Kate no había vuelto a ver al capitán
Kenneth desde el baile del comandante y había resuelto firmemente
olvidarse de él. No tanto por las palabras de Andrew como por
propio convencimiento. Se daba cuenta de que se había dejado
fascinar por su descaro, por su indefinible aire arrogante, por esa
mirada que te hacía sentir desnuda… Sí, sin duda eso era. Kate
sentía el calor subir a su rostro solo con pensarlo, y por si eso
no fuese lo suficientemente malo, además el capitán parecía también
leer a través de ella. En resumen, y ya que no era muy conveniente
para su propósito seguir repasando los motivos que hacían que le
costase tanto dejar de pensar en él, estaba decidida a borrarle de
sus pensamientos.
Aun así, Kate no se engañaba, si
seguía frecuentándole todas sus buenas intenciones correrían serio
peligro. Por eso, cuando aquella mañana mientras hacía algunos
recados en el pueblo le vio aún lejos, pero caminando en su
dirección, se dio la vuelta con rapidez intentando pasar
desapercibida, y se dedicó a examinar la mercancía que un vendedor
callejero tenía expuesta.
Paso allí un buen rato preguntando
precios de cosas que no pensaba comprar y cuando creyó que él ya
habría pasado de largo se giró, para encontrársele apoyado en la
pared de la casa de enfrente contemplándola fijamente con su
inefable sonrisa que en esta ocasión y según interpretaba ella
significaba claramente: “Soy más listo que tú,
Kate”
Él la saludó y ella procuró no dejar
ver su enfado y tratar de mostrarse sorprendida. Sin éxito… como
pudo apreciar por su expresión risueña. Kate no se molestó ya en
disimular y le miró enojada mientras él se le
acercaba.
—¿Se divierte mucho espiándome,
capitán?
—Mucho. Ya sabe que siempre me
divierto con usted, Kate.
—No es muy considerado por su parte
divertirse a costa de los demás, pero imagino que no se puede
esperar nada mejor de usted.
—Le aseguro que preferiría que nos
divirtiésemos los dos. Sin embargo no me atrevo a suponer que esté
usted dispuesta a ello…
Kate olvidó sonrojarse para asesinar
con la mirada al capitán. Ese comentario no merecía que una dama lo
contestase.
—Por Dios, Miss Bentley. Muchos
hombres me han mirado en el campo de batalla con más simpatía de lo
que lo está usted haciendo ahora.
—Deje de importunarme y así evitará
mis miradas.
—Tiene usted unos ojos tan
particularmente bellos que no me importa cómo me mire mientras
continúe haciéndolo…
Kate apenas se atrevió a sostenerle la
mirada. Si a pesar de todo se sentía atraída por él cuando le decía
cosas horribles, ¿cómo iba a sentirse si comenzaba a decirle
galanterías?
—Si piensa que con falsos halagos va a
conseguir que olvide sus impertinencias se
equivoca.
Comenzó a andar pero él la
siguió.
—No son falsos y lo sabe de sobra. No
sea modesta, Kate. La modestia no sirve para
nada.
—A usted no le iría nada mal un poco
de ella. Le ruego que no me siga. Me
marcho.
—¿A su casa? ¿Andando? ¿Usted sola?
—se sorprendió él.
—La respuesta a todo es que sí —afirmó
Kate sin detenerse.
—No sé cómo he podido olvidar cuanto
le gusta errar por los caminos… —oyó a sus
espaldas.
Kate se paró al instante. Por más que
quería evitarlo nunca podía dejar de seguirle la
corriente.
—¡Sólo iba por el camino ese
desdichado día porque estaba lloviendo! —replicó enojada—. ¡Lo
evito siempre que puedo y si lo hubiese hecho ese día habría tenido
la fortuna de no tener que conocerle!
—¿Y entonces va a través de los
campos? —preguntó él aún más extrañado—. No creo que sea una buena
idea. Puede ser peligroso en estos tiempos. Se lo digo en serio.
Deje que la acompañe.
Kate había oído ese mismo razonamiento
de su padre, de su madre, de Mr. Denvers, de Jane y hasta de Ethel.
Pero ella nunca había tenido miedo y a decir verdad nunca había
tenido verdaderas razones para tenerlo. En cambio ir acompañada
hasta su casa por el capitán le parecía realmente
peligroso.
—¿Me va a proteger de los bandidos
como a Lady Carter? —dijo irónica.
—Por ejemplo…
—He ido centenares de veces sola y
jamás me he encontrado con nadie que me molestase. No tengo nada de
valor, así que no creo que le pueda interesar a ningún
ladrón.
—Imagino que eso sería antes de que
hubiese un regimiento de infantería acampado en los alrededores y
si le parece que yo soy descortés espere a ver a tres o cuatro
soldados borrachos. Seguro que ven en usted algo que les interese…
—señaló Kenneth con acidez.
Ella comprendió a que se estaba
refiriendo el capitán y trató de encontrar las palabras para
expresar lo insoportablemente insultada que se sentía, pero sin
embargo vio en su mirada un gesto de sincera preocupación que
desconocía en él y que hizo que guardase silencio. De cualquier
manera no pensaba ir con él.
—Le agradezco su preocupación. Tendré
cuidado y evitaré a todos los soldados que me sea
posible.
Continuó andado y él se quedó un poco
atrás, pero no tardó en volver a oírle.
—¿Me tiene miedo,
Kate?
Se detuvo. Era una trampa demasiado
evidente para caer en ella, pero aun así se volvió hacia
él.
—¿Lo que quiere decir es qué tengo que
dejar que me acompañe porque de lo contrario significaría que le
temo?
—Eso es exactamente —afirmó—. ¿Por qué
si no se iba a negar a que le acompañase?
—¿Por qué no soporto su compañía tal
vez?
Sin tener conciencia siquiera, Kate
había acompañado esta última frase con una sonrisa. Él se acercó
hasta ella y sonrió también conciliador.
—Vamos… Le prometo por mi honor de
capitán o mejor, porque me fulmine un rayo si le miento, que me
portaré bien. Incluso me esconderé para no comprometerla si alguien
se acerca.
Había puesto la mano sobre su pecho y
le había dicho estas absurdas palabras en un tono tal que ella no
pudo dejar de reírse un poco. También él sonreía. Kate dudaba. Era
difícil resistirse a esa sonrisa. Sabía que no debía aceptar. Por
muchas razones… pero por otro lado todos decían que el regimiento
se iría pronto. Después de su marcha ya no volvería a ver jamás al
capitán y la vida volvería a ser de nuevo gris y
aburrida.
Él se dio cuenta de que
vacilaba.
—Le juro que me marcharé en el mismo
momento en que me lo pida.
No fueron sus palabras. Fue un
sentimiento que Kate percibió en ese instante con total claridad
por encima de cualquier razonamiento. Sabía que deseaba tanto
aceptar como él parecía desear que lo
hiciese…
—Está bien —cedió—. Solo hasta el
puente de Devon.
—Hasta el
puente.
Salieron del pueblo y se encaminaron
hacia la vereda de un pequeño río por la que solía ir siempre Kate.
Era un paraje con mucho encanto, sobre todo ahora en plena
primavera pero muy poco frecuentado, ya que se tardaba más en
llegar al pueblo y además no podían pasar los carruajes. Kate lo
adoraba. Era el único lugar en el que se sentía ella misma, libre y
ajena a todas las presiones y formalidades, pero ahora se daba
cuenta de que siempre lo había recorrido sola, y se sentía extraña
e incluso incómoda compartiendo con el capitán un espacio que hasta
ahora le había pertenecido en exclusiva.
Él debió notar su cambio de humor y se
dirigió a ella con bastante más amabilidad de la que
acostumbraba.
—Es un paseo que parece sacado de un
cuento de hadas. No me extraña que le guste venir a
menudo.
—Le aseguro que no vivo en un cuento
de hadas, capitán.
La voz de Kate había sonado dura. El
capitán la miró con atención pero ella mantenía la vista fija en el
camino.
—Son pocos los que pueden hacerlo.
¿Entonces no viene usted aquí a buscar ranas a las que besar para
que se conviertan en príncipe?
A pesar de la sensación de enfado que
se había apoderado de ella, Kate sonrió.
—No pensaba que a los oficiales de la
armada también les contasen cuentos…
—Aunque no lo crea yo también fui un
niño y mi madre me contaba todos los cuentos de príncipes y
princesas que conocía.
—Me cuesta
creerlo.
—¿Qué me los contase o qué fuese un
niño?
—Que tuviese usted una
madre.
En realidad, Kate sólo había querido
hacer un comentario ingenioso pero la expresión sombría que
apareció en su rostro le hizo comprender que no había sido
afortunado.
—Siento si lo que he dicho le
ha…
—Olvídelo. Es solo que murió muy
joven. No es algo de lo que me guste hablar, pero ha sido culpa mía
por mencionarla.
Se produjo un largo silencio, Kate se
sintió obligada a seguir la conversación.
—Dicen que el regimiento se marchará
pronto.
—Puede ser en cualquier momento. Lo
mismo en una semana que en dos meses, en cualquier caso tendrá que
ser antes de que termine el verano. No querrán que crucemos el
canal en plena temporada de tormentas.
No parecía dispuesto a decir mucho
más. Kate no sabía si atribuirlo a su promesa de portarse bien o a
que era ahora él quien había cambiado su humor. Podía haber
continuado en silencio o esperar a que fuese él quien le rompiese,
pero en realidad Kate amaba el peligro, ¿por qué si no habría
aceptado que la acompañase? Y por eso no se lo pensó dos veces
antes de hablar.
—Volví a encontrarme la semana pasada
con Mr. Wentworth.
El espíritu perverso que habitaba en
ella se alegró al comprobar el efecto que esas palabras produjeron
en él. Sin embargo, Kenneth se rehizo rápidamente y la respondió
con fingida despreocupación.
—Y seguro que Andrew le habló de
mí.
—Apenas… No es muy
hablador.
—Y usted no me va a contar lo que le
dijo.
—No creo que sea adecuado
hacerlo.
—No hace falta. Además dijese lo que
dijese seguro que era cierto.
Ahora él la miraba desafiante, pero
también con una cierta ansiedad en sus
ojos.
—Si usted que le conoce bien lo
afirma, no seré yo quien lo niegue.
Los dos se contemplaban midiendo la
reacción del otro. Ella se sentía ahora más segura, pero él se
cerró en banda y le dirigió una áspera
mirada.
—Ya le recomendé el otro día a Mr.
Wentworth. Le deseo mucho éxito.
A Kate no le gustaron ni su mirada ni
sus palabras.
—Le aseguro que no necesito ni sus
recomendaciones ni sus deseos.
La conversación cesó definitivamente.
El capitán parecía ahora de manifiesto malhumor y Kate no veía el
momento de llegar al puente. Y sería por la prisa con la que andaba
o sería casualidad, lo cierto es que Kate tropezó con una raíz que
sobresalía del suelo y habría caído si él no la hubiese
sujetado.
A pesar de no haber llegado a caer,
cuando volvió a apoyar el pie sintió un terrible dolor que la hizo
gritar.
—¿Qué le pasa?
—El tobillo... Me he hecho
daño.
—Siéntese ahí —dijo él señalando el
tocón de un árbol cercano—, y déjeme echarle un
vistazo.
—No hace falta —respondió Kate
sentándose, pero negándose a que él la examinara —, se me pasará
enseguida.
Intentó apoyar el pie, pero incluso
sentada le dolía.
—Puede que sea sólo una torcedura o
puede que se haya roto —insistió Kenneth—. Si me deja que lo mire
lo sabremos.
—¿Desde cuándo es médico? —protestó
Kate.
—No soy médico, pero si caminase a
menudo treinta millas en un día habría aprendido a reconocer la
diferencia. Vamos, no sea testaruda.
Kate no podía creerlo. Jamás le había
ocurrido nada parecido. Sólo faltaba que se le hubiese roto el
tobillo.
—¿Puedo verlo? —volvió a
preguntar.
Ella apenas le hizo un gesto de
asentimiento. Estaba muy enfadada, pero entonces él se puso a su
altura apoyando una de sus rodillas en el suelo. Le tomó con
delicadeza el pie por un poco más arriba del tobillo. La descalzó
con suavidad y presionando apenas con la yema de sus dedos recorrió
la curva de su pie desde el empeine hasta el tobillo por encima de
la media. Kate se quedó sin respiración.
—¿La duele? —musitó en voz
baja.
—Ahora no —respondió en el mismo tono
y su propia voz le pareció extrañamente
grave.
—¿Es sólo al
apoyarlo?
Kate asintió con la cabeza sin
contestar.
—No parece que esté roto. Creo que es
sólo un esguince…
—¿Y podré
andar?
—No, no creo. No hoy por lo menos.
¿Está muy lejos todavía su casa?
—Un par de millas aún. Podría
intentarlo…
Él la sujetó por el hombro impidiendo
que se levantara.
—¿Qué parte de hoy no podrá andar no
ha entendido? ¿Quiere quedarse coja?
—No creo que sea para tanto sólo
por…
Apoyó el pie en el suelo y el dolor le
hizo callar.
—Tendré que llevarla en brazos.
¿Cuánto pesa? No mucho más de cien libras
supongo.
El capitán volvía a sonreír encantado
y ella se sentía desesperada. ¿Cómo iba a llegar así hasta su
casa?
—No puedo. ¿Qué van
a….?
—Intentaremos encontrar a alguien a
quien avisar. Saldremos más cerca del camino. La dejaré allí si
quiere. Será más fácil que alguien la vea y de aviso. ¿O prefiere
quedarse aquí sola?
A Kate le entraron ganas de llorar de
puro coraje. Por un momento estuvo tentada de decirle que sí, que
prefería quedarse allí sola, pero se dio cuenta de que sonaría
infantil. Le dirigió una mirada de rabia.
—No la tome conmigo —se quejó él—. Ha
tropezado usted sola. Ha sido una suerte que la
acompañase.
—¡Jamás había tenido tan mala
suerte!
—Buena suerte para mí, mala para
usted, entonces. Veamos qué tal… Cruce las manos por detrás de mi
cuello.
Había pasado un brazo por debajo de
sus rodillas y con el otro había rodeado su cintura. Su cara estaba
apenas a unos centímetros de la suya. Los ojos de ambos se
encontraron por unos segundos. El tiempo se detuvo y el corazón y
la respiración de Kate se aceleraron. Pensó que iba a besarla y
deseó con más fuerza que cualquier otra cosa que hubiera deseado
antes que lo hiciera. Sin embargo no lo hizo. La levantó con
facilidad y sólo le preguntó con voz suave.
—¿Está bien?
No estaba bien. Por un momento temió
incluso que fuera a desmayarse. Amigas y conocidas suyas se
desmayaban constantemente. Ella nunca se había desmayado, y pensó
que si no lo hacía en ese momento jamás lo haría, pero le dijo que
sí con la cabeza y él comenzó a caminar.
Era una sensación devastadora para
Kate. Por un lado se sentía totalmente indefensa y eso le asustaba
e iba contra su naturaleza. Por otro lado su cercanía, el contacto
con su cuerpo, el modo en que la abrazaba contra sí y la sostenía,
firme pero delicadamente, le hacían desear olvidar cualquier
resistencia y entregarse a esa debilidad que la
desarmaba.
Sin cruzar una sola palabra llegaron
hasta el camino y vieron a lo lejos acercarse una carreta. Kate
conocía al conductor. Era un chico de apenas catorce años que
trabajaba para Mr. Denvers. Le hizo una seña y cuando paró, Kate le
explicó lo que le pasaba y le preguntó si podía llevarla hasta su
casa. El chico dijo que lo haría y Kate ayudada por el capitán se
subió a la parte de atrás de la carreta.
—Lamento que nuestro paseo haya sido
tan accidentado, Kate —se disculpó Kenneth.
—Supongo que tiene usted razón y que
no ha sido culpa suya —reconoció de mala gana
Kate.
—Es verdad, no ha sido culpa mía, pero
siento haberla decepcionado.
La carreta ya estaba en marcha y el
capitán la contemplaba alejarse parado en el centro del
camino.
—No sé porque dice eso. No me
ha…
—Siento no haberla besado, Kate, pero
tenía que cumplir mi promesa.
Le odiaba. Le odiaba por encima de
cualquier otro sentimiento que pudiese experimentar.
Ojala…
—¡Es usted el más insoportable y el
más engreído y….!
Kate se calló. El capitán se iba
quedando atrás y ella no pensaba dar gritos en medio del camino
como si fuese una verdulera, pero le entraron unas insoportables
ganas de llorar.
Y ni siquiera sabía si era por lo que
le había dicho o por qué no la había
besado.
11
Estuvo cuatro días sin salir de casa y
cada vez que le dolía el tobillo se acordaba de él. Al dolor que
sentía se unía la rabia que le producía el modo en que le trataba,
pero igualmente Kate ya no intentaba ni siquiera negarlo. Le atraía
con la misma intensidad con la que le odiaba, o quizá le odiaba más
porque le atraía. No lo sabía, pero estaba claro que se escapaba a
su control.
Por eso, cuando se lo encontró el
primer día que salió de nuevo a caminar, lo trató con toda la
frialdad de la que se creyó capaz, pero él compuso su mejor cara y
se mostró amable, e incluso se diría que arrepentido y le dijo que
sólo estaba interesado por su recuperación. Kate no se creyó nada,
y cuando dos días después volvió a aparecer, ella le dijo
claramente que no quería que siguiese viniendo. Entonces él le
respondió que la alameda no era suya y que pensaba pasear por dónde
le viniese en gana y que si no le parecía bien cambiase ella de
paseo. Así que Kate no tuvo a menos que contestarle que estaba muy
equivocado si pensaba que ella iba a cambiar sus costumbres sólo
porque a él se le antojase molestarla. De manera que resultó que
empezaron a verse casi todos los días… A veces él no venía y Kate
pasaba todo el tiempo intentando oír los pasos de su caballo. Otras
veces era ella la que no podía salir y el día se le hacía eterno y
no veía el momento de acostarse para que pasase de una
vez.
Para colmo de males en su casa las
cosas estaban cada vez peor. Su padre se pasaba el día maldiciendo
y renegando, y peleándose incluso con los criados. Todos en la casa
le esquivaban y un tal Mr. Marley, un prestamista al que su padre
debía dinero, les visitaba cada vez con mayor frecuencia. Su madre
temía casi tanto a Marley como a su marido y prácticamente no salía
de su cuarto, así que Kate se veía obligada a atenderle mientras su
padre se dignaba presentarse. Eso le suponía un suplicio difícil de
soportar. Mr. Marley era un hombrecillo de aspecto ruin que
amenazaba con perder su paciencia, pero se permitía un aire
condescendiente con ella que a duras penas conseguía
soportar.
Seguía asistiendo a todas las
reuniones y bailes que se celebraban, que eran muchos, y conocía ya
a todos los oficiales del regimiento. Harding hacia la corte
oficialmente a Jane, que estaba cada día más entusiasmada con él, y
también Kate y el capitán había coincido en algunas de esas
recepciones, pero sorprendentemente se había mantenido alejado de
ella.
Cuando Kate le había comentado su
actitud, él se había referido medio en broma medio en serio a su
mala fama y a su preocupación por su reputación. Kate se daba
cuenta de que todo esto sólo podía entenderse de una manera… se
estaba viendo en secreto con el capitán. No se lo había dicho a
nadie, ni siquiera a Jane, de hecho le había costado reconocerlo
incluso ante sí misma, pero ya no podía ignorarlo más. Habían
pasado dos semanas y se habían visto casi a
diario.
Eso hacía sufrir a Kate. Odiaba la
mentira y la falsedad. Sabía de sobra lo que ocurriría si la
relacionaban con él, pero actuar así no iba con ella. Se decía a sí
misma que en realidad no hacía nada malo. No había vuelto a ocurrir
nada parecido a lo de aquel día y todo se limitaba a palabras
mordaces, miradas y alusiones más o menos veladas. Cuando le
atormentaban las dudas se recordaba a sí misma que el regimiento no
tardaría en irse y después… después el capitán desaparecería para
siempre de su vida.
Pero Kate no era la única que pensaba
en la marcha del regimiento y cuando Jane llegó a media tarde y se
abrazó a ella no tardó en darse cuenta.
—¡Kate! ¡No podía esperar a
contártelo! ¡Harding y yo…! ¡Ha pedido mi mano! ¡Mi padre ha
aceptado y nos vamos a casar en cuanto nos den la dispensa! ¡Soy
tan feliz!
—¡Dios mío, Jane! ¿Pero cuándo ha
sido?
—Esta mañana. Ha venido a verme. Me ha
dicho que se irán muy pronto y que no podía esperar más y yo le he
dicho que sí —exclamó eufórica Jane—. Mamá se ha puesto a llorar y
me ha asegurado que no tendremos dónde caernos muertos, pero papá
ha dicho que nos podemos quedar en casa hasta que regrese, bueno,
me quedaré yo. Sé que ha sido muy rápido pero se va, Kate, se va y
quizá…
La voz de Jane se quebró
repentinamente. Kate cogió su mano.
—Todo saldrá bien, Jane —dijo
convencida—. Seréis muy felices. Te mereces ser muy
feliz.
—Tú también lo mereces, Kate. Querría
que fueses tan feliz como yo. Al menos no me iré a ningún sitio y
seguiremos estando juntas.
Kate la abrazó de nuevo. Quería mucho
a Jane y sinceramente deseaba con todo su corazón que todo le fuese
bien, aunque no podía evitar pensar que todo había sido un poco
precipitado y que quizá no era una boda muy prudente, pero jamás se
le habría ocurrido turbar la alegría de su amiga con un comentario
inoportuno y Jane resplandecía de dicha.
—Tú serás mi dama de honor y Will va a
pedir al capitán que sea su padrino. ¿No te importa,
verdad?
—Claro que no —asintió Kate cogiendo
las manos que Jane le tendía.
—Papá ha ido a hablar con el vicario.
Dice que podría tenerlo todo listo en una semana. Una semana, Kate.
¿Puedes creerlo?
—Me cuesta trabajo hacerlo —dijo Kate
casi tan aturdida como Jane—, pero tendrás muchísimas cosas que
preparar.
—Ni me lo recuerdes, de hecho me voy
ahora mismo con mamá a casa de Charlotte para contárselo y que nos
ayude con todo, aunque ella con el pequeño tiene bastante, pero
antes quería decírtelo a ti.
—No la hagas esperar. Dale un beso a
tu hermana y al niño de mi parte. Me alegro mucho por ti, Jane,
pero más por Harding. No sabe la suerte que tiene de tenerte a su
lado.
—No digas eso —se quejó un poco Jane—.
Tú no sabes lo dulce y maravilloso que es. Soy yo la que tiene
suerte, Kate.
—Si tú lo dices seguro que es cierto
—dijo Kate dando la razón a su amiga.
Su madre comenzó a llamarla desde el
coche y Jane se fue corriendo. Una vez sola Kate se quedó
pensativa. Aquella noticia producía en ella sentimientos
contradictorios. Quería mucho a Jane. No podía desear más que toda
la felicidad del mundo para ella. Era una persona alegre y generosa
y esperaba que Harding supiese valorarla. Dejando a un lado otras
consideraciones, Jane no era un mal partido y podía haber aspirado
a otro enlace más conveniente, pero no sería ella quien pensase que
había obrado mal por eso. Kate sabía que Jane habría sido incapaz
de casarse simplemente por el interés.
Pero aunque le doliese reconocerlo,
Kate también sentía un poco de pesar por la pérdida de su amiga.
Aunque no se marchase aún, todo cambiaría. Jane sería una mujer
casada y ya no podrían ir juntas a los bailes, ni reírse de lo
tontos que eran sus pretendientes. A pesar de todo intentó
animarse. Le compensaría ver la alegría de Jane en su
boda.
La boda. Ese era otro asunto. Jane le
había preguntado que si no le importaba ser su dama de honor y ella
le había dicho que no, pero estar en la boda de Jane con el capitán
a su lado durante toda la ceremonia era algo que no le apetecía en
absoluto. Sin embargo no podría negarse.
Al día siguiente no pudo salir, ya que
nuevamente se presentó Mr. Marley y estuvo esperando en vano toda
la mañana a que su padre apareciese. Kate tuvo que quedarse
bordando en la sala para no dejarle sólo, aunque en varias
ocasiones estuvo a punto de salir corriendo y dejarle allí
plantado. Su madre apareció a mediodía para excusarse por estar
indispuesta y anunciar con voz débil que no tenían nada adecuado
para invitarle a almorzar. Marley respondió que no hacía falta y
que ya volvería al día siguiente. Su madre se volvió a llorar a su
cuarto y Kate solo fue capaz de pensar que en cuanto amaneciese
saldría por la puerta de su casa con tal de no tener que soportar
de nuevo a Marley.
Así que a otro día, antes de que nadie
pudiese impedírselo y sin decírselo ni siquiera a su madre, se
marchó. Tuvo mucho tiempo para estar a solas con sus pensamientos
que no eran agradables. Los graves problemas en lo que estaba
metido su padre, la equivoca relación que mantenía con el capitán,
la boda de Jane, que al menos sería un acontecimiento feliz pero
que pronto se vería entristecido por la partida de Harding y
también la del capitán… Kate sentía esa mañana que el intento de
ignorar la realidad en el que había vivido últimamente ya no daba
más de sí.
Cuando apareció Kenneth su ánimo no
era muy positivo y él no tardó mucho en darse cuenta al ver que
ella apenas respondía a sus habituales
bromas.
—Está muy callada hoy,
Kate.
—No siempre puedo ser tan ocurrente
como usted.
Él se fijó en su expresión distante.
Desde que había llegado había evitado cruzar su
mirada.
—Sin embargo estoy seguro de hay algo
que quiere decirme…
Kate maldijo para sí. Odiaba que
leyese en ella tan claramente.
—Ya que es tan evidente se lo diré
—dijo Kate con seriedad—. Tengo que pedirle que no venga más a este
lugar. Ha sido culpa mía también por permitirlo, pero no puede
continuar.
—Creía que ya habíamos tenido esta
conversación.
Él se había dirigido a ella en un
suave tono amistoso, pero ella respondió con furia y casi a punto
de echarse a llorar.
—¡Tiene usted todo el ancho mundo para
ir dónde le apetezca y yo sólo tengo este lugar para poder estar
tranquila! ¡No creo que sea mucho pedir que me deje en paz de una
vez por todas!
Por un momento él pareció sorprendido,
pero enseguida se repuso y le preguntó con
frialdad.
—¿Tiene todo esto algo que ver con el
repentino y absurdo enlace de su amiga y
Harding?
A Kate le dolió su orgullo más que
cualquier otra consideración.
—¿Y qué podría tener que
ver?
—No lo sé… Me llama la atención la
coincidencia.
—Tenga por seguro que es sólo eso,
puesto que jamás he esperado de usted nada
semejante.
—Me alegro, porque jamás lo obtendría
.
Los dos se miraban con dolorosa y casi
insoportable tensión. Kate temía ver su sonrisa burlándose de ella,
en lugar de eso se encontró con una atormentada e indescifrable
expresión, pero aquello no era suficiente para
calmarla.
—Eso dice mucho de su estima por mí
—replicó Kate airada y dolida—. Tanto como el elogio que me hace
considerando que sólo soy lo bastante buena para hacerle compañía
siempre y cuando no sea en público.
—El público y yo no nos entendemos
bien —dijo él también de evidente mal humor—. No tengo tanta
paciencia como usted para la comedía.
—¡No sé de qué me está
hablando!
—¡De sobra sabe que todos
representamos un papel! —replicó él con brusquedad—¡A mí me ha
tocado hacer de soldado y se supone que debo dar mi vida por algo
que no me importa lo más mínimo y a usted ir sonriendo por los
salones esperando al partido adecuado! ¡Lo cierto es que no la
envidio y eso es algo que aquí al menos no necesitaba hacer y en
cuanto al matrimonio ya hace tiempo que sabe mi opinión! ¡No es más
que otra mentira de las que todos contamos! —dijo sin ocultar su
desprecio—. ¿Es que cree acaso que el amor de Harding en el mes
escaso que ha transcurrido desde que conoce a Jane y con la que
apenas ha hablado de otra cosa que del tiempo y las flores en
primavera es tan grande como para comprometerse a amarla toda su
vida?
—¡Así que su principal objeción es que
necesita más tiempo para saber si la quiere realmente! ¿Es pues
imposible que la ame después de tan breve
plazo?
Los ojos de Kate brillaban de ira y
había gritado tan alto como lo había hecho él pero cuando Kenneth
la contestó su tono bajó y su voz vibró con franca y desarmada
emoción.
—No, no me atrevo a decir que no pueda
amarla aunque sólo se hubiese cruzado un par de veces con
ella.
Kenneth no parecía dispuesto a decir
nada más, pero lo que Kate leía en sus ojos decía más que
cualquiera de las palabras que pudiese haber pronunciado. Ella
sintió un agudo dolor punzándola. En aquel preciso instante se dio
cuenta de que le amaba más de lo que nunca habría querido admitir y
de que quizá lo que él sentía por ella no fuese tan diferente. Pero
sus palabras no habían podido ser más claras y ella no podía seguir
jugando con un fuego que sólo conseguiría
quemarla.
—¿Hará lo que le he pedido? —preguntó
Kate tratando de serenarse.
Él la contempló en silencio y cuando
la contestó la derrota se reflejó en su
rostro.
—Lo haré. —Kate sintió otra vez ese
insoportable dolor atravesándola, pero antes de que le diese tiempo
a responder él continuó—: Con una
condición…
—¿Qué condición? —preguntó ella casi
sin fuerzas.
—El día anterior a la partida del
regimiento nos reuniremos aquí.
Kate le miró
insegura.
—¿Y qué me obligaría a
venir?
Kenneth la miró con toda la intensidad
de la que solo él era capaz.
—Nada… Tendría que confiar en su
palabra.
Ella tardó unos segundos en
responder.
—Está bien.
Aún se contemplaron un instante más en
silencio, pero fue él quién se despidió.
—Hasta entonces pues,
Kate.
La dio la espalda y desató su caballo.
El capitán se marchó tras dirigirla una interminable y última
mirada. Kate se quedó viendo cómo se alejaba y cuando desapareció
aún permaneció allí. No se sentía con el valor suficiente como para
volver a su casa.
De hecho, y si tal cosa hubiese sido
posible, habría deseado no tener que regresar
jamás.
12
Al día siguiente, Kate necesito
recurrir a toda su fuerza de voluntad para levantarse de la cama y
salir de su habitación. Ni siquiera sentía deseos de salir a
pasear. Tenía miedo de que Kenneth no cumpliese su palabra y
entonces… entonces Kate no sabía si reuniría de nuevo el valor
suficiente para volver a pedirle que se marchara, y aun así, si no
venía, sabía que pasaría todo el tiempo esperando oírle
regresar.
Intentó superar el pesar que la
abatía. Siempre había sido fuerte y animosa. Solo tenía que seguir
adelante. Podría con ello. Había hecho lo correcto. De todos modos
algo más la perturbaba, la boda de Jane… Kenneth iba a ser el
padrino de Harding, si ya antes la incomodaba, ¿cómo lo soportaría
ahora?
Sin embargo la visita de Jane esa
misma tarde la libró de esa preocupación.
—Creo que me voy a volver loca —dijo
Jane entrando en el vestíbulo de la casa de Kate como un
torbellino—. Mi madre no sabe más que hablar de que no nos dará
tiempo a hacerlo todo y no para de darme consejos absurdos.
Necesitaba un respiro. Y además Harding ha llegado esta mañana a
primera hora muy alterado. ¿Qué dirás que me ha contado? Resulta
que ha discutido con el capitán. No me ha querido decir por qué
pero ya no va a ser su padrino y Harding se ha ido de la casa que
los dos compartían en el pueblo. Estaba muy disgustado, Kate. Yo
creo que el capitán le ha dicho que hacía mal en casarse. ¿Tú crees
que hacemos mal? Ha sido todo tan rápido…
Kate vio con preocupación la angustia
de Jane. Lo primero que se le ocurrió fue maldecir al capitán.
Estaba claro que era culpa suya que Jane estuviese apenada. Él y su
cinismo… Cómo si supiese algo de Jane o fuese capaz de entender que
alguien experimentase un sentimiento noble. Si Jane sufría por su
culpa no se lo perdonaría jamás. Pero a pesar de toda aquella
indignación, también muy en el fondo de su corazón, Kate agradeció
que al menos ella no tuviese que pasar por el trance de estar al
lado de Kenneth en la ceremonia.
—No digas tonterías, Jane. ¿Vas a
hacer caso de lo que diga el capitán? Lo mejor que puede hacer
Harding es ignorarle. Me alegro de que ya no sean amigos y más aún
de que no sea su padrino.
—Tienes razón —asintió Jane animándose
un poco—. Es que estoy un poco asustada… Parecía que todo era
perfecto y de repente no hay más que
inconvenientes.
Jane se desahogó un rato con Kate
contándole todas sus preocupaciones y eso al menos la liberó de
pensar en las suyas, pero Jane no tardó en darse cuenta de que Kate
no era la misma de siempre.
—Estás distraída —comentó—. Te estoy
aburriendo. Últimamente no sé hablar más que de mí, de mí y de
mí.
—No es eso, Jane. Es solo que estoy
preocupada. Mi padre, ya sabes… —se justificó Kate—. Las cosas no
marchan muy bien últimamente...
—Y yo hablándote de vestidos —se
arrepintió su amiga—. ¿Por qué no me lo has
dicho?
—Lo tuyo es más importante. Sólo te
vas a casar una vez y mi padre siempre va a estar
igual.
Jane se tranquilizó un poco al ver
sonreír a Kate.
—Vente a casa unos días… Hasta la
boda… —dijo Jane con su entusiasmo contagioso—. Me ayudarás y
estaremos juntas. Papá te adora y mamá podrá explicarte lo tonta
que soy. Sabes que estarán encantados de que
vengas.
—Muchas gracias, Jane —dijo Kate de
corazón—, pero no puedo dejar sola a mi
madre.
—Como quieras —comprendió Jane con
tristeza—, de todas formas no te ayudaría mucho, solo faltan cuatro
días.
—Todavía no puedo creerlo,
Jane…
—¡Ni yo, Dios mío! —exclamó Jane
levantándose de un salto de la silla, incapaz de permanecer mucho
rato en el mismo sitio—. A veces estoy tan aterrada que creo que no
llegaré al domingo.
—Llegarás —aseguró
Kate.
Y no solo llegó Jane. También llegó el
domingo y el día de la boda. Y como suele ocurrir en todas partes,
el pueblo entero acudió a la iglesia, y todas las amistades y los
familiares de la novia, y por parte del novio prácticamente todos
los oficiales, incluido el coronel y exceptuando al capitán
Kenneth, que no sólo no fue el padrino sino que no apareció por
parte alguna.
Los novios partieron nada más acabar
la ceremonia rumbo a Bath para aprovechar los cinco días de permiso
de Harding, pero Mr. Denvers ofreció una recepción para los más
allegados. Entre los asistentes estaba Mr. Bryce y su esposa, así
como su hermana y Mr. Wentworth, Margaret estaba con él cuando se
acercó Marcia Stevens.
—¡Qué boda tan encantadora! ¿No te ha
parecido, Margaret? Ha estado todo sorprendentemente bien para el
poco tiempo que han tenido. Casi no se notaba que el vestido de
Jane era el de su hermana.
—Sí, no ha estado mal… —dijo con
desdén Margaret—. Aunque la verdad, siempre pensé que Jane
aspiraría a algo más que a un simple
teniente…
—Bueno, imaginó que cuando termine la
campaña su padre le buscará otra ocupación. Si vuelve con salud
como todos deseamos —dijo agorera como un cuervo
Marcia.
—Eso deseamos todos, Marcia. ¿Y qué me
dices de Kate? ¿No lleva el mismo vestido que llevó en la fiesta de
Pascua?
—Así es, pero imagino que estando las
cosas como están no tendrá para muchos vestidos. El caso es que…
¿puedo hablar en confianza?
—Por favor, Marcia. Sabes que
sí.
—Pues bien, se dice que Mr. Bentley
debe mucho dinero y que no puede hacer frente a los acreedores.
—Marcia bajó todavía más el tono de su voz—. Parece ser que podrían
intervenir los procuradores…
Incluso Andrew que estaba haciendo un
esfuerzo por ignorar la conversación no pudo evitar volver la
cabeza hacía Marcia cuando escuchó estas
palabras.
—Pobre Kate —dijo con mal oculta
satisfacción Margaret—. No creo que haya para ella ni siquiera un
teniente.
—Margaret eres terrible… —exclamó
Marcia echándose a reír.
Andrew se sintió incapaz de seguir
escuchando impasible por más tiempo una charla tan mezquina, así
que resolvió alejarse de ellas. Inevitablemente se dedicó a
observar a Kate. Aunque su vestido no fuese nuevo, y además
resultase extremadamente sencillo, lucía mucho más hermosa que
cualquiera de las otras damas que había allí, y la leve tristeza
que ese día parecía envolverla realzaba aún más su
belleza.
Había algo en Kate que había prendido
a Andrew desde el día en que la conoció. Kate tenía algo que Andrew
deseaba poseer. Además él siempre había sido un defensor de causas
perdidas, y ese día pocas parecían más perdidas que la causa de
Kate. Por eso, cuando vio como abandonaba la sala y se dirigía
hacia el exterior no dudó en seguirla.
Kate sentía que le faltaba el aire.
Una vez que Jane se había marchado no había ninguna razón para
permanecer allí. Había ido sola. Su madre no salía de la cama y su
padre sabe Dios dónde estaría. Salía ya cuando oyó como la
llamaban.
—¡Miss
Bentley!
Se volvió y vio a Andrew. No había
vuelto a hablar con él desde la visita que hicieron a Huntington
ella y Jane. Sí habían vuelto a coincidir en algún baile pero no se
le había vuelto a acercar, aunque se había dado cuenta de que la
observaba con frecuencia.
—¿Ya se marchaba? —preguntó
Andrew.
—Sí, mi madre se encuentra
indispuesta. No querría dejarla sola mucho
tiempo.
—Lo lamento —dijo él con sinceridad—.
¿Me permite que le acompañe unos minutos?
Kate no tenía muchas ganas de
compañía, pero no se le ocurría ninguna forma educada de decirle
que no, así que asintió. Primero caminaron en silencio, pero él lo
rompió pronto.
—Ha sido una ceremonia muy emotiva.
Los dos parecían extraordinariamente
dichosos.
Kate sonrió al oír esas palabras. Era
verdad. Jane irradiaba felicidad y Harding la miraba como si no
pudiese creer en su suerte.
—Sí, y lo serán, o al menos lo serían
si no fuese por la campaña. ¿Cree usted que durará
mucho?
—No, no lo creo. Esto ya es el final.
Las últimas boqueadas. Claro que con Napoleón nunca se sabe. Es un
auténtico genio de la estrategia. Un hombre capaz de dar la vuelta
a una batalla cuando todos los demás la creen
perdida.
Kate le miró con
atención.
—Sin duda usted le
admira…
—Sí, le admiro —reconoció Andrew—.
Aunque sea un enemigo, es un hombre de talento. ¿Cree usted que no
se puede admirar a nuestros enemigos?
—No, no lo creo, sólo que no es algo
común, pero pienso que le honra a usted ese gesto —dijo ella con
simpatía.
—No es cuestión de honra —replicó
modesto Andrew—, sino de ver cuál es la realidad. Supongo que hay
que saber ganar y hay que saber perder. Reconozco que con
frecuencia me cuesta saber perder —dijo él con una sonrisa algo
amarga—, y creo que a Napoleón le pasa lo mismo. Pero le aseguro
que esta vez perderá.
—Eso espero —asintió Kate. Todos
realmente, esperaban que aquella larga guerra que duraba ya
demasiados años acabase de una dichosa vez.
Volvió a hacerse el silencio. Estaban
cerca de un pequeño cenador del jardín de Mr. Denvers. Andrew se
volvió hacia ella y la miró a los ojos.
—Miss Bentley, ¿le importaría que nos
detuviésemos aquí un momento?
Kate se sorprendió por la petición y
por la expresión que vio en su rostro. Confundida se detuvo junto a
un banco de piedra. Andrew se paró frente a ella. Estaba calmado y
tranquilo.
—Hay algo que quiero decirle y que
seguramente le sorprenda y quizá le haga juzgar que obro con
precipitación, pero le aseguro que no es una idea impulsiva, ya que
desde que la conocí no he dejado de pensar en ello. Llevo mucho
tiempo solo y no soy muy comunicativo, pero ha causado usted una
honda huella en mí en este breve tiempo y me consideraría muy
afortunado si aceptase ser mi esposa.
Kate apenas podía dar crédito a lo que
oía. Nunca se le había ocurrido pensar que Andrew Wentworth
albergase otra cosa que una ligera y pasajera inclinación hacia
ella. Confundida intentó aclarar ideas a toda velocidad. Si las
cosas hubiesen sido distintas tal vez… Andrew era a todas vistas un
caballero. Un gran caballero. Noble, culto, amable, considerado,
por no hablar de otras cualidades más materiales. Un brillante
exponente de una posición social a la que Kate nunca había
imaginado siquiera poder aspirar. Sí, no era una petición como para
rechazarla a la ligera, sin darle al menos la oportunidad de llegar
a conocerse mejor. Y sin embargo Kate no se sentía con ánimo de dar
esperanzas a Andrew solo por la leve simpatía que él despertaba en
ella. Además… No, Kate no quería ni tan solo pensar en las otras
razones que hacían que no pudiese considerar su proposición, pero
la sonrisa y la mirada del capitán Kenneth desfilaron nítida y
dolorosamente por su cabeza.
Andrew la miraba expectante y Kate
comprendió que tendría que darle una
respuesta.
—Me ha sorprendido tanto su
proposición que no sé cómo agradecer… —Kate no se atrevía siquiera
a sostenerle la mirada—. Pero por muy agradecida que esté, siento
no poder aceptar el honor que me hace. Mis sentimientos no me
permiten consentir un enlace al que no podría corresponder como sin
duda usted se merece. Le ruego que me
perdone.
Él desvió la mirada hacia un lado y
Kate observó la frustración reflejada en su rostro. Ella se sentía
verdaderamente desgraciada. No tenía ningún deseo de herir a Andrew
y sólo quería volver a su casa de una vez.
—Le suplico que me disculpe. Tengo que
volver con mi madre.
—Solo un momento —suplicó Andrew aún
dolido—. ¿Puedo preguntarle si esos sentimientos que le impiden
aceptar le inclinan hacia otra persona?
Kate se enfrentó a su mirada
inquisitiva y herida. Por un momento temió que leyese en sus ojos
la verdad, pero pronto su orgullo y la ira que sintió brillaron en
ellos con más fuerza que cualquier otra
cosa.
—No. No puede
preguntarlo.
Él cedió cortés e inclinó la cabeza a
modo de despedida, pero no había dado más que dos o tres pasos
cuando se volvió de nuevo hacia ella.
—Disculpe si la he ofendido —dijo con
sinceridad—. Solo espero que si es así sepa honrarla como usted
merece.
Se marchó definitivamente y Kate
también lo hizo. Por más que quería evitarlo las lágrimas
resbalaban por su rostro. No quería pensar en nada, pero una idea
destacaba fija en su mente. Maldecía la hora en la que James
Kenneth se había cruzado en su camino.
13
Jane y Harding volvieron de su viaje
pero Kate apenas tuvo oportunidad de hablar con ella. Jane estaba
ocupada recibiendo visitas de cortesía y no tuvieron ni un momento
para estar a solas, y aunque lo hubiesen tenido, Kate no sabía si
se hubiese atrevido a contarle lo que había ocurrido. Sabía lo que
le diría Jane y era lo mismo que se decía a sí misma. Andrew
Wentworth era un hombre respetado que había solicitado su mano. El
capitán era de sobra conocido por su falta de moral, y en honor a
la verdad no había podido ser más claro respecto a lo que se podía
esperar de su persona. ¿Entonces por qué seguía pensando
constantemente en él y esperando volver a verle? Ni siquiera se lo
podía perdonar a sí misma.
En todo caso no servía de nada dar más
vueltas a ninguno de los dos asuntos. Había rechazado a Mr.
Wentworth y había pedido al capitán que no volviese a buscarla y él
lo había cumplido. En varias ocasiones había recorrido sola el
sendero de la alameda y Kenneth no había vuelto a presentarse. Así
pues, no tenía de qué preocuparse en ese aspecto. Podía dedicarse
por completo a los problemas de su casa que no eran
escasos.
Ethel, la doncella, se había marchado
después de que su padre le acusase de robarles. Su madre sufrió un
desvanecimiento y Kate estaba decidida a enfrentarse a su padre
para defender a Ethel, pero ella no dijo una palabra. Recogió sus
cosas y se fue después de abrazarse a Kate. Ella sabía que Ethel
había aguantado en la casa solo por el afecto que les tenía a ella
y a su madre, ¿pero quién podría aguantar
eso?
Al parecer Marley le había dado unos
días más a su padre como último plazo para que le devolviese el
dinero que le adeudaba. Si no atendía el pago ejecutaría el embargo
y eso sería el fin. No tenían más bienes que la casa y los terrenos
a ella ligados. No había posibilidad alguna de que su padre
consiguiese ese dinero. Nadie le prestaría esa cantidad. Era solo
cuestión de tiempo que lo perdiesen todo, y probablemente su padre
iría a prisión, porque el importe obtenido con el embargo no
cubriría la cantidad que debía. Era una desgracia y una vergüenza,
pero la verdad era que Kate no lo sentía demasiado por su padre. Él
solo se lo había buscado y los había arrastrado a todos a esa
situación. Sí lo lamentaba por su madre, en cambio su propio futuro
no la perturbaba demasiado. El no tener que soportar a su padre la
compensaría cualquier situación por complicada que
fuese.
Con esa amenaza pendiente sobre sus
cabezas, llegó otro día que también se sabía inevitable. Fue Tom,
el criado de Mr. Denvers, quien llegó con la
noticia.
—Miss Bentley, Miss Jane, bueno, Mrs.
Harding —rectificó Tom aún sin acostumbrase a la novedad—. Mrs.
Harding me ha pedido que le avise de que no podrá venir esta tarde
como le había dicho. Es por su marido. Parece ser que se
marcha.
—¿Se marcha? —preguntó Kate
sobresaltada.
—No se habla de otra cosa en el
pueblo. Los soldados están levantando el campamento. Dicen que
saldrán pasado mañana.
—¿Tan pronto?
—Eso dicen —aseguró
Tom.
El hombre se marchó y Kate quiso
sentirse apenada por el dolor que estaría sintiendo Jane, sin
embargo era incapaz de hacerlo. Solo podía pensar que el día
siguiente sería la víspera de la marcha de las tropas y que ella
tenía un compromiso pendiente.
Cuando se levantó, se dedicó a hacer
las mismas cosas que hacía siempre y cuando terminó se fijó en la
hora y se sorprendió de lo pronto que era aún. Casi siempre salía
de su casa alrededor de las once y apenas eran las nueve y media.
Intentó seguir con sus tareas diciéndose que de todos modos solo
era un día más. Lo más seguro era que el capitán ni siquiera se
presentase. Las escasas veces en las que habían vuelto a coincidir,
Kate había evitado cruzar su mirada con la de Kenneth y él había
aparentado no verla. Además tendría muchas ocupaciones si se
marchaban ya, y era probable que lo hubiese olvidado, o que
decidiese no ir, o que ya no le interesase… En cualquier caso si
finalmente venía solo sería un trámite. Se despedirían, le desearía
buena suerte y ahí acabaría todo.
Pero cuando llegó a la alameda y le
vio esperándola en el mismo sitio en el que habló con ella por
última vez, Kate descubrió que apenas tenía valor para enfrentarse
a él.
—Capitán
Kenneth…
—Kate.
—No esperaba que viniera —musitó
Kate.
—¿No lo esperaba o no lo
deseaba?
El capitán la miraba con una seriedad
poco usual en él, ella pensó que sería inútil intentar
mentirle.
—Pensaba que quizá habría olvidado sus
palabras.
—Le aseguro que no he dejado de pensar
en ellas —afirmó con gravedad.
Los dos se quedaron en un apagado
silencio.
—¿Así pues se marchan
ya?
—Saldremos mañana. Iremos primero a
Portsmouth, después embarcaremos con rumbo a Gante. Allí se está
reuniendo el ejército aliado.
—Mr. Wentworth dice que la guerra
terminará pronto.
Inmediatamente después de pronunciar
estas palabras Kate se arrepintió de ellas. No era de Mr. Wentworth
precisamente de quién quería hablar con el capitán. Los ojos de él
brillaron fugazmente con esa cólera que mostraba siempre que
aparecía su nombre, pero se controló con rapidez y la respondió con
fría ironía.
—No admiro las dotes estratégicas de
Andrew, aunque es más que probable que ahora que él no está a
nuestro lado nos vaya mucho mejor.
No dijo más pero en el aire quedó
flotando lo que no se había dicho. Igualmente era algo sobre lo que
Kate no pensaba explicar nada.
—Creo que será mejor que me vaya —dijo
Kate incapaz de soportar por más tiempo aquella tensión—. Tendrá
usted muchas obligaciones que atender. Espero que tengan mucho
éxito en la campaña y que regresen pronto y
felizmente.
Se dio la vuelta para irse, pero él la
cogió del brazo con suavidad reteniéndola. Ella se sobresaltó y
retiró enseguida el brazo, pero no se
apartó.
—Hay algo más que tenemos pendiente,
Kate…
—¿Algo más? ¿El qué? —preguntó ella
confundida tanto por su cercanía como por el modo en que la
miraba.
—El día en que tropezó… Me debe un
beso.
Kate se sonrojó. En el fondo lo había
imaginado. ¿Por qué habría venido él si no era para obtener algo a
cambio? Y la pura verdad era que ella también lo había esperado.
Pero no así, no de ese modo.
—Su petición dice mucho de su
galantería y caballerosidad. No sé cómo imagina que podría
aceptarla.
—Seguro que no dice nada que usted ya
no supiese hace tiempo… y aun así está aquí —dijo él desafiándola a
negarlo—. Podría no haber venido, después de todo no habría podido
echarle en cara que hubiese faltado a su palabra. Me marchó mañana
a la guerra, ¿recuerda? ¿Ni siquiera eso ablanda un poco su
corazón?
A pesar de sus palabras y de su
sonrisa sarcástica había un matiz implorante en sus ojos que Kate
percibía como Kenneth intentaba, pero no conseguía del todo
ocultar. Tampoco ella podía ocultarse a sí misma que deseaba que la
besara. Kate apenas había recibido dos o tres besos de algún
envalentonado pretendiente que había aceptado más por curiosidad
que por cualquier otra razón y le habían dejado la decepcionante
sensación de que no valía la pena tanto revuelo por tan poca cosa.
Pero Kenneth se iba mañana y seguramente ya nunca más volvería a
verle y ella lo había deseado tanto aquella mañana que la había
cogido en sus brazos…
—Está bien —dijo en un
susurro.
—Está bien —repitió suavemente
él.
Su corazón se aceleró cuando él acercó
su boca a la de ella. Cerró los ojos y sintió sus labios rozar los
suyos y su mano tomar su cintura. Tan gentil. Tan suplicante. Sin
que Kate tuviese consciencia de ello sus labios respondieron a los
de él entreabriéndose lentamente y encontrándose con los de
Kenneth, despacio, muy despacio al principio y con insoportable
ansiedad después, una ansiedad acelerada y urgente que Kate
desconocía poseer.
La sensación le arrebató y sobrepasó,
y la dejó entregada por entero a esa oleada cálida que Kenneth
desataba en ella. Una corriente que la recorría y debilitaba para
dejarla aún más vencida en sus brazos que ahora la sostenían y la
mantenían prendida a él.
Aquel beso largo y devastador
amenazaba con acabar con Kate.
Él se apartó de ella y contempló su
rostro, sus labios apenas abiertos y sus ojos cerrados, y su cuerpo
rendido y a merced del suyo. La mordió suavemente en la boca y
murmuró apenas sin voz.
—La amo, Kate. La amo prácticamente
desde que la conocí. Jamás había sentido antes nada semejante por
ninguna mujer. La juro que he tratado de olvidarla, pero cuanto más
lo he intentado, más inútil ha sido. He deseado tanto tenerla
así…
Kate oía las palabras que ahora sabía
anhelaba escuchar. Le oía decir que la amaba y deseaba decirle que
ella también le amaba, pero el abandono que la poseía no la dejaba
apenas pensar. Kenneth volvió a besarla con la misma desesperada
intensidad y ella volvió a dejarse arrastrar. Se aferraba a él
mientras sus labios bajaban por su garganta, y sus manos recorrían
y acariciaban expertas y posesivas su cuerpo. Y no se sentía capaz
de reaccionar.
Sin embargo, cuando sintió como él
deslizaba por su hombro el vestido que debía haber desabotonado sin
que ella siquiera se diese cuenta, dejándola escandalosa e
impúdicamente expuesta, la recorrió un escalofrío y una voz de
alarma en su cabeza la despertó bruscamente a la realidad. El
capitán se iba mañana y la estaba haciendo el amor en una orilla
del camino.
Kate recobró de golpe todos los demás
sentidos y dio un paso atrás apartándole a la vez que intentaba
recomponerse el vestido para tratar de cubrirse. Él no intentó
retenerla.
—¡Es usted… un canalla… y un…
miserable… y me ha insultado de tal forma
que…!
Kate apenas era capaz de articular
palabra. Él la contemplaba con expresión amarga, pero fue
recobrando su habitual aire arrogante conforme oía los insultos de
Kate.
—Sí… No he podido dejar de notar cuan
insultada se sentía.
Kate palideció y deseó poder
devolverle todo el daño que le estaba haciendo y no tardó en
ocurrírsele cómo.
—Tenía razón Andrew. No es usted digno
de confianza.
Esta vez las palabras de Kate sí
tuvieron el efecto que ella deseaba. Los ojos de Kenneth llamearon
de rabia.
—Debió escucharle entonces… Ya ve lo
acertado que estaba. Pero le diré algo… Por distintos que seamos
Andrew y yo, también él desea lo mismo que yo de usted. Y si su
honor se lo permitiera, también Andrew desearía desnudarla
y…
Kate le abofeteó con todas sus
fuerzas. Él la miró resentido por el golpe, pero sobre todo por la
humillación, ella volvió a levantar su mano pero él la cogió por la
muñeca y se la sostuvo en el aire impidiendo que llegase a
golpearle de nuevo.
—Créame… —dijo conteniéndose a duras
penas—. He comprendido el mensaje.
—Suélteme —le ordenó lívida
Kate.
Kenneth dejó caer su mano y su
semblante se tornó sombrío pero en modo alguno
arrepentido.
—Quítese de mi vista —consiguió decir
Kate, aunque la voz apenas le salía de la
garganta.
—Nunca he deseado otra cosa más que
complacerla, Kate… —afirmó él mordiendo las palabras—. La deseo lo
mejor.
El capitán se marchó y esta vez no
miró atrás. Kate no habría sido capaz de decir una sola palabra más
sin evitar romper a llorar, pero si hubiese podido le habría
deseado que ardiese en el infierno.
14
A Kate le costó un gran esfuerzo
recobrar la calma e intentar apaciguar su orgullo herido. Se sentía
engañada y humillada. Se había creído como una idiota las palabras
que él le decía mientras la trataba como si fuese
una…
Lágrimas de rabia se la escapaban sin
que pudiese contenerlas y lo que más le dolía era como le había
hecho sentir, como había deseado que no dejase de besarla y de
acariciarla y de mantenerla abrazada a él. Le odiaba. Le odiaba y
jamás podría perdonarle, pero para colmo ni siquiera volvería a
verle para demostrarle lo mucho que le aborrecía, y que le
despreciaba, y… Y cada vez que pensaba que nunca más le vería Kate
se echaba a llorar de nuevo.
Así apenas consiguió tranquilizarse lo
suficiente para al llegar a su casa anunciar que se encontraba mal
y encerrarse en su habitación. Estuvo allí sumida en sus
pensamientos que oscilaban entre el casi imposible de tolerar
recuerdo de los labios del capitán recorriendo su piel y la
insoportable sensación de humillación por la manera en que le había
insultado. Sin embargo pronto el escándalo de los gritos
provenientes del piso de abajo añadió un nuevo motivo de pesar a su
desconsuelo. Marley discutía a voces con su
padre.
Kate ya estaba harta de todo y de
todos, pero después de un tiempo que se le hizo interminable, la
discusión pareció calmarse y la casa se quedó de nuevo en silencio.
Pensó que quizá Marley ya se habría marchado. Por un momento deseó
fervientemente que todo hubiese acabado ya, que perdiesen la casa,
que terminasen con esa vida, que ocurriese lo que tuviese que
ocurrir y que todo quedase atrás.
Sin embargo cuando ya estaba
oscureciendo oyó como Marley y su padre se despedían al parecer
amistosamente. Era la hora de la cena. No había comido a mediodía,
pero no sentía ningún deseo de bajar al comedor. Poco después oyó
la voz de su padre llamándola. No estaba de humor para más gritos.
Ya había sido un día bastante duro. Así que se levantó, se arregló
y bajó al comedor. Su padre y su madre ya estaban sentados. Su
madre tenía su habitual aspecto desdichado, pero su padre parecía
decididamente satisfecho. Ella se sentó en su lugar, su madre
sirvió los platos y comenzaron a cenar.
—Bien… —empezó su padre sin esperar
siquiera a probar su tazón de caldo—. Ahora que estamos reunidos
quiero comunicaros una noticia que pienso que os hará sumamente
felices. El señor Marley ha estado aquí y hemos llegado a un
acuerdo que considero más que satisfactorio para todos.
Especialmente para ti, Kate y puedes estar muy agradecida a su
amabilidad.
La cuchara se quedó a medio camino en
la mano de Kate. Miró a su padre y antes de que pronunciase una
sola palabra supo con total certeza lo que iba a
decir.
—Mr. Marley se ha ofrecido a casarse
contigo. La casa pasará a ser de su propiedad, pero nos permitirá
residir aquí a tu madre y a mí; y cuando fallezca, que Dios quiera
que sea dentro de muchos años, aunque es cierto que su edad es un
poco avanzada, la heredarán vuestros hijos, si los tenéis… Por
supuesto he aceptado y pienso que no podríamos haber encontrado una
solución mejor. La casa se quedará en la familia y tú además
obtendrás un esposo. Creo que había juzgado mal a Mr. Marley. Ha
sido extremadamente generoso y difícilmente podrías haber
encontrado un marido mejor, Kate.
Su padre hablaba y hablaba sin parar y
no la miraba a la cara, pero su madre si lo hacía y su expresión
más que de susto era de pánico al ver la de Kate. Ella le dejaba
continuar mientras pensaba en como su padre era capaz de
malvenderla en el mismo lote que la casa, los muebles, e incluso el
caballo, y ni siquiera sospechaba que Kate habría preferido prender
fuego a la casa, a ser posible con su padre dentro, antes que
casarse con Marley…
—Vendrá mañana y pedirá oficialmente
tu mano, pero he querido que supieseis cuanto antes la buena
noticia.
Su padre había callado y ahora sí
miraba a Kate con una vaga ansiedad amenazante. Kate pensó que
quizá no sería capaz de hablar, sin embargo su voz sonó
asombrosamente clara.
—No voy a casarme bajo ninguna
circunstancia con Marley, y puedes decirle que ahorre su tiempo y
ejecute cuanto antes la hipoteca de la
casa.
—¡Kate, por favor, hija mía! —gritó su
madre aterrada.
El rostro de su padre se demudó y se
volvió rojo por la ira.
—¡¡¡No sabes lo que estás diciendo!!!
—amenazó—. ¿Quién te has creído que eres? ¡Te ofrezco ser la dueña
de esta casa y un marido respetable y tú te permites despreciarlo!
¡Si no aceptas ese matrimonio se quedará la casa y tú y tu madre
acabaréis en la calle y yo tendré que ir a prisión porque no
alcanzará para pagar el total de lo que le debo! ¡¿Quién crees que
querrá casarse entonces contigo?!
—¡¡¡Hija, piénsalo al menos!!! ¡Mañana
lo verás todo más claro!!! ¡Perdónala, Thomas… ha sido la
sorpresa!
Su madre la miraba suplicante, pero
Kate se había levantado de la mesa y ya no podía soportar ni un
desprecio más.
—¡¡¡Me da exactamente igual que vayas
a la cárcel!!! ¡¡¡Me da igual lo que pase!!! ¡¡¡Nunca me casaré con
ese hombre y no cambiaré de opinión!!!!
Su padre también se había levantado y
estaba ciego de rabia.
—¡¡¡Eres una estúpida desagradecida!!!
¡¡¡Por Dios que te juro que te casarás con él aunque tenga que
llevarte a rastras al altar, no voy a quedar en ridículo por tus
caprichos de gran dama!!! Eso ya se acabó
¿comprendes?
Kate permaneció en silencio, pero su
padre vio la respuesta en sus ojos y encolerizado fue hasta
ella.
—¡Thomas, por favor, déjala! —suplicó
su madre—. ¡Yo la convenceré!
—¡No iré a la cárcel por tu culpa!
¡Puedes estar segura.
—La culpa no es más que tuya y no haré
nada por evitarlo —aseguró Kate.
Su padre pareció perder el poco
dominio que le quedaba y la golpeó fuera de sí. Su madre también
era presa de los nervios pero Kate se sentía extrañamente fría y
serena. Notó el golpe en su cara pero apenas noto algún dolor. Solo
podía pensar en lo insoportable que le resultaba tolerar a su padre
ni un segundo más.
Se soltó de un tirón del brazo de su
padre que la sujetaba intentando golpearla de nuevo y salió
corriendo hacia la calle sin escuchar las amenazas de su padre ni
las súplicas de su madre. Aun oía sus
gritos.
—¡¡¡No creas que voy a correr detrás
de ti, Katherine!!! ¡¡¡Volverás, me oyes!!! ¡¿Dónde vas a
ir?!
Corrió sin parar hasta que la faltó el
aliento y luego continuó andando a toda la velocidad que le
permitían sus piernas. Intentaba no dejarse llevar por la
desesperación. No daría la vuelta. Se iría a Londres. Ya lo había
pensado otras veces. Tenía una prima lejana trabajando en casa de
una familia bien situada. Solo tenía que llegar hasta allí. Le
pediría ayuda a Mr. Denvers. No se negaría. Intentaría convencerla
para que no lo hiciese pero no se dejaría convencer. Ya
no.
Era noche cerrada. Caminaba a toda
prisa sin mirar atrás. No tenía miedo, pero algo la trastornaba. No
podía ir a casa de Mr. Denvers hasta que se hiciese de día. No
podía llamar a esas horas a la casa de Jane la última noche que
Harding pasaría allí antes de partir. Su padre tenía razón no tenía
dónde ir.
Pensó en esperar en la calle hasta que
se hiciese de día, pero no había cogido ni siquiera su capa. Ahora
que ya no corría empezaba a notar el frío calándola por debajo del
fino vestido. Intentó pensar en algo. Había una taberna en el
pueblo que también hacía de posada. No había entrado nunca en ella,
pero conocía al propietario. Le había visto alguna vez en casa de
Jane. Su padre tenía negocios con él. Le pediría que le dejase
pasar allí la noche.
La idea la acobardó. Sabía cómo la
mirarían cuando entrase allí y dijese que quería una habitación.
Además en la taberna estarían los soldados y quizá también
estuviese él… Y no podría soportar que la viera
así.
Sobre ella cayó de nuevo el recuerdo
de lo que había ocurrido esa mañana. Ahora de repente ya no le
parecía tan grave. Su propio padre la había querido canjear como
una mercancía para salir bien parado de su estupidez e
incompetencia. Al menos el capitán había mostrado un interés
personal por ella, si es que se podía llamar de ese modo. En
cualquier caso no quería saber nada más de él. Nunca. Solo esperaba
que no estuviese en la taberna. Sabía que tenía arrendada una casa
en el pueblo, Harding también había estado allí hasta que
discutieron, pero siendo el último día antes de partir era fácil
imaginar que aquello estaría lleno de soldados aprovechando sus
últimas horas.
Cuando entró en el pueblo la
determinación de Kate comenzó a fallar. La taberna estaba a un
paso. Era la única casa iluminada. Sólo tenía que entrar y
preguntar por el dueño se dijo para animarse, desde fuera se oían
risas y voces, comenzaba a temblar de frío. No había marcha atrás.
No iba a volver a su casa.
Kate reunió todo su valor y empujó la
puerta.
La sala estaba llena a rebosar y
completamente ocupada por los soldados, aunque también había
algunas mujeres. Mujeres que Kate no había visto nunca pero que
incluso ella podía imaginar que era lo que estaban haciendo allí.
Angustiada recorrió con su mirada el lugar en busca del dueño y
entonces le vio, y él también la vio a
ella.
Kate se dio la vuelta y salió
corriendo hacia la calle. No podía ser, no podía ocurrir, no
merecía tener tan mala suerte. Oyó su voz llamándola pero no se
paró, sin embargo él la alcanzó antes de que doblase la esquina y
la sujetó del brazo.
—¡Kate! ¡Kate! ¿Qué demonios…?
—exclamó Kenneth resistiéndose a soltarla a pesar de los intentos
de Kate por liberarse.
—¡Suélteme! —gritó ella—. ¡Déjeme en
paz!
—Pero qué ha pasado? ¿Qué hace
aquí?
—¡Nada de su incumbencia! —exclamó
Kate luchando por desprenderse de él—. ¡No me
toque!
Kenneth la soltó y la miró alarmado y
sin comprender. Era la última persona a la que Kate hubiese querido
explicar lo que le había ocurrido, pero ya no podía correr más.
Empezaban a fallarle las fuerzas.
—He discutido con mi padre —dijo Kate
por fin—. Me voy a Londres. Buscaré trabajo
allí.
—¿A Londres? —preguntó Kenneth
incrédulo—. ¿Ahora?
Odiaba que la mirase como si estuviese
loca.
—¡No, ahora no! ¡Cuando se haga de
día! —explicó furiosa Kate—. Se lo pediré a Mr.
Denvers.
Él la miro confuso, intentando
asimilar la situación.
—¿Ha sido por… lo de esta
mañana?
Parecía sinceramente preocupado, pero
a ella le hirió la mención.
—¡No, no ha sido por lo de esta
mañana! ¡Pese a lo que pueda usted creer el mundo no gira a su
alrededor y puede estar bien tranquilo, si es que eso llegase a
importarle, porque no tiene nada que ver con usted, así que déjeme
sola de una vez y váyase!
—¿Pero dónde va a pasar la noche? Son
más de las doce…
Kate se sintió de nuevo desalentada,
pero tenía que seguir adelante.
—No puedo ir a casa de Jane ahora…
Había pensado ir a la posada.
—La posada está llena hoy, ya lo ha
visto, y además no es lugar para usted. Podría ir a mi casa.
¡Escuche antes un segundo, no se ofenda! —dijo Kenneth tratando de
aplacarla al ver el gesto indignado de Kate—. La dejaré allí sola y
yo volveré al campamento. Por favor, deje que la
ayude.
Kate dudó. No quería que fuese él
quien la ayudase pero no tenía a nadie más y comenzaba a sentirse
realmente cansada.
—Por favor —rogó él de
nuevo.
Kate cedió por fin
agotada.
—Está bien…
Él respiró aliviado y con un gesto de
su mano le indicó la dirección. Su casa estaba muy cerca de allí.
Era la planta superior de un pequeño taller, propiedad de un
carpintero, que durante el día trabajaba en el piso de abajo.
Kenneth abrió la puerta y fue a encender la chimenea. Kate acercó
sus manos al fuego en cuanto las astillas prendieron. Estaba
helada. Las llamas se hicieron más fuertes e iluminaron con calidez
la habitación. Él la miró y su expresión pasó sin transición de la
inquietud a la rabia. En la mejilla de Kate se advertía claramente
la señal de un oscuro moratón.
—¿Su padre le ha hecho eso? —silbó
Kenneth furioso.
Kate ni siquiera sabía a qué se
refería. Luego recordó, pero no le
contestó.
—Le mataré si vuelve a
tocarla.
Ella le miró a los ojos y vio su
expresión, y comprendió por qué, pese a todo lo que pudiese haberla
dicho y todo lo que pudiese haberla hecho, no era capaz de odiarle.
Kate sabía lo que sentía por ella. Lo había sabido mucho antes de
que se lo dijese aquella misma mañana que ahora parecía tan lejana.
Pero también sabía cuál era la realidad y por eso le respondió con
voz serena.
—No, no lo hará, porque mañana parte
hacia Gante y seguramente nunca más volveré a verle. ¿No es
así?
Él bajó el rostro profundamente herido
y contestó derrotado.
—Así es.
Un doloroso silencio flotó entre los
dos.
—Creo que será mejor que me vaya… No
le soy de gran ayuda y seguramente la molesto, y querrá estar
sola…
La miró una última vez y Kate no dijo
nada. Le vio darse la vuelta y se oyó llamándole como si en
realidad no fuese ella la que hablase.
—¡Kenneth! —Él se detuvo en el umbral
y se volvió hacia ella. El fuego hacía brillar sus ojos—. No se
vaya…
Vaciló unos segundos pero terminó
retrocediendo sobres sus pasos.
—¿Está segura de eso? —le preguntó en
visible lucha contra sus dudas.
Kate no estaba segura de nada, sin
embargo sabía con total claridad lo que deseaba. No le respondió,
se alzó sobre sus pies, tomó su cara entre sus manos y le besó. Un
beso inocente, fugaz y tímido. Después bajó la cabeza y la apoyó
contra su pecho.
—Kate… Yo no puedo… No debo… —murmuró
él de repente inseguro, tratando en vano de resistirse a lo que tan
intensamente deseaba.
—No importa… —le interrumpió ella y
era de verdad aquello que sentía. Nada más le importaba en aquel
momento. Solo quería que volviera a besarla como la había besado
aquella mañana, que la hiciera olvidar el mundo entero, que
cualquier otra cosa que no fueran ellos dos
desapareciera.
Él la tomó de la barbilla y la miró a
los ojos, y debió ver en ellos la respuesta a todas sus dudas,
porque la besó rápida y apasionadamente, la levantó del suelo y la
hizo girar abrazada y entrelazada a él. Cuando Kenneth la miró de
nuevo anhelante, Kate asintió suavemente y dejó que la despojase
del vestido. Él también se quitó la casaca y se sacó la camisa
tirando de ella por el cuello sin pararse a soltar los botones. La
rodeó por la espalda para que sus cuerpos se encontrasen. La alzó
entre sus brazos sin dejar de besarla y la llevó como si careciese
de peso hasta su cama.
Kate nunca pensó que sería así.
Violento y a la vez delicado. Doloroso pero también dulce.
Apremiante, arrollador, irresistible y aniquilante como lo era el
mismo Kenneth, como debía ser el amor, como ella siempre deseó
amar, como siempre quiso ser amada.
Sus besos, sus caricias, su fuerza, su
peso… Kenneth derramándose sobre ella. Ella fundiéndose con él. La
calma de después…
Kate fue quedándose dormida estrechada
entre sus brazos. Había sido un día muy largo, pero antes de
hundirse en el sueño un último pensamiento brilló en su
mente.
Por primera vez en su vida estaba
dónde quería estar y hacía lo que ella deseaba
hacer.
15
Se despertó y él no estaba allí. Por
un instante temió angustiada que ya se hubiese marchado, pero aún
era noche cerrada y cuando se incorporó vio un débil resplandor,
originado por la luz de una vela, que llegaba del cuarto de al
lado.
Estaba desnuda y su ropa tirada por el
suelo. Una creciente sensación de vergüenza comenzaba a
atormentarla. ¿Cómo podía haber dejado que pasase algo así? Anoche
nada le importaba, pero ahora Kenneth no estaba a su lado y ni
siquiera sabía lo qué pensaría de ella. Aun así, se recordó a sí
misma, daba igual porque se marchaba, se iba sin remedio. Un
estremecimiento de pánico le asaltó, intentó dominarlo y no dejarse
arrastrar por él. Recogió su ropa y se vistió evitando hacer ruido.
Su prendedor del pelo sabe Dios dónde estaría. Desistió de buscarlo
y se asomó a la otra habitación. Estaba sentado de espaldas a ella
y parecía estar escribiendo o leyendo algo.
Permaneció observándole en silencio
sin decidirse a llamar su atención. Le conmovió contemplarle así,
ajeno a su presencia. Imágenes y recuerdos de la noche pasada
volvieron a su memoria turbándola. Quizá se avergonzase, pero desde
luego no se arrepentía.
Kenneth se volvió, tal vez sintiéndose
observado, y la vio allí, quieta y silenciosaa. Pareció
sobresaltarse, guardó la carta que estaba leyendo en el bolsillo de
la casaca que tenía colocada tras de la silla y se acercó hasta
ella.
—¡Kate! No te había oído levantarte.
¿Te he despertado?
—No, es sólo… —dijo ella indecisa—. No
sabía dónde estabas…
Él vio su expresión, levemente tímida
e insegura, y la estrechó entre sus brazos para besarla dulce y
largamente. Kate olvidó todos sus temores. No le importaba lo que
pudiese pasar ahora. Volvería a hacerlo sin
dudar.
—¿Tienes frío? —dijo él apretando su
cuerpo cálidamente contra el de ella—. ¿Quieres que encienda la
chimenea?
—No, no hace falta. ¿Qué hora
es?
En realidad no era la hora lo que
preocupaba a Kate, pero no se atrevía a preguntarle lo que de veras
estaba pensando, sin embargo él comprendió y respondió con visible
tristeza.
—Está a punto de
amanecer.
Kate volvió la cabeza y echó un
vistazo a su alrededor. Había una mesa con un par de sillas junto a
la ventana y fue allí a sentarse. No quería soportar su mirada.
Sabía que esto ocurriría y que nada había cambiado. Podría con
ello. Solo tenía que seguir adelante. Pero él fue a sentarse frente
de ella y tomó una de sus manos.
—Kate, he estado pensando… —comenzó
Kenneth—. No creo que partamos inmediatamente para Gante. Lo más
seguro es que pasemos algunos días en Portsmouth. Quizá un par de
semanas… Las mujeres de algunos oficiales saldrán mañana hacía
allí. Podrías ir con ellas y… bueno… buscaríamos algún lugar en
Portsmouth para que pudieses esperar hasta… bien, hasta que
regresemos.
Kenneth le había dicho todo esto con
grandes rodeos e inseguridad, pero el rostro de Kate se iluminó, y
sintió como si la quitasen un enorme peso de encima. Sin pararse a
pensar le preguntó.
—¿Y nos daría tiempo a pedir la
dispensa?
El gesto de Kenneth se enturbió y Kate
comprendió al momento su error y deseó poder borrar sus
palabras.
—No creo que pudiésemos tener la
dispensa, Kate. Yo no he dicho eso…
Ella sintió el nudo en su garganta y
cogió aire para que pasase, después volvió la cabeza hacia la
ventana. Él la miraba con desesperación.
—Escúchame, Kate, por favor… Te juro
que intentaré arreglarlo. Mírame, sabes lo que siento por ti. Ven
conmigo a Portsmouth. Lo hablaremos más despacio y buscaremos una
solución.
Kate no quería decir ni una palabra
más, sólo deseaba que se marchase de una vez, pero él no dejaba de
apretar su mano, aunque Kate rehuyese ahora su
contacto.
—¿No me vas a
contestar?
—¿Y qué se supone que haría yo en
Portsmouth? —dijo por fin Kate glacial—. ¿Mirar al mar por la
ventana esperando el regreso de la armada? ¿Y recibiría al menos
una asignación o tendría que buscar alguna ocupación en el
puerto?
Ni siquiera ella sabía cómo era capaz
de pronunciar esas palabras con tal frialdad, pero sentía como si
su corazón se endureciese por momentos incapaz ya de soportar más
desaires. Él la miraba superado por la dureza que
mostraba.
—No hables así, Kate… Sabes que no
tengo más remedio que embarcar con la flota. Si no lo hiciese sería
deserción.
Ella oía su voz dolida y le parecía
sincera, y en su interior sentía la lucha entre el deseo de olvidar
todo lo que se suponía que era bueno y correcto para seguir a
Kenneth allá dónde fuese, y lo que le decía su amor propio, que
gritaba a voces que merecía algo mejor que esperar el incierto
regreso del capitán que tal vez al cabo de unas semanas ni siquiera
se acordase ya de ella.
—Kate —imploró él tratando de evitar
que siguiese distanciándose de él—. No tenemos por qué hacer las
mismas cosas que todos, ni el mundo es sólo de una manera. Tú y yo
somos distintos a los demás. No tenemos por qué vivir como ellos,
ni hacer lo que esperan de nosotros.
Sus palabras tenían una vibración
apasionada que hacía dudar a Kate. Era más fácil marcharse con él y
no pensar en nada, al menos mientras permaneciese a su lado, que
irse a Londres en busca de una colocación que quizá no encontrase.
Sin embargo había algo que Kate no acababa de comprender. Algo que
no era como debería ser.
—¿Qué era lo que estabas
escribiendo?
Kenneth esquivó su mirada y antes de
poder darle una respuesta oyeron el golpeteo de unos cascos
repicando en el adoquinado. Sonaban prácticamente debajo de la
ventana y Kenneth se asomó a mirar. Casi a la vez golpearon con
fuerza en la puerta.
—¡Kenneth! ¿Estás despierto y sereno o
tú también estás borracho? —gritó alguien desde
fuera.
Él abrió la ventana. Dos de los
tenientes de su regimiento estaban abajo.
—¿Qué demonios estáis haciendo aquí?
—los increpó de mal humor—. ¡No han dado ni las
seis!
—¡Eeeehhh! —se quejó uno de los
hombres—. No la tomes con nosotros… La mitad de la tropa está fuera
de combate y el coronel quiere que todos los oficiales estén allí
en media hora. Ni siquiera encuentro a Parks y Richardson no se
sostiene por sí solo en el caballo. Cuando nos hemos ido el viejo
gritaba que nos va a tener sin permiso hasta que acabe la campaña.
Se ha levantado con mal pie.
—¡Maldita sea! —renegó Kenneth—. ¡Fue
él mismo quien dijo que a las ocho!
—¡Explícaselo tú a ver si a ti te hace
caso!
—¡Largaos —ordenó Kenneth—, y
esperadme allí!
—De eso nada —se negó el teniente—. Yo
no vuelvo de vacío. Baja de una vez.
La voz burlona del otro soldado que
hasta ahora había permanecido callado llegó desde
abajo.
—No le agobies, Jones. No ves que
tiene compañía…
—Cállate, Bloom —advirtió sibilante
Kenneth—, o te juro que lo vas a lamentar…
Su voz sonó peligrosamente
amenazadora, pero no pareció impresionar mucho a los otros dos,
porque comenzaron a reírse.
—Vamos… Seguro que has aprovechado
bien el tiempo —dijo Jones—. Despídete y no nos hagas
esperar.
—Dile que baje y preséntanosla…
—añadió Bloom entre risas lascivas—. No seas
egoísta…
Kenneth cerró la ventana de un brusco
golpe. No había más luz en la habitación que la de una pequeña
vela, pero era suficiente para advertir que el rostro de Kate
estaba tan lívido como la cera de esa vela.
—¡Kate, te juro que se van a
arrepentir de esto! —aseguró Kenneth viendo su
palidez.
—¿Por qué? ¿Por decir la verdad?
—susurró ella con una calma que era solo aparente—. Yo en cambio
les estoy agradecida. Así sería la vida en Portsmouth, ¿no es
cierto?
Sí, así y no de otro modo sería su
vida si decidía marcharse con él. Tendría que soportar las burlas,
los comentarios, las miradas de desprecio de las esposas de los
oficiales…
—Es verdad que quizá no sea una buena
idea, Kate —se lamentó él abrumado—. Yo tampoco pensaba que esto
fuese a ocurrir, Si al menos no tuviese que marcharme… pero tienes
que creerme. Todo lo que te he dicho es cierto, te quiero y no
dejaré que te hagan daño —afirmó Kenneth como si necesitase más que
cualquier otra cosa que ella le creyera—. Mírame… Volveré antes de
que embarquemos. Esta misma semana si es posible. Te lo juro por mi
vida. Espérame en casa de Jane y hablaremos. ¿Harás eso al menos?
—suplicó.
Las voces y las risas de los soldados
aún llegaban amortiguadas desde la calle, pero ella quería creer
que la amaba y no quería irse a Londres y olvidarse de él. ¿Cómo
habría podido olvidarse de él?
—Esperaré a que
vuelvas.
Kenneth la alzó para besarla y la
estrechó con fuerza contra sí. Kate volvió a recordar porque todo
ese insoportable dolor merecía la pena, pero Kenneth finalmente la
soltó y recogió su guerrera y una bolsa con lo que eran sus escasas
pertenencias y después de mirarla largamente bajó las escaleras con
rapidez y decisión.
—¿Qué pasa? —oyó preguntar Kate desde
el exterior al más grosero de los soldados —. ¿Todavía tenías algo
más pendiente?
Se oyó un fuerte golpe, como si Bloom
hubiese caído derribado del caballo, y a ese le siguieron luego
otros cuantos más...
—¡Kenneth, qué demonios te pasa!
—gritó el otro hombre—. ¡Suéltale! ¿Te has vuelto
loco?
—¡Cállate tú también y llévatelo de
aquí! —ordenó Kenneth fuera de sí.
—¡Eres un maldito imbécil! —exclamó
Jones olvidando el rango y la disciplina—. ¡Nos harán fusilar por
tu culpa!
—¡Si no cierras ahora mismo la boca no
tendrás que esperar a que te fusilen!
Jones recogió maldiciendo entre
dientes el fardo sin sentido que era Bloom y lo cargó atravesado
sobre su montura. Después de eso solo se oyó el repiqueteo de los
cascos de los caballos alejándose, y la calle se quedó otra vez en
silencio.
Kate aún se quedó allí, en aquella
habitación semi en penumbra, pensando en cómo podía ser capaz de
amar tanto y tan intensamente a aquel maldito
imbécil.
16
El coronel gritaba algo sobre la
responsabilidad y el ejemplo que debían dar los mandos a la tropa,
y Bloom y él aguantaban en posición de firmes con la vista hacia el
frente. Cuando el coronel no los observaba, Bloom le miraba de tal
manera, que Kenneth resolvió que más valía que no le diese la
espalda o tal vez alguna bala perdida le aliviase de sus
preocupaciones. Lo cierto era que no estaba prestando demasiada
atención a lo que el coronel Turner decía y él debió de notarlo
porque se detuvo justo enfrente suyo y le miró
enfurecido.
—¡¡¡Se ve que tiene usted asuntos
particulares más interesantes que atender que lo que yo le estoy
diciendo!!!
—Estoy aquí, ¿no es así? —respondió
Kenneth con falsa suavidad.
—¡Sin duda es un gran honor el que nos
hace, capitán! ¡¿Y se supone que tengo que estarle agradecido por
él?!
—No creo que sea
necesario…
—¡¡¡Me alegro!!! ¡Porque estoy harto
de usted y todavía no hemos salido! ¡Quítense los dos de mi vista y
hagan algo de provecho! ¡Y procuren que no tenga que verlos más
hasta que estemos de vuelta, suponiendo que sean capaces de
conseguirlo!
Bloom y él se separaron tras dirigirse
una última mirada rencorosa. Ya hacía rato que había amanecido y el
campamento se movilizaba con una desanimada y poco marcial actitud.
Kenneth fue a buscar a sus hombres. Más valía que estuviesen en
condiciones porque él tampoco estaba de humor. Al menos Harding ya
estaba allí, aunque desde que le había dicho que, si tanto temía
que Jane se olvidase de él para que no hubiese podido esperar a
volver de la campaña para pedir su mano, su amistad se había
deteriorado. La verdad era que le debía una disculpa a Harding,
pero era un buen chico, seguro que lo
entendería.
—¿Están todos? —preguntó secamente a
Harding.
—Están… —asintió el teniente—, pero no
es que se los vea muy entusiasmados… Parece que no tienen muchas
ganas de marcharse.
Harding estaba extremadamente pálido
pero sereno.
—Haz lo que puedas con ellos y procura
que se vayan espabilando. Yo tengo algo que hacer antes. Volveré
enseguida.
—Diré a los sargentos que vayan
formando filas —sugirió Harding.
Kenneth asintió con un gesto
desganado. En ese momento no le importaba lo más mínimo ni las
filas, ni los sargentos, ni toda la maldita compañía. Sin embargo
se sentía en la obligación de decirle algo más a Harding, solo que
no sabía bien cómo.
—¡William!
—¿Qué? —dijo Harding
volviéndose.
Tenía veinticinco años, solo siete
menos que Kenneth, pero le parecía como si fuese mucho más joven,
prácticamente un chiquillo.
—Todo irá
bien….
Harding sonrió
débilmente.
—Seguro que
sí…
Kenneth asintió con la cabeza y
Harding comenzó a llamar a los sargentos más animado.
Definitivamente era un buen chico y resultaba muy sencillo
engañarle, se dijo a sí mismo Kenneth. Se trataba de su primera
campaña, si no hubiese sido así no se habría dejado convencer con
tanta facilidad.
Entró en una de las tiendas de su
compañía. Ya estaba todo empaquetado y listo para marchar, sólo
quedaba desmontar las tiendas, pero antes de ordenar que se
pusiesen con ello tenía algo más que hacer.
Sacó la carta que llevaba guardada en
la casaca. Estaba arrugada después de la pelea con Bloom. Tendría
que escribirla de nuevo. Kenneth se sintió de golpe abatido y
experimentó el irresistible impulso de romperla en pedazos. No
serviría de nada. Lo sabía perfectamente. Solo se estaba engañando
a sí mismo. Sin embargo debía intentarlo, si había una sola
posibilidad…
Ahora lo sabía. Haría cualquier cosa
por ella. No había dormido en toda la noche. Había estado
contemplándola mientras dormía, velando su sueño a la luz de las
llamas de la chimenea, intentando encontrar una solución y sabiendo
que no existía. Era tan hermosa y tan valiente, tan altiva y tan
entregada, fuerte y delicada a la vez. Desde que la conoció en
aquel camino sus orgullosos y airados ojos rasgados habían captado
su atención, después había pasado a ser algo más que un desafío,
luego ya no pensó más. Solo sabía que tenía que estar a su
lado.
Y con todo, cuando Kate le pidió que
no volviese más a buscarla, había comprendido que ella tenía razón
y que aquello era inevitable, y había intentado realmente y contra
su propia voluntad olvidarla. Fue en vano. Pensaba todavía más en
ella que cuando la veía a diario. Por eso aquella mañana de la
víspera, cuando él la besó y ella le devolvió el beso con aquella
ardiente pasión que Kenneth siempre había sabido que latía en su
interior, apenas pudo hacer otra cosa que lo hizo. Y nunca le había
dolido tanto un insulto como cuando escuchó los suyos, y cuando
mencionó a Andrew…
Maldito Andrew. Él y su sentido del
honor. Andrew lo sabía. Podía fácilmente habérselo dicho. Pero no.
Había preferido hacerle aquella advertencia sutil. Sin duda era un
favor más que tenía que deberle, otro más que añadir al de que le
hubiese perdonado la vida. Pues bien, no se lo agradecía, si él
hubiese estado en su lugar no habría dudado en contárselo. Andrew
también la quería para él, estaba seguro, le conocía bien. Le había
visto observarla discretamente apartado en alguno de aquellos
condenados bailes y las miradas de los dos también se habían
cruzado. Tenían que haber saldado cuentas de una vez por todas,
pero ni siquiera se había atrevido a luchar por ella. ¿Qué podía
ofrecerla él al lado de Andrew? Por eso se había echado a un lado y
había esperado aquella última cita dudando sobre si ella se
presentaría allí. Y después… después Kenneth había olvidado todos
sus buenos propósitos, y como era de esperar Kate le había
rechazado y le había hecho sentirse miserable, ruin y rastrero,
aunque por supuesto se había guardado bien de
mostrarlo…
Era algo en lo que Kenneth siempre
había tenido éxito, siempre al menos que había puesto verdadero
interés en ello. Fingir, mentir, aparentar… Moverse entre toda
aquella gente como si él también fuese uno de ellos. Solo que hacía
tiempo que había perdido el gusto y la paciencia por hacerlo, y se
limitaba a procurar divertirse y sacar el mayor partido posible de
la vida. Después de todo había visto demasiadas veces lo sencillo
que resultaba perderla.
Pero Kate había cambiado todo eso y le
había hecho renegar más si cabe de aquella decisión tomada justo
cuando tenía más o menos la edad de Harding, y que tanto había
llegado a odiar, aunque la mayor parte del tiempo se dedicaba
simplemente a ignorarla. Y lo mejor que se le había ocurrido había
sido tratar de emborracharse, pero ni siquiera el vino había
conseguido aquella noche enturbiar su lucidez, y aquel dolor amargo
y agudo se resistía tenazmente a dejarse embotar. Después, como si
fuese el fruto de su delirio, ella había aparecido allí, en la
misma taberna dónde él intentaba inútilmente olvidarla. Y cuando le
había pedido que se quedase… Kenneth sabía que no debía, no debía,
pero aun así lo había hecho y por Dios que no se
arrepentía…
El recuerdo de las pocas horas que
habían pasado juntos le acosó de nuevo sin piedad. Si la amaba
antes ¿cómo podría soportar estar sin ella ahora? Todas las mujeres
que había tenido en sus brazos, ninguna había significado gran cosa
y no le había importado demasiado lo que las ocurriese tras dejar
de encapricharse de ellas. Y ahora en cambio tenía que reprimir
constantemente el impulso de largarse del campamento, y volver a
buscarla, y llevársela a cualquier lugar lejos de todo y de
todos.
Si hubiese sabido antes lo que ocurría
en su casa… Suponía que no era feliz allí, resultaba evidente, pero
nunca había pensado que la situación llegase a tal extremo. Y Kate
ni siquiera le había contado por qué razón había discutido con su
padre. Quizá hubiese podido quitar de en medio a ese malnacido
antes de marcharse.
La rabia le nublaba el juicio cuando
recordaba la mejilla amoratada de Kate. No mentía cuando había
afirmado que le mataría… Era una de las ideas que había contemplado
durante la noche, solo que no era un plan muy brillante llegar de
madrugada a una casa que no conocía para matar a su dueño. Además
aunque no le había dicho que no le matase tampoco le había dicho
que lo hiciese. Al fin y al cabo era su padre. Aunque si Kate
sentía por él el mismo aprecio que Kenneth había sentido por el
suyo… No en vano había pasado casi toda su infancia acariciando el
ferviente anhelo de acabar un día con sus propias manos con la vida
de su padre, pero el muy desgraciado había muerto en una reyerta de
taberna antes de que él tuviese la fuerza y el tamaño necesarios
para lograrlo.
Sí, a Kenneth no le habría temblado la
mano a la hora de matar a ese otro miserable, pero ya era demasiado
tarde para librar al menos de eso a Kate. No quedaba tiempo para
nada. A no ser que desapareciese ahora mismo del campamento y
dejase que el regimiento partiese sin él…
Era lo único que le faltaba por añadir
a su hoja de servicios, insubordinación, traición y finalmente
deserción. Si le colgaban del extremo de una soga entonces tampoco
tendría que preocuparse por soportar la mirada de Kate cuando
supiese la verdad, y lo sencillo que era el motivo por el cual no
podía pedirla en matrimonio por más fuerza con que lo
desease.
Si al menos Charlene consintiese en
pensarlo… Era solo una ilusa y mínima esperanza, pero tal vez, sólo
tal vez…
Abrumado Kenneth se sentó junto a la
pequeña mesa plegable del cuartel de campaña, cogió una hoja limpia
del ordenado montón que tenía a su derecha, tomó una de las plumas
que le pareció menos usada, la mojó con cuidado en la tinta y
comenzó a escribir de nuevo su carta.
“A la atención de Mrs. Charlene
Kenneth:
Estimada señora…”
17
Cuando Kate llegó a casa de Jane pudo
llorar por fin tanto cuanto quiso. Las lágrimas con las que Jane la
recibió se unieron irresistiblemente a las suyas. Mr. Denvers
escuchó su relato, la parte que se podía contar, con gesto de
preocupación, y cuando Kate le contó sus planes de buscar
colocación como niñera o institutriz, le contestó que vería lo que
se podía hacer, pero también le pidió que no actuase con
precipitación y que pensase bien el paso que iba a dar, además la
aseguró que podía estar en su casa tanto tiempo como
necesitase.
Kate agradeció profundamente a Mr.
Denvers su generosidad, aunque sabía que esa situación no podía
prolongarse demasiado. Su padre no tardó en aparecer por allí y Mr.
Denvers y él sostuvieron una violenta discusión que Kate pudo oír
incluso desde la otra planta. Se sentía avergonzada por causar
tantos problemas al padre de Jane y sólo su promesa de que
esperaría allí a Kenneth le hizo ser capaz de quedarse en Ingram y
no marcharse a cualquier lugar dónde al menos estuviese alejada de
su padre.
Los días comenzaron a pasar
lentamente. En casa de Jane no se hablaba de otra cosa que del
regimiento. En cuanto Mr. Denvers entraba por la puerta, Jane se
lanzaba hacia él para preguntarle si se había enterado de alguna
novedad. Pero después de transcurrida una semana, lo único que se
sabía, era que a causa del mal tiempo los barcos que trasladarían a
las regimientos desde Portsmouth a Gante, llegarían con retraso.
Jane se tranquilizaba con esas noticias pero Kate, según iban
pasando los días, sentía desfallecer su ánimo. Comenzaba a dudar de
la promesa de Kenneth…. Puede ser que no tuviese oportunidad de
volver, o puede que no tuviera interés en
hacerlo.
Kate no quería dudar de él, pero una
molesta voz insidiosa le decía que algo no era como debería de ser,
y que incluso si volvía como había prometido, eso no cambiaría
apenas las cosas. Kenneth se iría de todos modos y si no estaba
dispuesto a casarse la semana pasada ¿por qué razón iba a querer
estarlo esta? No habría podido reprimir la sensación de sentirse
engañada si no se hubiese dicho a sí misma que él siempre había
sido claro respecto a eso.
También reflexionaba sobre lo que le
había dicho antes de partir, que eran distintos a los demás y no
tenían por qué hacer lo mismo que hacían todos... Era cierto que
ella siempre se había sentido diferente al resto de sus amigas y de
los jóvenes que le habían cortejado. De alguna manera Kate sabía
que no encajaba en ese espacio dónde intentaban meterla. Por eso
quizá cuando él apareció no había podido evitar sentirse atraída.
Era evidente que Kenneth no se parecía en nada a aquellos jóvenes
vacíos y superficiales, ni a los caballeros grises y anodinos en
los que inevitablemente acababan convirtiéndose… No, Kenneth no era
como ellos, y por eso entre otras cosas, también le amaba. Así que
ahora no tenía sentido quejarse porque no actuara como lo habrían
hecho ellos.
Si al menos encontrase un trabajo… No
quería molestar aún más a Mr. Denvers pero se habría sentido mucho
más tranquila si hubiese tenido esa seguridad, sin embargo
últimamente Mr. Denvers estaba muy callado y muy misterioso, y le
decía constantemente que no se preocupase por eso y que todo se
arreglaría. Kate habría querido tener su confianza, pero cuantos
más días pasaban, más dudaba de que nada fuese a
solucionarse.
Una mañana su madre se presentó allí.
No había vuelto a verla desde que se había ido de su casa, y desde
entonces ya habían pasado diez días.
—¡Hija! —dijo mientras corría a
abrazarla—. ¿Cómo estás?
—Estoy muy bien, ya lo ves —afirmó
Kate dejándose abrazar pero sin corresponder al entusiasmo de su
madre.
Y no se trataba de indiferencia. Kate
la quería mucho y por eso le resultaba más doloroso soportar la
tiranía a la que la tenía sometida su padre. Le dolía verla
acobardada y humillada.
—Tenía tantas ganas de verte… —dijo su
madre afligida por el frío recibimiento de Kate y sacando un
pañuelito para enjugar las lágrimas que comenzaban a asomar en sus
ojos—. Pero tú ya sabes cómo es él… No me atrevía a salir de casa,
pero ya no tienes que preocuparte por eso. Se ha marchado, Kate… Se
ha ido, hija… Tienes que volver.
Kate no tenía la menor intención de
volver por mucho que suplicase su madre, pero esa novedad llamó su
atención.
—¿Qué se ha marchado? ¿A
dónde?
—A Irlanda —respondió su madre más
animada—. Por seis meses al menos… Le han ofrecido un negocio allí.
Se marchó ayer —Su madre siguió contando cada vez más
entusiasmada—. ¡Kate, han retrasado el embargo! Le han dado un
anticipo. Tenías que haberle visto. Se sentía tan feliz… No hacía
más que decir que su suerte por fin había cambiado y que ya era
hora de que alguien reconociese su talento... Quería venir a verte
para disculparse incluso, pero le dije que ya lo haría yo por
él.
Kate miraba el rostro de su madre
mientras decía una mentira tan evidente y vio el esfuerzo que le
costaba mantener su mirada.
—Lo que importa es que ya no está en
casa, y que estará un buen tiempo sin regresar. Volverás, ¿verdad,
hija? —rogó su madre cubriendo con su mano una de las de
Kate.
Kate no quería ni considerarlo. Se
había jurado a sí misma que nunca más volvería a su casa, y solo
pensar en hacerlo le producía un profundo desánimo. Era como si
tuviese que darle la razón a su padre y se resignase a aceptar que
no había ningún otro sitio al que pudiese ir… Por otro lado, siendo
realista, si era cierto que su padre se había marchado, no tenía
ninguna excusa para seguir abusando de la hospitalidad de Mr.
Denvers.
—Lo pensaré —murmuró apagada
Kate.
—Por favor, Kate… No sabes cuánto he
estado sufriendo… —volvió a lamentarse su
madre.
En realidad Kate sí que lo sabía, pero
era algo que ya estaba cansada de ver sin que se pudiese hacer nada
para evitarlo.
—¿Y estás segura de que no volverá
antes de seis meses? —preguntó suspicaz.
—Puedes preguntárselo a Mr. Denvers.
Ha sido él quién le ha ayudado con el pasaje y los
papeles.
Kate se quedó silenciosa e
impresionada. Por eso tanto misterio y tanta confianza en que todo
se arreglaría, ¿pero cómo podía Mr. Denvers haberse ocupado de
todo? No podría jamás agradecerle tantas molestias y tantos
desvelos. Solamente por no tratar con su
padre…
Su madre se marchó después de suplicar
nuevamente a Kate que regresase a su casa y que si no en ella,
pensase en lo que estaría contando por ahí esa cotilla de Marcia
Stevens, Kate puso los ojos en blanco a su madre como toda
contestación y cuando se marchó fue a hablar con Mr. Denvers. No es
que sacase mucho en claro la conversación, él se limitó a decirla
que únicamente había actuado como intermediario en una oportunidad
que casualmente se había presentado, y que Kate no tenía que darle
las gracias en absoluto, pero que aunque su casa estaba abierta
para ella, creía que era un buen momento para volver a la suya, y
pensar con tranquilidad en lo que deseaba hacer con su
futuro.
Después de esta invitación a marcharse
del padre de Jane poco más le quedaba por hacer a Kate que volver a
su casa, aunque la sensación de fracaso que la asaltó en cuanto
entró por la puerta estuvo a punto de hacer que se diese la vuelta
para tomar la carretera y marcharse a Portsmouth o a dónde fuese,
porque cualquier cosa sería mejor que permanecer
allí.
Sin embargo sacó fuerzas de su
desolación y se quedó, aunque su ansiedad por la tardanza de
Kenneth en cumplir su promesa era cada día más intensa, y se
propuso hacer todo lo posible por encontrar un trabajo. Así que
escribió a su prima y a algunas otras personas que esperaba
pudieran orientarla, y no había hecho más que dejarlas en el
correo, cuando Bess, la muchacha que las ayudaba desde que Ethel se
había marchado, entró a la sala con un
recado.
—Miss Kate, hay una señora con una
niña que pregunta por usted… Está fuera esperando. ¿Quiere que la
diga que entre?
Bess era muy joven, prácticamente una
niña. Había pasado toda su vida en una granja y todavía se
aturullaba y se volvía del color de la grana, cuando se encontraba
enfrente de una dama o a un caballero.
—Sí, por supuesto —le dijo Kate
sonriendo amable para ayudarla a vencer su timidez—. ¿Te ha dicho
como se llama?
—Ha dicho que usted no la conoce
—respondió Bess apurada por si había hecho algo
mal.
Kate pensó inmediatamente en Mr.
Denvers, no era posible que sus cartas hubiesen llegado aún,
probablemente sería él quien la enviaba… Se echó un vistazo rápido
en el espejo. Los rizos se escapaban rebeldes de su recogido. Kate
se mordió el labio disgustada. No era ese el aspecto que debía
ofrecer una joven seria y responsable, pero no había tiempo para
más. Se alisó precipitadamente el vestido y esperó con las manos
cruzadas por delante de su falda a que aquella señora
entrase.
Era una mujer discreta y elegantemente
vestida. Sus cabellos color miel destacaban bajo su sombrerito de
viaje, y aunque era joven, seguramente no había cumplido todavía
los treinta, la severidad de su actitud le hacía parecer algo
mayor. Sus rasgos eran marcados, pero correctos, y prestaban a su
rostro una belleza patricia y aristocrática, en la calidad de sus
ropas y en su aire se evidenciaba la distinción de quienes
frecuentaban más la alta sociedad londinense que los salones
rurales del condado.
La niña no tendría más de seis años y
también era muy bonita, con su vestido granate abullonado y un gran
lazo color crema atado a la espalda parecía una muñeca. Sus
cabellos rubios caían en tirabuzones alrededor de su rostro y tenía
los ojos de un particular tono azul claro, muy expresivos. La
pequeña se quedó mirando fijamente a Kate con una gran
seriedad.
Sin saber por qué, esa inocente mirada
infantil la trastornó. Kate apartó confundida la vista de la niña y
se centró en su madre que también la examinaba con la mayor de las
atenciones.
—¿Es usted Miss Katherine Bentley?
—preguntó su inesperada visitante con educada y modulada voz
grave.
—Así es… —respondió Kate
inexplicablemente nerviosa, pero procurando mostrarse serena y
amable—. ¿Y usted es?
—Puede llamarme Charlene —dijo muy
seria la mujer.
—Bien, entonces Charlene… —asintió
Kate con una sonrisa para intentar romper el hielo—. Imagino que
Mr. Denvers le habrá hablado de mí.
—No conozco a ese caballero —negó
ella—, pero me gustaría hablar con usted unos minutos. ¿Sería
posible que mi hija jugase en el jardín mientras nosotras
conversamos?
—Sí, claro que sí. —Kate fue a llamar
a Bess para que acompañase a la pequeña mientras intentaba
tranquilizarse diciéndose que todo iba bien—. Es por
aquí.
—Sal fuera a jugar, Alice —la despidió
su madre con dulzura—. Nos iremos
enseguida.
La niña salió callada y obediente.
Kate ofreció asiento a Charlene y se sentó ella también. No sabía
bien qué decirla, si no la había mandado Mr. Denvers no se le
ocurría quien podía haber sido.
—Créame, Miss Bentley… —empezó
violenta Charlene—. No me ha resultado fácil venir aquí y es muy
doloroso para mí actuar de este modo, pero espero que entienda
usted mi situación.
Kate estaba muy confusa y guardó
silencio sin entender. No comprendía lo que estaba pasando, pero un
instintivo sentimiento de temor por lo que esa mujer iba a decirle
se apoderó de ella. Charlene sacó una carta de su bolso y se la
acercó a Kate, dejándola sobre la mesa.
—Esta semana he recibido esta carta.
Puede usted leerla si lo desea. No me avergonzará más que lo que me
supone estar aquí. La remite mi esposo, el capitán James Kenneth, y
en ella me solicita el divorcio.
La mujer guardó silencio y la miró
acusadora. Kate también calló paralizada. En su interior el mundo
se tambaleó desmoronándose para volver a recomponerse después, de
un modo aparentemente similar, pero completamente distinto,
convertido ya para siempre en un lugar frío, desolado e
inhóspito.
Acercó su mano a la carta, aunque no
se decidió a cogerla y cuando su mirada perdida se fijó en ella se
dio cuenta de que estaba temblando. La retiró velozmente y se la
sujetó con la otra por debajo de la mesa.
—Quiero imaginar —dijo tensa
Charlene—, y por eso estoy aquí, que no sabía usted nada de esto.
Él nunca se lo dijo, ¿no es así?
Kate no quería cruzar ni una sola
palabra con ella, y tampoco se sentía capaz de
pronunciarla.
—No hace falta que me lo diga
—continuó ella con amarga aspereza—. Sé bien lo que hace... No la
voy a engañar, Miss Bentley… Mi matrimonio no ha sido un matrimonio
feliz. Yo también fui una joven como usted y me dejé engañar por su
sonrisa y por sus palabras. Él no tenía nada y yo me enfrenté a
toda mi familia para casarme con él. Fui estúpida, impulsiva… y
estaba enamorada —añadió Charlene como si eso también hubiese sido
algo estúpido—, pero Kenneth pronto se cansó hasta de las ventajas
económicas que llegó a decirme que eran las únicas que habían hecho
que se casase conmigo...
Charlene hizo una pausa. La costaba
visiblemente seguir, pero también Kate estaba muy pálida y apenas
conseguía permanecer erguida en su silla.
—Como ve estoy siendo absolutamente
sincera con usted. Aún puedo contar con la lealtad de algún amigo
entre los compañeros de mi marido, aunque sé que son pocos los que
saben siquiera que está casado, y ha sido uno de ellos quien me ha
indicado que sólo podía ser usted la causa de esta demanda. Yo he
sido pese a todas las circunstancias una buena madre y una buena
esposa, y no someteré a mi hija, a mi familia y a mí misma a la
vergüenza y el escándalo de una demanda pública de divorcio que
jamás, jamás, puede tenerlo bien claro, concederé. Es pues inútil
que se presente y por eso he venido para rogarle que obre según su
conciencia a fin de evitar que esa demanda
prospere.
Charlene había terminado su discurso.
Se había mantenido serena y enérgica mientras se explicaba, pero
ahora la tensión había hecho mella también en ella y miraba
nerviosa a Kate esperando su contestación. Kate sabía que solo
podía darle una respuesta y la pronunció con voz
temblorosa.
—Le aseguro que en lo que a mí
respecta no habrá motivo alguno para que continúe adelante esa
demanda.
Charlene respiró con patente alivio y
sin esperar más se levantó de la silla.
—Muchas gracias, Miss Bentley. Es todo
lo que deseaba escuchar. No quiero prolongar esta conversación que
no es agradable para ninguna de las dos. De veras lamento que esto
haya tenido que ocurrir, pero estoy segura de que puede
comprenderme, incluso es posible que algún día llegue a
agradecérmelo.
Kate permaneció encerrada en su
mutismo y Charlene comprendió que ese día no sería hoy, así que
recogió su carta, se despidió con un breve saludo al que Kate
tampoco respondió y salió con rapidez de la
sala.
Kate la oyó llamar a su hija, y por la
ventana vio como la cogía de la mano y se la llevaba hacia el coche
que esperaba junto a la entrada. Mientras se alejaban, la niña se
volvió y miró hacia la casa. También Kate se la quedó mirando a
través del ventanal de la sala.
Tenía que haberlo comprendido desde el
mismo momento en el que la vio aparecer por la
puerta.
Sus ojos eran idénticos a los de
él.
18
Se sentía como si estuviese vacía por
dentro.
Cuando se levantaba por la mañana
tenía que obligarse a salir de la cama y a seguir actuando como si
nada hubiese cambiado cuando en realidad ya nada le
importaba.
Había perdido la ilusión por encontrar
un trabajo, por marcharse de su casa, por volver a verle. No quería
volver a verle nunca más. Se lo había dicho a sí misma muchas veces
desde que lo había conocido, pero ahora era distinto. Ahora era
cierto.
Habría querido borrarle de sus
pensamientos, arrancarlo de ellos y dejar en su mente el mismo
vacío gris que era ahora su vida. No quería saber si de verdad
había significado algo para él o si sólo había sido una diversión
pasajera. Sólo quería saber si alguna vez pasaría aquella
insoportable desdicha.
Ahora todo estaba claro y ella había
sido tan estúpida como para no darse cuenta. Todas sus palabras, su
oposición al matrimonio, su cínico rechazo, su abierta negativa, su
promesa de que intentaría arreglarlo. No la servía. Nada de eso le
servía. Todas sus declaraciones se podían haber resumido en tres
sencillas palabras que nunca había
pronunciado.
Ya estoy
casado.
Kate quería pensar de sí misma que por
mucho que hubiese significado para ella jamás habría consentido en
que pasase lo que pasó si hubiese sabido que estaba casado, y menos
aún que tenía una hija, aquella pequeña con sus mismos ojos azules,
fríos y claros.
Podía tolerar la humillación que le
había supuesto recibir a aquella mujer, podía difícilmente haber
perdonado el engaño, pero jamás olvidaría la silenciosa acusación
con la que esa niña la había mirado.
Ya no paseaba. Le resultaba imposible
recorrer la alameda sin que las lágrimas le impidiesen ver el
camino. Se quedaba en casa y bordaba, para asombro de su madre, que
la miraba alarmada y ni siquiera se atrevía a preguntarla si se
encontraba bien.
Una tarde Jane vino a verla. Kate
intentó mostrarse sonriente. Jane no había podido hacer por ella
más de lo que había hecho incluso teniendo sus propios problemas.
Pero su amiga la conocía demasiado bien para dejarse
engañar.
—Kate... ¿por qué estás todavía tan
triste? —le preguntó acariciando su brazo con dulzura—. ¿Es por tu
padre?
No quería engañar a Jane, pero no
soportaría hablar de ello. No, no podía hacerlo, aún no.
Seguramente nunca pudiera hacerlo.
—Estoy preocupada, Jane, eso es todo
—mintió para eludir la mirada inquisitiva de Jane, después de todo
no le faltaban los motivos para estar abatida—. Más aún por el
compromiso en el que puse a tu padre. No sé cómo podré corresponder
y no sé si lograré encontrar un trabajo. Porque al fin y al cabo
volverá, Jane, antes o después y no quiero mostrarme ingrata, pero
todo seguirá igual o peor. Si mi padre consigue algún dinero se
meterá en problemas todavía más graves. Si lo hubiese sabido no
hubiese permitido que tu padre interviniese en esto. Debí haberme
marchado hace tiempo.
Era una idea que volvía a su cabeza
una y otra vez a su cabeza cuando el dolor se convertía en
insoportable. Se veía marchándose de Ingram antes de que nada
hubiera ocurrido, antes de que su padre amenazase con casarla con
Marley, antes de que ella rechazase y prestase oídos sordos a las
advertencias de Andrew, antes de conocer a
Kenneth.
—No digas eso, Kate —se lamentó Jane
viendo a su fuerte y animosa amiga tan decaída—. Sabes lo difícil
que es encontrar una colocación... Sé que papá lo ha intentado,
pero no ha conseguido nada, y sabes que tampoco se puede esperar
gran cosa de ese tipo de trabajo. Las dos lo
sabemos.
A Kate le dolieron las palabras de
Jane. Sobre todo porque eran ciertas. No había muchas posibilidades
de encontrar una colocación, y menos para ella, que no tocaba el
piano, ni sabía solfeo, ni hablaba francés, ni tenía la más mínima
idea de alemán, ni de latín... Y si de todos modos tenía la enorme
suerte de encontrarlo, no sacaría de ese empleo mucho más que el
derecho a una cama y a la comida, y el compromiso de parecer
siempre agradecida y obediente. Sin embargo y pese a todo Kate
sabía que tenía que seguir intentándolo. No se quedaría allí
esperando a que su padre regresase y la encontrase hundida y
derrotada.
—Kate… Tengo algo que decirte —empezó
Jane dudando—. Me enteré por casualidad. Mi padre me hizo prometer
que no te lo diría, pero no me importa romper mi promesa si puede
servirte de ayuda. Al menos creo que es justo que lo sepas. No fue
mi padre el que hizo que el tuyo se marchase. Era mucho dinero el
que adeudaba, papá no habría podido permitírselo por mucho que
hubiera deseado ayudarte, y sabes que lo deseaba,
Kate…
Ella escuchaba atenta y confundida a
Jane. Era verdad que la deuda era muy alta y el padre de Jane,
aunque acomodado, no era tan acaudalado, pero entonces ese
negocio…
—Fue Mr. Wentworth, Kate… Se enteró no
sé cómo. Seguro que fue por esa cotilla de Marcia. Creo que estuvo
contándolo por todas partes, ya la conoces… Apostaría a que una de
nuestras doncellas se lo diría a alguna de las suyas, probablemente
Emma… Nunca me gustó —apostilló molesta Jane—. Resulta que Mr.
Wentworth abordó a papá un día en el pueblo y le dijo que se había
enterado de tu situación, y que lo lamentaba, y que le gustaría ser
de utilidad. Le pidió que no se lo contase a nadie, pero mamá
estaba muy extrañada, y yo oí como lo comentaban entre ellos, y así
me enteré yo también. Cuando le pregunté me hizo prometer que no te
lo diría pero ya no tiene remedio. Él lo pagó todo, Kate, el
pasaje, la deuda pendiente, el negocio que le han ofrecido allí… Yo
no quiero que te sientas obligada. Él fue el primero en no desear
que apareciese su nombre, pero tampoco quiero que agradezcas a mi
padre algo que no le corresponde… Y creo que lo que ha hecho Mr.
Wentworth… en fin… A mí me parece que no lo habría hecho
cualquiera, Kate. Ya sabes lo que he pensado siempre de él y de ti…
No quiero verte así y tampoco quiero verte enterrada entre la
servidumbre de una casa dejando que pasen simplemente los años. Mr.
Wentworth me parece una buena persona y va a venir mañana a casa a
comer. ¿Querrías pensar en asistir tú
también?
Kate había escuchado en silencio toda
la larga explicación de Jane mientras pensaba en como el control de
su vida, que había creído tener fugazmente en sus manos aquella
noche en la que salió corriendo de su casa, se escapaba de ellas
para estar en las de todas esas otras personas que actuaban, y
decidían por ella, y movían los hilos de su vida. Debería sentirse
agradecida, y lo estaba, pero también detestaba aquello: su nula
impotencia. Sin embargo estaba demasiado abatida y no se encontraba
con la fuerza suficiente para seguir luchando contra decisiones que
no dependían de ella.
—Siento que hayas faltado a tu promesa
por mí causa, Jane —murmuró Kate.
—No me importa si te sirve de ayuda.
Solo ven a casa mañana… —rogó Jane—.Te aseguro que esto ha sido
solo cosa mía y si te incomoda podrás echarme a mí toda la
culpa.
Kate cedió un poco ante la solicitud y
la preocupación de Jane. Sabía que solo pretendía ayudarla, ¿pero
qué diría Jane si supiera? Nunca lo sabría porque no pensaba
decírselo.
—Quizá vaya… Lo
pensaré.
—Tonterías. Mandaré al coche a por ti
y si no vienes no podré perdonártelo. ¿No sabes que necesito todo
tu apoyo?
Kate sonrió un poco por fin. Jane era
capaz de bromear hasta con su propia pena con tal de animarla a
ella.
Al día siguiente, tal y como Jane
había anunciado el coche se presentó a media mañana y Kate acudió
al almuerzo. Cuando Andrew llegó se sorprendió visiblemente al
encontrarse allí con Kate. No se habían vuelto a ver desde el día
de la boda de Jane, y si Kate no se hubiese sentido insensibilizada
después de todo lo que había ocurrido en las últimas semanas,
difícilmente habría podido soportarlo. Sin embargo se sentó a la
mesa, y comió, y sonrió, y conversó como si nada hubiese ocurrido,
y evitó durante toda la comida cruzar su mirada con la de Andrew.
Pero cuando tras terminar la comida se quedaron los tres solos en
la sala de estar de los Denvers, y Jane no tardó en excusar su
salida alegando que acababa de recordar que tenía que terminar
urgentemente la carta que le estaba escribiendo a Harding, la
tensión entre Andrew y ella se hizo más que evidente, y Kate supo
que tenía que decidir que iba a hacer con su
vida.
—Tengo que pedirle disculpas por el
comportamiento de Jane, Mr. Wentworth —empezó Kate indecisa, pero
decidida a no andarse con rodeos ni evitar la cuestión—. La única
explicación que lo puede justificar es que obra así por el cariño y
el aprecio que me tiene.
—Es difícil que cualquiera que la
conozca no la aprecie —aseguró Andrew.
Kate vio la mirada sincera e insegura
de Andrew. Llegaría hasta el final y luego que ocurriese lo que
tuviese que ocurrir.
—Jane me ha contado que fue usted
quién se hizo cargo de todo para evitar la ruina de mi familia,
además de ocuparse de enviar a mi padre lejos de aquí —Kate hizo
una pausa y miró a Andrew directamente a los ojos—. Es algo que no
podré agradecerle lo suficiente mientras
viva.
Él pareció en cierto modo avergonzado.
No sostuvo su mirada, sino que la desvió hacia un
lado.
—No era mi intención… —comenzó Andrew
vacilante pero ganando en seguridad a medida que hablaba—. Crea de
veras, Miss Bentley, que no he intervenido en esto para esperar su
agradecimiento, ni que se sienta usted de alguna manera obligada a
corresponder a él. Estaba en mi mano ayudarla y no me habría podido
perdonar no haberlo hecho estando entre mis posibilidades serle de
alguna utilidad. Le ruego que lo olvide —terminó Andrew en voz
baja, como si aquello fuese una pequeña minucia sin
importancia.
—Su generosidad y su solicitud por mí
no estaban justificadas —insistió Kate—. Menos aún después de la
respuesta que di a su petición.
Entonces Andrew sí que la miró
dolido.
—Si así fuera no sería la generosidad
lo que me moviese, sino mi propio interés.
—No merezco su interés —dijo Kate con
la voz temblando en su garganta.
Su emoción no pasó desapercibida a los
ojos de Andrew. También él quería verla feliz y no apagada y
afligida.
—Merece usted todo cuanto desee, Kate.
Esto no es un chantaje... Lo mismo que sentía aquella mañana lo
sigo sintiendo hoy, pero no deje que eso le afecte —dijo Andrew con
más brusquedad—. Es usted tan libre de rechazarme como lo fue aquel
día. No se sienta obligada a variar su respuesta si no han variado
sus sentimientos.
La miraba ahora francamente, y Kate
veía en él el deseo por intentar hacer lo correcto y no simplemente
abusar de su posición y de su riqueza. Era ahora. Tenía que
decidirse.
—No puedo decir que esos sentimientos
hayan variado, pero creo que podrían llegar a hacerlo —dijo Kate en
voz baja y vacilante y bajando los ojos mientras
hablaba.
También él apartó su vista. No parecía
estar muy seguro de que eso fuese suficiente y era patente la lucha
que mantenía consigo mismo, pero rechazó lo que fuese que le
preocupaba y se volvió hacia ella.
—¿Y podría preguntarla entonces por
esos otros sentimientos que no me quiso
aclarar?
Kate alzó los ojos y le devolvió la
mirada. Estaba muy pálida, pero esta vez sus palabras fueron más
firmes.
—Le aseguro que no albergo ningún
sentimiento que me impida aceptar su
proposición.
Andrew volvió a mirar hacia la escena
de caza que decoraba la sala de estar de los Denver pero enseguida
se resolvió.
—¿Entonces podría esperar que aceptase
ser mi esposa? —preguntó.
—Acepto —contestó
Kate.
Kate vio la tímida sonrisa que esbozó
Andrew y que consiguió conmoverla, y que le respondiese con otra no
menos contenida. Él tomó una de sus manos y se la besó dulce y
largamente. Fue un gesto galante, amable y cálido, pero un
estremecimiento recorrió a Kate y pese a sus intentos por
desterrarlo la invadió un doloroso recuerdo. Tuvo que hacer un
esfuerzo para no retirar la mano. Kate cogió aire y sus labios
forzaron una sonrisa para espantar aquella
sombra.
No podía cambiar lo que había pasado.
Si Andrew de veras la amaba, más valía que la amase tal y como
era.
19
Había pasado casi un mes desde que se
trasladaron a Porsmouth. Los barcos estaban demorados por el mal
tiempo y el acoso de la armada francesa. El alto mando los había
mandado de maniobras y se habían pasado tres semanas vagando por
las ciénagas, con el resultado de que decenas de hombres habían
enfermado de fiebres. Para aclimatarse al terreno decían las
órdenes. Era justo lo que necesitaba. Un lugar que le recordase
aquellos condenados cenagales de Walcheren dónde todo estuvo tan
cerca de acabar definitivamente. Cuando por fin regresaron al
cuartel general se encontraron con el dichoso permiso. Un día. Un
solo día antes de embarcar definitivamente.
Harding y él habían salido en cuanto
sonó el toque de diana, y habían cabalgado sin hacer más paradas
que las necesarias para cambiar los caballos. No le había dado
muchas explicaciones a Harding y él era tan discreto como para no
pedirlas. Así que cuando llegaron a casa de Jane y le invitó a
entrar, más por cortesía que por cualquier otra razón, y él aceptó,
Harding se quedó bastante sorprendido. Sin embargo cuando Jane bajó
corriendo las escaleras y se echó a los brazos de Harding y nadie
más apareció tras ella, la inquietud que había pasado todo el mes
intentado penosamente controlar se apoderó de Kenneth, y a duras
penas consiguió aguantar en aquel lugar en el que tan evidentemente
estaba de más.
Jane recordó sus modales para
separarse un poco de su marido y saludar sonrojada a
Kenneth.
—Ha sido muy amable acompañando a
Willian, capitán. ¿Han tenido un buen
viaje?
—Sí, estupendo. ¿Cómo se encuentra
Mrs. Harding?
—Mucho mejor ahora que Will ha vuelto
—respondió Jane con una sonrisa radiante.
—¿Y Miss Bentley? ¿Se encuentra tan
bien como usted?
—Sí, también está
perfectamente.
Aunque había respondido con rapidez, a
Kenneth no se le escapó la extraña mirada que le dirigió
Jane.
—Había pensado que quizá tendría
ocasión de saludarla… —insistió Kenneth.
—Está muy ocupada últimamente. No creo
que la encuentre en su casa. Yo la saludaré de su parte cuando la
vea.
A Jane se la notaba ahora francamente
incómoda. Cogió la mano de Harding y le miró embelesada. También
Harding tenía únicamente ojos para ella. No tenía mucho más que
hacer allí.
—Ha sido un placer saludarla, Mrs.
Harding. Devuélvaselo entero a Su Majestad.
—¡Kenneth! —protestó Harding violento
y casi sonrojado.
—Lo procuraré… Solo si Su Majestad
promete devolvérmelo también a mí —aseguró
Jane.
—¡Jane! —exclamó aún más incómodo
Harding.
—Haremos lo que podamos, ¿verdad,
Harding?
—¡Vete ya! —dijo Harding estrechando
contra sí a Jane—. Y no me esperes si
tardo…
Kenneth se fue de la casa de Jane sin
saber que pensar. Quizá todo se había arreglado… ¿Pero entonces por
qué le había dicho Jane que Kate no estaría en su casa? Atravesó
Ingram y no tomó el camino principal, sino el de la alameda. Era la
hora a la que Kate siempre solía salir a pasear pero no la
encontró.
Si se había marchado a Londres no
podría encontrarla antes de embarcar, ¿y entonces cómo resistiría
toda la campaña sin saber que había sido de ella? No, no pensaba
irse del condado sin salir de dudas. Fue a la casa de Kate, jamás
había estado en su interior pero sabía bien cual era. Llamó a la
puerta principal y apareció una muchacha, antes de que le diese
tiempo a presentarse se encontró con la madre de
Kate.
—¡Capitán! ¡Qué sorpresa! —exclamó
Mrs. Bentley sin acabar de dar crédito a lo que veía—. Puedes
retirarte, Bess… Le hacíamos en Bélgica, ¿no debería estar usted
allí?
—Así es, señora —asintió Kenneth
procurando mostrar su mejor actitud amable y cortés—, pero la
partida de la armada se ha retrasado. He venido acompañando al
teniente Harding y se me ocurrió pasar a saludarles ya que no
tenemos que regresar hasta la tarde.
—¡Qué amable y que considerado de su
parte!
Si Jane estaba incómoda la madre de
Kate apenas conseguía disimular su nerviosismo y en lugar de
franquearle la entrada se interponía entre él y el
recibidor.
—¿No está Miss Bentley en casa?
—preguntó Kenneth obviando el escaso entusiasmo de la madre de Kate
por recibirle.
—Pues en este momento… El caso es…
Claro que seguramente usted desconoce la feliz
noticia…
—¿Qué feliz noticia? —dijo extrañado
Kenneth.
La madre de Kate miró de hurtadillas
al piso superior antes de decidirse a hablar, después se volvió con
rapidez hacia el capitán y le miró directamente a los ojos para
responderle.
—Mi hija se ha comprometido con Mr.
Wentworth. Se van a casar a primeros del mes que viene y estamos
todos tremendamente felices.
Mrs. Bentley soltó su frase de tirón,
como si fuese una lección bien aprendida. Kenneth iba a responderle
que aquello era una sucia mentira, pero vio su expresión de temor
al ver la suya e hizo un esfuerzo supremo por
contenerse.
—¿Está usted segura de
eso?
—No sé cómo podría equivocarme,
capitán —musitó intimidada la madre de Kate—, Mr. Wentworth pidió
su mano el jueves pasado y…
Entonces oyó su voz tras
él.
—Muchas gracias, mamá. No hace falta
que continúes. Yo se lo explicaré al
capitán.
Se giró para encontrarse con ella.
Kate estaba en el rellano de la escalera y evitaba dirigir su
mirada hacia él.
—Estás ahí, Kate… —dijo su madre
azorada—. No había querido molestarte… Estamos tan atareadas, pero
será mejor que vayamos a la sala —dijo Mrs. Bentley cediéndole el
paso e intentando actuar con la mayor normalidad posible—. Como le
estaba diciendo, capitán, estamos enormemente satisfechos. Aunque
yo siempre supe que Kate no merecería menos. Si mi marido no
hubiese tenido que…
—Mamá, la costurera te necesita arriba
—la interrumpió Kate cortante—. ¿Serías tan amable de subir a
ayudarla?
—¿Tú crees que es…? En fin… si es
absolutamente necesario… —La madre de Kate calló resignada ante la
mirada imperativa de Kate y salió silenciosa de la
sala.
Kate cerró la puerta tras ella y
después se volvió hacia Kenneth y durante algunos largos segundos
ninguno de los dos dijo una sola palabra. Kate no le habría mirado
con más frialdad si le hubiese estado apuntando con una pistola y
él casi hubiese preferido que lo hubiese hecho. Pero logró
dominarse, aunque ni siquiera él sabía cómo era capaz de hacerlo, y
se limitó a hablarla con voz suave pero cargada de
tensión.
—Vaya, Miss Bentley… Si la armada
llega a demorarse un poco más supongo que la hubiese encontrado
convertida en Mrs. Wentworth.
La respuesta de Kate, en cambio, no
fue nada suave.
—Lamento que su marcha se haya
demorado tanto. Si hubiesen partido en su momento se habría podido
ahorrar el viaje.
—Era una promesa que tenía pendiente
—dijo Kenneth también con dureza.
—Pues ahora que la ha cumplido está
liberado de ella y puede volver cuanto antes a sus
obligaciones.
Kate aguantaba su mirada sin pestañear
y él no conseguía encontrarla detrás del muro que había levantado
entre los dos.
—¿Es esa toda la explicación que va a
darme?
Tenía tan apretada la mandíbula que
casi podía oír rechinar sus dientes, pero Kate respondió con una
ira apenas contenida.
—¿Desea usted más explicaciones? Mr.
Wentworth me pidió que fuese su esposa la semana pasada y usted…
Todavía no he alcanzado a entender que es lo que esperaba usted
exactamente de mí, capitán. Quizá aún esté a tiempo de
aclarármelo.
Kate esperaba desafiante y por un
momento Kenneth sospechó que lo sabía todo. Sin embargo lo rechazó.
¿Habría podido llegar a saber la verdad y callar en lugar de
echárselo a la cara? También pensó en decírselo. La razón por la
que no podía pedirla que fuese su esposa. Prácticamente no había
pensado en otra cosa todo ese mes. En ocasiones se decía que cuanto
antes lo supiera mejor sería, y en otras que en cualquier caso
sería ya demasiado tarde. Sin duda ahora era demasiado tarde. No se
humillaría aún más delante de ella.
—No tengo nada que aclarar —dijo
Kenneth mordiendo las palabras—, y tampoco me arrepiento de
nada.
Por un momento Kenneth creyó ver en su
rostro la señal de una fugitiva y última decepción, pero si llegó a
estar allí desapareció rápidamente y enseguida ella recuperó su
gélida frialdad.
—Eso pensaba… No tengo, pues, nada más
que explicar. Le agradecería que se marcharse. Estoy muy ocupada
con los preparativos.
Kate le dio de lado dando por
terminada la conversación y Kenneth finalmente se sintió incapaz de
seguir manteniendo toda aquella comedia. Si era cierto como decían
que el corazón no dolía algún otro motivo amenazaba con paralizar
el suyo. Tomó a Kate con mano de hierro por una de sus muñecas y
tiró de ella para dejarla justo frente a
sí.
—Espero, Miss Bentley —la increpó con
tensa voz baja—, que sepa lo que está haciendo. Quizá descubra que
no es tan sencillo jugar con Andrew con la misma ligereza con la
que lo ha hecho conmigo.
—¡Quíteme las manos de encima!
—replicó Kate fuera de sí tratando de soltarse, pero con la misma
contenida voz baja—. ¡No se atreva a hablarme
así!
—Es solo un consejo de amigo —dijo él
con una calma que estaba lejos de sentir—. Si deseaba poner a la
venta sus favores, debería haberlo pensado mejor antes de
regalarlos.
Aún sujetaba su muñeca y estaban muy
juntos. Él sentía que la rabia le inundaba y Kate le miraba en ese
momento con más odio de lo que Kenneth pensaba que sería capaz de
soportar.
—¡Si no se le ocurren a usted más
insultos que hacerme será mejor que se vaya ahora mismo de mi
casa!
Sus ojos brillaban de cólera y su
respiración era casi jadeante, y estaba tan hermosa que le dolía
mirarla. Así que sí… Todavía se le ocurrió algo
más.
—Ha sido un placer volver a verla,
Miss Bentley. Ya que es usted tan generosa con sus afectos, confió
en que cuando termine la campaña tengamos ocasión de volver a
reunirnos y podamos continuar con nuestra relación dónde la dejamos
la última vez.
Por un momento Kate dejó incluso de
respirar y Kenneth pensó que ya no le respondería, pero ella se
rehízo enseguida.
—Espero con todo mi corazón que los
franceses me hagan el enorme favor de librarme para siempre de su
presencia.
Sus palabras le causaron un daño que
Kenneth no imaginaba poder sentir, y por más que intentó ocultarlo
estaba seguro de que Kate no habría podido dejar de notarlo. Ya no
se sentía con ánimo para seguir jugando a ver quién conseguía herir
más a quién. No le importaba reconocer que ella había ganado. La
saludó inclinando un poco la cabeza.
—Como siempre he dicho, Miss Bentley,
haré todo lo que pueda por complacer sus deseos y así evitará la
molestia de volver a verme. Le deseo un muy feliz
enlace.
Kenneth salió golpeando las puertas de
aquella casa en la que ahora deseaba no haber entrado jamás. Desató
su caballo y tomó el camino de regreso como si le persiguiese el
mismísimo diablo, o tal vez fuese Kenneth quién corriese tras él
deseoso de hacerle compañía. Pensándolo bien, se dijo, seguramente
aquello fuese lo mejor, que empezase de una vez la maldita campaña
y por Dios, que si no volvía de ella no se perdería gran
cosa.
Cuando la madre de Kate oyó el sonoro
portazo con el que se cerró el batiente de la entrada principal,
bajó corriendo las escaleras, solo para encontrarse con las puertas
de la sala completamente cerradas.
A través de ellas llegaba nítido y
desgarrador el llanto desconsolado de Kate.
Su madre permaneció unos segundos con
la mano apoyada en el picaporte de la puerta, tan angustiada como
debía estarlo su hija, pero finalmente desistió. Se dio la vuelta y
volvió a subir abatida las escaleras que llevaban al dormitorio de
Kate. Allí dónde la costurera preparaba su precioso y flamante
vestido de novia.
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