ENTRE DOS AMORES

 

 

 

 

 

 

 

1.


Había salido a pasear como todas las mañanas. Le encantaba pasear. Era exasperante para ella quedarse en casa bordando o leyendo. Había releído ya demasiadas veces todos los libros de la pequeña biblioteca familiar y para desesperación de su madre era incapaz de quedarse sentada durante horas, como hacía ella a diario, con la labor en las manos.
Hoy, sin embargo, tenía que reconocer que no había sido una buena idea. El cielo estaba cubierto y amenazaba lluvia, pero no soportaba la idea de quedarse en su casa encerrada, y menos aún de sufrir las continuas quejas y los cambios de humor de su padre. Cualquier cosa era preferible a eso.
Desafortunadamente, a la mitad del trayecto, tal y como Kate se temía, comenzó a llover. Al principio se trató solo de una ligera llovizna, pero pronto se convirtió en una lluvia torrencial. Se había envuelto en la capa y se había tenido que subir el vestido, aun así se había llenado de barro. Al final había decidió salir de la campiña para regresar por el camino y así llegar a su casa con mayor rapidez.
Si podía evitarlo nunca iba por el camino, se exponía a soportar los comentarios de Marcia Stevens, sobre su “espontaneidad” y su madre volvería a recriminarle advirtiéndole de que jamás conseguiría un marido si seguía vagando como una campesina por los campos.
Cómo si alguien fuese a casarse con ella… Su padre había dilapidado todo el patrimonio familiar en deudas de juego y en negocios desafortunados y lo único que poseía eran deudas. Ningún hombre en su sano juicio aceptaría por esposa a una mujer que no tenía ni una libra de renta. Kate pensaba que eso, al menos, le daba el derecho a actuar como a ella le placiera, aunque evidentemente su padre no estaba de acuerdo con ella.
A pesar de todo, no era menos cierto que Kate no era absolutamente sincera respecto a ese asunto, ya que al menos en dos ocasiones había tenido la oportunidad de rechazar las proposiciones de matrimonio de sendos caballeros no muy escrupulosos y de edad más que avanzada que habían pensado que podían aprovecharse de la mala situación de su familia para conseguir una esposa joven con poco gasto para su bolsillo.
Por suerte, Kate había conseguido ocultar esas proposiciones a su padre. No así a su madre que había llorado amargamente, asegurándole que terminaría viviendo de la caridad de algún pariente o, Dios no lo quisiera, trabajando como institutriz. Kate callaba y dejaba llorar a su madre por evitar replicarle que prefería ser institutriz a aguantar a un marido despreciable como hacía ella.
La lluvia pasó tan rápido como había aparecido, pero ahora tenía las ropas empapadas. Caminaba a buen paso cuando oyó el galope de dos caballos acercándose. Se volvió. Eran soldados. Toda la comarca estaba revuelta por la noticia de que un destacamento iba a acampar allí esa primavera. Se los esperaba de un momento a otro. No le gustaban los soldados. Por lo común eran groseros y altaneros. Esperaba que pasasen de largo, pero se dio cuenta de que aflojaban la marcha según se acercaban a ella.
—Muchacha —la llamó uno de ellos con el tono de quien está más que acostumbrado a ejercer el mando—. Buscamos Creek Farm, ¿sabes dónde está?
—Está a cuatro millas de aquí —respondió Kate concisa pero educadamente—. Sigan hasta Ingram y desde allí hasta Pillsbury, después cojan el camino del viejo molino hasta el cruce con Mulligan y tomen el camino a su izquierda, desde allí es todo recto.
Los hombres se miraron entre sí con fastidio. El que llevaba la voz cantante echó mano de su bolsa y sacó un par de monedas que lanzó al aire y fueron a caer a los pies de Kate.
—Llevamos mucho retraso. Sube a mi caballo y llévanos hasta allí.
Muy a su pesar, Kate se ruborizó. La habían confundido con una aldeana. Si su madre se enteraba le diría que le estaba bien empleado y si se enteraba su padre...
—No tiene perdida. Solo tienen que seguir hasta el próximo cruce y continuar recto y después el siguiente desvío a la derecha.
Él la interrumpió sin prestar atención a sus indicaciones.
—Vamos, muchacha… Ven con nosotros. Te dejaremos cerca de dónde vayas. No te vamos a comer…
Le dirigió una sonrisa que Kate supuso que pretendía ser seductora y le tendió la mano con la intención de ayudarla a subir a su montura.
—Les ruego que no me molesten más —dijo enérgica Kate—. No pienso subir a su caballo.
El que estaba callado miró divertido a su compañero.
—Vaya, capitán… Parece que esta se te resiste.
—¿Es que no es suficiente con diez chelines? —dijo aquel hombre sin perder su molesta sonrisa—. ¿Cuánto nos quieres sacar?
Kate estaba furiosa. Cualquiera de sus amigas se habría muerto de vergüenza pero ella no pensaba acobardarse delante de aquellos engreídos.
—Soy Miss Katherine Elizabeth Bentley y mi padre es el caballero Thomas Bentley, de Ingram Country. No pienso ir con ustedes a ningún sitio y les exijo que me traten con el respeto que merezco.
Los dos se quedaron ligeramente sorprendidos pero se miraron entre ellos y se echaron a reír. Kate no se había sentido tan humillada en su vida. Aquel hombre odioso la miró de nuevo y le hizo una burlona reverencia.
—Milady… Disculpe nuestra rudeza, yo solamente soy el capitán James Kenneth y él es mi compañero, el teniente Willian Harding. Venimos de Surrey y estamos perdidos en esta comarca, pero en consideración a su rango subiremos nuestra oferta a una libra.
—Es usted un indeseable, capitán, y una deshonra para nuestro ejército —dijo Kate con todo el desdén que consiguió reunir.
Los soldados se rieron aún más.
—Es lo mismo que dice el coronel, ¿verdad, Harding?
—Cierto. Te ha calado a la primera, Kenneth…
—¿Significa eso que no somos lo suficientemente buenos para que nos acompañe, Miss…? —dijo el tal Kenneth que no debía o tal vez solo no quería recordar su nombre.
—Bentley… —apuntó su compañero solicito.
—Significa que me están molestando y que les agradecería que me librasen de su presencia —dijo Kate cada vez más indignada con ellos.
—No deseamos más que complacerla, ¿no es así, Harding? —cedió él renunciando aparentemente a seguir pinchándola—. ¿A la derecha decía?
—Piérdanse —murmuro Kate entre dientes.
Volvió a oír sus risas. El capitán soltó por fin su caballo y pasaron de largo, pero no se alejó lo bastante como para que Kate no pudiese escuchar su comentario y las carcajadas de su amigo.
—Creo que me va a gustar esto, Harding. Si las damas andan solas por los caminos que no harán las doncellas…
Kate deseó no haber sido una dama para así poder mandarlos a los dos al infierno, pero los soldados se perdieron pronto de vista y ella aceleró aún más su paso tragándose como pudo su orgullo.
Cuando llegó a su casa, Ethel, la única criada que podían permitirse el lujo de mantener y que llevaba prácticamente toda la vida con ellos, estaba esperándola en el umbral.
—Por favor, señorita… ¿Cómo se le ha ocurrido? Su padre está furioso y su madre tiene un ataque de nervios. Quítese eso y póngase esta ropa. ¡Dios mío, cómo viene! La están esperando en la sala.
Kate se soltó la capa y se colocó una bata encima de la ropa mojada, se quitó las botas y las medias y se puso unas zapatillas, con el pelo era imposible hacer nada, aunque de todas formas daba igual... Tomó aire y fue al encuentro de su padre.
—¿Me llamabas, padre?
—¿Qué si te llamaba? —rugió su padre—. ¡Daba igual que te llamase porque no estabas para responder! ¿Has perdido el poco juicio que te quedaba? ¿Crees que es normal corretear por el campo con este tiempo?
—No pensaba que fuese a llover tanto y…
—¡Calla! ¡Calla y vete a tu cuarto a secarte antes de que enfermes y nos cuestes un dineral en medicinas!
—No te molestes en llamar al médico por mí, padre… Procuraré curarme sola.
—¡Desde luego que no pienso llamar a ningún médico! —dijo su padre aún más irritado por la rebelde displicencia de Kate—. ¡Y quedan terminantemente prohibidos los paseos y las salidas! ¿Lo has comprendido?
—Perfectamente, padre.
—¡Pues ahora retírate de mi vista!
—Sí, padre.
Kate se fue hacia las escaleras directa a su cuarto. En otras circunstancias habría lamentado el castigo, pero hoy no se sentía demasiado apenada. Se le habían quitado las ganas de andar por los caminos.
Al menos hasta que se marchasen los soldados…

2.


El ajado carrillón del comedor dio las seis de la tarde. Kate lo oyó, pero no se inmutó. Siguió contemplando el paisaje apoyada en el quicio de la ventana de su dormitorio. Las tardes siempre eran largas y aburridas y no había mucho que hacer para remediarlo, más que dejar vagar la imaginación. Algún tiempo atrás, cuando aún era una niña, había soñado con aventuras y acontecimientos dramáticos similares a los de las novelas que devoraba, sucesos que la liberarían de la rutina y de las caras amargas que veía a su alrededor, pero los años habían ido transcurriendo y ahora, a sus veintitrés años, además de una mente despierta, gozaba de un férreo sentido común y sabía que no habría emociones ni peligros en su vida. Solo la realidad, pesada, inevitable y nada estimulante.
Ethel entró en la habitación.
—Pero Miss Kate, ¿todavía está así? Su padre ha dicho que saldrían a las siete. Por favor, apresúrese. No le haga esperar.
Kate se apartó de la ventana de mala gana. Otro pesado baile en el que aguantar a todos los insoportables nobles locales que volverían a mirarla de arriba abajo antes de dirigir su atención hacia objetivos más ventajosos. Al menos estaría Jane. Ya debía haber vuelto de su viaje a Londres. Si su padre no le hubiese prohibido salir sola, ya habría ido a visitarla sin pérdida de tiempo.
Sin duda Jane era muy afortunada. Ella deseaba tanto viajar… Londres debía ser por entero diferente a cuanto ella conocía. Por otra parte no es que conociese gran cosa. Jamás había salido del condado. Otros paisajes, otra gente, otro mundo distinto y en el que su lugar no estuviese tan injusta y arbitrariamente delimitado. Sí, aquello era con lo que Kate fantaseaba en su ventana.
La doncella sacó del armario con mucho cuidado un vestido de gala. Era uno de los más bonitos que tenía, de fina muselina bordada, blanco y de talle imperio y con un escote más que amplio. Kate no terminaba de encontrarse a gusto con él, y no porque no le favoreciese, más bien todo lo contrario, pero no le gustaba llamar la atención y con ese vestido tenía la sensación de exhibirse demasiado.
—Ese no, Ethel.
—El azul está roto y no me ha dado tiempo a coserle y el de flores tiene una mancha que no sale de ninguna manera y este lo llevó la semana pasada.
Kate sabía que Ethel tenía razón. Su vestuario era muy limitado. No podía permitirse elegir.
—Está bien, está bien. Me lo pondré.
—Estará preciosa. Deje que la peine.
Ethel le hizo un recogido alto de estilo francés dejando que algunos mechones le cayesen sueltos atrás y alrededor del rostro. Iba muy bien con el vestido y le daba un aire sofisticado y a la vez mundano que Kate estaba lejos de poseer, pero no le disgustaba aparentarlo.
A su llegada a la fiesta, Jane fue corriendo a abrazarla.
—¡Kate, cuántas ganas tenía de verte! ¿Por qué te has puesto tan guapa? —protestó su amiga con bienhumorada sinceridad—. Nadie me mirará si estoy a tu lado.
Jane era una bonita rubia de rasgos dulces, tan dulces como su carácter, y tenía multitud de admiradores, también ayudaba a eso la acomodada situación de su familia, pero aquella noche Jane lucía pálida al lado de Kate.
Era cierto que estaba especialmente linda. Aquel delicado y un tanto atrevido vestido blanco realzaba la tonalidad ligeramente tostada de su piel, no tan clara como dictaban las modas, y contrastaba bien con la vaporosa muselina blanca, y también hacía que destacasen sus rasgados ojos negros y sus ensortijados cabellos oscuros, esmeradamente torturados con las tenacillas para aparentar una naturalidad absolutamente falsa, pero eso sí, muy conseguida.
—No digas tonterías, Jane —dijo Kate lamentando otra vez haberse arreglado tanto, total para una insípida reunión de vecinos—. Yo sí que estaba deseando verte. Tienes que contarme todo lo que has hecho.
—Si supieras… —se quejó Jane—. No he hecho absolutamente nada interesante. Mi tío me ha tenido visitando a viejas damas octogenarias todo el mes. No ha celebrado ni un solo baile. ¿Puedes creerlo? No puedo estar más feliz de haber vuelto. ¿Sabes que el regimiento está a punto de llegar?
—Puedes estar segura de que lo sé —dijo irónica Kate.
—¿No es emocionante? De hecho Mr. Perkins ha invitado a dos oficiales esta noche. ¡Oh, Kate! —añadió Jane más entusiasmada—. Me los ha presentado cuando he llegado. Ven, te diré dónde están. Mira, ahí, junto a Mr. Martins. Es el capitán… Ahora no recuerdo el nombre. ¿No es el hombre más apuesto que hayas visto en tu vida? —dijo apreciando la considerable estatura y el atractivo perfil de un hombre de unos treinta y cinco años situado en el lado opuesto de la sala y al que había que reconocer que no le sentaba nada mal el uniforme rojo con la abotonadura dorada.
—Kenneth… Capitán Kenneth —dijo Kate con frialdad.
—¡Eso es! ¿Ya le conoces?
—Podría decirse que sí… —refunfuñó Kate.
Estaba acompañado por el mismo oficial que aquel otro día y, pese a la distancia, Kate vio como desviaba en ese momento su mirada hacia ella. Primero la observó con interés y cierta curiosidad. Ella aguantó su mirada. La expresión de Kate no era amable. Él no tardó en sonreírla divertido. La había reconocido. Kenneth le hizo un gesto con la cabeza a modo de saludo. Kate se giró con rapidez.
—¡Kate! —se sorprendió Jane casi escandalizada por lo que acababa de contemplar—. ¿De qué le conoces?
—Ya te lo contaré, Jane. Volvamos a nuestro sitio, por favor —suplicó Kate incómoda.
Fueron a sentarse junto a su madre y a petición de Kate, Jane empezó a relatarle todos los pormenores de su viaje. Apenas llevaban allí unos minutos cuando los dos oficiales aparecieron delante de ellas acompañados por Mr. Perkins.
—¿Cómo pueden estas dos preciosas muchachas estar aquí sentadas? En mis tiempos no dejábamos que algo así ocurriese —dijo jovial Mr. Perkins—. Permítanme que haga los honores y les presente a una de nuestras jóvenes más encantadoras. Miss Kate Bentley, el capitán James Kenneth y el teniente William Harding. Están preparando la llegada del regimiento. A Miss Denvers ya la conocen, ¿no es así?
—Ya tenemos ese placer, y diría que Miss Bentley me es familiar… —replicó con malicia el capitán Kenneth.
—¿De veras? —preguntó Mr. Perkins extrañado —. ¿Ya os conocíais, Kate?
—Quizá el capitán me confunde —dijo ella ácida—. Tengo un rostro demasiado vulgar.
—No creo que nadie que te vea sea capaz de decir eso y estoy convencido de que el capitán no lo cree —aseguró caballeroso Mr. Perkins.
—Estoy seguro de que vulgar no es un adjetivo con el que se pueda describir a Miss Bentley —dijo Kenneth con una burla bailando en sus ojos que seguramente solo Kate pudo percibir.
—Ya ves, Kate, ¿quién dice que los soldados no puede ser corteses? Les dejo con estas jóvenes, caballeros. Son unas excelentes bailarinas.
Harding se dirigió inmediatamente a Jane y le solicitó el baile que iba a dar comienzo en ese instante, ella accedió y se unieron al resto de parejas. Kenneth miró a Kate que seguía sentada y le ignoraba visiblemente.
—¿Y yo, Miss Bentley, sería tan afortunado de que me concediese este baile?
Había pronunciado aquellas palabras, aparentemente corteses, en un tono tal que Kate las sintió como una nueva y declarada burla.
—Me encuentro cansada, capitán. No tengo deseos de bailar.
Su madre, que estaba detrás de ella, la miró horrorizada e intervino en la conversación.
—Pero Kate, ¿qué va a pensar este caballero? Discúlpela, capitán, es verdad que hoy ha sido un día agotador. Hemos estado paseando antes de venir, pero enseguida se repondrá, ¿verdad, Kate?
Ella guardó silencio y continúo mirando hacia las parejas que buscaban su lugar para iniciar la danza.
—Desde luego por su aspecto y frescura nunca hubiese pensado que Miss Bentley se cansase con facilidad. Parece capaz de resistir largos paseos…
Kate le lanzó una mirada asesina que fue respondida por una sonrisa que a Kate se le antojó perversa. Desde luego era el hombre más odioso que hubiese conocido en su vida.
—¿Disfruta mucho paseando, Miss Bentley? —dijo él con la más correcta formalidad posible.
—Unas veces más que otras —ladró ella.
Las palabras de Kate habían sonado visiblemente molestas. Su madre les miraba a los dos con extrañeza, su padre empezaba a dirigir su atención hacia ellos. Kate se sintió acorralada. No pensaba quedarse allí sentada jugando más tiempo al gato y al ratón, sobre todo si ella era el ratón.
—Ya me encuentro mucho mejor, capitán. ¿Desea que nos unamos al baile?
—Será un placer.
La tomó de la mano y la acompañó hasta el centro de la sala para unirse a los danzantes. Al principio Kate estaba decidida a permanecer en silencio e ignorar sus impertinencias, pero el hecho de que fuese él quien estuviese callado y se limitase a observarla con descarada atención la hizo sentir nerviosa y decidirse a charlar con él.
—No entiendo, capitán, su interés en querer pasar quince minutos con alguien que le ha mostrado de manera evidente su desagrado. Debe disfrutar usted mucho provocándolo.
Sí que debía de disfrutar porque Kenneth se echó inmediatamente a reír.
—Además de otros visibles dones aprecio que es usted muy inteligente, Miss Bentley —dijo mientras tomaba la punta de sus dedos enguantados para llevarla por el pasillo que formaban para ellos las otras parejas—. Ya habrá notado lo mucho que me ha divertido su compañía en el corto espacio de tiempo que he podido disfrutar de ella.
—Es muy notoria, en efecto, su diversión —dijo ella picada.
—Tanto como su disgusto… —volvió a reír él pero de un modo más suave, seguramente, como mostraron sus palabras de después, tratando de hacerse perdonar—. Vamos… No sea rencorosa. Cualquiera en mi lugar podría haber cometido el mismo error. Le aseguro que si la hubiese visto como la veo ahora no la habría confundido con una campesina.
—Está muy equivocado si piensa que mi actitud hacia usted se debe a esa confusión —dijo muy digna Kate—. No me molestó en absoluto que me confundiese. Me molestó el modo en el que se comportó y en el que se sigue comportando. Cualquier mujer merece ser respetada, sea una criada o una señora, y es evidente que usted no respeta a ninguna de ellas —terminó ella y a su modesto parecer quedó brillantemente justificada.
Pero él no pareció muy afectado por su censura y la observó aún con mayor interés si cabe, y la sonrisa burlona que no había desaparecido de su rostro desde que se habían conocido pareció disiparse un tanto para convertirse en una profunda y turbadora mirada que hizo que Kate se fijase en sus ojos. Eran azules y muy claros y la observaban de un modo decididamente cálido, sin embargo había en ellos un matiz frío que la estremeció.
—Es cierto que no hago muchas diferencias entre criadas y señoras, y en cuanto a lo que respeto… Bien… Supongo que mi criterio no coincidiría con lo que la mayoría de los que están aquí reunidos respeta. Pero no dudaría en afirmar que usted lo posee, Miss Bentley…
Sus ojos seguían fijos en los suyos y su mano la retuvo por más tiempo de lo que era estrictamente necesario. Kate sintió el calor subiendo a sus mejillas. Desvió la mirada y le dio de lado continuando con la danza, y mientras giraba una y otra vez a su alrededor trató de tranquilizarse.
Esa mirada le había hecho sentir… No podía describirlo… No era correcto describirlo y desde luego no era buena idea seguir pensando en ello mientras él la observaba claramente divertido. Kate no recordaba que nadie antes la hubiese hecho sentirse así. Unos cuantos hombres le habían hecho más o menos la corte desde que a los quince la presentasen en sociedad, la mayoría jóvenes caballeretes irresponsables dispuestos a prometerle la luna, que tras la desaprobación de sus familias dejaron incluso de saludarla. También hubo un caballero maduro y adinerado, untuoso y lisonjero que la persiguió tenazmente durante un tiempo. Ella le huía como de la peste cuando se encontraban en cualquiera de los bailes del condado. Pero dejando a un lado su mayor o menor insistencia, todos sus cortejadores le habían parecido a Kate sin excepción invariablemente estúpidos e insoportablemente aburridos. Sin embargo el capitán Kenneth… No, desde luego él no era como esos caballeros, con seguridad no era ni estúpido ni aburrido. Es más, Kate habría afirmado que ni siquiera era un caballero. En cambio no estaba segura de si aquello que él hacía podía calificarse de cortejo…
El baile aún seguía y seguía. Kate había perdido del todo el interés por conversar y tampoco él parecía querer añadir nada más. Así que ella continuó dando sus pasos y evitando en todo lo posible que sus miradas se cruzasen, pero eso no impedía que sintiese sus manos tomando las suyas, o su cuerpo rozar con el de él mientras danzaban, de un modo dolorosamente consciente.
Por fin el baile acabó de una dichosa vez y Kate apenas esperó al saludo para salir corriendo a sentarse en su silla, sin aguardar a que él la acompañase y rogando porque no fuese tras de ella. No se sentía con ánimo para enfrentarse de nuevo con él. Odiaba como le había hecho sentir y sobre todas las cosas no quería que se lo notase.
Jane vino a sentarse junto a ella. Venía encantada.
—Kate, no puedes ni imaginarte lo gentil que es Harding. Me ha pedido otro baile —dijo feliz—. Pero tú has bailado con el capitán… Cuéntame que te ha dicho —y añadió bajando un poco más el tono de su voz—. ¿Cuándo le conociste?
—Desde luego el capitán no es en absoluto gentil, Jane, y no puedes imaginar cómo le aborrezco —aseguró Kate nerviosa—. Ha sido un suplicio bailar con él. Y sobre lo que me preguntabas… —añadió en un susurro—. Me crucé con ellos cuando paseaba y no fueron nada corteses. Aunque está claro que Harding solo le ríe las gracias al capitán.
—Pobre Kate —dijo sinceramente Jane—. Lo siento mucho. Le diré que estoy indispuesta y me quedaré contigo.
—No será necesario, Jane, de verás. No pienso darle el gusto de verme intimidada.
En ese momento llegó Marcia Stevens. Todas las hermanas Stevens eran terriblemente cotillas, no había rumor que ellas no conociesen y una vez que lo conocían no se encargasen de propagar, además tenían un enorme talento para enterarse de cualquier chismorreo.
—Kate… —dijo Marcia con su habitual tono entre confidencial y escandalizado—. No he podido dejar de ver como bailabas con el capitán. Estaba con Mrs. Astor, que como sabéis vive en Leicester pero está pasando unos días con su hermana, y cuando ha visto al capitán se ha sorprendido mucho y me ha dicho que le extrañaba que estuviese invitado. Yo le he preguntado sorprendida que por qué y me ha contestado que había oído cosas horribles de él… —Marcia bajó aún más la voz aunque no pensaba marcharse del baile hasta que comentase con todo el mundo aquella noticia—. Resulta que por lo visto comprometió a una joven sobrina de unos conocidos suyos, Miss Sulfork… y fue tan grave el asunto que su hermano le desafió a un duelo, pero él capitán Kenneth se negó a batirse y el mismísimo coronel de su regimiento tuvo que excusarse y presenta sus disculpas por él.
Las dos la miraban boquiabiertas. Ni siquiera Kate habría podido imaginar algo así. Marcia disfrutaba enormemente de la atención que había despertado y fue Jane quien preguntó lo que todas estaban pensado.
—¿Y la joven se quedó…?
Jane no terminó la frase, incluso se sonrojó y miró nerviosa hacia dónde estaba su padre por temor a que pudiese escucharla.
Marcia hizo una mueca de desilusión.
—No, parece ser que no… pero eso no quiere decir… En fin… Ya sabéis…
Las tres callaron un poco turbadas, ni siquiera Marcia era tan descarada como para continuar, pero Kate no pudo evitar buscar al capitán con la mirada. No tardó en localizarle y cuando lo hizo descubrió que él también la estaba mirando.
Y la sonrisa burlona había vuelto a sus labios.

?
3.
La noticia corrió como la pólvora y al día siguiente en todas las salas de visitas de todas las residencias del condado no se hablaba de otra cosa más que del indeseable capitán Kenneth que se había aprovechado de la buena voluntad de Mr. Philips y de la pobre Kate, que había tenido que sufrirle.
Y la que más hacía referencia a ello en la sala de visitas de los Denvers era la propia madre de Kate, que al parecer había olvidado que había sido ella la que prácticamente había empujado a Kate a bailar con él.
Kate sufría con escaso ánimo las quejas de su madre y se sentía casi más violenta que el día anterior.
—Ese hombre horrible... ¿Cómo se atreve a presentarse en una casa decente? Ya no puede una confiar en nadie. ¿Y por qué permite el ejército que un hombre así sea capitán? Deberían haberlo expulsado de la armada.
—Es ese maldito Napoleón el que tiene la culpa de todo —afirmó convencida Mrs. Denvers—. No sé cómo dejaron que escapase de aquella isla en la que estaba desterrado, y ya se sabe que los prusianos y los rusos no son capaces de hacer nada por sí mismos. Tendremos que solucionarlo nosotros como siempre… Así que imagino que no podrán renunciar a ningún oficial por muy desagradable que sea.
—Es desde luego lamentable —se quejó Mrs. Bentley—. No me extraña que la dichosa campaña no termine nunca con esa clase de hombres al mando. ¿Y cuánto tiempo se supone que van a estar aquí?
—Hasta que el duque de Wellington los reclame, según tengo entendido —aseguró Mrs. Denvers dándoselas de experta aunque solo repetía lo que había oído contar a su marido—. Parece ser que ahora las cosas están calmadas pero no será por mucho tiempo.
—Bien, espero no tener que volver a encontrarme con él y si me lo vuelvo a cruzar en ningún caso le devolveré el saludo. ¡Avergonzar así a Kate!
Kate escuchaba horrorizada a su madre. Mrs. Denvers era de confianza, pero también estaba presente Mr. Denvers que a pesar de estar aparentemente abstraído por la lectura no dejaba de escuchar la conversación de las dos mujeres, y al oír este comentario levantó la vista y decidió intervenir.
—Vamos, Mrs. Bentley… Yo también estuve presente y no creo que Kate quedase de ninguna manera avergonzada. Y también conocía la famosa historia de Miss Sulfork y de hecho conozco en persona a la misma Miss Sulfork… Su padre falleció hace años y su madre no tiene mucho sentido común y debo decir que la joven en cuestión tiene más pájaros en la cabeza que un roble en primavera, y su hermano, el caballero desafiante, cuenta apenas con diecisiete años. Estoy seguro de que el capitán lo habría liquidado antes del desayuno sin despeinarse uno solo de esos dorados cabellos suyos que al parecer vuelven a las muchachas aún más tontas de lo que ya son —dijo Mr. Denvers mirando por encima de las gafas hacia su hija que le devolvió el gesto con un mohín de justa indignación—. Y que conste que no lo estoy defendiendo. Un hombre de honor no puede dar lugar a estas habladurías, pero Kate es una muchacha juiciosa y responsable, y actuó con total corrección y no creo que ni el capitán, ni un almirante siquiera puedan avergonzarla.
Kate agradeció con la mirada las palabras de Mr. Denvers y Mrs. Denvers decidió que era un buen momento para intentar cambiar el tema de conversación.
—Olvidémonos de él y hablemos de otras cosas más agradables, querida amiga. ¿Sabes que Mr. Bryce ha vuelto a Huntington?
—No había oído nada. ¿Quién te lo ha dicho?
—Él mismo ha pasado esta mañana por aquí y nos lo ha contado. Y piensa ofrecer una recepción —añadió satisfecha Mrs. Denvers.
—Mientras no invite a esos dichosos oficiales… —siguió en sus trece Mrs. Bentley sin dejarse convencer.
—Mamá, por favor… —suplicó Kate.
—No te preocupes, querida —dijo Mrs. Denvers golpeando suavemente la mano de su amiga—. Ya nos encargaremos de que no estén invitados, ¿verdad, George?
—No seré yo quien le diga a nadie a quien debe y a quien no debe invitar a su casa —dijo impasible Mr. Denvers.
—Oh vamos, George… —se lamentó Mrs. Denvers—. No creo que te cueste tanto…
—No tengo ninguna intención de perder mi tiempo con cotilleos de vecinas, para eso ya estáis vosotras…
—¡George! —volvió a quejarse su mujer, pero sin molestarse en insistir, pues sabía que cuanto más lo hiciese, más se negaría su esposo.
Mr. Denvers volvió a su libro y las señoras siguieron con su charla. Jane y Kate salieron al jardín por sugerencia de Jane. Una vez fuera Kate pudo al fin desahogarse.
—Ojalá mi madre dejara de estar quejándose continuamente, Jane. Tú ya sabes lo mucho que me desagrada el capitán Kenneth, pero que le dé tanta importancia me molesta aún más.
—Olvídalo, Kate… Es tan emocionante... ¿Qué te dijo?
—Estás loca, Jane —replicó Kate moviendo la cabeza—. ¿Qué tiene de emocionante que un hombre al que todos desprecian baile contigo ante todos tus conocidos?
—Por favor, Kate, lo sabes de sobra… —aseguró Jane mirándola cómplice—. No me importa lo que digan todas esas antiguallas. La verdad es que comprendo a Miss Sulfork —rio con picardía Jane—. Y aún estoy esperando que me cuentes lo que te dijo…
—Si no supiese que bromeas, me enfadaría contigo, Jane —dijo sensata Kate—. Y no me dijo nada de particular, que no respeta ni a las señoras ni a las criadas es quizá lo más destacable que me contó.
Jane se llevó la mano a la boca.
—¿De veras te dijo eso?
—No lo dijo exactamente así —reconoció Kate—, pero creo que ese era el mensaje. ¿Qué te dijo a ti Harding?
—¡Oh! Lo típico… que bailaba maravillosamente, que era igual que una pluma, que nunca había visto un salón tan agradable… pero lo dijo con una sonrisa tan encantadora… —dijo Jane llevándose la mano al pecho y fingiendo un amago de desmayo que logró su objetivo de hacer reír a Kate—. ¿Crees que a él tampoco le invitarán ya a los bailes?
—No lo sé, Jane, pero no te preocupes. ¿No va a llegar todo un regimiento?
Jane río feliz.
—Tienes razón, seguro que hay decenas de oficiales aún más encantadores y apuestos que Kenneth y Harding juntos.
Kate no quiso llevar la contraria a su amiga, pero pensó para sí que con absoluta seguridad no habría en toda la armada muchos hombres como el capitán. Por fortuna, sin duda…?


4.
A la semana siguiente el regimiento ya había tomado la comarca. Había soldados por todas partes y una atmósfera de excitación parecía haberse contagiado entre todos los habitantes del lugar, especialmente entre los más jóvenes. Todos los muchachos querían alistarse y todas las muchachas deseaban enamorarse, para desesperación de sus padres que solo esperaban que el regimiento se marchase lo antes posible a luchar contra los franceses, como era su obligación, en lugar de trastornar la pacífica rutina de sus vidas.
Esa mañana, Kate había ido con Jane y la madre de esta al pueblo a hacer algunas compras. Aún no había terminado el invierno pero el día era sorprendentemente agradable así que habían salido en el coche abierto. Jane quería comprarse un sombrero y su madre debía hacer algunos recados. Estaban esperando solas en el coche, ya que el lacayo había acompañado a Mrs. Denvers, cuando Jane vio al capitán.
—¡Kate, mira quién está ahí!
Kate se volvió y vio al capitán Kenneth montado a caballo avanzar justo en su dirección. Como siempre que se encontraban, una extraña sensación se apoderó de ella, además del disgusto que le inspiraban sus modales y su actitud, odiaba que la hiciese sentir de ese modo. Él capitán la turbaba y la ponía nerviosa, y no estaba acostumbrada a sentirse así. Por lo común Kate era una joven resuelta y segura de sí misma, y despreciaba a todas esas muchachas que se aturullaban y apenas eran capaces de musitar dos palabras seguidas cuando alguien se dirigía a ellas.
—Buenos días, Miss Bentley… Miss Denvers… Que afortunada casualidad encontrarlas por aquí.
—No podemos decir lo mismo, capitán —respondió Kate sin apenas dedicarle una mirada.
—¡Kate! —le reprochó Jane—. No le haga caso, capitán… ¿Y el teniente Harding? ¿No le acompaña?
—No, pero lamentará no haber venido conmigo cuando sepa que he tenido el placer de saludarlas —aseguró Kenneth para mayor satisfacción de Jane.
—Salúdele de mi parte —dijo Jane con su característica afabilidad—. ¿Vendrán está noche a la recepción de Mr. Bryce?
Kate le dio un pisotón a Jane. Ella hizo como si no lo hubiese notado y continuó mirando al capitán. Él las contestó sin perder la sonrisa.
—Me temo que no estoy invitado y creo que Harding tampoco.
—Es una verdadera pena, capitán… —se lamentó Jane.
—Seguro que Miss Bentley no comparte su opinión —replicó él mirando con interés a Kate.
—Me es absolutamente indiferente que acuda usted o no acuda a fiestas —dijo ella impasible.
—En cambio yo le aseguro que lamento perdérmela. Disfrute mucho de su compañía en casa de Mr. Philips.
Kate dejó de mirar hacia el cercado de los Blossom para volverse directamente hacia él y replicarle desafiante sin dejarse impresionar por su actitud provocadora.
—Si tanto lamenta usted no estar invitado, quizá debería conducirse con mayor caballerosidad, si eso le fuese posible.
Él la mostró de nuevo esa sonrisa que parecía no perder nunca cuando se dirigía a ella.
—No deja de sorprenderme, Miss Bentley, es usted encantadoramente directa. No es algo muy frecuente en una mujer. Pero tiene razón… No me es posible actuar de otro modo al que lo hago, así que supongo que tendré que resignarme a no ser invitado. Sin embargo, de alguien con tan elevados principios como los que sin duda usted practica, Miss Bentley, esperaba más ecuanimidad. ¿No debería haber tenido oportunidad de defenderme de las acusaciones que se me hacen?
Ahora era Jane la que miraba nerviosa a Kate. Si su madre aparecía no le iba a gustar nada esta conversación, y por la expresión de Kate, Jane comprendía que no se iba a echar atrás.
—Explíquese usted tanto como desee. No tenemos nada mejor que hacer que escucharle, ¿verdad, Jane?
—En realidad, Kate, deberíamos…
—Es una historia muy corta, Miss Denvers —le interrumpió Kenneth—. Ocurrió que me marchaba de una reunión en casa del mayor White cuando coincidí con Miss Sulfork en los jardines y me dijo que no se encontraba muy bien y que tal vez yo pudiese llevarla a su casa en mi coche. Yo le estaba explicando a Miss Sulfork la imposibilidad de hacer tal cosa, incluso si así lo hubiese deseado… —puntualizó con una sonrisa cínica—, ya que no poseo ni he poseído jamás un coche. Miss Sulfork estaba todavía intentando asimilar esa idea en su linda pero algo lenta cabeza, cuando su hermano nos encontró conversando —dijo Kennenth haciendo especial énfasis en aquella palabra—. Sin embargo el hermano de Miss Sulfork debió malinterpretar la situación y tuvo la absurda idea de que Miss Sulfork y yo debíamos casarnos de inmediato. Algo en lo que no podía complacerle, aún el caso de que Mis Sulfork no hubiese sido irremediablemente estúpida, ya que no creo en el matrimonio. Después tuvimos unas diferencias sobre como zanjar el asunto, sin duda a causa de la juventud de Mr. Sulfork, pero yo no quería añadir un cargo más a mi conciencia…
El capitán ya no sonreía y parecía retar a Kate a que lo contradijese.
—Supongo que para juzgar con justicia deberíamos escuchar también la versión de Miss Sulfork —dijo ella que no estaba dispuesta a ceder así como así.
Él volvió a sonreír, aunque sin la menor muestra de alegría, y le hizo un gesto de asentimiento.
—Desde luego… Salúdenla de mi parte cuando se la encuentren.
Había una tensión en el ambiente sumamente molesta. Jane estaba muy arrepentida de haber preguntado nada e intentó suavizar las cosas.
—No será necesario, capitán. Confiamos absolutamente en su palabra, y considero que es muy injusto que se le haga culpable de esa situación.
Él se volvió hacia ella y le respondió brusca y duramente.
—No se preocupe por eso, Miss Denvers. He hecho cosas mucho peores que el asunto de Miss Sulfork, así que supongo que al final todo queda equilibrado.
Jane se sonrojó y miró apurada a Kate. Él recuperó otra vez su sonrisa sarcástica y las hizo un saludo con la cabeza a la vez que azuzaba al caballo.
—Señoritas, ha sido un verdadero placer conversar con ustedes. Espero poder disfrutar de él más a menudo.
Cuando se marchó, Kate respiró hondo y miró a Jane que estaba consternada.
—Y bien, Jane, ¿qué opinas ahora del capitán?
—No me había sentido tan incómoda en toda mi vida, Kate —se quejó apenada Jane—. ¿Por qué has tenido que seguirle la corriente?
—¿Yo? Pero si has empezado tú.
—Sí, pero tú le has seguido el juego. Te aseguro he cambiado de opinión y que me guardaría mucho de ir con el capitán a ninguna a ninguna parte, ni en coche ni a pie. No sé en que estaría pensando Miss Sulfork… Estoy segura de que ese hombre es capaz de cualquier cosa.
—Yo también lo creo, Jane —asintió Kate.
—¿Y has oído lo que ha dicho? Que no cree en el matrimonio.
Jane miraba a Kate ligeramente escandalizada. Kate le sonrió y cogió la mano de su amiga.
—De todas formas, Jane, ¿quién querría casarse con él?
Las dos rompieron a reír.
—Tienes razón, Kate. Olvidemos al capitán. Seguro que esta noche encontraremos a alguien más cortés que él, y quizá incluso quiera casarse…
—Nunca hay que perder la esperanza. ¿Qué te vas a poner?
Jane empezó a contar a Kate con todo detalle lo que pensaba llevar esa noche al baile, pero al poco tiempo los pensamientos de Kate estaban en otra parte. A pesar de la antipatía que sentía hacia el capitán Kenneth no podía dejar de reconocer que admiraba el hecho de que se hubiese negado a casarse con Miss Sulfork, que poseía una renta de más de cinco mil libras anuales, solo por su falta de fe en el matrimonio y por el simple, aunque inevitable hecho, de que era estúpida. La mayoría de los hombres que ella conocía no habrían puesto muchos impedimentos por ese pequeño fallo. Desde luego tenía que admitir que el capitán no era un hombre convencional, y aunque jamás lo confesaría, ni siquiera ante Jane, si tenía que ser sincera, debía reconocer que el baile sería mucho menos interesante sin él.

 

 

5.
Mr. Bryce era un rico hacendado que poseía una de las mansiones más hermosas y lujosas de toda la comarca. Sin embargo esta era sólo una de las muchas residencias que poseía y pasaba largas temporadas fuera de ella, lo cual era motivo de disgusto para las familias de la vecindad. Para compensarlo y para satisfacción de todos, cuando regresaba, su esposa y él organizaban numerosos bailes y recepciones a los que asistían, no sólo sus convecinos, sino también sus muchas amistades y familiares.
Ese día había invitado al coronel del regimiento, que había venido acompañado de su esposa y de otros militares de alto rango. En un rincón apartado se mantenían la hermana soltera de Mr. Bryce con otro caballero que nadie conocía. Este caballero había despertado gran curiosidad, precisamente por no ser conocido y por su aparente deseo de no querer tampoco darse a conocer, ya que no había sido presentado a ninguno de los asistentes. Por su porte y su elegante y despreocupada indiferencia eran muchos los que daban por supuesto que debía ser de alta cuna, lo que despertó inmediatamente una corriente de vivo interés a la que él permanecía ajeno, limitando su atención a la hermana de Mr. Bryce que parecía desvivirse por él.
Sin embargo, no había transcurrido demasiado tiempo cuando el coronel y su esposa se le acercaron y enseguida trabaron una animada conversación. En cuanto la charla cesó, Marcia Stevens no dejó perder la ocasión para acercase a la esposa del coronel, señora que se había mostrado extraordinariamente comunicativa y deseosa de participar en la sociedad local. Minutos después Marcia se dirigía feliz al grupo en el que estaban Kate y Jane.
—Tengo que reconocer que Mrs. Turner es una mujer encantadora. Ojalá que se quede aquí mucho tiempo. Resulta que su marido y el invitado de Mr. Bryce fueron compañeros de armas y le conoce perfectamente.
Kate se resistía a dar el gusto a Marcia de preguntar por algo que se veía que estaba deseando contar. Otra de las jóvenes lo hizo en su lugar.
—¿Y te ha dicho quién es?
La aludida tardó unos segundos en responder para aumentar la expectación.
—Se trata de Mr. Andrew Wentworth. Su familia tiene una mansión en Southampton y otra en Londres, su renta es de más de treinta mil libras anuales y es sobrino de Lord Albright.
Marcia calló para observar la reacción de sus amigas que miraron boquiabiertas a Mr. Wentworth. No todos los días tenían la ocasión de tener a su alcance al sobrino de un lord.
—Por lo visto Mr. Wentworth sirvió también en el ejército, pero dejó la armada hace algún tiempo para dedicarse a atender el patrimonio de la familia. Además tiene treinta y siete años, es viudo y no tiene hijos.
—Se ve que la hermana de Mr. Bryce quieren poner remedio rápidamente a esa situación —dijo Jane.
Todas se echaron a reír. Un caballero de tal posición no era fácil que se interesase por cualquiera de las jóvenes damas locales. Sólo los Bryce disponían de los medios y el linaje que posibilitarían semejante enlace. No había más que ver que ni siquiera se había dignado a ser presentado.
Pero eso cambió pronto… Un poco más tarde, Mr. Bryce que había estado atendiendo a sus invitados hasta ese instante, se acercó a Mr. Wentworth. Kate estaba a corta distancia de ellos y escuchó la conversación.
—Por el amor de Dios, Andrew. ¿Para esto te he traído aquí? No pensarás que voy a permitir que te aburras en un rincón...
—Sabes que odio bailar, Robert, pero lo cierto es que estoy disfrutando mucho de tu reunión.
—¿Disfrutando? Pero si solo has estado con Margaret…
Miss Bryce miró con poco aprecio a su hermano. Mr. Wentworth no parecía muy interesado en confraternizar ni tampoco en la hermana de su amigo.
—Estoy bien, Robert. No es necesario que…
—Por supuesto que es necesario —le interrumpió Mr. Bryce—. Ven, te presentaré a…
Su vista se fijó en Kate y Jane que estaban cerca de ellos.
—¡Miss Jane Denvers y Miss Kate Bentley! Sin duda las jóvenes más encantadoras que podrías desear conocer. Déjenme presentarle a mi amigo, Mr. Andrew Wentworth.
Él las saludó con una inclinación a la que las jóvenes respondieron con una graciosa y breve reverencia.
—Mr. Wentworth es un muy querido y aburrido amigo que ha prometido pasar unos meses con nosotros, así que tendrán que soportar su desagradable presencia.
—Es muy halagador por tu parte presentarme así, Robert. Comprenderás ahora por qué no me gusta que me presentes.
Wentworth miraba con aire grave a su amigo, pero él se echó a reír de buen humor.
—Demuéstralas que me equivocó y así yo quedaré desacreditado y tú justificado. Ya me contarán señoritas, que tal se ha portado mi amigo —dijo Mr. Bryce marchándose y dejándolas a solas con él.
—Disculpen a Robert. No hay que tomarle muy en serio, aunque me temo que tiene parte de razón… No soy una compañía muy divertida.
Mr. Wentworth acompañó sus palabras con una sonrisa que apenas desvaneció un poco su aspecto melancólico. Tenía un rostro de facciones nobles y correctas a la que cierta adustez triste no robaba, sino que prestaba más encanto. Aquella contenida aflicción despertó la simpatía de Kate.
—A todos nos ocurre más o menos a menudo aburrirnos en este tipo de reuniones. Ya que no nuestra diversión podemos compartir nuestro tedio —dijo Kate con una sonrisa.
Andrew Wentworth la miró con más detenimiento y sus ojos recuperaron un brillo que no acostumbraba a mostrar con frecuencia.
—No me perdonaría nunca condenarla a aburrirse conmigo, Miss Bentley.
Kate se desconcertó un poco y estaba pensando qué podía responder a eso cuando la hermana de Mr. Bryce que estaba conversando con su cuñada se unió a ellos.
—¡Queridas Kate y Jane! ¡Cuánto tiempo sin veros!
—Desde el verano pasado, Margaret —señaló Jane—. Os hemos echado mucho de menos.
—Si te digo la verdad, Jane no puedo decir lo mismo. Esto es tan anodino y mediocre… No sé cómo podéis soportarlo.
Las dos reprimieron el deseo de dejar plantada allí mismo a Margaret. Siempre habían sido una muchacha orgullosa y no muy agraciada, pero que se consideraba por encima de todas las demás.
—Sin duda ahora que habéis regresado vosotros hemos ganado en elegancia —contestó Jane, aunque su tono distaba de ser sincero.
—Espero que este año Robert no nos torture con estas continuas reuniones. Aunque por supuesto vosotras estáis invitadas a visitarnos cuando queráis.
—Eres muy amable, Margaret.
Era Kate quién había respondido, pero desde luego no sería ella la que acudiese a visitar a Margaret. Mr. Wentworth parecía otra vez aburrido y mostraba un aire ausente. Kate no estaba dispuesta a quedarse allí oyendo las impertinencias de Miss Bryce, temerosa al parecer de que alguien pudiese robarle la exclusiva de la compañía de su invitado.
—Ahora que veo a Mrs. Gardner recuerdo que tengo algo que consultarle, ¿vienes Jane?
—Sí, Kate. Encantada de conocerle, Mr. Wentworth.
—Lo mismo digo, señoritas. Espero que tengamos la oportunidad de vernos de nuevo —aseguró el con suave simpatía.
Kate y Jane se alejaron de allí y se fueron al otro extremo del salón.
—Maldita bruja… Nunca la he tragado. ¿Has visto cómo ha venido? Ni que pensase que nos le íbamos a comer, de todos modos que le aproveche... Le deseo a Mr. Wentworth un matrimonio muy feliz —dijo Jane irónica.
—No sé, Jane… Creo que ella está más interesada en él que él en ella.
—Sí a mí también me lo ha parecido. Es más, yo creo que le has gustado…
—Por favor, Jane… No hemos hablado ni dos minutos.
—¿Y eso qué tiene que ver? Oh, Kate… Sería estupendo verle cortejarte sólo por ver la cara de Margaret.
—Seguro que sí, Jane. Ya ves cómo nos llueven los admiradores.
Casi como respuesta a sus palabras no tardaron en acercarse dos jóvenes oficiales a pedirles el próximo baile, ambas aceptaron y poco después ya danzaban en compañía de sus respectivas parejas.
Kate pasó los veinte minutos que duró la danza soportando los errores y las torpes disculpas de su acompañante. Sin poderlo evitar se encontró echando de menos la sonrisa maliciosa y la turbadora mirada del capitán Kenneth. Sin embargo, si hubiese mirado a su alrededor con más atención, se habría encontrado con que había otros ojos en el salón que tampoco dejaban de observarla.

?
6.
Unos cuantos días después, Kate se encontraba en el reducido jardín de su casa, intentando dejarlo al menos un poco más aparente, cuando llegó un lujoso carruaje. Se quedó perpleja. No esperaban visita, y nadie de los que los visitaban tenía ese coche.
Un criado de librea se bajó y se dirigió a Kate. El criado iba mucho más elegante que Kate.
—Traigo un mensaje de Lady Carter para Mrs. Bentley. ¿Podría entregárselo?
—Sí, como no… Por supuesto.
El criado se marchó y Kate fue a buscar a su madre. Lady Carter era una excéntrica y anciana, aunque aún influyente dama, que vivía en una gran finca no muy lejos de allí, sin embargo apenas hacía vida social y Kate no recordaba cual era la última ocasión en que la había visto, y en cualquier caso su madre no tenía la menor relación con ella. Era muy extraño que esa señora escribiese a su madre.
—Mamá, mira lo que han traído.
—A ver... ¡Lady Carter! ¿Quién la ha entregado?
—Uno de sus criados.
La madre de Kate abrió la carta.
—¡Es una invitación, Kate! —dijo su madre entusiasmada—. Para ti y para mí. Nos pide que vayamos esta tarde a tomar el té a su casa.
—¿A su casa? ¡Qué extraño! ¿Por qué nos invitaría Lady Carter? —preguntó Kate verdaderamente intrigada.
—¿Y por qué no habría de invitarnos? Es lo normal entre vecinos.
—¿Por qué nunca antes lo había hecho, quizá?
—Siempre poniendo inconvenientes, Kate. Lo cierto es que ahora lo ha hecho, ¿no?
—Supongo que tienes razón…
—¡Lady Carter! Verás cuando se lo cuente a Mrs. Denvers.
—Quizá ella también esté invitada.
La satisfacción de la madre de Kate se empañó pensando en esa posibilidad.
—¿Por qué disfrutas disgustándome, Kate? —protestó su madre—. Bien sabes que no tengo tantas alegrías…
—No te enfades —dijo Kate que no deseaba estropear su entusiasmo casi infantil—. Es sólo que no sé a qué viene esto. Pero me alegro de que estés contenta.
Su madre sonrió.
—Tienes que ponerte muy elegante. Quizá esté de visita alguno de sus sobrinos.
Kate también sonrió. Era cierto que tenía pocas ocasiones de ver dichosa a su madre.
—No te preocupes. Intentaré hacer lo posible por aparentar que soy una distinguida dama.
—Kate… ¿cómo eres así? —suspiró su madre—. La verdad es que eres mucho más distinguida y hermosa que cualquiera de esas estiradas como Margaret Bryce y si solo fueses un poco más amable seguro que ni un mismísimo duque se te resistiría, pero con ese carácter…
—Sí, mamá… Lo sé. Me lo has dicho cientos de veces.
Kate dejó a su madre con la excusa de ir a ver qué vestido se pondría para así evitar la repetida descripción de los motivos que harían que Kate no encontrase un marido adecuado. Era una conversación capaz de acabar con todas sus reservas de buen humor, y al fin y al cabo ella también estaba intrigada por la invitación.
Cuando llegó la hora de salir subieron al desvencijado coche de la casa que les llevó hasta la residencia de Lady Carter. Un mayordomo las recibió y las condujo al salón de té. Mrs. Bentley estaba un poco aturdida. No estaba acostumbrada a tanta riqueza ni tampoco Kate, pero ella conseguía disimularlo con más naturalidad que su madre.
Lady Carter estaba sentada en un luminoso salón que se comunicaba con una galería acristalada llena de exóticos ejemplares de orquídeas y otras raras especies de plantas, nada que ver con el pequeño jardín de los Bentley, pensó Kate, y las saludó alegre y cordialmente en cuanto las vio.

—¡Mrs. y Miss Bentley! ¡Cuánto tiempo sin verlas! Debió ser en el funeral de Emma Philips o tal vez en el del viejo Spencer… Sí… Creo que fue en el de Spencer… —dijo la anciana haciendo memoria—. Ya ven que no es que haga una vida social muy animada… —río de buen humor Lady Carter—. Creo que debería relacionarme más. Estoy demasiado retirada. No visito a nadie y tampoco nadie viene a verme a mí… No sé por qué. Debe de ser culpa mía. Desde que falleció mi esposo apenas me he dedicado a otra cosa que a cuidar del invernadero y del jardín que él me dejó. He perdido el interés por todo lo demás.

Aquello era una verdad solo a medias, ya que, aunque era cierto que salía poco y no asistía a las recepciones de su vecinos, a Lady Carter la seguía gustando mantenerse bien informada de cuanto pasaba a su alrededor y eran pocas las cosas que se le escapaban.
—Es una verdadera preciosidad —dijo Kate acercándose a la galería para contemplar el exuberante verdor del invernadero con sus flores de todas las formas y colores.
—Cuando llegue mi otro invitado saldremos a verlo si lo desean —asintió Lady Carter complacida—. Supongo que no tardará.
Justo en ese momento entró el mayordomo.
—Ya está aquí, señora.
—Estupendo. Hazle pasar, Stewart.
Tanto Kate como su madre estaban muy intrigadas por descubrir quién sería el otro invitado de Lady Carter, pero seguro que ninguna de ellas esperaba ver aparecer al capitán Kenneth que se dirigió sumamente cortés a Lady Carter y tomó una de sus manos para besársela con la más exquisita corrección. La cara de la madre de Kate era un poema y Kate no sabía si enfadarse o echarse a reír.
—Amigas mías… —dijo Lady Carter sonriente—. Creo que ya conocen al capitán. ¿No es así?
La madre de Kate no parecía capaz de articular palabra y Kate temió que si lo hacía dijese alguna inconveniencia, así que se apresuró a contestar ella.
—En efecto. Nos conocemos. Capitán…
—Mrs. Bentley… Miss Bentley… Siempre es un placer volver a verlas —afirmó él con una de sus más encantadoras sonrisas.
También Kate sonrió de buena gana. Estaba totalmente desconcertada y no sabía que pintaba el capitán allí, pero por algún motivo hoy se sentía incapaz de enfadarse con él. Tenía que reconocer que había sido una brillante jugada. Después de haber sido prácticamente expulsado de la buena sociedad local, había conseguido ser invitado por la dama de más posición del condado, y además con toda seguridad se había tomado la molestia de hacer que también las invitase a su madre y a ella para mostrárselo. No podía ser de otra forma. Lady Carter no se habría acordado nunca de ellas a no ser que el capitán hubiese sugerido sus nombres. Después de esto no podía por menos que admitir que había conseguido sorprenderla. Estaba claro que el capitán era un hombre de recursos y no se daba por vencido así como así.
—¿Cómo no nos dijo usted que conocía a Lady Carter, capitán? —preguntó la madre de Kate, que aún no había salido de su asombro, pero estaba dispuesta a olvidar todos sus prejuicios sobre el capitán Kenneth si estaba relacionado con tan importante señora.
—Nos conocemos desde hace muy poco —dijo él modestamente. Todo lo modestamente que se lo permitía su habitual aire arrogante—, pero Lady Carter ha sido tan amable de honrarme con su confianza.
—Queridas… —añadió Lady Carter—, si no hubiese sido por su valeroso amigo no sé qué habría sido de mí. Pueden creer que hace apenas cuatro días, cuando volvía de casa de mi hermana a la que solo visito un par de veces al año, por Navidad y por Pascua y cuando sufre alguno de esos terribles cólicos que le dejan medio moribunda, pues como les decía, cuando regresaba a mi casa, unos granujas intentaron asaltar mi coche. Los cobardes de mis criados salieron corriendo. Tuve la buena fortuna de que el capitán Kenneth apareciese en ese momento y él solo consiguió librarme de ellos. Yo pensaba que ya no quedaban hombres así. Si mi difunto marido hubiese vivido… En sus buenos tiempos él también habría acabado con esos indeseables en un santiamén. Le habría gustado conocerle.
—A mí también me hubiese gustado conocerle, señora —añadió Kenneth con sinceridad—. He oído hablar con frecuencia de las hazañas de su marido en Bengala.
—Ya no era lo que fue —dijo nostálgica Lady Carter—. Yo tampoco lo soy ahora, pero cuando éramos jóvenes… Ya no sirve de nada añorar el pasado. Al menos lo vivimos intensamente.
Lady Carter pareció quedarse por un momento perdida en sus recuerdos. Tenía ya más de setenta años y era la viva imagen de la dignidad y la distinción, pero en su juventud Lady Carter, cuando aún era solo Lady Elaine, había protagonizado un sonoro escándalo al romper su compromiso con el aburrido y almidonado duque de Bentham para casarse a escondidas de su familia con el joven, apuesto, arrebatador y absolutamente desconocido Randall Carter. Y no la importó dejarlo todo para seguirle a la India donde él estaba destinado como oficial subalterno para vivir allí su amor loca y apasionadamente. Después Carter ganó en la India, fama, gloria y prestigio y todos olvidaron aquella locura de juventud y solo tuvieron elogios para los dos. Pero cuando la salud de Carter se resintió y volvieron a Inglaterra, ninguno quiso saber nada de la rígida sociedad que en su momento los había despreciado y se dedicaron a su invernadero y a cuidarse el uno al otro, hasta que el general Carter perdió su última batalla.
Lady Carter suspiró audiblemente.
—Estamos desperdiciando la tarde aquí sentados. Demos un paseo. Les prometí que les enseñaría el jardín... Camine conmigo, Mrs. Bentley. Cuénteme algún chisme. Nadie me cuenta nada —se quejó agarrándose del brazo de la madre de Kate.
Salieron todos hacía la galería y atravesaron el invernadero. Las señoras se quedaron pronto atrás. Lady Carter iba explicándole detalladamente a Mrs. Bentley las particularidades de cada especie, mientras que Kate y Kenneth continuaron con su paseo hacia el jardín exterior.
Cuando Kate se vio al aire libre y fuera del alcance de oídos curiosos no dudó en replicar adecuadamente a Kenneth.
—Vaya, capitán… Tengo que reconocer que me ha impresionado. No sé qué es lo que más me asombra. Si su actuación heroica o su capacidad para aprovecharse de ella.
Él se río un poco con sus palabras. El tono de Kate había sido también divertido y hoy él parecía más dispuesto a mostrarse amable de lo que lo había hecho otras veces.
—Vamos, Kate. ¿Me permite que la llame Kate, verdad? No irá a arruinar de esa manera mi reputación dejando que se sepa que ayudó a ancianas indefensas.
—Sería una verdadera lástima —convino Kate risueña—. De todos modos le ha resultado tan conveniente que estoy por pensar que quizá lo tenía todo preparado y los asaltantes eran algunos amigos suyos disfrazados.
—Nunca deja de sorprenderme lo bien que me juzga a pesar del poco tiempo que hace que nos conocemos —reconoció él sin perder el humor—. No hizo falta prepararlo, pero le aseguro que si hubiese sido necesario no habría dudado en hacerlo. Y ya ve que el resultado ha merecido la pena.
Kenneth volvió a mirarla con esa intensidad que la desarmaba, sólo que en esta ocasión Kate no se sintió violenta, sino más bien irresistiblemente atraída por el poder que él ejercía sobre ella, hasta tal punto que le asustó un poco esa fascinación. Kate no deseaba dejarse cautivar por el aparentemente irresistible encanto del capitán.
A conciencia y para evitar la tentación de simpatizar demasiado decidió pasar al ataque. Prefería meterse con él a reírle las ocurrencias.
—El otro día comentaba usted que no está a favor del matrimonio. Es sumamente curioso. Supongo que gozará de unos medios tan elevados que no le harán necesario buscar un modo de complementarlos.
Su sonrisa volvió a ser mordaz.
—¿Es una pregunta interesada, Miss Bentley?
Kate se maldijo sonrojada, más por su propia estupidez que por otra cosa. Se lo había puesto muy fácil.
—No sea presuntuoso, capitán. Es simple curiosidad. En realidad, si quiere que le sea sincera, le diré que estoy convencida de que no dispone de esos medios.
—Acierta de nuevo, Kate —reconoció abiertamente él—. No tengo un centavo más allá de mi sueldo de capitán. Si fuese de otra manera no sería solo capitán, sería al menos mayor, aunque fuese tan manifiestamente inútil como el mayor Higgins, con todo debo hacerle justicia y reconocer que tiene una esposa deliciosamente encantadora. —apostilló Kenneth sin molestarse en esconder una sonrisa descarada y lasciva—. ¿Ya lo conoce?
—Creo que no… Conocí hace poco al coronel y a su esposa —respondió Kate, intentando ignorar las implicaciones del comentario del capitán sobre el encanto de la mujer del mayor.
—El coronel y yo no siempre coincidimos —dijo Kenneth ecuánime—, pero al menos sabe lo que se hace. El mayor no alcanza a atarse él solo los cordones de los zapatos, pero su familia compró el puesto. Así es el mundo en el que vivimos. Ni usted ni yo vamos a cambiarlo, aunque no nos guste.
Calló y la miró esperando su respuesta. Se habían parado junto a un estanque, a su lado una bella doncella esculpida en mármol vertía incansable el agua que brotaba de su jarro. Kate no pudo dejar de preguntar.
—¿Por qué supone que no habría de gustarme como es nuestro mundo? No creo que esté en disposición de quejarme.
—No se quejará porque es orgullosa e independiente, pero este ambiente le ahoga y la consume y le hace sentirse aprisionada. Tanto que a veces simplemente desearía marcharse y no volver jamás.
Él la miraba como si leyese la verdad en sus ojos. Por un momento Kate apenas pudo reaccionar. No tenía modo de saber que sus palabras habían sido tan solo un golpe a ciegas que buscaba dar en el blanco. Una corazonada precedida por una intuición. Lo único que sabía Kate es que nunca nadie antes le había hablado así. Nadie le había dicho en voz alta esas palabras que con tanta frecuencia habían pesado en su corazón. Nadie le había mirado de tal forma que la hiciese realmente pensar en dejarlo todo y desaparecer. Pero la voz de la cordura que siempre se dejaba oír en su cabeza se impuso y le contestó con dureza, aunque su voz la resultó a Kate menos convincente de lo que habría deseado.
—Suena más a lo que a usted le gustaría escuchar, capitán, que a mis verdaderos pensamientos.
Kenneth asintió inclinando un poco su cabeza y sonrió sarcásticamente. Era una de sus sonrisas que menos agradaba a Kate.
—Por supuesto. No me atrevería a suponer que la conozco tan bien como me conoce usted a mí.
Los dos callaron contemplándose. El murmullo del agua cayendo era el único sonido que rompía el silencio. La mirada azul clara del capitán parecía querer traspasarla. Pero hacía falta algo más que una mirada para conquistar a Kate.
—Nos hemos alejado mucho de Lady Carter. No es muy gentil corresponder así a su amabilidad —dijo ella dándole la espalda y comenzando a andar hacia la casa.
Él contempló su delgada espalda erguida y su paso rápido y decidido y dejó que se adelantase.
No se apresuró a seguirla… Quizá, pensó Kenneth, sería mejor dejar alejarse a Miss Bentley mientras aún se sintiese capaz de hacerlo.
?

7.
Después de la visita a Lady Carter, Kate había intentado inútilmente olvidar la conversación con el capitán. Sus palabras y su expresión mientras las pronunciaba volvían a su mente una y otra vez. Le había considerado un hombre vanidoso, desconsiderado y descaradamente insensible, aunque en algún aspecto que ni ella misma acababa de entender, también innegablemente atrayente. Pero el modo en el que había leído dentro de ella, declarando en voz alta sentimientos que Kate siempre había reservado para sí misma, la llenaba de confusión y de dudas.
¿Es que era tan evidente que se sentía atrapada entre la tensa rutina del malhumor y los gritos de su padre y el continuo gesto de temor y desdicha de su madre, y la aburrida monotonía de los bailes y los nobles locales entre los que nunca acababa de encontrar su lugar?
Era algo en lo que no deseaba pensar. Si hubiese sido un hombre en vez de una mujer todo habría sido distinto. Podría haber zarpado rumbo a América por ejemplo. Allí según se decía había las mismas oportunidades para todos independientemente del lugar de dónde provinieran. Habría buscado un trabajo, cualquier trabajo y habría ahorrado para el pasaje. Pero para ella no había más salida que el matrimonio o la búsqueda de alguna casa acomodada dónde la quisieran admitir como institutriz de algunos críos consentidos. No le asustaba el trabajo, aunque tenía que admitir que no era un futuro muy prometedor. Alojada en una casa que nunca sería la suya, sonriendo y poniendo buenas caras a unos señores que considerarían siempre que la habían hecho un gran favor acogiéndola. Kate sabía cómo se vivía en esa situación y se conocía a sí misma lo bastante bien como para no ignorar que eso sería una dura prueba para su carácter.
No era fácil romper con todo y casi impensable si eras una mujer. Kate recordó a Evelyn, una amiga suya alegre y preciosa, con el entusiasmo de los dieciocho años. Un joven noble de Londres empezó a cortejarla, Evelyn se enamoró perdidamente, el joven declaró su deseo de casarse, la familia de él rechazó el enlace. Ella no tenía apenas dote, ni tampoco suficiente posición social. Un día Evelyn desapareció igual que el joven. Pronto se corrió la voz de que se habían fugado. Se dijo que vivían en Bristol. El padre de ella pasó semanas buscándola, su madre enfermó, su hermana menor no volvió a asistir a reunión alguna, de Evelyn nunca más se supo. Al joven lo vio Kate un par de años más tarde acompañado de su elegante, rica y reciente esposa. Todo el mundo le dio la enhorabuena y le abrió todas las puertas. Kate le hubiese escupido a la cara. Suficiente como para desengañarse del romanticismo.
Era necesario vivir con los pies bien en la tierra y por eso Kate tenía claro que la relación que hasta ahora había mantenido con el capitán no podía ir más allá. Hasta ahora se había sentido segura de sí misma, pero se daba cuenta de que pisaba terreno pantanoso. No había posibilidad alguna de relación con él. Por si no hubiese sido lo bastante explicito declarando que no pensaba casarse, Kate se daba perfecta cuenta de que, incluso olvidando su reputación, era muy peligroso dejarse enredar en su red.
Todo aquello se resumía en una conclusión. Se dejaría de juegos y se mantendría distante e indiferente hacia el capitán Kenneth. Precisamente esa noche el coronel ofrecía un baile al que irían todos los oficiales. No sentía ningún deseo de ir. Había pensado incluso fingirse enferma, pero Kate nunca estaba enferma y si no estaba moribunda no habría manera de convencer a su madre de que podía dejar de asistir. Además esconderse no era una actuación que la enorgulleciese. Iría, bailaría, se divertiría y le ignoraría, o al menos lo fingiría.
Para colmo de males cuando llegó aquella noche al baile se encontró con que Jane no había podido ir, ya que ella sí que estaba realmente enferma con varicela. Kate envidió a su amiga y se dispuso a pasar la noche en compañía de Marcia Stevens. Desde luego una velada maravillosa. Al menos por ahora no se veía ni rastro del capitán, en cambio el que sí apareció fue el teniente Harding, que fue a saludarla en cuanto la vio.
—Miss Bentley… Estaba buscándolas, ¿no está con usted Miss Denvers?
—No, teniente. Está indispuesta. No ha podido venir.
Harding hizo un gesto de contrariedad. La verdad es que era un joven muy agradable y Kate pensó que ganaba en presencia cuando no estaba junto a Kenneth.
—Transmítale mis mejores deseos de recuperación. Lo siento mucho. Estaba convencido de que hoy tendría oportunidad de verla de nuevo.
—No se preocupe, teniente. Se lo diré y seguro que habrá otras ocasiones.
—Eso espero. —Harding pareció dudar antes de continuar—. Kenneth me dijo que se encontraron en el pueblo y que Miss Denvers había preguntado por mí. No es que no confié en él pero ya sabe cómo es en ocasiones… —añadió incómodo.
—Es cierto. Yo también estaba. Jane lamentó que no asistiese usted a la recepción de Mr. Bryce.
Él sonrió entusiasmado.
—Fue muy amable por su parte acordándose de mí. Tendré que disculparme con el capitán mañana.
Kate no pudo evitar preguntar.
—¿No va venir el capitán?
—No, eso me ha dicho. Me ha extrañado pero él es así. En cualquier caso él se lo pierde. ¿Me concede este baile, Miss Bentley?
—Por supuesto, teniente.
Danzó con Harding aunque apenas conversaron. Y después ella se quedó a solas con sus pensamientos. Ahora se sentía estúpida. Todo el día preocupándose por como actuaría en el baile para que al final resultase que ni siquiera se había molestado en venir. Tenía una asombrosa capacidad para desconcertarla. Al diablo con él… Kate se reprochó a sí misma por la decepción que no podía negar que sentía. ¿Así iba a ignorarle? Echó un vistazo a su alrededor, se encontró con que Mr. Wentworth estaba frente a ella observándola. La saludó con un ligero gesto y ella correspondió con una sonrisa. Eso pareció animarle y se acercó a Kate.
—Miss Bentley. ¿Cómo se encuentra? ¿Disfruta del baile?
—Lo estoy intentando. ¿Y usted?
—Si le soy sincero no mucho, pero quizá no lo he intentado lo bastante.
—Reconozco que tampoco lo estoy intentando con muchas fuerzas... ¿No debería ser todo más sencillo y no exigirnos tanto esfuerzo? —dijo Kate sin salirse de los márgenes de lo socialmente aceptable, pero permitiéndose expresar su descontento.
—Comparto su opinión. Por eso no me esfuerzo lo más mínimo…
Kate pensó que seguramente Mr. Wentworth, a diferencia de ella, sí podía permitirse hacer tal cosa, pero le sonreía amable y parecía entender lo que le quería decir.
—No hemos tenido el placer de recibir su visita en casa de Mr. Bryce como nos dijo en la recepción. Margaret lo han lamentado mucho.
Se había dirigido a ella con gran naturalidad, pero Kate no pudo dejar de admirarse, desde luego era seguro que Margaret no la había echado de menos.
—He estado un poco ocupada, pero en cuanto tenga un rato pasaré a saludarla.
—Nos dará una gran alegría.
Después de esta afirmación que dejó a Kate un poco perpleja Mr. Wentworth pareció no tener más que añadir y se produjo un silencio un tanto incómodo. Kate intentó encontrar un tema de conversación adecuado.
—¿Le agrada nuestro condado, Mr. Wentworth?
—Es de una gran belleza, Robert y yo hemos estado cazando y he podido disfrutar enormemente del paisaje.
Otra vez volvieron a quedarse en silencio. Kate no se sentía muy locuaz y él tampoco debía serlo. Pensó que no tardaría en despedirse pero Mr. Wentworth miró a su alrededor y se fijó en una esquina algo alejada del salón dónde estaban sirviendo un refrigerio.
—Creo que voy a coger una bebida. ¿Tomaría usted un vaso de ponche, Miss Bentley?
Kate asintió y él se dirigió hacia la mesa. Como mínimo estaba un poco sorprendida y no era la única, Marcia Stevens no la quitaba el ojo de encima y Margaret Bryce que estaba bailando ignoraba a su pareja para mirarla con mal disimulado nerviosismo.
Estaba tan distraída que cuando se quiso dar cuenta de que estaba allí se lo encontró justo delante de ella. Muy a su pesar su corazón dio un vuelco.
—¿No baila, Miss Bentley?
—Capitán... No lo había visto llegar. Pensaba que no iba a venir.
—Acabo de entrar. ¿Me ha echado de menos?
Reprimió el deseo de contestarle duramente. Se mostraría sonriente e indiferente.
—Su amigo Harding me informó de que no pensaba acudir, pero todos podemos cambiar de idea.
Él la miró atentamente y pareció apreciar el cambio de estrategia de Kate.
—Cierto… Había determinado no acudir pero me temo que no soy muy constante.
En ese momento Kate vio llegar a Mr. Wentworth con las bebidas. El capitán quedaba de espaldas. Kate volvió la vista hacia él agradecida por la interrupción.
—¡Ah, Mr. Wentworth! Muchas gracias.
Kenneth se volvió y se produjo una extraña y violenta escena.
—¡James!
—Andrew…
—Cuánto tiempo…
—No el suficiente.
Más allá de que era evidente que ambos se conocían, también lo era que ninguno de ellos se alegraba de verse, Andrew estaba más sereno y frío pero el capitán parecía dominar a duras penas su ira.
Kate no sabía qué decir. No había asistido a ningún duelo, pero pensó que si se hubiese tratado de uno, los caballeros en cuestión no se habrían mirado con más tensión que la que había ahora entre ellos.
—Veo que ya se conocían —dijo tratando de suavizar aquella violenta escena.
—El capitán y yo fuimos compañeros de armas en la anterior campaña —dijo neutral Andrew.
—Compañeros no es la palabra que yo utilizaría, Andrew.
Andrew aguantó la mirada del capitán pero luego desvió su vista hacia Kate y se dirigió a ella como si él no estuviese allí.
—Yo era su superior… Supongo que es a lo que se refiere, pero eso es algo que no podía evitarse —dijo secamente Andrew—. Ha sido un placer charlar con usted, Miss Bentley. Espero que no olvide su promesa de visitarnos. James… —dijo volviéndose hacia él—. Si no tienes más que decirme…
—Nada que tú ya no sepas, Andrew —dijo Kenneth retador.
Andrew saludó a Kate con una ligera inclinación y se retiró. Kenneth se volvió hacia ella y no se molestó en disimular su cólera.
—¿Conoce desde hace mucho a Mr. Wentworth?
—Apenas le he visto un par de veces. ¿Qué es lo que…?
No la dejó terminar la frase.
—Es una amistad que le conviene cultivar. Hallará en Andrew más que suficiente de cualquier cosa que pudiese desear. La felicito, Miss Bentley. Buenas noches.
El capitán también se marchó y Kate se quedó desconcertada y sola.


8


Por más vueltas que le dio, Kate no llegó a ninguna conclusión. Estaba muy intrigada por la historia que había detrás del capitán y Mr. Wentworth, pero no creía que ninguno de los dos fuese a hablar mucho de ello. Además y como siempre, el comportamiento del capitán la perturbaba. Primero no iba a venir al baile, después aparecía cuando ya no lo esperaba y finalmente se marchaba casi ofendido habría asegurado Kate.
Decidió visitar a Jane para ver cómo se encontraba. Había pasado un tiempo lo bastante prudente como para olvidar la prohibición de salir sola. Aun así, aprovechando que su padre estaba distraído con unos papeles, se lo dijo y él asintió sin prestarle atención.
Fue dando un largo paseo hasta la casa de Jane. La encontró casi desesperada.
—¡Kate! Menos mal que has venido. ¿Cómo puedo tener tan mala suerte? Me pica todo el cuerpo y además me quedarán marcas —se quejó Jane desesperada.
—No tienes casi ninguna en la cara, Jane, —la animó Kate—. No se te notará.
—Y me he perdido el baile.
—Y Harding me preguntó por ti.
—¿De veras?
—De veras. Vino hacia mí en cuanto llegó y se desilusionó mucho cuando supo que no habías venido.
—¿No te dije que era encantador? —río Jane recuperando su buen humor.
—La verdad es que me cae bien —asintió Kate—. Mejor cuando no está con el capitán.
—¿No fue el capitán?
—Espera a que te cuente…
Kate le contó con todo detalle a Jane lo que había ocurrido entre los dos caballeros y lo intrigada que estaba.
—Kate, olvídate de eso —dijo Jane entusiasmada—. ¿Me estás diciendo que Mr. Wentworth fue a buscarte una bebida y que luego te pidió que no dejases de ir a casa de Mr. Bryce y te preocupa el motivo del enfado del capitán con él? ¡No estás en tus cabales! ¡Olvídate del capitán! Tenías que haber ido hoy mismo a ver a los Bryce. Es más deberías irte ahora. Me enfadaré contigo si no vas.
—No seas tonta, Jane —la regaño Kate quitándole importancia—. Será un capricho pasajero. Ya conoces a esa gente… Sabes tan bien como yo que es tiempo perdido.
—Pero Kate, es muy prometedor. Y aunque sea tiempo perdido siempre será mejor que le pierdas con Mr. Wentworth que con el capitán —la advirtió razonable Jane.
—Iré, pero no al día siguiente, y no me importa lo más mínimo el capitán.
—Ya… —dijo escéptica Jane—. Y el capitán le dijo y el capitán me contestó… Preocúpate por Mr. Wentworth. Hasta el capitán te lo ha recomendado.
—No me preocupa ninguno de los dos y sólo tengo curiosidad por saber lo que pasó. Quizá se lo pregunte a Mr. Wentworth.
—Ya sabes lo que dicen de la curiosidad, Kate… No hagas eso —suplicó Jane—. Es muy posible que le ofendas.
En ese momento llegó el padre de Jane y acompañado por el coronel del regimiento.
—¡Kate! No sabía que estabas aquí. El coronel acaba de aceptar mi invitación a comer. ¿Te quedas tú también?
—Pero no he avisado en casa —dudó Kate.
—Mandaré a Tom a dejar recado, de todos modos le coge de camino.
—Es usted muy amable, Mr. Denvers —dijo ella agradecida por su hospitalidad.
—Así harás compañía a Jane y quizá no nos vuelva locos a todos —dijo dando unas palmaditas en la mano a su hija.
—Me siento horriblemente mal… —se quejó Jane compungida.
—Lo entendemos, Jane. Kate te consolará y luego podrá pedirme lo que quiera…
El padre de Jane tenía un humor un tanto particular y le gustaba más que ninguna otra cosa burlarse de su mujer y de su hija, sin embargo Kate lo apreciaba mucho y sabía que en realidad adoraba a las dos y ellas siempre hacían lo que querían de él.
Comió con la familia Denvers y con el coronel, que demostró ser un hombre muy cordial y conversador, aunque debido a las últimas noticias la charla pronto derivó hacia la interminable guerra contra los franceses y la incertidumbre sobre cuánto tiempo más se quedaría allí el regimiento. Mientras charlaban, una idea comenzaba a tomar forma en la mente de Kate, pero temía que fuese un tanto inapropiada.
Cuando la comida terminó, Jane se despidió de Kate para ir a darse un baño con avena, como le había recomendado el doctor, pero le hizo prometer que no dejaría de visitar a los Bryce. Kate propuso esperar a que ella se recuperase para poder ir las dos. A regañadientes Jane aceptó y Kate se despidió de la familia para regresar a su casa. Fue Mr. Denvers quien sugirió al coronel que llevase a Kate en su coche para evitarla el largo camino de vuelta, a lo que el coronel accedió de inmediato. En otras circunstancias Kate habría rehusado, pero en esta ocasión aceptó sin dudar.
Una vez montados en el coche Kate no acababa de decidirse a interrogar al coronel sobre el tema que la preocupaba. Temía que considerase su interés, y no sin razón, como una indiscreción. Pero se animó cuando el coronel rompió el silencio con un comentario cortés.
—¿Se divirtió anoche en el baile, Miss Bentley?
—Fue una velada maravillosa, coronel —asintió ella agradecida—, pero lo cierto es…
Kate calló y el coronel se quedó mirándola extrañado.
—¿Sí? Dígame… ¿Es que hubo algo que no le gustase?
—No se trata de eso —comenzó Kate insegura—. Es solo algo que ocurrió anoche y que me sorprendió, pero no sé si es correcto que se lo comente…
—Vamos, señorita —dijo él impaciente—. Ya que ha empezado no se calle ahora.
—Se trata de Mr. Wentworth y el capitán Kennneth…
El coronel cambió su gesto de ligera irritación por otro de gran seriedad y Kate temió que fuese a reprocharle su impertinencia. La examinó con atención y finalmente tras una pausa que a Kate se le hizo eterna decidió responderla.
—Es este un asunto, Miss Bentley extremadamente delicado y grave. En cualquier otra circunstancia me guardaría mucho de comentarle a usted nada sobre este particular, pero después de meditarlo brevemente he llegado a la conclusión de que es usted una joven sensata, y también pude observar ayer como Mr. Wentworth le hizo objeto de su atención, igual que noté cómo el capitán, al que pensaba yo que, casual y afortunadamente, ya no esperábamos, se dirigió precisamente hacia usted en cuanto llegó —señaló haciendo que Kate se sintiera culpable de alguna especie de falta—. Dígame lo que se dijeron.
—Prácticamente nada —explicó Kate—, pero fue muy violento para todos…
—Cuando vi a Mr. Wentworth en casa de Mr. Bryce imaginé que antes o después coincidirían, pero prescindí de mencionárselo a ninguno de los dos. Al fin y al cabo ya son mayorcitos y yo no soy la niñera de nadie —dijo de malhumor el coronel. Kate pensó que aparte del mal rato no sacaría nada en claro de aquella conversación, pero el coronel resolvió continuar—. En fin, como le iba diciendo creo que puede usted tener derecho a conocer lo sucedido, ya que se trata de una cuestión de honor…
Kate se sonrojó un poco. No quería que el coronel pensara lo que no era.
—Tengo que decirle, coronel, que en ningún caso tengo relación alguna más allá de la simple amistad con ninguno de los dos caballeros…
—No tiene usted que darme ninguna explicación, señorita —dijo el coronel interrumpiéndola—. Sólo debe prometerme que no le contará nada de esto a nadie, ni siquiera a su amiga, ni a su madre, ni a su hermana si la tiene. ¿Está claro?
—Por supuesto, coronel. Tiene mi palabra —aseguró Kate un poco cohibida por la severa mirada del coronel.
—Muy bien. Entonces le diré lo que sé, aunque le advierto que lo que realmente ocurrió solo lo saben ellos dos. Fue hace seis años, poco después de la muerte de la esposa de Mr. Wentworth. Por aquel entonces ya era coronel. Por su rango y apellido tenía derecho a ese grado a pesar de su juventud, pero debo decirle que considero sinceramente que Andrew era un hábil oficial, y gozaba de un gran prestigio en el ejército, además de continuar con la tradición de su familia, ya que tanto su padre como su abuelo sirvieron en la armada. Kenneth estaba bajo sus órdenes, también como capitán, y hasta dónde yo sé eran amigos… Después, un desgraciado accidente acabó con la vida de la esposa de Andrew y su muerte le afectó enormemente. Todos los que le conocíamos pudimos apreciarlo. No sé en realidad si esto tuvo algo que ver o no —dijo el coronel más bruscamente—, pero le he dicho que le contaría lo que sé y es lo que estoy haciendo… Por aquel entonces estábamos también en campaña y Andrew estaba al frente de un regimiento de infantería en Walcheren. En plena batalla y a pesar de la opción de retirada general que dio el comandante en jefe, Andrew decidió mandar a su regimiento a luchar contra el enemigo que estaban claramente en posición muy superior. Es necesario que entienda una cosa —puntualizó grave el coronel —, Andrew estaba en su derecho de actuar así. Era él quien decidía si debían retirarse o continuar la ofensiva. Estuvieron cuatro días manteniendo prácticamente solos la posición. Al tercer día casi la mitad de los hombres de su regimiento había muerto. Al cuarto día hubo desbandada general. Se habló de rebeldía y deserción. El capitán fue arrestado con cargos de traición e incitación a la sublevación. No sé si sabe cómo de graves son esos cargos, señorita, pero le diré algo… La condena por esos delitos es siempre la misma. La muerte.
El coronel la miraba con extrema seriedad y Kate apenas se atrevía a respirar.
—Para no aburrirla con más detalles le diré que finalmente el capitán no fue juzgado. Se retiraron todos los cargos. No le ocultaré que sólo pudo ser Andrew el que se ocupase de eso. El capitán no tiene muchas amistades en las altas esferas, pero igualmente tiene que saber que no pudo ser otro más que Andrew el que diese pie a que esas acusaciones se llegasen a formular. En resumen, Andrew le acusó y Andrew le salvó —dijo gruñendo el coronel como si le molestase que Mr. Wentworth no fuese más constante en sus determinaciones—. Poco después de eso abandonó el ejército y sinceramente debo asegurarle que pese todo lo que se dijo, yo lo lamenté, porque era un buen oficial, aunque quizá la de aquella batalla no fue la mejor decisión que tomó.
Kate miró al coronel. Parecía considerar que ya estaba todo dicho pero ella no estaba segura de entenderlo muy bien.
—Pero si Mr. Wentworth actuó de forma temeraria el capitán hizo bien oponiéndose a él —sugirió Kate confusa.
—Señorita, bien se ve que usted no conoce el ejército —la reprochó el coronel—. Por muy temeraria que sea la orden que uno recibe no hay más opción que cumplirla, y un oficial jamás puede animar a la tropa a desobedecer una orden. ¿Dónde iríamos a parar? Y si yo supiese con seguridad que eso fue lo que ocurrió, le aseguro que no querría tener al capitán a mis órdenes. Y dicho esto, déjeme que le diga unas palabras sobre el capitán ya que veo que goza de su confianza.
Kate sintió sobre sí todo el peso de la mirada del coronel y no se atrevió a pronunciar ni una sola palabra.
—El capitán, como ya debería usted saber, es una fuente constante de problemas. Sin embargo es un buen soldado y un buen oficial. Es audaz, valeroso, decidido y sin duda, cuando hay que luchar, cualquiera preferiría estar de su lado que frente a él. Además goza de la confianza de sus hombres y es capaz de llevarlos al fin del mundo tras de sí cuando se lo propone, lo que por otra parte no siempre ocurre. Son muchos los que dicen entre sus amigos que hace tiempo que ya debería haber recibido un ascenso. Sin embargo y no dudo en decírselo, nunca lo recibirá… Y no es como podría pensarse por este desagradable asunto del que acabamos de hablar, sino porque el capitán tiene una lamentable tendencia a la independencia y eso solo se lo pueden permitir los generales y no todos. ¿Me he expresado con claridad?
—Sí, señor.
—Pues no tengo nada más que decir, señorita, excepto que lamentaría muchísimo haberme equivocado respecto a su discreción.
—Le aseguró que no lo lamentará, coronel.
—Eso espero… Que pase un buen día.
Kate se bajó del coche. Ya hacía un rato que estaban detenidos enfrente a su casa. No sentía ningún deseo de entrar y se quedó fuera en el jardín. Necesitaba ordenar sus pensamientos.
Estaba aún más confundida que antes de oír el relato del coronel.

 

 

9

 


Pasaron cuatro días hasta que Jane consideró que estaba lo suficientemente presentable como para ir de visita y mandó recado a Kate de que esa tarde pasaría a recogerla para presentarse en casa de los Bryce.
Lo cierto es que Kate hubiese deseado retrasarlo aún más. Sabía con qué cara le iba a recibir Margaret y no tenía ningún deseo de encontrarse con Mr. Wentworth, y menos después de lo que le había contado el coronel.
En realidad, se decía ahora, casi hubiese preferido no saber nada. Había reflexionado mucho sobre ello y se daba cuenta de que, aunque el coronel apoyase claramente a Mr. Wentworth, ella se sentía inclinada a sentir más simpatía por la actuación del capitán. No podía comprender que hubiese que seguir a rajatabla una orden por muy absurda que fuese, y aunque le parecía conmovedor que la pena por la muerte de su mujer hubiese afectado tanto a Mr. Wentworth como para nublar su juicio, estaba claro que alguien tenía que tener los pies en el suelo y la cabeza fría. Y si ella hubiese estado allí habría hecho lo mismo que el capitán.
Por otro lado, si era cierto que los dos eran amigos, eso complicaba aún más las cosas. Además había algo más que el coronel no había dicho pero que Kate apreciaba por sí misma. Ninguno de los dos se arrepentía de lo que había hecho y tampoco parecían dispuestos a olvidar.
La llegada de Jane interrumpió sus pensamientos. Se despidió de su madre que le rogó encarecidamente que sonriese mucho y que fuese lo más amable posible y que por el amor de Dios antes de decir cualquier cosa pensase que ese hombre tenía más de treinta mil libras de renta y una mansión en Southampton, además de otra en Londres, y vete a saber cuántas más repartidas por toda Inglaterra. Kate contestó a todo que sí y después se subió al coche de Jane.
Cuando llegaron a casa de Mr. Bryce, su hermana las recibió con grandes y falsas muestras de cariñó.
—¡Jane! ¡Cómo estás! Es verdaderamente terrible y una pena… A tu edad… Te quedarán muchísimas cicatrices.
—Esperó que no tantas, Margaret —dijo Jane tratando de no perder la sonrisa—. ¿Y todas esas manchas que te han salido en la cara? No me digas que tú también has enfermado… Sería una desgracia.
—No… Los caballeros se empeñaron en pasear y mi sombrero se voló y como no estoy acostumbrada… Tú no debes tener ese problema, Kate. Luces como si te pasases el día entero al aire libre.
—Es lo mejor que tenemos aquí, Margaret —respondió Kate sin hacer caso de su mohín de desdén—. El aire libre.
Todas se sonrieron entre sí, pero sin molestarse en aparentar ninguna simpatía. Sin embargo cuando llegaron Mr. Brice y Mr. Wentworth, la expresión de Margaret se volvió radiante. A Kate le entraron deseos de despedirse y salir por la puerta. Tuvo que hacer un esfuerzo por mostrarse cortés y natural.
—¡Mira quién está aquí! Esto sí que es una sorpresa, ¿verdad, Andrew? —sonrió Mr. Bryce.
—Yo confiaba en que Miss Bentley no hubiese olvidado sus palabras.
Dijo estas palabras con un tono sencillo y tranquilo, pero Margaret no pudo disimular un gesto de disgusto e intentó acaparar la atención de todos. Era su principal objetivo en la vida.
—Andrew, ¿has tenido ocasión de escuchar el nuevo piano que ha comprado Robert? Es una verdadera maravilla.
—No, aún no —reconoció Andrew.
—Te lo mostraré, aunque… quizá quieras probarlo tú, Kate.
Si le hubiese ofrecido una manzana envenenada, Margaret le habría sonreído con la misma dulzura.
—No quiero torturar a todos con mis nulas dotes, Margaret. Toca tú. Estamos deseando escucharte.
—Sí insistes…
Margaret no se lo hizo repetir y se sentó en el piano para interpretar con bastante acierto una complicada pieza. Kate odiaba esa especie de concurso de habilidad en los que las jóvenes casaderas tocaban el piano, cantaban y en general se esforzaban todo lo posible por mostrar su sensibilidad y su capacidad artística a fin de impresionar a sus posibles maridos. Ella no había tenido ni la inclinación, ni los maestros necesarios para dominar arte alguno. Su madre intentó durante algún tiempo enseñarle a tocar el piano. pero acabó abandonando ante el escaso interés de Kate.
Cuando Margaret terminó todos le aplaudieron.
—Bien, nadie dirá que no ha sido un tiempo bien empleado. Sólo yo sé lo que costó llegar a esto. ¡Qué tardes insoportables con Miss Walcott!
—Serían insoportables para ti, Robert, que no tienes el menor gusto musical. Yo disfrutaba muchísimo, pero apenas me limito a hacerlo lo más correctamente que puedo. Se me da mejor cantar. Andrew en cambio tiene verdadero talento. ¿Por qué no interpretas algo y yo te acompaño?
—¿Es absolutamente imprescindible? —protestó poco entusiasta Andrew.
—Por favor, Andrew —dijo ella mimosa.
Andrew cedió, probablemente porque prefería tocar a seguir oyendo sus suplicas, y se sentó al piano. Margaret le preparó la partitura y Andrew tocó la melodía con facilidad y buen gusto, mientras ella entonaba con voz ligeramente aguda pero armoniosa, la letra de la canción.
Kate y Jane se miraban de reojo. Las dos compartían su indiferencia por la música, y en el caso de Jane más bien odio, ya que a ella sí que la habían obligado a practicar horas y horas con resultados lamentables.
Al poco rato, Mr. Bryce, que al parecer sentía tanto amor por la música como la misma Jane, interrumpió a su hermana.
—Es realmente increíble, querida, ¿pero no estás forzando demasiado la voz? Sería una pena que te quedases afónica.
Margaret le miró fastidiada.
—Me encuentro perfectamente y podría estar horas así.
—No lo quiera Dios, Margaret —se alarmó su hermano—. ¿Qué tal si salimos fuera? Es una pena estar aquí dentro con este tiempo tan estupendo que estamos teniendo.
—El doctor me dijo que no es conveniente que me dé el sol —se quejó Margaret.
—¿Y a usted Miss Bentley? —preguntó Bryce—. ¿Tampoco le gusta el sol?
—Si le soy sincera me gusta bastante más que la música, Mr. Bryce.
—Entonces pasearemos —afirmó él.
—Yo me quedaré haciendo compañía a Margaret —dijo Jane—. Creo que a mí tampoco me conviene que me dé mucho el sol.
Kate la miro con reproche y Margaret con odio, pero Jane sonrió complacida y se reclinó en el sofá.
—Sigue tocando si quieres, Margaret. Es tan relajante…
Los demás salieron al jardín. Mr. Bryce tomó del brazo a su mujer, que acababa de unirse a ellos, una señora bastante amable que no debía congeniar demasiado con su cuñada.
Kate iba junto a Andrew y la conversación entre ellos versó sobre la belleza del jardín y el tiempo tan delicioso que estaba haciendo y cuando ese tema ya no dio más de sí, Kate guardó silencio. También él iba muy callado, pero tras un buen rato se volvió hacia ella.
—No me ha preguntado nada, Miss Bentley, sobre el desafortunado encuentro del otro día.
Kate se sobresaltó. No podía responderle que su falta de curiosidad se debía a que ya la había satisfecho por otros medios.
—Temía que no fuese discreto preguntarle, Mr. Wentworth.
No se atrevió a decir que no era asunto suyo. Tal vez el coronel le hubiese contado su conversación y eso sí que sería violento para Kate…
—¿Conoce usted mucho al capitán?
Fue una pregunta que no gustó a Kate, pero la respondió.
—He coincidido con él en unas cuantas ocasiones desde que el regimiento se instaló aquí.
Él volvió a quedarse silencioso y pensativo hasta tal punto que Kate pensó que ya no diría nada más.
—Durante la mejor época de mi vida fuimos amigos. Buenos amigos, pensaba yo entonces, y me precio de conocerle bien, igual que él me conoce a mí. Sin embargo, como pudo ver usted misma, hace ya tiempo que Kenneth me odia. En cambio yo, y se lo digo con total sinceridad, no le odio. Y aun así me permitiré darle un consejo y aunque a nadie le gusta recibirlos le aseguro que a mí tampoco me gusta darlos.
Hizo una pausa y dudó un momento, pero finalmente continuó.
—Tenga cuidado con el capitán. No es de fiar.
Él la miraba con gran seriedad y Kate no sabía que contestarle. Tras un incómodo silencio apenas se le ocurrió musitar unas breves palabras.
—Le agradezco su interés, Mr. Wentworth.
—No lo merece. Y ahora le ruego que me disculpe tengo unas cartas que despachar.
Tras saludarla con una ligera inclinación se fue hacia el interior de la casa. Kate sentía un profundo peso dentro de su corazón. Por más que se hubiese empeñado en defenderle, una voz en su cabeza le decía que las palabras de Mr. Wentworth eran absolutamente ciertas.


10