Kate no había vuelto a ver al capitán Kenneth desde el baile del comandante y había resuelto firmemente olvidarse de él. No tanto por las palabras de Andrew como por propio convencimiento. Se daba cuenta de que se había dejado fascinar por su descaro, por su indefinible aire arrogante, por esa mirada que te hacía sentir desnuda… Sí, sin duda eso era. Kate sentía el calor subir a su rostro solo con pensarlo, y por si eso no fuese lo suficientemente malo, además el capitán parecía también leer a través de ella. En resumen, y ya que no era muy conveniente para su propósito seguir repasando los motivos que hacían que le costase tanto dejar de pensar en él, estaba decidida a borrarle de sus pensamientos.
Aun así, Kate no se engañaba, si seguía frecuentándole todas sus buenas intenciones correrían serio peligro. Por eso, cuando aquella mañana mientras hacía algunos recados en el pueblo le vio aún lejos, pero caminando en su dirección, se dio la vuelta con rapidez intentando pasar desapercibida, y se dedicó a examinar la mercancía que un vendedor callejero tenía expuesta.
Paso allí un buen rato preguntando precios de cosas que no pensaba comprar y cuando creyó que él ya habría pasado de largo se giró, para encontrársele apoyado en la pared de la casa de enfrente contemplándola fijamente con su inefable sonrisa que en esta ocasión y según interpretaba ella significaba claramente: “Soy más listo que tú, Kate”
Él la saludó y ella procuró no dejar ver su enfado y tratar de mostrarse sorprendida. Sin éxito… como pudo apreciar por su expresión risueña. Kate no se molestó ya en disimular y le miró enojada mientras él se le acercaba.
—¿Se divierte mucho espiándome, capitán?
—Mucho. Ya sabe que siempre me divierto con usted, Kate.
—No es muy considerado por su parte divertirse a costa de los demás, pero imagino que no se puede esperar nada mejor de usted.
—Le aseguro que preferiría que nos divirtiésemos los dos. Sin embargo no me atrevo a suponer que esté usted dispuesta a ello…
Kate olvidó sonrojarse para asesinar con la mirada al capitán. Ese comentario no merecía que una dama lo contestase.
—Por Dios, Miss Bentley. Muchos hombres me han mirado en el campo de batalla con más simpatía de lo que lo está usted haciendo ahora.
—Deje de importunarme y así evitará mis miradas.
—Tiene usted unos ojos tan particularmente bellos que no me importa cómo me mire mientras continúe haciéndolo…
Kate apenas se atrevió a sostenerle la mirada. Si a pesar de todo se sentía atraída por él cuando le decía cosas horribles, ¿cómo iba a sentirse si comenzaba a decirle galanterías?
—Si piensa que con falsos halagos va a conseguir que olvide sus impertinencias se equivoca.
Comenzó a andar pero él la siguió.
—No son falsos y lo sabe de sobra. No sea modesta, Kate. La modestia no sirve para nada.
—A usted no le iría nada mal un poco de ella. Le ruego que no me siga. Me marcho.
—¿A su casa? ¿Andando? ¿Usted sola? —se sorprendió él.
—La respuesta a todo es que sí —afirmó Kate sin detenerse.
—No sé cómo he podido olvidar cuanto le gusta errar por los caminos… —oyó a sus espaldas.
Kate se paró al instante. Por más que quería evitarlo nunca podía dejar de seguirle la corriente.
—¡Sólo iba por el camino ese desdichado día porque estaba lloviendo! —replicó enojada—. ¡Lo evito siempre que puedo y si lo hubiese hecho ese día habría tenido la fortuna de no tener que conocerle!
—¿Y entonces va a través de los campos? —preguntó él aún más extrañado—. No creo que sea una buena idea. Puede ser peligroso en estos tiempos. Se lo digo en serio. Deje que la acompañe.
Kate había oído ese mismo razonamiento de su padre, de su madre, de Mr. Denvers, de Jane y hasta de Ethel. Pero ella nunca había tenido miedo y a decir verdad nunca había tenido verdaderas razones para tenerlo. En cambio ir acompañada hasta su casa por el capitán le parecía realmente peligroso.
—¿Me va a proteger de los bandidos como a Lady Carter? —dijo irónica.
—Por ejemplo…
—He ido centenares de veces sola y jamás me he encontrado con nadie que me molestase. No tengo nada de valor, así que no creo que le pueda interesar a ningún ladrón.
—Imagino que eso sería antes de que hubiese un regimiento de infantería acampado en los alrededores y si le parece que yo soy descortés espere a ver a tres o cuatro soldados borrachos. Seguro que ven en usted algo que les interese… —señaló Kenneth con acidez.
Ella comprendió a que se estaba refiriendo el capitán y trató de encontrar las palabras para expresar lo insoportablemente insultada que se sentía, pero sin embargo vio en su mirada un gesto de sincera preocupación que desconocía en él y que hizo que guardase silencio. De cualquier manera no pensaba ir con él.
—Le agradezco su preocupación. Tendré cuidado y evitaré a todos los soldados que me sea posible.
Continuó andado y él se quedó un poco atrás, pero no tardó en volver a oírle.
—¿Me tiene miedo, Kate?
Se detuvo. Era una trampa demasiado evidente para caer en ella, pero aun así se volvió hacia él.
—¿Lo que quiere decir es qué tengo que dejar que me acompañe porque de lo contrario significaría que le temo?
—Eso es exactamente —afirmó—. ¿Por qué si no se iba a negar a que le acompañase?
—¿Por qué no soporto su compañía tal vez?
Sin tener conciencia siquiera, Kate había acompañado esta última frase con una sonrisa. Él se acercó hasta ella y sonrió también conciliador.
—Vamos… Le prometo por mi honor de capitán o mejor, porque me fulmine un rayo si le miento, que me portaré bien. Incluso me esconderé para no comprometerla si alguien se acerca.
Había puesto la mano sobre su pecho y le había dicho estas absurdas palabras en un tono tal que ella no pudo dejar de reírse un poco. También él sonreía. Kate dudaba. Era difícil resistirse a esa sonrisa. Sabía que no debía aceptar. Por muchas razones… pero por otro lado todos decían que el regimiento se iría pronto. Después de su marcha ya no volvería a ver jamás al capitán y la vida volvería a ser de nuevo gris y aburrida.
Él se dio cuenta de que vacilaba.
—Le juro que me marcharé en el mismo momento en que me lo pida.
No fueron sus palabras. Fue un sentimiento que Kate percibió en ese instante con total claridad por encima de cualquier razonamiento. Sabía que deseaba tanto aceptar como él parecía desear que lo hiciese…
—Está bien —cedió—. Solo hasta el puente de Devon.
—Hasta el puente.
Salieron del pueblo y se encaminaron hacia la vereda de un pequeño río por la que solía ir siempre Kate. Era un paraje con mucho encanto, sobre todo ahora en plena primavera pero muy poco frecuentado, ya que se tardaba más en llegar al pueblo y además no podían pasar los carruajes. Kate lo adoraba. Era el único lugar en el que se sentía ella misma, libre y ajena a todas las presiones y formalidades, pero ahora se daba cuenta de que siempre lo había recorrido sola, y se sentía extraña e incluso incómoda compartiendo con el capitán un espacio que hasta ahora le había pertenecido en exclusiva.
Él debió notar su cambio de humor y se dirigió a ella con bastante más amabilidad de la que acostumbraba.
—Es un paseo que parece sacado de un cuento de hadas. No me extraña que le guste venir a menudo.
—Le aseguro que no vivo en un cuento de hadas, capitán.
La voz de Kate había sonado dura. El capitán la miró con atención pero ella mantenía la vista fija en el camino.
—Son pocos los que pueden hacerlo. ¿Entonces no viene usted aquí a buscar ranas a las que besar para que se conviertan en príncipe?
A pesar de la sensación de enfado que se había apoderado de ella, Kate sonrió.
—No pensaba que a los oficiales de la armada también les contasen cuentos…
—Aunque no lo crea yo también fui un niño y mi madre me contaba todos los cuentos de príncipes y princesas que conocía.
—Me cuesta creerlo.
—¿Qué me los contase o qué fuese un niño?
—Que tuviese usted una madre.
En realidad, Kate sólo había querido hacer un comentario ingenioso pero la expresión sombría que apareció en su rostro le hizo comprender que no había sido afortunado.
—Siento si lo que he dicho le ha…
—Olvídelo. Es solo que murió muy joven. No es algo de lo que me guste hablar, pero ha sido culpa mía por mencionarla.
Se produjo un largo silencio, Kate se sintió obligada a seguir la conversación.
—Dicen que el regimiento se marchará pronto.
—Puede ser en cualquier momento. Lo mismo en una semana que en dos meses, en cualquier caso tendrá que ser antes de que termine el verano. No querrán que crucemos el canal en plena temporada de tormentas.
No parecía dispuesto a decir mucho más. Kate no sabía si atribuirlo a su promesa de portarse bien o a que era ahora él quien había cambiado su humor. Podía haber continuado en silencio o esperar a que fuese él quien le rompiese, pero en realidad Kate amaba el peligro, ¿por qué si no habría aceptado que la acompañase? Y por eso no se lo pensó dos veces antes de hablar.
—Volví a encontrarme la semana pasada con Mr. Wentworth.
El espíritu perverso que habitaba en ella se alegró al comprobar el efecto que esas palabras produjeron en él. Sin embargo, Kenneth se rehizo rápidamente y la respondió con fingida despreocupación.
—Y seguro que Andrew le habló de mí.
—Apenas… No es muy hablador.
—Y usted no me va a contar lo que le dijo.
—No creo que sea adecuado hacerlo.
—No hace falta. Además dijese lo que dijese seguro que era cierto.
Ahora él la miraba desafiante, pero también con una cierta ansiedad en sus ojos.
—Si usted que le conoce bien lo afirma, no seré yo quien lo niegue.
Los dos se contemplaban midiendo la reacción del otro. Ella se sentía ahora más segura, pero él se cerró en banda y le dirigió una áspera mirada.
—Ya le recomendé el otro día a Mr. Wentworth. Le deseo mucho éxito.
A Kate no le gustaron ni su mirada ni sus palabras.
—Le aseguro que no necesito ni sus recomendaciones ni sus deseos.
La conversación cesó definitivamente. El capitán parecía ahora de manifiesto malhumor y Kate no veía el momento de llegar al puente. Y sería por la prisa con la que andaba o sería casualidad, lo cierto es que Kate tropezó con una raíz que sobresalía del suelo y habría caído si él no la hubiese sujetado.
A pesar de no haber llegado a caer, cuando volvió a apoyar el pie sintió un terrible dolor que la hizo gritar.
—¿Qué le pasa?
—El tobillo... Me he hecho daño.
—Siéntese ahí —dijo él señalando el tocón de un árbol cercano—, y déjeme echarle un vistazo.
—No hace falta —respondió Kate sentándose, pero negándose a que él la examinara —, se me pasará enseguida.
Intentó apoyar el pie, pero incluso sentada le dolía.
—Puede que sea sólo una torcedura o puede que se haya roto —insistió Kenneth—. Si me deja que lo mire lo sabremos.
—¿Desde cuándo es médico? —protestó Kate.
—No soy médico, pero si caminase a menudo treinta millas en un día habría aprendido a reconocer la diferencia. Vamos, no sea testaruda.
Kate no podía creerlo. Jamás le había ocurrido nada parecido. Sólo faltaba que se le hubiese roto el tobillo.
—¿Puedo verlo? —volvió a preguntar.
Ella apenas le hizo un gesto de asentimiento. Estaba muy enfadada, pero entonces él se puso a su altura apoyando una de sus rodillas en el suelo. Le tomó con delicadeza el pie por un poco más arriba del tobillo. La descalzó con suavidad y presionando apenas con la yema de sus dedos recorrió la curva de su pie desde el empeine hasta el tobillo por encima de la media. Kate se quedó sin respiración.
—¿La duele? —musitó en voz baja.
—Ahora no —respondió en el mismo tono y su propia voz le pareció extrañamente grave.
—¿Es sólo al apoyarlo?
Kate asintió con la cabeza sin contestar.
—No parece que esté roto. Creo que es sólo un esguince…
—¿Y podré andar?
—No, no creo. No hoy por lo menos. ¿Está muy lejos todavía su casa?
—Un par de millas aún. Podría intentarlo…
Él la sujetó por el hombro impidiendo que se levantara.
—¿Qué parte de hoy no podrá andar no ha entendido? ¿Quiere quedarse coja?
—No creo que sea para tanto sólo por…
Apoyó el pie en el suelo y el dolor le hizo callar.
—Tendré que llevarla en brazos. ¿Cuánto pesa? No mucho más de cien libras supongo.
El capitán volvía a sonreír encantado y ella se sentía desesperada. ¿Cómo iba a llegar así hasta su casa?
—No puedo. ¿Qué van a….?
—Intentaremos encontrar a alguien a quien avisar. Saldremos más cerca del camino. La dejaré allí si quiere. Será más fácil que alguien la vea y de aviso. ¿O prefiere quedarse aquí sola?
A Kate le entraron ganas de llorar de puro coraje. Por un momento estuvo tentada de decirle que sí, que prefería quedarse allí sola, pero se dio cuenta de que sonaría infantil. Le dirigió una mirada de rabia.
—No la tome conmigo —se quejó él—. Ha tropezado usted sola. Ha sido una suerte que la acompañase.
—¡Jamás había tenido tan mala suerte!
—Buena suerte para mí, mala para usted, entonces. Veamos qué tal… Cruce las manos por detrás de mi cuello.
Había pasado un brazo por debajo de sus rodillas y con el otro había rodeado su cintura. Su cara estaba apenas a unos centímetros de la suya. Los ojos de ambos se encontraron por unos segundos. El tiempo se detuvo y el corazón y la respiración de Kate se aceleraron. Pensó que iba a besarla y deseó con más fuerza que cualquier otra cosa que hubiera deseado antes que lo hiciera. Sin embargo no lo hizo. La levantó con facilidad y sólo le preguntó con voz suave.
—¿Está bien?
No estaba bien. Por un momento temió incluso que fuera a desmayarse. Amigas y conocidas suyas se desmayaban constantemente. Ella nunca se había desmayado, y pensó que si no lo hacía en ese momento jamás lo haría, pero le dijo que sí con la cabeza y él comenzó a caminar.
Era una sensación devastadora para Kate. Por un lado se sentía totalmente indefensa y eso le asustaba e iba contra su naturaleza. Por otro lado su cercanía, el contacto con su cuerpo, el modo en que la abrazaba contra sí y la sostenía, firme pero delicadamente, le hacían desear olvidar cualquier resistencia y entregarse a esa debilidad que la desarmaba.
Sin cruzar una sola palabra llegaron hasta el camino y vieron a lo lejos acercarse una carreta. Kate conocía al conductor. Era un chico de apenas catorce años que trabajaba para Mr. Denvers. Le hizo una seña y cuando paró, Kate le explicó lo que le pasaba y le preguntó si podía llevarla hasta su casa. El chico dijo que lo haría y Kate ayudada por el capitán se subió a la parte de atrás de la carreta.
—Lamento que nuestro paseo haya sido tan accidentado, Kate —se disculpó Kenneth.
—Supongo que tiene usted razón y que no ha sido culpa suya —reconoció de mala gana Kate.
—Es verdad, no ha sido culpa mía, pero siento haberla decepcionado.
La carreta ya estaba en marcha y el capitán la contemplaba alejarse parado en el centro del camino.
—No sé porque dice eso. No me ha…
—Siento no haberla besado, Kate, pero tenía que cumplir mi promesa.
Le odiaba. Le odiaba por encima de cualquier otro sentimiento que pudiese experimentar. Ojala…
—¡Es usted el más insoportable y el más engreído y….!
Kate se calló. El capitán se iba quedando atrás y ella no pensaba dar gritos en medio del camino como si fuese una verdulera, pero le entraron unas insoportables ganas de llorar.
Y ni siquiera sabía si era por lo que le había dicho o por qué no la había besado.

11

 


Estuvo cuatro días sin salir de casa y cada vez que le dolía el tobillo se acordaba de él. Al dolor que sentía se unía la rabia que le producía el modo en que le trataba, pero igualmente Kate ya no intentaba ni siquiera negarlo. Le atraía con la misma intensidad con la que le odiaba, o quizá le odiaba más porque le atraía. No lo sabía, pero estaba claro que se escapaba a su control.
Por eso, cuando se lo encontró el primer día que salió de nuevo a caminar, lo trató con toda la frialdad de la que se creyó capaz, pero él compuso su mejor cara y se mostró amable, e incluso se diría que arrepentido y le dijo que sólo estaba interesado por su recuperación. Kate no se creyó nada, y cuando dos días después volvió a aparecer, ella le dijo claramente que no quería que siguiese viniendo. Entonces él le respondió que la alameda no era suya y que pensaba pasear por dónde le viniese en gana y que si no le parecía bien cambiase ella de paseo. Así que Kate no tuvo a menos que contestarle que estaba muy equivocado si pensaba que ella iba a cambiar sus costumbres sólo porque a él se le antojase molestarla. De manera que resultó que empezaron a verse casi todos los días… A veces él no venía y Kate pasaba todo el tiempo intentando oír los pasos de su caballo. Otras veces era ella la que no podía salir y el día se le hacía eterno y no veía el momento de acostarse para que pasase de una vez.
Para colmo de males en su casa las cosas estaban cada vez peor. Su padre se pasaba el día maldiciendo y renegando, y peleándose incluso con los criados. Todos en la casa le esquivaban y un tal Mr. Marley, un prestamista al que su padre debía dinero, les visitaba cada vez con mayor frecuencia. Su madre temía casi tanto a Marley como a su marido y prácticamente no salía de su cuarto, así que Kate se veía obligada a atenderle mientras su padre se dignaba presentarse. Eso le suponía un suplicio difícil de soportar. Mr. Marley era un hombrecillo de aspecto ruin que amenazaba con perder su paciencia, pero se permitía un aire condescendiente con ella que a duras penas conseguía soportar.
Seguía asistiendo a todas las reuniones y bailes que se celebraban, que eran muchos, y conocía ya a todos los oficiales del regimiento. Harding hacia la corte oficialmente a Jane, que estaba cada día más entusiasmada con él, y también Kate y el capitán había coincido en algunas de esas recepciones, pero sorprendentemente se había mantenido alejado de ella.
Cuando Kate le había comentado su actitud, él se había referido medio en broma medio en serio a su mala fama y a su preocupación por su reputación. Kate se daba cuenta de que todo esto sólo podía entenderse de una manera… se estaba viendo en secreto con el capitán. No se lo había dicho a nadie, ni siquiera a Jane, de hecho le había costado reconocerlo incluso ante sí misma, pero ya no podía ignorarlo más. Habían pasado dos semanas y se habían visto casi a diario.
Eso hacía sufrir a Kate. Odiaba la mentira y la falsedad. Sabía de sobra lo que ocurriría si la relacionaban con él, pero actuar así no iba con ella. Se decía a sí misma que en realidad no hacía nada malo. No había vuelto a ocurrir nada parecido a lo de aquel día y todo se limitaba a palabras mordaces, miradas y alusiones más o menos veladas. Cuando le atormentaban las dudas se recordaba a sí misma que el regimiento no tardaría en irse y después… después el capitán desaparecería para siempre de su vida.
Pero Kate no era la única que pensaba en la marcha del regimiento y cuando Jane llegó a media tarde y se abrazó a ella no tardó en darse cuenta.
—¡Kate! ¡No podía esperar a contártelo! ¡Harding y yo…! ¡Ha pedido mi mano! ¡Mi padre ha aceptado y nos vamos a casar en cuanto nos den la dispensa! ¡Soy tan feliz!
—¡Dios mío, Jane! ¿Pero cuándo ha sido?
—Esta mañana. Ha venido a verme. Me ha dicho que se irán muy pronto y que no podía esperar más y yo le he dicho que sí —exclamó eufórica Jane—. Mamá se ha puesto a llorar y me ha asegurado que no tendremos dónde caernos muertos, pero papá ha dicho que nos podemos quedar en casa hasta que regrese, bueno, me quedaré yo. Sé que ha sido muy rápido pero se va, Kate, se va y quizá…
La voz de Jane se quebró repentinamente. Kate cogió su mano.
—Todo saldrá bien, Jane —dijo convencida—. Seréis muy felices. Te mereces ser muy feliz.
—Tú también lo mereces, Kate. Querría que fueses tan feliz como yo. Al menos no me iré a ningún sitio y seguiremos estando juntas.
Kate la abrazó de nuevo. Quería mucho a Jane y sinceramente deseaba con todo su corazón que todo le fuese bien, aunque no podía evitar pensar que todo había sido un poco precipitado y que quizá no era una boda muy prudente, pero jamás se le habría ocurrido turbar la alegría de su amiga con un comentario inoportuno y Jane resplandecía de dicha.
—Tú serás mi dama de honor y Will va a pedir al capitán que sea su padrino. ¿No te importa, verdad?
—Claro que no —asintió Kate cogiendo las manos que Jane le tendía.
—Papá ha ido a hablar con el vicario. Dice que podría tenerlo todo listo en una semana. Una semana, Kate. ¿Puedes creerlo?
—Me cuesta trabajo hacerlo —dijo Kate casi tan aturdida como Jane—, pero tendrás muchísimas cosas que preparar.
—Ni me lo recuerdes, de hecho me voy ahora mismo con mamá a casa de Charlotte para contárselo y que nos ayude con todo, aunque ella con el pequeño tiene bastante, pero antes quería decírtelo a ti.
—No la hagas esperar. Dale un beso a tu hermana y al niño de mi parte. Me alegro mucho por ti, Jane, pero más por Harding. No sabe la suerte que tiene de tenerte a su lado.
—No digas eso —se quejó un poco Jane—. Tú no sabes lo dulce y maravilloso que es. Soy yo la que tiene suerte, Kate.
—Si tú lo dices seguro que es cierto —dijo Kate dando la razón a su amiga.
Su madre comenzó a llamarla desde el coche y Jane se fue corriendo. Una vez sola Kate se quedó pensativa. Aquella noticia producía en ella sentimientos contradictorios. Quería mucho a Jane. No podía desear más que toda la felicidad del mundo para ella. Era una persona alegre y generosa y esperaba que Harding supiese valorarla. Dejando a un lado otras consideraciones, Jane no era un mal partido y podía haber aspirado a otro enlace más conveniente, pero no sería ella quien pensase que había obrado mal por eso. Kate sabía que Jane habría sido incapaz de casarse simplemente por el interés.
Pero aunque le doliese reconocerlo, Kate también sentía un poco de pesar por la pérdida de su amiga. Aunque no se marchase aún, todo cambiaría. Jane sería una mujer casada y ya no podrían ir juntas a los bailes, ni reírse de lo tontos que eran sus pretendientes. A pesar de todo intentó animarse. Le compensaría ver la alegría de Jane en su boda.
La boda. Ese era otro asunto. Jane le había preguntado que si no le importaba ser su dama de honor y ella le había dicho que no, pero estar en la boda de Jane con el capitán a su lado durante toda la ceremonia era algo que no le apetecía en absoluto. Sin embargo no podría negarse.
Al día siguiente no pudo salir, ya que nuevamente se presentó Mr. Marley y estuvo esperando en vano toda la mañana a que su padre apareciese. Kate tuvo que quedarse bordando en la sala para no dejarle sólo, aunque en varias ocasiones estuvo a punto de salir corriendo y dejarle allí plantado. Su madre apareció a mediodía para excusarse por estar indispuesta y anunciar con voz débil que no tenían nada adecuado para invitarle a almorzar. Marley respondió que no hacía falta y que ya volvería al día siguiente. Su madre se volvió a llorar a su cuarto y Kate solo fue capaz de pensar que en cuanto amaneciese saldría por la puerta de su casa con tal de no tener que soportar de nuevo a Marley.
Así que a otro día, antes de que nadie pudiese impedírselo y sin decírselo ni siquiera a su madre, se marchó. Tuvo mucho tiempo para estar a solas con sus pensamientos que no eran agradables. Los graves problemas en lo que estaba metido su padre, la equivoca relación que mantenía con el capitán, la boda de Jane, que al menos sería un acontecimiento feliz pero que pronto se vería entristecido por la partida de Harding y también la del capitán… Kate sentía esa mañana que el intento de ignorar la realidad en el que había vivido últimamente ya no daba más de sí.
Cuando apareció Kenneth su ánimo no era muy positivo y él no tardó mucho en darse cuenta al ver que ella apenas respondía a sus habituales bromas.
—Está muy callada hoy, Kate.
—No siempre puedo ser tan ocurrente como usted.
Él se fijó en su expresión distante. Desde que había llegado había evitado cruzar su mirada.
—Sin embargo estoy seguro de hay algo que quiere decirme…
Kate maldijo para sí. Odiaba que leyese en ella tan claramente.
—Ya que es tan evidente se lo diré —dijo Kate con seriedad—. Tengo que pedirle que no venga más a este lugar. Ha sido culpa mía también por permitirlo, pero no puede continuar.
—Creía que ya habíamos tenido esta conversación.
Él se había dirigido a ella en un suave tono amistoso, pero ella respondió con furia y casi a punto de echarse a llorar.
—¡Tiene usted todo el ancho mundo para ir dónde le apetezca y yo sólo tengo este lugar para poder estar tranquila! ¡No creo que sea mucho pedir que me deje en paz de una vez por todas!
Por un momento él pareció sorprendido, pero enseguida se repuso y le preguntó con frialdad.
—¿Tiene todo esto algo que ver con el repentino y absurdo enlace de su amiga y Harding?
A Kate le dolió su orgullo más que cualquier otra consideración.
—¿Y qué podría tener que ver?
—No lo sé… Me llama la atención la coincidencia.
—Tenga por seguro que es sólo eso, puesto que jamás he esperado de usted nada semejante.
—Me alegro, porque jamás lo obtendría .
Los dos se miraban con dolorosa y casi insoportable tensión. Kate temía ver su sonrisa burlándose de ella, en lugar de eso se encontró con una atormentada e indescifrable expresión, pero aquello no era suficiente para calmarla.
—Eso dice mucho de su estima por mí —replicó Kate airada y dolida—. Tanto como el elogio que me hace considerando que sólo soy lo bastante buena para hacerle compañía siempre y cuando no sea en público.
—El público y yo no nos entendemos bien —dijo él también de evidente mal humor—. No tengo tanta paciencia como usted para la comedía.
—¡No sé de qué me está hablando!
—¡De sobra sabe que todos representamos un papel! —replicó él con brusquedad—¡A mí me ha tocado hacer de soldado y se supone que debo dar mi vida por algo que no me importa lo más mínimo y a usted ir sonriendo por los salones esperando al partido adecuado! ¡Lo cierto es que no la envidio y eso es algo que aquí al menos no necesitaba hacer y en cuanto al matrimonio ya hace tiempo que sabe mi opinión! ¡No es más que otra mentira de las que todos contamos! —dijo sin ocultar su desprecio—. ¿Es que cree acaso que el amor de Harding en el mes escaso que ha transcurrido desde que conoce a Jane y con la que apenas ha hablado de otra cosa que del tiempo y las flores en primavera es tan grande como para comprometerse a amarla toda su vida?
—¡Así que su principal objeción es que necesita más tiempo para saber si la quiere realmente! ¿Es pues imposible que la ame después de tan breve plazo?
Los ojos de Kate brillaban de ira y había gritado tan alto como lo había hecho él pero cuando Kenneth la contestó su tono bajó y su voz vibró con franca y desarmada emoción.
—No, no me atrevo a decir que no pueda amarla aunque sólo se hubiese cruzado un par de veces con ella.
Kenneth no parecía dispuesto a decir nada más, pero lo que Kate leía en sus ojos decía más que cualquiera de las palabras que pudiese haber pronunciado. Ella sintió un agudo dolor punzándola. En aquel preciso instante se dio cuenta de que le amaba más de lo que nunca habría querido admitir y de que quizá lo que él sentía por ella no fuese tan diferente. Pero sus palabras no habían podido ser más claras y ella no podía seguir jugando con un fuego que sólo conseguiría quemarla.
—¿Hará lo que le he pedido? —preguntó Kate tratando de serenarse.
Él la contempló en silencio y cuando la contestó la derrota se reflejó en su rostro.
—Lo haré. —Kate sintió otra vez ese insoportable dolor atravesándola, pero antes de que le diese tiempo a responder él continuó—: Con una condición…
—¿Qué condición? —preguntó ella casi sin fuerzas.
—El día anterior a la partida del regimiento nos reuniremos aquí.
Kate le miró insegura.
—¿Y qué me obligaría a venir?
Kenneth la miró con toda la intensidad de la que solo él era capaz.
—Nada… Tendría que confiar en su palabra.
Ella tardó unos segundos en responder.
—Está bien.
Aún se contemplaron un instante más en silencio, pero fue él quién se despidió.
—Hasta entonces pues, Kate.
La dio la espalda y desató su caballo. El capitán se marchó tras dirigirla una interminable y última mirada. Kate se quedó viendo cómo se alejaba y cuando desapareció aún permaneció allí. No se sentía con el valor suficiente como para volver a su casa.
De hecho, y si tal cosa hubiese sido posible, habría deseado no tener que regresar jamás.


12

 


Al día siguiente, Kate necesito recurrir a toda su fuerza de voluntad para levantarse de la cama y salir de su habitación. Ni siquiera sentía deseos de salir a pasear. Tenía miedo de que Kenneth no cumpliese su palabra y entonces… entonces Kate no sabía si reuniría de nuevo el valor suficiente para volver a pedirle que se marchara, y aun así, si no venía, sabía que pasaría todo el tiempo esperando oírle regresar.
Intentó superar el pesar que la abatía. Siempre había sido fuerte y animosa. Solo tenía que seguir adelante. Podría con ello. Había hecho lo correcto. De todos modos algo más la perturbaba, la boda de Jane… Kenneth iba a ser el padrino de Harding, si ya antes la incomodaba, ¿cómo lo soportaría ahora?
Sin embargo la visita de Jane esa misma tarde la libró de esa preocupación.
—Creo que me voy a volver loca —dijo Jane entrando en el vestíbulo de la casa de Kate como un torbellino—. Mi madre no sabe más que hablar de que no nos dará tiempo a hacerlo todo y no para de darme consejos absurdos. Necesitaba un respiro. Y además Harding ha llegado esta mañana a primera hora muy alterado. ¿Qué dirás que me ha contado? Resulta que ha discutido con el capitán. No me ha querido decir por qué pero ya no va a ser su padrino y Harding se ha ido de la casa que los dos compartían en el pueblo. Estaba muy disgustado, Kate. Yo creo que el capitán le ha dicho que hacía mal en casarse. ¿Tú crees que hacemos mal? Ha sido todo tan rápido…
Kate vio con preocupación la angustia de Jane. Lo primero que se le ocurrió fue maldecir al capitán. Estaba claro que era culpa suya que Jane estuviese apenada. Él y su cinismo… Cómo si supiese algo de Jane o fuese capaz de entender que alguien experimentase un sentimiento noble. Si Jane sufría por su culpa no se lo perdonaría jamás. Pero a pesar de toda aquella indignación, también muy en el fondo de su corazón, Kate agradeció que al menos ella no tuviese que pasar por el trance de estar al lado de Kenneth en la ceremonia.
—No digas tonterías, Jane. ¿Vas a hacer caso de lo que diga el capitán? Lo mejor que puede hacer Harding es ignorarle. Me alegro de que ya no sean amigos y más aún de que no sea su padrino.
—Tienes razón —asintió Jane animándose un poco—. Es que estoy un poco asustada… Parecía que todo era perfecto y de repente no hay más que inconvenientes.
Jane se desahogó un rato con Kate contándole todas sus preocupaciones y eso al menos la liberó de pensar en las suyas, pero Jane no tardó en darse cuenta de que Kate no era la misma de siempre.
—Estás distraída —comentó—. Te estoy aburriendo. Últimamente no sé hablar más que de mí, de mí y de mí.
—No es eso, Jane. Es solo que estoy preocupada. Mi padre, ya sabes… —se justificó Kate—. Las cosas no marchan muy bien últimamente...
—Y yo hablándote de vestidos —se arrepintió su amiga—. ¿Por qué no me lo has dicho?
—Lo tuyo es más importante. Sólo te vas a casar una vez y mi padre siempre va a estar igual.
Jane se tranquilizó un poco al ver sonreír a Kate.
—Vente a casa unos días… Hasta la boda… —dijo Jane con su entusiasmo contagioso—. Me ayudarás y estaremos juntas. Papá te adora y mamá podrá explicarte lo tonta que soy. Sabes que estarán encantados de que vengas.
—Muchas gracias, Jane —dijo Kate de corazón—, pero no puedo dejar sola a mi madre.
—Como quieras —comprendió Jane con tristeza—, de todas formas no te ayudaría mucho, solo faltan cuatro días.
—Todavía no puedo creerlo, Jane…
—¡Ni yo, Dios mío! —exclamó Jane levantándose de un salto de la silla, incapaz de permanecer mucho rato en el mismo sitio—. A veces estoy tan aterrada que creo que no llegaré al domingo.
—Llegarás —aseguró Kate.
Y no solo llegó Jane. También llegó el domingo y el día de la boda. Y como suele ocurrir en todas partes, el pueblo entero acudió a la iglesia, y todas las amistades y los familiares de la novia, y por parte del novio prácticamente todos los oficiales, incluido el coronel y exceptuando al capitán Kenneth, que no sólo no fue el padrino sino que no apareció por parte alguna.
Los novios partieron nada más acabar la ceremonia rumbo a Bath para aprovechar los cinco días de permiso de Harding, pero Mr. Denvers ofreció una recepción para los más allegados. Entre los asistentes estaba Mr. Bryce y su esposa, así como su hermana y Mr. Wentworth, Margaret estaba con él cuando se acercó Marcia Stevens.
—¡Qué boda tan encantadora! ¿No te ha parecido, Margaret? Ha estado todo sorprendentemente bien para el poco tiempo que han tenido. Casi no se notaba que el vestido de Jane era el de su hermana.
—Sí, no ha estado mal… —dijo con desdén Margaret—. Aunque la verdad, siempre pensé que Jane aspiraría a algo más que a un simple teniente…
—Bueno, imaginó que cuando termine la campaña su padre le buscará otra ocupación. Si vuelve con salud como todos deseamos —dijo agorera como un cuervo Marcia.
—Eso deseamos todos, Marcia. ¿Y qué me dices de Kate? ¿No lleva el mismo vestido que llevó en la fiesta de Pascua?
—Así es, pero imagino que estando las cosas como están no tendrá para muchos vestidos. El caso es que… ¿puedo hablar en confianza?
—Por favor, Marcia. Sabes que sí.
—Pues bien, se dice que Mr. Bentley debe mucho dinero y que no puede hacer frente a los acreedores. —Marcia bajó todavía más el tono de su voz—. Parece ser que podrían intervenir los procuradores…
Incluso Andrew que estaba haciendo un esfuerzo por ignorar la conversación no pudo evitar volver la cabeza hacía Marcia cuando escuchó estas palabras.
—Pobre Kate —dijo con mal oculta satisfacción Margaret—. No creo que haya para ella ni siquiera un teniente.
—Margaret eres terrible… —exclamó Marcia echándose a reír.
Andrew se sintió incapaz de seguir escuchando impasible por más tiempo una charla tan mezquina, así que resolvió alejarse de ellas. Inevitablemente se dedicó a observar a Kate. Aunque su vestido no fuese nuevo, y además resultase extremadamente sencillo, lucía mucho más hermosa que cualquiera de las otras damas que había allí, y la leve tristeza que ese día parecía envolverla realzaba aún más su belleza.
Había algo en Kate que había prendido a Andrew desde el día en que la conoció. Kate tenía algo que Andrew deseaba poseer. Además él siempre había sido un defensor de causas perdidas, y ese día pocas parecían más perdidas que la causa de Kate. Por eso, cuando vio como abandonaba la sala y se dirigía hacia el exterior no dudó en seguirla.
Kate sentía que le faltaba el aire. Una vez que Jane se había marchado no había ninguna razón para permanecer allí. Había ido sola. Su madre no salía de la cama y su padre sabe Dios dónde estaría. Salía ya cuando oyó como la llamaban.
—¡Miss Bentley!
Se volvió y vio a Andrew. No había vuelto a hablar con él desde la visita que hicieron a Huntington ella y Jane. Sí habían vuelto a coincidir en algún baile pero no se le había vuelto a acercar, aunque se había dado cuenta de que la observaba con frecuencia.
—¿Ya se marchaba? —preguntó Andrew.
—Sí, mi madre se encuentra indispuesta. No querría dejarla sola mucho tiempo.
—Lo lamento —dijo él con sinceridad—. ¿Me permite que le acompañe unos minutos?
Kate no tenía muchas ganas de compañía, pero no se le ocurría ninguna forma educada de decirle que no, así que asintió. Primero caminaron en silencio, pero él lo rompió pronto.
—Ha sido una ceremonia muy emotiva. Los dos parecían extraordinariamente dichosos.
Kate sonrió al oír esas palabras. Era verdad. Jane irradiaba felicidad y Harding la miraba como si no pudiese creer en su suerte.
—Sí, y lo serán, o al menos lo serían si no fuese por la campaña. ¿Cree usted que durará mucho?
—No, no lo creo. Esto ya es el final. Las últimas boqueadas. Claro que con Napoleón nunca se sabe. Es un auténtico genio de la estrategia. Un hombre capaz de dar la vuelta a una batalla cuando todos los demás la creen perdida.
Kate le miró con atención.
—Sin duda usted le admira…
—Sí, le admiro —reconoció Andrew—. Aunque sea un enemigo, es un hombre de talento. ¿Cree usted que no se puede admirar a nuestros enemigos?
—No, no lo creo, sólo que no es algo común, pero pienso que le honra a usted ese gesto —dijo ella con simpatía.
—No es cuestión de honra —replicó modesto Andrew—, sino de ver cuál es la realidad. Supongo que hay que saber ganar y hay que saber perder. Reconozco que con frecuencia me cuesta saber perder —dijo él con una sonrisa algo amarga—, y creo que a Napoleón le pasa lo mismo. Pero le aseguro que esta vez perderá.
—Eso espero —asintió Kate. Todos realmente, esperaban que aquella larga guerra que duraba ya demasiados años acabase de una dichosa vez.
Volvió a hacerse el silencio. Estaban cerca de un pequeño cenador del jardín de Mr. Denvers. Andrew se volvió hacia ella y la miró a los ojos.
—Miss Bentley, ¿le importaría que nos detuviésemos aquí un momento?
Kate se sorprendió por la petición y por la expresión que vio en su rostro. Confundida se detuvo junto a un banco de piedra. Andrew se paró frente a ella. Estaba calmado y tranquilo.
—Hay algo que quiero decirle y que seguramente le sorprenda y quizá le haga juzgar que obro con precipitación, pero le aseguro que no es una idea impulsiva, ya que desde que la conocí no he dejado de pensar en ello. Llevo mucho tiempo solo y no soy muy comunicativo, pero ha causado usted una honda huella en mí en este breve tiempo y me consideraría muy afortunado si aceptase ser mi esposa.
Kate apenas podía dar crédito a lo que oía. Nunca se le había ocurrido pensar que Andrew Wentworth albergase otra cosa que una ligera y pasajera inclinación hacia ella. Confundida intentó aclarar ideas a toda velocidad. Si las cosas hubiesen sido distintas tal vez… Andrew era a todas vistas un caballero. Un gran caballero. Noble, culto, amable, considerado, por no hablar de otras cualidades más materiales. Un brillante exponente de una posición social a la que Kate nunca había imaginado siquiera poder aspirar. Sí, no era una petición como para rechazarla a la ligera, sin darle al menos la oportunidad de llegar a conocerse mejor. Y sin embargo Kate no se sentía con ánimo de dar esperanzas a Andrew solo por la leve simpatía que él despertaba en ella. Además… No, Kate no quería ni tan solo pensar en las otras razones que hacían que no pudiese considerar su proposición, pero la sonrisa y la mirada del capitán Kenneth desfilaron nítida y dolorosamente por su cabeza.
Andrew la miraba expectante y Kate comprendió que tendría que darle una respuesta.
—Me ha sorprendido tanto su proposición que no sé cómo agradecer… —Kate no se atrevía siquiera a sostenerle la mirada—. Pero por muy agradecida que esté, siento no poder aceptar el honor que me hace. Mis sentimientos no me permiten consentir un enlace al que no podría corresponder como sin duda usted se merece. Le ruego que me perdone.
Él desvió la mirada hacia un lado y Kate observó la frustración reflejada en su rostro. Ella se sentía verdaderamente desgraciada. No tenía ningún deseo de herir a Andrew y sólo quería volver a su casa de una vez.
—Le suplico que me disculpe. Tengo que volver con mi madre.
—Solo un momento —suplicó Andrew aún dolido—. ¿Puedo preguntarle si esos sentimientos que le impiden aceptar le inclinan hacia otra persona?
Kate se enfrentó a su mirada inquisitiva y herida. Por un momento temió que leyese en sus ojos la verdad, pero pronto su orgullo y la ira que sintió brillaron en ellos con más fuerza que cualquier otra cosa.
—No. No puede preguntarlo.
Él cedió cortés e inclinó la cabeza a modo de despedida, pero no había dado más que dos o tres pasos cuando se volvió de nuevo hacia ella.
—Disculpe si la he ofendido —dijo con sinceridad—. Solo espero que si es así sepa honrarla como usted merece.
Se marchó definitivamente y Kate también lo hizo. Por más que quería evitarlo las lágrimas resbalaban por su rostro. No quería pensar en nada, pero una idea destacaba fija en su mente. Maldecía la hora en la que James Kenneth se había cruzado en su camino.

 

 

 

13

 


Jane y Harding volvieron de su viaje pero Kate apenas tuvo oportunidad de hablar con ella. Jane estaba ocupada recibiendo visitas de cortesía y no tuvieron ni un momento para estar a solas, y aunque lo hubiesen tenido, Kate no sabía si se hubiese atrevido a contarle lo que había ocurrido. Sabía lo que le diría Jane y era lo mismo que se decía a sí misma. Andrew Wentworth era un hombre respetado que había solicitado su mano. El capitán era de sobra conocido por su falta de moral, y en honor a la verdad no había podido ser más claro respecto a lo que se podía esperar de su persona. ¿Entonces por qué seguía pensando constantemente en él y esperando volver a verle? Ni siquiera se lo podía perdonar a sí misma.
En todo caso no servía de nada dar más vueltas a ninguno de los dos asuntos. Había rechazado a Mr. Wentworth y había pedido al capitán que no volviese a buscarla y él lo había cumplido. En varias ocasiones había recorrido sola el sendero de la alameda y Kenneth no había vuelto a presentarse. Así pues, no tenía de qué preocuparse en ese aspecto. Podía dedicarse por completo a los problemas de su casa que no eran escasos.
Ethel, la doncella, se había marchado después de que su padre le acusase de robarles. Su madre sufrió un desvanecimiento y Kate estaba decidida a enfrentarse a su padre para defender a Ethel, pero ella no dijo una palabra. Recogió sus cosas y se fue después de abrazarse a Kate. Ella sabía que Ethel había aguantado en la casa solo por el afecto que les tenía a ella y a su madre, ¿pero quién podría aguantar eso?
Al parecer Marley le había dado unos días más a su padre como último plazo para que le devolviese el dinero que le adeudaba. Si no atendía el pago ejecutaría el embargo y eso sería el fin. No tenían más bienes que la casa y los terrenos a ella ligados. No había posibilidad alguna de que su padre consiguiese ese dinero. Nadie le prestaría esa cantidad. Era solo cuestión de tiempo que lo perdiesen todo, y probablemente su padre iría a prisión, porque el importe obtenido con el embargo no cubriría la cantidad que debía. Era una desgracia y una vergüenza, pero la verdad era que Kate no lo sentía demasiado por su padre. Él solo se lo había buscado y los había arrastrado a todos a esa situación. Sí lo lamentaba por su madre, en cambio su propio futuro no la perturbaba demasiado. El no tener que soportar a su padre la compensaría cualquier situación por complicada que fuese.
Con esa amenaza pendiente sobre sus cabezas, llegó otro día que también se sabía inevitable. Fue Tom, el criado de Mr. Denvers, quien llegó con la noticia.
—Miss Bentley, Miss Jane, bueno, Mrs. Harding —rectificó Tom aún sin acostumbrase a la novedad—. Mrs. Harding me ha pedido que le avise de que no podrá venir esta tarde como le había dicho. Es por su marido. Parece ser que se marcha.
—¿Se marcha? —preguntó Kate sobresaltada.
—No se habla de otra cosa en el pueblo. Los soldados están levantando el campamento. Dicen que saldrán pasado mañana.
—¿Tan pronto?
—Eso dicen —aseguró Tom.
El hombre se marchó y Kate quiso sentirse apenada por el dolor que estaría sintiendo Jane, sin embargo era incapaz de hacerlo. Solo podía pensar que el día siguiente sería la víspera de la marcha de las tropas y que ella tenía un compromiso pendiente.
Cuando se levantó, se dedicó a hacer las mismas cosas que hacía siempre y cuando terminó se fijó en la hora y se sorprendió de lo pronto que era aún. Casi siempre salía de su casa alrededor de las once y apenas eran las nueve y media. Intentó seguir con sus tareas diciéndose que de todos modos solo era un día más. Lo más seguro era que el capitán ni siquiera se presentase. Las escasas veces en las que habían vuelto a coincidir, Kate había evitado cruzar su mirada con la de Kenneth y él había aparentado no verla. Además tendría muchas ocupaciones si se marchaban ya, y era probable que lo hubiese olvidado, o que decidiese no ir, o que ya no le interesase… En cualquier caso si finalmente venía solo sería un trámite. Se despedirían, le desearía buena suerte y ahí acabaría todo.
Pero cuando llegó a la alameda y le vio esperándola en el mismo sitio en el que habló con ella por última vez, Kate descubrió que apenas tenía valor para enfrentarse a él.
—Capitán Kenneth…
—Kate.
—No esperaba que viniera —musitó Kate.
—¿No lo esperaba o no lo deseaba?
El capitán la miraba con una seriedad poco usual en él, ella pensó que sería inútil intentar mentirle.
—Pensaba que quizá habría olvidado sus palabras.
—Le aseguro que no he dejado de pensar en ellas —afirmó con gravedad.
Los dos se quedaron en un apagado silencio.
—¿Así pues se marchan ya?
—Saldremos mañana. Iremos primero a Portsmouth, después embarcaremos con rumbo a Gante. Allí se está reuniendo el ejército aliado.
—Mr. Wentworth dice que la guerra terminará pronto.
Inmediatamente después de pronunciar estas palabras Kate se arrepintió de ellas. No era de Mr. Wentworth precisamente de quién quería hablar con el capitán. Los ojos de él brillaron fugazmente con esa cólera que mostraba siempre que aparecía su nombre, pero se controló con rapidez y la respondió con fría ironía.
—No admiro las dotes estratégicas de Andrew, aunque es más que probable que ahora que él no está a nuestro lado nos vaya mucho mejor.
No dijo más pero en el aire quedó flotando lo que no se había dicho. Igualmente era algo sobre lo que Kate no pensaba explicar nada.
—Creo que será mejor que me vaya —dijo Kate incapaz de soportar por más tiempo aquella tensión—. Tendrá usted muchas obligaciones que atender. Espero que tengan mucho éxito en la campaña y que regresen pronto y felizmente.
Se dio la vuelta para irse, pero él la cogió del brazo con suavidad reteniéndola. Ella se sobresaltó y retiró enseguida el brazo, pero no se apartó.
—Hay algo más que tenemos pendiente, Kate…
—¿Algo más? ¿El qué? —preguntó ella confundida tanto por su cercanía como por el modo en que la miraba.
—El día en que tropezó… Me debe un beso.
Kate se sonrojó. En el fondo lo había imaginado. ¿Por qué habría venido él si no era para obtener algo a cambio? Y la pura verdad era que ella también lo había esperado. Pero no así, no de ese modo.
—Su petición dice mucho de su galantería y caballerosidad. No sé cómo imagina que podría aceptarla.
—Seguro que no dice nada que usted ya no supiese hace tiempo… y aun así está aquí —dijo él desafiándola a negarlo—. Podría no haber venido, después de todo no habría podido echarle en cara que hubiese faltado a su palabra. Me marchó mañana a la guerra, ¿recuerda? ¿Ni siquiera eso ablanda un poco su corazón?
A pesar de sus palabras y de su sonrisa sarcástica había un matiz implorante en sus ojos que Kate percibía como Kenneth intentaba, pero no conseguía del todo ocultar. Tampoco ella podía ocultarse a sí misma que deseaba que la besara. Kate apenas había recibido dos o tres besos de algún envalentonado pretendiente que había aceptado más por curiosidad que por cualquier otra razón y le habían dejado la decepcionante sensación de que no valía la pena tanto revuelo por tan poca cosa. Pero Kenneth se iba mañana y seguramente ya nunca más volvería a verle y ella lo había deseado tanto aquella mañana que la había cogido en sus brazos…
—Está bien —dijo en un susurro.
—Está bien —repitió suavemente él.
Su corazón se aceleró cuando él acercó su boca a la de ella. Cerró los ojos y sintió sus labios rozar los suyos y su mano tomar su cintura. Tan gentil. Tan suplicante. Sin que Kate tuviese consciencia de ello sus labios respondieron a los de él entreabriéndose lentamente y encontrándose con los de Kenneth, despacio, muy despacio al principio y con insoportable ansiedad después, una ansiedad acelerada y urgente que Kate desconocía poseer.
La sensación le arrebató y sobrepasó, y la dejó entregada por entero a esa oleada cálida que Kenneth desataba en ella. Una corriente que la recorría y debilitaba para dejarla aún más vencida en sus brazos que ahora la sostenían y la mantenían prendida a él.
Aquel beso largo y devastador amenazaba con acabar con Kate.
Él se apartó de ella y contempló su rostro, sus labios apenas abiertos y sus ojos cerrados, y su cuerpo rendido y a merced del suyo. La mordió suavemente en la boca y murmuró apenas sin voz.
—La amo, Kate. La amo prácticamente desde que la conocí. Jamás había sentido antes nada semejante por ninguna mujer. La juro que he tratado de olvidarla, pero cuanto más lo he intentado, más inútil ha sido. He deseado tanto tenerla así…
Kate oía las palabras que ahora sabía anhelaba escuchar. Le oía decir que la amaba y deseaba decirle que ella también le amaba, pero el abandono que la poseía no la dejaba apenas pensar. Kenneth volvió a besarla con la misma desesperada intensidad y ella volvió a dejarse arrastrar. Se aferraba a él mientras sus labios bajaban por su garganta, y sus manos recorrían y acariciaban expertas y posesivas su cuerpo. Y no se sentía capaz de reaccionar.
Sin embargo, cuando sintió como él deslizaba por su hombro el vestido que debía haber desabotonado sin que ella siquiera se diese cuenta, dejándola escandalosa e impúdicamente expuesta, la recorrió un escalofrío y una voz de alarma en su cabeza la despertó bruscamente a la realidad. El capitán se iba mañana y la estaba haciendo el amor en una orilla del camino.
Kate recobró de golpe todos los demás sentidos y dio un paso atrás apartándole a la vez que intentaba recomponerse el vestido para tratar de cubrirse. Él no intentó retenerla.
—¡Es usted… un canalla… y un… miserable… y me ha insultado de tal forma que…!
Kate apenas era capaz de articular palabra. Él la contemplaba con expresión amarga, pero fue recobrando su habitual aire arrogante conforme oía los insultos de Kate.
—Sí… No he podido dejar de notar cuan insultada se sentía.
Kate palideció y deseó poder devolverle todo el daño que le estaba haciendo y no tardó en ocurrírsele cómo.
—Tenía razón Andrew. No es usted digno de confianza.
Esta vez las palabras de Kate sí tuvieron el efecto que ella deseaba. Los ojos de Kenneth llamearon de rabia.
—Debió escucharle entonces… Ya ve lo acertado que estaba. Pero le diré algo… Por distintos que seamos Andrew y yo, también él desea lo mismo que yo de usted. Y si su honor se lo permitiera, también Andrew desearía desnudarla y…
Kate le abofeteó con todas sus fuerzas. Él la miró resentido por el golpe, pero sobre todo por la humillación, ella volvió a levantar su mano pero él la cogió por la muñeca y se la sostuvo en el aire impidiendo que llegase a golpearle de nuevo.
—Créame… —dijo conteniéndose a duras penas—. He comprendido el mensaje.
—Suélteme —le ordenó lívida Kate.
Kenneth dejó caer su mano y su semblante se tornó sombrío pero en modo alguno arrepentido.
—Quítese de mi vista —consiguió decir Kate, aunque la voz apenas le salía de la garganta.
—Nunca he deseado otra cosa más que complacerla, Kate… —afirmó él mordiendo las palabras—. La deseo lo mejor.
El capitán se marchó y esta vez no miró atrás. Kate no habría sido capaz de decir una sola palabra más sin evitar romper a llorar, pero si hubiese podido le habría deseado que ardiese en el infierno.


14

 


A Kate le costó un gran esfuerzo recobrar la calma e intentar apaciguar su orgullo herido. Se sentía engañada y humillada. Se había creído como una idiota las palabras que él le decía mientras la trataba como si fuese una…
Lágrimas de rabia se la escapaban sin que pudiese contenerlas y lo que más le dolía era como le había hecho sentir, como había deseado que no dejase de besarla y de acariciarla y de mantenerla abrazada a él. Le odiaba. Le odiaba y jamás podría perdonarle, pero para colmo ni siquiera volvería a verle para demostrarle lo mucho que le aborrecía, y que le despreciaba, y… Y cada vez que pensaba que nunca más le vería Kate se echaba a llorar de nuevo.
Así apenas consiguió tranquilizarse lo suficiente para al llegar a su casa anunciar que se encontraba mal y encerrarse en su habitación. Estuvo allí sumida en sus pensamientos que oscilaban entre el casi imposible de tolerar recuerdo de los labios del capitán recorriendo su piel y la insoportable sensación de humillación por la manera en que le había insultado. Sin embargo pronto el escándalo de los gritos provenientes del piso de abajo añadió un nuevo motivo de pesar a su desconsuelo. Marley discutía a voces con su padre.
Kate ya estaba harta de todo y de todos, pero después de un tiempo que se le hizo interminable, la discusión pareció calmarse y la casa se quedó de nuevo en silencio. Pensó que quizá Marley ya se habría marchado. Por un momento deseó fervientemente que todo hubiese acabado ya, que perdiesen la casa, que terminasen con esa vida, que ocurriese lo que tuviese que ocurrir y que todo quedase atrás.
Sin embargo cuando ya estaba oscureciendo oyó como Marley y su padre se despedían al parecer amistosamente. Era la hora de la cena. No había comido a mediodía, pero no sentía ningún deseo de bajar al comedor. Poco después oyó la voz de su padre llamándola. No estaba de humor para más gritos. Ya había sido un día bastante duro. Así que se levantó, se arregló y bajó al comedor. Su padre y su madre ya estaban sentados. Su madre tenía su habitual aspecto desdichado, pero su padre parecía decididamente satisfecho. Ella se sentó en su lugar, su madre sirvió los platos y comenzaron a cenar.
—Bien… —empezó su padre sin esperar siquiera a probar su tazón de caldo—. Ahora que estamos reunidos quiero comunicaros una noticia que pienso que os hará sumamente felices. El señor Marley ha estado aquí y hemos llegado a un acuerdo que considero más que satisfactorio para todos. Especialmente para ti, Kate y puedes estar muy agradecida a su amabilidad.
La cuchara se quedó a medio camino en la mano de Kate. Miró a su padre y antes de que pronunciase una sola palabra supo con total certeza lo que iba a decir.
—Mr. Marley se ha ofrecido a casarse contigo. La casa pasará a ser de su propiedad, pero nos permitirá residir aquí a tu madre y a mí; y cuando fallezca, que Dios quiera que sea dentro de muchos años, aunque es cierto que su edad es un poco avanzada, la heredarán vuestros hijos, si los tenéis… Por supuesto he aceptado y pienso que no podríamos haber encontrado una solución mejor. La casa se quedará en la familia y tú además obtendrás un esposo. Creo que había juzgado mal a Mr. Marley. Ha sido extremadamente generoso y difícilmente podrías haber encontrado un marido mejor, Kate.
Su padre hablaba y hablaba sin parar y no la miraba a la cara, pero su madre si lo hacía y su expresión más que de susto era de pánico al ver la de Kate. Ella le dejaba continuar mientras pensaba en como su padre era capaz de malvenderla en el mismo lote que la casa, los muebles, e incluso el caballo, y ni siquiera sospechaba que Kate habría preferido prender fuego a la casa, a ser posible con su padre dentro, antes que casarse con Marley…
—Vendrá mañana y pedirá oficialmente tu mano, pero he querido que supieseis cuanto antes la buena noticia.
Su padre había callado y ahora sí miraba a Kate con una vaga ansiedad amenazante. Kate pensó que quizá no sería capaz de hablar, sin embargo su voz sonó asombrosamente clara.
—No voy a casarme bajo ninguna circunstancia con Marley, y puedes decirle que ahorre su tiempo y ejecute cuanto antes la hipoteca de la casa.
—¡Kate, por favor, hija mía! —gritó su madre aterrada.
El rostro de su padre se demudó y se volvió rojo por la ira.
—¡¡¡No sabes lo que estás diciendo!!! —amenazó—. ¿Quién te has creído que eres? ¡Te ofrezco ser la dueña de esta casa y un marido respetable y tú te permites despreciarlo! ¡Si no aceptas ese matrimonio se quedará la casa y tú y tu madre acabaréis en la calle y yo tendré que ir a prisión porque no alcanzará para pagar el total de lo que le debo! ¡¿Quién crees que querrá casarse entonces contigo?!
—¡¡¡Hija, piénsalo al menos!!! ¡Mañana lo verás todo más claro!!! ¡Perdónala, Thomas… ha sido la sorpresa!
Su madre la miraba suplicante, pero Kate se había levantado de la mesa y ya no podía soportar ni un desprecio más.
—¡¡¡Me da exactamente igual que vayas a la cárcel!!! ¡¡¡Me da igual lo que pase!!! ¡¡¡Nunca me casaré con ese hombre y no cambiaré de opinión!!!!
Su padre también se había levantado y estaba ciego de rabia.
—¡¡¡Eres una estúpida desagradecida!!! ¡¡¡Por Dios que te juro que te casarás con él aunque tenga que llevarte a rastras al altar, no voy a quedar en ridículo por tus caprichos de gran dama!!! Eso ya se acabó ¿comprendes?
Kate permaneció en silencio, pero su padre vio la respuesta en sus ojos y encolerizado fue hasta ella.
—¡Thomas, por favor, déjala! —suplicó su madre—. ¡Yo la convenceré!
—¡No iré a la cárcel por tu culpa! ¡Puedes estar segura.
—La culpa no es más que tuya y no haré nada por evitarlo —aseguró Kate.
Su padre pareció perder el poco dominio que le quedaba y la golpeó fuera de sí. Su madre también era presa de los nervios pero Kate se sentía extrañamente fría y serena. Notó el golpe en su cara pero apenas noto algún dolor. Solo podía pensar en lo insoportable que le resultaba tolerar a su padre ni un segundo más.
Se soltó de un tirón del brazo de su padre que la sujetaba intentando golpearla de nuevo y salió corriendo hacia la calle sin escuchar las amenazas de su padre ni las súplicas de su madre. Aun oía sus gritos.
—¡¡¡No creas que voy a correr detrás de ti, Katherine!!! ¡¡¡Volverás, me oyes!!! ¡¿Dónde vas a ir?!
Corrió sin parar hasta que la faltó el aliento y luego continuó andando a toda la velocidad que le permitían sus piernas. Intentaba no dejarse llevar por la desesperación. No daría la vuelta. Se iría a Londres. Ya lo había pensado otras veces. Tenía una prima lejana trabajando en casa de una familia bien situada. Solo tenía que llegar hasta allí. Le pediría ayuda a Mr. Denvers. No se negaría. Intentaría convencerla para que no lo hiciese pero no se dejaría convencer. Ya no.
Era noche cerrada. Caminaba a toda prisa sin mirar atrás. No tenía miedo, pero algo la trastornaba. No podía ir a casa de Mr. Denvers hasta que se hiciese de día. No podía llamar a esas horas a la casa de Jane la última noche que Harding pasaría allí antes de partir. Su padre tenía razón no tenía dónde ir.
Pensó en esperar en la calle hasta que se hiciese de día, pero no había cogido ni siquiera su capa. Ahora que ya no corría empezaba a notar el frío calándola por debajo del fino vestido. Intentó pensar en algo. Había una taberna en el pueblo que también hacía de posada. No había entrado nunca en ella, pero conocía al propietario. Le había visto alguna vez en casa de Jane. Su padre tenía negocios con él. Le pediría que le dejase pasar allí la noche.
La idea la acobardó. Sabía cómo la mirarían cuando entrase allí y dijese que quería una habitación. Además en la taberna estarían los soldados y quizá también estuviese él… Y no podría soportar que la viera así.
Sobre ella cayó de nuevo el recuerdo de lo que había ocurrido esa mañana. Ahora de repente ya no le parecía tan grave. Su propio padre la había querido canjear como una mercancía para salir bien parado de su estupidez e incompetencia. Al menos el capitán había mostrado un interés personal por ella, si es que se podía llamar de ese modo. En cualquier caso no quería saber nada más de él. Nunca. Solo esperaba que no estuviese en la taberna. Sabía que tenía arrendada una casa en el pueblo, Harding también había estado allí hasta que discutieron, pero siendo el último día antes de partir era fácil imaginar que aquello estaría lleno de soldados aprovechando sus últimas horas.
Cuando entró en el pueblo la determinación de Kate comenzó a fallar. La taberna estaba a un paso. Era la única casa iluminada. Sólo tenía que entrar y preguntar por el dueño se dijo para animarse, desde fuera se oían risas y voces, comenzaba a temblar de frío. No había marcha atrás. No iba a volver a su casa.
Kate reunió todo su valor y empujó la puerta.
La sala estaba llena a rebosar y completamente ocupada por los soldados, aunque también había algunas mujeres. Mujeres que Kate no había visto nunca pero que incluso ella podía imaginar que era lo que estaban haciendo allí. Angustiada recorrió con su mirada el lugar en busca del dueño y entonces le vio, y él también la vio a ella.
Kate se dio la vuelta y salió corriendo hacia la calle. No podía ser, no podía ocurrir, no merecía tener tan mala suerte. Oyó su voz llamándola pero no se paró, sin embargo él la alcanzó antes de que doblase la esquina y la sujetó del brazo.
—¡Kate! ¡Kate! ¿Qué demonios…? —exclamó Kenneth resistiéndose a soltarla a pesar de los intentos de Kate por liberarse.
—¡Suélteme! —gritó ella—. ¡Déjeme en paz!
—Pero qué ha pasado? ¿Qué hace aquí?
—¡Nada de su incumbencia! —exclamó Kate luchando por desprenderse de él—. ¡No me toque!
Kenneth la soltó y la miró alarmado y sin comprender. Era la última persona a la que Kate hubiese querido explicar lo que le había ocurrido, pero ya no podía correr más. Empezaban a fallarle las fuerzas.
—He discutido con mi padre —dijo Kate por fin—. Me voy a Londres. Buscaré trabajo allí.
—¿A Londres? —preguntó Kenneth incrédulo—. ¿Ahora?
Odiaba que la mirase como si estuviese loca.
—¡No, ahora no! ¡Cuando se haga de día! —explicó furiosa Kate—. Se lo pediré a Mr. Denvers.
Él la miro confuso, intentando asimilar la situación.
—¿Ha sido por… lo de esta mañana?
Parecía sinceramente preocupado, pero a ella le hirió la mención.
—¡No, no ha sido por lo de esta mañana! ¡Pese a lo que pueda usted creer el mundo no gira a su alrededor y puede estar bien tranquilo, si es que eso llegase a importarle, porque no tiene nada que ver con usted, así que déjeme sola de una vez y váyase!
—¿Pero dónde va a pasar la noche? Son más de las doce…
Kate se sintió de nuevo desalentada, pero tenía que seguir adelante.
—No puedo ir a casa de Jane ahora… Había pensado ir a la posada.
—La posada está llena hoy, ya lo ha visto, y además no es lugar para usted. Podría ir a mi casa. ¡Escuche antes un segundo, no se ofenda! —dijo Kenneth tratando de aplacarla al ver el gesto indignado de Kate—. La dejaré allí sola y yo volveré al campamento. Por favor, deje que la ayude.
Kate dudó. No quería que fuese él quien la ayudase pero no tenía a nadie más y comenzaba a sentirse realmente cansada.
—Por favor —rogó él de nuevo.
Kate cedió por fin agotada.
—Está bien…
Él respiró aliviado y con un gesto de su mano le indicó la dirección. Su casa estaba muy cerca de allí. Era la planta superior de un pequeño taller, propiedad de un carpintero, que durante el día trabajaba en el piso de abajo. Kenneth abrió la puerta y fue a encender la chimenea. Kate acercó sus manos al fuego en cuanto las astillas prendieron. Estaba helada. Las llamas se hicieron más fuertes e iluminaron con calidez la habitación. Él la miró y su expresión pasó sin transición de la inquietud a la rabia. En la mejilla de Kate se advertía claramente la señal de un oscuro moratón.
—¿Su padre le ha hecho eso? —silbó Kenneth furioso.
Kate ni siquiera sabía a qué se refería. Luego recordó, pero no le contestó.
—Le mataré si vuelve a tocarla.
Ella le miró a los ojos y vio su expresión, y comprendió por qué, pese a todo lo que pudiese haberla dicho y todo lo que pudiese haberla hecho, no era capaz de odiarle. Kate sabía lo que sentía por ella. Lo había sabido mucho antes de que se lo dijese aquella misma mañana que ahora parecía tan lejana. Pero también sabía cuál era la realidad y por eso le respondió con voz serena.
—No, no lo hará, porque mañana parte hacia Gante y seguramente nunca más volveré a verle. ¿No es así?
Él bajó el rostro profundamente herido y contestó derrotado.
—Así es.
Un doloroso silencio flotó entre los dos.
—Creo que será mejor que me vaya… No le soy de gran ayuda y seguramente la molesto, y querrá estar sola…
La miró una última vez y Kate no dijo nada. Le vio darse la vuelta y se oyó llamándole como si en realidad no fuese ella la que hablase.
—¡Kenneth! —Él se detuvo en el umbral y se volvió hacia ella. El fuego hacía brillar sus ojos—. No se vaya…
Vaciló unos segundos pero terminó retrocediendo sobres sus pasos.
—¿Está segura de eso? —le preguntó en visible lucha contra sus dudas.
Kate no estaba segura de nada, sin embargo sabía con total claridad lo que deseaba. No le respondió, se alzó sobre sus pies, tomó su cara entre sus manos y le besó. Un beso inocente, fugaz y tímido. Después bajó la cabeza y la apoyó contra su pecho.
—Kate… Yo no puedo… No debo… —murmuró él de repente inseguro, tratando en vano de resistirse a lo que tan intensamente deseaba.
—No importa… —le interrumpió ella y era de verdad aquello que sentía. Nada más le importaba en aquel momento. Solo quería que volviera a besarla como la había besado aquella mañana, que la hiciera olvidar el mundo entero, que cualquier otra cosa que no fueran ellos dos desapareciera.
Él la tomó de la barbilla y la miró a los ojos, y debió ver en ellos la respuesta a todas sus dudas, porque la besó rápida y apasionadamente, la levantó del suelo y la hizo girar abrazada y entrelazada a él. Cuando Kenneth la miró de nuevo anhelante, Kate asintió suavemente y dejó que la despojase del vestido. Él también se quitó la casaca y se sacó la camisa tirando de ella por el cuello sin pararse a soltar los botones. La rodeó por la espalda para que sus cuerpos se encontrasen. La alzó entre sus brazos sin dejar de besarla y la llevó como si careciese de peso hasta su cama.
Kate nunca pensó que sería así. Violento y a la vez delicado. Doloroso pero también dulce. Apremiante, arrollador, irresistible y aniquilante como lo era el mismo Kenneth, como debía ser el amor, como ella siempre deseó amar, como siempre quiso ser amada.
Sus besos, sus caricias, su fuerza, su peso… Kenneth derramándose sobre ella. Ella fundiéndose con él. La calma de después…
Kate fue quedándose dormida estrechada entre sus brazos. Había sido un día muy largo, pero antes de hundirse en el sueño un último pensamiento brilló en su mente.
Por primera vez en su vida estaba dónde quería estar y hacía lo que ella deseaba hacer.


15

 


Se despertó y él no estaba allí. Por un instante temió angustiada que ya se hubiese marchado, pero aún era noche cerrada y cuando se incorporó vio un débil resplandor, originado por la luz de una vela, que llegaba del cuarto de al lado.
Estaba desnuda y su ropa tirada por el suelo. Una creciente sensación de vergüenza comenzaba a atormentarla. ¿Cómo podía haber dejado que pasase algo así? Anoche nada le importaba, pero ahora Kenneth no estaba a su lado y ni siquiera sabía lo qué pensaría de ella. Aun así, se recordó a sí misma, daba igual porque se marchaba, se iba sin remedio. Un estremecimiento de pánico le asaltó, intentó dominarlo y no dejarse arrastrar por él. Recogió su ropa y se vistió evitando hacer ruido. Su prendedor del pelo sabe Dios dónde estaría. Desistió de buscarlo y se asomó a la otra habitación. Estaba sentado de espaldas a ella y parecía estar escribiendo o leyendo algo.
Permaneció observándole en silencio sin decidirse a llamar su atención. Le conmovió contemplarle así, ajeno a su presencia. Imágenes y recuerdos de la noche pasada volvieron a su memoria turbándola. Quizá se avergonzase, pero desde luego no se arrepentía.
Kenneth se volvió, tal vez sintiéndose observado, y la vio allí, quieta y silenciosaa. Pareció sobresaltarse, guardó la carta que estaba leyendo en el bolsillo de la casaca que tenía colocada tras de la silla y se acercó hasta ella.
—¡Kate! No te había oído levantarte. ¿Te he despertado?
—No, es sólo… —dijo ella indecisa—. No sabía dónde estabas…
Él vio su expresión, levemente tímida e insegura, y la estrechó entre sus brazos para besarla dulce y largamente. Kate olvidó todos sus temores. No le importaba lo que pudiese pasar ahora. Volvería a hacerlo sin dudar.
—¿Tienes frío? —dijo él apretando su cuerpo cálidamente contra el de ella—. ¿Quieres que encienda la chimenea?
—No, no hace falta. ¿Qué hora es?
En realidad no era la hora lo que preocupaba a Kate, pero no se atrevía a preguntarle lo que de veras estaba pensando, sin embargo él comprendió y respondió con visible tristeza.
—Está a punto de amanecer.
Kate volvió la cabeza y echó un vistazo a su alrededor. Había una mesa con un par de sillas junto a la ventana y fue allí a sentarse. No quería soportar su mirada. Sabía que esto ocurriría y que nada había cambiado. Podría con ello. Solo tenía que seguir adelante. Pero él fue a sentarse frente de ella y tomó una de sus manos.
—Kate, he estado pensando… —comenzó Kenneth—. No creo que partamos inmediatamente para Gante. Lo más seguro es que pasemos algunos días en Portsmouth. Quizá un par de semanas… Las mujeres de algunos oficiales saldrán mañana hacía allí. Podrías ir con ellas y… bueno… buscaríamos algún lugar en Portsmouth para que pudieses esperar hasta… bien, hasta que regresemos.
Kenneth le había dicho todo esto con grandes rodeos e inseguridad, pero el rostro de Kate se iluminó, y sintió como si la quitasen un enorme peso de encima. Sin pararse a pensar le preguntó.
—¿Y nos daría tiempo a pedir la dispensa?
El gesto de Kenneth se enturbió y Kate comprendió al momento su error y deseó poder borrar sus palabras.
—No creo que pudiésemos tener la dispensa, Kate. Yo no he dicho eso…
Ella sintió el nudo en su garganta y cogió aire para que pasase, después volvió la cabeza hacia la ventana. Él la miraba con desesperación.
—Escúchame, Kate, por favor… Te juro que intentaré arreglarlo. Mírame, sabes lo que siento por ti. Ven conmigo a Portsmouth. Lo hablaremos más despacio y buscaremos una solución.
Kate no quería decir ni una palabra más, sólo deseaba que se marchase de una vez, pero él no dejaba de apretar su mano, aunque Kate rehuyese ahora su contacto.
—¿No me vas a contestar?
—¿Y qué se supone que haría yo en Portsmouth? —dijo por fin Kate glacial—. ¿Mirar al mar por la ventana esperando el regreso de la armada? ¿Y recibiría al menos una asignación o tendría que buscar alguna ocupación en el puerto?
Ni siquiera ella sabía cómo era capaz de pronunciar esas palabras con tal frialdad, pero sentía como si su corazón se endureciese por momentos incapaz ya de soportar más desaires. Él la miraba superado por la dureza que mostraba.
—No hables así, Kate… Sabes que no tengo más remedio que embarcar con la flota. Si no lo hiciese sería deserción.
Ella oía su voz dolida y le parecía sincera, y en su interior sentía la lucha entre el deseo de olvidar todo lo que se suponía que era bueno y correcto para seguir a Kenneth allá dónde fuese, y lo que le decía su amor propio, que gritaba a voces que merecía algo mejor que esperar el incierto regreso del capitán que tal vez al cabo de unas semanas ni siquiera se acordase ya de ella.
—Kate —imploró él tratando de evitar que siguiese distanciándose de él—. No tenemos por qué hacer las mismas cosas que todos, ni el mundo es sólo de una manera. Tú y yo somos distintos a los demás. No tenemos por qué vivir como ellos, ni hacer lo que esperan de nosotros.
Sus palabras tenían una vibración apasionada que hacía dudar a Kate. Era más fácil marcharse con él y no pensar en nada, al menos mientras permaneciese a su lado, que irse a Londres en busca de una colocación que quizá no encontrase. Sin embargo había algo que Kate no acababa de comprender. Algo que no era como debería ser.
—¿Qué era lo que estabas escribiendo?
Kenneth esquivó su mirada y antes de poder darle una respuesta oyeron el golpeteo de unos cascos repicando en el adoquinado. Sonaban prácticamente debajo de la ventana y Kenneth se asomó a mirar. Casi a la vez golpearon con fuerza en la puerta.
—¡Kenneth! ¿Estás despierto y sereno o tú también estás borracho? —gritó alguien desde fuera.
Él abrió la ventana. Dos de los tenientes de su regimiento estaban abajo.
—¿Qué demonios estáis haciendo aquí? —los increpó de mal humor—. ¡No han dado ni las seis!
—¡Eeeehhh! —se quejó uno de los hombres—. No la tomes con nosotros… La mitad de la tropa está fuera de combate y el coronel quiere que todos los oficiales estén allí en media hora. Ni siquiera encuentro a Parks y Richardson no se sostiene por sí solo en el caballo. Cuando nos hemos ido el viejo gritaba que nos va a tener sin permiso hasta que acabe la campaña. Se ha levantado con mal pie.
—¡Maldita sea! —renegó Kenneth—. ¡Fue él mismo quien dijo que a las ocho!
—¡Explícaselo tú a ver si a ti te hace caso!
—¡Largaos —ordenó Kenneth—, y esperadme allí!
—De eso nada —se negó el teniente—. Yo no vuelvo de vacío. Baja de una vez.
La voz burlona del otro soldado que hasta ahora había permanecido callado llegó desde abajo.
—No le agobies, Jones. No ves que tiene compañía…
—Cállate, Bloom —advirtió sibilante Kenneth—, o te juro que lo vas a lamentar…
Su voz sonó peligrosamente amenazadora, pero no pareció impresionar mucho a los otros dos, porque comenzaron a reírse.
—Vamos… Seguro que has aprovechado bien el tiempo —dijo Jones—. Despídete y no nos hagas esperar.
—Dile que baje y preséntanosla… —añadió Bloom entre risas lascivas—. No seas egoísta…
Kenneth cerró la ventana de un brusco golpe. No había más luz en la habitación que la de una pequeña vela, pero era suficiente para advertir que el rostro de Kate estaba tan lívido como la cera de esa vela.
—¡Kate, te juro que se van a arrepentir de esto! —aseguró Kenneth viendo su palidez.
—¿Por qué? ¿Por decir la verdad? —susurró ella con una calma que era solo aparente—. Yo en cambio les estoy agradecida. Así sería la vida en Portsmouth, ¿no es cierto?
Sí, así y no de otro modo sería su vida si decidía marcharse con él. Tendría que soportar las burlas, los comentarios, las miradas de desprecio de las esposas de los oficiales…
—Es verdad que quizá no sea una buena idea, Kate —se lamentó él abrumado—. Yo tampoco pensaba que esto fuese a ocurrir, Si al menos no tuviese que marcharme… pero tienes que creerme. Todo lo que te he dicho es cierto, te quiero y no dejaré que te hagan daño —afirmó Kenneth como si necesitase más que cualquier otra cosa que ella le creyera—. Mírame… Volveré antes de que embarquemos. Esta misma semana si es posible. Te lo juro por mi vida. Espérame en casa de Jane y hablaremos. ¿Harás eso al menos? —suplicó.
Las voces y las risas de los soldados aún llegaban amortiguadas desde la calle, pero ella quería creer que la amaba y no quería irse a Londres y olvidarse de él. ¿Cómo habría podido olvidarse de él?
—Esperaré a que vuelvas.
Kenneth la alzó para besarla y la estrechó con fuerza contra sí. Kate volvió a recordar porque todo ese insoportable dolor merecía la pena, pero Kenneth finalmente la soltó y recogió su guerrera y una bolsa con lo que eran sus escasas pertenencias y después de mirarla largamente bajó las escaleras con rapidez y decisión.
—¿Qué pasa? —oyó preguntar Kate desde el exterior al más grosero de los soldados —. ¿Todavía tenías algo más pendiente?
Se oyó un fuerte golpe, como si Bloom hubiese caído derribado del caballo, y a ese le siguieron luego otros cuantos más...
—¡Kenneth, qué demonios te pasa! —gritó el otro hombre—. ¡Suéltale! ¿Te has vuelto loco?
—¡Cállate tú también y llévatelo de aquí! —ordenó Kenneth fuera de sí.
—¡Eres un maldito imbécil! —exclamó Jones olvidando el rango y la disciplina—. ¡Nos harán fusilar por tu culpa!
—¡Si no cierras ahora mismo la boca no tendrás que esperar a que te fusilen!
Jones recogió maldiciendo entre dientes el fardo sin sentido que era Bloom y lo cargó atravesado sobre su montura. Después de eso solo se oyó el repiqueteo de los cascos de los caballos alejándose, y la calle se quedó otra vez en silencio.
Kate aún se quedó allí, en aquella habitación semi en penumbra, pensando en cómo podía ser capaz de amar tanto y tan intensamente a aquel maldito imbécil.


16

 


El coronel gritaba algo sobre la responsabilidad y el ejemplo que debían dar los mandos a la tropa, y Bloom y él aguantaban en posición de firmes con la vista hacia el frente. Cuando el coronel no los observaba, Bloom le miraba de tal manera, que Kenneth resolvió que más valía que no le diese la espalda o tal vez alguna bala perdida le aliviase de sus preocupaciones. Lo cierto era que no estaba prestando demasiada atención a lo que el coronel Turner decía y él debió de notarlo porque se detuvo justo enfrente suyo y le miró enfurecido.
—¡¡¡Se ve que tiene usted asuntos particulares más interesantes que atender que lo que yo le estoy diciendo!!!
—Estoy aquí, ¿no es así? —respondió Kenneth con falsa suavidad.
—¡Sin duda es un gran honor el que nos hace, capitán! ¡¿Y se supone que tengo que estarle agradecido por él?!
—No creo que sea necesario…
—¡¡¡Me alegro!!! ¡Porque estoy harto de usted y todavía no hemos salido! ¡Quítense los dos de mi vista y hagan algo de provecho! ¡Y procuren que no tenga que verlos más hasta que estemos de vuelta, suponiendo que sean capaces de conseguirlo!
Bloom y él se separaron tras dirigirse una última mirada rencorosa. Ya hacía rato que había amanecido y el campamento se movilizaba con una desanimada y poco marcial actitud. Kenneth fue a buscar a sus hombres. Más valía que estuviesen en condiciones porque él tampoco estaba de humor. Al menos Harding ya estaba allí, aunque desde que le había dicho que, si tanto temía que Jane se olvidase de él para que no hubiese podido esperar a volver de la campaña para pedir su mano, su amistad se había deteriorado. La verdad era que le debía una disculpa a Harding, pero era un buen chico, seguro que lo entendería.
—¿Están todos? —preguntó secamente a Harding.
—Están… —asintió el teniente—, pero no es que se los vea muy entusiasmados… Parece que no tienen muchas ganas de marcharse.
Harding estaba extremadamente pálido pero sereno.
—Haz lo que puedas con ellos y procura que se vayan espabilando. Yo tengo algo que hacer antes. Volveré enseguida.
—Diré a los sargentos que vayan formando filas —sugirió Harding.
Kenneth asintió con un gesto desganado. En ese momento no le importaba lo más mínimo ni las filas, ni los sargentos, ni toda la maldita compañía. Sin embargo se sentía en la obligación de decirle algo más a Harding, solo que no sabía bien cómo.
—¡William!
—¿Qué? —dijo Harding volviéndose.
Tenía veinticinco años, solo siete menos que Kenneth, pero le parecía como si fuese mucho más joven, prácticamente un chiquillo.
—Todo irá bien….
Harding sonrió débilmente.
—Seguro que sí…
Kenneth asintió con la cabeza y Harding comenzó a llamar a los sargentos más animado. Definitivamente era un buen chico y resultaba muy sencillo engañarle, se dijo a sí mismo Kenneth. Se trataba de su primera campaña, si no hubiese sido así no se habría dejado convencer con tanta facilidad.
Entró en una de las tiendas de su compañía. Ya estaba todo empaquetado y listo para marchar, sólo quedaba desmontar las tiendas, pero antes de ordenar que se pusiesen con ello tenía algo más que hacer.
Sacó la carta que llevaba guardada en la casaca. Estaba arrugada después de la pelea con Bloom. Tendría que escribirla de nuevo. Kenneth se sintió de golpe abatido y experimentó el irresistible impulso de romperla en pedazos. No serviría de nada. Lo sabía perfectamente. Solo se estaba engañando a sí mismo. Sin embargo debía intentarlo, si había una sola posibilidad…
Ahora lo sabía. Haría cualquier cosa por ella. No había dormido en toda la noche. Había estado contemplándola mientras dormía, velando su sueño a la luz de las llamas de la chimenea, intentando encontrar una solución y sabiendo que no existía. Era tan hermosa y tan valiente, tan altiva y tan entregada, fuerte y delicada a la vez. Desde que la conoció en aquel camino sus orgullosos y airados ojos rasgados habían captado su atención, después había pasado a ser algo más que un desafío, luego ya no pensó más. Solo sabía que tenía que estar a su lado.
Y con todo, cuando Kate le pidió que no volviese más a buscarla, había comprendido que ella tenía razón y que aquello era inevitable, y había intentado realmente y contra su propia voluntad olvidarla. Fue en vano. Pensaba todavía más en ella que cuando la veía a diario. Por eso aquella mañana de la víspera, cuando él la besó y ella le devolvió el beso con aquella ardiente pasión que Kenneth siempre había sabido que latía en su interior, apenas pudo hacer otra cosa que lo hizo. Y nunca le había dolido tanto un insulto como cuando escuchó los suyos, y cuando mencionó a Andrew…
Maldito Andrew. Él y su sentido del honor. Andrew lo sabía. Podía fácilmente habérselo dicho. Pero no. Había preferido hacerle aquella advertencia sutil. Sin duda era un favor más que tenía que deberle, otro más que añadir al de que le hubiese perdonado la vida. Pues bien, no se lo agradecía, si él hubiese estado en su lugar no habría dudado en contárselo. Andrew también la quería para él, estaba seguro, le conocía bien. Le había visto observarla discretamente apartado en alguno de aquellos condenados bailes y las miradas de los dos también se habían cruzado. Tenían que haber saldado cuentas de una vez por todas, pero ni siquiera se había atrevido a luchar por ella. ¿Qué podía ofrecerla él al lado de Andrew? Por eso se había echado a un lado y había esperado aquella última cita dudando sobre si ella se presentaría allí. Y después… después Kenneth había olvidado todos sus buenos propósitos, y como era de esperar Kate le había rechazado y le había hecho sentirse miserable, ruin y rastrero, aunque por supuesto se había guardado bien de mostrarlo…
Era algo en lo que Kenneth siempre había tenido éxito, siempre al menos que había puesto verdadero interés en ello. Fingir, mentir, aparentar… Moverse entre toda aquella gente como si él también fuese uno de ellos. Solo que hacía tiempo que había perdido el gusto y la paciencia por hacerlo, y se limitaba a procurar divertirse y sacar el mayor partido posible de la vida. Después de todo había visto demasiadas veces lo sencillo que resultaba perderla.
Pero Kate había cambiado todo eso y le había hecho renegar más si cabe de aquella decisión tomada justo cuando tenía más o menos la edad de Harding, y que tanto había llegado a odiar, aunque la mayor parte del tiempo se dedicaba simplemente a ignorarla. Y lo mejor que se le había ocurrido había sido tratar de emborracharse, pero ni siquiera el vino había conseguido aquella noche enturbiar su lucidez, y aquel dolor amargo y agudo se resistía tenazmente a dejarse embotar. Después, como si fuese el fruto de su delirio, ella había aparecido allí, en la misma taberna dónde él intentaba inútilmente olvidarla. Y cuando le había pedido que se quedase… Kenneth sabía que no debía, no debía, pero aun así lo había hecho y por Dios que no se arrepentía…
El recuerdo de las pocas horas que habían pasado juntos le acosó de nuevo sin piedad. Si la amaba antes ¿cómo podría soportar estar sin ella ahora? Todas las mujeres que había tenido en sus brazos, ninguna había significado gran cosa y no le había importado demasiado lo que las ocurriese tras dejar de encapricharse de ellas. Y ahora en cambio tenía que reprimir constantemente el impulso de largarse del campamento, y volver a buscarla, y llevársela a cualquier lugar lejos de todo y de todos.
Si hubiese sabido antes lo que ocurría en su casa… Suponía que no era feliz allí, resultaba evidente, pero nunca había pensado que la situación llegase a tal extremo. Y Kate ni siquiera le había contado por qué razón había discutido con su padre. Quizá hubiese podido quitar de en medio a ese malnacido antes de marcharse.
La rabia le nublaba el juicio cuando recordaba la mejilla amoratada de Kate. No mentía cuando había afirmado que le mataría… Era una de las ideas que había contemplado durante la noche, solo que no era un plan muy brillante llegar de madrugada a una casa que no conocía para matar a su dueño. Además aunque no le había dicho que no le matase tampoco le había dicho que lo hiciese. Al fin y al cabo era su padre. Aunque si Kate sentía por él el mismo aprecio que Kenneth había sentido por el suyo… No en vano había pasado casi toda su infancia acariciando el ferviente anhelo de acabar un día con sus propias manos con la vida de su padre, pero el muy desgraciado había muerto en una reyerta de taberna antes de que él tuviese la fuerza y el tamaño necesarios para lograrlo.
Sí, a Kenneth no le habría temblado la mano a la hora de matar a ese otro miserable, pero ya era demasiado tarde para librar al menos de eso a Kate. No quedaba tiempo para nada. A no ser que desapareciese ahora mismo del campamento y dejase que el regimiento partiese sin él…
Era lo único que le faltaba por añadir a su hoja de servicios, insubordinación, traición y finalmente deserción. Si le colgaban del extremo de una soga entonces tampoco tendría que preocuparse por soportar la mirada de Kate cuando supiese la verdad, y lo sencillo que era el motivo por el cual no podía pedirla en matrimonio por más fuerza con que lo desease.
Si al menos Charlene consintiese en pensarlo… Era solo una ilusa y mínima esperanza, pero tal vez, sólo tal vez…
Abrumado Kenneth se sentó junto a la pequeña mesa plegable del cuartel de campaña, cogió una hoja limpia del ordenado montón que tenía a su derecha, tomó una de las plumas que le pareció menos usada, la mojó con cuidado en la tinta y comenzó a escribir de nuevo su carta.
“A la atención de Mrs. Charlene Kenneth:
Estimada señora…”

 

 

 

17

 


Cuando Kate llegó a casa de Jane pudo llorar por fin tanto cuanto quiso. Las lágrimas con las que Jane la recibió se unieron irresistiblemente a las suyas. Mr. Denvers escuchó su relato, la parte que se podía contar, con gesto de preocupación, y cuando Kate le contó sus planes de buscar colocación como niñera o institutriz, le contestó que vería lo que se podía hacer, pero también le pidió que no actuase con precipitación y que pensase bien el paso que iba a dar, además la aseguró que podía estar en su casa tanto tiempo como necesitase.
Kate agradeció profundamente a Mr. Denvers su generosidad, aunque sabía que esa situación no podía prolongarse demasiado. Su padre no tardó en aparecer por allí y Mr. Denvers y él sostuvieron una violenta discusión que Kate pudo oír incluso desde la otra planta. Se sentía avergonzada por causar tantos problemas al padre de Jane y sólo su promesa de que esperaría allí a Kenneth le hizo ser capaz de quedarse en Ingram y no marcharse a cualquier lugar dónde al menos estuviese alejada de su padre.
Los días comenzaron a pasar lentamente. En casa de Jane no se hablaba de otra cosa que del regimiento. En cuanto Mr. Denvers entraba por la puerta, Jane se lanzaba hacia él para preguntarle si se había enterado de alguna novedad. Pero después de transcurrida una semana, lo único que se sabía, era que a causa del mal tiempo los barcos que trasladarían a las regimientos desde Portsmouth a Gante, llegarían con retraso. Jane se tranquilizaba con esas noticias pero Kate, según iban pasando los días, sentía desfallecer su ánimo. Comenzaba a dudar de la promesa de Kenneth…. Puede ser que no tuviese oportunidad de volver, o puede que no tuviera interés en hacerlo.
Kate no quería dudar de él, pero una molesta voz insidiosa le decía que algo no era como debería de ser, y que incluso si volvía como había prometido, eso no cambiaría apenas las cosas. Kenneth se iría de todos modos y si no estaba dispuesto a casarse la semana pasada ¿por qué razón iba a querer estarlo esta? No habría podido reprimir la sensación de sentirse engañada si no se hubiese dicho a sí misma que él siempre había sido claro respecto a eso.
También reflexionaba sobre lo que le había dicho antes de partir, que eran distintos a los demás y no tenían por qué hacer lo mismo que hacían todos... Era cierto que ella siempre se había sentido diferente al resto de sus amigas y de los jóvenes que le habían cortejado. De alguna manera Kate sabía que no encajaba en ese espacio dónde intentaban meterla. Por eso quizá cuando él apareció no había podido evitar sentirse atraída. Era evidente que Kenneth no se parecía en nada a aquellos jóvenes vacíos y superficiales, ni a los caballeros grises y anodinos en los que inevitablemente acababan convirtiéndose… No, Kenneth no era como ellos, y por eso entre otras cosas, también le amaba. Así que ahora no tenía sentido quejarse porque no actuara como lo habrían hecho ellos.
Si al menos encontrase un trabajo… No quería molestar aún más a Mr. Denvers pero se habría sentido mucho más tranquila si hubiese tenido esa seguridad, sin embargo últimamente Mr. Denvers estaba muy callado y muy misterioso, y le decía constantemente que no se preocupase por eso y que todo se arreglaría. Kate habría querido tener su confianza, pero cuantos más días pasaban, más dudaba de que nada fuese a solucionarse.
Una mañana su madre se presentó allí. No había vuelto a verla desde que se había ido de su casa, y desde entonces ya habían pasado diez días.
—¡Hija! —dijo mientras corría a abrazarla—. ¿Cómo estás?
—Estoy muy bien, ya lo ves —afirmó Kate dejándose abrazar pero sin corresponder al entusiasmo de su madre.
Y no se trataba de indiferencia. Kate la quería mucho y por eso le resultaba más doloroso soportar la tiranía a la que la tenía sometida su padre. Le dolía verla acobardada y humillada.
—Tenía tantas ganas de verte… —dijo su madre afligida por el frío recibimiento de Kate y sacando un pañuelito para enjugar las lágrimas que comenzaban a asomar en sus ojos—. Pero tú ya sabes cómo es él… No me atrevía a salir de casa, pero ya no tienes que preocuparte por eso. Se ha marchado, Kate… Se ha ido, hija… Tienes que volver.
Kate no tenía la menor intención de volver por mucho que suplicase su madre, pero esa novedad llamó su atención.
—¿Qué se ha marchado? ¿A dónde?
—A Irlanda —respondió su madre más animada—. Por seis meses al menos… Le han ofrecido un negocio allí. Se marchó ayer —Su madre siguió contando cada vez más entusiasmada—. ¡Kate, han retrasado el embargo! Le han dado un anticipo. Tenías que haberle visto. Se sentía tan feliz… No hacía más que decir que su suerte por fin había cambiado y que ya era hora de que alguien reconociese su talento... Quería venir a verte para disculparse incluso, pero le dije que ya lo haría yo por él.
Kate miraba el rostro de su madre mientras decía una mentira tan evidente y vio el esfuerzo que le costaba mantener su mirada.
—Lo que importa es que ya no está en casa, y que estará un buen tiempo sin regresar. Volverás, ¿verdad, hija? —rogó su madre cubriendo con su mano una de las de Kate.
Kate no quería ni considerarlo. Se había jurado a sí misma que nunca más volvería a su casa, y solo pensar en hacerlo le producía un profundo desánimo. Era como si tuviese que darle la razón a su padre y se resignase a aceptar que no había ningún otro sitio al que pudiese ir… Por otro lado, siendo realista, si era cierto que su padre se había marchado, no tenía ninguna excusa para seguir abusando de la hospitalidad de Mr. Denvers.
—Lo pensaré —murmuró apagada Kate.
—Por favor, Kate… No sabes cuánto he estado sufriendo… —volvió a lamentarse su madre.
En realidad Kate sí que lo sabía, pero era algo que ya estaba cansada de ver sin que se pudiese hacer nada para evitarlo.
—¿Y estás segura de que no volverá antes de seis meses? —preguntó suspicaz.
—Puedes preguntárselo a Mr. Denvers. Ha sido él quién le ha ayudado con el pasaje y los papeles.
Kate se quedó silenciosa e impresionada. Por eso tanto misterio y tanta confianza en que todo se arreglaría, ¿pero cómo podía Mr. Denvers haberse ocupado de todo? No podría jamás agradecerle tantas molestias y tantos desvelos. Solamente por no tratar con su padre…
Su madre se marchó después de suplicar nuevamente a Kate que regresase a su casa y que si no en ella, pensase en lo que estaría contando por ahí esa cotilla de Marcia Stevens, Kate puso los ojos en blanco a su madre como toda contestación y cuando se marchó fue a hablar con Mr. Denvers. No es que sacase mucho en claro la conversación, él se limitó a decirla que únicamente había actuado como intermediario en una oportunidad que casualmente se había presentado, y que Kate no tenía que darle las gracias en absoluto, pero que aunque su casa estaba abierta para ella, creía que era un buen momento para volver a la suya, y pensar con tranquilidad en lo que deseaba hacer con su futuro.
Después de esta invitación a marcharse del padre de Jane poco más le quedaba por hacer a Kate que volver a su casa, aunque la sensación de fracaso que la asaltó en cuanto entró por la puerta estuvo a punto de hacer que se diese la vuelta para tomar la carretera y marcharse a Portsmouth o a dónde fuese, porque cualquier cosa sería mejor que permanecer allí.
Sin embargo sacó fuerzas de su desolación y se quedó, aunque su ansiedad por la tardanza de Kenneth en cumplir su promesa era cada día más intensa, y se propuso hacer todo lo posible por encontrar un trabajo. Así que escribió a su prima y a algunas otras personas que esperaba pudieran orientarla, y no había hecho más que dejarlas en el correo, cuando Bess, la muchacha que las ayudaba desde que Ethel se había marchado, entró a la sala con un recado.
—Miss Kate, hay una señora con una niña que pregunta por usted… Está fuera esperando. ¿Quiere que la diga que entre?
Bess era muy joven, prácticamente una niña. Había pasado toda su vida en una granja y todavía se aturullaba y se volvía del color de la grana, cuando se encontraba enfrente de una dama o a un caballero.
—Sí, por supuesto —le dijo Kate sonriendo amable para ayudarla a vencer su timidez—. ¿Te ha dicho como se llama?
—Ha dicho que usted no la conoce —respondió Bess apurada por si había hecho algo mal.
Kate pensó inmediatamente en Mr. Denvers, no era posible que sus cartas hubiesen llegado aún, probablemente sería él quien la enviaba… Se echó un vistazo rápido en el espejo. Los rizos se escapaban rebeldes de su recogido. Kate se mordió el labio disgustada. No era ese el aspecto que debía ofrecer una joven seria y responsable, pero no había tiempo para más. Se alisó precipitadamente el vestido y esperó con las manos cruzadas por delante de su falda a que aquella señora entrase.
Era una mujer discreta y elegantemente vestida. Sus cabellos color miel destacaban bajo su sombrerito de viaje, y aunque era joven, seguramente no había cumplido todavía los treinta, la severidad de su actitud le hacía parecer algo mayor. Sus rasgos eran marcados, pero correctos, y prestaban a su rostro una belleza patricia y aristocrática, en la calidad de sus ropas y en su aire se evidenciaba la distinción de quienes frecuentaban más la alta sociedad londinense que los salones rurales del condado.
La niña no tendría más de seis años y también era muy bonita, con su vestido granate abullonado y un gran lazo color crema atado a la espalda parecía una muñeca. Sus cabellos rubios caían en tirabuzones alrededor de su rostro y tenía los ojos de un particular tono azul claro, muy expresivos. La pequeña se quedó mirando fijamente a Kate con una gran seriedad.
Sin saber por qué, esa inocente mirada infantil la trastornó. Kate apartó confundida la vista de la niña y se centró en su madre que también la examinaba con la mayor de las atenciones.
—¿Es usted Miss Katherine Bentley? —preguntó su inesperada visitante con educada y modulada voz grave.
—Así es… —respondió Kate inexplicablemente nerviosa, pero procurando mostrarse serena y amable—. ¿Y usted es?
—Puede llamarme Charlene —dijo muy seria la mujer.
—Bien, entonces Charlene… —asintió Kate con una sonrisa para intentar romper el hielo—. Imagino que Mr. Denvers le habrá hablado de mí.
—No conozco a ese caballero —negó ella—, pero me gustaría hablar con usted unos minutos. ¿Sería posible que mi hija jugase en el jardín mientras nosotras conversamos?
—Sí, claro que sí. —Kate fue a llamar a Bess para que acompañase a la pequeña mientras intentaba tranquilizarse diciéndose que todo iba bien—. Es por aquí.
—Sal fuera a jugar, Alice —la despidió su madre con dulzura—. Nos iremos enseguida.
La niña salió callada y obediente. Kate ofreció asiento a Charlene y se sentó ella también. No sabía bien qué decirla, si no la había mandado Mr. Denvers no se le ocurría quien podía haber sido.
—Créame, Miss Bentley… —empezó violenta Charlene—. No me ha resultado fácil venir aquí y es muy doloroso para mí actuar de este modo, pero espero que entienda usted mi situación.
Kate estaba muy confusa y guardó silencio sin entender. No comprendía lo que estaba pasando, pero un instintivo sentimiento de temor por lo que esa mujer iba a decirle se apoderó de ella. Charlene sacó una carta de su bolso y se la acercó a Kate, dejándola sobre la mesa.
—Esta semana he recibido esta carta. Puede usted leerla si lo desea. No me avergonzará más que lo que me supone estar aquí. La remite mi esposo, el capitán James Kenneth, y en ella me solicita el divorcio.
La mujer guardó silencio y la miró acusadora. Kate también calló paralizada. En su interior el mundo se tambaleó desmoronándose para volver a recomponerse después, de un modo aparentemente similar, pero completamente distinto, convertido ya para siempre en un lugar frío, desolado e inhóspito.
Acercó su mano a la carta, aunque no se decidió a cogerla y cuando su mirada perdida se fijó en ella se dio cuenta de que estaba temblando. La retiró velozmente y se la sujetó con la otra por debajo de la mesa.
—Quiero imaginar —dijo tensa Charlene—, y por eso estoy aquí, que no sabía usted nada de esto. Él nunca se lo dijo, ¿no es así?
Kate no quería cruzar ni una sola palabra con ella, y tampoco se sentía capaz de pronunciarla.
—No hace falta que me lo diga —continuó ella con amarga aspereza—. Sé bien lo que hace... No la voy a engañar, Miss Bentley… Mi matrimonio no ha sido un matrimonio feliz. Yo también fui una joven como usted y me dejé engañar por su sonrisa y por sus palabras. Él no tenía nada y yo me enfrenté a toda mi familia para casarme con él. Fui estúpida, impulsiva… y estaba enamorada —añadió Charlene como si eso también hubiese sido algo estúpido—, pero Kenneth pronto se cansó hasta de las ventajas económicas que llegó a decirme que eran las únicas que habían hecho que se casase conmigo...
Charlene hizo una pausa. La costaba visiblemente seguir, pero también Kate estaba muy pálida y apenas conseguía permanecer erguida en su silla.
—Como ve estoy siendo absolutamente sincera con usted. Aún puedo contar con la lealtad de algún amigo entre los compañeros de mi marido, aunque sé que son pocos los que saben siquiera que está casado, y ha sido uno de ellos quien me ha indicado que sólo podía ser usted la causa de esta demanda. Yo he sido pese a todas las circunstancias una buena madre y una buena esposa, y no someteré a mi hija, a mi familia y a mí misma a la vergüenza y el escándalo de una demanda pública de divorcio que jamás, jamás, puede tenerlo bien claro, concederé. Es pues inútil que se presente y por eso he venido para rogarle que obre según su conciencia a fin de evitar que esa demanda prospere.
Charlene había terminado su discurso. Se había mantenido serena y enérgica mientras se explicaba, pero ahora la tensión había hecho mella también en ella y miraba nerviosa a Kate esperando su contestación. Kate sabía que solo podía darle una respuesta y la pronunció con voz temblorosa.
—Le aseguro que en lo que a mí respecta no habrá motivo alguno para que continúe adelante esa demanda.
Charlene respiró con patente alivio y sin esperar más se levantó de la silla.
—Muchas gracias, Miss Bentley. Es todo lo que deseaba escuchar. No quiero prolongar esta conversación que no es agradable para ninguna de las dos. De veras lamento que esto haya tenido que ocurrir, pero estoy segura de que puede comprenderme, incluso es posible que algún día llegue a agradecérmelo.
Kate permaneció encerrada en su mutismo y Charlene comprendió que ese día no sería hoy, así que recogió su carta, se despidió con un breve saludo al que Kate tampoco respondió y salió con rapidez de la sala.
Kate la oyó llamar a su hija, y por la ventana vio como la cogía de la mano y se la llevaba hacia el coche que esperaba junto a la entrada. Mientras se alejaban, la niña se volvió y miró hacia la casa. También Kate se la quedó mirando a través del ventanal de la sala.
Tenía que haberlo comprendido desde el mismo momento en el que la vio aparecer por la puerta.
Sus ojos eran idénticos a los de él.


18

 


Se sentía como si estuviese vacía por dentro.
Cuando se levantaba por la mañana tenía que obligarse a salir de la cama y a seguir actuando como si nada hubiese cambiado cuando en realidad ya nada le importaba.
Había perdido la ilusión por encontrar un trabajo, por marcharse de su casa, por volver a verle. No quería volver a verle nunca más. Se lo había dicho a sí misma muchas veces desde que lo había conocido, pero ahora era distinto. Ahora era cierto.
Habría querido borrarle de sus pensamientos, arrancarlo de ellos y dejar en su mente el mismo vacío gris que era ahora su vida. No quería saber si de verdad había significado algo para él o si sólo había sido una diversión pasajera. Sólo quería saber si alguna vez pasaría aquella insoportable desdicha.
Ahora todo estaba claro y ella había sido tan estúpida como para no darse cuenta. Todas sus palabras, su oposición al matrimonio, su cínico rechazo, su abierta negativa, su promesa de que intentaría arreglarlo. No la servía. Nada de eso le servía. Todas sus declaraciones se podían haber resumido en tres sencillas palabras que nunca había pronunciado.
Ya estoy casado.
Kate quería pensar de sí misma que por mucho que hubiese significado para ella jamás habría consentido en que pasase lo que pasó si hubiese sabido que estaba casado, y menos aún que tenía una hija, aquella pequeña con sus mismos ojos azules, fríos y claros.
Podía tolerar la humillación que le había supuesto recibir a aquella mujer, podía difícilmente haber perdonado el engaño, pero jamás olvidaría la silenciosa acusación con la que esa niña la había mirado.
Ya no paseaba. Le resultaba imposible recorrer la alameda sin que las lágrimas le impidiesen ver el camino. Se quedaba en casa y bordaba, para asombro de su madre, que la miraba alarmada y ni siquiera se atrevía a preguntarla si se encontraba bien.
Una tarde Jane vino a verla. Kate intentó mostrarse sonriente. Jane no había podido hacer por ella más de lo que había hecho incluso teniendo sus propios problemas. Pero su amiga la conocía demasiado bien para dejarse engañar.
—Kate... ¿por qué estás todavía tan triste? —le preguntó acariciando su brazo con dulzura—. ¿Es por tu padre?
No quería engañar a Jane, pero no soportaría hablar de ello. No, no podía hacerlo, aún no. Seguramente nunca pudiera hacerlo.
—Estoy preocupada, Jane, eso es todo —mintió para eludir la mirada inquisitiva de Jane, después de todo no le faltaban los motivos para estar abatida—. Más aún por el compromiso en el que puse a tu padre. No sé cómo podré corresponder y no sé si lograré encontrar un trabajo. Porque al fin y al cabo volverá, Jane, antes o después y no quiero mostrarme ingrata, pero todo seguirá igual o peor. Si mi padre consigue algún dinero se meterá en problemas todavía más graves. Si lo hubiese sabido no hubiese permitido que tu padre interviniese en esto. Debí haberme marchado hace tiempo.
Era una idea que volvía a su cabeza una y otra vez a su cabeza cuando el dolor se convertía en insoportable. Se veía marchándose de Ingram antes de que nada hubiera ocurrido, antes de que su padre amenazase con casarla con Marley, antes de que ella rechazase y prestase oídos sordos a las advertencias de Andrew, antes de conocer a Kenneth.
—No digas eso, Kate —se lamentó Jane viendo a su fuerte y animosa amiga tan decaída—. Sabes lo difícil que es encontrar una colocación... Sé que papá lo ha intentado, pero no ha conseguido nada, y sabes que tampoco se puede esperar gran cosa de ese tipo de trabajo. Las dos lo sabemos.
A Kate le dolieron las palabras de Jane. Sobre todo porque eran ciertas. No había muchas posibilidades de encontrar una colocación, y menos para ella, que no tocaba el piano, ni sabía solfeo, ni hablaba francés, ni tenía la más mínima idea de alemán, ni de latín... Y si de todos modos tenía la enorme suerte de encontrarlo, no sacaría de ese empleo mucho más que el derecho a una cama y a la comida, y el compromiso de parecer siempre agradecida y obediente. Sin embargo y pese a todo Kate sabía que tenía que seguir intentándolo. No se quedaría allí esperando a que su padre regresase y la encontrase hundida y derrotada.
—Kate… Tengo algo que decirte —empezó Jane dudando—. Me enteré por casualidad. Mi padre me hizo prometer que no te lo diría, pero no me importa romper mi promesa si puede servirte de ayuda. Al menos creo que es justo que lo sepas. No fue mi padre el que hizo que el tuyo se marchase. Era mucho dinero el que adeudaba, papá no habría podido permitírselo por mucho que hubiera deseado ayudarte, y sabes que lo deseaba, Kate…
Ella escuchaba atenta y confundida a Jane. Era verdad que la deuda era muy alta y el padre de Jane, aunque acomodado, no era tan acaudalado, pero entonces ese negocio…
—Fue Mr. Wentworth, Kate… Se enteró no sé cómo. Seguro que fue por esa cotilla de Marcia. Creo que estuvo contándolo por todas partes, ya la conoces… Apostaría a que una de nuestras doncellas se lo diría a alguna de las suyas, probablemente Emma… Nunca me gustó —apostilló molesta Jane—. Resulta que Mr. Wentworth abordó a papá un día en el pueblo y le dijo que se había enterado de tu situación, y que lo lamentaba, y que le gustaría ser de utilidad. Le pidió que no se lo contase a nadie, pero mamá estaba muy extrañada, y yo oí como lo comentaban entre ellos, y así me enteré yo también. Cuando le pregunté me hizo prometer que no te lo diría pero ya no tiene remedio. Él lo pagó todo, Kate, el pasaje, la deuda pendiente, el negocio que le han ofrecido allí… Yo no quiero que te sientas obligada. Él fue el primero en no desear que apareciese su nombre, pero tampoco quiero que agradezcas a mi padre algo que no le corresponde… Y creo que lo que ha hecho Mr. Wentworth… en fin… A mí me parece que no lo habría hecho cualquiera, Kate. Ya sabes lo que he pensado siempre de él y de ti… No quiero verte así y tampoco quiero verte enterrada entre la servidumbre de una casa dejando que pasen simplemente los años. Mr. Wentworth me parece una buena persona y va a venir mañana a casa a comer. ¿Querrías pensar en asistir tú también?
Kate había escuchado en silencio toda la larga explicación de Jane mientras pensaba en como el control de su vida, que había creído tener fugazmente en sus manos aquella noche en la que salió corriendo de su casa, se escapaba de ellas para estar en las de todas esas otras personas que actuaban, y decidían por ella, y movían los hilos de su vida. Debería sentirse agradecida, y lo estaba, pero también detestaba aquello: su nula impotencia. Sin embargo estaba demasiado abatida y no se encontraba con la fuerza suficiente para seguir luchando contra decisiones que no dependían de ella.
—Siento que hayas faltado a tu promesa por mí causa, Jane —murmuró Kate.
—No me importa si te sirve de ayuda. Solo ven a casa mañana… —rogó Jane—.Te aseguro que esto ha sido solo cosa mía y si te incomoda podrás echarme a mí toda la culpa.
Kate cedió un poco ante la solicitud y la preocupación de Jane. Sabía que solo pretendía ayudarla, ¿pero qué diría Jane si supiera? Nunca lo sabría porque no pensaba decírselo.
—Quizá vaya… Lo pensaré.
—Tonterías. Mandaré al coche a por ti y si no vienes no podré perdonártelo. ¿No sabes que necesito todo tu apoyo?
Kate sonrió un poco por fin. Jane era capaz de bromear hasta con su propia pena con tal de animarla a ella.
Al día siguiente, tal y como Jane había anunciado el coche se presentó a media mañana y Kate acudió al almuerzo. Cuando Andrew llegó se sorprendió visiblemente al encontrarse allí con Kate. No se habían vuelto a ver desde el día de la boda de Jane, y si Kate no se hubiese sentido insensibilizada después de todo lo que había ocurrido en las últimas semanas, difícilmente habría podido soportarlo. Sin embargo se sentó a la mesa, y comió, y sonrió, y conversó como si nada hubiese ocurrido, y evitó durante toda la comida cruzar su mirada con la de Andrew. Pero cuando tras terminar la comida se quedaron los tres solos en la sala de estar de los Denvers, y Jane no tardó en excusar su salida alegando que acababa de recordar que tenía que terminar urgentemente la carta que le estaba escribiendo a Harding, la tensión entre Andrew y ella se hizo más que evidente, y Kate supo que tenía que decidir que iba a hacer con su vida.
—Tengo que pedirle disculpas por el comportamiento de Jane, Mr. Wentworth —empezó Kate indecisa, pero decidida a no andarse con rodeos ni evitar la cuestión—. La única explicación que lo puede justificar es que obra así por el cariño y el aprecio que me tiene.
—Es difícil que cualquiera que la conozca no la aprecie —aseguró Andrew.
Kate vio la mirada sincera e insegura de Andrew. Llegaría hasta el final y luego que ocurriese lo que tuviese que ocurrir.
—Jane me ha contado que fue usted quién se hizo cargo de todo para evitar la ruina de mi familia, además de ocuparse de enviar a mi padre lejos de aquí —Kate hizo una pausa y miró a Andrew directamente a los ojos—. Es algo que no podré agradecerle lo suficiente mientras viva.
Él pareció en cierto modo avergonzado. No sostuvo su mirada, sino que la desvió hacia un lado.
—No era mi intención… —comenzó Andrew vacilante pero ganando en seguridad a medida que hablaba—. Crea de veras, Miss Bentley, que no he intervenido en esto para esperar su agradecimiento, ni que se sienta usted de alguna manera obligada a corresponder a él. Estaba en mi mano ayudarla y no me habría podido perdonar no haberlo hecho estando entre mis posibilidades serle de alguna utilidad. Le ruego que lo olvide —terminó Andrew en voz baja, como si aquello fuese una pequeña minucia sin importancia.
—Su generosidad y su solicitud por mí no estaban justificadas —insistió Kate—. Menos aún después de la respuesta que di a su petición.
Entonces Andrew sí que la miró dolido.
—Si así fuera no sería la generosidad lo que me moviese, sino mi propio interés.
—No merezco su interés —dijo Kate con la voz temblando en su garganta.
Su emoción no pasó desapercibida a los ojos de Andrew. También él quería verla feliz y no apagada y afligida.
—Merece usted todo cuanto desee, Kate. Esto no es un chantaje... Lo mismo que sentía aquella mañana lo sigo sintiendo hoy, pero no deje que eso le afecte —dijo Andrew con más brusquedad—. Es usted tan libre de rechazarme como lo fue aquel día. No se sienta obligada a variar su respuesta si no han variado sus sentimientos.
La miraba ahora francamente, y Kate veía en él el deseo por intentar hacer lo correcto y no simplemente abusar de su posición y de su riqueza. Era ahora. Tenía que decidirse.
—No puedo decir que esos sentimientos hayan variado, pero creo que podrían llegar a hacerlo —dijo Kate en voz baja y vacilante y bajando los ojos mientras hablaba.
También él apartó su vista. No parecía estar muy seguro de que eso fuese suficiente y era patente la lucha que mantenía consigo mismo, pero rechazó lo que fuese que le preocupaba y se volvió hacia ella.
—¿Y podría preguntarla entonces por esos otros sentimientos que no me quiso aclarar?
Kate alzó los ojos y le devolvió la mirada. Estaba muy pálida, pero esta vez sus palabras fueron más firmes.
—Le aseguro que no albergo ningún sentimiento que me impida aceptar su proposición.
Andrew volvió a mirar hacia la escena de caza que decoraba la sala de estar de los Denver pero enseguida se resolvió.
—¿Entonces podría esperar que aceptase ser mi esposa? —preguntó.
—Acepto —contestó Kate.
Kate vio la tímida sonrisa que esbozó Andrew y que consiguió conmoverla, y que le respondiese con otra no menos contenida. Él tomó una de sus manos y se la besó dulce y largamente. Fue un gesto galante, amable y cálido, pero un estremecimiento recorrió a Kate y pese a sus intentos por desterrarlo la invadió un doloroso recuerdo. Tuvo que hacer un esfuerzo para no retirar la mano. Kate cogió aire y sus labios forzaron una sonrisa para espantar aquella sombra.
No podía cambiar lo que había pasado. Si Andrew de veras la amaba, más valía que la amase tal y como era.


19

 


Había pasado casi un mes desde que se trasladaron a Porsmouth. Los barcos estaban demorados por el mal tiempo y el acoso de la armada francesa. El alto mando los había mandado de maniobras y se habían pasado tres semanas vagando por las ciénagas, con el resultado de que decenas de hombres habían enfermado de fiebres. Para aclimatarse al terreno decían las órdenes. Era justo lo que necesitaba. Un lugar que le recordase aquellos condenados cenagales de Walcheren dónde todo estuvo tan cerca de acabar definitivamente. Cuando por fin regresaron al cuartel general se encontraron con el dichoso permiso. Un día. Un solo día antes de embarcar definitivamente.
Harding y él habían salido en cuanto sonó el toque de diana, y habían cabalgado sin hacer más paradas que las necesarias para cambiar los caballos. No le había dado muchas explicaciones a Harding y él era tan discreto como para no pedirlas. Así que cuando llegaron a casa de Jane y le invitó a entrar, más por cortesía que por cualquier otra razón, y él aceptó, Harding se quedó bastante sorprendido. Sin embargo cuando Jane bajó corriendo las escaleras y se echó a los brazos de Harding y nadie más apareció tras ella, la inquietud que había pasado todo el mes intentado penosamente controlar se apoderó de Kenneth, y a duras penas consiguió aguantar en aquel lugar en el que tan evidentemente estaba de más.
Jane recordó sus modales para separarse un poco de su marido y saludar sonrojada a Kenneth.
—Ha sido muy amable acompañando a Willian, capitán. ¿Han tenido un buen viaje?
—Sí, estupendo. ¿Cómo se encuentra Mrs. Harding?
—Mucho mejor ahora que Will ha vuelto —respondió Jane con una sonrisa radiante.
—¿Y Miss Bentley? ¿Se encuentra tan bien como usted?
—Sí, también está perfectamente.
Aunque había respondido con rapidez, a Kenneth no se le escapó la extraña mirada que le dirigió Jane.
—Había pensado que quizá tendría ocasión de saludarla… —insistió Kenneth.
—Está muy ocupada últimamente. No creo que la encuentre en su casa. Yo la saludaré de su parte cuando la vea.
A Jane se la notaba ahora francamente incómoda. Cogió la mano de Harding y le miró embelesada. También Harding tenía únicamente ojos para ella. No tenía mucho más que hacer allí.
—Ha sido un placer saludarla, Mrs. Harding. Devuélvaselo entero a Su Majestad.
—¡Kenneth! —protestó Harding violento y casi sonrojado.
—Lo procuraré… Solo si Su Majestad promete devolvérmelo también a mí —aseguró Jane.
—¡Jane! —exclamó aún más incómodo Harding.
—Haremos lo que podamos, ¿verdad, Harding?
—¡Vete ya! —dijo Harding estrechando contra sí a Jane—. Y no me esperes si tardo…
Kenneth se fue de la casa de Jane sin saber que pensar. Quizá todo se había arreglado… ¿Pero entonces por qué le había dicho Jane que Kate no estaría en su casa? Atravesó Ingram y no tomó el camino principal, sino el de la alameda. Era la hora a la que Kate siempre solía salir a pasear pero no la encontró.
Si se había marchado a Londres no podría encontrarla antes de embarcar, ¿y entonces cómo resistiría toda la campaña sin saber que había sido de ella? No, no pensaba irse del condado sin salir de dudas. Fue a la casa de Kate, jamás había estado en su interior pero sabía bien cual era. Llamó a la puerta principal y apareció una muchacha, antes de que le diese tiempo a presentarse se encontró con la madre de Kate.
—¡Capitán! ¡Qué sorpresa! —exclamó Mrs. Bentley sin acabar de dar crédito a lo que veía—. Puedes retirarte, Bess… Le hacíamos en Bélgica, ¿no debería estar usted allí?
—Así es, señora —asintió Kenneth procurando mostrar su mejor actitud amable y cortés—, pero la partida de la armada se ha retrasado. He venido acompañando al teniente Harding y se me ocurrió pasar a saludarles ya que no tenemos que regresar hasta la tarde.
—¡Qué amable y que considerado de su parte!
Si Jane estaba incómoda la madre de Kate apenas conseguía disimular su nerviosismo y en lugar de franquearle la entrada se interponía entre él y el recibidor.
—¿No está Miss Bentley en casa? —preguntó Kenneth obviando el escaso entusiasmo de la madre de Kate por recibirle.
—Pues en este momento… El caso es… Claro que seguramente usted desconoce la feliz noticia…
—¿Qué feliz noticia? —dijo extrañado Kenneth.
La madre de Kate miró de hurtadillas al piso superior antes de decidirse a hablar, después se volvió con rapidez hacia el capitán y le miró directamente a los ojos para responderle.
—Mi hija se ha comprometido con Mr. Wentworth. Se van a casar a primeros del mes que viene y estamos todos tremendamente felices.
Mrs. Bentley soltó su frase de tirón, como si fuese una lección bien aprendida. Kenneth iba a responderle que aquello era una sucia mentira, pero vio su expresión de temor al ver la suya e hizo un esfuerzo supremo por contenerse.
—¿Está usted segura de eso?
—No sé cómo podría equivocarme, capitán —musitó intimidada la madre de Kate—, Mr. Wentworth pidió su mano el jueves pasado y…
Entonces oyó su voz tras él.
—Muchas gracias, mamá. No hace falta que continúes. Yo se lo explicaré al capitán.
Se giró para encontrarse con ella. Kate estaba en el rellano de la escalera y evitaba dirigir su mirada hacia él.
—Estás ahí, Kate… —dijo su madre azorada—. No había querido molestarte… Estamos tan atareadas, pero será mejor que vayamos a la sala —dijo Mrs. Bentley cediéndole el paso e intentando actuar con la mayor normalidad posible—. Como le estaba diciendo, capitán, estamos enormemente satisfechos. Aunque yo siempre supe que Kate no merecería menos. Si mi marido no hubiese tenido que…
—Mamá, la costurera te necesita arriba —la interrumpió Kate cortante—. ¿Serías tan amable de subir a ayudarla?
—¿Tú crees que es…? En fin… si es absolutamente necesario… —La madre de Kate calló resignada ante la mirada imperativa de Kate y salió silenciosa de la sala.
Kate cerró la puerta tras ella y después se volvió hacia Kenneth y durante algunos largos segundos ninguno de los dos dijo una sola palabra. Kate no le habría mirado con más frialdad si le hubiese estado apuntando con una pistola y él casi hubiese preferido que lo hubiese hecho. Pero logró dominarse, aunque ni siquiera él sabía cómo era capaz de hacerlo, y se limitó a hablarla con voz suave pero cargada de tensión.
—Vaya, Miss Bentley… Si la armada llega a demorarse un poco más supongo que la hubiese encontrado convertida en Mrs. Wentworth.
La respuesta de Kate, en cambio, no fue nada suave.
—Lamento que su marcha se haya demorado tanto. Si hubiesen partido en su momento se habría podido ahorrar el viaje.
—Era una promesa que tenía pendiente —dijo Kenneth también con dureza.
—Pues ahora que la ha cumplido está liberado de ella y puede volver cuanto antes a sus obligaciones.
Kate aguantaba su mirada sin pestañear y él no conseguía encontrarla detrás del muro que había levantado entre los dos.
—¿Es esa toda la explicación que va a darme?
Tenía tan apretada la mandíbula que casi podía oír rechinar sus dientes, pero Kate respondió con una ira apenas contenida.
—¿Desea usted más explicaciones? Mr. Wentworth me pidió que fuese su esposa la semana pasada y usted… Todavía no he alcanzado a entender que es lo que esperaba usted exactamente de mí, capitán. Quizá aún esté a tiempo de aclarármelo.
Kate esperaba desafiante y por un momento Kenneth sospechó que lo sabía todo. Sin embargo lo rechazó. ¿Habría podido llegar a saber la verdad y callar en lugar de echárselo a la cara? También pensó en decírselo. La razón por la que no podía pedirla que fuese su esposa. Prácticamente no había pensado en otra cosa todo ese mes. En ocasiones se decía que cuanto antes lo supiera mejor sería, y en otras que en cualquier caso sería ya demasiado tarde. Sin duda ahora era demasiado tarde. No se humillaría aún más delante de ella.
—No tengo nada que aclarar —dijo Kenneth mordiendo las palabras—, y tampoco me arrepiento de nada.
Por un momento Kenneth creyó ver en su rostro la señal de una fugitiva y última decepción, pero si llegó a estar allí desapareció rápidamente y enseguida ella recuperó su gélida frialdad.
—Eso pensaba… No tengo, pues, nada más que explicar. Le agradecería que se marcharse. Estoy muy ocupada con los preparativos.
Kate le dio de lado dando por terminada la conversación y Kenneth finalmente se sintió incapaz de seguir manteniendo toda aquella comedia. Si era cierto como decían que el corazón no dolía algún otro motivo amenazaba con paralizar el suyo. Tomó a Kate con mano de hierro por una de sus muñecas y tiró de ella para dejarla justo frente a sí.
—Espero, Miss Bentley —la increpó con tensa voz baja—, que sepa lo que está haciendo. Quizá descubra que no es tan sencillo jugar con Andrew con la misma ligereza con la que lo ha hecho conmigo.
—¡Quíteme las manos de encima! —replicó Kate fuera de sí tratando de soltarse, pero con la misma contenida voz baja—. ¡No se atreva a hablarme así!
—Es solo un consejo de amigo —dijo él con una calma que estaba lejos de sentir—. Si deseaba poner a la venta sus favores, debería haberlo pensado mejor antes de regalarlos.
Aún sujetaba su muñeca y estaban muy juntos. Él sentía que la rabia le inundaba y Kate le miraba en ese momento con más odio de lo que Kenneth pensaba que sería capaz de soportar.
—¡Si no se le ocurren a usted más insultos que hacerme será mejor que se vaya ahora mismo de mi casa!
Sus ojos brillaban de cólera y su respiración era casi jadeante, y estaba tan hermosa que le dolía mirarla. Así que sí… Todavía se le ocurrió algo más.
—Ha sido un placer volver a verla, Miss Bentley. Ya que es usted tan generosa con sus afectos, confió en que cuando termine la campaña tengamos ocasión de volver a reunirnos y podamos continuar con nuestra relación dónde la dejamos la última vez.
Por un momento Kate dejó incluso de respirar y Kenneth pensó que ya no le respondería, pero ella se rehízo enseguida.
—Espero con todo mi corazón que los franceses me hagan el enorme favor de librarme para siempre de su presencia.
Sus palabras le causaron un daño que Kenneth no imaginaba poder sentir, y por más que intentó ocultarlo estaba seguro de que Kate no habría podido dejar de notarlo. Ya no se sentía con ánimo para seguir jugando a ver quién conseguía herir más a quién. No le importaba reconocer que ella había ganado. La saludó inclinando un poco la cabeza.
—Como siempre he dicho, Miss Bentley, haré todo lo que pueda por complacer sus deseos y así evitará la molestia de volver a verme. Le deseo un muy feliz enlace.
Kenneth salió golpeando las puertas de aquella casa en la que ahora deseaba no haber entrado jamás. Desató su caballo y tomó el camino de regreso como si le persiguiese el mismísimo diablo, o tal vez fuese Kenneth quién corriese tras él deseoso de hacerle compañía. Pensándolo bien, se dijo, seguramente aquello fuese lo mejor, que empezase de una vez la maldita campaña y por Dios, que si no volvía de ella no se perdería gran cosa.
Cuando la madre de Kate oyó el sonoro portazo con el que se cerró el batiente de la entrada principal, bajó corriendo las escaleras, solo para encontrarse con las puertas de la sala completamente cerradas.
A través de ellas llegaba nítido y desgarrador el llanto desconsolado de Kate.
Su madre permaneció unos segundos con la mano apoyada en el picaporte de la puerta, tan angustiada como debía estarlo su hija, pero finalmente desistió. Se dio la vuelta y volvió a subir abatida las escaleras que llevaban al dormitorio de Kate. Allí dónde la costurera preparaba su precioso y flamante vestido de novia.


20