Ireana salió de la mansión y se subió en su coche rumbo a la ciudad. Estaba muy enfadada con Seth por lo que le había hecho. Cumpliría su orden, sí pero él pagará un alto precio para obtener lo que ella obtuviera.
Él no volvería a tratarla así nunca más, de eso estaba segura.
En un momento se puso en la ciudad y se dirigió a la lujosa casa donde vivía el hombre que había violado a Paola. Detuvo el coche a un par de manzanas y el resto del trayecto lo hizo andando, siempre intentando ocultarse en las sombras ya que ese día hacía sol.
Al llegar a la casa del hombre, se metió en el jardín evitando las cámaras de seguridad. Sin más, se dirigió a la casa y entró por una de las ventanas, la cual daba a un inmenso despacho donde había un hombre sentado ante un escritorio lleno de papeles que firmaba y firmaba.
Ireana sonriendo con malicia saltó y entró en el despacho sorprendiendo al hombre. Este, rápidamente, se levantó y miró a la joven, la cual sonreía con cierta malicia.
—¿Quién eres?— preguntó el hombre.
Este era más o menos alto, con el pelo negro perfectamente peinado y de ojos oscuros.
—Eso no importa ahora, sólo quiero que me dé una cosa y le dejaré en paz. Eso sí, no pretenda hacer nada fuera de lo normal o lo mato.
—¿Cómo piensa matarme? No veo que lleve un arma encima.
—No me hacen falta armas para matar.
—¿Qué quiere?
—Quiero todas las pruebas que ocultó sobre la violación de una chica en un hotel. ¿La recuerda?
—¿Para qué la quiere? No será usted amiga de esa joven ¿verdad?
—¿Cómo cree? No… puede estar tranquilo que no soy amiga de esa…— dijo Ireana mirando el despacho— bonito despacho, ahora bien, ¿dónde tiene las pruebas?
—Yo no tengo ninguna prueba…
—Claro que las tiene, señor, tenga por seguro que si no me las da por las buenas, me las darás por las malas.
—No pienso darle nada…
—Tú lo has querido.
La joven saltó sobre el hombre, cayendo ambos al suelo. Ella, que estaba encima de él, sonrió y sin más lo mordió bebiendo su sangre.
Después de beber toda la sangre que el hombre poseía se limpió la boca manchada y lo miró.
La había movido el impulso pero había valido la pena, era una sangre deliciosa. Una pena que lo haya matado, era bastante atractivo pero ya no podía hacer nada por él.
Se levantó y comenzó a rebuscar en todo el despacho, tirando todo lo que encontraba a su paso en el suelo. Entonces, se acercó a la estantería cubierta de libros y fue quitándolos hasta que encontró una caja fuerte. Sonrió y miró al hombre.
—Pobre iluso… ¿pensabas que no iba a encontrar tu escondite? Estabas muy equivocado…
Se viró hacia la caja fuerte y con su fuerza sobrehumana abrió la puerta, rompiendo así la cerradura que lo protegía con tanto cuidado. Miró dentro y encontró varios papeles, algo de dinero y una caja de metal. Ireana sacó la caja y la abrió. Dentro había un DVD con una etiqueta donde ponía el nombre del hotel donde había trabajado Paola.
La vampiresa sonrió satisfecha por su trabajo. Miró alrededor y encontró un televisor de plasma con un reproductor de DVD. Se acercó y puso el disco para así ver las imágenes. En ellas se veía el forcejeo de la joven contra aquel hombre aunque los intentos habían sido en vano, en ese momento la violaba sin escuchar los gritos de auxilio de la joven.
Los movimientos de ella eran muy pocos puesto que aquel hombre la había sujetado bien a la cama para que no pudiese escapar de sus garras. Finalmente después de violarla, pudo ver la mancha de sangre en las sábanas. Le había arrebatado la virginidad.
Ireana apagó el DVD y miró al hombre que yacía en el suelo, pálido e inerte.
—De verdad que fuiste un grandísimo cabrón, amigo mío. Bien merecido te tienes la muerte. Lástima de verdad, porque habrías superado a Seth en muchos sentidos… bueno, me llevo el DVD espero que no te importe… ¿qué te va a importar si ya vas camino del infierno?— dijo Ireana sonriendo— adiós…
Se acercó a la ventana y saltó. Era como una felina porque caía de pie. Corrió rápidamente hasta su coche y puso rumbo a la mansión de Seth.

Esa noche, Lucinda tuvo un sueño muy raro, donde un chico con el pelo corto oscuro y ojos color miel la cogía en brazos y la depositaba en el sofá. Después cogía a un bebé que estaba llorando. Era el bebé llamado Javier. Lo vio salir de allí tras cerrar los ojos y oler algo. Después de eso, todo se tornó oscuro.
Lucinda rápidamente abrió los ojos y miró alrededor, todo estaba oscuro excepto por la luz que entraba a través de la ventana. ¿Quién era ese chico? Un repentino dolor de cabeza la hizo agazaparse y llevarse las manos a la cabeza.
—¡Ah, mi cabeza!— dijo Lucinda.
La puerta se abrió y apareció William que al ver a su prima agazapada como un animal asustado, se acercó rápidamente.
—Lucinda ¿qué pasa?
—Mi cabeza… me duele mucho…
—¿Algún recuerdo?
—No lo sé… tuve un sueño muy raro y al despertar me dio este fuerte dolor.
—¿Qué viste en el sueño?
—No lo sé… me duele mucho como para pensar…
—Tranquila, iré a por algo para el dolor de cabeza. Menos mal que Rebecca le dio un somnífero a tu padre porque seguro que te hubiera agobiado con preguntas.
—Umm…. no puedo soportarlo…
William salió de la habitación rápidamente y al momento volvió con una pastilla y un vaso de agua.
—Anda, tómatelo, te hará bien…
Lucinda ya tenía lágrimas en los ojos por el dolor, así que se tomó la pastilla.
—Esto es horrible…— susurró Lucinda.
—Pronto se te pasará— dijo William abrazándola— no te preocupes por nada…
—Primo, ¿por qué no recuerdo nada? ¿Por qué me pasa esto?
—Intenta descansar, Lucinda, inténtalo.
Después de un rato, Lucinda se quedó dormida. William la recostó y la tapó, finalmente se fue a su habitación, se acostó y se quedó dormido.

Al día siguiente, Paola tenía el día libre y acudió a la casa de su amiga. Entró en la casa y la vio en el salón con las manos en la cabeza.
—Hola, Lucinda…
—Hola, Paola— dijo la joven.
—¿Has conseguido recordar algo?
—No estoy segura…
—¿Cómo que no estás segura?
—Es que tuve un sueño de lo más raro.
—¿Qué soñaste?— preguntó Paola sentándose al lado de su amiga.
Javier estaba dormido en ese momento en el parque—cuna que habían puesto allí.
—Soñé con un chico. Él tenía en brazos a ese bebé.
Paola que estaba con mirada gacha, la levantó al momento y miró a su amiga.
—¿Un chico?
—Sí, un chico con el pelo oscuro y unos ojos preciosos, color miel aunque después su piel era muy blanca, como si fuese mármol.
—No puede ser… no… definitivamente, no…
—¿Qué pasa?— preguntó Lucinda.
—¿Cómo es posible que te acuerdes de Alcander y no te acuerdes de nosotros?
—¿Alcander?
—Sí, es ese maldito medio vampiro amigo tuyo…
—¿Qué?— preguntó Lucinda, confusa.
—Nada, él es un medio vampiro que te salvó una vez la vida y os habéis hecho amigos cuando lo tienes prohibido, lo tenemos prohibido porque los vampiros son nuestros enemigos.
—Pero en el sueño él me ayudaba.
—Es un vampiro, Lucinda.
—¿Por qué te pones así? No sé, deberías alegrarte de que recuerde algo.
—Y me alegro pero no debías acordarte de él.
De repente, Lucinda volvió a llevarse las manos a la cabeza. Unas imágenes se desarrollaban en su mente.
—No… este dolor otra vez no…— dijo la joven.
—¿Qué pasa, Lucinda?
—¡Ah! Son nuevas imágenes… un bloc de dibujos… aparezco en ellos… ¡ah!
—¡Lucinda!— gritó Paola— abre los ojos, ábrelos.
—La cabeza me va a estallar… me duele…— Lucinda se agazapó.
Paola, preocupada, cogió el teléfono y llamó a Rebecca.
—¿Sí?
—Rebecca, debes venir, rápido, Lucinda está mal… le duele mucho la cabeza, le vienen imágenes a la mente y le duele mucho.
—Ya voy para allá.
Paola colgó y se sentó junto a su amiga.
—Tranquila, Lucinda, ya viene Rebecca.
—Umm… papá… William… Rebecca… Paola…— susurraba al ver las imágenes de ellos.
—Lucinda, estás recuperando la memoria… la estás recuperando…
Rebecca llegó rápidamente y entró en la casa. Se acercó al salón al oír los gritos de Lucinda. La joven estaba con las manos en la cabeza y agazapada en un lado del sillón mientras Paola intentaba calmar a Javier que estaba llorando.
—¿Qué le pasa?
—Está recordando cosas pero dice que le duele mucho la cabeza.
—Por el golpe, ha forzado la memoria y ahora le duele… alcánzame el maletín, rápido.
—¿Qué vas a hacer?
—Sedarla… hay que calmarla.
—¡No Rebecca, no me sedes!— gritó Lucinda— lo recuerdo todo pero no me sedes.
—Debo hacerlo, Lucinda, mírate… estás temblando y te duele la cabeza.
—Dame un calmante, se me pasará.
Rebecca sacó una jeringuilla del maletín y un bote con un líquido. Llenó la jeringuilla con el líquido y lo acercó al brazo de Lucinda.
—Lo siento, Lucinda.
—No, Rebecca, no… si me sedas podría olvidar todo lo que he recordado hasta ahora… no lo hagas.
—Debo hacerlo…
Sin decir más le pinchó el brazo, Lucinda hizo una mueca de dolor. El líquido entró en ella y poco a poco se fue quedando dormida.
—¿Recordará todo cuando despierte?— preguntó Paola.
—No lo sé…
—A lo mejor con un calmante se le hubiera pasado.
—No creo, estaba temblando y sudaba mucho, estaba fuera de sí, ¿cómo pasó?
—Estábamos hablando de un sueño que tuvo cuando de repente se llevó las manos a la cabeza y comenzó a recordar.
—Se pasa el día forzando su memoria y ahí están las consecuencias… anda, vayamos a darle el biberón a Javier para que Lucinda descanse.
Las dos mujeres se llevaron a Javier a la cocina y Paola le dio el biberón. Lucinda dormía profundamente hasta que la acusó un sueño con el mismo chico pero esta vez era en un jardín en la noche, donde quedaron los dos frente a frente, tan cerca… soñó que le entregaba un bloc y que al momento él se iba.
Se movía en el sofá, nombrándolo.
—Alcander…
Rebecca lo oyó y miró a Paola.
—¿Qué dijo?
Paola que también lo oyó decidió mentir, así que se encogió de hombros.
—No lo sé… será el efecto del sedante que le hace decir gilipolleces.
—Debería llevarla al hospital a hacerle algunas pruebas pero Jackson no quiere.
—Sus razones tendrá.
—¿Es que prefiere que su hija se quede así? Podría tener un coágulo de sangre en la cabeza.
—A lo mejor no…
—Mira, lo siento mucho por Jackson pero la voy a llevar a un hospital… quédate aquí con Javier.
—¿Estás segura de lo que haces?
—Sí, no estaré tranquila hasta que le haga las pruebas pertinentes.
—Jackson se enfadará.
—Me da igual… lo de Lucinda podría complicarse y él no hace nada así que yo misma lo haré.
—¿Trajiste tu coche?
—Sí, está fuera aparcado.
—¿Podrás con Lucinda tú sola?
—Seguro que sí, está tan desmejorada que ha perdido peso.
—Pues yo me quedo aquí con este llorón, Dios, lo que me toca aguantar.
Rebecca entró en el salón, levantó a Lucinda y la llevó hasta su coche. La metió en él y luego se metió ella. Puso el coche en marcha y puso rumbo al hospital.

 

Rebecca llegó al hospital con Lucinda, donde un médico junto con Rebecca la atendieron. El médico le hizo preguntas a la mujer y ella le contó lo del golpe y la pérdida de memoria, después de haberle hecho un TAC y unos análisis a Lucinda.
—Yo soy su médico personal pero me vi en la necesidad de venir a hacerle un TAC— dijo Rebecca al doctor.
—¿Cómo es que no trabajas en un hospital?— preguntó el doctor, un hombre alto, de pelo castaño y ojos marrones claros. Era bastante joven pero con mucha experiencia.
—No lo sé… este olor de aquí me asfixia, no sé si me entiendes.
—Sí, te entiendo perfectamente…
Rebecca sonrió levemente.
—¿Y ella es familiar tuyo?
—No, es la hija de un amigo pero es como si fuera mi hija, la quiero mucho.
—Entiendo…— una enfermera se le acercó con las pruebas de Lucinda— vaya, ya tenemos el resultado de las pruebas.
—Espero que no tenga nada…
—A ver…— dijo el doctor observando los resultados del TAC— está perfectamente, no hay de qué preocuparse.
—¿Y entonces el dolor de cabeza, los temblores y el sudor?
—Probablemente haya sido un ataque de pánico al recibir tanta información en su cerebro. Los análisis lo único que muestran es que está un poco desnutrida pero yo creo que con el suero y una buena dieta se repondrá fácilmente.
—Gracias… eh…
—David, me llamo David.
—Gracias, David.
—De nada, iré a preparar el alta médica, si quieres vete a ver a Lucinda.
—Vale.
Rebecca entró en la habitación donde encontró a Lucinda sentada en la camilla con una vía en el brazo. Lucinda la miró.
—Rebecca… ¿dónde estoy?
—Estás en un hospital, no te preocupes, te traje para hacerte unas pruebas, el ataque que te dio antes no me gustó ni un pelo pero sólo fue un ataque de pánico.
—Ah, entiendo…
—¿Recuerdas algo? Quiero decir algo del pasado…
—Leves retazos… una tarta, una herida en una rodilla, una bici nueva… también veo mi estaca…
Rebecca sonrió, contenta.
—Estás empezando a recordar… ¿ves? Debes ir poco a poco… mira lo que te pasó antes por forzarte…
—Eran muchas imágenes juntas, pensé que me volvía loca.
—Ya pasó, ahora ni una palabra que viene David.
—¿David?
—Sí, el médico que te atendió…
Lucinda la miró y sonrió.
—¿Sólo mi médico?
Rebecca la miró, sorprendida.
—¿Qué quieres decir?
—No sé, os vi desde aquí y creo que le interesas…
—Interesarle ¿yo? ¡Ja! De verdad, creo que deliras…
—No deliro, te miraba diferente, te digo yo que le interesas, seguro que cuando venga y me dé el alta te pedirá una cita.
—Ya verás que no…
—De acuerdo, deja que venga.
Al momento entró David con el alta para Lucinda. Le quitó la vía y la joven se levantó para ponerse los zapatos, entonces David miró a Rebecca y le dijo:
—¿Podemos hablar un momento?
—Claro…
Los dos se apartaron un poco pero no lo suficiente como para que Lucinda oyera la conversación.
—Verás… quizás algún día…
—¿Sí?
—Quizás algún día te gustaría ir conmigo a tomar un café o algo.
Rebecca abrió los ojos sorprendida y miró a Lucinda que estaba detrás de David, moviendo los labios diciendo un “te lo dije” y sonrió.
—¿Un café? Bueno…— Lucinda le hizo un gesto afirmativo— vale, me parece bien.
David sonrió.
—Perfecto, si quieres me das tu número y yo te llamo.
—Sí, toma…
Rebecca apuntó su número en un papel y se lo dio. David lo cogió, lo miró y se lo guardó en un bolsillo.
—Bueno, ha sido un placer conocerte, ya te llamare, ahora me voy que tengo más pacientes que atender. Adiós.
—Adiós— dijo Rebecca.
—Adiós, Lucinda y que te mejores.
—¿Eh? Sí, adiós y gracias…
David salió de la habitación y las dos se miraron.
—Te lo dije…— dijo Lucinda sonriendo.
—La verdad que no me lo esperaba.
—Bueno, pues ahora tienes una cita pendiente con ese médico y la verdad que es muy guapo.
—Eso ya lo sabía yo…
—Ya claro… anda, volvamos a casa.
—Sí…
Las dos salieron del hospital y pusieron rumbo a la casa de Lucinda.

Paola, mientras Rebecca y Lucinda estaban en el hospital, llamó a Alcander.
—¿Lucinda?— preguntó el joven.
—Soy Paola.
—Ah, hola Paola…
—Vaya, hombre, yo tampoco me alegro de hablar con un medio vampiro pero al menos lo disimulo.
—No es eso es que al ver el número pensé que era ella.
—¿Es que acaso te gusta?
—¿Eh?— preguntó el joven irguiéndose en el sillón donde estaba— no, es mi amiga y me preocupo por ella.
—Sí ya… bueno a lo que iba… te recuerda…
—¿Me recuerda?
—Sí, te recuerda, que manía tenéis todos de preguntar lo que digo, en serio… te ve en sueños y se acuerda de ti pero no de tu nombre. Recuerda el momento antes de perder la memoria y creo que ha soñado más de una vez contigo.
—Pero… ¿cómo es posible?
—No lo sé, es su mente… no recuerda a nadie más que a ti aunque hoy le ocurrió algo muy raro.
—¿Qué le pasó?
—Empezaron a venirle a la mente todos los recuerdos de su pasado y Rebecca tuvo que sedarla porque decía que le dolía mucho la cabeza y no dejaba de gritar.
—Pero está bien ¿no? La ha sedado y está bien.
—La llevó al hospital a hacerle algunas pruebas.
—Voy para allá entonces.
—Alcander, no hagas eso… Rebecca también es cazadora y sabe distinguir un vampiro de un humano, quédate en casita y yo te llamo cuando vuelvan ¿entendido?
—¿Sabes? Pensé que no me llamarías el día del golpe, ni todos estos días para contarme el estado de Lucinda, te lo agradezco mucho.
—Ya, ya… lo hago aunque sé que está mal… eres medio vampiro que tiene dibujos de mi amiga pero dibujados en otra época… y eres un tipo bastante raro para ser vampiro pero bueno…
Alcander sonrió.
—Muchas gracias.
—De nada… luego te llamo o quien sabe a lo mejor lo hace Lucinda si vuelve tal y como era antes del golpe.
—Eso espero…
—Yo sólo espero que Jackson no se entere de las amistades de su hija con vampiros, la mataría. Bueno, adiós.
—Adiós.
Ambos colgaron y Paola cogió a Javier para cambiarle el pañal.
—Javier, espero que Lucinda haya recuperado la memoria porque estoy harta de cambiar pañales, ¿no podrías ser un poco menos cagón?— el bebé soltó una risita mientras Paola le quitaba el pañal— sí, tú ríete que quien ríe el último, ríe mejor.
Paola le quitó el pañal y el niño le hizo pis en la cara. Javier empezó a reírse, contento y la joven lo miró con los ojos entrecerrados.
—Pequeño monstruo… esta te la debo…
Paola le puso un pañal limpio y luego fue a lavarse la cara y el pelo. Subiendo las escaleras sintió que un coche aparcaba y se asomó a la ventana, eran Lucinda y Rebecca que volvían del hospital.
Lucinda abrió la puerta y se encontró con Paola con los brazos cruzados y la cara mojada.
—¿Paola? ¿Qué te ha pasado?— preguntó Lucinda.
—Que ¿qué me ha pasado? Lo que me pasa es que ese niño es un monstruo y me ha meado encima…
Lucinda y Rebecca se taparon la boca aguantando la risa.
—Eso reíros pero ten por seguro que yo no me quedo más con ese bicho…
—Lo siento mucho…— dijo Lucinda conteniendo la risa.
—Dime que te acuerdas de todo, por favor.
—Siento decepcionarte, solo recuerdo algunas cosas pero muy pocas…
—Al menos te acordarás de que tú te encargabas de ese niño.
—Rebecca me lo ha dicho, no lo recordaba.
—Pues hala, ahí te lo dejo que yo me voy a lavar el pelo.
—Vale.
Paola subió al baño y Rebecca y Lucinda entraron en el salón donde Javier jugaba con un peluche en el parque. La joven se acercó y lo miró. De repente, la imagen de cuando vio al bebé por primera vez le vino a la mente.
—Lo salvé de un vampiro…— dijo Lucinda y miró a Rebecca.
—Exacto y dijiste que ibas a buscar a su padre.
—Es verdad… recuerdo que no lo encontraba porque no hay ningún niño registrado con el nombre de Javier.
—Poco a poco comienzas a recordar cosas— dijo Rebecca sonriendo.
—Sí, no debí forzar mi mente como lo estaba haciendo y creo que mi padre comenzará a descansar mejor ¿no?
—Lo más probable, he tenido que administrarle somníferos para que duerma porque sé que te forzabas por él.
—Es que lo veía tan afligido por mi culpa que quería compensarle recordando algo por mínimo que fuese.
—Y mira lo que te pasó, eso sí, por favor, no le digas a tu padre que te llevé al hospital, me dijo que no te llevara y no le hice caso.
—Tranquila, además, sé que lo hiciste por mi bien y saliste de allí con una cita pendiente.
—No me va a llamar…
—Ya claro. Lo mismo me dijiste cuando te dije que te iba a pedir una cita y mira.
—En serio, Lucinda, olvídalo, no me va a llamar.
—Ya lo veremos…
Paola bajó al momento y Rebecca preparó algo de comer. Comieron pizza y luego se pusieron a ver la televisión hasta que llegaran Jackson y William.
Lucinda al ver llegar a su padre, se levantó y se acercó a él.
—Hola papá.
Jackson extrañado miró a su hija.
—Hola, ¿sucede algo?
—Tengo una buena noticia… estoy empezando a recordar.
El hombre la miró fijamente, sorprendido.
—¿De verdad?
—Sí… recuerdo cuando me compraste la bici y el primer día que la use me caí y me hice sangre en la rodilla… luego tú me pusiste una tirita y le diste un beso para que yo dejara de llorar.
Jackson no pudo evitar sonreír de pura alegría y sin más abrazó a su hija.
—No sabes cuánto me alegro al saber que vuelves a ser la misma Lucinda de antes.
—Sí aunque aún no lo recuerdo todo, todavía tengo algunas lagunas en mi mente.
—Pero empiezas a recordar que es lo importante, mi pequeña.
—Espero que algún día pueda recordarlo todo.
—Estoy seguro de que sí.
—Yo creo que esto se merece una celebración— dijo William acercándose a su tío y a su prima.
—Lo raro sería que William no quisiera una fiesta— dijo Paola con el ceño fruncido.
William la miró y se cruzó de brazos.
—Últimamente no hay quien te soporte, chica.
Paola hizo una mueca y le enseñó la lengua. Todos comenzaron a reírse y Jackson fue a la cocina a preparar una cena especial para celebrar la recuperación de su hija.

 

Después de la cena, Paola y Lucinda fueron a la habitación de esta última. Una vez dentro, Paola le dio el móvil a su dueña.
—Tienes que llamar a alguien.
—¿Llamar? ¿A quién?
—A un medio vampiro que anda preocupado por ti.
—¿Te refieres al chico del sueño? ¿Alcander?
—¿Quién si no? Está muy preocupado.
—Pero…
—Llámalo.
Lucinda buscó el número y pulso el botón de llamar. Tras tres tonos, el joven contestó.
—¿Sí?
—¿Alcander?
Alcander sonrió al oír la voz de la joven.
—¡Lucinda! Me alegro tanto de oírte…
—Yo… yo también. Perdón por haberte preocupado.
—Tranquila… ¿recuerdas todo?
—Todo, todo no pero gran parte de las cosas sí recuerdo.
—De mí te acuerdas ¿verdad? ¿O fue Paola quien te obligó a llamarme?
—Recuerdo algo, básicamente lo que he visto en mis sueños.
—Es bueno saberlo.
—Tú eres el chico de los dibujos ¿verdad?
—Sí, tengo un dibujo para ti, te lo llevaré en cuanto estés recuperada del todo.
—No me importa si vienes antes.
Paola miró a Lucinda con la mirada sorprendida.
—No…— susurró Paola.
—Ven esta noche.
Paola se llevó las manos a la cabeza.
—Eres idiota…— le susurró.
—De acuerdo, estaré ahí en una media hora— dijo Alcander.
—Está bien.
Ambos se despidieron y colgaron casi a la vez.
—Tú, definitivamente, estás muy loca.
—¿Por qué?
—A ver, vampiro, cazadora— dijo chocando los índices entre sí— ¿hace falta que te haga un croquis?
—Nadie se enterará si no dices nada.
—Yo ya me voy, no quiero tener nada que ver en todo esto.
—Pues no digas nada, por favor.
—Que no, pesada.
Lucinda sonrió y Paola se despidió de ella, luego se fue. La joven se miró en el espejo de cuerpo entero que había detrás de la puerta de su habitación, tenía el pelo enmarañado así que cogió una cinta y se la puso dejando el fleco hacia delante.
No se dio cuenta de que Alcander había llegado hasta que oyó que golpeaba suavemente en la ventana. Lucinda se giró rápidamente y luego se acercó para abrir la ventana.
Al mirarlo a los ojos, sintió algo muy fuerte en su interior. Una atracción que no había sentido nunca antes.
—Hola— dijo él entrando de un salto.
—Hola…— dijo ella. Su voz casi se había convertido en un susurro.
—¿Cómo estás?
—Bueno… con un poco de dolor de cabeza por lo de hoy pero estoy bien.
—¿Seguro? ¿No te sientes un poco mareada?
—No, estoy bien, de verdad.
—De todas formas, deberías sentarte por si acaso.
Lucinda le obedeció y se sentó en su cama, luego él se puso de rodillas frente a ella.
—Bueno…— dijo Lucinda— ¿cómo estás tú?
—Bien pero muy preocupado por ti.
—¿De verdad?— preguntó la joven mirándolo fijamente.
—Claro, eres mi amiga.
—Ah— dijo ella bajando la mirada.
—¿Te pasa algo?— preguntó él.
—¿Eh? No, nada, nada.
—¿De verdad?
—Sí.
Hubo unos minutos de silencio y Alcander se acordó del dibujo.
—Ah, te traigo un regalo, espero que te guste.
Se sacó de la chaqueta una hoja doblada y se la entregó a la chica. Lucinda lo tomó y lo abrió. Era un dibujo de ella con Javier en brazos. A la joven le encantó.
—Es precioso…— Lucinda sonrió sin dejar de mirarle a los ojos— realmente precioso.
Alcander sonrió y ella tuvo unos deseos irrefrenables de besar esos labios carnosos que parecían muy dulces.
—Me alegro que te guste.
—Abrázame, por favor.
Él la miró fijamente.
—¿Qué?
—Abrázame.
El joven la abrazó sin comprender.
—¿Por qué me pides que te abrace?
Lucinda se separó un poco quedando los dos frente a frente, a muy pocos centímetros, lo miró y le dijo.
—Porque si me abrazas no podré hacer lo que realmente deseo hacer.
—¿Y qué deseas hacer?
Ella sin decir nada, le cogió la cara con ambas manos y posó sus labios en los de él. Besándolo con anhelo, como si solo él existiese en ese momento, como si todo a su alrededor hubiese desaparecido. Alcander abrió los ojos, sorprendido ante el acto de la chica.
Tenía que detenerla o si no, él acabaría mordiéndola y lo menos que quería en ese momento era hacerle daño. No sabía por qué pero ese beso le estaba gustando demasiado y quería más y más.
Tomando aire, posó las manos en los hombros de ella y la apartó levemente.
—Lucinda…— comenzó él.
La joven se mordió el labio inferior avergonzada.
—Lo siento, Alcander, lo siento mucho.
Lucinda desvió la vista a un lado para no mirarlo a la cara.
—Esto no debería volver a pasar, soy peligroso… debes entenderlo…
—Lo siento…— era lo único que decía sin la chica, no le salía nada más.
—Quizás sea mejor que me vaya, necesitas descansar.
Alcander se levantó y se acercó a la ventana. Lucinda quiso levantarse para ir detrás de él y detenerlo. Siguiendo un impulso se levantó y lo miró.
—Alcander, perdóname, no sabía lo que hacía.
—Lo sé… soy yo…
—No, no eres tú, perdóname por favor.
—Yo te perdono, de verdad… pero no vuelves a besarme, tu sangre es muy tentadora cuando te tengo cerca y podría ser peligroso.
—¿Volverás a verme?
—No lo sé…— dijo subiéndose al alféizar.
—Entiendo— dijo ella apartando la mirada de él, totalmente avergonzada.
—Ya te llamaré, adiós, Lucinda.
—Adiós…— susurró ella.
Alcander saltó y desapareció de allí dejando a Lucinda sola. Se llevó una mano a los labios, pensativa. Sabía que estaba mal pero aún así no se arrepentía de lo que había hecho pero se sentía terriblemente mal por la reacción de él.
Se alejaba de ella por haber sido tan impulsiva y la verdad es que se lo merecía. Se había comportado como una adolescente que no piensa en las consecuencias.
Con todos esos pensamientos, la joven se puso el pijama y se acostó en su cama, no sin antes colocar el dibujo en la mesa de noche para poder verlo siempre que quisiera.

Al día siguiente por la tarde, Paola volvía a casa de su trabajo y miró el buzón a ver si había llegado correo. Al abrirlo encontró un sobre marrón sin remitente. Extrañada le dio la vuelta y lo abrió. Dentro había un DVD.
Miró a su alrededor y entró en su casa. Se quitó la chaqueta, dejó el bolso y se dirigió al salón a poner el DVD en el reproductor. Cuando lo puso pulsó el play y la imagen de una habitación se reflejó en el televisor. Sorprendida pudo ver que era el vídeo de las cámaras de seguridad del hotel y eran las imágenes que nunca se encontraron de su violación.
—Pero…— comenzó a decir cuando sonó el teléfono.
Rápidamente lo cogió y se oyó una voz.
—¿Interesante la película?— era la misma voz de la otra vez.
Paola miró a su alrededor y a través de la ventana pero no veía a nadie.
—¿Qué es lo que quieres?
—Ya te lo dije… rapta a Lucinda para Seth y tu secreto jamás será revelado.
—Sois una panda de mamones… ¿acaso piensas que voy a traicionar a mi amiga para salvar un secreto de mi pasado? Estás muy equivocada.
—Entonces quieres que todos los cazadores se enteren de que te han violado.
—Haced lo que os dé la real gana… a mí los chantajes no van y no me harán dudar, te lo aseguro.
—Muy bien, tú lo has querido… se me ocurre que podría ponerlo en Internet, ¿qué te parece?
—No te atreverás… como lo hagas te juro que acabaré contigo mucho antes de lo que piensas porque descubriré quien eres tarde o temprano y cuando lo descubra, morirás.
—Te estaré esperando entonces.
La mujer sin decir nada más, colgó. Paola puso el auricular en su sitio y miró la pantalla donde aquel hombre despreciable la violaba sin piedad. Sin poder soportarlo más apagó el reproductor y se frotó las manos, nerviosa, mientras revivía aquellas imágenes una y otra vez, sintiéndose sucia. Sintiendo las manos de aquel hombre sobre ella.
Se levantó y fue al baño a darse una ducha frotándose con fuerza con la esponja. Cuando terminó, se secó y se puso un albornoz, fue al salón, sacó el DVD y lo tiró a la papelera de la cocina.

Varios días más tarde, Jackson estaba en el estudio cuando recibió un correo electrónico. Una dirección que no conocía pero aún así lo abrió. Al abrirlo encontró un texto donde contaba que William, mientras jugaba al fútbol se dopaba.
Jackson no podía creer lo que estaba leyendo así que inmediatamente llamó a su sobrino al estudio.
—¿Me llamabas, tío Jackson?— preguntó William al abrir la puerta.
—Sí, pasa…
William entró y miró a su tío, desconfiado.
—¿Pasa algo?
—Siéntate, por favor…
El joven se sentó sin dejar de mirar a su tío. Parecía dolido y frustrado. Una vez sentado frente a Jackson, este giró la pantalla del ordenador y le mostró el mensaje que había recibido. William lo leyó.
—Vaya…— dijo William— al parecer cumplieron su palabra.
—¿Su palabra? ¿Quién?
—Los aliados de Seth… una de ellos me llamó un día chantajeándome para que raptara a Lucinda y así entregársela a Seth. Si lo hacían no contaban mi secreto pero como ves, mantengo firme el lazo de sangre que nos une— dijo William mostrando una leve sonrisa.
—Pero ¿es verdad esto que dice el mensaje?
—Me temo que sí… fue una época muy dura para mí, teníamos el campeonato y yo era el jugador más importante en aquellos momentos. Toda la presión caía sobre mí. Me sentía decaído, estaba al límite de mis fuerzas y no me quedó más remedio que doparme para conseguir ganar el campeonato.
—Entonces cuando el entrenador te echó del equipo…
—Sí, fue porque me había descubierto las pastillas. No le quedó más remedio que hacerlo a pesar de que era su mejor, le expliqué el porqué pero no me hizo caso y desde ese día no he vuelto a jugar al fútbol.
—Entiendo… ¿por qué no me dijiste nada antes?
—No quería contárselo a nadie… tú ya tenías bastante con lo de los vampiros y que Lucinda se estaba revelando como para aguantar algo más.
—Sí pero eres mi sobrino, podría haberte ayudado.
—Ya no había solución para eso… me costó bastante dejar las pastillas pero lo conseguí con el tiempo.
—Ahora entiendo muchas cosas…
—Sí como por ejemplo mi mal humor ¿no? O mis sudores fríos o incluso la fiebre que me daba por culpa del mono.
—¿Cómo no me di cuenta antes?
—No te preocupes por eso ahora… preocúpate por Lucinda, algún cazador no dudaría en raptarla para que no contaran su secreto… estoy seguro de que han amenazado a más de nosotros.
—Ahora más que nunca debemos protegerla… aún está en fase de recuperación como para que alguno de los nuestros la rapte y se la lleve a Seth para que la mate.
—Sí aunque pasará como cuando me echaron del equipo. Podría escaparse de nuevo.
—Si piensa hacerlo, ten por seguro que he tomado las medidas necesarias… esta vez como lo vuelva a intentar pondré rejas en la ventana. Su seguridad está por encima de todo.
—Yo te ayudaré a vigilarla si quieres.
—Gracias, William.
—Por cierto, Jackson, no cuentes nada de esto por favor.
—Tranquilo, tu secreto está a guardo conmigo.
Sin decir más, William se levantó y salió del salón dejando a Jackson de nuevo solo.

 

Lucinda salió a dar un paseo con Javier por el parque. Hacía varios días que no veía a Alcander y todo por su culpa. No tenía que haberle besado aquella noche. Muchas veces, ya tenía el móvil entre sus manos para llamarlo pero se arrepentía en el último momento.
Se sentó en un banco del parque, dio un largo y profundo suspiro cuando miró al niño.
—Ay Javier, ojalá no te enamores nunca.
La joven sacó una compota para dársela al niño. Ausente, comenzó a dárselo cuando de repente creyó ver a Alcander escondido entre unos matorrales y se levantó para mirar.
—¿Alcander?— preguntó Lucinda pero nadie contestó.
Entristecida al ver que nadie contestaba, volvió a sentarse y terminó de darle la compota a Javier.

Alcander la había seguido durante todo el trayecto. Desde aquella noche en que ella posó sus dulces labios en los de él no podía olvidarla pero sabía que era mejor poner distancia entre los dos. Ambos sabían que él era peligroso y más cuando la sangre de Lucinda era tan apetecible.
Aún a pesar de eso, el joven no dejaba de vigilarla, ponía notar el peligro cerca y no quería que le pasara nada después de todo por lo que había pasado con la pérdida de memoria.
Al ver que ella se sentaba en un parque, él se escondió tras unos matorrales, hubo un momento donde Alcander se asomó y ella lo vio pero rápidamente se escondió.
—¿Alcander?— le oyó preguntar a ella pero él no contestó.
Le costó bastante no contestar a su llamada pero era lo mejor, sabía que era lo mejor. Si ella volvía a besarlo, estaría perdido y no pararía hasta morderla y hacerle daño.
No. No lo haría. No podía ceder.
Después de esperar a que la joven se fuera, él salió de su escondite y volvió a su casa donde Aldana lo esperaba.
—¿Se puede saber dónde andabas? La Señora nos quiere ver.
—¿Para qué?
—No lo sé, pero algo me dice que se trata de ti.
—¿De mí? ¿Y qué he hecho yo?
—¿Mantener contacto con una cazadora, quizás?
—Nadie sabe eso, excepto tú.
—Pues a mí no me mires que yo no he dicho ni mu. Bien sabes que esa mujer siempre se entera de todo.
—Pues vayamos a verla… ¿está en el lugar de siempre?
—Sí, en el mismo desguace dijo en su mensaje.
—Pues vamos allá, entonces.
—¿Vamos en mi coche?— preguntó ella.
—Por mí vale.
Ambos entraron en el garaje y se montaron en el coche de la joven. Esta lo puso en marcha y se dirigieron al desguace.
En un momento se pusieron en el lugar. Un sitio inhóspito y descuidado. Ese desguace llevaba muchos años cerrados y era el lugar de reunión de los dos vampiros con la Señora. La mujer que dirige la Hermandad. Casi nunca se dejaba ver por nadie a excepción de algunos como Alcander y Aldana en los cuales confiaba.
Cuando Aldana paró el coche, se bajaron y entraron en el gran local, el cual era muy grande y oscuro. La pintura de la pared estaba levantada y el techo se caía a pedazos.
Entraron en el lugar y esperaron a que la Señora apareciese pero justo al entrar, oyeron, entonces, una voz melodiosa que les habló:
—Al fin llegáis…
—Había un poco de tráfico, Señora— respondió Aldana.
La mujer que les había hablado, salió de entre las sombras. Era una mujer muy hermosa, de cabellos rojizos y ojos verde agua. No era muy alta, más bien menuda pero de buen porte.
Las veces que los chicos la habían visto, siempre llevaba un vestido blanco y un cinturón plateado, al estilo griego.
—¿Para qué nos querías ver?— preguntó Alcander sin andarse por las ramas.
—Para hablarte sobre la cazadora.
Alcander la miró, desconfiado.
—¿Pasa algo con ella?
—Eso quisiera saber yo… me he enterado de muchas cosas, Alcander, y créeme que no me agrada para nada saber que te juntas con ella.
—Nos ayudamos mutuamente.
—No deberías hacerlo…
—¿Por qué no? Ellos también quieren acabar con Seth.
—Sí pero ellos no entienden que nosotros somos medios vampiros, ellos os ven como vampiros normales.
—Ella sabe que Aldana y yo somos medios vampiros.
—Ya pero no es razón para que nos ayudemos mutuamente. Son las normas…
—Al cuerno con las normas… Lucinda necesita protección…
—Protección que quieres procurarle tú ¿no? Sé lo que ha ocurrido, Alcander, yo me entero de todo lo que os pasa y sé que esa joven te besó. Lo hizo porque se siente atraída hacia ti. Ella es tu presa y la atraes de esa forma. Debes alejarte de ella. Sabes que si bebes la sangre de un mortal que se siente atraída hacia ti, acabarás siendo uno de los vampiros como los de Seth. Un vampiro para la eternidad y perderás tu alma. ¿Es que acaso quieres eso?
—¡No! Diablos, no quiero acabar como Seth pero no puedo alejarme tanto de ella, le está afectando a su vida cotidiana.
—Lo sé y sabes que sólo hay dos soluciones a esto si de verdad quieres protegerla. O mueres o te vuelvo a convertir en mortal.
—Tiene que haber un punto intermedio, estar con ella sin hacerle daño.
—No podrás soportarlo, una vez que la sangre de ella te atrae de forma tan fuerte, nadie podrá detenerte.
—Podré contenerme, ella es mi amiga, la única mortal que me ha sabido apreciar en años…
—Alcander…
—¡No! ¡Escúchame! Lucinda es una joven que necesita protección, Seth quiere matarla porque su padre mató a Katelin. Ella está en peores situaciones que nosotros… ella apenas puede salir sin que alguien la acompañe.
—Alcander… ¿no crees que exageras?— preguntó Aldana.
—No exagero nada, llevo días vigilándola y siempre sale con un cazador de guardaespaldas… y sé que Seth está siendo ayudado por otro vampiro con mucha fuerza como él, estoy seguro y no dudarán en atacarla y matarla si es necesario. Déjame protegerla a mi manera— dijo mirando a la Señora fijamente— sabré hacerlo, de verdad… intentaré contenerme, si veo que no puedo pues entonces hablaré contigo pero no hagas que me separe de ella así.
La Señora suspiró.
—Alcander, debes alejarte de ella pero lo harás poco a poco para que ella vaya asimilándolo y una vez lo asimile, la Hermandad seguirá con su misión y los cazadores con la suya ¿entendido?
—Pero…
—No hay pero que valga, bien sabes lo que podría pasar si la relación entre vosotros llega a más. ¿Acaso piensas hacerle daño de esa forma?
—No…
—Pues lo harás como te he dicho…— dijo la Señora y tras una breve pausa se acercó a Alcander y le pasó una mano por el brazo— sé que será duro para ti porque su sangre te atrae pero con el tiempo pasará, te lo aseguro.
—No puedo hacerle eso… le haré mucho daño.
—Es lo único que puedes hacer, Alcander.
—De acuerdo… haré lo que pueda.
—Bien.
—Señora, ¿cómo va la investigación sobre lo que hace Seth?
—Hemos conseguido meter a uno de los nuestros allí, diariamente nos informará sobre todo lo que hace Seth.
—Espero que pronto podamos acabar con él— dijo Aldana deseosa de que al fin Set se pudra en el infierno.
—Lo haremos, Aldana, pronto acabaremos con él— dijo la Señora.
Después de un rato, Alcander y Aldana volvieron a su casa. El joven se sentía dolido por lo que estaba obligado a hacer. Lucinda lo pasaría muy mal si él se alejara de ella, al sentirse atraída por él sería un golpe muy fuerte y hará lo imposible para que no la dejase.
—¿Estás bien?— le preguntó su amiga.
Alcander negó con la cabeza.
—No puedo hacerle eso a Lucinda, sabes que me buscará y me provocará. No podré aguantarlo si lo hace.
—Pero ya oíste lo que dijo la Señora.
—¡Ya sé lo que dijo la Señora! Pero no pienso hacerle algo así a Lucinda, lo siento mucho, esta misma noche iré a verla.
—¡Alcander, no puedes hacerlo! Definitivamente, tú quieres acabar mal parado.
—No es que quiera acabar mal parado, sólo quiero hablar con Lucinda y saber qué es lo que siente realmente por mí.
—¿Acaso vas a preguntarle qué siente ella por ti? Vamos, Alcander, apenas te conoce.
—Pero le atraigo, mi fuerza vampírica la atrae y necesito saber lo que ella siente para saber qué debo hacer.
—Yo la verdad es que cada día entiendo menos a los tíos… lo mejor sería que no fueras… la Señora te vigila porque si no ¿cómo crees que se enteró de lo de Lucinda? Porque nos vigila y es mejor dejarlo estar, no hagas nada al menos por unos días, no quiero más líos, de verdad.
—Aldana…
—Ni Aldana ni leches, no vas y ya está. Joder, mira cómo me haces enfadar. Ya hemos tenido bastantes líos con esto, mira si quieres vas mañana pero no esta noche, necesito que me ayudes en el antro.
Alcander suspiró y asintió.
—De acuerdo.
Después de eso, Aldana salió del salón dejando a Alcander solo con sus pensamientos.
Debía hacer caso a Aldana, la Señora los vigilaba de cerca y si él decidía ir a casa de Lucinda, la Señora se enteraría y lo castigaría. Sabía que el castigo sería duro porque no le quedaría más remedio que beber la sangre de Lucinda y no podía hacerle eso a la única amiga mortal que tiene.
Buscaría la manera de evitar la vigilancia de la Señora para hablar con Lucinda y saber qué es lo que ella siente, aunque sabe que es un riesgo muy grande por parte de los dos. Pero lo haría, de eso estaba seguro.

Esa noche, Lucinda le dio un biberón a Javier y lo acunó entre sus brazos para dormirlo. No sabía por qué pero notaba al niño inquieto, se encogía bruscamente y luego se relajaba, así continuamente.
Lo veía ponerse pálido como si sintiese un dolor muy fuerte. Lucinda, preocupada le tocó la frente pero no tenía fiebre, sólo era eso, encogimiento y luego relajación. Lo intentó calmar y entonces se dio cuenta de que el niño estaba echando algo por la boca.
Estaba vomitando.
—Javier, ¿qué te pasa?
Asustada, bajó las escaleras en busca de Rebecca que estaba con los demás cazadores en el salón. Estos al verla con la ropa manchada y al bebé encogido, se levantaron y se acercaron.
—¿Qué pasa, Lucinda?— preguntó William.
—No lo sé, Javier está mal, no para de encogerse y relajarse e incluso me ha vomitado, no sé qué le pasa.
Rebecca se abrió paso y examinó al niño. Le palpó el abdomen y el niño se encogió ante esto.
—Debemos llevarlo a urgencias.
—¿Qué le pasa?— preguntó Lucinda, preocupada.
—Es un problema del intestino pero quizás no sea grave.
—Entonces ¿por qué quieres llevarlo a urgencias?
—Para que confirmen mi teoría.
Jackson, al ver a su hija tan preocupada, le dijo:
—Ven, lo llevaremos a urgencias y verás que no es nada.
Lucinda miró a su padre y asintió no muy convencida. Subió a por el bolso de las cosas del niño y salieron rápidamente dejando a William a cargo de todo lo que pudiese ocurrir en la ausencia de Jackson.
Mientras, en el coche, Lucinda trataba de calmar a Javier con palabras suaves y Jackson y Rebecca hablaban.
—¿Qué es lo que le pasa al niño?
—Es posible que sea invaginación intestinal.
—¿Y eso qué es?
—Es cuando una porción de intestino se introduce dentro de otra, como los dedos de un guante que sabes que se le puede dar la vuelta a sí mismo.
Jackson hizo una mueca de dolor ante tal explicación.
—Ah, eso tiene que doler mucho.
—Puede doler bastante, los bebés se ponen como Javier, se encogen bruscamente por el dolor y luego se relaja pero el dolor vuelve e incluso con más intensidad.
—¿Y por qué se produce?
—Es posible que por alguna infección o alguna reacción a algún alimento. Porque en realidad es un proceso inflamatorio.
—¿Y habría que operar?
—No siempre, hay casos en los que con un enema se soluciona todo pero hay veces que no y se realiza una intervención quirúrgica pero nada grave, es una operación sencilla.
—Entiendo… como debe de estar sufriendo ese pequeño…
—Por lo que se ve, sufre bastante por el dolor.
—Ya Javier, ya está, verás cómo te pones bueno, no te preocupes— le decía Lucinda al niño.

 

Llegaron al hospital y rápidamente atendieron al niño. Le hicieron algunas pruebas y confirmaron la sospecha de Rebecca. Invaginación intestinal.
Pero en el caso del niño no funcionaría con el enema así que tenían que operarlo. Fue una operación sencilla y de poco tiempo de duración así que al momento el niño ya estaba en la habitación durmiendo tranquilamente.
Desde que el niño había vuelto, Lucinda no se había separado de él ni un solo instante. El médico después de contarles a Jackson y a Rebecca cómo había salido la operación se fue hacia un enfermero y le entregó los papeles diciéndole:
—Quiero que vigiles a este niño, acaba de ser operado de invaginación intestinal.
—De acuerdo…— dijo el hombre.
Parecía entristecido, sus ojos de color claro apenas tenían vida y su pelo estaba muy descuidado. Llevaba barba de algunos días puesto que apenas salía del hospital como si esperase la llegada de alguien muy querido.
Cogió el informe que le dio el médico y miró el nombre del niño. Javier se llamaba y tenía unos cinco meses de vida. El hombre abrió los ojos, sorprendido. Demasiadas coincidencias para ser verdad.
No, no podía ser. Volvió a leer el informe y sin pensárselo dos veces, acudió a la habitación donde se encontraba el niño. Abrió la puerta y entró. Allí había una joven que no dejaba de acariciar al bebé y él los miró.
—Samuel…— murmuró el hombre.
Lucinda, al oír una voz miró en la dirección donde la había oído y vio allí plantado a un hombre que miraba a Javier.
—¿Quién es usted?— preguntó Lucinda— ¿por qué ha llamado al niño Samuel?
El hombre la miró y volvió a mirar al niño mientras se acercaba. Lucinda se interpuso entre el hombre y la cuna.
—Usted no va a pasar de aquí hasta que no me diga quién es.
El enfermero volvió a mirarla y contestó.
—Soy el padre de Samuel.
—Pero es que este niño no se llama Samuel, se llama…
—Javier. Lo sé, mi mujer quiso ponerle ese nombre para protegerlo.
—¿Protegerlo?
—Sí, de unos seres despreciables.
—¿Habla usted de los vampiros?
—¿Cómo lo sabes?
—Porque yo soy una cazadora de vampiros y fui quien encontró a Javier. Estaba en peligro y lo salvé pero no pude salvar a su madre— dijo Lucinda mirando a Samuel que dormía profundamente.
—El cadáver estaba a solo dos manzanas de nuestra casa… Al día siguiente de su desaparición, encontré el cadáver de Marieta pero no encontraba al niño por ningún lado y se me ocurrieron miles de hipótesis de lo que le podría haber ocurrido.
—Espero que entre todas esa hipótesis estuviera la de que alguien lo salvara de morir a manos de un vampiro.
—Se me pasó por la cabeza pero sabía que no encontrarían al padre ya que tuvimos que cambiarle el nombre y ponerle Javier. Pero el destino quiso que lo encontrara en el hospital donde trabajo— dijo ya al lado de la cuna y acariciando a su hijo.
Lucinda lo miró.
—He intentado localizarle por todos los medios pero como no había ningún niño registrado con el nombre de Javier no pude encontrarle, de verdad que quería hacerlo pero no lo encontraba.
—Bueno, ahora lo he encontrado por un golpe de suerte así que no tienes de qué preocuparte.
Lucinda quería decir algo más pero las palabras se le atascaron en la garganta y sentía que sobraba, por lo tanto, decidió despedirse.
—Esto… será mejor que me marche, quien debe permanecer aquí es usted, no yo…
El hombre se giró y se acercó a ella para cogerle las manos.
—Muchas gracias por cuidar de Samuel. Ahora que lo he recuperado, debo irme lejos para que esos vampiros no me encuentren.
La joven sonrió levemente.
—De nada, ahora, debo marcharme.
—Puedes despedirte de él.
—Gracias…— la joven se acercó a la cuna y miró al niño— bueno, Javier, al fin he encontrado a tu papá, te dije que iba a encontrarlo. Como ves, he cumplido mi promesa, ahora debes irte con…— Lucinda apenas podía contener las lágrimas de la tristeza, tomó aire y sonrió— debes irte con tu padre que estoy segura que te cuidará y te mimará como lo he hecho yo hasta ahora…, te vas a ir de viaje con él así que disfruta mucho…— le dio un beso en la frente— Adiós, mi pequeño…
—Si no estuviésemos en peligro, no me iría para que estuvieras con él— dijo el enfermero.
—Lo sé… perdone pero debo marcharme…
Sin decir más, la joven salió corriendo de allí con lágrimas corriendo por sus mejillas. Fuera la esperaban Jackson y Rebecca. Corrió hacia su padre y se abrazó a él llorando.
—Hija, ¿qué sucede?
—Ha aparecido el padre de Javier…
—¿Y? Deberías estar contenta de que haya aparecido.
—Y me alegro pero es que se lo va a llevar lejos, no lo volveré a ver más…
—Oh Lucinda— dijo Rebecca pasándole una mano por la espalda en señal de consuelo— sabías que tarde o temprano aparecería el padre de ese niño.
—Lo sé pero no pensé que se lo fuera a llevar pero es que sufren la amenaza constante de los vampiros y por eso van a huir.
—Quizás sea mejor así, hija… sé que es doloroso cuando te has encariñado tanto con él pero su padre es su padre, yo tampoco soportaría perderte si me viera en la situación de ese hombre.
—Lo sé pero lo echaré mucho de menos.
—Ya pero debes asimilarlo, anda, volvamos a casa…
—De acuerdo…— dijo la chica.
Entonces, los tres salieron del hospital, se subieron el en coche y se fueron de vuelta a casa. Lucinda no había dejado de llorar en todo el trayecto hasta que no pudo más y se quedó dormida. Cuando llegaron, Jackson la cogió en brazos y la llevó hasta su cuarto bajo la atenta mirada de Paola y William que era los únicos que estaban en la casa en ese momento.
Mientras Jackson llevaba a Lucinda a su cuarto, Rebecca entró en el salón.
—¿Y bien? ¿Qué han dicho del bebé?— preguntó Paola.
—Todo salió bien, le operaron y está perfectamente pero apareció el padre y se lo va a llevar lejos… Lucinda estaba destrozada, no ha dejado de llorar en todo el camino hasta que no pudo más y se quedó dormida.
—¿Eso quiere decir que no volveremos a ver a Javier más?— preguntó William.
—Me temo que sí.
—Vaya, es una pena, llegué a cogerle cariño— dijo el joven.
—Todos le cogimos cariño— dijo Rebecca.
—Pero bueno, ahora hay que dejar eso atrás— dijo Paola— tenemos unas misiones que cumplir… a mí también me da pena pero no podemos hacer nada.
—Paola tiene razón— dijo Rebecca— debemos seguir adelante pero lo que debemos hacer ahora es irnos todos a dormir que ya es tarde.
—Sí…— dijo Paola bostezando— yo me estoy cayendo de sueño.
—Anda, que te llevo a tu casa— dijo Rebecca— dejad que Lucinda descanse, díselo a Jackson ¿entendido?
—Vale, se lo diré.
Dicho eso, Paola y Rebecca se fueron de la casa. William apagó todas las luces y subió, miró a través de la puerta entreabierta de la habitación de su prima y vio a Jackson sentado frente a la cama.
William entró y le puso una mano en el hombro.
—No me gusta verla así, tan vulnerable, no puede permitirse una debilidad semejante.
—Tío Jackson, todos tenemos una debilidad y Lucinda ya ha soportado mucho, es normal que necesita desahogarse.
—Ya lo sé pero no me gusta ver a mi hija llorar.
—Sí pero no puedes evitarlo, lo mejor será que ahora descanses. Mañana será otro día y probablemente Lucinda empiece a superar lo del niño.
—Eso espero— dijo Jackson levantándose.
Se acercó a la ventana y la abrió, tal y como le gustaba a su hija y luego salió de allí.

Alcander había oído toda la conversación de Rebecca, Paola y William en el salón y necesitaba consolar a Lucinda. Cuando las ventanas de la habitación de ella se abrieron, no dudó en trepar hasta allí y entrar. Saltó con agilidad dentro de la habitación y observó en la oscuridad.
Lucinda estaba tendida en la cama, tapada. Sus ojos estaban enrojecidos de llorar. Sin poderlo evitar, se acercó a la cama, se acostó a su lado y la acurrucó entre sus brazos.
Ella abrió levemente los ojos y susurró:
—Alcander…
—Shh… duérmete…— le dijo él dándole un beso en la cabeza.
—Umm… no me dejes…— dijo ella antes de quedarse profundamente dormida de nuevo.
—Ojalá pudiera prometerte que no te voy a dejar pero no puedo— murmuró Alcander.
Lucinda se acurrucó entre sus brazos y así durmió toda la noche mientras él la observaba. Ya al amanecer, el joven se tuvo que ir, lentamente para no despertarla, la depositó sobre la almohada y se levantó. Se acercó a la ventana, la miró por última y luego salió de allí.
Después de haberse marchado, Lucinda abrió los ojos llamándolo.
—¡Alcander!— la joven se incorporó y miró a su alrededor pero no había nadie— sólo ha sido un sueño, Lucinda— se dijo a sí misma.
Se levantó y al ver la cuna al lado de la cama, se le encogió el corazón de pena. Sin mirar más, salió de la habitación y se metió en el baño para darse una ducha. Después, se puso un albornoz y bajó a preparar el desayuno.
Cuando ya estaba casi todo listo, bajaron Jackson y William a desayunar. Ambos la miraron y vieron tristeza en su mirada. Su primo, dispuesto a animarla, entró y olisqueó.
—Umm, tortitas… me encanta…
—Están ahí en la mesa, también puse el sirope de chocolate— dijo la joven bebiéndose una taza de cacao caliente.
—Gracias…
—¿Qué tal has dormido, hija?— preguntó Jackson.
Lucinda se encogió de hombros.
—Normal, supongo…
Durante un rato, ninguno dijo nada hasta que William dijo:
—Bueno, ahora que Javier no está, puedo quitar la cuna de tu habitación ¿no?
La joven volvió a encogerse de hombros.
—Me da igual…
—Dios, Lucinda, no te comportes así, pareces una zombi— le dijo su primo.
—Hija, puedes contarnos lo que te pasa.
—Estoy bien, papá. No necesito hablar de nada.
Después de eso, salió de la cocina y se metió en su cuarto, se vistió y volvió a bajar para ponerse a limpiar. Jackson y William se fueron a sus trabajos dejando a la chica sola.

Rebecca estaba en su casa cuando la llamaron al móvil.
—¿Sí?
—¿Rebecca? Soy David, ¿me recuerdas?
—Oh, sí que te recuerdo, el médico que atendió a Lucinda.
—Y con el que tienes una cita pendiente…
—Sí, la de ir a tomar un café.
—Exacto, te llamaba para ver si tenías algo que hacer ahora.
—¿Ahora? Pues no, no tengo nada que hacer.
—¿Entonces te apetecería tomar ese café conmigo?
—Sí, ¿por qué no?
—Pues te espero entonces ¿o quieres que te vaya a recoger?
—No te preocupes, tú dime donde quedamos y yo estaré allí en un rato porque me pillas recién levantada.
—De acuerdo, te veo en el Café Bulevar… ¿sabes cuál es?
—Sí, allí estaré en un rato…
—Vale, nos vemos.
—Hasta ahora…
Ambos colgaron y Rebecca corrió a ducharse. Después, se maquilló y buscó entre su ropa algo qué ponerse.
Algo que no quedara ni muy recatado, ni muy exuberante, así que cogió unos vaqueros de pitillo, con una blusa que dejaba sus hombros al descubierto de color aguamarina y unas botas negras.
Se dejó el pelo suelto y se retocó los labios.
Antes de salir de la casa, volvió a mirarse en el espejo que tenía junto a la puerta. Cogió una chaqueta negra y su bolso y salió de la casa. Cerró con llave y luego se subió en su coche.
Lo puso en marcha y se fue al lugar donde había quedado con David.

 

Se hallaba sentado en el banco de un parque cuando vio aparecer a un grupo de jóvenes. Estos al verlo se acercaron a saludarlo ya que hacía días que no sabían nada de él.
—¡Eh Lucius!— dijo uno de ellos, un joven alto, de pelo oscuro y ojos verdes; dándole unos golpecitos en el hombro— al fin se te ve…
—Es verdad— dijo otro de la misma altura que el otro con el pelo un poco más largo de color rubio y ojos marrones claros— ¿dónde andabas metido?
—Por ahí— contestó Lucius.
—Tío, ¿no crees que ya es hora de que olvides lo de Gregson? Ya pasó hace mucho y no puedes vivir del pasado.
—Gregson era mi mejor amigo— contestó Lucius.
—Lo sé pero ahora debes luchar por vengar su muerte… además da la casualidad de que te estábamos buscando.
—¿A mí? ¿Para qué?
—Porque nos han avisado de que hay cargamento nuevo y además hay una reunión muy importante.
—¿Dónde?
—A las afueras de la ciudad, en un motel para no levantar sospechas.
—Ya veo…
—Por cierto, ¿te has enterado de lo de ese cazador que va por su cuenta? Lo llaman el Cazador Oscuro… dicen que es letal.
Lucius lo miró. Bien sabía él de quién hablaban porque era el mismo ese cazador. La rabia, la impotencia y los deseos de venganza lo convirtieron en el Cazador Oscuro y ahora no pararía hasta dar con Seth y matarlo.
—¿Y cuando nos reunimos?— preguntó Lucius volviendo al tema principal.
—Pues este fin de semana por la noche, el sábado para ser exactos.
—De acuerdo, pues allí estaré— dijo levantándose— ahora, si no os importa, tengo cosas que hacer.
—Joder, tío, ya no eres el mismo de antes… por lo menos antes salías con nosotros de marcha ahora ni eso…
—Ya te he dicho que tengo cosas que hacer, Tom, no estoy para juergas…
—Vale, tampoco te pongas así, chaval…
Lucius sin decir nada más, se fue de allí. Ese fin de semana tendría una reunión de su grupo de cazadores. Un grupo que no era para nada unitario sino que últimamente todos iban por su cuenta desde la muerte de Gregson.
El padre de este, jefe de los Cazadores de la Cruz Negra, había quedado destrozado al saber de la muerte de su hijo y ya casi era como si no fuese nadie en el grupo, no tomaba decisiones y les dejaba hacer lo que les daba la gana.
Por eso, Lucius estaba haciendo lo que creía que era correcto e iba por su cuenta matando vampiros a diestro y siniestro. El día que en mate a Seth habrá acabado su venganza y podría dejar el mundo de los cazadores para así poder vivir en paz consigo mismo por no haber podido evitar tantas muertes que le eran dolorosas recordar.

Aldana observaba a Alcander a través de la puerta entreabierta. Llevaba varios días con el ánimo decaído, apenas dibujaba y se pasaba el tiempo mirando el fuego que ardía en la chimenea sin moverse.
A ella no le gustaba verlo así y sabía que era por culpa de la Señora porque le había dicho a él que no debía acercarse más a Lucinda. Supo que lo hizo una noche pero la Señora lo pilló al amanecer y le había prohibido terminantemente volver a ver a la joven.
Tenía que hacer algo pero ¿el qué? De repente se le formó una idea en la cabeza y sonrió. Si Mahoma no va a la montaña, la montaña vendrá a Mahoma. Más claro imposible. Iría a hablar con Lucinda y ella vendrá a verle.
Sin pensárselo dos veces, salió de la casa y se metió en su coche. En un momento se puso en marcha y fue a la casa de Lucinda. Era media tarde, por lo tanto tendría que esperar hasta la noche para poder hablar con ella. Alcander le había contado que Lucinda siempre deja la ventana abierta y que cuando él iba a verla trepaba por la pared y entraba así que ella haría lo mismo.
Ya por la noche, cuando vio que habían apagado todas las luces del piso inferior, supo que era el momento propicio para subir y ver a Lucinda. Vio como la ventana se abría y entonces, comenzó a trepar pared arriba. Al llegar, miró por si acaso hubiese alguien más que no fuese la joven y al no ver a nadie más que a Lucinda, entró.
Lucinda al oír un ruido en la ventana se giró rápidamente pero al ver que no era Alcander sino Aldana, se entristeció.
—Vaya, veo que no te alegras de verme— dijo Aldana.
—Hola Aldana, no es que no me alegre es que pensé que era…
—Ya, pensaste que yo era Alcander… lo imaginé.
Lucinda miró a otro lado, entristecida.
—¿Por qué no viene a verme? ¿Es que está enfadado conmigo por lo del beso?
—¿Beso?— preguntó Aldana con el ceño fruncido— con razón…
—Con razón ¿qué? ¿Qué pasa?
—Lucinda, ¿qué sentiste tú con ese beso?
—No sabría explicarlo… sé que me gusta y mucho, no sé cómo surgió pero me gusta…
—Te hechiza su belleza vampírica, eso es lo que pasa, por eso surgió lo que sientes.
—¿Estás queriendo decir que en realidad no me gusta Alcander sino su belleza vampírica es lo que hace que me atraiga?
—Exacto y si Alcander llegara a morderte, tú podrías morir y él acabaría siendo un vampiro sin alma, como Seth y los suyos…
—¿Cómo sabes tú todo eso?
—Porque a mí me pasó algo parecido con Seth… me atrajo su belleza vampírica y mírame… una media vampiresa…
—Pero… ¿tú también sentiste como si todo se parara a tu alrededor y que sólo existiese él?
—Sí, algo así.
—¿Y también sentías un extraño hormigueo al tenerlo cerca de ti? ¿O incluso notar como si tu corazón dejara de latir y volviera a la vida en menos de un segundo? ¿Notabas que tu cuerpo flotaba o que incluso, tus piernas parecieran mantequilla derritiéndose?
Aldana la miró. Ella no sintió eso por Seth cuando la convirtió. Si es cierto que parecía que sólo existiese él pero nunca sintió un hormigueo en el estómago o su corazón actuase como explicaba Lucinda. Ni siquiera sintió que se derretía por conseguir el amor de Seth.
Al ver que Aldana no contestaba, Lucinda se dio la vuelta y se dirigió a su ropero para coger el pijama.
—Esas cosas yo no las sentí… en realidad no sé si me pasó algo así en mi vida, realmente…
—No hace falta que me consueles, si en realidad esto que siento es por su belleza vampírica, pues entonces es mejor poner distancias como ha hecho él…
—Lucinda… él no quiere separarse de ti, nuestra superiora le obliga a permanecer alejado de ti porque sabe el peligro que corres si él te muerde.
—No lo ha hecho de aquí a atrás ¿y lo va a hacer ahora?
—Podría suceder… muchas veces actuamos por instinto y si la sangre nos atrae a ella vamos sin pensar en las consecuencias hasta haber recobrado la razón y ver el desastre que hacemos. Muchos de los nuestros se han visto en esa situación y han acabado siendo aliados de Seth, ya que se han convertido totalmente en vampiros. La Señora sabe que Alcander es un buen cazador y confía mucho en él, por eso le obliga a separarse de ti o eso creo.
—Pues no sé para qué me explicas todo esto, la Señora esa ha dicho que debe alejarse de mí pues vale, no me queda más remedio que aceptarlo y empezar a superarlo.
—Yo te explico esto porque quiero que veas en qué situación se encuentra mi mejor amigo. Se siente muy frustrado con todo esto, se niega a separarse de ti porque eres la única mortal que has querido ser su amiga después de saber lo que es realmente. Le aconsejé que se alejara de ti por el bien de todos, no solo del nuestro sino también del tuyo porque yo también te tengo afecto.
>>Una noche vino a tu casa y pasó toda la noche contigo, no sé si estarías durmiendo o qué pero la Señora lo descubrió y le prohibió acercarse aquí. Desde ese día no dibuja, ni se mueve de donde está. Sentado frente a la chimenea mirando el fuego. No me gusta verlo así y lo está por el castigo que está sufriendo por no verte.
»Sinceramente, no sé qué siente hacia ti pero ahora que te miro veo el amor en tus ojos y no puedo permitir una injusticia como esta. Vendrás conmigo a la casa, ya luego si ves necesario alejarte de él pues bien, te apoyaré en lo que sea pero al menos ven conmigo y habla con él.
—Si voy, esa mujer podría castigarte a ti…
—Lo prefiero antes que ver a mi mejor amigo en ese estado. Quiero verlo dibujar como antes, coger su bloc y su carboncillo y hacer uno de esos dibujos que le salen a él tan maravillosos.
—Yo quiero acompañarte pero ¿y si él no quiere verme?
—Estoy segura de que se alegrará de verte…
—Dices que estuvo aquí una noche… ¿sería la noche en que creí soñar con él?
—Lo más probable… me contó algo sobre un niño que encontraste y que luego apareció el padre… que tuviste que separarte del niño y que esa noche necesitabas apoyo.
Lucinda se acercó a su escritorio donde estaba el dibujo que había hecho Alcander de ella y el bebé. Cada vez que veía ese dibujo le entraban unas ganas irremediables de llorar, no sólo por la imagen del bebé sino porque había sido un regalo de Alcander y sabía que la del dibujo era ella, no la que fue un día prometida de él.
Miró a Aldana con lágrimas en los ojos y le mostró el dibujo.
—Me lo hizo él. El día en que comencé a recuperar la memoria me lo regaló y yo le besé sin pensar en nada… Desde ese día no lo volví a ver hasta aquella noche en la que creía estar soñando y no recuerdo nada de esa noche, sólo sé que lo tuve a mi lado y volví a dormirme…
—Te doy la oportunidad de verlo, sólo tienes que acompañarme…
Lucinda dudó unos instantes, luego asintió.
—De acuerdo, iré, sólo espero que él no se niegue a verme.
—Estoy segura de que no…— dijo Aldana, sonriendo.
—Mejor me cambio de ropa ¿no?— dijo Lucinda mirándose el chándal viejo de estar por casa.
—Sí, será lo mejor.
Rápidamente, Lucinda se cambió de ropa y se puso un vaquero y una blusa de manga larga con un poco de escote. Luego se puso unas playeras y se levantó.
—Ya estoy.
—¿Vas a ir así? ¿Con esos pelos y esa cara?
Lucinda se llevó una mano a la coleta que tenía hecha.
—¿Y por qué no? Así voy siempre.
—Arréglate un poco, mujer. No sé, déjate el pelo suelto y te pongo algo de sombra en los ojos, eso siempre llama la atención de los chicos, que una chica siempre vaya arreglada.
—Ya pero…
—Ni pero ni pera… anda, dame todo el maquillaje que tengas y luego te sientas para ponerte algo más presentable.
Lucinda la obedeció. Sacó de un cajón algunas cajitas de sombra de ojos y se las dio a Aldana, luego se sentó y se dejó hacer.
La joven trabajaba rápido. Una de las ventajas de los vampiros era la velocidad y Aldana la utilizaba en ese momento y a pesar de la rapidez, sabía que la había dejado perfecta.
Al terminar, sonrió satisfecha por su trabajo y le alcanzó un espejo a Lucinda para que se mirase. Esta se miró y se sorprendió del cambio que daba su cara con un poco de maquillaje.
—No parezco yo…— murmuró sin dejar de mirarse.
—Claro que no, eres una nueva Lucinda, mucho más guapa.
Lucinda sonrió levemente pero al instante, bajó la mirada.
—Quizás no debería ir…
—No puedes arrepentirte en el último momento.
—Es que no me siento segura… tengo miedo de su reacción.
—Si intenta decir algo fuera de lugar yo estaré contigo y te defenderé.
—Pero aún así… no sé, Aldana.
Aldana se agachó delante de la chica y la miró a los ojos.
—Dime una cosa… ¿realmente quieres ver a Alcander? Porque a lo mejor he perdido el tiempo aquí intentado convencerte y en maquillarte.
—Claro que quiero pero el problema es si él me recibirá. Si esa mujer le ha dicho que no debe verme más pues entonces debería cumplirlo…
—Mira, Lucinda, una cosa es lo que diga la Señora y otra muy distinta es lo que deseamos. Sé que él desea verte porque si no, no estaría como está en este mismo instante. A ti lo que te pasa es que tienes miedo a que te rechace y es normal porque sabes que él debe cumplir las reglas pero confía en mí, lo que más desea en este momento es verte y hablar aunque solo sean unos minutos.
—¿Crees que haré bien en aparecer por allí?
—Completamente, nunca he estado tan segura de algo…
—Es que no sé qué hacer, de verdad.
—Te vienes conmigo, no va a pasar nada, de verdad.
—De acuerdo, iré— dijo al joven levantándose.
Aldana también se levantó y las dos se dirigieron a la ventana para bajar por ella. Tardaron un buen rato en bajar porque Lucinda había perdido la práctica pero una vez abajo, se sacudieron el polvo y finalmente se fueron al coche de Aldana.
Esta lo puso en marcha y pusieron rumbo a la casa donde se hallaba Alcander.
Al llegar, Lucinda la siguió por el pasillo hasta la entrada del salón. Allí, Aldana la detuvo y le susurró:
—Espera aquí, yo te aviso ¿vale?
Lucinda asintió y esperó mientras Aldana entraba en el salón.

 

Alcander miraba el fuego que crepitaba en la chimenea cuando su amiga Aldana entró.
—Oh Alcander, ¿todavía estás ahí? ¿Cuánto tiempo llevas ahí sin moverte?
El joven se encogió de hombros.
—No lo sé…
—¿Cómo que no lo sabes? ¿Es que estás perdiendo la memoria, abuelete?
—Aldana, no estoy de humor para aguantar bromas.
—Entonces si no estar de humor para eso, no sé si estarás de humor para recibir visita— dijo Aldana sin dejar de mirar al chico e hizo una señal hacia la puerta.
Lucinda al ver lo que hacía Aldana, entró sin hacer el más mínimo ruido y se colocó detrás de la joven, algo temerosa por la reacción de Alcander.
—¿Y de quién voy a recibir yo visita?— preguntó Alcander irónico.
—No lo sé, míralo por ti mismo…
Alcander se giró para mirar a su amiga y esta se hizo a un lado dejando ver a Lucinda. Él se levantó en un abrir y cerrar de ojos.
—¡Lucinda!— exclamó sorprendido.
Ella no se atrevía a mirarle.
—Hola… Alcander…
—Pero ¿qué haces aquí?
—Aldana me contó que te tienen prohibido verme.
El joven miró a su amiga.
—Es la verdad ¿no?— dijo Aldana encogiéndose de hombros.
Aldana sin hacer el menor ruido salió del salón para dejarlos solos.
—Lucinda, no debes estar aquí…— dijo Alcander sin dejar de mirarla.
—Lo sé pero es que…
Alcander le puso las manos en los brazos y ella se obligó a mirarlo. Era tan bello que parecía un dios griego.
—Lucinda… sé que quieres verme pero no podemos volver a vernos, debes marcharte.
La joven lo miró por un momento y apartó la mirada, entristecida.
—Entiendo… de acuerdo, me iré, sólo quería pedirte disculpas por lo del beso porque imagino que esa mujer te castiga con no verme por eso justamente y porque mi sangre te atrae pero bueno… me voy…
Lucinda se soltó de las manos de Alcander y se giró para marcharse cuando entró Aldana gritando:
—¡Rápido, tenemos que marcharnos de aquí!
—¿Por qué?— preguntó Alcander.
—¡Vampiros! ¡Y muchos!
Alcander cogió a Lucinda del brazo y la arrastró consigo siguiendo a Aldana hasta el garaje pero en el camino se encontraron con algunos vampiros que tuvieron que esquivar.
—¡Tenemos que salir de aquí ya! ¡Sé de un lugar perfecto para escondernos, sígueme!
—Pero ¿cómo? Estamos rodeados de vampiros.
—¡Vayamos a nuestros coches!
Alcander junto con Lucinda y Aldana intentaron abrirse paso pero uno de los vampiros cogió a Lucinda con bastante fuerza.
—¡Ah!— gritó ella— ¡suéltame!
Alcander se giró y vio a la joven en serios apuros así que corrió hacia donde se encontraba y le dio un fuerte puñetazo al vampiro para apartarlo. Este cayó al suelo mientras Alcander cogía a Lucinda de la mano y la sacaba de allí.
Pronto estuvieron en el garaje. Allí cada uno se subió en su coche. Lucinda se subió en el de Alcander. Pusieron los coches en marcha e intentaron salir del garaje pero una manada de vampiros los intentaron detener. Uno de ellos, entonces, rompió el cristal del copiloto.
—¡Ah!— gritó Lucinda encogiéndose en el asiento.
Alcander dio marcha atrás rápidamente, a la vez que Aldana y se pusieron en marcha. Otro de los vampiros se aferró al techo del coche de Aldana. Cuando ya se alejaban de la casa, el vampiro rompió el cristal del copiloto y entró.
—Hola preciosa…
Aldana lo miró por un momento y buscó su estaca en el bolsillo de su chaqueta. Al no encontrarla hizo un movimiento brusco con el volante y a punto estuvo de salirse de la carretera. Tenía que sacar al vampiro como fuese y lo único que podía hacer, con todo el dolor del mundo, era estamparse y correr hacia el coche de Alcander.
Sin pensárselo dos veces dio un volantazo y estampó el coche contra un árbol. Salió antes de que el coche comenzara a arder y echó a correr cogiendo su móvil y llamando a Alcander.
—¡Alcander!
—Soy Lucinda— dijo la joven— ¿qué ha pasado?
—Me vi obligada a estampar mi coche, un vampiro entró y no podía sacarlo de otra forma, esperadme para ir con vosotros.
—De acuerdo… Alcander para el coche para que Aldana se suba.
El joven paró y cuando Aldana llegó, se subió y le indicó a dónde debía ir. En un momento se pusieron fuera de la ciudad hasta llegar a un motel. Se bajaron y reservaron dos habitaciones.
Luego subieron los tres y se metieron en una de las habitaciones. Ambas estaban conectadas por un baño, así podrían pasar de una habitación a otra sin problemas. Una vez dentro de una de las habitaciones, Lucinda comenzó a idear planes para protegerse pero Alcander la detuvo.
—Lucinda, tú debes volver a tu casa.
—No, no puedo dejaros aquí solos, debéis protegeros y yo puedo ayudaros.
El joven posó las manos en los hombros de ella.
—Basta, Lucinda, tú volverás a tu casa.
—¡No! No me voy a mover de aquí, necesitáis ayuda.
—¡Maldita sea, Lucinda! ¿Es que no entiendes que a mi lado corres peligro?
—Y lejos de ti también.
—Oh no, si vais a discutir, me largo fuera a ver si estamos a salvo— dijo Aldana.
Sin decir más, la joven salió dejando a la pareja discutiendo. Bajó las escaleras, se dirigió a los aparcamientos y se apoyó contra el coche de Alcander. Entonces vio salir a un grupo de chicos del motel con algunas cajas en las manos e iban discutiendo.
—Yo digo que deberíamos atacar ya— dijo uno de ellos.
—Debemos esperar un poco más, es posible que Seth no esté escondido en el Hormiguero— dijo otro.
—Si no vamos, no lo sabremos.
—Basta, debemos averiguar antes si está allí o no.
Ambos comenzaron a discutir y alguien los separó bruscamente, enfadado.
—Estoy harto de vosotros que si sí que si no, lo mejor sería ir cada uno por nuestra cuenta y ya.
Aldana miró fijamente y vio que era el chico al que había salvado dos veces pero no parecía el mismo. Ahora se veía distinto como si la oscuridad se hubiese cernido sobre él. Al verlo alejarse del grupo de chicos y pasar a su lado lo miró.
Este, al verla, soltó un bufido.
—¿Es que me estás siguiendo?— preguntó él, sombrío.
—¿Yo? ¿No será al revés?— preguntó ella, irónica.
—Ya claro, como si tuviera algo mejor que hacer— dijo girándose para marcharse pero ella lo detuvo.
—Espera… he oído lo que decían tus amigos…
El joven se giró bruscamente, bastante enfadado.
—Ellos no son mis amigos— siseó entre dientes.
—Vale, vale pero quería saber si era cierto lo del escondite de Seth.
—¿Y para qué quieres saberlo?
—Mi hermandad quiere cazarlo.
—Ya claro— dijo el chico con ironía— no me fío de ti.
Sin decir nada más, sacó su estaca y apuntó al corazón de esta. Ella abrió los ojos, sorprendida y lo miró.
—No pretenderás matarme ¿verdad?
—¿Y por qué no? Eres una vampiresa…
—Te salvé el pellejo dos veces y aparte de eso, soy una vampiresa con alma.
—No te creo…
—Pues tendrás que creerme, te estoy diciendo la verdad.
—Ya pero es que al Cazador Oscuro no le gusta dejar vampiros sueltos.
—¿Tú eres… eres…?— preguntó sorprendida— pero, no, no puede ser, te salvé de morir dos veces. ¿Es que acaso la venganza por lo de tu amigo te ciega?
—No vuelvas a nombrarlo— siseó.
—Es la verdad, estás cegado por la venganza pero todos no somos enemigos. Quizás deberías aprender eso antes de seguir matando a más vampiros, puede que estés matando a vampiros con alma que no deben la culpa de lo que Seth haga o deje de hacer.
Dicho esto, la joven se giró y se marchó, cosa que enfadó al joven que se dio la vuelta y se marchó de allí.
Al volver a la habitación, Aldana vio a Alcander y a Lucinda aún discutiendo.
—¡Ahora mismo me vas a seguir hasta el coche que te voy a llevar a tu casa!— espetó Alcander.
—¡No me pienso mover de aquí! ¿Es que no lo entiendes?
—¡La que no lo entiendes eres tú!
—Por Dios, ¿aún no habéis dejado de discutir? Yo que pensé encontraros ya en la cama…— dijo Aldana mientras se dirigía al baño para ir a su cuarto— eso sí, a mí ahora no me molesten…— al ver que los dos seguían discutiendo negó con la cabeza— hablo para las paredes…
Dicho esto, cerró la puerta y se tiró en la cama quedándose boca arriba y mirando el techo de la habitación.
—Alcander, no me pienso mover de aquí, necesitáis ayuda…
—¿Es que estás sorda? No insistas, volverás a tu casa— dijo Alcander zarandeándola— ¿me oíste?
—Me haces daño, Alcander, suéltame— dijo ella apartándose— hablaré con Aldana, seguro que ella me entenderá.
Corrió hacia el baño e intentó abrir la puerta de la habitación de Aldana pero esta estaba cerrada con pestillo. La joven comenzó a golpear para que la otra la escuchara.
—Aldana, abre la puerta por favor… seguro que tú me entiendes y querrás que os ayude.
—Lo siento mucho pero esa puerta se quedará cerrada hasta nueva orden— dijo Aldana desde la cama.
—Por favor, Aldana, no puedes dejar que Alcander me lleve a mi casa cuando necesitáis ayuda.
—Ahora es tarde para llevarte a tu casa, los vampiros pueden estar a la entrada de la ciudad, quizás mañana sí vuelvas pero mientras os tendréis que quedar los dos en esa habitación…
—Aldana, no me hagas esto, ya has oído todo lo que ha dicho… me prometiste que si después de hablar con él me quería ir me apoyarías.
—Lo sé pero esta es una mejor manera de solucionarlo.
—No, Aldana, él no quiere verme… me quiero ir ya. Sólo soy una molestia para él y me lo acaba de demostrar diciéndome todo lo que me ha dicho. Llévame a mi casa.
—Lo siento, Lucinda, pero no te voy a llevar a ninguna parte, él deseaba verte y ahí te tiene, lo que está haciendo es desperdiciar la oportunidad que le he brindado al llevarte junto a él. El problema, por lo tanto, es de él, no de ti…
—Vale, si no me quieres llevar a mi casa, al menos, déjame entrar a tu habitación.
—No, Lucinda… te quedarás con él, es la mejor solución…
—Solución ¿para qué? No me jodas, Aldana, no quiere verme, me ha echado de aquí, no con esas palabras pero lo ha dado a entender con otras.
—Él dice muchas cosas que no piensa, quédate en la misma habitación que él y acabará pidiéndote perdón por su comportamiento, siempre es igual…
—No, Aldana, se lo veía muy decidido…
—Pues a joderse con lo que toca, te quedas en su habitación, la mía no es tan grande como la de él… tenía que habérmela pedido antes la de allá, que mala pata…
Lucinda, al ver que no conseguía nada, se acercó a la puerta por la que acababa de entrar.
Si él no quería verla, a ella no debería importarle. Al diablo su belleza vampírica o su persona. Le daba igual y debería aparentar indiferencia hacia él. Eso es lo que hará. Levantó la barbilla, con orgullo y salió del cuarto de baño.
—Me acaba de comunicar Aldana que esta noche no podrás llevarme de regreso a mi casa y que debo permanecer toda la noche en esta habitación.
El joven miraba por la ventana y dijo indiferente:
—Pues ahí tienes la cama, que pases una buena noche— dijo él señalando la amplia cama que había allí.
Ella la miró y se acercó lentamente. La indiferencia de él le dolió en lo más hondo de su corazón y sentía unas irremediables ganas de llorar, no le daría el gusto pero una silenciosa lágrima escapó de sus ojos, ella se la limpió y con voz ahogada dijo:
—Buenas noches, Alcander…
Dicho esto, la joven se acostó y se tapó.
Después de un rato, sin poder soportarlo más, comenzó a llorar.

 

Alcander estaba enfadado consigo mismo, en vez de alegrarse de estar junto a Lucinda, lo que hace es alejarla de su lado. Se maldecía una y mil veces por ser tan brusco pero debía serlo si quería que ella estuviera segura, sin ningún peligro acechándole a cada paso que diera.
—Buenas noches, Alcander…— le oyó decir cuando ya estaba al lado de la cama y la sintió acostarse.
Después de un rato de intenso silencio, sintió unos sollozos. Miró hacia la cama donde yacía Lucinda y se dio cuenta de que era ella. Sin pensárselo dos veces se acercó.
—Lucinda…— dijo el joven frente a ella.
La joven intentó ocultar su rostro y dijo:
—Déjame, Alcander…
—Estás llorando…
—¿Y qué si estoy llorando? Total, puedo consolarme a mí misma… porque estoy sola. No existo para nadie… mi padre, porque se pasa el día ideando cosas para atrapar a Seth; Rebecca, porque ahora se ha echado un novio; William, porque siempre anda a su bola; Paola, porque últimamente está tan rara que ni siquiera es capaz de compartir sus problemas conmigo. Tenía a Javier pero apareció su padre y se lo llevó y también te tenía a ti y una mujer que es tu jefa te manda a que te alejes de mí… no existo para nadie ¡nadie!
El joven la miró sin saber muy bien qué hacer mientras ella se ocultaba bajo el edredón que la cubría.
—Lucinda… no estás sola...
—Sí lo estoy…
—No, no lo estás, me tienes a mí…
—No mientas para hacerme sentir bien, sé que lo estás diciendo por pena y porque estoy llorando pero no debo darte pena… tú quieres que me aleje de tu lado y es lo que voy a hacer…
—Yo no te lo pediría si no fuese necesario, lo hago por ti y por mí.
—Pero es que no quiero alejarme de ti…— dijo la joven sentándose.
—Lo siento, Lucinda…— dijo Alcander sentándose a su lado y abrazándola con fuerza— olvida todo eso e intenta dormir…
—No te alejes de mí, te lo ruego…
—Ya veremos, Lucinda, ya veremos, ahora duerme.
La joven se acurrucó entre sus brazos y se quedó dormida un rato después. Alcander la observó mientras dormía. ¿Cómo podía alguien como ella ser tan parecida a Ireana? Debía ser descendiente directa de la familia de Ireana porque no encontraba otra explicación a tal parecido.
Lo que comenzaba a sentir no sólo era atracción por su sangre sino algo que va más allá. Algo como deseo o incluso…
Cariño y afecto. ¿O quizás era algo más? No.
Además, él no era recomendable para ella, estando con él, Lucinda podría morir y él no podría evitarlo. La Señora tiene razón, lo mejor será que separen sus caminos pero ella había estado llorando porque se sentía sola.
Una auténtica contradicción de sentimientos. Pero el tiempo diría lo que es conveniente o no, no iba a forzar la situación. El tiempo hablaría.

Paola estaba en el salón, se había quedado dormida viendo la televisión y estaba teniendo una pesadilla.
Aquel hombre la arrastraba hasta la habitación mientras ella intentaba soltarse pero todo esfuerzo era inútil. Al llegar allí, la tiró sobre la cama pero luego ella se levantó e intentó escapar.
Cuando ya estaba cerca de la puerta, el hombre la sujetó de un brazo y la arrastró a la cama donde la tiró y se puso encima. Se quitó la corbata y con ella le sujetó las manos al cabezal de la cama mientras ella suplicaba que la dejara. Él le dio una fuerte bofetada para que se callara lo que incrementó los intentos de ella por escapar.
Le había quitado la parte de abajo del uniforme y se disponía a violarla. Gritó al notar un intenso dolor en el bajo vientre y sentía la sangre salir de ahí. Después de él descargarse, el hombre al dejó allí unos instantes y la miró complacido diciéndole que había sido el mejor polvo que había echado. Ella apenas podía hablar y el hombre la soltó para que se vistiera.
Cuando lo hizo salió de allí.
En ese momento, Paola abrió los ojos. Su pasado volvía a atormentarla. Y ella que pensaba que ya lo había superado, aparecen Seth y sus secuaces para recordarle su pasado con amenazas. Si las cosas seguían así, tendría que contárselo a Jackson y a los demás antes de que Seth lo cuente.
Se sentó y se abrazó las rodillas. Ojala pudiese cambiar su pasado, cambiar aquel fatídico día. Esa noche apenas pudo conciliar el sueño por si volvía a tener ese sueño.

A la mañana siguiente, Jackson y William estaban desayunando y se extrañaron al no ver a Lucinda por ningún lado de la casa.
—¿Dónde se ha metido esta niña?
—No lo sé— dijo William encogiéndose de hombros.
—Siempre igual, desapareciendo cuando no debe… voy a llamarla al móvil a ver.
—¿Y crees que se haya llevado el móvil? Yo, sinceramente, no lo creo…
—Esta niña me va a sacar a mí del mundo, te lo juro.
Entonces, sintieron que la puerta se abrió. Ambos se miraron y se asomaron para ver quién era. Al mirar a la puerta vieron a Lucinda, entonces, Jackson salió con los brazos cruzados. Ella se giró y lo miró.
—Hola, papá…
—¿Se puede saber dónde has estado?
—Por ahí… no tenía sueño y salí a recorrer la ciudad en busca de vampiros que cazar pero ya ves… la suerte ha querido que no encontrara nada y vuelva aquí sana y salva— mintió la joven.
Su padre la miró fijamente y vio que su hija tenía los ojos hinchados.
—¿Has estado llorando?
—No— dijo ella tajante— ahora me gustaría volver a mi cuarto y descansar un poco.
—¿No piensas ir a trabajar?
—No tengo ganas…
—A este paso te echarán.
Lucinda se encogió de hombros y siguió subiendo. Jackson miró a su sobrino y este puso cara de no entender ni un pimiento la actitud de su prima. Los dos volvieron a la cocina y terminaron de desayunar, entonces William se fue a trabajar y Jackson se metió en su despacho a revisar algunos papeles cuando recibió otro nuevo correo electrónico.
Lo leyó detenidamente y vio que hablaban de Rebecca. Contaban que había matado a un inocente cuando intentaba matar a un vampiro y no se lo contó a nadie.
Cuando terminó de leer, cogió el teléfono y llamó a Rebecca para que viniera inmediatamente a la casa.
—Jackson, no puedo, tengo una cita en un rato.
—Pues cancela esa cita, es importante.
—¿Cómo voy a cancelar una cita con David?
—La cancelas y ya, esto es muy serio, acabo de recibir un correo de alguien cercano a Seth y te concierne.
—¿Cómo que me concierne?
—Tú ven y ya está.
—Está bien, estoy ahí en unos veinte minutos, voy a llamar a David para posponer la cita.
—Rápido.
Dicho esto, Jackson colgó y volvió a leer el correo. No podía creer que lo que estaba leyendo fuese cierto. A los veinte minutos tocaron en la puerta y él acudió a abrir, era ella.
La hizo pasar a su despacho y ambos se sentaron frente a frente. Tras un momento de silencio ella preguntó:
—¿Qué sucede, Jackson?
Él sin decir nada, giró la pantalla de su ordenador y la instó a que leyera el correo. La joven comenzó a leer y cuando vio de qué se trataba del correo, se tapó la boca con una mano para ahogar un grito.
—¿Qué significa esto, Rebecca? ¿Es cierto que mataste a un inocente y no dijiste nada?— ella desvió la mirada sin contestar— ¡contesta! ¿Es cierto o no?
—No me grites por favor…
—Pues contesta…
Tras unos segundos de duda no le quedó más remedio que asentir levemente. Él se llevó las manos a la cabeza mientras ella comenzaba a sollozar.
—Lo siento, Jackson…
—¿Por qué no dijiste nada?
—Por miedo. Pensé que si te lo decía, no confiarías en mí y me echarías. Si me echabas, me separarías de Lucinda y los demás— de ti, pensó ella tapándose la cara con las manos— oh Jackson, lo siento, de verdad, entenderé si me quieres echar ahora del grupo, debí contártelo en su momento. Espero que puedas perdonarme algún día.
—Confié en ti. Puse toda mi confianza en ti como médico y amiga, me has fallado.
—Lo sé y lo siento.
—Más lo siento yo, créeme.
—¿Eso quiere decir…?
—No lo sé, Rebecca, tendré que pensarlo.
—De acuerdo…— dijo Rebecca levantándose y saliendo de allí.
Jackson se quedó pensativo, sin saber qué hacer. Rebecca había curado a todos los cazadores y siempre había ayudado a cazar a los vampiros, no podía creer que matar a un inocente y no dijera nada o que nadie se diera cuenta.
Se atusó el pelo con una mano mientras volvía a leer el correo nuevamente. Aunque le doliese en el alma, no podía ser condescendiente con ella porque nunca lo había sido con ninguno de los otros cazadores y no podría hacer una excepción ahora.
Tendría que echarla de los Cazadores de la Rosa Negra por mucho que le doliera lo tendría que hacer. Con esos pensamientos en la cabeza, siguió trabajando en los papeles que tenía delante.

Rebecca llegó al lugar donde se había citado con David. Allí ya la esperaba él con dos cafés humeantes. Ella se sentó frente a él sin decir nada, él la miró y le preguntó:
—¿Pasó algo?
—¿Eh? No nada, un problema sin importancia.
David le acarició la mejilla con suavidad y sonrió.
—Puedes confiar en mí, anda cuéntame qué te pasa.
—Es un problema con un amigo que depositó mucha confianza en mí y yo le traicioné no contándole una cosa.
—Pero tendrías tus razones para no contárselo ¿no?
—Sí pero son razones un tanto egoístas por mi parte. Una tercera persona le contó algo que hice en el pasado y no pude negar la verdad. Me siento tan mal por eso que seguro que estoy siendo una mala cita…
—No te preocupes por nada.
—Quizás sería mejor que dejáramos la cita para otro día.
—¿Estás segura? A mí no me importa escuchar tus problemas.
—Mejor no… ya te llamaré…
—De acuerdo.
—Adiós, David— dijo Rebecca levantándose y dándole un beso en la mejilla al hombre. Luego se subió en su coche y se fue a su casa.
Una vez dentro de su casa, no pudo soportarlo más y comenzó a llorar de nuevo. Había perdido la confianza de Jackson y todo por su culpa, si aquel día no hubiese matado a aquel pobre inocente, ahora seguiría con los Cazadores pero ella ya sabía que Jackson la echaría como ha hecho con otros que han traicionado su confianza.
No soportaría vivir sin ellos, sin Lucinda, sin William ni Paola. Sin él… Se iba a quedar sin Jackson. Podría haberlo conquistado y perdía su oportunidad por un error.
Rebecca, después de desahogarse, fue al baño a lavarse la cara y se cambió de ropa, poniéndose un camisón de asillas a la altura del muslo. Luego fue a la cocina a por un bote de helado de chocolate para ahogar sus penas, se dirigió al salón donde había puesto la televisión y se puso a ver una de esas novelas rosa que hacen llorar.
De repente, sintió un ruido en el piso superior que la hizo bajar el volumen de la televisión. Dejó el helado a un lado, se levantó y se acercó a las escaleras pero entonces otro ruido provino de la cocina y miró en aquella dirección.
Asustada, comenzó a retroceder hasta el salón para encerrarse allí. Entró de espaldas, sin dejar de mirar a la puerta de la cocina ni a las escaleras pero al entrar su espalda chocó contra algo duro. Se fue a girar pero la sujetaron poniéndole un pañuelo en la boca. Se movió frenéticamente hasta que el olor del pañuelo la dejó inconsciente.
Entonces, un vampiro salió de la cocina sonriendo.
—Hemos atrapado una buena presa…— dijo uno de ellos, con el pelo bastante largo recogido en una coleta de color negro y los ojos oscuros.
—Sí, una cazadora con la guardia baja… y muy hermosa…— dijo el otro, un hombre bastante alto, con el pelo medianamente largo de color rubio y ojos castaños.
—¿Se la llevamos a Seth o la tomamos para nosotros?
—Mejor se la llevamos a Seth ¿no crees?
—La verdad que sería un total desperdicio, podríamos aprovecharnos de ella sexualmente y luego se la damos a Seth para que haga con ella lo que quiera.
—Es una buena idea, vayamos a la casa abandonada que hay cerca del polígono industrial.
Los dos vampiros sonrieron y se llevaron a Rebecca de allí.