace oírla decir eso -dijo satisfecho el hombre -¿sería tan amable de servir el té?
-Por supuesto.

Tomaron el té mientras mantenían una amena y agradable conversación. Era increíble, a pesar de la diferencia de edad, lo bien que se entendían.
-Amanda -dijo lord Braiton en tono solemne- hay un tema del que quería hablarte.
-Usted dirá -y se acomodó en el sillón dispuesta a escucharlo.
-He estado dándole vueltas y al final me he decidido, pensando que lo que te voy a proponer es ventajoso para los dos.
Hizo una pequeña pausa observando a la muchacha.
-He pensado en pedir tu mano.
-No pienso casarme -lo cortó decidida.
Levantó la mano para calmarla.
-Déjame hablar, por favor -su voz era agradable -mis motivos no son los que podrías pensar, al contrario son bastante egoístas. Te seré sincero, estoy enfermo, por ello he vuelto, para morir en casa.

La cara de Amanda reflejaba a la perfección su perplejidad y preocupación ante tal declaración.
-Me pareces una chiquilla encantadora, sé de sobra que te niegas a escoger un marido. Es una pena que una joven adorable como tú se quede solterona y a mí, sinceramente, no me apetece morir solo.
-Yo, no se... es que -volvió a interrumpirla con un suave gesto.
-Se que es algo repentino e inesperado para ti, pero no te estoy pidiendo que me entregues tu inocencia, intento explicarte que sería una especie de pacto entre nosotros.
 Verás, yo no... Bueno, mi enfermedad me impide estar con una mujer y tú no quieres casarte y entregar tu vida a un hombre que te trataría como a alguien inferior -hizo otra estudiada pausa- Yo te propongo que seas mi compañera al final de mi camino, a cambio tendrás mi nombre, muy respetable por cierto, lo que te dejaría en muy buena posición a mi muerte, siendo viuda no tendrías que dar cuentas de tu vida a nadie. No es lo mismo que ser una solterona ¿verdad? -sonrió- Y de esta manera también alejo mis propiedades de las manos de mi primo, se muere por quedarse con todo y dilapidarlo como ha hecho con la fortuna de su familia.
-Es todo tan repentino... y extraño. -respiró profundamente- deme tiempo para pensarlo mi lord.
-Por supuesto pequeña, pero es un buen trato, acuérdate de ello.

 

Amanda volvió a casa sumida en sus pensamientos.
-Hola cariño, ¿qué tal en casa de lord Braiton? -Amanda no la oyó- ¡Amanda!
-Sí, ¿me decías algo?
-Te preguntaba qué tal te había ido en casa de lord Braiton.
-¡Ah! bien -sonrió distraída- creo que voy a subir a mi cuarto, estoy un poco cansada.
Su madre frunció el ceño mientras la miraba subir las escaleras.
-¿Qué le estará pasando por la cabeza? Un día de estos me matará de un disgusto, estoy segura -se dijo la señora Sanders.

 

La boda se celebraría en un par de meses, pero su casa ya era una locura. A pesar de que todo se organizaría en Braiton Hall, la señora Sanders estaba poniendo la suya del revés, quería que todo estuviera listo y perfecto para recibir a los familiares y amigos que se alojarían allí para asistir al enlace.
La mujer estaba loca de contenta, por fin su sueño hecho realidad, su hija se casaba y nada más y nada menos que con lord Braiton, un hombre de incalculable fortuna y prestigio en todo el mundo. No se podía haber escogido a alguien mejor. No sabía cómo había convencido a su hija, pero eso era lo de menos, a dios gracias se iba a casar.

Amanda decidió escapar de aquel caos, su madre se encargaba de todo y además disfrutaba con ello, se encaminó hacia los establos, hacía días que no iba, con todo aquel revuelo no había tenido ni un segundo libre.

Estaba a mitad de camino cuando vio a Brat que se acercaba a ella a grandes pasos.
Sonrió ilusionada, hacía días que no se veían.
Al llegar a su lado pudo ver la expresión de furia en su rostro.
-Hola Brat ¿ha sucedido algo? -dijo preocupada.
No se molestó en contestar
-¿Te vas a casar con el viejo? -sus preciosos ojos color miel tenían un extraño color ambarino, fruto de la rabia que sentía.
-Te pediría que te refirieras a George con más respeto, él...
-¿Te has vuelto loca? -casi gritaba malhumorado- ese hombre podría ser tu padre y si me apuras incluso tu abuelo -la cogió del brazo y la zarandeó ligeramente, mientras le decía aquello, en un vano intento de hacerla entrar en razón.
Amanda tiró de su brazo para zafarse de la mano de Brat.
-¡Brat, cálmate! ¿A qué viene todo esto? Además, tú no eres nadie para venir aquí gritándome de esa manera -ahora también ella gritaba- ¿a ti qué te importa si me voy a casar y con quien lo haga?
Amanda lo miraba, como esperando una respuesta.
Y él tenía una, pero no estaba dispuesto a dársela, ahora ya no.
No podía decirle que era "suya", que últimamente pensaba en ella constantemente y que en esos momentos se moría por besarla.
No podía decirle todas esas cosas porque se casaba con otro.

-Tienes razón, no soy "nadie" para decirte lo que debes hacer -diciendo esto se dio bruscamente la vuelta y se fue tan rápido y enojado como había llegado.
-¡Brat! espera... -pero no se detuvo y Amanda se quedó allí viendo como su mejor amigo se iba y dejaba una extraña sensación en su interior.



La bosa de Amanda Sanders y lord Braiton fue el acontecimiento del año en el condado.
Familiares y amigos se reunieron para festejar el enlace y desear felicidad a la pareja.
Todo el mundo estaba allí, todos menos Brat. Amanda sintió una gran tristeza al comprobar que no había asistido.
Aunque no debería haberse sorprendido, desde su discusión apenas sí habían coincidido y las pocas veces que lo habían hecho, él se mantenía frío con ella.


Los primeros días en su nueva casa, Braiton Hall, pasaron deprisa, aunque Amanda se sentía fuera de lugar y un poco como una intrusa.

La habitación que le habían asignado era preciosa y muy grande. Los muebles y la decoración estaban escogidos con gusto y daban a la estancia una calidez que a Amanda le encantó.
-Es preciosa, George -había dicho a su esposo cuando le mostró el cuarto- gracias.
-No tienes porque darlas, ésta ahora es tu casa y todo lo que hay en ella te pertenece -dijo satisfecho, con una sonrisa en los labios- y si quieres hacer algún cambio, adelante, no tendré el menor inconveniente.
-Me parece que todo es perfecto tal y como está.

La habitación de George estaba al fondo del pasillo, no muy lejos de la suya.
El personal de servicio, eran personas agradables y sencillas que pronto aceptaron a Amanda como la nueva señora de la casa.
Procuraba desempeñar ese nuevo papel lo mejor posible.
Pasaba mucho tiempo con su esposo, cosa que resultaba muy agradable, gracias a la amistad que los unía.
El resto del tiempo lo pasaba en los establos, había traído a su caballo favorito y George también poseía unos cuantos ejemplares bastante aceptables.
Disfrutaba con los caballos y salía a cabalgar a menudo, si George tenía un buen día, solía acompañarla.

Unas semanas después de la boda ya estaba perfectamente integrada en la casa y en su nueva vida.
Revisaba la despensa y hacía una lista de las cosas que hacía falta comprar esa semana en el pueblo, cuando la joven Mary entró buscándola.
-Disculpe mi lady -dijo mientras hacía una rápida reverencia- lord Braiton me ha encargado que os diga que tienen visita y que le gustaría que se reuniera con ellos en el despacho.
-¡Oh! ¿Te ha dicho de quien se trata? -preguntó mientras se quitaba el delantal que siempre se ponía para no ensuciar sus vestidos cuando se dedicaba a ese tipo de labores.
-No mi lady.
-Está bien -se tocó el pelo comprobando que no estuviese demasiado alborotado- ¿cómo estoy?
-Estupenda como siempre, mi lady -dijo Mary con una sonrisa.
-Gracias, eres muy amable -sonrió a su vez y se encaminó hacia el despacho de su marido.

Dio un pequeño toque en la puerta y entró en el despacho.
-¿Me has mandado llamar? -su voz sonó dulce y suave, como era habitual en ella.
-Sí, querida -se levantó de su asiento y le indicó otro donde podía sentarse ella-. Te he mandado llamar, porque he imaginado que te gustaría estar presente.
En ese momento Amanda vio a Brat, que también se levantaba de la silla que ocupaba.
-¡Brat! -lo brillaron los ojos y una sonrisa se dibujó en sus labios- que sorpresa tan agradable...
-Lady Braiton, es un placer volver a verla -su tono seco y formal tuvo un efecto devastador sobre Amanda, no perdió la sonrisa, pero el brillo de sus ojos se evaporó. La actitud de Brat para con ella la afectaba demasiado, tuvo que hacer un gran esfuerzo para contestar.
-Por dios Brat, no hace falta que me trates con tanta formalidad, eres como mi hermano.
Se sentó en la silla que George le ofrecía.
-Bueno, a fin de cuentas ahora sois una mujer casada mi lady, creo que he de dirigirme a usted con el respeto que se merece.
Notando cierta tensión en el ambiente, George decidió intervenir.
-El señor Benedith ha venido porque vamos a realizar un negocio, juntos. Creo que te agradará especialmente.
Amanda lo miró expectante.
-Nos vamos a dedicar a la cría de pura sangres. El señor Benedith considera que es un buen momento, ya que se están haciendo muy populares entre la clase alta y todos quieren tener uno en sus cuadras.
 Hemos pensado que sería un buen momento para intentarlo ¿tú qué opinas?
Los ojos de Amanda estaban abiertos como platos y la sonrisa que iluminaba su cara hablaba por sí sola.
-¡Dios mío! no se qué decir... ¿Cuándo comenzamos?
George rió encantado, sabía que aquello haría feliz a Amanda.
-Como puede comprobar señor Benedith, a mi esposa le ha gustado la idea -se volvió de nuevo hacia Amanda- pero tendrás que tener paciencia querida, traeremos las yeguas, pero hay que conseguir el semental adecuado y preparar todo para las montas... en fin un proceso que dejaré en las expertas manos del señor Benedith y supongo, sin miedo a equivocarme, en las tuyas.

Brat apretó la mandíbula, no sabía que estaba haciendo allí, ni por qué había aceptado ese negocio con Braiton.
Volver a ver a Amanda fue un duro golpe para él, estaba más hermosa que nunca y para su desdicha se la veía feliz al lado de Braiton. Cada vez que el hombre se refería a ella como su esposa o utilizaba un apelativo cariñoso con ella, hubiera querido arrancarle la lengua.
Mujeres, pensó enfurecido, nunca las entendería.

-Tengo que irme -dijo con brusquedad a la vez que se ponía en pie- Le iré informando de todo periódicamente Braiton -se volvió hacia Amanda, clavó su mirada en la de ella- lady Braiton un placer volver a verla.
-De acuerdo Benedith, estaremos en contacto -y él y Amanda también se levantaron.
-Me ha gustado volver a verte Brat.
Él asintió con el ceño fruncido y salió del despacho.

 

Las cuadras eran ahora un hervidero, los mozos iban y venían, continuamente, de un lado para otro. Había mucho trabajo, pero las cosas estaban saliendo bien. Había tres yeguas preñadas y todo el mundo estaba nervioso ante la posibilidad de que algo pudiera salir mal.

Amanda pasaba parte de su tiempo en las cuadras, pero no quería entorpecer el trabajo de los mozos. Sus encuentros con Brat tampoco eran un aliciente para hacerla visitar a los caballos, ya que su frialdad y distanciamiento eran evidentes y ya no sabía qué hacer para que las cosas volvieran a ser como antes.

Por otro lado, su vida con George era muy agradable.
Era un hombre encantador, cada día se alegraba más de haber aceptado su propuesta de matrimonio.
Mantenían una relación de entrañable amistad, donde la confianza y la sinceridad ocupaban un lugar importante.
Solía pasear y montar a caballo, pero la mayoría de las veces conversaban tranquilamente ante una taza de té.

-¿Cómo van las cosas por las cuadras? -preguntó interesado.
-Bien, todo el mundo está muy atareado y las yeguas parecen encontrarse bien -los ojos se le iluminaron- Me han dicho que una de ella está a punto de tener a su potrillo.
-¿En serio? -se contagió del entusiasmo de la joven -eso es estupendo, espero que todo salga bien.
-Sí, eso espero -dijo mientras ellas también se terminaba su té.

George la miró y sonrió para sus adentros, aquella muchacha le estaba alegrando la vida. Era dulce y cariñosa y siempre tan alegre. Su vitalidad le daba fuerzas para seguir adelante y su compañía la serenidad que tanto ansiaba.
Se podría decir que era feliz, realmente feliz, había tenido una vida plena y ahora en el ocaso de esa vida había encontrado a la compañera ideal para recorrer el último tramo de ese camino que ya estaba próximo a su fin.

 

Esa misma noche la yegua se puso de parto, no estaba previsto que fuera así, por lo que uno de los mozos, nervoso corrió a la casa para avisar a lady Braiton.
-¿Alguien ha ido a avisar al señor Benedith? -dijo mientras caminaba apresurada hacia las cuadras.
-Sí, mi lady -dijo el mozo que la acompañaba portando un candil para iluminar el oscuro camino- hace un rato que Tomy salió en su busca y tambien han ido al pueblo a por el veterinario.
-Muy bien -intentaba apartar los mechones que se habían escapado del rodete que había improvisado con las prisas.

Cuando entró en la cuadra Brat ya estaba allí.
-¡¿Cómo está? -preguntó nerviosa.
-Está asustada, pero parece que todo está bien -se movía con rapidez y controlando la situación.
-¿El señor Potter no ha llegado aún?
-No, y me temo que no llegará a tiempo, está atendiendo a la vaca de los Dogerty, que también está de parto.
-¡Por dios! ¿Qué vamos a hacer?
-Nosotros la ayudaremos.
-¿Qué? -los ojos de Amanda no podían estar más abiertos- ¿estás seguro? yo no sé si podré.
-Tranquila, sólo tienes que hacer lo que yo te vaya diciendo. Todo saldrá bien -lo dijo con el tono cálido tono al que ella estaba acostumbrada en otros tiempos. Eso le dio el coraje que le hacía falta.
-Está bien -sonriendo- ¿qué hay que hacer?
-Esa es mi chica -y le devolvió la sonrisa, una sonrisa que a Amanda le pareció la cosa más maravillosa del mundo.
Brat comenzó a dar instrucciones, cada uno hacía sin dudar lo que él ordenaba.
Al cabo de dos largas horas, un potrillo negro de patas largas, hacía su torpe entrada en este mundo.

Amanda se abrazó a Brat y éste la levantó en el aire y giró con ella entre sus brazos.
-Lo hemos conseguido -su alegría era infinita. Y allí en los brazos de aquel hombre sintió que había vuelto a recuperar a su amigo a... ¿su hermano?
Comenzó a sentirse incómoda y se zafó del abrazo.
Azorado, Brat, dijo torpemente -Bueno ya está, buen trabajo muchachos, podéis iros a descansar .Yo me quedaré todavía un rato, para ver si el potro responde bien y la madre se recupera sin problemas.

Con gran emoción y palmadas en la espalda, los mozos se felicitaban y se despedían a la vez que cada uno se iba a su alojamiento, a descansar las pocas horas que les quedaban hasta que su jornada volviera a comenzar.

Amanda todavía estaba allí, contemplando la conmovedora escena.
-No hace falta que te quedes -volvió a su tono frío e impersonal.
-Pero quiero quedarme -dudo unos segundos- y también quiero saber ¿por qué te comportas de esta manera conmigo?
-No sé a qué te refieres -esquivó su mirada.
-Lo sabes de sobra, me tratas como si fuera una extraña y me evitas la mayor parte del tiempo-
Mientras esperaba una respuesta lo miró de arriba a abajo.
Que apuesto estaba con aquel pantalón ceñido a sus fuertes piernas y la camisa blanca, ahora sucia por el trabajo, dejaba al descubierto parte de su bien formado y fuerte pecho ¿cuándo se había convertido en aquel hombre tan formidable?
¿Y por qué no se había dado cuenta antes?-

 

-Sabes que nunca he aprobado tu boda con Braiton -su voz la hizo abandonar sus cavilaciones.
-¡Pero soy la misma! -protestó- casada o no sigo siendo yo.
-Para mí ya no eres la misma, ya no, yo... -miró hacia otro lado y guardó silencio.
-Tú... ¿qué?
-Yo... -fue hacia ella y cogiéndola fuertemente por los brazos, la besó con dureza en los labios.
-Suéltame, me haces daño -se esforzó por apartarse de él, pero la sujetaba con fuerza.
-¿Qué pasa, el viejo es más suave? No creo que sepas lo que es un hombre de verdad, teniendo en cuenta con quien te has casado -volvió a besarla, esta vez con menos dureza, saboreando su boca. ¡Cómo la deseaba!
Amanda, confusa y mareada dejó que aquella lengua explorara su boca, exigente y apasionada.
Brat soltó la larga melena, que cayó sobre su espalda formando una cascada de rizos negros. Enredó un mechón en su mano y tiró de él haciendo que la cabeza de Amanda se echara hacia atrás… Besó el nacimiento de los pechos que asomaban ligeramente por encima del escote del vestido.
Todo le daba vueltas, no podía pensar ¿por qué le estaba pasando aquello?
Brat era totalmente consciente de lo que estaba haciendo, el deseo que sentía por la joven y el hecho de besarla, de saborear su piel, estaba provocándole una erección tremenda, que amenazaba con hacer saltar los botones del pantalón.
Le besó el cuello aspirando su aroma, notando la suavidad de su piel.
-¿¡Brat!?... -al oírla decir su nombre un ramalazo de cordura volvió a él ¿qué estaba haciendo? ella estaba casada, casada con otro, aquello era imposible...
La soltó con brusquedad. Amanda perdió el equilibrio y a punto estuvo de acabar en el suelo, reaccionó lo suficientemente rápido para agarrarse a uno de los pilares.
Cuando se irguió del todo, vio que Brat abandonaba el establo a grandes pasos.

 

e dejó caer, despacio, hasta el suelo.
Enterró la cara entre las manos, e intentó aclarar sus ideas. Pero no entendía nada ¿Por qué Brat la había besado? y ¿por qué le había hablado de una forma tan dura y cruel?
No entendía nada, ya no era el hombre que ella había conocido durante tantos años. Otra pregunta rondaba su mente, otra pregunta a la que tenía miedo enfrentarse.

 

Los días que siguieron al nacimiento del potrillo, evitó pasar por las cuadras.
Se moría de ganas de volver a ver al animal, pero la posibilidad de encontrarse con Brat la aterraba, no quería pensar en esa posibilidad, porque no sabía cómo debería actuar frente a él.

 

Vagaba por la casa sin encontrar nada en lo que ocupar su tiempo.
-¿Te encuentras bien querida? -el tono de George era preocupado y la pregunta la cogió por sorpresa.
-Sí, ... estoy bien. Quizás algo cansada. Pero tranquilo, estoy bien -sonrió con dulzura- Y tú ¿cómo te encuentras? esta noche te he oído toser más de lo normal.
-Siento haberte molestado, seguramente no has podido dormir por mi causa, pero de todas las maneras no debes preocuparte por mí, todo está bajo control.
 Qué te parece si damos un paseo hasta los establos y me enseñas a esa maravilla de cuatro patas que has ayudado a traer al mundo -Dijo esto a la vez que le ofrecía su brazo.

Caminaron despacio y casi sin hablar, la tarde estaba preciosa y resultaba agradable pasear.
Cuando entraron en el establo la voz de Brat les llegó desde el fondo del edificio.
-Será mejor que salgas en busca del veterinario, no tengo ganas de que nos suceda lo mismo de la noche pasada. Creo que esta yegua no tardará mucho en ponerse de parto.
-Hola Benedith -saludó George-¿Cómo va todo?
-Braiton, lady Braiton -la mirada que dirigió a Amanda fue fugaz- Todo bien, otro potro está a punto de nacer, así que si me disculpan voy a empezar con los preparativos -diciendo esto se alejó.
-¿Quieres quedarte? -le preguntó con una sonrisa en los labios, sabiendo lo mucho que Amanda disfrutaba con esas cosas.
-No, prefiero volver a casa contigo.
George le lanzó una mirada interrogante, pero no dijo nada.
Después de echar una rápida mirada al potrillo, decidieron irse para no estorbar el trabajo de los hombres.

 

Al final de la tarde les informaron de que el alumbramiento había sido un éxito, otro potrillo sano y fuerte descansaba complacido junto a su madre, que también se encontraba en perfecto estado.
Amanda se moría de ganas de ir a verlo.
Ya en la cama, no era capaz de conciliar el sueño y tras horas de dar vueltas intentando quedarse dormida, decidió vestirse, bajar a los establos y saciar la curiosidad que sentía hacia el nuevo animal.
A esas horas todo el mundo estaba acostado y podía echar una miradita sin que nadie la molestara.

Una suave luz le indicó la casilla donde madre e hijo descansaban después de tan dura prueba.
Se acercó despacio para no asustarlos y se asomó por encima del portón.
Allí estaba, era precioso, de un color cobrizo intenso y estaba acurrucado contra su madre, que parecía estar perfectamente restablecida.
-¿Es bonito verdad? -Amanda dio un salto, la voz venía de detrás de ella, se giró y vio a Brat salir de entre las sombras.
Se puso ligeramente nerviosa.
-Sí, es perfecto -sonrió algo forzada- Creo que será mejor que me vaya.

Pero él no la dejó, la atrajo con suavidad contra su pecho y la besó con dulzura.
Amanda volvió a sentir aquella sensación de mareo ¿por qué cada vez que Brat la tocaba de esa manera sucedía eso?
Siguió besándola, bajó por el cuello hasta legar a los pechos.
Con dedos hábiles desabrochó el vestido que calló a sus pies, dejando al descubierto su blanco y desnudo cuerpo. Por unos instantes Brat pensó que estaba soñando, no podía ser cierto, la tenía allí frente a él, totalmente desnuda.

Al vestirse para salir no se había puesto nada bajo el vestido, tan sólo sería una corta visita a los establos y regresaría, nadie se tenía que dar cuenta, porque se suponía que nadie la vería.
Y ahora estaba desnuda delante de él y sintiendo que sus besos y sus caricias la trasportaban a otro mundo.
La cogió en brazos y con suavidad la depositó sobre un montón de heno que había en una de las casillas vacías.
Amanda profirió una débil protesta, pero sus besos y las caricias sobre su cuerpo la hicieron desistir de cualquier idea de protestar que hubiera pasado por su mente.
Todas aquellas sensaciones que despertaban en su cuerpo le eran desconocidas y algo en su interior le pedía que siguiera adelante, tenía que descubrir de qué se trataba.

Besaba todos y cada uno de los rincones de su cuerpo, quería recorrerla entera, saborear la delicada piel de su cuello, la redondez de sus pechos y la tersura de su plano vientre.
Brat iba dejando un rastro de fuego en su piel, era una sensación tan abrasadora y excitante, tan diferente y desconocida para ella.
Comenzó a acariciarle los muslos, recorriéndolos con avaricia. Amanda se asustó al sentir el calor abrasador de su mano sobre sus piernas, podía sentir como aquel calor subía hacia el centro de su cuerpo, haciéndolo palpitar.
Brat se desprendió de la camisa y su poderoso torso despertó la curiosidad de Amanda "que cuerpo tan formidable ¿todos los hombres serían como él?" no, no creía que eso fuera así, era imposible que George... desechó la idea cuando sintió una caricia sobre su sexo. Miró hacia abajo, para descubrir la cabeza de Brat entre sus piernas ¿qué pretendía hacer? le entró el pánico e intentó levantarse.
Él levantó la mirada hacia ella, una mirada cargada de deseo, le apoyó la mano sobre el vientre y le susurró -Relájate -y volvió a desaparecer entre sus muslos.
Amanda no pudo reprimir un gemido ante aquella nueva sensación que la traspasaba, podía sentir ¿el qué? ¿Aquello era la lengua de Brat sobre su sexo? , otra oleada de placer recorrió su cuerpo haciéndola arquear la espalda, era lo más maravillosos y placentero que había experimentado en su vida, no le importaba morir abrasada por las llamas que parecían arder en el interior de su cuerpo.
Una serie de gemidos escaparon incontrolables de su boca, Brat se incorporó y la besó apasionadamente a la vez que ahogaba sus gritos de placer.
-Eres un poco escandalosa, tesoro -dijo esto mientras se despojaba de los pantalones.
La visión del miembro erecto la dejó sin respiración y bloqueó su mente.
Brat sonrió satisfecho confundiendo la expresión asustada de Amanda con la de sorpresa.
No esperó ni un segundo más, la necesitaba, necesitaba estar dentro de ella más que nada en ese mundo, se colocó sobre ella.
En ese momento fue como si Amanda despertara de un sueño.
Intentó apartar el cuerpo de Brat de encima del suyo, pero sus débiles intentos fueron inútiles, él ni se percató de lo que ella intentaba hacer y se enterró profundamente en ella.
Un grito de dolor escapó de su garganta y unas lágrimas brotaron de sus oscuros ojos.

¿Qué estaba pasando? Brat no entendía nada, la reacción de Amanda lo había dejado paralizado dentro de ella.
Al ver el dolor en la cara de la joven dijo confundido -¿Eras virgen? -Pero no era necesario que le contestara, la respuesta era evidente.
Comenzó a besarla con ternura, secando sus lágrimas con sus labios. Poco a poco notó como el cuerpo se le relajaba y sin dejar de besarla comenzó a moverse lentamente en su interior.
De todas formas, el daño ya estaba hecho.
El dolor desapareció poco a poco y en su lugar fue apareciendo otra vez aquella sensación de calor que la inundaba por dentro.
Brat se movía con delicadeza, haciendo que cada uno de sus movimientos se convirtiera en suaves oleadas de placer.
Sus movimientos se hicieron más rápidos, el deseo que sentía por ella lo tenía dominado por completo, un pensamiento egoísta y de posesión se apoderó de él al recordar que había sido el primero, que nadie más había profanado el cuerpo de esa mujer, ya no podía pensar en nada más, era suya, ya no podía controlarse.
La besó con urgencia, haciéndola sentir su necesidad de ella, la respuesta de Amanda fue torpe e inexperta, pero el hecho de que ella se abandonara por completo intentando seguirle fue superior a sus fuerzas y con un gruñido gutural se derramó dentro de ella.

Amanda no se movió cuando se derrumbó sobre ella y enterró su cara entre su pelo.
En ese momento fue plenamente consciente de lo que  había hecho, la realidad la golpeó con dureza, mientras las palabras de Brat le llegaron como de lejos, como si no estuviera todavía sobre ella.

-Lo siento, si lo hubiera sabido, yo no...
-No tenías por que saberlo, como no lo sabe nadie -sus palabras sonaron vacía de emoción- era un acuerdo entre nosotros, su nombre a cambio de mi compañía.
-¿Un matrimonio de conveniencia? -dijo horrorizado.
-Llámalo como quieras -dijo con frialdad- Él es feliz y yo... también lo era.

Intentó salir de debajo del cuerpo de Brat, de repente sentía frío.
-Lo siento -sonaba tan arrepentido- yo no se... nos sé que me ha sucedido, como me he dejado llevar -la retuvo por unos momentos más entre sus brazos- sí, si lo sé. Llevo mucho tiempo deseándote y cuando te vi llegar esta noche... siento que tu primera vez haya sido de esta manera.
-No digas nada, no empeores las cosas -se apartó de él y se puso rápidamente el vestido- me tengo que ir o alguien podría notar mi ausencia. Brat se quedó allí, mirando cómo salía corriendo del establo. Se sentía el hombre más miserable del mundo.

 

Cuando llegó a su cuarto y se desnudó, descubrió la sangre que manchaba sus piernas. Se limpió y procuró no dejar ningún indicio de lo que había pasado esa noche.
Cuando se metió en la cama estaba amaneciendo, pero se sentía incapaz de conciliar el sueño.
Las imágenes de Brat y ella sobre el heno, se repetían una y otra vez en su cabeza.
Un millón de emociones la invadían, desde la culpa hasta la decepción.

 

Era ya casi medio día y Amanda seguía en la cama. No se sentía ni con fuerzas ni con ánimos de enfrentar al resto del mundo y menos a George.
Se sentía enferma, había traicionado a su marido, le parecía lo peor que podía haberle hecho en este mundo.
¿Por qué Brat nunca le había dicho lo que sentía por ella? Si lo hubiera sabido, quizás ella no habría aceptado casarse con George. ¿O sí? Estaba confundida, no sabía que iba a hacer...

Unos suaves golpes en la puerta la sacaron de sus cavilaciones.
George entró sin esperar una respuesta.
-¿Te encuentras bien querida? -parecía preocupado- Mary me ha dicho que seguías en la cama y que no habías probado el desayuno.
-No tenía apetito,  la verdad es que me encuentro un poco indispuesta y me apetecía quedarme en la cama. Creo que me hará bien -estaba mintiendo a su esposo, era una cobarde. Pero no podía confesarle lo que había hecho.
-Esta noche me pareció oírte salir del cuarto... -esperaba una respuesta pero no había reproche en su voz, tan sólo curiosidad.
-Sí -sonrió débilmente- me estaba costando conciliar el sueño y fui a conocer al nuevo potro. Es precioso, tendrás que ir a verlo, es una maravilla. Creo que me quedé demasiado tiempo en el establo y he debido de coger frío, por eso hoy no me encuentro bien. Judas, judas, oía repetido en su cabeza.
-¡Ah! locuela, tú y tu pasión por los caballos ¿quieres que llame al doctor?
-No, gracias. Estoy segura que con un poco de reposo me encontraré mejor.
-Como quieras -le dio un beso en la frente, como era su costumbre- Entonces descansa, pero prométeme que comerás algo.
Amanda lo miró, últimamente parecía haber envejecido, le sonrió cariñosamente.
-Está bien, comeré -dijo resignada.

Vio como George abandonaba su cuarto y sintió un nudo en la garganta ¿cómo podía haberle hecho algo así a aquel hombre tan maravilloso?

 

Aquella misma noche, George, sufrió una de sus peores crisis. Amanda dio orden de avisar al doctor y permaneció a su lado, secando el sudor que lo empapaba y atendiéndolo para aliviar en todo lo posible su sufrimiento.

Un par de días después lo peor había pasado, pero George había quedado muy débil.
El doctor le recomendó reposo y mucha tranquilidad.

 

-Querida, deberías salir un poco de este cuarto o tú también enfermaras.
La verdad es que estaba pálida y ojerosa.
No se había separado de él más de lo necesario. Se lo debía, era lo menos que podía hacer por él.
-Anda vete a ver a tus potros y luego me cuentas lo estupendos que son -intentó sonar animado, pero su voz estaba débil igual que él, la enfermedad había avanzado con rapidez, sintió ganas de llorar.
-Sí, tienes razón -hizo un esfuerzo por sonreír- tengo que ver cómo va nuestro negocio -le dio un beso y salió de la habitación.

Después de un baño y de comer algo, se sentía un poco mejor.
Salió con paso tranquilo, quería disfrutar del aire de la mañana.
Cuando llegó al establo un mozo le salió al paso, quitándose la gorra dijo emocionado -Buenos días lady Braiton, me alegra verla otra vez por aquí, se va a poner muy contenta, ya ha nacido el último potro, bueno potrilla, es una hembra.
-Es una noticia estupenda ¿dónde está?
-En la casilla del fondo -al mirar donde el mozo señalaba un estremecimiento recorrió su cuerpo al ver el lugar donde Brat y ella...
La enfermedad de George la había tenido tan preocupada que no había vuelto a pensar en ello.
Intentó no pensarlo ahora y se encaminó a ver a la pequeña yegua.

No había contado con la posibilidad de encontrarse con Brat, por eso el corazón le dio un fuerte vote en el pecho cuando lo encontró agachado al lado de la madre, comprobando que se recuperaba con normalidad del parto.

-Buenos días -saludó muy serio al levantar la vista y encontrarla tras él- he oído decir que tu esposo está muy enfermo, espero que se recupere pronto.
-Sí, gracias. Ya está bastante mejor -su tono también era excesivamente formal- aunque el doctor le ha recomendado mucho reposo, no ha recuperado todas las fuerzas aun.
-Lo siento -en aquellas dos palabras había mucho más de lo que a ambos les gustaría reconocer.
-Ya, gracias -desvió la mirada- ¿qué tal el animal? me han dicho que es una hembra.
-Sí -suspiró- está bien, cuando crezca será un buen ejemplar para seguir criando.
Amanda asintió distraída -Bueno, he de irme, mi esposo necesita que esté a su lado.
-Sí, por supuesto.
Y sin más la vio volver a salir del establo como la noche que la hizo suya, sin mirar atrás.

 

Durante las siguientes semanas, su vida consistía en acompañar a George, en ocasiones le leía durante horas, decía que oír su voz lo relajaba.
La última hora de la tarde era el momento que ella aprovechaba para dar un paseo, mientras el asistente de George le ayudaba con el baño, ya que eso le facilitaba el descanso por las noches.
Es esos paseos siempre evitaba las cuadras.

Las noches también las pasaba en la habitación de George, él había insistido en que no era necesario, pero Amanda había ordenado poner una pequeña cama para poder dormir allí, quería estar cerca por si la necesitaba.

Una tarde, Amanda le contaba divertidas anécdotas de su infancia, mientras intentaba realizar unos simples bordados.
George se reía divertido con sus travesuras y peripecias, de improviso hizo una pregunta que la dejó atónita.
-¿Le quieres?
-¿Cómo? ¿De qué estás hablando?
-¿Qué si estás enamorada del señor Benedith? -su voz era tranquila.
-No -sus mejillas ardían- ¿cómo puedes sugerir una cosa así? es ridículo.
-Tal vez, pero tengo esa sensación.
-Debe de haberte subido la fiebre –dijo nerviosa- estás empezando a delirar.
-No tengo fiebre, tranquila -la miró con cariño- soy lo suficientemente mayor y experimentado para darme cuenta de ciertas cosas, aunque esté postrado en una cama.
 Y de un tiempo a esta parte tus encantadoras historias han dejado de ser las travesuras de tres diablillo, para convertirse en las de dos hermanos -rió divertido- debiste ser una chiquilla adorable.
-Mi madre no estaría de acuerdo con ese comentario -sonrió levemente.
-Me lo imagino. Pero dime una cosa, si no estoy en lo cierto ¿por qué el señor Benedith ha dejado de participar en esas aventuras? se que erais inseparables. Y sin embargo ahora evitas hablar de él.
-No digas tonterías -pero mantenía la vista fija en su bordado.
-¿Te arrepientes de haberte casado conmigo?
-No, eso nunca -una lágrima rodó por su mejilla.
-¡Ah! no llores pequeña. No pasa nada, soy feliz por tenerte a mi lado y me ayudas mucho, eres un esposa ejemplar...
-No, no lo soy -no pudo soportarlo más, no podía seguir llevando aquel peso sobre su conciencia.
Quizás George la repudiara, pero no le importaban las consecuencias, ella no era un mentirosa- Te he engañado... la noche que me oíste salir, era cierto que fui a ver al potro. Pero Brat estaba allí y... él me besó y yo lo dejé, no me negué. Una cosa llevó a la otra y cuando quise darme cuenta ya era demasiado tarde.
-Te hizo suya -era una afirmación, no una pregunta.
-Sí, quise reaccionar pero... -las lágrimas volvieron a brotar de sus ojos.
-Ven aquí pequeña -se sentó en la cama y dejó que él la abrazara.
-Siento que tu primera vez fuera así. Es culpa mías, nunca pensé que alguien joven y vital como tú necesitaría satisfacer sus instintos.
-¿No estás enfadado? -gimoteó.
-No mi niña, tú estás cumpliendo tu parte del trato a la perfección. No voy a decir que me haga feliz, pero lo entiendo, yo también fui joven y si recuerdas he viajado por todo el mundo y tenido muchas y maravillosas experiencias -torció un poco el gesto- me estoy dando cuenta que mi proposición era más egoísta de lo que había pensado -la besó con delicadeza en la frente- ¿has vuelto a verlo?
-No..., bueno, la mañana que fui a ver a la nueva yegua, te lo conté cuando regresé.
-Sí, es verdad.
-No volveré a verlo, soy tu esposa y te debe respeto.
-¡Sssppp! -le puso un dedo en los labios- no me debes nada, te pedí compañía y un poco de cariño y me estás dando ambas cosas más allá de mis expectativas.

 

Unos días después George se encontraba lo bastante bien como para levantarse durante unas horas.
Convenció a Amanda para que fuera al pueblo para hacer unas compras.
He hizo llamar a Brat Benedith.

 

-Mi lord, el señor Benedith.
-Me han dicho que quería verme.
-Sí, pase, por favor -señaló el sillón que tenía frente a sí- me estoy muriendo -levantó la mano para interrumpir cualquier cosa que Brat hubiera podido decir- no es algo nuevo, pero ahora parece ser que el final se acerca. Por ello quiero ir dejando todos los cabos bien atados -hizo una pequeña pausa, hablar le suponía también un gran esfuerzo- cuando yo falte quiero que siga con el tema de los caballos, se que a Amanda le gustará.
 Evidentemente ya he redactado mi testamento, pero quería asegurarme de que se ocuparía personalmente de todo como hasta ahora y que... cuidará de Amanda.
-Bueno sí, yo me ocuparé de los caballos ese era el trato- su tono se había vuelto un tanto arisco- pero creo que Amanda no necesita de mí, sabrá cuidarse ella sola.
-Tal vez... pero sería una pena que volviera a perderla.
-No sé lo que está insinuando...
Un repentino ataque de tos interrumpió el discurso de Brat. Se acercó precipitadamente al anciano y le ofreció un vaso de agua.

Cuando se encontró un poco más tranquilo dijo con voz apenas audible -Creo que será mejor que vuelva a mi cuarto.
-Necesita que le ayude? -se ofreció Brat sinceramente.
-No, gracias, llamaré a mi asistente.
-Como quiera.
-Sólo una pregunta más ¿por qué no le pidió que se casara con usted?
-Creía conocerla y sabía que me diría que no -se sinceró con aquel hombre como no había hecho nunca con nadie- Pero también sabía que rechazaría al resto. Mi plan consistía en ir conquistándola poco a poco, de una forma discreta, sin precipitar las cosas. Pero apareció usted y todo se fue al traste -dijo con amargura- le dije que o se casara con usted que era un error, pero claro, no me hizo ni caso.
-¿Y por qué no se lo pidió entonces?
-Porque parecía encantada con su propuesta y a mí me veía como a un hermano, en aquel momento me habría dicho que no, como al resto.
George lo miró pensativo.
-Tiene razón muchacho, le habría dicho que no, es muy obstinada. Yo sabía que me moría, por eso se lo propuse, si no nunca me habría casado con alguien tan joven como Amanda. Pero quizás el hecho de sentir la muerte tan cercana, me hizo sentir la necesidad de tener a alguien como ella cerca, para intentar retener dentro de mí la sensación de juventud ya perdida, soy viejo y egoísta, lo sé.
Brat miraba a lord Braiton y no sabía si sentir lástima por el hombre que se estaba muriendo o rencor por haberle arrebatado a la mujer que quería por un intento vano y egoísta de resistirse a la muerte rodeándose de vitalidad y juventud.

 

Un par de meses más tarde Amanda era la viuda de lord Braiton. Lady Braiton, dueña y señora de infinidad de propiedades, una considerable fortuna y unas estupendas cuadras que prometían grandes beneficios.
Todavía no se había hecho a la idea, nunca pensó que todo sería tan rápido, estaba desolada. Lo echaría mucho de menos.

Tras la lectura del testamento y la firma de los documentos pertinentes que la acreditaban como heredera absoluta, el abogado le entregó un sobre lacrado en el que aparecía su nombre.
Era una carta de George.

 

Querida Amanda:

 Has sido como un rayo de sol en mis últimos días en este mundo.
 No quiero que llores mi muerte, porque como te he dicho en infinidad de ocasiones, he tenido una vida plena y feliz, llena de aventuras y también mi buena ración de romances.
 Gracias a ti, el final ha sido mucho más agradable, sin tu apoyo y tu presencia no habría podido enfrentarme a lo que me sobrevenía.
 Por ello te quiero dar las gracias, no creo que lo que has hecho por mí se pueda pagar con bienes materiales, por eso quiero que sepas que tienes mi eterna gratitud. Eres una gran mujer.

 Te quiero pedir perdón, porque con mi egoísmo, he robado parte de tu juventud, esa parte en la que una encantadora joven como tú debería haber descubierto el amor. Pero para el amor nunca es tarde, no te cierres a él Amanda.

      Siempre tuyo.
                                                                                                      George

P.D.
Se feliz, mi niña.

 

Las lágrimas corrían por su cara sin descanso ¿por qué un hombre como aquel tenía que morir?
Nunca, nunca podría olvidarse de él y mucho menos arrepentirse de haber sido su esposa...

 

Su familia estaba con ella, apoyándola. La desolación de su madre era evidente, nunca hubiera imaginado que alguien que parecía tan vital... era horrible y su pobre hija...
-Cariño ¿por qué no te vienes a casa con nosotros una temporada?
-Gracias mamá, pero me quedaré aquí, ésta es mi casa ahora y es donde quiero estar.
-Pero, esta casa es tan grande, que para ti sola...
-No estoy sola, está el servicio, que es gente encantadora y a la que tengo mucho aprecio -una cálida sonrisa iluminó su cara despacio, con calma- Estaré bien mamá.
-Como quieras -no estaba conforme con la decisión de su hija, pero que otra cosa podía hacer.

 

Brat había asistido al funeral, pero se había mantenido en segundo plano, aunque los Sanders lo consideraban parte de la familia, supuso que en momentos así era mejor guardar las distancias, sobre todo con Amanda.
Se le partía el corazón viéndola tan afectada, a cada instante se sentía impulsado a acercarse a ella y consolarla, arroparla entre sus brazos y reconfortarla con dulces palabras.

Pero era preferible seguir donde estaba, si lo hubiera necesitado habría ido en su busca.
Ella lo había visto y le había dedicado una leve sonrisa, que interpretó como de agradecimiento por estar allí.

 

Las semanas pasaban y Amanda intentaba adaptarse a sus nuevas rutinas sin la presencia de George.
Parecía increíble el gran vacío que  había dejado. Intentaba llenarlo manteniéndose ocupada, haciendo cosas en la casa, dando largos paseos, cualquier cosa que la mantuviera activa y con la mente trabajando.
Las cuadras era el único lugar que evitaba, no se sentía con fuerzas para enfrentar a Brat.
Después de todo lo que había sucedido entre ellos ¿cómo actuar? sentía que ya no podría tratarlo como a un amigo, pero cualquier otra opción, en esos momentos, le resultaba impensable. Aunque si tenía que ser sincera consigo misma, lo echaba mucho de menos.

 

Brat tampoco hacía ningún intento de acercarse a ella, sabía que en esos momentos necesitaba espacio y tiempo. Se lo daría, todo el que necesitara, pero esta vez no perdería la oportunidad, haría caso a Braiton.

No había un solo día en el que no recordara la suavidad de su piel, la delicadeza de sus curvas y el delicioso sabor de su boca.
Un gruñido escapó de su garganta, cada vez que evocaba aquellos recuerdos su cuerpo reaccionaba con una brutal erección. Cepilló enérgicamente al semental, en un vano intento por liberar toda aquella frustración.

 

-¿Ha hecho algo el pobre animal para que lo estés cepillando de ese modo? -la voz le llegó cálida y con un ligero tono de burla.
Todo su cuerpo se tensó, cerró los ojos y respiró profundamente para intentar relajarse y poder enfrentarla.
Se giró y la vio, estaba más hermosa que nunca.
Otra oleada de deseo se apoderó de él, el esfuerzo que realizó para no avanzarse sobre ella fue titánico.
-Amanda ¿qué haces aquí? -su tono fue tremendamente brusco.
Amanda frunció el ceño -Si no recuerdo mal, esta cuadra me pertenece.
-Sí, perdona -sacudió la cabeza- me ha sorprendido verte, hacía demasiado tiempo que no venías por aquí.
Sí, bueno -se sintió un poco azorada- he estado... muy atareada.
-Lo comprendo -la miró a los ojos, esos preciosos ojos que tanto le gustaban- ¿Cómo te encuentras?
-Mejor, gracias -se acercó al semental y le acarició el musculado cuello, era sorprendente como algo en apariencia tan suave y delicado podía ser duro y firme como el metal.
Deslizó la mano hacia abajo mientras observaba los grandes ojos del equino, un escalofrío le recorrió el cuerpo cuando su mano rozó la de Brat que seguía apoyada sobre el lomo del animal.
Sintió el calor que inundó sus mejillas, levantó la mirada para encontrarse con la de él.
Se sintió atrapada por la intensidad y el fuego que aquellos ojos destilaban.
Conteniendo la respiración levantó la mano y rozó la delicada mejilla, volvió a respirar cuando Amanda inclinó la cabeza y se apoyó sobre su mano.
-Te echo de menos -sabía que se estaba precipitando.
-Y yo a ti -bajó la vista- pero...
-No digas nada, por favor -apartó la mano de su cara.
Amanda asintió con un leve gesto y volvió a enfrentar su mirada.
-Será mejor que me vaya -comenzó a girarse, Brat la retuvo asiéndola con delicadeza del brazo.
-¿Vendrás mañana? -aquel nuevo contacto provocó otra descarga de sensaciones en ella. Era increíble el poder que tenía sobre ella, un simple roce, una caricia y todo su cuerpo reaccionaba de inmediato.

Sentía ganas de huir, de alejarse de él para intentar poner en orden sus ideas, pero al mismo tiempo deseaba quedarse, y que él...era una locura, no podía, todavía no, era demasiado pronto.
-Tal vez -fue la escueta respuesta que le dio.
Le soltó el brazo y la vio encaminarse hacia la salida, pero en esta ocasión Amanda se giró y le dedicó una tímida sonrisa.

El efecto que tuvo sobre él fue de devastador, su corazón palpitaba enloquecido contra su pecho, el aire parecía tan espeso que le era imposible respirar con normalidad.
Con dificultad le devolvió la sonrisa, y la vio desaparecer a través del portón de entrada.

 

Amanda retomó su hábito de acudir diariamente a las cuadras, no siempre se encontraba con Brat, ya que él tenía otras obligaciones además de ocuparse de los caballos.

Pero sus encuentros cada vez le resultaban más agradables, ya no eran tan tensos como al principio, poco a poco iban recuperando cierta confianza.
Era como empezar de nuevo, tenían que volver a descubrirse el uno al otro. Aunque ambos sabían que en esta ocasión había implicado algo más profundo que la simple amistad.

 

Brat disfrutaba de sus encuentros, y atesoraba cada gesto, cada palabra cada pequeño roce.
Para él cualquier escusa era buena, siempre buscaba la manera de poder tocarla, bien rozándole la mano, atrapando un mechón de sus cabellos o con una caricia descuidada en su brazo.
Todavía podía percibir en ocasiones una especie de reticencia por parte de ella, aunque después de como se había portado con ella no era de extrañar. Otra en su lugar lo hubiera apartado de su vida para siempre.

 

-Mozo -Brat se giró, no podía creer que la petulante voz que escuchó tras de sí se dirigiera a él- ¡Por dios! no me mires con esa cara y ocúpate de mi caballo -dijo el hombre con impaciencia.
Brat lo observó de arriba abajo, tenía toda la pinta de un dandy era un hombre que, supuso, las mujeres encontrarían atractivo a pesar de que ya no era un jovencito.
-¿Quién es usted? -el tono seco e impertinente hizo elevarse la ceja del extraño.
-Como se atreve a hablarme en ese tono... -la furia tiño su hermoso rostro de purpura.
-¿Quién es usted? -volvió a preguntar Brat sin inmutarse.
-Soy el primo de lady Braiton -dio rechinado los dientes- y puede tener por seguro que será informada de esta falta de respeto.
-Tomy -grito Brat- ocúpate del caballo del "caballero" -recalcó la palabra con ironía -¿Y su "prima" ya está enterada de esta inesperada visita?
Entregó las riendas al mozo que se había acercado presuroso a cumplir la orden de Brat -No toleraré más impertinencias, los asuntos de la familia no me parecen que sean algo que deba preocupar a un mozo de cuadra.
-Los asuntos de lady Braiton siempre me interesan -el tono bajo y cargado de amenaza hicieron que el hombre retrocediera varios pasos.
-Hablaré con ella ahora mismo y me encargaré personalmente de que lo despidan -dijo señalándolo furioso con el dedo índice.
-Sí, estoy seguro de que lo va a intentar -sus labios se curvaron en una sonrisa burlona, que hizo que el sujeto se enfureciera aun más.
Salió del establo a grandes pasos -Ese cretino se iba a enterar de quien era él, ahora que estaba allí para consolar a la desdichada viuda todo cambiaría en Braiton Hall, él se encargaría de ello -pensando esto fueron sus labios los que ahora se curvaron en una sonrisa, pero no era burla lo que inspiraba, sino avaricia.

 

La repentina llegada de Franklin Braiton, el primo de su difunto marido, fue toda una sorpresa para Amanda. Ya que el hombre no había asistido a su enlace y por supuesto tampoco se había presentado al funeral de George.

-Me alegro de conocerte por fin, aunque lamento en las circunstancias que lo hacemos querida -dijo mientras depositaba un delicado y estudiado beso sobre los dedos de Amanda.

Le pareció un hombre increíblemente apuesto y con unos modales exquisitos, aunque estaba más que enterada de su carácter gracias a que George le había prevenido contra él.

-¿Qué le trae por aquí? señor Braiton -liberó su mano de entre las de él.
-Pensarás que soy un descastado por no haber venido hasta ahora, pero he estado sumamente ocupado, asuntos importantes que no me han permitido presentarte mis respetos y condolencias en su momento -la deslumbró con una radiante sonrisa.
Ese hombre debía de ser un peligro para una mujer que no estuviera prevenida como ella.
-Lo entiendo -su sonrisa no se extendió a sus ojos- pero como puede comprobar, todo está bien y yo también, cuento con el apoyo de mi familia y amigos.
-Sí por supuesto querida -su mano se movió como queriendo restar importancia a las palabras de Amanda- pero yo también formo parte de esa familia y quiero que sepas que puedes contar conmigo- dejó escapar un suspiro- Y ahora si no te molesta, me gustaría tomar un baño y descansar un poco antes de la cena.
-¿Piensa quedarse aquí? -la ansiedad que aquello le provocó se reflejó claramente en su tono.
Franklin levantó una ceja -¿Te molesta? He realizado un largo viaje para venir a verte y darte mi apoyo, no era mucho suponer que no te importaría que me alojara aquí unos días.

Si no quería ser descortés tendría que aceptar la presencia de aquel individuo en su casa, la frustración la recorrió como un veneno, pero que otra cosa podía hacer?

-Mandaré  que le preparen una de las habitaciones y el baño -no fue capaz de responder con mayor cortesía.
-Por cierto, tienes un personal muy irrespetuoso -dijo cuando Amanda se disponía a salir del salón- deberías despedir a ese patán que tienes en las cuadras, se toma demasiadas confianzas para ser un simple mozo.
Amanda lo observó un tanto sorprendida, no había nadie en los establos que pudiera ser irrespetuoso, a no ser... una sonrisa entornó sus labios.
-Creo que eso no va a ser posible -y sin más explicaciones abandonó la estancia, dejando solo a Franklin.

La miró mientras salía, era una mujer realmente hermosa, el viejo siempre había tenido buen gusto para las mujeres.
Sería un placer seducirla, aunque podía llevar un poco más de tiempo del que había imaginado.
No parecía muy impresionada, más bien todo lo contrario, con toda seguridad el viejo le había hablado de él ¿por qué motivo sino le había dejado todo su dinero a aquella joven y a él ni una moneda?
No lo iba a tener nada fácil, pero tenía demasiada confianza en sus encantos como para ponerse nervioso.
Al final caería rendida a sus pies como todas las demás.

 

Paseaba inquieta por el despacho de George, no sabía qué hacer para librarse del primo de George.
Tal vez si le dijera que tenía pensado visitar a su familia durante una temporada, él decidiría irse, aunque lo más seguro sería que se apuntara a la excursión. Se había dado cuenta de que no tenía ningún tipo de prejuicio para acoplarse sin una invitación, como había hecho en su casa, nada le impediría auto invitarse a casa de sus padres.

-¿Te interrumpo? -el alivio la invadió al reconocer la voz de Brat.
-Gracias a dios que eres tú.
-¿Qué quiere ese hombre, a qué ha venido? -la seriedad de su rostro hizo que una sensación de tranquilidad la invadiera. No estaba sola.
Puso una sonrisa burlona -De momento que te despida por descarado y lo segundo, quedarse unos días aquí.
-No puede quedarse aquí -la furia lo invadió.
-Lo sé, pero tampoco puedo decirle que se vaya, a fin de cuentas es el primo de George, no puedo echarlo, aunque es lo que me apetece hacer.
-¡Ah! veo que has decidido llamar al mozo, espero que me hagas caso querida y te  deshagas de este individuo tan desagradable -dijo con tono altanero, mientras hacía su entrada en el despacho sin previo aviso.
Amanda suspiró resignada -Señor Braiton...
-Por dios querida, llamame Franklin, somos familia.
-Creo que continuaré con señor Braiton -le dedicó una sonrisa forzada- pretendía presentarle a mi socio y amigo el señor Benedith.

 

Franklin sintió que su rostro ardía, había hecho el ridículo de la manera más espantosa. Miró airado a Brat.
-Debería vestir de forma más adecuada si no quiere que lo confundan con los mozos -dijo en tono defensivo, no tenía pensado disculparse con aquel hombre.
-No creo que deba cambiar mis hábitos en el vestir, nunca me han supuesto ningún problema -la inexpresividad de Brat no le dejaba saber en que estaba pensando.
-¿Brat te quedarás a cenar, verdad? -intervino Amanda intentando suavizar la tensión que parecía crecer entre los dos hombres. Además no le apetecía quedarse sola con Braiton.

Éste pareció torcer el gesto ante la invitación, Brat lo notó por lo que contestó con tranquilidad.
-Claro, será un placer -y le dedicó una mirada a Franklin que no supo interpretar, pero que no le dejó muy tranquilo.

 

La cena estaba resultando horrible, la tensión se palpaba en el ambiente y ella tenía que evitar que aquello llevara a los hombres a una confrontación más directa.
-Me ha dicho lady Braiton que tiene pensado quedarse unos días en la casa -no levantó la vista del plato.
Franklin respiró fuertemente, las aletas de su nariz se dilataron, demostrando la furia que estaba intentando reprimir. Aquel hombre era un entrometido.
-Sí -contestó apretando los dientes- eso tengo pensado hacer.
-Pues yo pienso que debería irse hoy mismo -Amanda se atragantó y Franklin lo miró con la boca abierta por la sorpresa- aunque dado lo avanzado de la noche, creo que con que lo haga mañana será suficiente.
-Como se atreve... -arrojó la servilleta sobre la mesa.
Brat se encogió de hombros, sin dejar de comer -Simplemente soy realista, lady Braiton es una mujer que hace poco ha quedado viuda y vive sola. Creo que su presencia en la casa no la beneficiaría en absoluto.
-Soy su primo -se defendió.
-No -rotundo- era el primo de lord Braiton, nada lo une a Amanda.
Sabía que Benedith tenía razón, pero había confiado en su encanto para que la joven no hubiera puesto reparos a su presencia en la casa. Pero aquel odioso hombre la defendía como si fuera...
-¡Es su amante! -lo dijo sin pensar, pero esa idea se había abierto camino rápidamente en su cabeza.
De la garganta de Amanda escapó un pequeño grito de sorpresa.

Brat notó que todo su cuerpo se tensaba y levantándose lentamente sin apartar la fiera mirada de Franklin dijo, intentando controlar la intensidad de su voz- Había pensado que podría esperar a mañana, pero lo que acaba de decir le ha proporcionado un viaje nocturno de vuelta a su hogar.
-No puede hacer eso, usted no es nadie para echarme de esta casa.
-¿Quiere apostar? -la amenaza explícita en aquella pregunta sumada a la feroz mirada de Brat, le hicieron encogerse ligeramente.
-Prima Amanda, no me puedo creer que vayas a permitir que este hombre -arrastró las palabras- me expulse de tu casa de esta manera.
Respiró hondo -Señor Braiton, creo que el señor Benedith ha expresado a la perfección mis deseos. Usted y yo no tenemos ningún tipo de relación y no quiero comenzar a tenerla ahora.
Se presenta en mi casa -recalcó esto último- y me impone su presencia con el mayor descaro y no contento me insulta con ese comentario tan poco apropiado. Con lo que le agradecería que abandonara mi casa ahora mismo. Y creo no tener que decirle que no será bien venido en adelante.

Rojo de furia les dirigió una mirada que los abría fulminado de haber tenido ese poder.
-Sabía que el viejo se iba a morir y lo cazaste para quedarte con todo ¿verdad? -dijo masticando las palabras.
-No tiente a la suerte, Braiton, váyase ahora por su propio pie -avanzó un par de pasos en su dirección.
Franklin retrocedió asustado y salió sin mirar atrás del comedor.

Amanda esperó casi conteniendo la respiración. Cuando diez minutos más tarde sintieron cerrarse la puerta principal tras Braiton, expulsó todo el aire que había en sus pulmones de una manera sonora y nada femenina.

-Gracias -sonrió nerviosa- se que no hemos sido muy correctos, pero me alegro de que se haya ido.
-Tampoco él ha sido un ejemplo de modales.
-Tienes razón, no me extraña que George no quisiera saber nada de ese hombre, se nota a leguas que es un ave de rapiña.

Se acercó a la silla que había ocupado Amanda, la separó ligeramente -¿Continuamos cenando? -le dedicó una cálida sonrisa,
Ella se la devolvió agradecida y se sentó de nuevo a la mesa. 

 

El resto de la cena trascurrió de forma tranquila y agradable.

Ya era tarde cuando Brat decidió irse. Amanda lo acompañó hasta la puerta.
-Gracias por la cena, ha sido...interesante.
Amanda se rió totalmente relajada.
-Gracias a ti, de nuevo, por librarme del "primo Franklin" -dijo apoyando su delicada mano sobre el musculoso brazo de Brat.
El ligero contacto hizo que ambos sintieran una descarga que les recorrió todo el cuerpo.
Se miraron unos instantes a los ojos.
Fue Brat el que rompió el hechizo que los mantenía embelesados.
-Buenas noches Amanda.
Parpadeó confusa -¡Ah! sí, buenas noches Brat.

 

Permaneció allí de pie, en medio del recibidor, todavía unos momentos después de que Brat se hubiera ido.
Recordó como Brat se había ocupado de Braiton aquella noche y como la había defendido ante aquel granuja. Una sonrisa comenzó a dibujarse en su rostro, cuando comenzó a subir las escaleras en dirección a su cuarto, la sonrisa era tan amplia que su cara resplandecía. Un nuevo brillo apareció en sus ojos y un sentimiento, durante mucho tiempo reprimido, se abrió paso dentro de su corazón.

 

El verano estaba en su mejor momento y la tarde era ideal para salir a cabalgar.
Amanda apareció en las cuadras con un sobrio, aunque bonito, traje de montar.
-Buenas tardes Brat -su tono era animado.
-Buenas tardes -enarcó una ceja- ¿ha sucedido algo? se te ve... radiante.
-No -se encogió de hombros- simplemente me encuentro muy animada y hace un día precioso -sonrió, como hacía tiempo que no la veía hacerlo- ¿te apetece venir a cabalgar conmigo?
-Me encantaría -y le devolvió la sonrisa.
-Pues vamos, no quiero desaprovechar ni un solo rayo de sol.

Ensillaron los caballos y salieron fuera guiándolos con las riendas. Brat ayudó a Amanda a montar, aunque sabía que no era necesario, pero su necesidad de tocarla era mayor que nada.
Mientras montaba preguntó -¿Hacia dónde te apetece ir?
-¿Qué tal el cerro? las vistas son preciosas desde allí.
-De acuerdo -la miró entornando los ojos- ¿una carrera?
Amanda rió encantada. Que sonido tan maravillosos, pensó Brat, cuánto tiempo sin disfrutar de él.
-Una idea estupenda -sin terminar de decir estas palabras azuzó al caballo para que saliera a todo galope.
Brat sonrió encantado -Eres una tramposa -le gritó desde atrás.
Ambos se entregaron a una loca carrera, cuando el cerro comenzó a ser visible, Brat instó a su caballo a aumentar el ritmo. Jinete y montura se compenetraban a la perfección y no tardaron en dejar atrás a la desilusionada Amanda, que inocentemente había pensado que tal vez podría llegar primero que él.

Cuando alcanzó la cima del cerro, Brat ya había desmontado y se acercó para ayudarla.
-Has hecho trampa -dijo antes de bajarse del equino. -¡Ah! ¿Sí? y eso como ha sido? -le siguió el juego divertido.
-Has cogido el mejor caballo -dijo un poco enfurruñada.
Brat rió encantado, sabía que ella lo decía en broma. Estiró los brazos y la tomó de la cintura para hacerla bajar.
La hizo resbalar a lo largo de su cuerpo, lo que le propinó una inmediata erección.
Una vez en el suelo, no la soltó, sus manos seguían posadas sobre su cintura.
Amanda podía sentir el calor de aquellas manos traspasando la tela del vestido y extendiéndose por todo su cuerpo.
Los segundos se hicieron eternos y sus miradas se fundieron deseándose y entregándose.

Brat inclinó la cabeza y muy despacio se acercó a los labios de Amanda. Quería darle tiempo, no quería obligarla a nada, estaría encantado de tomar cualquier cosa que ella estuviera dispuesta a entregar, pero también aceptaría una negativa, por lo menos de momento.

Pero no se apartó, dejó que sus labios se unieran y que sus lenguas se encontraran.
La embriagadora sensación de volver a saborear su boca, lo hizo gemir.
Era la más dulce, la más suave, la más deseable de las mujeres y la tenía en sus brazos.
Se demoró en su boca, no tenía prisa; bueno, sí, pero no importaba, cualquier sacrificio sería bienvenido siempre que pudiera disfrutar de un contacto, por pequeño que fuera y no iba a desaprovechar aquel.
Su lengua recorrió todos los rincones de su boca, se enredó con la de Amanda, incitándola, provocándola para que ella se dejara llevar, también, por la pasión.

La estrechó con más fuerza contra su cuerpo y ella le rodeó el cuello con los brazos.
Abandonó su boca para dedicarse al cuello, Amanda dejó caer la cabeza hacia atrás.
Su respiración se agitó, tenía el pulso acelerado, aquella sensación de mareo que ya había experimentado, regresó.
-Brat... -la miró a los ojos buscando duda, rechazo, pero sólo encontró fuego- quiero ser tuya.
Un gruñido escapó de la garganta de Brat y un lacerante dolor atravesó su entrepierna, no podía creer que por fin hubiera escuchados aquellas palabras de boca de ella.
La volvió a besar con mayor intensidad, con ansia, quería trasmitirle toda su pasión, todo su deseo contenido.

La levantó en sus brazos y se encaminó hacia un pequeño grupo de árboles. Se tendió en la mullida hierba con ella a su lado.
Depositó una lluvia de besos en su cara, labios y cuello.
-Eres la mujer más adorable que he conocido nunca.
Ella lo miró entre tímida y complacida.
-No puedo vivir sin ti -no dejaba de derramar sus besos sobre ella- no volveré a permitir que te alejes de mi.  Te quiero Amanda.
Un leve gemido escapó de la garganta de la joven.
-Yo... -le tapó la boca con un beso.
-No digas nada, sólo necesito que me des la oportunidad de demostrarte que soy el hombre de ti vida, el que quiere estar a tu lado y hacerte feliz para el resto de nuestras vidas.
Una lágrima de emoción resbaló por su mejilla.
-Te quiero Brat -dijo casi en un susurro. Pero para él fue como si lo hubiera gritado a los cuatro vientos.
Con el corazón a punto de estallar se entregó a ella.
Le hizo el amor de manera tierna y apasionada.
Llenándose de gozo con cada nueva caricia, con cada nuevo beso.
Controlar todo el deseo reprimido fue una dura prueba que no le importó soportar. Se lo debía, se merecía que empleara todo el tiempo del mundo en excitarla, provocarla y hacerla llegar a lo más alto utilizando el tiempo que fuera necesario.

Abrazados, exhaustos y felices, se miraron sonriendo.
-¿Alguna vez podremos hacer esto en una cama? -preguntó ella con tono burlón.
-Cuando quieras preciosa -una sonrisa curvó sus labios- estaré encantado de complacerte, en una cama o en cualquier otro lugar que se te ocurra -su diabólica sonrisa encantó a Amanda.
-¡UUmm! suena genial, pero ahora creo que deberíamos regresar.
-Eres una aguafiestas.
-Lo se -rió divertida.

Terminó de acomodarse el vestido y se encaminó hacia los caballos que pastaban tranquilamente a escasos metros de donde se encontraban.
Brat la seguía terminando de recomponer su aspecto.
Amanda miró sobre su hombro, al comprobar que se había quedado rezagado, montó apresurada sobre el caballo de Brat y azuzándolo salió al galope.
-Te echo una carrera -sonrió con maldad- ¿a ver quién gana ahora?
La estruendosa carcajada de Brat le llegó desde el cerro, llenando su corazón de un gozo y una alegría que nunca hubiera creído que pudiera existir.

 

Cariño ¿bajas a desayunar o piensas quedarte todo el día parada en mitad de la escalera? -Brat la observaba desde el pie de la escalera.
Ella le dirigió su sonrisa más brillante y descendió los últimos escalones.
Parecía mentira todo lo que había pasado en tan poco tiempo.
-Buenos días señora Benedith ¿va a tomar té? -preguntó Mary mientras les servía el desayuno.
-Sí, gracias -miró a su marido, al otro lado de la mesa y en silencio dio gracias a dios por haberlo puesto en su vida. Una sonrisa traviesa curvó sus labios.
Brat levantó la vista hacia ella y una provocativa sonrisa adorno su boca.
Sí, definitivamente tenía mucho que agradecer.

 

 

 

EL dulce aroma de las rosas

Ana miraba distraída por la ventana, mientras Beth se paseaba nerviosa de un lado a otro del cuarto.
Se miraba una y otra vez en el espejo, sonreía y volvía a moverse agitada por la estancia.
-No entiendo cómo puedes estar ahí, tan tranquila. Yo estoy tan emocionada que creo que voy a estallar.
Ana miró a su prima con cariño.
-Es normal, es tu primera temporada, tienes que estar emocionada -ella no había disfrutado de su primera temporada hacía dos años, la inesperada muerte de sus padres, evidentemente, se lo había impedido.
Ahora asistiría a la de su prima, pero no como debutante. Aunque eso, a Ana, la traía sin cuidado, le gustaba bailar y divertirse como a cualquier joven se su edad, pero las formalidades de la sociedad la solían poner de mal humor.
Tenía un carácter demasiado fuerte y rebelde para encajar en toda esa "farsa", como ella solía llamar a todo lo referente a la etiqueta, el decoro y los modales.

 

Esa semana, su tía, hermana de su madre y tan distinta de ella, había estado aburriéndola con eternos sermones de cómo debería comportarse en el baile de presentación de Beth.
No podía poner en ridículo a la familia y tendría que pensar en el futuro de su prima, posiblemente, esa misma temporada conseguirían prometerla con algún respetable y, cómo no, adinerado caballero.
-Con un poco de suerte, y si no metes la pata demasiado, querida, hasta tú podrás encontrar un buen marido.

Esas habían sido las palabras de la tía Elvira la noche anterior, y ahora resonaban en su cabeza.
-Un marido, ¡¿quién quería un marido? -no estaba en contra del matrimonio, pero tampoco lo veía como una obligación.
Se había prometido a sí misma que si algún día decidía casarse, sería por amor. No por interés o porque fuera conveniente socialmente.

 

-No tienes nada de qué preocuparte -tranquilizó a Beth con una cálida sonrisa- Seguro que causarás sensación, estás preciosa.
-Que amable eres Ana, me encantaría decirte que tú también, pero las dos sabemos que ese vestido rosa que mamá ha escogido para ti, no es precisamente muy favorecedor.
Hizo una pequeña mueca de disculpa.
Ana se acercó al espejo y mirándose de arriba abajo dijo dando un suspiro -Sí, tu madre se ha encargado de que por lo menos esta noche tú seas la que brille y para ella me ha vestido de repollo rosa. Creo que habría hecho lo mismo con el resto de invitadas si la hubieran dejado.
Se miraron y comenzaron a reír a carcajadas.
-Tienes razón, pobre mamá, lo pasa fatal con todas estas cosas, se lo toma todo tan en serio, pero no lo hace con maldad.
Seguían riendo cuando la puerta del cuarto se abrió.
-¿Qué escándalo es este? -Elvira estaba horrorizada.
-Nada tía, sólo nos reíamos de una historia de cuando éramos niñas -pusieron caritas de buenas.
-Por dios, vais a acabar con mis nervios -respiró hondo- Los invitados van a comenzar a llegar, hay que salir a recibirlos. Ya sabéis lo que tenéis que hacer ¿verdad? -dijo esto mientras las empujaba fuera de la habitación y colocaba los volantes del vestido de Beth.
-Ana...
-Sí tía.
-Espero que recuerdes todo lo que te he dicho estos días.
-Sí tía -cuando Elvira comenzó a caminar delante de ella murmuró- Como olvidarme si llevas toda la semana martirizándome con ello.
-¿Qué dices? -se volvió nerviosa Elvira.
-Nada tía -Beth intentó disimular la risa- que no se me ha olvidado ni una sola palabra, no tengas, miedo.
-Eso espero muchacha, eso espero -volviendo a respirar profundamente bajó al hall, donde su esposo recibía a los primeros invitados.

Elvira se colocó a su lado y Beth y Ana a su lado un paso por detrás de ella.
Ana pensaba que nunca terminaría de llegar gente y que nunca más podría dejar de hacer ridículas reverencias.
Era una tortura, sin embargo Beth parecía encantada, sonreía sin cesar y sus ojos brillaban como dos zafiros.

 

La tía Elvira estaba radiante, todos elogiaban su fiesta y reconocían que Beth era encantadora.
Ésta bailaba sin parar, todos los jóvenes solicitaban un baile para disfrutar de su compañía.

Ana también había bailado, pero procuraba mantenerse apartada de la pista, no le hacía mucha gracia exhibirse con aquel horrible vestido.
Además los jóvenes más agradables revoloteaban cerca de Beth.

Estaba observando a las parejas que bailaban alegremente cuando se dio cuenta de que el joven John Taylor se dirigía hacia ella. El joven ya la había sacado a bailar y Ana pensó que sus pobres pies no soportarían otro baile con él.
Poco a poco se fue escabullendo entre la gente que bordeaba la pista, hasta que consiguió despistarlo.
Había llegado hasta una de las puertas que daban al jardín y decidió escabullirse por ella.
El aire fresco hizo que su piel se erizara ligeramente, pero prefería un poco de frío a volver a aquella atestada sala, por lo menos por un rato.
Con pasos distraídos se encaminó hacia el camino de los rosales. Era uno de sus lugares favoritos del jardín, las rosas le gustaban especialmente, sobre todo las amarillas, era una flor delicada y a la vez terrible, con sus grandes espinas, la fascinaban.
Le recordaban un poco a sí misma, con aspecto delicado y frágil, pero de fuerte carácter.
Durante el paseo se cruzó con varias parejas, unas simplemente paseaban para descansar del barullo del salón, otras buscaban rincones un poco más discretos, seguramente para decirse palabras de amor e incluso besarse apasionadamente, pensó suspirando.

Se preguntó si alguna vez habría un hombre que se fijara en ella, no es que no hubiera ningún interesado, pero a su modo de ver eran demasiado jóvenes o demasiado mayores.
Tal vez su aspecto menudo, carente de sugerentes curvas, su pelo cobrizo intenso, herencia de su padre, y sus ojos tremendamente verdes, no fueran del agrado de los hombres que ella consideraba interesantes.

 

Estaba en su rincón favorito entre las rosas, se encogió de hombros y dijo en voz alta, sin apenas darse cuenta de ello - ¿Qué importa...?
Se sentó en el banco de piedra bajo las rosas.
-¿Qué es lo que no importa? -la voz cálida y melodiosa salió de detrás de los rosales.
Se levantó del banco de inmediato y se giró hacia el lugar de procedencia de la voz.
-¿Quién está ahí?- No estaba asustada, más bien molesta por la intromisión.

De las sombras salió un hombre, era muy alto, de cabellos oscuros, no pudo distinguir apenas sus facciones, la luz que llegaba desde la casa no era suficiente para iluminar su rostro.
-Siento haberla asustado- aquella voz, parecía acariciarla al hablar.
-No me ha asustado, simplemente, no me agrada que me espíen -dijo ofendida.
-Discúlpeme de nuevo, señorita, no estaba espiándola, simplemente paseaba del otro lado de la rosaleda y la oí, mi curiosidad fue mayor que mis modales -su tono era sincero y aquella voz, tenía a Ana subyugada por completo.
Tenía que ser maravilloso que una voz así le susurrara palabras de amor al oído. Un escalofrío recorrió el cuerpo de Ana sólo de imaginárselo.
-¿Tiene frío? -la miraba con interés.
-¿Qué? ¡Ah!, no... ha sido un  simple escalofrío.
En ese momento sus miradas se encontraron, a pesar de la oscuridad, tuvo la sensación de que podía leer sus pensamientos. Sintió que el color subía a sus mejillas. Estaba empezando a ponerse nerviosa.
-¿No se está divirtiendo en la fiesta y por eso se escapa al jardín señorita...?
-Me divierto mucho, gracias -dijo levantando su respingona nariz -sólo había salido a descansar un poco. Y ya va siendo hora de que vuelva, antes de que se preocupen por mi falta.

Sabía que eso no pasaría, su tía estaba demasiado atareada con los invitados y Beth disfrutaba de la compañía de tantos jóvenes que no se enteraría de su existencia aunque se callera rodando por las escaleras principales.

-Sí, seguro que los jóvenes están ansiosos por que vuelva a la pista de baile -dijo con un tono que a Ana le pareció jocoso. Iba a decir algo, pero decidió no empeorar las cosas con uno de sus comentarios.
-Por supuesto -girando sobre sus pequeños pies se encaminó hacia la casa- buenas noches caballero.
-Buenas noches señorita y que disfrute del baile.

Bruce vio a la joven alejarse y una maliciosa sonrisa afloró en sus labios.
Esa noche el llegar, tarde como de costumbre a causa de su hermana, le había llamado la atención por aquel horrible vestido rosa que no le favorecía en absoluto, se había compadecido de la joven por el mal gusto que tenía quien quiera que hubiese escogido aquel vestido.
A lo largo de la velada volvió a verla en varias ocasiones y su expresión no había mejorado en ningún momento, ya estuviese bailando o intentando camuflarse entre la gente.
No se sorprendió al verla caminar sola por el jardín, no pudo resistir la tentación de hablarle, pero la muchacha no tenía un carácter precisamente dulce.
Eso le gustaba, no soportaba a las jovencitas de voz chillona y tono afectado.
En las ocasiones que se había fijado en ella, se había dado cuenta de que lo único feo en ella era el vestido.
Tenía un precioso pelo rojo y sus ojos parecían esmeraldas, su piel era blanca y tersa.
No era alta y su cuerpo parecía frágil, pero se movía con gracia y decisión.
Su pequeña nariz encajaba a la perfección sobre sus carnosos labios, tenía una boca perfecta, ni demasiado grande ni demasiado pequeña, eran labios hechos para besar.
Hacía un momento, había sentido la tentación de hacerlo, pero la joven no le pareció estar de humor para esa impertinencia, con seguridad se habría ganado una bofetada.

Una vez en el salón, Ana miró hacia el jardín, pero no pudo distinguir la figura de aquel hombre, seguramente se había quedado entre los rosales. Sin poder evitarlo, se encontró frente al joven John Taylor.
-¡Ah! señorita Reminton, llevaba un rato buscándola para solicitarle un baile -dijo con una tímida sonrisa.
-Gracias señor, pero seguro que hay otras jóvenes que estarían encantadas de bailar con usted -acompañó sus palabras de una sonrisa para no herir al joven.
-Tal vez, pero es usted tan encantadora, que me pasaría la noche bailando sólo con usted si me lo permitiera.
No se había enterado de la indirecta de Ana y encima la encontraba encantadora, con aquel vestido, pobre chico, casi tenía que compadecerse de él por su mal gusto.
-Creo que mis pies no lo soportarían -él la miró sorprendido- por tanto baile señor -aclaró Ana, intentando no ser desagradable, porque realmente sus pies seguramente no soportarían ni tan siquiera un baile más con él, que torpe era el pobre.
-¡Ah! de todas formas ya falta poco para que la fiesta termine.
-Gracias a dios -pensó Ana.
-Me concederá el último -hizo una ridícula reverencia.
-Está bien señor Taylor -resignada se encaminó al centro del salón de brazo del joven.

Mientras bailaba e intentaba esquivar los torpes pies del muchacho, miraba el salón con interés. Intentaba descubrir al hombre con el que había estado hablando en el jardín, pero le resultó imposible. La poca luz no le había permitido verle el rostro claramente y respecto a su altura, había varios hombres en la sala de ese tamaño, casi todos morenos, de diferentes edades, lo que no se podía negar es que eran guapos, algunos se parecían lo suficiente para ser familia, estaba segura que el hombre del jardín estaba entre ellos. O quizás no, quien sabe y por qué seguía pensando en aquel extraño?

 

Aquella noche, sentada en la cama de Beth, escuchaba distraída el parloteo de su prima, que estaba en una nube de felicidad.
Había bailado, había reído y había conocido al joven más apuesto y simpático de todo la fiesta.
-Se llama Christopher Talbot, es alto y parece que bastante fuerte, tiene una sonrisa encantadora y su voz -en ese momento Ana prestó más atención a su prima.
-Y su voz... -el corazón la había dado un salto en el pecho y no sabía por qué.
-Es tan dulce y melodiosa -Beth soñaba con los ojos abiertos.
-Y... ¿quizás profunda? -interrogó intentando no demostrar ansiedad.
-¿Profunda? -Beth pensó unos instantes -No, yo no diría que profunda sea la palabra, rica, sí, rica, pero profunda no, pero me imagino que con los años sí llegará a ser como dices.
-¿Qué edad le calculas? -parecía que no era el hombre del jardín.
-No sé, quizás veintitrés o veinticuatro, no creo que tenga más.
Ana casi suspira del alivio, no entendía por qué, pero no le hubiera hecho gracia que su prima se enamorara de aquel hombre, evidentemente éste era mayor, unos treinta, puede que alguno más.
-¿Seguro que no te has fijado en él? -esperó- ¡Ana! -sonó recriminatoria.
-Perdona, ¿qué decías?
-¿Qué te pasa esta noche? estás ausente.
-Supongo que el cansancio.
-Te decía que me parecía raro que no te hubieras fijado en Christopher, destacaba entre todos los jóvenes.
-Lo siento querida, pero yo tenía bastante con escaparme de los horribles pies de John Taylor y de las rechonchas manos del señor Griffit.
-¿No te lo has pasado bien, verdad? -parecía apenada por su prima.
-No te preocupes, no ha sido tan horrible -mintió descaradamente- he conocido gente interesante -eso sí era cierto y si no lo era, no importaba, a ella le interesaba.

Una vez en su cama, le costó conciliar el sueño, hacía calor y no cesaba de dar vueltas.
Consiguió dormirse, pero sus sueños eran agitados y aquella voz la perseguía, la obsesionaba.
Despertó sobresaltada y con una extraña sensación en todo el cuerpo.

 

Esa semana tía Elvira las informó de la lista de bailes a los que habían sido invitadas, eran bastantes, gracias al éxito de su fiesta.
-Tendremos que revisar vuestro ropero y Beth, cariño, habrá que hacerte algún vestido nuevo.
Tía Elvira ya empezaba a poner en marcha sus dotes de organización.
-Como digas mamá -dudo un segundo- pero Ana también debería tener alguno nuevo y más favorecedor que el de la otra noche, no le sentaba nada bien.
Elvira enrojeció ligeramente, era evidente que se había pasada un poco al querer dejar a su sobrina en segundo plano, no era justo para ella.
-No importa Beth, puedo arreglarme con lo que tengo y si no voy a alguno de los bailes tampoco pasa nada -dijo en tono desenfadado.
Elvira carraspeó.
-No digas tonterías Ana. Beth tiene razón, iréis a la modista a haceros nuevos vestidos. Ciertamente el de la otra noche no te sentaba muy bien.
Dijo esto con tono arrepentido, a fin de cuentas quería a su sobrina y le había prometido a su hermana cuidar de ella. Sólo que a veces su sentido práctico se anteponía a los sentimientos y su tarea era encontrar un buen partido para su niña.

 

Esa misma tarde fueron a escoger los nuevos vestido, lo de Beth eran blancos y alguno azul celeste. Los de Ana serían en tonos amarillos y otros en verde pálido.
La modista les dio ideas sobre los diseños, guiándose por la moda más reciente llegada del continente.
Aunque los de Beth deberían ser recatados por ser una debutante, sugirió que los de Ana fueran un poco más atrevidos. Todas estuvieron de acuerdo y las chicas salieron entusiasmadas del local, incluso Ana parecía tener ganas de que llegara el próximo baile. La semana pasó tranquila, pero a medida que se acercaba la fecha del baile de los Cabot, Ana sentía un hormigueo en el estómago y aquella cálida voz sonaba una y otra vez en su cabeza.

 

-Dios mío niñas...-Elvira se tapó la boca con las manos emocionada- estáis preciosas.
Beth, cariño, pareces un ángel y tú Ana, estás radiante, realmente ese vestido amarillo pálido te favorece y destaca tu precioso pelo.
La miró con ternura.
-Gracias tía Elvira.
-Tu madre estaría orgullosa de ti si pudiera verte, te has convertido en una estupenda mujer -la voz se le cortó emocionada al acordarse sé su dulce hermana- Bueno dejémonos de tonterías y vámonos, no quiero pasar horas en la cola de entrada.  Y por favor, compórtate como una señorita educada.
-Siií, tía, no te preocupes -y ella y Beth soltaron una risita maliciosa.
-Sois dos chiquillas, venga moveos -viéndolas salir del cuarto sonrió orgullosa.


La fiesta era estupenda, la gente bailaba y se reía desenfadadamente.
El aspecto de Ana sirvió para llamar la atención de varios jóvenes, que se disputaban el turno por sacarla a bailar.
Ese día se sentía bien, a gusto consigo misma, se estaba divirtiendo.
Pero no podía evitar mirar a su alrededor de vez en cuando, para ver si descubría la presencia del caballero del jardín.
A medida que pasaba la noche pasaba dudaba de que hubiera asistido al evento.
Había perdido la esperanza, cuando descubrió a un grupo de caballeros, entre los que destacaban tres, que eran especialmente altos, su corazón latió con fuerza, sería uno de ellos?
Seguramente, pero no podía reconocerlo.
Un comentario de su pareja de baile la hizo olvidar sus pensamientos y concentrarse en la danza.

 

Una hora más tarde se sentía agotada, decidió salir al jardín a tomar un poco el aire.
Caminó distraída entre las parejas que reían y charlaban animadas.
En una esquina del jardín, descubrió una preciosa rosaleda y se encaminó hacia ella.

 

Bruce había descubierto a la muchacha en el centro de la sala, riendo por algo que había dicho el joven con el que bailaba.
Se sorprendió al verla, estaba hermosa. Por un instante sus miradas se cruzaron, pensó que lo había reconocido, pero si o hizo no dio muestras de ello, se sintió un poco decepcionado.

Una sonrisa curvó sus labios cuando la vio encaminarse, sola, hacia el jardín.
Se disculpó con el grupo que estaba conversando y fue en la misma dirección que la joven.
Que costumbre la de aquella muchacha, salir sola al jardín o quizás en aquella ocasión se reuniría con alguien. Era evidente que su cambio de aspecto le había traído varios admiradores.
Cuando llegó al jardín la vio encaminarse hacia las rosas, decidió seguirla, sin prisa, no quería inmiscuirse si algún caballerete la esperaba entre las sombras.
Cuando estaba lo suficientemente cerca, comprobó que seguía sola, estaba admirando las flores y aspirando su suave fragancia.
-Parece sentir predilección por estas flores -su voz sonó calmada y dulce.
No se movió. Pero sintió como su corazón se aceleraba.
-Sí, son mis favoritas, sobre todo las amarillas -hizo una ligera pausa- y usted, caballero, parece sentir predilección por interrumpir mis paseos.
Bruce sonrió, definitivamente la muchacha no era de las que se guardaba su opinión, tenía carácter, eso le divertía.
-Vuelvo a pedirle disculpas, señorita... -esperó unos segundo- creo que no nos han presentado formalmente, soy Bruce Talbot y usted... -volvió a esperar.
Al oír el nombre Ana pensó que su corazón se le saldría del pecho, ese era el nombre que su prima la había dicho, pero el nombre de pila no lo era ¿o sí?
Se giró lentamente y contuvo la respiración al encontrarse de frente con aquel hombre, sus ojos negros como la noche tenían un brillo especial y su radiante sonrisa parecía iluminar su rostro, que por cierto, era el más atractivo que Ana hubiera visto jamás. Se quedó allí, mirándolo, como hipnotizada, sin decir nada.
Bruce se puso serio.
-¿Señorita, se encuentra usted bien?
Se acercó un poco más a ella y le tocó ligeramente el hombro. Ese contacto la hizo salir de su "trance".
-¿Qué? o sí -carraspeó delicadamente- perdóneme -se irguió todo lo que pudo, levantó su naricilla y contestó todo lo serena que pudo- Reminton, Ana Reminton.
Bruce volvió a sonreír, esta vez abiertamente, solía causar buena impresión en las mujeres, pero no hasta el extremo de dejarlas casi sin palabras -Es un placer- hizo una ligera reverencia con la cabeza- Señorita Reminton.
Él seguía mirándola, pero ninguno decía nada, Ana comenzaba a sentirse incómoda.
Se movió nerviosa y miró hacia otro lado.
-¿Y a usted que le trae al jardín, señor Talbot?
Volvió a enfrentar aquella mirada que la subyugaba.
Bruce pensó unos instantes antes de contestar.
-Ciertamente no son las flores -hizo una pausa- Hay cosas que provocan mi curiosidad,..., y también que necesitaba respirar aire fresco.
-Ya, lo curioso es que con lo grande que es el jardín, hemos vuelto a encontrarnos -dijo con tono irónico.
Le costaba respirar él estaba demasiado cerca y su delicioso aroma la inundaba.
-Sí, realmente curioso, puede que el destino...
-No creo en el destino -fue tajante- una persona se forja su propia vida y son sus actos los que determinan su futuro.
-Habla muy convencida para ser tan joven -procuró no parecer divertido.
-No soy tan joven -su respuesta fue demasiado rápida.
-No quería ofenderla, pero parecer ser que ésta es su primera temporada...
Ana lo miró un instante y luego apartó la vista.
-Es mi primera temporada, pero no soy debutante, tendría que haberlo sido hace dos años, pero la muerte de mis padres hizo que no pudiera ser.
-Lo siento sinceramente -dijo muy serio.
-No tiene importancia, le de mi temporada, por su puesto. Son costumbres sociales que me parecen un poco absurdas y aburridas.
-Pues hoy parecía más animada que la otra noche.
-Sinceramente sí, una cosa no quita la otra, me gusta bailar y pasármelo bien como a cualquier joven.
-Entonces, tal vez podría concederme un baile cuando regresemos al salón.
-¿Le gusta bailar? -parecía sorprendida.
-Nunca le he dicho lo contrario, que yo recuerde. De todas maneras, no suelo hacerlo normalmente.
Al igual que usted este tipo de eventos me disgusta enormemente, aunque siempre puede conocerse gente interesante -volvió a deslumbrarla con su sonrisa.
¿Se refería a ella?, seguramente no.
-¿Si tanto le aburre, por qué viene? -¿por qué no se mordía la lengua? si la oyera su tía diría que era una descarada.
Bruce rió con ganas. El sonido de aquella risa invadió los sentidos de Ana que se sintió nuevamente mareada, aquel hombre tenía unos efectos devastadores sobre ella.
-Tiene razón, vengo por obligación. Mi hermana es debutante y hay que vigilar que ningún caballerete se sobrepase.
-No veo que esté muy preocupado por ella -dijo mordazmente.
-Bueno, me imagino que alguno de mis hermanos se estará ocupando de ella. De todas formas, al igual que usted, es una joven que sabe arreglárselas muy bien sola.
-¿Son muchos hermanos? -la curiosidad de la muchacha volvió a hacerlo sonreír.
-Somos cinco, Carla es la pequeña...
-¿Y usted es...?
-Es usted muy curiosa -Ana se ruborizó y bajó la mirada -Soy el tercero de los cinco. No se apure, me gusta la gente que dice lo que piensa.
-Estoy segura de que mi tía no estaría de acuerdo con usted. Y mejor será que vuelva dentro, si me echara en falta le daría un ataque.
Él asintió sin decir nada. Ana pasó tan cerca de él que pudo aspirar aquella deliciosa fragancia de nuevo.
-Buenas noches señor Talbot.
-Recuerde que me ha prometido un baile -y se quedó unos momentos allí de pie viendo como se alejaba, con paso decidido pero con suaves movimientos.

 

Al volver al sofocante salón vio a su tía mirando hacia todos lados. Se encaminó tranquilamente hacia ella.
-¿Dónde te  habías metido? llevo un rato buscándote...
-Salí un minuto al jardín, hace demasiado calor aquí dentro y me sentía un poco mareada.
-No debes salir sola al jardín, podrían verte y pensar... -agitó la mano nerviosa.
-Tranquila tía, no fui muy lejos, tan sólo a un par de pasos de la puerta.
-Está bien, pero no vuelvas a hacerlo. Ven quiero presentarte a alguien.

La empujó ligeramente hacia un grupo que conversaba animadamente unos pasos más allá.
-Querido señor Roberts -la voz de su tía adquirió un tono demasiado agudo, que a Ana le resultó ridículo.
-Quiero presentarle a mi encantadora sobrina Ana -¿qué estaba haciendo? pensó Ana horrorizada, aquel hombre podría ser su padre.
-Es un placer señorita Reminton -cogiéndole la mano se la llevó a hacia los labios. Ana tuvo que contenerse para no soltarse.
-Señor Roberts el gusto es mío -con el mismo esfuerzo procuró que su tono fuera agradable e hizo una pequeña reverencia.
-Es encantadora señora Grey -sin soltarle la mano dijo- si me permite me gustaría bailar con ella.
-Por supuesto -dijo alegremente Elvira- seguro que Ana está encantada por tal honor -y le dirigió una mirada fulminante sin perder la sonrisa.
No dijo nada, simplemente asintió con la cabeza y se vio arrastrada hacia el centro del salón.

El hombre intentaba ser agradable en su conversación, pero Ana lo encontraba tedioso. Se limitaba a sonreír ligeramente y a procurara seguir los pasos del pésimo bailarín que tenía como pareja.

Bruce, desde el otro extremo, podía ver la cara de fastidio de Ana.
Cuando la pieza estaba a punto de terminar, se encaminó hacia la pareja.
En el último compás se puso detrás de Roberts y le tocó el hombro.
-Si me disculpa Roberts, el siguiente baile me lo ha prometido a mi ¿verdad señorita Reminton? -le dirigió una sonrisa antes de volver a mirar a Roberts.
-Sí, señor Talbot, este es su baile -soltándose, demasiado rápido quizás, de Roberts, tendió su mano a Bruce.
Éste la cogió e hizo una reverencia.
-No sabía que conocía al señor Talbot, señorita Reminton.
-Nos presentaron hace unas horas ¿verdad? -fue Bruce el que contestó.
-Sí, ha sido un placer bailar con usted, pero si nos disculpa.
Roberts inclinó la cabeza a modo de saludo y abandonó la pista.
-Debo darle las gracias -dijo aliviada- Pensé que no me lo quitaría de encima el resto de la velada.
-Usted y su sinceridad, tenga cuidado delante de quien hace esos comentarios o podría meterse en problemas -se le veía divertido, Ana se sintió mortificada porque sabía que él tenía razón, cualquier día su lengua la metería en un problema.

Comenzaron a moverse al son de los primeros compases. Ana fue consciente por primera vez de que estaba entre sus brazos.
Unos brazos fuertes, que notaba bajo su mano.
El estar tan cerca hacía más evidente la gran diferencia de estatura que había entre ellos.
Ana tenía que echar la cabeza hacia atrás para mirarlo a la cara.
Para ser tan alto se movía con agilidad y bailar con él resultaba muy agradable, la movía por el salón como si ella fuera una ligera pluma.
Nunca había tenido aquella sensación al bailar con alguien.
Volvía a sentir su fragancia, tuvo que esforzarse para no dejarse llevar, cerrar los ojos y aspirar aquel aroma embriagador que los envolvía. Para ello miró hacia un lado intentando fijarse en el resto de danzarines. En ese instante giraron cerca de Beth, que parecía extasiada en los brazos de un apuesto y alto joven, que miraba en dirección de Bruce con el ceño fruncido, como si estuviera viendo un bicho raro en medio de la sala.
Bruce le devolvió la mirada y enarcó una ceja a modo de advertencia. El muchacho decidió concentrarse en su hermosa pareja y volvió a sonreír.

Ana no pudo evitar fijarse en aquel juego de miradas.
-Ese que baila con mi prima ¿será, a caso, uno de sus hermanos? -preguntó un poco emocionada, porque eso quería decir que ese era el joven del que Beth decía estar enamorada, aunque el muchacho era guapo, Ana creía que su prima exageraba un poco con su afirmación de que era el más guapo del mundo.
-Ha acertado, ¿tanto nos parecemos?-dijo divertido, sabiendo que la respuesta era evidente.
-No hace falta que se burle, también podría ser su primo -dijo poniéndose a la defensiva.
-No veo mucho parecido entre su prima y usted.
-Bueno, yo me parezco más a la familia de mi padre y Beth podría haber pasado, perfectamente, por hija de mi madre, se parece mucho.
-Su madre debió ser una mujer muy hermosa entonces.
-Por cierto que sí -pero esto fue dicho con una punzada de...¿celos? El hecho de que considerara hermosa a Beth no le molestaba tanto como que no lo hubiera dicho de ella. Aunque sabía que no era hermosa, pero le había decepcionado, pensaba que él, tal vez...
-Aunque he de reconocer que las mujeres con caritas de ángel nunca han sido mi tipo -la miraba fijamente mientras hablaba.
-¡Ah! ¿Y cuál es su tipo? -se arriesgó a preguntar.
Bruce sonrió para sus adentros, esta muchacha cada vez lo atraía más.
-Me gustan las mujeres menos corrientes, no me impresiona la belleza física. Quizás me atrae más una mujer con carácter, segura de sí misma, de ideas claras -le acarició la cara con la mirada y luego la miró fijamente, podría perderse en aquellos preciosos ojos verdes- capaz de mirar de frente cuando dice lo que piensa.

Ana pensó que sus piernas no la sostendrían, pero notó que Bruce la sujetaba con firmeza. No podía ser, evidentemente no hablaba de ella, aquel hombre tan apuesto y aparentemente perfecto no podía estar haciendo otra cosa que jugar con ella, eso era, esas fiestas le aburrían y había decidido que ella sería su juguete por esa noche.
Intentó enderezar la espalda todo lo que pudo, no permitiría que la utilizara para pasar el rato.
-¿Ha conocido a muchas mujeres así, Talbot?-
El repentino cambio de tono de Ana sorprendió a Bruce, frunció el ceño sin entender muy bien.
¿No había entendido lo que le había dicho?, entonces era menos inteligente de lo que había pensado, o se había sentido ofendida, caso que le extrañó en alguien del carácter de Ana.
-Ya nos conocemos tanto como para olvidarnos de los formalismos señorita -recalcó la palabra- Reminton.
-Pensé que ya que la conversación que mantenemos es de lo más mundana, por qué no dejarnos de formalidades -respiró hondo- pero tiene razón, no nos conocemos lo suficiente para tomarme tantas confianzas. Discúlpeme.
Diciendo esto hizo una inclinación de cabeza, la música había terminado y Bruce la vio dirigirse al grupo donde su tía la esperaba.

Le encantaba verla caminar, con sus pasos firmes y su ligero contoneo, para él era más provocador que los lánguidos pasos de otras mujeres que exageraban el movimiento de sus caderas.
Hubo de reconocer que cada vez se sentía más atraído por aquella joven, todavía podía sentir en sus pupilas el calor de aquellos ojos verdes.

-¿Piensas quedarte ahí plantado toda la noche? -el tono divertido e Christopher, hizo que Bruce arqueara la ceja.
-No juegues con fuego muchacho -comenzó a caminar hacia el otro extremo del salón.
-¿De qué conoces a la prima de Beth? -dijo siguiendo de cerca a su hermano.
-¿De qué conoces tú a Beth? -respondió secamente.
-Lo más sorprendente ha sido verte bailar, hacía una eternidad que no te veía hacerlo.
-Muchacho, cuando quieres puedes llegar a ser muy molesto. Que no suela bailar no quiere decir que de vez en cuando no me guste hacerlo.
-¿Qué os pasa a vosotros dos? -el tono cansado de Richard daba a entender que aquellas discusiones eran normales entre los hermanos menores.
-Tu hermano, se ofende sólo porque le hago un par de preguntas -dijo quitándole importancia al asunto.
-No me enfado, pero no tienes porque curiosear en mi vida como una vieja chismosa.
-Muchachos, ya está bien, es hora de que alguien rescate a nuestra hermana y volvamos a casa.
Los dos hermanos se miraron y cada uno se fue por un lado.

Mientras buscaba a su hermana vio como Ana y su familia se despedía de los anfitriones.
No le gustaba la forma en que se había ido de la pista de baile.
La próxima vez que la viera tendría que ser más directo, reconoció que la muchacha lo atraía enormemente, su precioso pelo desprendía aquel suave olor a rosas, que a Bruce le daban ganas de soltarle el recogido y enterrar su cara en aquella espesa melena y embriagarse con su olor.


Durante el viaje a casa, Ana fue interrogada por su tía sobre Bruce. Ana le dijo casi la verdad, que no sabía mucho de él, lo de sus hermanos y que se lo habían presentado en un grupo con el que había estado hablando.
Beth permanecía callada. Tía Elvira dijo que tendría que hacer algunas averiguaciones, no conocía demasiado a esa familia.
-Averiguaciones ¿para qué? tía, si sólo ha sido un baile.
-Que ingenua eres tesoro, yo vi como ese hombre te miraba.
¿Cómo la miraba? ¿Y cómo lo hacía? le hubiera gustado saber la respuesta a esa pregunta.
-Por cierto ¿qué te ha parecido el señor Roberts? -parecía esperar con curiosidad la respuesta.
Ana no la hizo esperar -Un viejo, pesado, que huele a tabaco de mascar y no sabe bailar.
-Ya, pero tiene una inmensa fortuna...
-Tía, por favor, creo que todavía no estoy tan desesperada como para que me busques ese tipo de candidatos.
-De acuerdo, pero yo sólo lo hago por tu bien. Con alguien como él tendrías posición, dinero y no pasarían demasiados años antes de que te convirtieras en una joven viuda, por mal que esté decirlo.
-Eso nunca se sabe y además sabes lo que opino de todas esas cosas.
-Sí, ya, ya. Está bien no vamos a discutir, que estoy agotada.

 

Estaba a punto de meterse en la cama cuando Beth entró en su cuarto.
-¿Qué tal te lo has pasado hoy? -dijo mientras se tendía sobre la cama.
-Bien, ¿por qué lo preguntas?
-Te vi bailar con el hermano de Christopher.
-¿Qué se supone que quiere decir eso?
-Que mamá tiene razón, te miraba de una manera...
-¿Y tú qué sabes de maneras de mirara? -preguntó un poco enfadada.
-No mucho, supongo, pero se notaba que había algo... no sé cómo decirlo.
-No digas tonterías -intentó parecer desenfadada- Y tú ¿qué tal con tu príncipe azul?
-¡Oh! Ana, creo que estoy locamente enamorada de él.
-Apenas lo conoces...
-Lo sé, pero cuando estoy entre sus fuertes brazos, me siento en una nube -conozco la sensación, pensó Ana- y cuando me mira me hace sentir la mujer más hermosa del mundo. Y es tan dulce y atento conmigo...
-Bueno, puede ser por cortesía...
-No -se apuró a decir Beth- por cortesía, por galantería son el resto y me alaga como me tratan, pero no tiene nada que ver con lo que siento cuando estoy con Christopher.
-Y él ¿también siente lo mismo?
-Sí,...creo. No sé, me dice cosas tan bonitas y tan dulces, y yo confío en él.
-Pero si apenas lo conoces.
-Lo sé, pero es algo que siento, es como si lo conociera de toda la vida -se la veía totalmente convencida.
-¿Sabes? me ha dicho que vendría mañana a visitarme -se notaba que estaba muy emocionada.
-¿En serio?, no sé, quizás tengas razón y sienta algo de verdad por ti. Pero ahora será mejor que te vayas a dormir, ¿no querrás estar ojerosa para tu príncipe?
-Sí, aunque no estoy segura de que pueda dormir, estoy tan emocionada -dio un beso a Ana y salió de la habitación- Buenas noches.
-Buenas noches -Ana se metió en la cama, pero sabía que ella no podría dormir.
No paraba de dar vueltas a lo que su tía y su prima habían dicho, "Te miraba de una manera..." ¿de qué manera? ella no había notado nada.
Sería verdad lo que Talbot había dicho y ella sería el tipo de mujer que le atraía.
No tenía manera de saberlo, por lo menos hasta el próximo baile, si es que asistía. Podría preguntárselo a Christopher, aunque sería demasiado descarado.
Tendría que hablar con Beth, quizás podría averiguarlo por ella.
El sol comenzaba a salir cuando Ana consiguió quedarse dormida.

 

Como había dicho, aquella tarde, Christopher Talbot, se presentó en casa de los Grey.
Estaba muy apuesto y elegante. La tía Elvira lo miró de arriba abajo, su gesto serio no dejaba entrever sus pensamientos. Ana estaba segura que esa misma mañana su tía había estado haciendo averiguaciones sobre los Talbot entre sus amistades.
Después de intercambiar varias frases de cortesía, Elvira se retiró y dejó a los jóvenes tomando el té en el salón.
Ana se sentía un poco fuera de lugar, pero debería quedarse allí si no quería que fuera la propia tía Elvira la que se sentara en el sofá frente a Beth y el joven Talbot.

Los miró y comenzó a pensar que Beth tenía razón, se les veía felices juntos. Se reían, hablaban y se tocaban discretamente. Se miraban de una manera tan especial, que Ana sintió un poco de envidia. No creía que aquella fuera la manera en que Bruce la miraba a ella.