ENTRE DOS AMORES
1.
Había salido a pasear como todas las
mañanas. Le encantaba pasear. Era exasperante para ella quedarse en
casa bordando o leyendo. Había releído ya demasiadas veces todos
los libros de la pequeña biblioteca familiar y para desesperación
de su madre era incapaz de quedarse sentada durante horas, como
hacía ella a diario, con la labor en las
manos.
Hoy, sin embargo, tenía que reconocer
que no había sido una buena idea. El cielo estaba cubierto y
amenazaba lluvia, pero no soportaba la idea de quedarse en su casa
encerrada, y menos aún de sufrir las continuas quejas y los cambios
de humor de su padre. Cualquier cosa era preferible a
eso.
Desafortunadamente, a la mitad del
trayecto, tal y como Kate se temía, comenzó a llover. Al principio
se trató solo de una ligera llovizna, pero pronto se convirtió en
una lluvia torrencial. Se había envuelto en la capa y se había
tenido que subir el vestido, aun así se había llenado de barro. Al
final había decidió salir de la campiña para regresar por el camino
y así llegar a su casa con mayor rapidez.
Si podía evitarlo nunca iba por el
camino, se exponía a soportar los comentarios de Marcia Stevens,
sobre su “espontaneidad” y su madre volvería a recriminarle
advirtiéndole de que jamás conseguiría un marido si seguía vagando
como una campesina por los campos.
Cómo si alguien fuese a casarse con
ella… Su padre había dilapidado todo el patrimonio familiar en
deudas de juego y en negocios desafortunados y lo único que poseía
eran deudas. Ningún hombre en su sano juicio aceptaría por esposa a
una mujer que no tenía ni una libra de renta. Kate pensaba que eso,
al menos, le daba el derecho a actuar como a ella le placiera,
aunque evidentemente su padre no estaba de acuerdo con
ella.
A pesar de todo, no era menos cierto
que Kate no era absolutamente sincera respecto a ese asunto, ya que
al menos en dos ocasiones había tenido la oportunidad de rechazar
las proposiciones de matrimonio de sendos caballeros no muy
escrupulosos y de edad más que avanzada que habían pensado que
podían aprovecharse de la mala situación de su familia para
conseguir una esposa joven con poco gasto para su
bolsillo.
Por suerte, Kate había conseguido
ocultar esas proposiciones a su padre. No así a su madre que había
llorado amargamente, asegurándole que terminaría viviendo de la
caridad de algún pariente o, Dios no lo quisiera, trabajando como
institutriz. Kate callaba y dejaba llorar a su madre por evitar
replicarle que prefería ser institutriz a aguantar a un marido
despreciable como hacía ella.
La lluvia pasó tan rápido como había
aparecido, pero ahora tenía las ropas empapadas. Caminaba a buen
paso cuando oyó el galope de dos caballos acercándose. Se volvió.
Eran soldados. Toda la comarca estaba revuelta por la noticia de
que un destacamento iba a acampar allí esa primavera. Se los
esperaba de un momento a otro. No le gustaban los soldados. Por lo
común eran groseros y altaneros. Esperaba que pasasen de largo,
pero se dio cuenta de que aflojaban la marcha según se acercaban a
ella.
—Muchacha —la llamó uno de ellos con
el tono de quien está más que acostumbrado a ejercer el mando—.
Buscamos Creek Farm, ¿sabes dónde está?
—Está a cuatro millas de aquí
—respondió Kate concisa pero educadamente—. Sigan hasta Ingram y
desde allí hasta Pillsbury, después cojan el camino del viejo
molino hasta el cruce con Mulligan y tomen el camino a su
izquierda, desde allí es todo recto.
Los hombres se miraron entre sí con
fastidio. El que llevaba la voz cantante echó mano de su bolsa y
sacó un par de monedas que lanzó al aire y fueron a caer a los pies
de Kate.
—Llevamos mucho retraso. Sube a mi
caballo y llévanos hasta allí.
Muy a su pesar, Kate se ruborizó. La
habían confundido con una aldeana. Si su madre se enteraba le diría
que le estaba bien empleado y si se enteraba su
padre...
—No tiene perdida. Solo tienen que
seguir hasta el próximo cruce y continuar recto y después el
siguiente desvío a la derecha.
Él la interrumpió sin prestar atención
a sus indicaciones.
—Vamos, muchacha… Ven con nosotros. Te
dejaremos cerca de dónde vayas. No te vamos a
comer…
Le dirigió una sonrisa que Kate supuso
que pretendía ser seductora y le tendió la mano con la intención de
ayudarla a subir a su montura.
—Les ruego que no me molesten más
—dijo enérgica Kate—. No pienso subir a su
caballo.
El que estaba callado miró divertido a
su compañero.
—Vaya, capitán… Parece que esta se te
resiste.
—¿Es que no es suficiente con diez
chelines? —dijo aquel hombre sin perder su molesta sonrisa—.
¿Cuánto nos quieres sacar?
Kate estaba furiosa. Cualquiera de sus
amigas se habría muerto de vergüenza pero ella no pensaba
acobardarse delante de aquellos engreídos.
—Soy Miss Katherine Elizabeth Bentley
y mi padre es el caballero Thomas Bentley, de Ingram Country. No
pienso ir con ustedes a ningún sitio y les exijo que me traten con
el respeto que merezco.
Los dos se quedaron ligeramente
sorprendidos pero se miraron entre ellos y se echaron a reír. Kate
no se había sentido tan humillada en su vida. Aquel hombre odioso
la miró de nuevo y le hizo una burlona
reverencia.
—Milady… Disculpe nuestra rudeza, yo
solamente soy el capitán James Kenneth y él es mi compañero, el
teniente Willian Harding. Venimos de Surrey y estamos perdidos en
esta comarca, pero en consideración a su rango subiremos nuestra
oferta a una libra.
—Es usted un indeseable, capitán, y
una deshonra para nuestro ejército —dijo Kate con todo el desdén
que consiguió reunir.
Los soldados se rieron aún
más.
—Es lo mismo que dice el coronel,
¿verdad, Harding?
—Cierto. Te ha calado a la primera,
Kenneth…
—¿Significa eso que no somos lo
suficientemente buenos para que nos acompañe, Miss…? —dijo el tal
Kenneth que no debía o tal vez solo no quería recordar su
nombre.
—Bentley… —apuntó su compañero
solicito.
—Significa que me están molestando y
que les agradecería que me librasen de su presencia —dijo Kate cada
vez más indignada con ellos.
—No deseamos más que complacerla, ¿no
es así, Harding? —cedió él renunciando aparentemente a seguir
pinchándola—. ¿A la derecha decía?
—Piérdanse —murmuro Kate entre
dientes.
Volvió a oír sus risas. El capitán
soltó por fin su caballo y pasaron de largo, pero no se alejó lo
bastante como para que Kate no pudiese escuchar su comentario y las
carcajadas de su amigo.
—Creo que me va a gustar esto,
Harding. Si las damas andan solas por los caminos que no harán las
doncellas…
Kate deseó no haber sido una dama para
así poder mandarlos a los dos al infierno, pero los soldados se
perdieron pronto de vista y ella aceleró aún más su paso tragándose
como pudo su orgullo.
Cuando llegó a su casa, Ethel, la
única criada que podían permitirse el lujo de mantener y que
llevaba prácticamente toda la vida con ellos, estaba esperándola en
el umbral.
—Por favor, señorita… ¿Cómo se le ha
ocurrido? Su padre está furioso y su madre tiene un ataque de
nervios. Quítese eso y póngase esta ropa. ¡Dios mío, cómo viene! La
están esperando en la sala.
Kate se soltó la capa y se colocó una
bata encima de la ropa mojada, se quitó las botas y las medias y se
puso unas zapatillas, con el pelo era imposible hacer nada, aunque
de todas formas daba igual... Tomó aire y fue al encuentro de su
padre.
—¿Me llamabas,
padre?
—¿Qué si te llamaba? —rugió su padre—.
¡Daba igual que te llamase porque no estabas para responder! ¿Has
perdido el poco juicio que te quedaba? ¿Crees que es normal
corretear por el campo con este tiempo?
—No pensaba que fuese a llover tanto
y…
—¡Calla! ¡Calla y vete a tu cuarto a
secarte antes de que enfermes y nos cuestes un dineral en
medicinas!
—No te molestes en llamar al médico
por mí, padre… Procuraré curarme sola.
—¡Desde luego que no pienso llamar a
ningún médico! —dijo su padre aún más irritado por la rebelde
displicencia de Kate—. ¡Y quedan terminantemente prohibidos los
paseos y las salidas! ¿Lo has comprendido?
—Perfectamente,
padre.
—¡Pues ahora retírate de mi
vista!
—Sí, padre.
Kate se fue hacia las escaleras
directa a su cuarto. En otras circunstancias habría lamentado el
castigo, pero hoy no se sentía demasiado apenada. Se le habían
quitado las ganas de andar por los caminos.
Al menos hasta que se marchasen los
soldados…
2.
El ajado carrillón del comedor dio las
seis de la tarde. Kate lo oyó, pero no se inmutó. Siguió
contemplando el paisaje apoyada en el quicio de la ventana de su
dormitorio. Las tardes siempre eran largas y aburridas y no había
mucho que hacer para remediarlo, más que dejar vagar la
imaginación. Algún tiempo atrás, cuando aún era una niña, había
soñado con aventuras y acontecimientos dramáticos similares a los
de las novelas que devoraba, sucesos que la liberarían de la rutina
y de las caras amargas que veía a su alrededor, pero los años
habían ido transcurriendo y ahora, a sus veintitrés años, además de
una mente despierta, gozaba de un férreo sentido común y sabía que
no habría emociones ni peligros en su vida. Solo la realidad,
pesada, inevitable y nada estimulante.
Ethel entró en la
habitación.
—Pero Miss Kate, ¿todavía está así? Su
padre ha dicho que saldrían a las siete. Por favor, apresúrese. No
le haga esperar.
Kate se apartó de la ventana de mala
gana. Otro pesado baile en el que aguantar a todos los
insoportables nobles locales que volverían a mirarla de arriba
abajo antes de dirigir su atención hacia objetivos más ventajosos.
Al menos estaría Jane. Ya debía haber vuelto de su viaje a Londres.
Si su padre no le hubiese prohibido salir sola, ya habría ido a
visitarla sin pérdida de tiempo.
Sin duda Jane era muy afortunada. Ella
deseaba tanto viajar… Londres debía ser por entero diferente a
cuanto ella conocía. Por otra parte no es que conociese gran cosa.
Jamás había salido del condado. Otros paisajes, otra gente, otro
mundo distinto y en el que su lugar no estuviese tan injusta y
arbitrariamente delimitado. Sí, aquello era con lo que Kate
fantaseaba en su ventana.
La doncella sacó del armario con mucho
cuidado un vestido de gala. Era uno de los más bonitos que tenía,
de fina muselina bordada, blanco y de talle imperio y con un escote
más que amplio. Kate no terminaba de encontrarse a gusto con él, y
no porque no le favoreciese, más bien todo lo contrario, pero no le
gustaba llamar la atención y con ese vestido tenía la sensación de
exhibirse demasiado.
—Ese no,
Ethel.
—El azul está roto y no me ha dado
tiempo a coserle y el de flores tiene una mancha que no sale de
ninguna manera y este lo llevó la semana
pasada.
Kate sabía que Ethel tenía razón. Su
vestuario era muy limitado. No podía permitirse
elegir.
—Está bien, está bien. Me lo
pondré.
—Estará preciosa. Deje que la
peine.
Ethel le hizo un recogido alto de
estilo francés dejando que algunos mechones le cayesen sueltos
atrás y alrededor del rostro. Iba muy bien con el vestido y le daba
un aire sofisticado y a la vez mundano que Kate estaba lejos de
poseer, pero no le disgustaba aparentarlo.
A su llegada a la fiesta, Jane fue
corriendo a abrazarla.
—¡Kate, cuántas ganas tenía de verte!
¿Por qué te has puesto tan guapa? —protestó su amiga con
bienhumorada sinceridad—. Nadie me mirará si estoy a tu
lado.
Jane era una bonita rubia de rasgos
dulces, tan dulces como su carácter, y tenía multitud de
admiradores, también ayudaba a eso la acomodada situación de su
familia, pero aquella noche Jane lucía pálida al lado de
Kate.
Era cierto que estaba especialmente
linda. Aquel delicado y un tanto atrevido vestido blanco realzaba
la tonalidad ligeramente tostada de su piel, no tan clara como
dictaban las modas, y contrastaba bien con la vaporosa muselina
blanca, y también hacía que destacasen sus rasgados ojos negros y
sus ensortijados cabellos oscuros, esmeradamente torturados con las
tenacillas para aparentar una naturalidad absolutamente falsa, pero
eso sí, muy conseguida.
—No digas tonterías, Jane —dijo Kate
lamentando otra vez haberse arreglado tanto, total para una
insípida reunión de vecinos—. Yo sí que estaba deseando verte.
Tienes que contarme todo lo que has hecho.
—Si supieras… —se quejó Jane—. No he
hecho absolutamente nada interesante. Mi tío me ha tenido visitando
a viejas damas octogenarias todo el mes. No ha celebrado ni un solo
baile. ¿Puedes creerlo? No puedo estar más feliz de haber vuelto.
¿Sabes que el regimiento está a punto de
llegar?
—Puedes estar segura de que lo sé
—dijo irónica Kate.
—¿No es emocionante? De hecho Mr.
Perkins ha invitado a dos oficiales esta noche. ¡Oh, Kate! —añadió
Jane más entusiasmada—. Me los ha presentado cuando he llegado.
Ven, te diré dónde están. Mira, ahí, junto a Mr. Martins. Es el
capitán… Ahora no recuerdo el nombre. ¿No es el hombre más apuesto
que hayas visto en tu vida? —dijo apreciando la considerable
estatura y el atractivo perfil de un hombre de unos treinta y cinco
años situado en el lado opuesto de la sala y al que había que
reconocer que no le sentaba nada mal el uniforme rojo con la
abotonadura dorada.
—Kenneth… Capitán Kenneth —dijo Kate
con frialdad.
—¡Eso es! ¿Ya le
conoces?
—Podría decirse que sí… —refunfuñó
Kate.
Estaba acompañado por el mismo oficial
que aquel otro día y, pese a la distancia, Kate vio como desviaba
en ese momento su mirada hacia ella. Primero la observó con interés
y cierta curiosidad. Ella aguantó su mirada. La expresión de Kate
no era amable. Él no tardó en sonreírla divertido. La había
reconocido. Kenneth le hizo un gesto con la cabeza a modo de
saludo. Kate se giró con rapidez.
—¡Kate! —se sorprendió Jane casi
escandalizada por lo que acababa de contemplar—. ¿De qué le
conoces?
—Ya te lo contaré, Jane. Volvamos a
nuestro sitio, por favor —suplicó Kate
incómoda.
Fueron a sentarse junto a su madre y a
petición de Kate, Jane empezó a relatarle todos los pormenores de
su viaje. Apenas llevaban allí unos minutos cuando los dos
oficiales aparecieron delante de ellas acompañados por Mr.
Perkins.
—¿Cómo pueden estas dos preciosas
muchachas estar aquí sentadas? En mis tiempos no dejábamos que algo
así ocurriese —dijo jovial Mr. Perkins—. Permítanme que haga los
honores y les presente a una de nuestras jóvenes más encantadoras.
Miss Kate Bentley, el capitán James Kenneth y el teniente William
Harding. Están preparando la llegada del regimiento. A Miss Denvers
ya la conocen, ¿no es así?
—Ya tenemos ese placer, y diría que
Miss Bentley me es familiar… —replicó con malicia el capitán
Kenneth.
—¿De veras? —preguntó Mr. Perkins
extrañado —. ¿Ya os conocíais, Kate?
—Quizá el capitán me confunde —dijo
ella ácida—. Tengo un rostro demasiado
vulgar.
—No creo que nadie que te vea sea
capaz de decir eso y estoy convencido de que el capitán no lo cree
—aseguró caballeroso Mr. Perkins.
—Estoy seguro de que vulgar no es un
adjetivo con el que se pueda describir a Miss Bentley —dijo Kenneth
con una burla bailando en sus ojos que seguramente solo Kate pudo
percibir.
—Ya ves, Kate, ¿quién dice que los
soldados no puede ser corteses? Les dejo con estas jóvenes,
caballeros. Son unas excelentes bailarinas.
Harding se dirigió inmediatamente a
Jane y le solicitó el baile que iba a dar comienzo en ese instante,
ella accedió y se unieron al resto de parejas. Kenneth miró a Kate
que seguía sentada y le ignoraba
visiblemente.
—¿Y yo, Miss Bentley, sería tan
afortunado de que me concediese este baile?
Había pronunciado aquellas palabras,
aparentemente corteses, en un tono tal que Kate las sintió como una
nueva y declarada burla.
—Me encuentro cansada, capitán. No
tengo deseos de bailar.
Su madre, que estaba detrás de ella,
la miró horrorizada e intervino en la
conversación.
—Pero Kate, ¿qué va a pensar este
caballero? Discúlpela, capitán, es verdad que hoy ha sido un día
agotador. Hemos estado paseando antes de venir, pero enseguida se
repondrá, ¿verdad, Kate?
Ella guardó silencio y continúo
mirando hacia las parejas que buscaban su lugar para iniciar la
danza.
—Desde luego por su aspecto y frescura
nunca hubiese pensado que Miss Bentley se cansase con facilidad.
Parece capaz de resistir largos paseos…
Kate le lanzó una mirada asesina que
fue respondida por una sonrisa que a Kate se le antojó perversa.
Desde luego era el hombre más odioso que hubiese conocido en su
vida.
—¿Disfruta mucho paseando, Miss
Bentley? —dijo él con la más correcta formalidad
posible.
—Unas veces más que otras —ladró
ella.
Las palabras de Kate habían sonado
visiblemente molestas. Su madre les miraba a los dos con extrañeza,
su padre empezaba a dirigir su atención hacia ellos. Kate se sintió
acorralada. No pensaba quedarse allí sentada jugando más tiempo al
gato y al ratón, sobre todo si ella era el
ratón.
—Ya me encuentro mucho mejor, capitán.
¿Desea que nos unamos al baile?
—Será un
placer.
La tomó de la mano y la acompañó hasta
el centro de la sala para unirse a los danzantes. Al principio Kate
estaba decidida a permanecer en silencio e ignorar sus
impertinencias, pero el hecho de que fuese él quien estuviese
callado y se limitase a observarla con descarada atención la hizo
sentir nerviosa y decidirse a charlar con
él.
—No entiendo, capitán, su interés en
querer pasar quince minutos con alguien que le ha mostrado de
manera evidente su desagrado. Debe disfrutar usted mucho
provocándolo.
Sí que debía de disfrutar porque
Kenneth se echó inmediatamente a reír.
—Además de otros visibles dones
aprecio que es usted muy inteligente, Miss Bentley —dijo mientras
tomaba la punta de sus dedos enguantados para llevarla por el
pasillo que formaban para ellos las otras parejas—. Ya habrá notado
lo mucho que me ha divertido su compañía en el corto espacio de
tiempo que he podido disfrutar de ella.
—Es muy notoria, en efecto, su
diversión —dijo ella picada.
—Tanto como su disgusto… —volvió a
reír él pero de un modo más suave, seguramente, como mostraron sus
palabras de después, tratando de hacerse perdonar—. Vamos… No sea
rencorosa. Cualquiera en mi lugar podría haber cometido el mismo
error. Le aseguro que si la hubiese visto como la veo ahora no la
habría confundido con una campesina.
—Está muy equivocado si piensa que mi
actitud hacia usted se debe a esa confusión —dijo muy digna Kate—.
No me molestó en absoluto que me confundiese. Me molestó el modo en
el que se comportó y en el que se sigue comportando. Cualquier
mujer merece ser respetada, sea una criada o una señora, y es
evidente que usted no respeta a ninguna de ellas —terminó ella y a
su modesto parecer quedó brillantemente
justificada.
Pero él no pareció muy afectado por su
censura y la observó aún con mayor interés si cabe, y la sonrisa
burlona que no había desaparecido de su rostro desde que se habían
conocido pareció disiparse un tanto para convertirse en una
profunda y turbadora mirada que hizo que Kate se fijase en sus
ojos. Eran azules y muy claros y la observaban de un modo
decididamente cálido, sin embargo había en ellos un matiz frío que
la estremeció.
—Es cierto que no hago muchas
diferencias entre criadas y señoras, y en cuanto a lo que respeto…
Bien… Supongo que mi criterio no coincidiría con lo que la mayoría
de los que están aquí reunidos respeta. Pero no dudaría en afirmar
que usted lo posee, Miss Bentley…
Sus ojos seguían fijos en los suyos y
su mano la retuvo por más tiempo de lo que era estrictamente
necesario. Kate sintió el calor subiendo a sus mejillas. Desvió la
mirada y le dio de lado continuando con la danza, y mientras giraba
una y otra vez a su alrededor trató de
tranquilizarse.
Esa mirada le había hecho sentir… No
podía describirlo… No era correcto describirlo y desde luego no era
buena idea seguir pensando en ello mientras él la observaba
claramente divertido. Kate no recordaba que nadie antes la hubiese
hecho sentirse así. Unos cuantos hombres le habían hecho más o
menos la corte desde que a los quince la presentasen en sociedad,
la mayoría jóvenes caballeretes irresponsables dispuestos a
prometerle la luna, que tras la desaprobación de sus familias
dejaron incluso de saludarla. También hubo un caballero maduro y
adinerado, untuoso y lisonjero que la persiguió tenazmente durante
un tiempo. Ella le huía como de la peste cuando se encontraban en
cualquiera de los bailes del condado. Pero dejando a un lado su
mayor o menor insistencia, todos sus cortejadores le habían
parecido a Kate sin excepción invariablemente estúpidos e
insoportablemente aburridos. Sin embargo el capitán Kenneth… No,
desde luego él no era como esos caballeros, con seguridad no era ni
estúpido ni aburrido. Es más, Kate habría afirmado que ni siquiera
era un caballero. En cambio no estaba segura de si aquello que él
hacía podía calificarse de cortejo…
El baile aún seguía y seguía. Kate
había perdido del todo el interés por conversar y tampoco él
parecía querer añadir nada más. Así que ella continuó dando sus
pasos y evitando en todo lo posible que sus miradas se cruzasen,
pero eso no impedía que sintiese sus manos tomando las suyas, o su
cuerpo rozar con el de él mientras danzaban, de un modo
dolorosamente consciente.
Por fin el baile acabó de una dichosa
vez y Kate apenas esperó al saludo para salir corriendo a sentarse
en su silla, sin aguardar a que él la acompañase y rogando porque
no fuese tras de ella. No se sentía con ánimo para enfrentarse de
nuevo con él. Odiaba como le había hecho sentir y sobre todas las
cosas no quería que se lo notase.
Jane vino a sentarse junto a ella.
Venía encantada.
—Kate, no puedes ni imaginarte lo
gentil que es Harding. Me ha pedido otro baile —dijo feliz—. Pero
tú has bailado con el capitán… Cuéntame que te ha dicho —y añadió
bajando un poco más el tono de su voz—. ¿Cuándo le
conociste?
—Desde luego el capitán no es en
absoluto gentil, Jane, y no puedes imaginar cómo le aborrezco
—aseguró Kate nerviosa—. Ha sido un suplicio bailar con él. Y sobre
lo que me preguntabas… —añadió en un susurro—. Me crucé con ellos
cuando paseaba y no fueron nada corteses. Aunque está claro que
Harding solo le ríe las gracias al capitán.
—Pobre Kate —dijo sinceramente Jane—.
Lo siento mucho. Le diré que estoy indispuesta y me quedaré
contigo.
—No será necesario, Jane, de verás. No
pienso darle el gusto de verme intimidada.
En ese momento llegó Marcia Stevens.
Todas las hermanas Stevens eran terriblemente cotillas, no había
rumor que ellas no conociesen y una vez que lo conocían no se
encargasen de propagar, además tenían un enorme talento para
enterarse de cualquier chismorreo.
—Kate… —dijo Marcia con su habitual
tono entre confidencial y escandalizado—. No he podido dejar de ver
como bailabas con el capitán. Estaba con Mrs. Astor, que como
sabéis vive en Leicester pero está pasando unos días con su
hermana, y cuando ha visto al capitán se ha sorprendido mucho y me
ha dicho que le extrañaba que estuviese invitado. Yo le he
preguntado sorprendida que por qué y me ha contestado que había
oído cosas horribles de él… —Marcia bajó aún más la voz aunque no
pensaba marcharse del baile hasta que comentase con todo el mundo
aquella noticia—. Resulta que por lo visto comprometió a una joven
sobrina de unos conocidos suyos, Miss Sulfork… y fue tan grave el
asunto que su hermano le desafió a un duelo, pero él capitán
Kenneth se negó a batirse y el mismísimo coronel de su regimiento
tuvo que excusarse y presenta sus disculpas por
él.
Las dos la miraban boquiabiertas. Ni
siquiera Kate habría podido imaginar algo así. Marcia disfrutaba
enormemente de la atención que había despertado y fue Jane quien
preguntó lo que todas estaban pensado.
—¿Y la joven se
quedó…?
Jane no terminó la frase, incluso se
sonrojó y miró nerviosa hacia dónde estaba su padre por temor a que
pudiese escucharla.
Marcia hizo una mueca de
desilusión.
—No, parece ser que no… pero eso no
quiere decir… En fin… Ya sabéis…
Las tres callaron un poco turbadas, ni
siquiera Marcia era tan descarada como para continuar, pero Kate no
pudo evitar buscar al capitán con la mirada. No tardó en
localizarle y cuando lo hizo descubrió que él también la estaba
mirando.
Y la sonrisa burlona había vuelto a
sus labios.
?
3.
La noticia corrió como la pólvora y al
día siguiente en todas las salas de visitas de todas las
residencias del condado no se hablaba de otra cosa más que del
indeseable capitán Kenneth que se había aprovechado de la buena
voluntad de Mr. Philips y de la pobre Kate, que había tenido que
sufrirle.
Y la que más hacía referencia a ello
en la sala de visitas de los Denvers era la propia madre de Kate,
que al parecer había olvidado que había sido ella la que
prácticamente había empujado a Kate a bailar con
él.
Kate sufría con escaso ánimo las
quejas de su madre y se sentía casi más violenta que el día
anterior.
—Ese hombre horrible... ¿Cómo se
atreve a presentarse en una casa decente? Ya no puede una confiar
en nadie. ¿Y por qué permite el ejército que un hombre así sea
capitán? Deberían haberlo expulsado de la
armada.
—Es ese maldito Napoleón el que tiene
la culpa de todo —afirmó convencida Mrs. Denvers—. No sé cómo
dejaron que escapase de aquella isla en la que estaba desterrado, y
ya se sabe que los prusianos y los rusos no son capaces de hacer
nada por sí mismos. Tendremos que solucionarlo nosotros como
siempre… Así que imagino que no podrán renunciar a ningún oficial
por muy desagradable que sea.
—Es desde luego lamentable —se quejó
Mrs. Bentley—. No me extraña que la dichosa campaña no termine
nunca con esa clase de hombres al mando. ¿Y cuánto tiempo se supone
que van a estar aquí?
—Hasta que el duque de Wellington los
reclame, según tengo entendido —aseguró Mrs. Denvers dándoselas de
experta aunque solo repetía lo que había oído contar a su marido—.
Parece ser que ahora las cosas están calmadas pero no será por
mucho tiempo.
—Bien, espero no tener que volver a
encontrarme con él y si me lo vuelvo a cruzar en ningún caso le
devolveré el saludo. ¡Avergonzar así a
Kate!
Kate escuchaba horrorizada a su madre.
Mrs. Denvers era de confianza, pero también estaba presente Mr.
Denvers que a pesar de estar aparentemente abstraído por la lectura
no dejaba de escuchar la conversación de las dos mujeres, y al oír
este comentario levantó la vista y decidió
intervenir.
—Vamos, Mrs. Bentley… Yo también
estuve presente y no creo que Kate quedase de ninguna manera
avergonzada. Y también conocía la famosa historia de Miss Sulfork y
de hecho conozco en persona a la misma Miss Sulfork… Su padre
falleció hace años y su madre no tiene mucho sentido común y debo
decir que la joven en cuestión tiene más pájaros en la cabeza que
un roble en primavera, y su hermano, el caballero desafiante,
cuenta apenas con diecisiete años. Estoy seguro de que el capitán
lo habría liquidado antes del desayuno sin despeinarse uno solo de
esos dorados cabellos suyos que al parecer vuelven a las muchachas
aún más tontas de lo que ya son —dijo Mr. Denvers mirando por
encima de las gafas hacia su hija que le devolvió el gesto con un
mohín de justa indignación—. Y que conste que no lo estoy
defendiendo. Un hombre de honor no puede dar lugar a estas
habladurías, pero Kate es una muchacha juiciosa y responsable, y
actuó con total corrección y no creo que ni el capitán, ni un
almirante siquiera puedan avergonzarla.
Kate agradeció con la mirada las
palabras de Mr. Denvers y Mrs. Denvers decidió que era un buen
momento para intentar cambiar el tema de
conversación.
—Olvidémonos de él y hablemos de otras
cosas más agradables, querida amiga. ¿Sabes que Mr. Bryce ha vuelto
a Huntington?
—No había oído nada. ¿Quién te lo ha
dicho?
—Él mismo ha pasado esta mañana por
aquí y nos lo ha contado. Y piensa ofrecer una recepción —añadió
satisfecha Mrs. Denvers.
—Mientras no invite a esos dichosos
oficiales… —siguió en sus trece Mrs. Bentley sin dejarse
convencer.
—Mamá, por favor… —suplicó
Kate.
—No te preocupes, querida —dijo Mrs.
Denvers golpeando suavemente la mano de su amiga—. Ya nos
encargaremos de que no estén invitados, ¿verdad,
George?
—No seré yo quien le diga a nadie a
quien debe y a quien no debe invitar a su casa —dijo impasible Mr.
Denvers.
—Oh vamos, George… —se lamentó Mrs.
Denvers—. No creo que te cueste tanto…
—No tengo ninguna intención de perder
mi tiempo con cotilleos de vecinas, para eso ya estáis
vosotras…
—¡George! —volvió a quejarse su mujer,
pero sin molestarse en insistir, pues sabía que cuanto más lo
hiciese, más se negaría su esposo.
Mr. Denvers volvió a su libro y las
señoras siguieron con su charla. Jane y Kate salieron al jardín por
sugerencia de Jane. Una vez fuera Kate pudo al fin
desahogarse.
—Ojalá mi madre dejara de estar
quejándose continuamente, Jane. Tú ya sabes lo mucho que me
desagrada el capitán Kenneth, pero que le dé tanta importancia me
molesta aún más.
—Olvídalo, Kate… Es tan emocionante...
¿Qué te dijo?
—Estás loca, Jane —replicó Kate
moviendo la cabeza—. ¿Qué tiene de emocionante que un hombre al que
todos desprecian baile contigo ante todos tus
conocidos?
—Por favor, Kate, lo sabes de sobra…
—aseguró Jane mirándola cómplice—. No me importa lo que digan todas
esas antiguallas. La verdad es que comprendo a Miss Sulfork —rio
con picardía Jane—. Y aún estoy esperando que me cuentes lo que te
dijo…
—Si no supiese que bromeas, me
enfadaría contigo, Jane —dijo sensata Kate—. Y no me dijo nada de
particular, que no respeta ni a las señoras ni a las criadas es
quizá lo más destacable que me contó.
Jane se llevó la mano a la
boca.
—¿De veras te dijo
eso?
—No lo dijo exactamente así —reconoció
Kate—, pero creo que ese era el mensaje. ¿Qué te dijo a ti
Harding?
—¡Oh! Lo típico… que bailaba
maravillosamente, que era igual que una pluma, que nunca había
visto un salón tan agradable… pero lo dijo con una sonrisa tan
encantadora… —dijo Jane llevándose la mano al pecho y fingiendo un
amago de desmayo que logró su objetivo de hacer reír a Kate—.
¿Crees que a él tampoco le invitarán ya a los
bailes?
—No lo sé, Jane, pero no te preocupes.
¿No va a llegar todo un regimiento?
Jane río
feliz.
—Tienes razón, seguro que hay decenas
de oficiales aún más encantadores y apuestos que Kenneth y Harding
juntos.
Kate no quiso llevar la contraria a su
amiga, pero pensó para sí que con absoluta seguridad no habría en
toda la armada muchos hombres como el capitán. Por fortuna, sin
duda…?
4.
A la semana siguiente el regimiento ya
había tomado la comarca. Había soldados por todas partes y una
atmósfera de excitación parecía haberse contagiado entre todos los
habitantes del lugar, especialmente entre los más jóvenes. Todos
los muchachos querían alistarse y todas las muchachas deseaban
enamorarse, para desesperación de sus padres que solo esperaban que
el regimiento se marchase lo antes posible a luchar contra los
franceses, como era su obligación, en lugar de trastornar la
pacífica rutina de sus vidas.
Esa mañana, Kate había ido con Jane y
la madre de esta al pueblo a hacer algunas compras. Aún no había
terminado el invierno pero el día era sorprendentemente agradable
así que habían salido en el coche abierto. Jane quería comprarse un
sombrero y su madre debía hacer algunos recados. Estaban esperando
solas en el coche, ya que el lacayo había acompañado a Mrs.
Denvers, cuando Jane vio al capitán.
—¡Kate, mira quién está
ahí!
Kate se volvió y vio al capitán
Kenneth montado a caballo avanzar justo en su dirección. Como
siempre que se encontraban, una extraña sensación se apoderó de
ella, además del disgusto que le inspiraban sus modales y su
actitud, odiaba que la hiciese sentir de ese modo. Él capitán la
turbaba y la ponía nerviosa, y no estaba acostumbrada a sentirse
así. Por lo común Kate era una joven resuelta y segura de sí misma,
y despreciaba a todas esas muchachas que se aturullaban y apenas
eran capaces de musitar dos palabras seguidas cuando alguien se
dirigía a ellas.
—Buenos días, Miss Bentley… Miss
Denvers… Que afortunada casualidad encontrarlas por
aquí.
—No podemos decir lo mismo, capitán
—respondió Kate sin apenas dedicarle una
mirada.
—¡Kate! —le reprochó Jane—. No le haga
caso, capitán… ¿Y el teniente Harding? ¿No le
acompaña?
—No, pero lamentará no haber venido
conmigo cuando sepa que he tenido el placer de saludarlas —aseguró
Kenneth para mayor satisfacción de Jane.
—Salúdele de mi parte —dijo Jane con
su característica afabilidad—. ¿Vendrán está noche a la recepción
de Mr. Bryce?
Kate le dio un pisotón a Jane. Ella
hizo como si no lo hubiese notado y continuó mirando al capitán. Él
las contestó sin perder la sonrisa.
—Me temo que no estoy invitado y creo
que Harding tampoco.
—Es una verdadera pena, capitán… —se
lamentó Jane.
—Seguro que Miss Bentley no comparte
su opinión —replicó él mirando con interés a
Kate.
—Me es absolutamente indiferente que
acuda usted o no acuda a fiestas —dijo ella
impasible.
—En cambio yo le aseguro que lamento
perdérmela. Disfrute mucho de su compañía en casa de Mr.
Philips.
Kate dejó de mirar hacia el cercado de
los Blossom para volverse directamente hacia él y replicarle
desafiante sin dejarse impresionar por su actitud
provocadora.
—Si tanto lamenta usted no estar
invitado, quizá debería conducirse con mayor caballerosidad, si eso
le fuese posible.
Él la mostró de nuevo esa sonrisa que
parecía no perder nunca cuando se dirigía a
ella.
—No deja de sorprenderme, Miss
Bentley, es usted encantadoramente directa. No es algo muy
frecuente en una mujer. Pero tiene razón… No me es posible actuar
de otro modo al que lo hago, así que supongo que tendré que
resignarme a no ser invitado. Sin embargo, de alguien con tan
elevados principios como los que sin duda usted practica, Miss
Bentley, esperaba más ecuanimidad. ¿No debería haber tenido
oportunidad de defenderme de las acusaciones que se me
hacen?
Ahora era Jane la que miraba nerviosa
a Kate. Si su madre aparecía no le iba a gustar nada esta
conversación, y por la expresión de Kate, Jane comprendía que no se
iba a echar atrás.
—Explíquese usted tanto como desee. No
tenemos nada mejor que hacer que escucharle, ¿verdad,
Jane?
—En realidad, Kate,
deberíamos…
—Es una historia muy corta, Miss
Denvers —le interrumpió Kenneth—. Ocurrió que me marchaba de una
reunión en casa del mayor White cuando coincidí con Miss Sulfork en
los jardines y me dijo que no se encontraba muy bien y que tal vez
yo pudiese llevarla a su casa en mi coche. Yo le estaba explicando
a Miss Sulfork la imposibilidad de hacer tal cosa, incluso si así
lo hubiese deseado… —puntualizó con una sonrisa cínica—, ya que no
poseo ni he poseído jamás un coche. Miss Sulfork estaba todavía
intentando asimilar esa idea en su linda pero algo lenta cabeza,
cuando su hermano nos encontró conversando —dijo Kennenth haciendo
especial énfasis en aquella palabra—. Sin embargo el hermano de
Miss Sulfork debió malinterpretar la situación y tuvo la absurda
idea de que Miss Sulfork y yo debíamos casarnos de inmediato. Algo
en lo que no podía complacerle, aún el caso de que Mis Sulfork no
hubiese sido irremediablemente estúpida, ya que no creo en el
matrimonio. Después tuvimos unas diferencias sobre como zanjar el
asunto, sin duda a causa de la juventud de Mr. Sulfork, pero yo no
quería añadir un cargo más a mi conciencia…
El capitán ya no sonreía y parecía
retar a Kate a que lo contradijese.
—Supongo que para juzgar con justicia
deberíamos escuchar también la versión de Miss Sulfork —dijo ella
que no estaba dispuesta a ceder así como
así.
Él volvió a sonreír, aunque sin la
menor muestra de alegría, y le hizo un gesto de
asentimiento.
—Desde luego… Salúdenla de mi parte
cuando se la encuentren.
Había una tensión en el ambiente
sumamente molesta. Jane estaba muy arrepentida de haber preguntado
nada e intentó suavizar las cosas.
—No será necesario, capitán. Confiamos
absolutamente en su palabra, y considero que es muy injusto que se
le haga culpable de esa situación.
Él se volvió hacia ella y le respondió
brusca y duramente.
—No se preocupe por eso, Miss Denvers.
He hecho cosas mucho peores que el asunto de Miss Sulfork, así que
supongo que al final todo queda
equilibrado.
Jane se sonrojó y miró apurada a Kate.
Él recuperó otra vez su sonrisa sarcástica y las hizo un saludo con
la cabeza a la vez que azuzaba al caballo.
—Señoritas, ha sido un verdadero
placer conversar con ustedes. Espero poder disfrutar de él más a
menudo.
Cuando se marchó, Kate respiró hondo y
miró a Jane que estaba consternada.
—Y bien, Jane, ¿qué opinas ahora del
capitán?
—No me había sentido tan incómoda en
toda mi vida, Kate —se quejó apenada Jane—. ¿Por qué has tenido que
seguirle la corriente?
—¿Yo? Pero si has empezado
tú.
—Sí, pero tú le has seguido el juego.
Te aseguro he cambiado de opinión y que me guardaría mucho de ir
con el capitán a ninguna a ninguna parte, ni en coche ni a pie. No
sé en que estaría pensando Miss Sulfork… Estoy segura de que ese
hombre es capaz de cualquier cosa.
—Yo también lo creo, Jane —asintió
Kate.
—¿Y has oído lo que ha dicho? Que no
cree en el matrimonio.
Jane miraba a Kate ligeramente
escandalizada. Kate le sonrió y cogió la mano de su
amiga.
—De todas formas, Jane, ¿quién querría
casarse con él?
Las dos rompieron a
reír.
—Tienes razón, Kate. Olvidemos al
capitán. Seguro que esta noche encontraremos a alguien más cortés
que él, y quizá incluso quiera casarse…
—Nunca hay que perder la esperanza.
¿Qué te vas a poner?
Jane empezó a contar a Kate con todo
detalle lo que pensaba llevar esa noche al baile, pero al poco
tiempo los pensamientos de Kate estaban en otra parte. A pesar de
la antipatía que sentía hacia el capitán Kenneth no podía dejar de
reconocer que admiraba el hecho de que se hubiese negado a casarse
con Miss Sulfork, que poseía una renta de más de cinco mil libras
anuales, solo por su falta de fe en el matrimonio y por el simple,
aunque inevitable hecho, de que era estúpida. La mayoría de los
hombres que ella conocía no habrían puesto muchos impedimentos por
ese pequeño fallo. Desde luego tenía que admitir que el capitán no
era un hombre convencional, y aunque jamás lo confesaría, ni
siquiera ante Jane, si tenía que ser sincera, debía reconocer que
el baile sería mucho menos interesante sin él.
5.
Mr. Bryce era un rico hacendado que
poseía una de las mansiones más hermosas y lujosas de toda la
comarca. Sin embargo esta era sólo una de las muchas residencias
que poseía y pasaba largas temporadas fuera de ella, lo cual era
motivo de disgusto para las familias de la vecindad. Para
compensarlo y para satisfacción de todos, cuando regresaba, su
esposa y él organizaban numerosos bailes y recepciones a los que
asistían, no sólo sus convecinos, sino también sus muchas amistades
y familiares.
Ese día había invitado al coronel del
regimiento, que había venido acompañado de su esposa y de otros
militares de alto rango. En un rincón apartado se mantenían la
hermana soltera de Mr. Bryce con otro caballero que nadie conocía.
Este caballero había despertado gran curiosidad, precisamente por
no ser conocido y por su aparente deseo de no querer tampoco darse
a conocer, ya que no había sido presentado a ninguno de los
asistentes. Por su porte y su elegante y despreocupada indiferencia
eran muchos los que daban por supuesto que debía ser de alta cuna,
lo que despertó inmediatamente una corriente de vivo interés a la
que él permanecía ajeno, limitando su atención a la hermana de Mr.
Bryce que parecía desvivirse por él.
Sin embargo, no había transcurrido
demasiado tiempo cuando el coronel y su esposa se le acercaron y
enseguida trabaron una animada conversación. En cuanto la charla
cesó, Marcia Stevens no dejó perder la ocasión para acercase a la
esposa del coronel, señora que se había mostrado
extraordinariamente comunicativa y deseosa de participar en la
sociedad local. Minutos después Marcia se dirigía feliz al grupo en
el que estaban Kate y Jane.
—Tengo que reconocer que Mrs. Turner
es una mujer encantadora. Ojalá que se quede aquí mucho tiempo.
Resulta que su marido y el invitado de Mr. Bryce fueron compañeros
de armas y le conoce perfectamente.
Kate se resistía a dar el gusto a
Marcia de preguntar por algo que se veía que estaba deseando
contar. Otra de las jóvenes lo hizo en su
lugar.
—¿Y te ha dicho quién
es?
La aludida tardó unos segundos en
responder para aumentar la expectación.
—Se trata de Mr. Andrew Wentworth. Su
familia tiene una mansión en Southampton y otra en Londres, su
renta es de más de treinta mil libras anuales y es sobrino de Lord
Albright.
Marcia calló para observar la reacción
de sus amigas que miraron boquiabiertas a Mr. Wentworth. No todos
los días tenían la ocasión de tener a su alcance al sobrino de un
lord.
—Por lo visto Mr. Wentworth sirvió
también en el ejército, pero dejó la armada hace algún tiempo para
dedicarse a atender el patrimonio de la familia. Además tiene
treinta y siete años, es viudo y no tiene
hijos.
—Se ve que la hermana de Mr. Bryce
quieren poner remedio rápidamente a esa situación —dijo
Jane.
Todas se echaron a reír. Un caballero
de tal posición no era fácil que se interesase por cualquiera de
las jóvenes damas locales. Sólo los Bryce disponían de los medios y
el linaje que posibilitarían semejante enlace. No había más que ver
que ni siquiera se había dignado a ser
presentado.
Pero eso cambió pronto… Un poco más
tarde, Mr. Bryce que había estado atendiendo a sus invitados hasta
ese instante, se acercó a Mr. Wentworth. Kate estaba a corta
distancia de ellos y escuchó la
conversación.
—Por el amor de Dios, Andrew. ¿Para
esto te he traído aquí? No pensarás que voy a permitir que te
aburras en un rincón...
—Sabes que odio bailar, Robert, pero
lo cierto es que estoy disfrutando mucho de tu
reunión.
—¿Disfrutando? Pero si solo has estado
con Margaret…
Miss Bryce miró con poco aprecio a su
hermano. Mr. Wentworth no parecía muy interesado en confraternizar
ni tampoco en la hermana de su amigo.
—Estoy bien, Robert. No es necesario
que…
—Por supuesto que es necesario —le
interrumpió Mr. Bryce—. Ven, te presentaré
a…
Su vista se fijó en Kate y Jane que
estaban cerca de ellos.
—¡Miss Jane Denvers y Miss Kate
Bentley! Sin duda las jóvenes más encantadoras que podrías desear
conocer. Déjenme presentarle a mi amigo, Mr. Andrew
Wentworth.
Él las saludó con una inclinación a la
que las jóvenes respondieron con una graciosa y breve
reverencia.
—Mr. Wentworth es un muy querido y
aburrido amigo que ha prometido pasar unos meses con nosotros, así
que tendrán que soportar su desagradable
presencia.
—Es muy halagador por tu parte
presentarme así, Robert. Comprenderás ahora por qué no me gusta que
me presentes.
Wentworth miraba con aire grave a su
amigo, pero él se echó a reír de buen
humor.
—Demuéstralas que me equivocó y así yo
quedaré desacreditado y tú justificado. Ya me contarán señoritas,
que tal se ha portado mi amigo —dijo Mr. Bryce marchándose y
dejándolas a solas con él.
—Disculpen a Robert. No hay que
tomarle muy en serio, aunque me temo que tiene parte de razón… No
soy una compañía muy divertida.
Mr. Wentworth acompañó sus palabras
con una sonrisa que apenas desvaneció un poco su aspecto
melancólico. Tenía un rostro de facciones nobles y correctas a la
que cierta adustez triste no robaba, sino que prestaba más encanto.
Aquella contenida aflicción despertó la simpatía de
Kate.
—A todos nos ocurre más o menos a
menudo aburrirnos en este tipo de reuniones. Ya que no nuestra
diversión podemos compartir nuestro tedio —dijo Kate con una
sonrisa.
Andrew Wentworth la miró con más
detenimiento y sus ojos recuperaron un brillo que no acostumbraba a
mostrar con frecuencia.
—No me perdonaría nunca condenarla a
aburrirse conmigo, Miss Bentley.
Kate se desconcertó un poco y estaba
pensando qué podía responder a eso cuando la hermana de Mr. Bryce
que estaba conversando con su cuñada se unió a
ellos.
—¡Queridas Kate y Jane! ¡Cuánto tiempo
sin veros!
—Desde el verano pasado, Margaret
—señaló Jane—. Os hemos echado mucho de
menos.
—Si te digo la verdad, Jane no puedo
decir lo mismo. Esto es tan anodino y mediocre… No sé cómo podéis
soportarlo.
Las dos reprimieron el deseo de dejar
plantada allí mismo a Margaret. Siempre habían sido una muchacha
orgullosa y no muy agraciada, pero que se consideraba por encima de
todas las demás.
—Sin duda ahora que habéis regresado
vosotros hemos ganado en elegancia —contestó Jane, aunque su tono
distaba de ser sincero.
—Espero que este año Robert no nos
torture con estas continuas reuniones. Aunque por supuesto vosotras
estáis invitadas a visitarnos cuando
queráis.
—Eres muy amable,
Margaret.
Era Kate quién había respondido, pero
desde luego no sería ella la que acudiese a visitar a Margaret. Mr.
Wentworth parecía otra vez aburrido y mostraba un aire ausente.
Kate no estaba dispuesta a quedarse allí oyendo las impertinencias
de Miss Bryce, temerosa al parecer de que alguien pudiese robarle
la exclusiva de la compañía de su invitado.
—Ahora que veo a Mrs. Gardner recuerdo
que tengo algo que consultarle, ¿vienes
Jane?
—Sí, Kate. Encantada de conocerle, Mr.
Wentworth.
—Lo mismo digo, señoritas. Espero que
tengamos la oportunidad de vernos de nuevo —aseguró el con suave
simpatía.
Kate y Jane se alejaron de allí y se
fueron al otro extremo del salón.
—Maldita bruja… Nunca la he tragado.
¿Has visto cómo ha venido? Ni que pensase que nos le íbamos a
comer, de todos modos que le aproveche... Le deseo a Mr. Wentworth
un matrimonio muy feliz —dijo Jane irónica.
—No sé, Jane… Creo que ella está más
interesada en él que él en ella.
—Sí a mí también me lo ha parecido. Es
más, yo creo que le has gustado…
—Por favor, Jane… No hemos hablado ni
dos minutos.
—¿Y eso qué tiene que ver? Oh, Kate…
Sería estupendo verle cortejarte sólo por ver la cara de
Margaret.
—Seguro que sí, Jane. Ya ves cómo nos
llueven los admiradores.
Casi como respuesta a sus palabras no
tardaron en acercarse dos jóvenes oficiales a pedirles el próximo
baile, ambas aceptaron y poco después ya danzaban en compañía de
sus respectivas parejas.
Kate pasó los veinte minutos que duró
la danza soportando los errores y las torpes disculpas de su
acompañante. Sin poderlo evitar se encontró echando de menos la
sonrisa maliciosa y la turbadora mirada del capitán Kenneth. Sin
embargo, si hubiese mirado a su alrededor con más atención, se
habría encontrado con que había otros ojos en el salón que tampoco
dejaban de observarla.
?
6.
Unos cuantos días después, Kate se
encontraba en el reducido jardín de su casa, intentando dejarlo al
menos un poco más aparente, cuando llegó un lujoso carruaje. Se
quedó perpleja. No esperaban visita, y nadie de los que los
visitaban tenía ese coche.
Un criado de librea se bajó y se
dirigió a Kate. El criado iba mucho más elegante que
Kate.
—Traigo un mensaje de Lady Carter para
Mrs. Bentley. ¿Podría entregárselo?
—Sí, como no… Por
supuesto.
El criado se marchó y Kate fue a
buscar a su madre. Lady Carter era una excéntrica y anciana, aunque
aún influyente dama, que vivía en una gran finca no muy lejos de
allí, sin embargo apenas hacía vida social y Kate no recordaba cual
era la última ocasión en que la había visto, y en cualquier caso su
madre no tenía la menor relación con ella. Era muy extraño que esa
señora escribiese a su madre.
—Mamá, mira lo que han
traído.
—A ver... ¡Lady Carter! ¿Quién la ha
entregado?
—Uno de sus
criados.
La madre de Kate abrió la
carta.
—¡Es una invitación, Kate! —dijo su
madre entusiasmada—. Para ti y para mí. Nos pide que vayamos esta
tarde a tomar el té a su casa.
—¿A su casa? ¡Qué extraño! ¿Por qué
nos invitaría Lady Carter? —preguntó Kate verdaderamente
intrigada.
—¿Y por qué no habría de invitarnos?
Es lo normal entre vecinos.
—¿Por qué nunca antes lo había hecho,
quizá?
—Siempre poniendo inconvenientes,
Kate. Lo cierto es que ahora lo ha hecho,
¿no?
—Supongo que tienes
razón…
—¡Lady Carter! Verás cuando se lo
cuente a Mrs. Denvers.
—Quizá ella también esté
invitada.
La satisfacción de la madre de Kate se
empañó pensando en esa posibilidad.
—¿Por qué disfrutas disgustándome,
Kate? —protestó su madre—. Bien sabes que no tengo tantas
alegrías…
—No te enfades —dijo Kate que no
deseaba estropear su entusiasmo casi infantil—. Es sólo que no sé a
qué viene esto. Pero me alegro de que estés
contenta.
Su madre
sonrió.
—Tienes que ponerte muy elegante.
Quizá esté de visita alguno de sus
sobrinos.
Kate también sonrió. Era cierto que
tenía pocas ocasiones de ver dichosa a su
madre.
—No te preocupes. Intentaré hacer lo
posible por aparentar que soy una distinguida
dama.
—Kate… ¿cómo eres así? —suspiró su
madre—. La verdad es que eres mucho más distinguida y hermosa que
cualquiera de esas estiradas como Margaret Bryce y si solo fueses
un poco más amable seguro que ni un mismísimo duque se te
resistiría, pero con ese carácter…
—Sí, mamá… Lo sé. Me lo has dicho
cientos de veces.
Kate dejó a su madre con la excusa de
ir a ver qué vestido se pondría para así evitar la repetida
descripción de los motivos que harían que Kate no encontrase un
marido adecuado. Era una conversación capaz de acabar con todas sus
reservas de buen humor, y al fin y al cabo ella también estaba
intrigada por la invitación.
Cuando llegó la hora de salir subieron
al desvencijado coche de la casa que les llevó hasta la residencia
de Lady Carter. Un mayordomo las recibió y las condujo al salón de
té. Mrs. Bentley estaba un poco aturdida. No estaba acostumbrada a
tanta riqueza ni tampoco Kate, pero ella conseguía disimularlo con
más naturalidad que su madre.
Lady Carter estaba sentada en un
luminoso salón que se comunicaba con una galería acristalada llena
de exóticos ejemplares de orquídeas y otras raras especies de
plantas, nada que ver con el pequeño jardín de los Bentley, pensó
Kate, y las saludó alegre y cordialmente en cuanto las
vio.
—¡Mrs. y Miss Bentley! ¡Cuánto tiempo
sin verlas! Debió ser en el funeral de Emma Philips o tal vez en el
del viejo Spencer… Sí… Creo que fue en el de Spencer… —dijo la
anciana haciendo memoria—. Ya ven que no es que haga una vida
social muy animada… —río de buen humor Lady Carter—. Creo que
debería relacionarme más. Estoy demasiado retirada. No visito a
nadie y tampoco nadie viene a verme a mí… No sé por qué. Debe de
ser culpa mía. Desde que falleció mi esposo apenas me he dedicado a
otra cosa que a cuidar del invernadero y del jardín que él me dejó.
He perdido el interés por todo lo demás.
Aquello era una verdad solo a medias,
ya que, aunque era cierto que salía poco y no asistía a las
recepciones de su vecinos, a Lady Carter la seguía gustando
mantenerse bien informada de cuanto pasaba a su alrededor y eran
pocas las cosas que se le escapaban.
—Es una verdadera preciosidad —dijo
Kate acercándose a la galería para contemplar el exuberante verdor
del invernadero con sus flores de todas las formas y
colores.
—Cuando llegue mi otro invitado
saldremos a verlo si lo desean —asintió Lady Carter complacida—.
Supongo que no tardará.
Justo en ese momento entró el
mayordomo.
—Ya está aquí,
señora.
—Estupendo. Hazle pasar,
Stewart.
Tanto Kate como su madre estaban muy
intrigadas por descubrir quién sería el otro invitado de Lady
Carter, pero seguro que ninguna de ellas esperaba ver aparecer al
capitán Kenneth que se dirigió sumamente cortés a Lady Carter y
tomó una de sus manos para besársela con la más exquisita
corrección. La cara de la madre de Kate era un poema y Kate no
sabía si enfadarse o echarse a reír.
—Amigas mías… —dijo Lady Carter
sonriente—. Creo que ya conocen al capitán. ¿No es
así?
La madre de Kate no parecía capaz de
articular palabra y Kate temió que si lo hacía dijese alguna
inconveniencia, así que se apresuró a contestar
ella.
—En efecto. Nos conocemos.
Capitán…
—Mrs. Bentley… Miss Bentley… Siempre
es un placer volver a verlas —afirmó él con una de sus más
encantadoras sonrisas.
También Kate sonrió de buena gana.
Estaba totalmente desconcertada y no sabía que pintaba el capitán
allí, pero por algún motivo hoy se sentía incapaz de enfadarse con
él. Tenía que reconocer que había sido una brillante jugada.
Después de haber sido prácticamente expulsado de la buena sociedad
local, había conseguido ser invitado por la dama de más posición
del condado, y además con toda seguridad se había tomado la
molestia de hacer que también las invitase a su madre y a ella para
mostrárselo. No podía ser de otra forma. Lady Carter no se habría
acordado nunca de ellas a no ser que el capitán hubiese sugerido
sus nombres. Después de esto no podía por menos que admitir que
había conseguido sorprenderla. Estaba claro que el capitán era un
hombre de recursos y no se daba por vencido así como
así.
—¿Cómo no nos dijo usted que conocía a
Lady Carter, capitán? —preguntó la madre de Kate, que aún no había
salido de su asombro, pero estaba dispuesta a olvidar todos sus
prejuicios sobre el capitán Kenneth si estaba relacionado con tan
importante señora.
—Nos conocemos desde hace muy poco
—dijo él modestamente. Todo lo modestamente que se lo permitía su
habitual aire arrogante—, pero Lady Carter ha sido tan amable de
honrarme con su confianza.
—Queridas… —añadió Lady Carter—, si no
hubiese sido por su valeroso amigo no sé qué habría sido de mí.
Pueden creer que hace apenas cuatro días, cuando volvía de casa de
mi hermana a la que solo visito un par de veces al año, por Navidad
y por Pascua y cuando sufre alguno de esos terribles cólicos que le
dejan medio moribunda, pues como les decía, cuando regresaba a mi
casa, unos granujas intentaron asaltar mi coche. Los cobardes de
mis criados salieron corriendo. Tuve la buena fortuna de que el
capitán Kenneth apareciese en ese momento y él solo consiguió
librarme de ellos. Yo pensaba que ya no quedaban hombres así. Si mi
difunto marido hubiese vivido… En sus buenos tiempos él también
habría acabado con esos indeseables en un santiamén. Le habría
gustado conocerle.
—A mí también me hubiese gustado
conocerle, señora —añadió Kenneth con sinceridad—. He oído hablar
con frecuencia de las hazañas de su marido en
Bengala.
—Ya no era lo que fue —dijo nostálgica
Lady Carter—. Yo tampoco lo soy ahora, pero cuando éramos jóvenes…
Ya no sirve de nada añorar el pasado. Al menos lo vivimos
intensamente.
Lady Carter pareció quedarse por un
momento perdida en sus recuerdos. Tenía ya más de setenta años y
era la viva imagen de la dignidad y la distinción, pero en su
juventud Lady Carter, cuando aún era solo Lady Elaine, había
protagonizado un sonoro escándalo al romper su compromiso con el
aburrido y almidonado duque de Bentham para casarse a escondidas de
su familia con el joven, apuesto, arrebatador y absolutamente
desconocido Randall Carter. Y no la importó dejarlo todo para
seguirle a la India donde él estaba destinado como oficial
subalterno para vivir allí su amor loca y apasionadamente. Después
Carter ganó en la India, fama, gloria y prestigio y todos olvidaron
aquella locura de juventud y solo tuvieron elogios para los dos.
Pero cuando la salud de Carter se resintió y volvieron a
Inglaterra, ninguno quiso saber nada de la rígida sociedad que en
su momento los había despreciado y se dedicaron a su invernadero y
a cuidarse el uno al otro, hasta que el general Carter perdió su
última batalla.
Lady Carter suspiró
audiblemente.
—Estamos desperdiciando la tarde aquí
sentados. Demos un paseo. Les prometí que les enseñaría el
jardín... Camine conmigo, Mrs. Bentley. Cuénteme algún chisme.
Nadie me cuenta nada —se quejó agarrándose del brazo de la madre de
Kate.
Salieron todos hacía la galería y
atravesaron el invernadero. Las señoras se quedaron pronto atrás.
Lady Carter iba explicándole detalladamente a Mrs. Bentley las
particularidades de cada especie, mientras que Kate y Kenneth
continuaron con su paseo hacia el jardín
exterior.
Cuando Kate se vio al aire libre y
fuera del alcance de oídos curiosos no dudó en replicar
adecuadamente a Kenneth.
—Vaya, capitán… Tengo que reconocer
que me ha impresionado. No sé qué es lo que más me asombra. Si su
actuación heroica o su capacidad para aprovecharse de
ella.
Él se río un poco con sus palabras. El
tono de Kate había sido también divertido y hoy él parecía más
dispuesto a mostrarse amable de lo que lo había hecho otras
veces.
—Vamos, Kate. ¿Me permite que la llame
Kate, verdad? No irá a arruinar de esa manera mi reputación dejando
que se sepa que ayudó a ancianas
indefensas.
—Sería una verdadera lástima —convino
Kate risueña—. De todos modos le ha resultado tan conveniente que
estoy por pensar que quizá lo tenía todo preparado y los asaltantes
eran algunos amigos suyos disfrazados.
—Nunca deja de sorprenderme lo bien
que me juzga a pesar del poco tiempo que hace que nos conocemos
—reconoció él sin perder el humor—. No hizo falta prepararlo, pero
le aseguro que si hubiese sido necesario no habría dudado en
hacerlo. Y ya ve que el resultado ha merecido la
pena.
Kenneth volvió a mirarla con esa
intensidad que la desarmaba, sólo que en esta ocasión Kate no se
sintió violenta, sino más bien irresistiblemente atraída por el
poder que él ejercía sobre ella, hasta tal punto que le asustó un
poco esa fascinación. Kate no deseaba dejarse cautivar por el
aparentemente irresistible encanto del
capitán.
A conciencia y para evitar la
tentación de simpatizar demasiado decidió pasar al ataque. Prefería
meterse con él a reírle las ocurrencias.
—El otro día comentaba usted que no
está a favor del matrimonio. Es sumamente curioso. Supongo que
gozará de unos medios tan elevados que no le harán necesario buscar
un modo de complementarlos.
Su sonrisa volvió a ser
mordaz.
—¿Es una pregunta interesada, Miss
Bentley?
Kate se maldijo sonrojada, más por su
propia estupidez que por otra cosa. Se lo había puesto muy
fácil.
—No sea presuntuoso, capitán. Es
simple curiosidad. En realidad, si quiere que le sea sincera, le
diré que estoy convencida de que no dispone de esos
medios.
—Acierta de nuevo, Kate —reconoció
abiertamente él—. No tengo un centavo más allá de mi sueldo de
capitán. Si fuese de otra manera no sería solo capitán, sería al
menos mayor, aunque fuese tan manifiestamente inútil como el mayor
Higgins, con todo debo hacerle justicia y reconocer que tiene una
esposa deliciosamente encantadora. —apostilló Kenneth sin
molestarse en esconder una sonrisa descarada y lasciva—. ¿Ya lo
conoce?
—Creo que no… Conocí hace poco al
coronel y a su esposa —respondió Kate, intentando ignorar las
implicaciones del comentario del capitán sobre el encanto de la
mujer del mayor.
—El coronel y yo no siempre
coincidimos —dijo Kenneth ecuánime—, pero al menos sabe lo que se
hace. El mayor no alcanza a atarse él solo los cordones de los
zapatos, pero su familia compró el puesto. Así es el mundo en el
que vivimos. Ni usted ni yo vamos a cambiarlo, aunque no nos
guste.
Calló y la miró esperando su
respuesta. Se habían parado junto a un estanque, a su lado una
bella doncella esculpida en mármol vertía incansable el agua que
brotaba de su jarro. Kate no pudo dejar de
preguntar.
—¿Por qué supone que no habría de
gustarme como es nuestro mundo? No creo que esté en disposición de
quejarme.
—No se quejará porque es orgullosa e
independiente, pero este ambiente le ahoga y la consume y le hace
sentirse aprisionada. Tanto que a veces simplemente desearía
marcharse y no volver jamás.
Él la miraba como si leyese la verdad
en sus ojos. Por un momento Kate apenas pudo reaccionar. No tenía
modo de saber que sus palabras habían sido tan solo un golpe a
ciegas que buscaba dar en el blanco. Una corazonada precedida por
una intuición. Lo único que sabía Kate es que nunca nadie antes le
había hablado así. Nadie le había dicho en voz alta esas palabras
que con tanta frecuencia habían pesado en su corazón. Nadie le
había mirado de tal forma que la hiciese realmente pensar en
dejarlo todo y desaparecer. Pero la voz de la cordura que siempre
se dejaba oír en su cabeza se impuso y le contestó con dureza,
aunque su voz la resultó a Kate menos convincente de lo que habría
deseado.
—Suena más a lo que a usted le
gustaría escuchar, capitán, que a mis verdaderos
pensamientos.
Kenneth asintió inclinando un poco su
cabeza y sonrió sarcásticamente. Era una de sus sonrisas que menos
agradaba a Kate.
—Por supuesto. No me atrevería a
suponer que la conozco tan bien como me conoce usted a
mí.
Los dos callaron contemplándose. El
murmullo del agua cayendo era el único sonido que rompía el
silencio. La mirada azul clara del capitán parecía querer
traspasarla. Pero hacía falta algo más que una mirada para
conquistar a Kate.
—Nos hemos alejado mucho de Lady
Carter. No es muy gentil corresponder así a su amabilidad —dijo
ella dándole la espalda y comenzando a andar hacia la
casa.
Él contempló su delgada espalda
erguida y su paso rápido y decidido y dejó que se
adelantase.
No se apresuró a seguirla… Quizá,
pensó Kenneth, sería mejor dejar alejarse a Miss Bentley mientras
aún se sintiese capaz de hacerlo.
?
7.
Después de la visita a Lady Carter,
Kate había intentado inútilmente olvidar la conversación con el
capitán. Sus palabras y su expresión mientras las pronunciaba
volvían a su mente una y otra vez. Le había considerado un hombre
vanidoso, desconsiderado y descaradamente insensible, aunque en
algún aspecto que ni ella misma acababa de entender, también
innegablemente atrayente. Pero el modo en el que había leído dentro
de ella, declarando en voz alta sentimientos que Kate siempre había
reservado para sí misma, la llenaba de confusión y de
dudas.
¿Es que era tan evidente que se sentía
atrapada entre la tensa rutina del malhumor y los gritos de su
padre y el continuo gesto de temor y desdicha de su madre, y la
aburrida monotonía de los bailes y los nobles locales entre los que
nunca acababa de encontrar su lugar?
Era algo en lo que no deseaba pensar.
Si hubiese sido un hombre en vez de una mujer todo habría sido
distinto. Podría haber zarpado rumbo a América por ejemplo. Allí
según se decía había las mismas oportunidades para todos
independientemente del lugar de dónde provinieran. Habría buscado
un trabajo, cualquier trabajo y habría ahorrado para el pasaje.
Pero para ella no había más salida que el matrimonio o la búsqueda
de alguna casa acomodada dónde la quisieran admitir como
institutriz de algunos críos consentidos. No le asustaba el
trabajo, aunque tenía que admitir que no era un futuro muy
prometedor. Alojada en una casa que nunca sería la suya, sonriendo
y poniendo buenas caras a unos señores que considerarían siempre
que la habían hecho un gran favor acogiéndola. Kate sabía cómo se
vivía en esa situación y se conocía a sí misma lo bastante bien
como para no ignorar que eso sería una dura prueba para su
carácter.
No era fácil romper con todo y casi
impensable si eras una mujer. Kate recordó a Evelyn, una amiga suya
alegre y preciosa, con el entusiasmo de los dieciocho años. Un
joven noble de Londres empezó a cortejarla, Evelyn se enamoró
perdidamente, el joven declaró su deseo de casarse, la familia de
él rechazó el enlace. Ella no tenía apenas dote, ni tampoco
suficiente posición social. Un día Evelyn desapareció igual que el
joven. Pronto se corrió la voz de que se habían fugado. Se dijo que
vivían en Bristol. El padre de ella pasó semanas buscándola, su
madre enfermó, su hermana menor no volvió a asistir a reunión
alguna, de Evelyn nunca más se supo. Al joven lo vio Kate un par de
años más tarde acompañado de su elegante, rica y reciente esposa.
Todo el mundo le dio la enhorabuena y le abrió todas las puertas.
Kate le hubiese escupido a la cara. Suficiente como para
desengañarse del romanticismo.
Era necesario vivir con los pies bien
en la tierra y por eso Kate tenía claro que la relación que hasta
ahora había mantenido con el capitán no podía ir más allá. Hasta
ahora se había sentido segura de sí misma, pero se daba cuenta de
que pisaba terreno pantanoso. No había posibilidad alguna de
relación con él. Por si no hubiese sido lo bastante explicito
declarando que no pensaba casarse, Kate se daba perfecta cuenta de
que, incluso olvidando su reputación, era muy peligroso dejarse
enredar en su red.
Todo aquello se resumía en una
conclusión. Se dejaría de juegos y se mantendría distante e
indiferente hacia el capitán Kenneth. Precisamente esa noche el
coronel ofrecía un baile al que irían todos los oficiales. No
sentía ningún deseo de ir. Había pensado incluso fingirse enferma,
pero Kate nunca estaba enferma y si no estaba moribunda no habría
manera de convencer a su madre de que podía dejar de asistir.
Además esconderse no era una actuación que la enorgulleciese. Iría,
bailaría, se divertiría y le ignoraría, o al menos lo
fingiría.
Para colmo de males cuando llegó
aquella noche al baile se encontró con que Jane no había podido ir,
ya que ella sí que estaba realmente enferma con varicela. Kate
envidió a su amiga y se dispuso a pasar la noche en compañía de
Marcia Stevens. Desde luego una velada maravillosa. Al menos por
ahora no se veía ni rastro del capitán, en cambio el que sí
apareció fue el teniente Harding, que fue a saludarla en cuanto la
vio.
—Miss Bentley… Estaba buscándolas, ¿no
está con usted Miss Denvers?
—No, teniente. Está indispuesta. No ha
podido venir.
Harding hizo un gesto de contrariedad.
La verdad es que era un joven muy agradable y Kate pensó que ganaba
en presencia cuando no estaba junto a
Kenneth.
—Transmítale mis mejores deseos de
recuperación. Lo siento mucho. Estaba convencido de que hoy tendría
oportunidad de verla de nuevo.
—No se preocupe, teniente. Se lo diré
y seguro que habrá otras ocasiones.
—Eso espero. —Harding pareció dudar
antes de continuar—. Kenneth me dijo que se encontraron en el
pueblo y que Miss Denvers había preguntado por mí. No es que no
confié en él pero ya sabe cómo es en ocasiones… —añadió
incómodo.
—Es cierto. Yo también estaba. Jane
lamentó que no asistiese usted a la recepción de Mr.
Bryce.
Él sonrió
entusiasmado.
—Fue muy amable por su parte
acordándose de mí. Tendré que disculparme con el capitán
mañana.
Kate no pudo evitar
preguntar.
—¿No va venir el
capitán?
—No, eso me ha dicho. Me ha extrañado
pero él es así. En cualquier caso él se lo pierde. ¿Me concede este
baile, Miss Bentley?
—Por supuesto,
teniente.
Danzó con Harding aunque apenas
conversaron. Y después ella se quedó a solas con sus pensamientos.
Ahora se sentía estúpida. Todo el día preocupándose por como
actuaría en el baile para que al final resultase que ni siquiera se
había molestado en venir. Tenía una asombrosa capacidad para
desconcertarla. Al diablo con él… Kate se reprochó a sí misma por
la decepción que no podía negar que sentía. ¿Así iba a ignorarle?
Echó un vistazo a su alrededor, se encontró con que Mr. Wentworth
estaba frente a ella observándola. La saludó con un ligero gesto y
ella correspondió con una sonrisa. Eso pareció animarle y se acercó
a Kate.
—Miss Bentley. ¿Cómo se encuentra?
¿Disfruta del baile?
—Lo estoy intentando. ¿Y
usted?
—Si le soy sincero no mucho, pero
quizá no lo he intentado lo bastante.
—Reconozco que tampoco lo estoy
intentando con muchas fuerzas... ¿No debería ser todo más sencillo
y no exigirnos tanto esfuerzo? —dijo Kate sin salirse de los
márgenes de lo socialmente aceptable, pero permitiéndose expresar
su descontento.
—Comparto su opinión. Por eso no me
esfuerzo lo más mínimo…
Kate pensó que seguramente Mr.
Wentworth, a diferencia de ella, sí podía permitirse hacer tal
cosa, pero le sonreía amable y parecía entender lo que le quería
decir.
—No hemos tenido el placer de recibir
su visita en casa de Mr. Bryce como nos dijo en la recepción.
Margaret lo han lamentado mucho.
Se había dirigido a ella con gran
naturalidad, pero Kate no pudo dejar de admirarse, desde luego era
seguro que Margaret no la había echado de
menos.
—He estado un poco ocupada, pero en
cuanto tenga un rato pasaré a saludarla.
—Nos dará una gran
alegría.
Después de esta afirmación que dejó a
Kate un poco perpleja Mr. Wentworth pareció no tener más que añadir
y se produjo un silencio un tanto incómodo. Kate intentó encontrar
un tema de conversación adecuado.
—¿Le agrada nuestro condado, Mr.
Wentworth?
—Es de una gran belleza, Robert y yo
hemos estado cazando y he podido disfrutar enormemente del
paisaje.
Otra vez volvieron a quedarse en
silencio. Kate no se sentía muy locuaz y él tampoco debía serlo.
Pensó que no tardaría en despedirse pero Mr. Wentworth miró a su
alrededor y se fijó en una esquina algo alejada del salón dónde
estaban sirviendo un refrigerio.
—Creo que voy a coger una bebida.
¿Tomaría usted un vaso de ponche, Miss
Bentley?
Kate asintió y él se dirigió hacia la
mesa. Como mínimo estaba un poco sorprendida y no era la única,
Marcia Stevens no la quitaba el ojo de encima y Margaret Bryce que
estaba bailando ignoraba a su pareja para mirarla con mal
disimulado nerviosismo.
Estaba tan distraída que cuando se
quiso dar cuenta de que estaba allí se lo encontró justo delante de
ella. Muy a su pesar su corazón dio un
vuelco.
—¿No baila, Miss
Bentley?
—Capitán... No lo había visto llegar.
Pensaba que no iba a venir.
—Acabo de entrar. ¿Me ha echado de
menos?
Reprimió el deseo de contestarle
duramente. Se mostraría sonriente e
indiferente.
—Su amigo Harding me informó de que no
pensaba acudir, pero todos podemos cambiar de
idea.
Él la miró atentamente y pareció
apreciar el cambio de estrategia de Kate.
—Cierto… Había determinado no acudir
pero me temo que no soy muy constante.
En ese momento Kate vio llegar a Mr.
Wentworth con las bebidas. El capitán quedaba de espaldas. Kate
volvió la vista hacia él agradecida por la
interrupción.
—¡Ah, Mr. Wentworth! Muchas
gracias.
Kenneth se volvió y se produjo una
extraña y violenta escena.
—¡James!
—Andrew…
—Cuánto
tiempo…
—No el
suficiente.
Más allá de que era evidente que ambos
se conocían, también lo era que ninguno de ellos se alegraba de
verse, Andrew estaba más sereno y frío pero el capitán parecía
dominar a duras penas su ira.
Kate no sabía qué decir. No había
asistido a ningún duelo, pero pensó que si se hubiese tratado de
uno, los caballeros en cuestión no se habrían mirado con más
tensión que la que había ahora entre ellos.
—Veo que ya se conocían —dijo tratando
de suavizar aquella violenta escena.
—El capitán y yo fuimos compañeros de
armas en la anterior campaña —dijo neutral
Andrew.
—Compañeros no es la palabra que yo
utilizaría, Andrew.
Andrew aguantó la mirada del capitán
pero luego desvió su vista hacia Kate y se dirigió a ella como si
él no estuviese allí.
—Yo era su superior… Supongo que es a
lo que se refiere, pero eso es algo que no podía evitarse —dijo
secamente Andrew—. Ha sido un placer charlar con usted, Miss
Bentley. Espero que no olvide su promesa de visitarnos. James…
—dijo volviéndose hacia él—. Si no tienes más que
decirme…
—Nada que tú ya no sepas, Andrew —dijo
Kenneth retador.
Andrew saludó a Kate con una ligera
inclinación y se retiró. Kenneth se volvió hacia ella y no se
molestó en disimular su cólera.
—¿Conoce desde hace mucho a Mr.
Wentworth?
—Apenas le he visto un par de veces.
¿Qué es lo que…?
No la dejó terminar la
frase.
—Es una amistad que le conviene
cultivar. Hallará en Andrew más que suficiente de cualquier cosa
que pudiese desear. La felicito, Miss Bentley. Buenas
noches.
El capitán también se marchó y Kate se
quedó desconcertada y sola.
8
Por más vueltas que le dio, Kate no
llegó a ninguna conclusión. Estaba muy intrigada por la historia
que había detrás del capitán y Mr. Wentworth, pero no creía que
ninguno de los dos fuese a hablar mucho de ello. Además y como
siempre, el comportamiento del capitán la perturbaba. Primero no
iba a venir al baile, después aparecía cuando ya no lo esperaba y
finalmente se marchaba casi ofendido habría asegurado
Kate.
Decidió visitar a Jane para ver cómo
se encontraba. Había pasado un tiempo lo bastante prudente como
para olvidar la prohibición de salir sola. Aun así, aprovechando
que su padre estaba distraído con unos papeles, se lo dijo y él
asintió sin prestarle atención.
Fue dando un largo paseo hasta la casa
de Jane. La encontró casi desesperada.
—¡Kate! Menos mal que has venido.
¿Cómo puedo tener tan mala suerte? Me pica todo el cuerpo y además
me quedarán marcas —se quejó Jane
desesperada.
—No tienes casi ninguna en la cara,
Jane, —la animó Kate—. No se te notará.
—Y me he perdido el
baile.
—Y Harding me preguntó por
ti.
—¿De veras?
—De veras. Vino hacia mí en cuanto
llegó y se desilusionó mucho cuando supo que no habías
venido.
—¿No te dije que era encantador? —río
Jane recuperando su buen humor.
—La verdad es que me cae bien —asintió
Kate—. Mejor cuando no está con el capitán.
—¿No fue el
capitán?
—Espera a que te
cuente…
Kate le contó con todo detalle a Jane
lo que había ocurrido entre los dos caballeros y lo intrigada que
estaba.
—Kate, olvídate de eso —dijo Jane
entusiasmada—. ¿Me estás diciendo que Mr. Wentworth fue a buscarte
una bebida y que luego te pidió que no dejases de ir a casa de Mr.
Bryce y te preocupa el motivo del enfado del capitán con él? ¡No
estás en tus cabales! ¡Olvídate del capitán! Tenías que haber ido
hoy mismo a ver a los Bryce. Es más deberías irte ahora. Me
enfadaré contigo si no vas.
—No seas tonta, Jane —la regaño Kate
quitándole importancia—. Será un capricho pasajero. Ya conoces a
esa gente… Sabes tan bien como yo que es tiempo
perdido.
—Pero Kate, es muy prometedor. Y
aunque sea tiempo perdido siempre será mejor que le pierdas con Mr.
Wentworth que con el capitán —la advirtió razonable
Jane.
—Iré, pero no al día siguiente, y no
me importa lo más mínimo el capitán.
—Ya… —dijo escéptica Jane—. Y el
capitán le dijo y el capitán me contestó… Preocúpate por Mr.
Wentworth. Hasta el capitán te lo ha
recomendado.
—No me preocupa ninguno de los dos y
sólo tengo curiosidad por saber lo que pasó. Quizá se lo pregunte a
Mr. Wentworth.
—Ya sabes lo que dicen de la
curiosidad, Kate… No hagas eso —suplicó Jane—. Es muy posible que
le ofendas.
En ese momento llegó el padre de Jane
y acompañado por el coronel del regimiento.
—¡Kate! No sabía que estabas aquí. El
coronel acaba de aceptar mi invitación a comer. ¿Te quedas tú
también?
—Pero no he avisado en casa —dudó
Kate.
—Mandaré a Tom a dejar recado, de
todos modos le coge de camino.
—Es usted muy amable, Mr. Denvers
—dijo ella agradecida por su hospitalidad.
—Así harás compañía a Jane y quizá no
nos vuelva locos a todos —dijo dando unas palmaditas en la mano a
su hija.
—Me siento horriblemente mal… —se
quejó Jane compungida.
—Lo entendemos, Jane. Kate te
consolará y luego podrá pedirme lo que
quiera…
El padre de Jane tenía un humor un
tanto particular y le gustaba más que ninguna otra cosa burlarse de
su mujer y de su hija, sin embargo Kate lo apreciaba mucho y sabía
que en realidad adoraba a las dos y ellas siempre hacían lo que
querían de él.
Comió con la familia Denvers y con el
coronel, que demostró ser un hombre muy cordial y conversador,
aunque debido a las últimas noticias la charla pronto derivó hacia
la interminable guerra contra los franceses y la incertidumbre
sobre cuánto tiempo más se quedaría allí el regimiento. Mientras
charlaban, una idea comenzaba a tomar forma en la mente de Kate,
pero temía que fuese un tanto inapropiada.
Cuando la comida terminó, Jane se
despidió de Kate para ir a darse un baño con avena, como le había
recomendado el doctor, pero le hizo prometer que no dejaría de
visitar a los Bryce. Kate propuso esperar a que ella se recuperase
para poder ir las dos. A regañadientes Jane aceptó y Kate se
despidió de la familia para regresar a su casa. Fue Mr. Denvers
quien sugirió al coronel que llevase a Kate en su coche para
evitarla el largo camino de vuelta, a lo que el coronel accedió de
inmediato. En otras circunstancias Kate habría rehusado, pero en
esta ocasión aceptó sin dudar.
Una vez montados en el coche Kate no
acababa de decidirse a interrogar al coronel sobre el tema que la
preocupaba. Temía que considerase su interés, y no sin razón, como
una indiscreción. Pero se animó cuando el coronel rompió el
silencio con un comentario cortés.
—¿Se divirtió anoche en el baile, Miss
Bentley?
—Fue una velada maravillosa, coronel
—asintió ella agradecida—, pero lo cierto
es…
Kate calló y el coronel se quedó
mirándola extrañado.
—¿Sí? Dígame… ¿Es que hubo algo que no
le gustase?
—No se trata de eso —comenzó Kate
insegura—. Es solo algo que ocurrió anoche y que me sorprendió,
pero no sé si es correcto que se lo
comente…
—Vamos, señorita —dijo él impaciente—.
Ya que ha empezado no se calle ahora.
—Se trata de Mr. Wentworth y el
capitán Kennneth…
El coronel cambió su gesto de ligera
irritación por otro de gran seriedad y Kate temió que fuese a
reprocharle su impertinencia. La examinó con atención y finalmente
tras una pausa que a Kate se le hizo eterna decidió
responderla.
—Es este un asunto, Miss Bentley
extremadamente delicado y grave. En cualquier otra circunstancia me
guardaría mucho de comentarle a usted nada sobre este particular,
pero después de meditarlo brevemente he llegado a la conclusión de
que es usted una joven sensata, y también pude observar ayer como
Mr. Wentworth le hizo objeto de su atención, igual que noté cómo el
capitán, al que pensaba yo que, casual y afortunadamente, ya no
esperábamos, se dirigió precisamente hacia usted en cuanto llegó
—señaló haciendo que Kate se sintiera culpable de alguna especie de
falta—. Dígame lo que se dijeron.
—Prácticamente nada —explicó Kate—,
pero fue muy violento para todos…
—Cuando vi a Mr. Wentworth en casa de
Mr. Bryce imaginé que antes o después coincidirían, pero prescindí
de mencionárselo a ninguno de los dos. Al fin y al cabo ya son
mayorcitos y yo no soy la niñera de nadie —dijo de malhumor el
coronel. Kate pensó que aparte del mal rato no sacaría nada en
claro de aquella conversación, pero el coronel resolvió continuar—.
En fin, como le iba diciendo creo que puede usted tener derecho a
conocer lo sucedido, ya que se trata de una cuestión de
honor…
Kate se sonrojó un poco. No quería que
el coronel pensara lo que no era.
—Tengo que decirle, coronel, que en
ningún caso tengo relación alguna más allá de la simple amistad con
ninguno de los dos caballeros…
—No tiene usted que darme ninguna
explicación, señorita —dijo el coronel interrumpiéndola—. Sólo debe
prometerme que no le contará nada de esto a nadie, ni siquiera a su
amiga, ni a su madre, ni a su hermana si la tiene. ¿Está
claro?
—Por supuesto, coronel. Tiene mi
palabra —aseguró Kate un poco cohibida por la severa mirada del
coronel.
—Muy bien. Entonces le diré lo que sé,
aunque le advierto que lo que realmente ocurrió solo lo saben ellos
dos. Fue hace seis años, poco después de la muerte de la esposa de
Mr. Wentworth. Por aquel entonces ya era coronel. Por su rango y
apellido tenía derecho a ese grado a pesar de su juventud, pero
debo decirle que considero sinceramente que Andrew era un hábil
oficial, y gozaba de un gran prestigio en el ejército, además de
continuar con la tradición de su familia, ya que tanto su padre
como su abuelo sirvieron en la armada. Kenneth estaba bajo sus
órdenes, también como capitán, y hasta dónde yo sé eran amigos…
Después, un desgraciado accidente acabó con la vida de la esposa de
Andrew y su muerte le afectó enormemente. Todos los que le
conocíamos pudimos apreciarlo. No sé en realidad si esto tuvo algo
que ver o no —dijo el coronel más bruscamente—, pero le he dicho
que le contaría lo que sé y es lo que estoy haciendo… Por aquel
entonces estábamos también en campaña y Andrew estaba al frente de
un regimiento de infantería en Walcheren. En plena batalla y a
pesar de la opción de retirada general que dio el comandante en
jefe, Andrew decidió mandar a su regimiento a luchar contra el
enemigo que estaban claramente en posición muy superior. Es
necesario que entienda una cosa —puntualizó grave el coronel —,
Andrew estaba en su derecho de actuar así. Era él quien decidía si
debían retirarse o continuar la ofensiva. Estuvieron cuatro días
manteniendo prácticamente solos la posición. Al tercer día casi la
mitad de los hombres de su regimiento había muerto. Al cuarto día
hubo desbandada general. Se habló de rebeldía y deserción. El
capitán fue arrestado con cargos de traición e incitación a la
sublevación. No sé si sabe cómo de graves son esos cargos,
señorita, pero le diré algo… La condena por esos delitos es siempre
la misma. La muerte.
El coronel la miraba con extrema
seriedad y Kate apenas se atrevía a
respirar.
—Para no aburrirla con más detalles le
diré que finalmente el capitán no fue juzgado. Se retiraron todos
los cargos. No le ocultaré que sólo pudo ser Andrew el que se
ocupase de eso. El capitán no tiene muchas amistades en las altas
esferas, pero igualmente tiene que saber que no pudo ser otro más
que Andrew el que diese pie a que esas acusaciones se llegasen a
formular. En resumen, Andrew le acusó y Andrew le salvó —dijo
gruñendo el coronel como si le molestase que Mr. Wentworth no fuese
más constante en sus determinaciones—. Poco después de eso abandonó
el ejército y sinceramente debo asegurarle que pese todo lo que se
dijo, yo lo lamenté, porque era un buen oficial, aunque quizá la de
aquella batalla no fue la mejor decisión que
tomó.
Kate miró al coronel. Parecía
considerar que ya estaba todo dicho pero ella no estaba segura de
entenderlo muy bien.
—Pero si Mr. Wentworth actuó de forma
temeraria el capitán hizo bien oponiéndose a él —sugirió Kate
confusa.
—Señorita, bien se ve que usted no
conoce el ejército —la reprochó el coronel—. Por muy temeraria que
sea la orden que uno recibe no hay más opción que cumplirla, y un
oficial jamás puede animar a la tropa a desobedecer una orden.
¿Dónde iríamos a parar? Y si yo supiese con seguridad que eso fue
lo que ocurrió, le aseguro que no querría tener al capitán a mis
órdenes. Y dicho esto, déjeme que le diga unas palabras sobre el
capitán ya que veo que goza de su
confianza.
Kate sintió sobre sí todo el peso de
la mirada del coronel y no se atrevió a pronunciar ni una sola
palabra.
—El capitán, como ya debería usted
saber, es una fuente constante de problemas. Sin embargo es un buen
soldado y un buen oficial. Es audaz, valeroso, decidido y sin duda,
cuando hay que luchar, cualquiera preferiría estar de su lado que
frente a él. Además goza de la confianza de sus hombres y es capaz
de llevarlos al fin del mundo tras de sí cuando se lo propone, lo
que por otra parte no siempre ocurre. Son muchos los que dicen
entre sus amigos que hace tiempo que ya debería haber recibido un
ascenso. Sin embargo y no dudo en decírselo, nunca lo recibirá… Y
no es como podría pensarse por este desagradable asunto del que
acabamos de hablar, sino porque el capitán tiene una lamentable
tendencia a la independencia y eso solo se lo pueden permitir los
generales y no todos. ¿Me he expresado con
claridad?
—Sí, señor.
—Pues no tengo nada más que decir,
señorita, excepto que lamentaría muchísimo haberme equivocado
respecto a su discreción.
—Le aseguró que no lo lamentará,
coronel.
—Eso espero… Que pase un buen
día.
Kate se bajó del coche. Ya hacía un
rato que estaban detenidos enfrente a su casa. No sentía ningún
deseo de entrar y se quedó fuera en el jardín. Necesitaba ordenar
sus pensamientos.
Estaba aún más confundida que antes de
oír el relato del coronel.
9
Pasaron cuatro días hasta que Jane
consideró que estaba lo suficientemente presentable como para ir de
visita y mandó recado a Kate de que esa tarde pasaría a recogerla
para presentarse en casa de los Bryce.
Lo cierto es que Kate hubiese deseado
retrasarlo aún más. Sabía con qué cara le iba a recibir Margaret y
no tenía ningún deseo de encontrarse con Mr. Wentworth, y menos
después de lo que le había contado el
coronel.
En realidad, se decía ahora, casi
hubiese preferido no saber nada. Había reflexionado mucho sobre
ello y se daba cuenta de que, aunque el coronel apoyase claramente
a Mr. Wentworth, ella se sentía inclinada a sentir más simpatía por
la actuación del capitán. No podía comprender que hubiese que
seguir a rajatabla una orden por muy absurda que fuese, y aunque le
parecía conmovedor que la pena por la muerte de su mujer hubiese
afectado tanto a Mr. Wentworth como para nublar su juicio, estaba
claro que alguien tenía que tener los pies en el suelo y la cabeza
fría. Y si ella hubiese estado allí habría hecho lo mismo que el
capitán.
Por otro lado, si era cierto que los
dos eran amigos, eso complicaba aún más las cosas. Además había
algo más que el coronel no había dicho pero que Kate apreciaba por
sí misma. Ninguno de los dos se arrepentía de lo que había hecho y
tampoco parecían dispuestos a olvidar.
La llegada de Jane interrumpió sus
pensamientos. Se despidió de su madre que le rogó encarecidamente
que sonriese mucho y que fuese lo más amable posible y que por el
amor de Dios antes de decir cualquier cosa pensase que ese hombre
tenía más de treinta mil libras de renta y una mansión en
Southampton, además de otra en Londres, y vete a saber cuántas más
repartidas por toda Inglaterra. Kate contestó a todo que sí y
después se subió al coche de Jane.
Cuando llegaron a casa de Mr. Bryce,
su hermana las recibió con grandes y falsas muestras de
cariñó.
—¡Jane! ¡Cómo estás! Es verdaderamente
terrible y una pena… A tu edad… Te quedarán muchísimas
cicatrices.
—Esperó que no tantas, Margaret —dijo
Jane tratando de no perder la sonrisa—. ¿Y todas esas manchas que
te han salido en la cara? No me digas que tú también has enfermado…
Sería una desgracia.
—No… Los caballeros se empeñaron en
pasear y mi sombrero se voló y como no estoy acostumbrada… Tú no
debes tener ese problema, Kate. Luces como si te pasases el día
entero al aire libre.
—Es lo mejor que tenemos aquí,
Margaret —respondió Kate sin hacer caso de su mohín de desdén—. El
aire libre.
Todas se sonrieron entre sí, pero sin
molestarse en aparentar ninguna simpatía. Sin embargo cuando
llegaron Mr. Brice y Mr. Wentworth, la expresión de Margaret se
volvió radiante. A Kate le entraron deseos de despedirse y salir
por la puerta. Tuvo que hacer un esfuerzo por mostrarse cortés y
natural.
—¡Mira quién está aquí! Esto sí que es
una sorpresa, ¿verdad, Andrew? —sonrió Mr.
Bryce.
—Yo confiaba en que Miss Bentley no
hubiese olvidado sus palabras.
Dijo estas palabras con un tono
sencillo y tranquilo, pero Margaret no pudo disimular un gesto de
disgusto e intentó acaparar la atención de todos. Era su principal
objetivo en la vida.
—Andrew, ¿has tenido ocasión de
escuchar el nuevo piano que ha comprado Robert? Es una verdadera
maravilla.
—No, aún no —reconoció
Andrew.
—Te lo mostraré, aunque… quizá quieras
probarlo tú, Kate.
Si le hubiese ofrecido una manzana
envenenada, Margaret le habría sonreído con la misma
dulzura.
—No quiero torturar a todos con mis
nulas dotes, Margaret. Toca tú. Estamos deseando
escucharte.
—Sí insistes…
Margaret no se lo hizo repetir y se
sentó en el piano para interpretar con bastante acierto una
complicada pieza. Kate odiaba esa especie de concurso de habilidad
en los que las jóvenes casaderas tocaban el piano, cantaban y en
general se esforzaban todo lo posible por mostrar su sensibilidad y
su capacidad artística a fin de impresionar a sus posibles maridos.
Ella no había tenido ni la inclinación, ni los maestros necesarios
para dominar arte alguno. Su madre intentó durante algún tiempo
enseñarle a tocar el piano. pero acabó abandonando ante el escaso
interés de Kate.
Cuando Margaret terminó todos le
aplaudieron.
—Bien, nadie dirá que no ha sido un
tiempo bien empleado. Sólo yo sé lo que costó llegar a esto. ¡Qué
tardes insoportables con Miss Walcott!
—Serían insoportables para ti, Robert,
que no tienes el menor gusto musical. Yo disfrutaba muchísimo, pero
apenas me limito a hacerlo lo más correctamente que puedo. Se me da
mejor cantar. Andrew en cambio tiene verdadero talento. ¿Por qué no
interpretas algo y yo te acompaño?
—¿Es absolutamente imprescindible?
—protestó poco entusiasta Andrew.
—Por favor, Andrew —dijo ella
mimosa.
Andrew cedió, probablemente porque
prefería tocar a seguir oyendo sus suplicas, y se sentó al piano.
Margaret le preparó la partitura y Andrew tocó la melodía con
facilidad y buen gusto, mientras ella entonaba con voz ligeramente
aguda pero armoniosa, la letra de la
canción.
Kate y Jane se miraban de reojo. Las
dos compartían su indiferencia por la música, y en el caso de Jane
más bien odio, ya que a ella sí que la habían obligado a practicar
horas y horas con resultados lamentables.
Al poco rato, Mr. Bryce, que al
parecer sentía tanto amor por la música como la misma Jane,
interrumpió a su hermana.
—Es realmente increíble, querida,
¿pero no estás forzando demasiado la voz? Sería una pena que te
quedases afónica.
Margaret le miró
fastidiada.
—Me encuentro perfectamente y podría
estar horas así.
—No lo quiera Dios, Margaret —se
alarmó su hermano—. ¿Qué tal si salimos fuera? Es una pena estar
aquí dentro con este tiempo tan estupendo que estamos
teniendo.
—El doctor me dijo que no es
conveniente que me dé el sol —se quejó
Margaret.
—¿Y a usted Miss Bentley? —preguntó
Bryce—. ¿Tampoco le gusta el sol?
—Si le soy sincera me gusta bastante
más que la música, Mr. Bryce.
—Entonces pasearemos —afirmó
él.
—Yo me quedaré haciendo compañía a
Margaret —dijo Jane—. Creo que a mí tampoco me conviene que me dé
mucho el sol.
Kate la miro con reproche y Margaret
con odio, pero Jane sonrió complacida y se reclinó en el
sofá.
—Sigue tocando si quieres, Margaret.
Es tan relajante…
Los demás salieron al jardín. Mr.
Bryce tomó del brazo a su mujer, que acababa de unirse a ellos, una
señora bastante amable que no debía congeniar demasiado con su
cuñada.
Kate iba junto a Andrew y la
conversación entre ellos versó sobre la belleza del jardín y el
tiempo tan delicioso que estaba haciendo y cuando ese tema ya no
dio más de sí, Kate guardó silencio. También él iba muy callado,
pero tras un buen rato se volvió hacia
ella.
—No me ha preguntado nada, Miss
Bentley, sobre el desafortunado encuentro del otro
día.
Kate se sobresaltó. No podía
responderle que su falta de curiosidad se debía a que ya la había
satisfecho por otros medios.
—Temía que no fuese discreto
preguntarle, Mr. Wentworth.
No se atrevió a decir que no era
asunto suyo. Tal vez el coronel le hubiese contado su conversación
y eso sí que sería violento para Kate…
—¿Conoce usted mucho al
capitán?
Fue una pregunta que no gustó a Kate,
pero la respondió.
—He coincidido con él en unas cuantas
ocasiones desde que el regimiento se instaló
aquí.
Él volvió a quedarse silencioso y
pensativo hasta tal punto que Kate pensó que ya no diría nada
más.
—Durante la mejor época de mi vida
fuimos amigos. Buenos amigos, pensaba yo entonces, y me precio de
conocerle bien, igual que él me conoce a mí. Sin embargo, como pudo
ver usted misma, hace ya tiempo que Kenneth me odia. En cambio yo,
y se lo digo con total sinceridad, no le odio. Y aun así me
permitiré darle un consejo y aunque a nadie le gusta recibirlos le
aseguro que a mí tampoco me gusta darlos.
Hizo una pausa y dudó un momento, pero
finalmente continuó.
—Tenga cuidado con el capitán. No es
de fiar.
Él la miraba con gran seriedad y Kate
no sabía que contestarle. Tras un incómodo silencio apenas se le
ocurrió musitar unas breves palabras.
—Le agradezco su interés, Mr.
Wentworth.
—No lo merece. Y ahora le ruego que me
disculpe tengo unas cartas que despachar.
Tras saludarla con una ligera
inclinación se fue hacia el interior de la casa. Kate sentía un
profundo peso dentro de su corazón. Por más que se hubiese empeñado
en defenderle, una voz en su cabeza le decía que las palabras de
Mr. Wentworth eran absolutamente ciertas.
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