-¿Qué tal está el
niño más guapo del hospital, esta mañana? –dijo dibujando una gran
sonrisa en su cara, al entrar en la habitación que ocupaba
Rodrigo.
Al niño se le iluminaron los ojos al
verla y le devolvió la sonrisa.
Aún tenía trabajo
por hacer, pero no pudo resistir la tentación de llamarla por
teléfono. Si no había calculado mal, ya tenía que estar en
casa.
Sonaron cinco tonos antes de obtener
respuesta.
-¿Si?
-¿Aún o has metido mi número en la
agenda del teléfono?
-Hola Pelayo, no, no lo he
metido.
-¡Qué desilusión! Yo que imaginé que a
estas alturas estarías escribiendo mi nombre por las esquinas y
resulta que no lo has puesto ni en el
móvil.
No puedo evitar
sonreír.
-Estaba a punto de meterme en la
ducha…
No la dejó
terminar.
-¡Mmmm! Qué imagen tan sugerente.
¿Quieres que vaya a frotarte la espalda?
-No hace falta, gracias, puedo
arreglármelas yo solita.
-Una lástima – la decepción,
evidentemente simulada, se dejó notar en su tono- ¿Te han gustado
la flores?
-Sí, son preciosas,
gracias.
-¿Qué tal si me lo agradeces esta
noche mientras cenamos?
-No puedo salir a cenar
contigo.
-¿Por qué? ¿Ya has
quedado?
-No, pero…
-Entonces, qué problema hay. Tendrás
que cenar, qué más da dónde lo hagas- no le dejó tiempo para
replicar- Te recojo a eso de las ocho, para que no se nos haga
demasiado tarde.
-Pelayo…
-Me gusta como dices mi nombre –dijo
casi ronroneando, con voz sugerente, a través del
teléfono.
-Estoy hablando en serio –estaba
empezando a perder la paciencia.
-Y yo también –él, sin embargo,
parecía tremendamente divertido- Entonces a las ocho. Pensaré en ti
hasta esa hora. “Chao”.
Miriam miró el teléfono como si fuera
un artefacto extraño, con la boca abierta y los ojos como platos.
No podía ser cierto que le hubiera dejado con la palabra en la
boca. Y todo para que no se negara a salir a cenar con él. Poco a
poco su gesto de incredulidad se fue transformando en una
sonrisa.
Estaba claro, que las cosas con
Pelayo, no eran demasiado ortodoxas. Hay radicaba gran parte de su
encanto.
A las ocho en
punto estaba en la calle, justo en el momento que el Audi se
detenía frente al portal.
-¿Sabes que es de mala educación dejar
a las personas con la palabra en la boca? –reprendió a modo de
saludo.
-¿Eso hice? Lo siento –la sonrisa
amplia y divertida, desmentía sus palabras- Tienes preferencia por
algún lugar o escojo yo.
-Tú mismo –respondió mientras se
abrochaba el cinturón de seguridad.
-Bien, pues vamos
allá.
Resultó una cena amena, en la que tan
solo hablaron de cosas triviales y de cómo les había ido el día en
el trabajo.
Desde fuera tenían el aspecto de una
pareja normal, que disfruta de la cena, en un lugar tranquilo y
acogedor, como era el pequeño restaurante que Pelayo había
escogido.
Ninguno de los dos parecía interesado
en sacar a relucir el tema que tantos quebraderos de cabeza les
estaba causando a ambos.
Prefirieron ignorarlo por el momento,
para no estropear una noche, que estaba resultando realmente
encantadora.
Eran poco más de las diez, cuando la
llevó de regreso a su apartamento.
La acompañó hasta el
portal.
-¿Quieres subir? –preguntó
indecisa.
-No –respondió acariciándole el
rostro- No quiero que luego me acuses de que solo estoy contigo por
el sexo.
-Yo no… -la réplica ofendida que
comenzaba a salir de su boca, se cortó en seco al descubrir la
sonrisa burlona que le dedicaba Pelayo.
Le propinó un puñetazo en el hombro,
como castigo por la burla.
-Eres tonto.
-Y tú una bruta –protestó frotándose
la extremidad dolorida- Si cada vez que bromee, me castigas de esta
manera, conseguirás que me convierta en un hombre serio y gris,
temeroso de tu puño.
No pudo reprimir la carcajada, ante
las exageradas palabras de Pelayo.
Verla tan animada, puso otra sonrisa
en sus labios y al atrajo hacia él, con un gesto rápido y
seguro.
-Ves que tonterías me haces
decir.
-Creo que yo no influyo para nada, eso
sabes hacerlo muy bien tú solito, sin ayuda de
nadie.
-Eres mala –se acercó a sus labios y
depositó un beso en ellos antes de continuar- Pero creo que me
gusta. Mi novia es una bruja de pelo cobrizo y ojos
“tutti-fruti”.
Volvió a besarla
antes de darle tiempo a asimilar lo que acababa de
decir.
El sabor del té en su boca, le resultó
tremendamente agradable, la besó profundamente, sin prisa
saboreándola y disfrutando de la respuesta de
ella.
Interrumpió el beso con la esperanza
de que no recordara sus palabras, pero no hubo suerte. En el
momento que sus labios se separaron, la pregunta le atravesó los
tímpanos.
-¿Cómo que novia? Que yo sepa, en
ningún momento he aceptado ser tu novia.
-¡Ah! ¿No? Juraría que sí lo habías
hecho –dijo poniendo una expresión inocente, que le hacía parecer
más joven- Pero eso tiene fácil solución ¿Quieres ser mi novia?
–dijo estrechándola aún más contra su
cuerpo.
“Sí” quería gritar. “Sí, quiero ser tu
novia, tu esposa, tu compañera”.
Pero se limitó a decir un simple –Me
lo tengo que pensar.
-Lo dicho, eres una bruja mala. Te
gusta verme sufrir ¿verdad?
-Sí, estás sufriendo muchísimo –dijo
divertida.
-Más de lo que crees –la intensa
mirada azul que la traspasó, le dijo claramente que hablaba en
serio.
-Será mejor que subas o terminaré
cambiando de opinión y aprovechándome de ti y de tu
cuerpo.
Recuperó su tono desenfadado a la vez
que depositaba otro suave beso sobre sus
labios.
-Hasta mañana –dijo desde dentro del
portal.
-Que descanses y que sueñes con… con
los angelitos no, me pondría celoso, sueña
conmigo.
Sonrió antes de cerrar la puerta tras
ella y comenzó a subir las escaleras. Pelayo permaneció allí, hasta
que la perdió de vista.
El martes fue un
día de trabajo intenso, varias altas y otras tantas
hospitalizaciones, niños que se van y nuevos que
llegan.
Revisar historias clínicas, comprobar
medicaciones, ganarse la confianza de los nuevos, para que no le
compliquen las cosas a una y que ellos se sientan más a gusto y
tranquilos. Y como no, bregar con los preocupados padres, que
exigen saber, que les pasa a sus hijos.
En definitiva, un día
completito.
Colgó el bolso en el perchero de la
entrada, se quitó los zapatos y descalza, se fue a la cocina. Tenía
hambre, con el ajetreo del día, apenas había tomado más que una
ensalada, pero necesitaba un baño, y eso sería lo primero de
todo.
Sacó un yogurt de la nevera, con él en
la mano fue a abrir el grifo del agua
caliente.
Entre cucharada y cucharada, se quitó
la ropa, que dejó esparcida sobre la cama.
Una cama que ya no veía con los mismos
ojos, desde que al había compartido con
Pelayo.
¿Qué estaría haciendo en esos
momentos? Ese día no había tenido noticias suyas,
aún.
De nuevo en el baño, puso a llenar la
bañera. No solía hacerlo, le parecía un gasto de agua y gas
innecesario, pero necesitaba relajarse un poquito. Y para eso nada
mejor, que un buen baño de agua caliente y
sales.
“Mocita dame el clavel, dame el clavel
de tu boca….”
¿Qué era aquello? ¿La
tuna?
La música llegaba desde la calle, no
podía ser otra cosa.
Divertida, cerró el grifo del agua, se
puso el albornoz y corrió a la ventana.
¿Para quién sería la
serenata?
Permaneció tras los cristales
escuchando y observando al grupo. Siempre le habían encantado las
tunas. En realidad le gustaba todo lo que tuviera que ver con la
música.
Un movimiento a la derecha de los
jóvenes que entonaban el famoso “clavelitos”, llamó su
atención.
Tendría que habérselo
imaginado.
Pelayo, permanecía apoyado contra su
coche, con una radiante sonrisa en el rostro, mirándola
fijamente.
Era para ella, pensó emocionada, la
tuna estaba allí por ella.
Fue incapaz de reprimir la sonrisa que
brotó de sus labios, iluminándole el rostro. Se sentía como cuando
niña, salía a ver pasar la cabalgata de los reyes magos. Ese mismo
nerviosismo, mezcla de fascinación y entusiasmo, se había apoderado
de ella en esos momentos. Se dejó llevar por la música, canción
tras canción.
Se estaba enfriando el agua, pero no
le importó. Permaneció en la ventana hasta que la serenata
terminó.
Vio a Pelayo dirigirse a ellos antes
de que se fueran. Luego volvió a mirar hacia la ventana donde ella
se encontraba.
Con un gesto de la mano, le indicó que
subiera.
Lo esperó junto a la
puerta.
-Estás loco –dijo entre risas,
cerrando la puerta cuando él entró.
-¿Eso quiere decir que te ha
gustado?
-Me ha encantado,
gracias.
-Eso pensé –satisfecho la miró de
arriba abajo- ¿He interrumpido algo?
-Iba a darme un baño, he tenido un día
agotador.
-Entonces me voy, no quiero ser un
incordio.
-No lo eres –replicó con un
susurro.
-Me alegra oír eso –se acercó a ella,
acariciándole el rostro con los dedos.
Ladeó la cabeza contra la mano de
Pelayo, que animado por el gesto la atrajo hacia él y al besó en
los labios.
Fue un beso intenso, devastador, que
la dejó temblando de pies a cabeza.
-Me voy, procura
descansar.
Asintió, aún aturdida, mientras lo
veía abrir la puerta.
Quería pedirle que se quedara, pero
realmente se sentía agotada y necesitaba estar
sola.
-Te llamo mañana –ya estaba en el
rellano- ¡Ah!
-¿Sí?
-Piensa en mí –le dedicó una de sus
arrebatadoras sonrisas antes de comenzar a bajar las escaleras,
canturreando el “clavelitos”.
Miriam esperó junto a la puerta hasta
que lo vio desaparecer escaleras abajo.
Por fin sumergida hasta los hombros,
en el agua humeante y perfumada, pensó en el hombre que acababa de
irse del apartamento. Dejó que su mente jugara con la posibilidad
de estar juntos, de aceptar definitivamente su propuesta, de
compartir su vida con él. Y pensó que sería un sueño hecho
realidad.
El sol brillaba en
el cielo azul y despejado de nubes, como un día de verano,
solamente el frío que hacía fuera, estropeaba aquella
estampa.
Pero no le
importó.
Ante la puerta del Ramón y Cajal,
esperaba impaciente la salida de Miriam.
Tras toda una mañana de intenso
trabajo, pudo tomarse la tarde libre para estar con
ella.
Quería aprovechar todo el tiempo del
que le fuera posible disponer, para dedicárselo y
enamorarla.
Esperaba que todos sus esfuerzos,
dieran resultado.
Lo reconoció al instante, aunque
estuviera de espaldas a la puerta.
Su pelo rubio, la estatura y su
magnífica planta lo hacían inconfundible.
Sintió un revoltijo de emoción en el
estómago, como cuando, años atrás, lo veía en las fiestas a las que
asistía con su hermana. La diferencia era que ahora sí la esperaba
a ella.
Como si hubiera presentido su llegada,
Pelayo se volvió y sonrió al verla del otro lado de la
puerta.
-¿Ese no es el rubio guapísimo de tu
cumpleaños? –preguntó fascinada Paz.
-Sí –se limitó a responder
Miriam.
-¿No me digas que es el que te envía
las flores? –ahora sí estaba sorprendida.
-Pues no te lo diré –le dedicó una
mirada ladeada, cargada de intención.
-¡Joder! -exclamó- ¡Vaya! Sí que
saltaría loca de contenta si ese me enviara flores, aunque fueran
cardos.
Miriam rio divertida ante el
comentario de su compañera, mientras empujaba la
puerta.
-Hola –dijo al llegar junto a
él.
-Hola –respondió Pelayo, sin poder
despegar los ojos de los de ella.
Al ver que Paz no parecía dispuesta a
irse sin una presentación formal, dijo.
-Esta es Paz, una de mis compañeras de
turno. Él es Pelayo –mientras hablaba no dejaba de mirarlo- un
amigo.
Recalcó la última palabra, lo que
logró que el ceño de Pelayo se frunciera ligeramente, antes de
esbozar una de sus sonrisas rompe corazones, y mirar a Paz, que lo
observaba sin pestañear.
-Encantado –tendió la mano y le dio
dos besos en las mejillas- ¿Estabas en la fiesta de cumpleaños de
Miriam, verdad?
-Sí –se sentía encantada de que la
recordara- Aunque a alguien se le olvidó
presentarnos.
Al pronunciar esas palabras, fulminó a
su amiga con la mirada.
-Es cierto, es una anfitriona un poco
descuidada –bromeó él.
Paz le dedicó su mejor sonrisa antes
de decir –Bueno, pareja, os dejo.
-Un placer conocerte
Paz.
-Lo mismo digo, Pelayo –aún no había
perdido la sonrisa- Hasta mañana Miriam.
-Hasta mañana
Paz.
La observaron unos instantes, antes de
volver a mirarse.
-¿Qué haces
aquí?
-Me apabulla este recibimiento,
tranquila no hace falta que me demuestres tan descaradamente lo
ilusionada que estas de verme.
El tono ofendido la hizo volver a
sonreír.
-En serio ¿no deberías estar
trabajando?
-Me he tomado la tarde
libre.
Le rodeó la cintura con un brazo y la
condujo hacia el aparcamiento.
-¡Ah! –fue lo único que salió de su
boca.
-He planeado algo para esta
tarde.
-Debería ir a casa a du… -comenzó a
protestar, pero Pelayo la interrumpió con un beso antes de abrirle
la puerta del coche.
-No hay tiempo para eso. Más tarde, te
llevaré a casa y podrás darte esa ducha.
Suspiró
resignada.
-De acuerdo. ¿Siempre te sales con la
tuya? –preguntó cuando él se puso al
volante.
-No siempre –respondió encogiéndose de
hombros al mirarla.
Miriam dudaba de
que aquello fuera cierto, comenzaba a tener una idea bastante clara
del carácter de Pelayo, y no le parecía un hombre que se diera
fácilmente por vencido, ni que aceptara un “no” por
respuesta.
Seguro que aquel rasgo de su carácter
le beneficiaba en su trabajo como abogado.
-¿Un paseo en bote
por el lago del Retiro? ¿Estás loco?
Pelayo rio divertido ante la expresión
entre horrorizada y emocionada de Miriam.
-Últimamente me lo preguntas
demasiado, tal vez tendría que consultarlo con un especialista
–bromeó.
-Hace un frío que pela –protestó,
aunque no podía negar que la idea de un paseo en bote, a pesar del
frío, le parecía de lo más romántico.
-Tengo una manta de viaje en el coche,
puedo ir a por ella, si crees que la necesitas- se ofreció
galante.
-No… no
importa.
-Bien, entonces
vamos.
La tomó de la mano entusiasmado y se
encaminó al embarcadero.
Como era de suponer, el lago estaba
vacío, pero eso no le preocupaba en
absoluto.
Una vez llegaron al centro del lago,
Pelayo posó los remos y con mucho cuidado se sentó junto a ella,
estrechándola entre sus brazos.
Era agradable estar allí, solos, sin
apenas ruido a su alrededor, tan solo algunos pájaros y el chapoteo
del agua contra los costados del bote.
-¿Te ha gustado la
sorpresa?
Preguntó muy cerca de su oído, con una
voz suave y melosa.
No pudo
mentirle.
-Sí, mucho –se arrebujó más contra él,
buscando el calor de su cuerpo
-¿Por qué haces
todo esto? –preguntó después de un rato en
silencio.
-¿Aún no te has dado cuenta? -preguntó
sorprendido- Te estoy cortejando a la antigua
usanza.
-¡Ah! ¿Eso es lo que estás haciendo?
–preguntó divertida.
-Sí, lo que me gustaría saber, es si
está dando resultado.
-¿Y si te dijera que no? –quiso
saber.
-Seguiría intentándolo hasta conseguir
que cayeras rendida a mis pies.
No había ni rastro de la típica nota
de humor socarrón.
Un escalofrío de placer la recorrió
por entero, el darse cuenta de que hablaba totalmente en
serio.
-¿Tienes frío? –preguntó preocupado al
sentirla estremecerse entre sus brazos.
-No, estoy
bien.
-Aún no me has respondido
–insistió.
-No recuerdo la
pregunta.
-Mentirosa –dijo estrujándola
ligeramente y depositando un tierno beso en su cuello- Está bien,
no hace falta que me respondas todavía. Cuando lo hagas quiero que
estés totalmente segura. Tomate tu tiempo, puedo
esperar.
-No hace falta –dijo con apenas un
susurro.
Pelayo inclinó la cabeza buscando su
mirada.
Con el corazón a punto de sufrir una
parada, esperó a que continuara hablando.
Tras mirarlo a los ojos durante unos
segundos, enterró la cara contra su pecho antes de comenzar a
hablar.
-No quería que esto sucediera –casi se
lamentó- Pero al final no he podido controlar mis emociones. Tú con
tus locuras, tus sonrisas y tus bromas has derribado el muro que
traté de levantar entre nosotros.
Sigo pensando que es un error, pero no
puedo negar lo que siento por ti.
-¿Y qué sientes? –quiso saber, con la
voz ahogada por la tensión del momento.
Cerró los ojos y respiró con fuerza,
notando, al hacerlo, el agradable olor que desprendía su
cuerpo.
-Te quiero -murmuró, casi con
miedo.
Pelayo echó la cabeza hacia atrás y
también cerró los ojos, dando gracias a dios mentalmente, antes de
separarla de él para mirarla a los ojos de
nuevo.
-Me acabas de hacer el hombre más
feliz del mundo –depositó un dedo sobre sus labios, para que no
dijera nada- Yo también te quiero.
Se apoderó de sus labios, con un
largo, cálido y apasionado beso.
-Eso quiere decir que eres mi novia
–afirmó al separase, con una ceja elevada,
desafiante.
-Supongo que sí –sonrió ante la idea
de ser la novia de Pelayo Inclán.
-¡Bien! Ahora que ya he logrado lo que
quería, que te parece si posponemos el resto del paseo en barca,
para otro día.
No lo había demostrado, pero también
se sentía muerto de frío.
-Una idea estupenda.
Aquella noche
entre sus brazos, se sintió más mujer, más deseable y más feliz que
en ningún otro momento de su vida. Gozando de sus caricias, sus
palabras tiernas y amorosas y toda la pasión que compartió con
ella, convenciéndola, por fin, de que estaban locos el uno por el
otro.
Finalmente agotada, preguntó medio
dormida -¿Te vas a quedar?
-¿Quieres que me quede? –susurró en su
oído, mientras deslizaba un dedo sobre uno de los brazos
desnudos.
-Sí.
Con una sonrisa cargada de
satisfacción, le dio un suave beso en la punta de la
nariz.
-Pues entonces me
quedo.
Miriam se acurrucó a su lado y se
quedó profundamente dormida.
El agradable
recuerdo de la noche anterior, paso por su cabeza en el mismo
instante que sus ojos se abrieron y se toparon con Pelayo, que aún
dormía.
No pudo evitar
contemplarlo.
Su expresión era relajada y le pareció
que estaba más guapo que nunca. Con el pelo revuelto y su cara
perfecta de niño bueno.
No tardó en abrir los ojos, como si un
sexto sentido le hubiera advertido del escrutinio al que estaba
siendo sometido.
-Buenos días –dijo con la voz ronca
por el sueño.
A Miriam le pareció la voz más sensual
del mundo.
-Buenos días ¿Has dormido
bien?
-Sí –dijo desperezándose- Hacía noches
que no descansaba tan bien.
-¿Y eso? –preguntó
curiosa.
-Porque te tenía a mi
lado.
El ya conocido revoloteo en el
estómago, la asaltó al oír las palabras de
Pelayo.
-Tengo que irme –dijo torciendo el
gesto al ver la hora que era- Aún tengo que pasar por mi
apartamento para darme una ducha y cambiarme de
ropa.
Miriam asintió, mientras lo veía salir
desnudo de la cama.
Volvió a maravillarse de la perfección
de aquel cuerpo, que, sin ningún pudor, se paseaba ante ella
recogiendo su ropa.
-¿Cenamos esta noche? –preguntó
mientras comenzaba a vestirse.
-Sí, pero por una vez podíamos hacerlo
aquí –dijo con timidez, como si esperara que él rechazara aquella
idea.
-Genial, pero yo traigo la
cena.
-¿No te fías de mis dotes
culinarias?
Ahora le tocaba bromear a
ella.
-No es eso –se acercó para darle un
beso- Tenía planeado llevarte a un sitio, pero como prefieres cenar
aquí –hizo una pausa para ponerse los zapatos- Lo pediré para
llevar.
-¿Ya lo tenías pensado? –preguntó
escéptica.
-Sí, era el siguiente paso. Por si me
fallaba el paseo en barca.
Dijo con una mirada maquinadora en sus
preciosos ojos azules.
-Lo tenías todo planeado ¿eh? –parecía
divertida.
-Todo.
Volvió a acercarse a ella y la besó de
nuevo, pero esta vez más profundamente.
Con un gruñido de frustración se
separó de ella.
-Me voy –desde la puerta- te veo esta
noche.
-Sí.
Sintió cerrarse la puerta cuando él se
fue. Se estiró, satisfecha, para desperezarse, pero no se levantó.
Permaneció tendida, recordando cada momento, cada palabra, cada
beso de la noche pasada.
Al hacerlo una sonrisa llena, luminosa
y amplia se instaló en su cara, permaneciendo allí todo el día.
Haberse tomado la tarde anterior libre, le pasó factura esa mañana.
Aunque había merecido la pena. Las carpetas de los casos y
expedientes apilados sobre su mesa, lo mantuvieron ocupado todo el
día, pero encontró un hueco para llamar al restaurante y reservar
la cena que pasaría a recoger esa noche, de camino a casa de
Miriam.
Había planeado llevarla a
“Yerbabuena”, un restaurante vegetariano de la calle
Bordadores.
Escogió el lugar, porque aunque Miriam
no era vegetariana, sabía lo que le preocupaba cuidar su dieta y
qué mejor que unos buenos platos de verduras bien preparados, para
complacerla.
Estaba seguro de que le gustaría.
Cuando por fin salió del despacho, tuvo el tiempo justo para darse
una ducha y cambiarse de ropa, antes de pasar a recoger el
pedido.
Eran las nueve en
punto cuando llegó al apartamento de
Miriam.
La sonrisa con que lo recibió, le
aceleró el corazón.
Se quedó allí de pie, parado,
mirándola, maravillado con su belleza, con el brillo de sus ojos y
pensando lo afortunado que era por haberla
encontrado.
-¿Pasa algo? ¿Por qué me miras así?
–preguntó frunciendo el ceño, al ver que no se movía de la
entrada.
-Estás preciosa -respondió
simplemente, reaccionando por fin.
-Gracias. Pero creo que sería mejor
que pasaras, así podría cerrar la puerta –volvió a sonreír
divertida.
-¡Ah! Sí,
claro.
Dio un par de pasos y esperó a que
cerrara, entonces la atrajo hacia él con la mano libre y al
besó.
Fue un beso suave, reverente y cargado
de promesas, que la dejó aturdida y deseosa de
más.
-Será mejor que cenemos o esto se
estropeará –dijo levantando la bolsa que sostenía en la mano
izquierda.
Asintió y se encaminó a la
cocina.
La mesa ya estaba
preparada.
-Tengo cerveza en la nevera o vino si
lo prefieres.
-¿Qué vas a beber
tú?
Preguntó depositando la bolsa sobre la
encimera.
-Agua, no suelo tomar
alcohol.
Pelayo torció el
gesto.
-Yo tomaré cerveza, si no te
importa.
Sacó un botellín del frigorífico y la
botella de agua.
-Tiene un aspecto
delicioso ¿Qué es?
Preguntó señalando las verduras,
mientras aliñaba la apetecible ensalada de queso brie, canónigos,
rúcula, copos de maíz y brotes de alfalfa.
-Lasaña de vegetales variados con
setas, paté vegetal, con capas de pasta de arroz, sobre pisto y no
sé cuantas cosas más.
-¡Mmmm! Suena
genial.
-Pensé que te
gustaría.
-Seguro que sí,
gracias.
Realmente había
sabido escoger, tanto la ensalada, como la lasaña, eran
exquisitas.
Todo parecía marchar a las mil
maravillas, se sentía cómodos estando juntos, la cena era deliciosa
y la conversación amena y variada.
Marchaba a las mil maravillas hasta
que Pelayo dijo –Mañana es viernes.
-Sí –respondió Miriam, dejando escapar
un suspiro, a la vez que, sin poder evitarlo, su rostro se
ensombrecía.
-Te preocupa que Sonia no acepte lo
nuestro –no fue una pregunta.
-Sabes que sí.
-Si quieres podemos decírselo
juntos…
-No -le cortó- Creo que será mejor que
se lo diga yo.
-Como quieras, pero sabes que estaré
ahí, si me necesitas.
Asintió en silencio, jugueteando con
los restos de verduras del plato.
Al ver el cambio de actitud de Miriam,
se arrepintió de haber abierto la boca, estropeando así, una velada
perfecta. Pero era ridículo tratar de ignorar lo evidente, tendrían
que enfrentarse a Sonia tarde o temprano y no hablar de ello no
cambiaba las cosas.
De todas formas, prefirió no
insistir.
Se levantó y acercándose a ella, le
tendió una mano.
-Ven aquí.
Obedeció. Dejó que la envolviera con
sus fuertes brazos y cerrando los ojos, procuró no pensar en lo que
tendría que hacer.
Los platos de la cena quedaron
olvidados sobre la mesa, solo existían ellos
dos.
Tendida sobre la cama, dejó que Pelayo
la acariciara, recorriendo su cuerpo y demostrándole con cada roce,
con cada beso, todo el amor que sentía por
ella.
Por unos instantes pensó lo injusto
que era el destino. Por fin había encontrado a un hombre que la
amaba, del que se había enamorado locamente y tenía que ser el
elegido por su hermana.
Se aferró a él con desesperación,
necesitaba sentirlo dentro de ella, asegurarse de que todo era real
y no una pesadilla horrible.
Pelayo podía percibir su angustia, por
eso trató de borrarla con sus manos expertas y sus labios cálidos y
suaves.
Finalmente la pasión se apoderó de
ella, dejando de lado todo lo que no fueran ellos dos y el
desbordante y arrollador deseo que los consumía, fundiéndolos en un
solo ser.
Hubiera podido pasar el resto de su
vida de aquella manera, entre sus brazos, sintiéndolo totalmente
entregado y olvidándose del resto del universo y de los
problemas.
Adormilada sobre su pecho, un rato más
tarde, no pudo evitar retomar sus temores.
-No tengo ni idea de cómo se lo voy a
decir –murmuró.
-Puedes esperar, no es necesario que
se lo digas ya…
Negó con la
cabeza.
-No quiero mentirle, sería peor si se
enterara que se lo he estado ocultando.
-Como quieras –le besó la frente- pero
ahora no pienses en ello y descansa.
A pesar del torbellino de pensamientos
que bullía en su cabeza, terminó por
dormirse.
Sin embargo Pelayo no lo
hizo.
Él también pensaba en las
consecuencias que traería confesarle a Sonia que estaban
juntos.
Esperaba, por el bien de Miriam, que
no se lo tomara demasiado mal.
Temía que una mala reacción de Sonia,
afectara a su relación, podía ser un tanto egoísta pensar así, pero
en esos momentos era su mayor temor.
Él estaba totalmente seguro de sus
sentimientos, pero quizás Miriam no estuviera dispuesta a arriesgar
la estrecha unión con su hermana por él.
Pero una cosa estaba clara, no se
daría por vencido y se enfrentaría a quien fuera y a lo que fuera
con tal de conservar a Miriam a su lado.
*******************************
Pelayo se había despedido de ella,
dándole ánimos y prometiéndole llamarla al final del
día.
Pero con el avanzar de la mañana, esos
ánimos la iban abandonando. Por momentos sentía que no tendría
valor para enfrentar a Sonia, que tal vez lo mejor, sería dejar de
ver a Pelayo y así se terminaría el
problema.
Cada vez que aquel pensamiento la
asaltaba, algo se revelaba en su interior, haciéndole ver que no
era la solución.
-Tienes un aspecto horrible –le dijo
Paz a última hora- ¿Problemas en el
paraíso?
Era evidente que se refería a
Pelayo.
-No, nada de eso –trató de sonreír,
sin demasiado éxito- Hoy regresa mi
hermana.
-Pues por tu cara, cualquiera diría
que no tienes muchas ganas de verla.
Se encogió de
hombros.
-Tengo que darle una noticia que sé
que no le va a gustar.
-¡Ya! Esas cosas cuanto primero se
dicen, primero se pasan.
-Lo sé. Pero eso no lo hace más
fácil.
-Supongo que no –dijo saliendo del
control de enfermeras- Voy a ver qué tal comen nuestros
niños.
Volvió a quedarse sola con sus dudas,
mientras revisaba los partes y sus compañeras hacían la ronda por
las habitaciones.
Apenas había comido en todo el día, y
aunque el estómago comenzaba a protestar por ello, se sentía
incapaz de ingerir nada. El nudo que sentía en el estómago, no le
hubiera permitido el paso a nada que hubiera tratado de
tomar.
Paseaba por su apartamento, nerviosa,
sin saber qué hacer.
Esa mañana había hablado con su madre,
que le informó de que Sonia llegaría sobre las seis de la
tarde.
Eran casi las siete menos cuarto y aún
no tenía noticias.
A cada rato comprobaba el móvil, pero
evidentemente, en la pantalla, no aparecía ninguna llamada perdida.
Y miraba el reloj, viendo como el tiempo no parecía
avanzar.
Estaba comenzando a sentirse
desquiciada, cuando el aparato comenzó a
sonar.
Era ella, por unos instantes sintió el
deseo de no contestar, pero lo hizo.
-¿Sí? –era su forma de responder,
aunque reconociera el número.
-Hola guapa –dijo con voz cantarina su
hermana- Ya estoy en casa ¿Estas ocupada? Si no lo estás podrías
pasarte por aquí. Tengo ganas de verte y mucho que contarte. Y te
he traído un regalito.
Cerró los ojos y maldijo para sus
adentros, aquello la hacía sentir aún más
culpable.
-Sí, está bien. Voy ahora
mismo.
-De acuerdo, no tardes –sin más cortó
la comunicación.
Dio mil vueltas antes de decidirse a
salir de casa.
Se cambió dos veces de ropa y tres de
zapatos. Revisó que las ventanas estuvieran cerradas, algo que no
hacía jamás y en el último momento también cambió el
bolso.
Cuando no encontró más escusas que le
impidieran ir a ver a Sonia, se armó de valor y salió del
apartamento.
Caminando por la calle, se sentía como
Juana de Arco camino de la hoguera.
El efusivo abrazo con que la recibió,
le provocó un nudo en la garganta, que le dificultaba
respirar.
-Que aspecto tan horrible tienes –dijo
Sonia examinándola.
-Tú sin embargo estás estupenda
–consiguió decir, esbozando una sonrisa, que más bien parecía una
mueca de dolor.
-Verdad qué sí –se rio encantada
consigo misma- Pasa. Has tardado tanto que papá y mamá se han ido
sin esperarte.
No hizo ningún comentario, porque
Sonia continuaba parloteando alegremente.
-Mira todo lo que me he comprado ¿No
son preciosos?
Preguntó señalando los blusones y
vestidos de vivos colores que tenía esparcidos sobre la
cama.
-Sí, son muy
bonitos.
-Tendrías que haber venido. Es un país
realmente fascinante. Y la gente es adorable, con ese encantador
acento. Podría pasarme horas oyéndolos
hablar.
Revolvió dentro de su bolso y sacando
un paquetito, se lo tendió.
-Toma, esto es para ti. Espero que te
guste, porque no creo que pueda cambiarlo
–bromeó.
Miriam cogió el regalo esbozando una
sonrisa.
-No tenías que haberte molestado
–comentó mientras lo abría- Son precioso.
Exclamó, al ver los finos pendientes
de plata.
-Plata mexicana –aclaró- Sabía que te
gustarían, pensé en ti nada más verlos.
-Gracias.
-De nada. Tendrías que haber visto
todas los cosas que había para comprar, allí podías perder el
gusto, te lo digo de verdad.
Miriam no sabía si agradecer la
verborrea de su hermana o echarle las manos al cuello para que se
callara de una vez.
Parecía no terminar nunca con sus
anécdotas y sus historias sobre ruinas y pueblos perdidos de la
mano d dios, donde había conocido a gente curiosísima, y disfrutado
de lo lindo.
-¡Ah! Pero yo estoy hablando como una
loca y tú también tienes algo que contarme
¿verdad?
El corazón le dio un vuelco dentro del
pecho. Ahora se daba cuenta de que hubiera preferido que siguiera
hablando de su viaje maravilloso por las tierras
mexicanas.
-No pongas esa cara de susto. Venga,
desembucha ¿Quién era el tipo que estaba contigo la otra noche?
Preguntó entornando los ojos y dándole a su voz, un toque de
misterio.
-De eso quería hablarte –tomó aire y
lo expulsó lentamente antes de continuar- No fui del todo sincera
contigo.
-¿No? –preguntó
divertida.
-No –hizo otra pausa- Sí conoces a la
persona que estaba conmigo.
La declaración capturó toda la
atención de Sonia, que la miraba
expectante.
Al ver que su hermana no se decidía a
continuar, la animó con un gesto de las
manos.
-Era… -tragó saliva y carraspeó- Era
Pelayo.
-¿Pelayo? -preguntó con una sonrisa
confundida en los labios y el ceño ligeramente fruncido- ¿Qué
Pelayo?
-Pelayo
Inclán.
Enfrentó su mirada, aterrada por lo
que podría encontrarse.
Por el momento solo se topó con la
incredulidad de su hermana.
-¿Y qué hacia contigo? –ya no
sonreía.
-Estamos juntos –dijo con todo el
valor que fue capaz de reunir, que ciertamente no era
demasiado.
-¿Juntos? -movió la cabeza hacia los
lados, como si estuviera negando lo que escuchaba o se negara a
creerlo- ¿Qué quiere decir juntos?
Su tono, ahora, era bajo y ligeramente
amenazador, y la miraba con los ojos
entrecerrados.
-Pues eso,…, estamos
saliendo.
-Si es una broma, no tiene ninguna
gracia.
Dijo con los dientes apretados,
tratando de controlar el ritmo de su respiración, que poco a poco
parecía ir aumentando sin que ella pudiera
evitarlo.
-No es una broma. Sé que… -no sabía
cómo continuar ¿Qué podía decir?- Lo siento, no es algo que hayamos
planeado.
-¿Estás segura? –ahora sí, ahora su
mirada fue penetrante y cargada de odio- Que casualidad, justo
cuando Pelayo me asegura que jamás habrá nada entre nosotros y me
voy de viaje, vuelvo y me encuentro con una parejita feliz. ¿Y
quieres que me crea que no fue premeditado?
-Sonia, trata de razonar, hacía años
que no veía a Pelayo, es imposible…
-Sí –parecía estar hablando sola-
hasta la maldita fiesta, esa noche se fue sin mí, y a los pocos
días fue cuando rompió conmigo. Porque tú te metiste por el medio
–dijo volviendo a fulminarla con la mirada.
-No es así, yo no he tenido nada que
ver con que Pelayo no quisiera volver a estar
contigo.
-¿Ah! ¿No? -casi gritaba- Entonces,
¿por qué después de tantos años decide
dejarme?
-No te dejó –susurró. No quería hurgar
en la herida, pero su hermana estaba perdiendo los papeles y
confundiendo las cosas.
-Toda la culpa es tuya, siempre me has
tenido envidia, siempre has querido ser como yo y tener lo que yo
tenía.
Miriam la miraba horrorizada. No podía
creer las cosas que le estaba diciendo, definitivamente, se había
vuelto loca.
-Y por supuesto no has parado hasta
conseguir al hombre que era para mí. Si tú no te hubieras
entrometido, jamás lo hubiera perdido.
-Sabes también como yo que eso que
dices, no son más que mentiras.
Ahora ella también gritaba. No estaba
dispuesta a consentir que la insultara, por muy dolida que se
sintiera.
-¡Y una mierda! Quiero que salgas de
mi casa, ahora mismo –dijo señalando la
puerta.
-No puedes decirlo en serio ¿Has
perdido el juicio? Sentémonos y razonemos las cosas, yo sé que esto
te ha hecho daño, pero…
-¿Daño! -bramó- Tú no tienes ni idea
de lo que me has hecho, me has traicionado, mi propia hermana. No
te lo repetiré más veces. ¡Fuera!
-Está bien, veo que ahora eres incapaz
de pensar con claridad –recogió el bolso y el abrigo- Cuando te
calmes, puedes llamarme y hablaremos.
-Ni lo sueñes. No te lo perdonaré
jamás ¡Fuera!
Volvió a gritar.
Con el corazón
destrozado, abandonó el apartamento de su
hermana.
Sentía que el nudo de su garganta cada
vez se apretaba más, impidiéndole respirar. Estaba al borde de las
lágrimas y tuvo que hacer un gran esfuerzo para no derrumbarse
antes de llegar a su casa.
Se dejó caer sobre la cama y lloró
desconsolada. Nunca habría imaginado una reacción como aquella. Y
se sentía tan mal, que ahora hubiera preferido no haberle dicho
nada, haber guardado el secreto, mentirle, antes de haberla visto
como una demente, desquiciada y especulando de manera
absurda.
Cuando sonó el teléfono, se abalanzó
sobre el bolso, pensando que sería ella, que finalmente había
recapacitado.
Pero no era su hermana, era
Pelayo.
-Hola cielo.
Se puso tenso al no recibir
respuesta.
-Miriam ¿estás
bien?
-No –sollozó.
-Estoy delante de tu casa. Ábreme la
puerta –dijo con tono preocupado.
Había dudado antes de ir hasta allí,
quería asegurarse de que todo había ido bien. Ahora se alegraba de
haberlo hecho.
Sintió una leve presión en el pecho al
ver que tardaba en abrir. Insistió, llamando de nuevo al
telefonillo.
Cuando por fin la puerta cedió, corrió
escaleras arriba, angustiado.
Le faltó tiempo para arrojarse a sus
brazos, buscando el consuelo que no había hallado hasta el
momento.
Verla hecha un mar de lágrimas, con
los ojos inflamados por el llanto, le partió el
alma.
Solo había una
explicación para aquello, Sonia se lo había tomado peor de lo que
se esperaban.
No dijo nada. Simplemente la abrazó y
dejó que se desahogara, acariciándole el suave y largo cabello, y
depositando pequeños besos sobre su cabeza.
Poco a poco el torrente de lágrimas
fue disminuyendo, pero no la soltó. Continuó abrazándola, esperando
a que estuviera preparada para contarle lo que había
sucedido.
Por fin, Miriam, se separó de él, se
limpió la cara con el dorso de la mano y trató de
sonreír.
Era una sonrisa cargada de
tristeza.
-Tenías razón, tendría que haber
esperado para decírselo –la voz le salió
rota.
-Tal vez, pero ya está hecho. Cuéntame
lo que ha pasado.
Relató el encuentro y todas las cosas
horribles que le había dicho, y la forma en que la había echado de
su casa.
Una furia ciega lo inundó al escuchar
lo sucedido. Si en esos momentos, Sonia estuviera ante él, la
estrangularía con sus propias manos.
Respiró hondo para serenarse. Ponerse
como un loco no ayudaría a Miriam, que seguía lamentándose por lo
sucedido.
-No te culpes, no hemos hecho nada
malo. Si no lo quiere entender es su
problema.
-Pero es mi hermana –gimoteó- Y ahora
me odia.
Volvió a estrecharla entre sus
brazos.
-Se le pasará –prometió- Dale tiempo,
se hará a la idea.
-Nuca la había visto así, estaba tan
alterada.
-Tranquila. Verás como todo termina
arreglándose.
-Eso espero.
Estar entre sus brazos le provocaba
sentimientos encontrados. La reconfortaban, a la vez que la hacía
sentirse culpable.
No sabía si podría sobrellevar aquella
carga.
Como si pudiera leer dentro de su
mente, Pelayo dijo –Me tienes a mí para apoyarte. Estoy aquí
contigo, ahora y siempre.
Aquellas palabras, pronunciadas con
tanto cariño, le aligeraron el alma, procurándole un poco de
alivio.
Horas más tarde, acurrucada contra el
tibio cuerpo de Pelayo, que había insistido en quedarse, trataba de
conciliar el sueño, pero una y otra vez veía el rostro enfurecido
de su hermana y las lágrimas volvían a inundar sus
ojos.
Sabía que llorando no solucionaría
nada, pero no podía evitarlo.
Dos semanas más
tarde, Sonia seguía sin querer hablar con
ella.
La había llamado infinidad de veces y
nunca contestaba al teléfono. Si llamaba al despacho, directamente
le decían que estaba ocupada y no podía
atenderla.
Pelayo se mostraba paciente y
encantador con ella, la mimaba y consentía, tratando de animarla,
pero la presión que sentía en el pecho, no parecía aliviarse con
nada.
No había sido fácil explicar a sus
padres, el motivo por el que sus hijas estaban
enfrentadas.
En un principio se habían puesto de
parte de la mayor, pero finalmente comprendieron que su reacción
era desmedida y que Miriam tenía derecho a ser feliz con aquel
hombre, por mucho que le doliera a Sonia.
También habían tratado de hablar con
ella, de hacerla entender que estaba equivocada, pero sus esfuerzos
resultaron inútiles.
Consideraba imperdonable la traición
de Miriam.
Se sentía tan desesperada que había
llegado a plantearse romper con Pelayo, por mucho que le doliera
hacerlo. Pero lo único que consiguió con aquella idea, fue
enfurecerlo también a él.
-¿De verdad crees que eso solucionaría
algo? –preguntó incrédulo.
-No lo sé –respondió cansada- ya no sé
qué hacer y romper quizás sea la única
manera…
No la dejó
continuar.
-Estás muy equivocada, si está
convencida de que la traicionaste, dejar de vernos no cambiará ese
hecho. Te considera la culpable de que no la escogiera a ella y
nada de lo que hagas la hará cambiar de opinión. Tiene que darse
cuenta por sí misma de que está equivocada. La verdad, nunca pensé
que se cerraría en banda de esa manera. Siempre ha sido una mujer
sensata e inteligente, pero ahora… -No terminó la frase, la
pregunta de Miriam, que no parecía estar escuchando su charla lo
interrumpió.
-¿Y si no lo hace? –toda la angustia
que sentía se reflejó en su voz.
-No puede responder a eso, igual que
tampoco lo puedes hacer tú. Solo podemos esperar, darle
tiempo.
Pero el tiempo
pasaba y nada parecía cambiar en la actitud de Sonia. Seguía cegada
por aquella venda de rencor que le cubría los ojos y no atendía a
razones.
Miriam trataba de sobrellevarlo lo
mejor posible y aunque la echaba muchísimo de menos, la vida
continuaba con o sin Sonia.
-Quiero que
conozcas a mi familia.
Le dijo un sábado, al recogerla en el
hospital.
-Marina está aquí y siempre que viene
nos reuniremos todos para cenar, en casa de mis padres. Y quiero
que esta noche me acompañes.
-¿No te parece un poco
precipitado?
-Para nada. Tiene ganas de conocerte
–su seguridad y la sonrisa maravillosa que le dedicó, terminaron de
convencerla.
-De acuerdo.
-¡Bien! –le dio un beso en los labios
a la vez que la estrujaba, cariñosamente, entre sus brazos- Te dejo
en casa y paso a recogerte a eso de las nueve y media. Ahora tengo
que hacer unos recados para mi madre.
-Vale, estaré lista para esa hora.
¿Hace falta que lleve algo?
-No –dijo con una sonrisa divertida-
Mi madre me mataría si te permitiera
hacerlo.
Se despidieron con un beso, al que les
costó poner fin, como siempre.
-A las nueve y media –le recordó desde
dentro del coche.
-Sí.
Antes de entrar en el portal, Pelayo
ya se había ido.
El Corte Inglés de
Preciados estaba hasta la bandera. Pero su madre había insistido en
que fuera a comprar aquellas malditas galletitas que tanto gustaban
a Marina y a su sobrino. Y ahora le esperaba un buen rato de hacer
cola en la caja.
Se sentía ansioso porque llegara el
momento de las presentaciones, sabía que su familia aceptaría a
Miriam sin problemas y la harían sentirse una más al
instante.
Estaban deseando conocer a la mujer,
que por fin, había logrado adueñarse de su corazón. Y él estaba
deseando que la conocieran, nunca había sentido la necesidad de
presentarles a ninguna de las chicas con las que había salido hasta
el momento, porque no habían significado nada especial para él. Sí,
le gustaban, se divertían juntos, pero hasta ahí, no había
sentimientos más profundos que lo unieran a
ellas.
Miró distraído a su alrededor,
mientras la cola avanzaba lentamente.
Aquella que empujaba un carrito ¿No
era Sonia? Sí, era ella.
Dejó la cola y la
siguió.
-Sonia –llamó al acerarse por
detrás.
La sonrisa que adornaba su rostro se
borró al comprobar quien era el que la
llamaba.
-¡Hombre! Pero si es mi
cuñado.
Saludó con falsa alegría, fulminándolo
con la mirada.
Pelayo elevó una ceja ante su tono,
pero ni dijo nada al respecto.
-Tenemos que
hablar.
-Creo que no –dijo tratando de
continuar su camino.
Pero la mano de Pelayo se cerró sobre
su brazo, impidiéndoselo.
-No quiero montar una escena, pero lo
haré si es necesario.
Algo en su mirada le dejó claro que no
era un farol.
-Di lo que tengas que decir, pero
rápido, tengo prisa.
-Estás haciendo mucho daño a Miriam
con esta actitud infantil tuya.
Fue directo al
grano.
-Esta sí que es buena. Yo le estoy
haciendo daño a ella ¿Y el que me ha hecho ella a mí? –dijo
apretando los dientes.
-¿Hubieras preferido que te lo hubiera
ocultado?
-Tal vez hubiera sido mejor –dijo
levantando la barbilla.
-No seas cínica. Sabes que eso te
habría dolido aún más.
-No lo creo. Dicen que ojos que no
ven…
-Tarde o temprano te habrías
enterado.
-O no –sonrió sin humor- No tardaras
en cansarte de ella, como de todas. Es una ingenua si cree que ella
logrará lo que ninguna ha conseguido hasta el
momento.
-En eso te equivocas. Estoy enamorado
de Miriam.
-¡Ja! -fue una carcajada seca- Tú
enamorado, no me lo trago.
-Me da igual lo que creas o no. Pero
quiero que te quede clara una cosa, ella no influyó, para nada, en
mi decisión de no volver a estar contigo. Te dije mis motivos el
día que hablamos y no hay otros. No busques culpables donde no los
hay. Nunca hubiéramos llegado a más y lo sabes también como yo. Lo
de Miriam fue algo que surgió después.
Hizo una pausa, pero Sonia no dijo
nada.
-Tú mejor que nadie, debería saber que
el corazón va por libre. No se deja
dominar.
-¿Por qué ella? –preguntó finalmente
con un hilillo de voz.
-No lo sé –respondió con tristeza-
Siempre te he querido como amiga, pero no de la forma que tú
querías. Y créeme cuando te digo que lo siento, pero no es algo que
se pueda controlar.
Cuando sus miradas volvieron a
encontrase, Pelayo vio que en los ojos de Sonia ya no brillaban ni
el odio, ni el resentimiento, tan solo reflejaban
tristeza.
Por fin parecía haberse dado cuenta de
que él nunca le había pertenecido.
-¿La llamarás? -se arriesgó a
preguntar- Te echa de menos.
-Tal vez lo haga… sí, supongo que sí,
pero necesito tiempo –dijo con voz cansada.
-Tomate el que necesites. Pero
llámala, por favor.
Asintió sin decir nada, suspiró y con
un gesto de la cabeza se despidió de él.
Comprobó extrañado, que pasaban de las
nueve y media y Miriam aún no había bajado. Siempre era muy
puntual. ¿Le habría pasado algo?
Con el ceño fruncido por la
preocupación salió del coche, dispuesto a ir a comprobarlo. En ese
mismo instante apareció en la puerta.
-Siento el retraso –dijo dándole un
rápido beso- Es que no sabía que ponerme –sonrió
nerviosa.
-Estás preciosa – dijo mirándola de
arriba abajo.
Aquel vestido, color gris perla, era
uno de sus favoritos y junto con el suave maquillaje y la impecable
melena, que caía en graciosas ondas sobre sus hombros, estaba
espectacular.
La besó y la instó a entrar en el
coche.
Nada más verla, decidió no contarle
nada sobre su encuentro con Sonia. Ya estaba bastante nerviosa, no
quería añadir un motivo más para inquietarla. Se lo diría más
tarde.
Su mente
trabajaba, imparable, tratando de imaginar que diría cuando Pelayo
le presentara a su familia. Todo lo que se le ocurría sonaba falso
o forzado.
Al llegar a casa de sus padres,
comprobó que sus esfuerzos por encontrar la mejor manera de actuar,
no servirían para nada.
En el mismo instante que entraron en
el salón, Pelayo la dejó sola para abalanzarse sobre la
espectacular rubia que tanto se parecía a él, alzándola en brazos,
a pesar de que era casi de su estatura.
-Te acostumbrarás –dijo una voz
profunda y masculina a su lado.
Al girarse se topó con unos ojos
azules, ligeramente más oscuros que los de Pelayo, y una sonrisa
casi tan maravillosa como la de éste.
-Hola, soy Alejandro y supongo que
eres Miriam –le tendió la mano.
-Sí, encantada –estrechó con fuerza y
seguridad la mano tendida de Alejandro.
A lo que éste respondió elevando una
ceja y volviendo a sonreír, satisfecho.
Pensó que aquellos dos hermanos
poseían las sonrisas más fascinantes del
mundo.
A pesar de la edad, Alejandro era un
hombre tremendamente atractivo, de pelo negro, complexión atlética
y preciosos ojos azules.
Volvió a mirar a Pelayo y su hermana,
ahora otra mujer morena, de pelo corto y cuerpo escultural, se
había unido a ellos.
-Tienes que disculparlo –se justificó
por ellos, al seguir su mirada- Cuando estos tres están juntos se
olvidan de todo el mundo. Ven, te presentaré a mis padres, mientras
ellos terminan su ritual.
Lo siguió hasta la cocina, donde el
matrimonio ultimaba los detalles de la
cena.
-¿Tus hermanos y tu mujer se han
enzarzado con sus tonterías? –preguntó la madre
resignada.
-Sí –respondió divertido el mayor de
los Inclán- Esta es Miriam.
-Encantada tesoro, teníamos muchas
ganas de conocerte.
Aceptó el efusivo abrazo con una
sonrisa y estrechó la mano del padre.
-Y este enano, es mi hijo Iván –dijo
señalando al niño que se escondía bajo la
mesa.
-Hola Iván –dijo Miriam agachándose
para saludarlo.
-Hola –respondió el niño sin demasiado
entusiasmo, era mucho más interesante el muñeco que tenía entre las
manos.
-¡Ah! Estas aquí- dijo Pelayo entrando
en la cocina- Pensé que te habrías fugado.
Bromeó cogiéndola por la cintura y
acercándola a él.
-Imagino que Jandro ya te habrá
presentado a esta parte de la familia, así que yo te voy a
presentar a las otras mujeres con las que tendrás que
compartirme.
La cena fue un éxito. Miriam
finalmente consiguió relajarse y disfrutar tanto de las bromas de
Pelayo y Silvia, como de la conversación de Alejandro y las
historias de Marina.
Todos eran encantadores y se notaba
que adoraban a Pelayo.
Sintió una pequeña punzada de tristeza
al recordar a su hermana y lo distanciadas que estaban en esos
momentos.
Como si lo hubiera percibido, Pelayo,
le pasó un brazo sobre los hombros y le dio un suave beso en la
mejilla.
-Es estupenda –dijo Silvia, cuando los
tres se fueron a la cocina a por el café y las
tazas.
-Estoy de acuerdo –secundó
Marina.
-Sabía que os gustaría –se le veía
realmente orgulloso.
-Tiene que serlo para aguantar a tu
hermano –dijo la morena como si él no estuviera
presente.
-Muy graciosa –dijo pellizcándola en
el brazo al pasar.
-¡Ah! Eso duele –se quejó su
cuñada.
-No empecéis, por dios –suplicó
Marina.
-Ha sido él –se defendió
Silvia.
-Sí, claro, siempre soy yo. Como si tú
y tu lengua nunca hicierais nada.
-Niños, el café está listo –avisó
Marina abriendo la marcha, camino del
comedor.
Los otros la siguieron sacándose la
lengua y tratando de ponerse la zancadilla el uno al
otro.
-Creo que rodarán cabezas si una de
mis tazas termina en el suelo –avisó la madre al sentir el jaleo en
el pasillo.
Conscientes del peligro que corrían,
procuraron entrar en el comedor, sin demasiado
revuelo.
-¿Cuándo sentaras la cabeza, hijo mío?
–se lamentó su madre.
-¿Por qué siempre me echáis la culpa a
mí? –protestó- De todas formas estoy en ello –le susurró a su madre
al oído, dándole un beso en la mejilla
después.
-No seas zalamero –dijo encantada con
el gesto de su hijo- y compórtate, qué va a pensar
Miriam.
-Por mí no se preocupe –intervino
sonriendo.
Para todos fue evidente que estaba más
que acostumbrada al carácter revoltoso de Pelayo, y no parecía
disgustarle en absoluto.
-¿No son geniales?
–preguntó más tarde, ya en la cama.
-¿Quiénes?
-Quién va a ser, mi familia
–aclaró.
-Sí, son
geniales.
-Me lo dices de verdad o me das la
razón como a los locos.
Rio divertida.
-Te lo digo de verdad. Sois un poquito
ruidosos, pero estupendos.
-¿Ruidosos? –preguntó
extrañado.
-Sí, tú y tus “mujeres”, habláis los
tres a la vez, no sé como sois capaces de
entenderos.
Ahora le tocó el turno a él de
reír.
-Años de práctica, también te
acostumbrarás.
-No sé yo…
-Creo que te vas a entender muy bien
con Jandro, opina exactamente igual que tú.
-Un hombre inteligente, tu
hermano.
-Hablando de hermanos –hizo una pausa
hasta que atrajo toda su atención- Esta tarde he visto a
Sonia.
De inmediato pegó un bote en la cama y
se sentó, mirándolo con los ojos muy abiertos y el corazón
acelerado.
-¿Dónde? ¿Hablaste con ella? ¿Cómo
está? ¿Qué…?
-Frena, frena. Te va a dar un
infarto.
Trató de protestar, pero Pelayo le
tapó la boca con los dedos.
-La vi mientras hacía los recados que
me había mandado mi madre. Y sí, hablé con ella. Creo que
finalmente ha comprendido la situación, y me ha dicho que te
llamará.
Emocionada se llevó las manos a la
boca, no quería llorar, así que alzó la vista al techo y respiró
hondo antes de volver a mirarlo a él.
-¿De verdad?
-Sí, pero necesita
tiempo.
Asintió, con los labios
apretados.
-Pero te llamará, ahora solo tienes
que tener paciencia.
-Gracias –le dio un beso en los
labios, aquellos labios que conocía tan bien y que tanto le
gustaban- Es una noticia maravillosa, el broche ideal para una
noche perfecta.
-Al final todo está saliendo
bien.
La atrajo hacia él, perdiéndose en su
boca y acariciando, sugerente, sus nalgas.
Con un suave ronroneo, murmuró sobre
sus labios –Sí, todo.
Y se dejó llevar por la pasión que
comenzaba a despertar en ambos.
-Cásate conmigo –le dijo en un
irrefrenable impulso, con la voz cargada de
deseo.
Ella no respondió, buscando,
hambrienta, su boca.
-¿Lo harás? –insistió, esquivándola,
más interesado en su respuesta que en sus
besos.
-Sí, sí, me casaré contigo –respondió
desesperada por conseguir lo que tanto
ansiaba.
Satisfecho, le entregó su boca y se
abandonó a sus besos y sus caricias.
EPÍLOGO
-No entiendo a qué viene todo esto. Ya
te he dicho que me casaría contigo- Protestó, subiendo las
escaleras del porche de la casa de sus padres en
Moralzarzal.
El tiempo había mejorado
considerablemente, ya no hacía tanto frío allí en la sierra y
habían vuelto a instalarse de nuevo hasta el próximo invierno. Les
gustaba mucho más la tranquilidad de aquel lugar que el bullicio de
Madrid.
-No veo la
necesidad…
-Hay que hacer las cosas como es
debido –la cortó con una sonrisa divertida.
Lo fulminó con la mirada, mientras
esperaba que le abrieran la puerta.
Habían pasado dos meses desde que
aceptara su proposición. Y ahora le salía con que tenía que pedir
su mano, formalmente, a sus padres. Era
ridículo.
Aunque tenía que reconocer que este
hombre nuca dejaba de sorprenderla.
Se quedó de
piedra, cuando la puerta se abrió y vio a Sonia del otro
lado.
Se miraron unos segundos,
interminables, antes de que la mayor rompiera el
hielo.
-¿Vas a pasar o te piensas quedar ahí,
mirándome con cara de susto?
-Yo… -no sabía que
decir.
Buscó la mirada de Pelayo, que le
sonreía tranquilizador.
Aunque Sonia había prometido llamarla,
no lo había hecho. Pelayo insistía en que se lo tomara con calma,
que tarde o temprano lo haría.
Al final él mismo la había llamado.
Ella se había disculpado, alegando que había estado muy liada con
el trabajo. Aunque Pelayo sospechaba que lo realmente le sucedía
era que se sentía aterrada ante la idea de tener que enfrentar de
nuevo a su hermana pequeña, después de todo lo que le había dicho.
Por eso decidió intervenir, antes de que las cosas llegaran más
lejos y fuera imposible recuperar lo que antes habían
compartido.
Por eso le había contado sus planes y
le había pedido que formara parte de ello.
Ahora no sabía si se sentía alegre por
volver a verla o enfadada por todo el tiempo que la había tenido
esperando.
Al ver que no reaccionaba, Pelayo la
empujó ligeramente para que entrara en la
casa.
Al pasar junto a Sonia, articulo un
mudo “gracias”, al que la mujer respondió encogiéndose de
hombros.
-Sonia, tenemos que hablar –dijo
Miriam, volviéndose hacia su hermana.
-Luego, ahora papá y mamá os están
esperando –señaló la entrada del salón con la
cabeza.
Pelayo asintió y volvió a darle un
suave empujoncito para que se encaminara al lugar donde sus padres
se encontraban.
Miriam lanzaba
miradas furtivas a su hermana, que se mantenía ligeramente apartada
del grupo.
Pelayo y sus padres conversaban
animadamente, mientras tomaban café.
No estaba prestando atención a la
conversación, por eso se sorprendió cuando Pelayo la tomó de la
mano y al hizo ponerse en pie.
Sacó una cajita negra del bolsillo de
la americana e hincó la rodilla en el
suelo.
-Miriam, te quiero con toda mi alma y
mi corazón. Y aquí, delante de tu familia, vuelvo a pedirte que te
cases conmigo ¿aceptas ser mi esposa?
Parpadeó sorprendida, no se había
esperado una declaración en toda regla. Miró a sus padres, que
sonreían satisfechos y después, con cierto recelo, a
Sonia.
Esta, poniendo los ojos en blanco dijo
–Dile que sí de una vez ¡Por dios!
Ahora ella también sonrió al mirar de
nuevo a Pelayo.
-Sí, acepto ser tu
esposa.
Una gran sonrisa iluminó el prefecto
rostro de su futuro marido, que sacó la sortija del estuche y se la
colocó en el dedo.
Se puso en pie y la besó, sin
importarle que su familia estuviera
delante.
Tras mostrar el anillo a su madre, se
acercó a Sonia, que continuaba un poco
apartada.
Le echó los brazos alrededor del
cuello y la abrazó con fuerza.
-Gracias –dijo emocionada- Se lo que
ha debido de costarte, pero que estuvieras aquí, a significado
mucho para mí.
-Sí, bueno –finalmente, ella también
rodeó a su hermana pequeña con los brazos- Tenía que asegurarme de
que ese sinvergüenza hacía lo correcto.
-¿Ya me estáis criticando? –preguntó
Pelayo, colocándose detrás de Miriam.
-Espero que la hagas muy feliz
–replicó Sonia una vez se separaron- Porque si no, tendrás que
vértelas conmigo.
-¿Crees que estando conmigo puede ser
infeliz? –la fanfarronería le costó un codazo en las costillas, por
parte de Miriam.
Horas más tarde,
por fin solos, y en la cama, Miriam se acurrucó junto a
él.
-No te he dado las gracias por haber
convencido a Sonia, para que estuviera
presente.
-No me costó demasiado trabajo, la
verdad. E imaginé que te gustaría ¿Habéis aclarado las cosas entre
vosotras?
-Sí, ya todo está hablado y
zanjado.
-Me alegro.
-Por cierto, me ha encantado la forma
en que me has pedido que me casara contigo. Nada original, pero me
ha gustado.
-Bueno, un cortejo al estilo
tradicional, con, cenas, peluche, flores, tuna, paseo en barca por
el Retiro y bombones, requería una pedida clásica ¿no
crees?
-¿Bombones? Nunca me has regalado
bombones –dijo frunciendo el ceño, tratando de
recordar.
-En eso te equivocas. Fue lo que te
regalé para tu cumpleaños.
-¿Eran tuyos? Tenía que habérmelo
imaginado –dijo divertida.
-¿Por qué? –le picó la
curiosidad.
-Toda la gente que me conoce, sabe que
no como bombones.
-¿Nunca?
-Nunca –se rio divertida y totalmente
relajada por primera vez en mucho tiempo.
-Bueno ahora yo también lo
sé.
Dijo apoderándose de uno de sus pechos
de forma juguetona.
Miriam no pudo más que rendirse a sus
caricias y enredando sus dedos entre sus cabellos, lo atrajo hacia
ella.
Mi hombre
perfecto
A través de la ventanilla del
carruaje, Prudence observaba la preciosa casa que su tío Edmund
había adquirido hacía unos años en
Virginia.
-¡Oh! Lotty, es preciosa, tan blanca y
con esas columnas en la fachada, es tan diferente a las casas
inglesas, me parece encantadora -dijo al a mujer que la había
acompañado en su viaje desde Inglaterra.
-Su tío siempre ha sido un hombre con
muy buen gusto.
-Sí. Tengo unas ganas terribles de
verlo, lo he echado de menos todo este
tiempo.
Hacía años que no se veían y hacía
unos meses su tío le había escrito, invitándola a pasar el verano
con él.
Había sido una noticia que Prudence
recibió con entusiasmo, su tío Edmund, hermano de su padre, era su
preferido. Siempre había viajado mucho y de cada viaje le traía
exóticos regalos y le contaba increíbles
historias.
Ahora que había fijado su residencia
en Virginia, Prudence lo extrañaba. Por eso, cuando recibió la
carta, suplicó a sus padres para que la dejaran realizar el
viaje.
-Por favor papá, tengo tantas ganas de
ver a tío Edmund.
-Es un viaje muy largo y no puedes
hacerlo sola.
-Lotty podría
acompañarme.
Al final cedieron a sus deseos, solía
salirse con la suya, porque cuando quería algo, era terriblemente
obstinada.
Su padre la adoraba, decía que era una
chiquilla mal criada, aunque de chiquilla le quedaba
poco.
Acababa de cumplir los dieciocho y ya
era toda una mujer.
Aunque su padre prefería seguir
pensando en ella como su pequeña rizos de
oro.
Uno de los motivos que hicieron a su
padre ceder respecto al viaje, era que prefería mantenerla alejada
de la alta sociedad, quería retrasar en todo lo posible ese
momento, muchas de las jóvenes conseguían esposo en sus primeras
temporadas. Para él, Pru no necesitaba apurarse tanto, a su parecer
la joven era demasiado inocente todavía.
Estaba seguro que con su belleza y su
posición social no le costaría encontrar un marido adecuado en el
momento que la niña estuviera preparada.
El carruaje se
detuvo delante de la puerta principal y un hombre uniformado salió
a recibirlas.
El cochero ya se estaba haciendo cargo
del equipaje, mientras el mayordomo las ayudaba a descender del
vehículo.
-Buenos días, soy Prudence
Lockhart.
-Bien venida señorita Lockhart, su tío
no la esperaba tan pronto. De haberlo sabido él mismo hubiera ido a
recibirla.
-Lo se, pero el viaje fue mejor de lo
que esperábamos, y por fin estamos aquí. -Dijo con una gran sonrisa
que le iluminaba la cara.
-Si me acompaña, la llevaré a reunirse
con el señor Lockhart.
Entraron en el espacioso hall, la casa
era maravillosa, tan luminosa y decorada con el gusto inconfundible
de su tío.
Del interior de una de las
dependencias le llegó la indiscutible voz de
éste.
No pudo esperar a ser anunciada y
entró apresuradamente en la estancia, corrió a arrojarse a los
brazos de su tío, que por unos segundos puso cara de sorpresa ante
aquella brusca intromisión, el tiempo suficiente para reconocer en
aquel torbellino a Prudence, su pequeña
Pru.
-¡Oh, dios mío! no me lo puedo creer,
ya estás aquí y como has crecido.
Dijo riéndose mientras la levantaba en
el aire y daba vueltas con ella entre sus
brazos.
-¡Tío Edmund! como te he echado de
menos.
La risa salía de su boca como un baile
de campanillas.
Prudence, en su loca carrera por
abrazar a su tío, no había reparado en la presencia de aquel hombre
que permanecía de pie no muy lejos de los
Lockhart.
Sin parecer afectado por aquella
situación, Maxwell Evans, miraba la escena entre tío y sobrina.
Duró lo suficiente para poder fijarse en aquella alocada criatura
que había irrumpido como un ciclón en la sala. Su pelo rubio iba
apenas recogido hacia atrás, cayendo rizado y brillante sobre su
espalda. Un peinado un tanto infantil para aquella muchacha, que
parecía ser mayor de lo que trataba de aparentar, pensó
Maxwell.
Le llamaron la atención sus claros
ojos azules y la alegría que éstos desprendían mientras miraba
embelesada a su tío.
Era una joven muy hermosa, aunque para
su gusto demasiado infantil, le faltaba mucho para resultarle
interesante.
Posándola en el suelo y sin poder
dejar de mirarla, Edmund dijo -Querida, quiero presentarte a uno de
mis vecinos y amigo- Le pasó un brazo sobre los hombros y la colocó
frente a Maxwell- el señor Evans.
Prudence se sintió un poco azorada, no
se había percatado de la presencia del caballero y ahora se sentía
un poco tonta, que habría pensado de ella.
-Es un placer señor Evans -hizo una
pequeña reverencia- Espero que sepa disculpar mis modales, no había
notado que había alguien más en la estancia, las ganas de ver a mi
tío -miró sonriente hacia él- me hicieron irrumpir en la sala de
esa forma tan poco apropiada.
-El placer es mío, señorita Lockhart
-más de lo que había imaginado, su aspecto infantil tan solo era
fachada, la muchacha parecía toda una mujer al dirigirse a él con
sus impecables modales y aquella suave y aterciopelada voz, que era
un regalo para el oído- no se disculpe, es comprensible su
reacción, si hace mucho tiempo que no se
ven.
-La verdad, hace cosa de dos años
-dijo Edmund- como pasa el tiempo, la última vez que te ví eras una
mocosa y ahora eres toda una mujercita.
-Tío, por favor -estaba comenzando a
ruborizarse.
Maxwell lo notó, le pareció divertido,
aunque en sus serias facciones apenas sí se notó el cambio de
expresión.
-Tengo que irme, les dejo para que se
pongan al día con sus cosas. Nos vemos mañana, seguiremos tratando
el tema que nos ocupa. -Hizo una leve inclinación de cabeza
dirigida a Prudence.
-Señorita Lockhart, espero que su
estancia sea agradable, le deseo buenos
días.
-Buenos días y gracias señor Evans.
-Dirigiéndole una encantadora sonrisa inclinó a su vez la
cabeza.
-Lockhart, buenos
días.
-Buenos días
Evans.
Maxwell abandonó el despacho con pasos
largos y enérgicos.
-Es un poco extraño este amigo tuyo
¿no? -fue más un pensamiento en voz alta que una pregunta
directa.
-Sí, Maxwell es un buen hombre, pero
demasiado frío. Tengo negocios con él, tiene buen ojos para ellos
-se encogió de hombros- pero en lo personal es un hombre gris, no
va a fiestas y nunca sale a divertirse.
-Bueno, pero ahora quiero que me
cuentes cosas de ti.
Dijo Prudence, dejando de lado al poco
interesante vecino de su tío.
-Creo que primero deberías refrescarte
y descansar. Después de un viaje tan largo estarás
agotada.
Puso pucheros y frunció el
ceño.
-No utilices tus tácticas conmigo
señorita, durante la cena podremos hablar de todo lo que te
apetezca.
Y diciendo esto le dio un pequeño
empujoncito para dirigirla fuera de la
biblioteca.
-Está bien, descansaré un rato y más
tarde podremos hablar.
Subió corriendo las escaleras, arriba
esperó a la joven que le indicaría cual era su
cuarto.
Allí la esperaba
Lotty.
-No es propio de una señorita
corretear continuamente de un lado para otro -la
reprendió.
-Lo sé Lotty, intentaré no olvidarlo
-dijo mientras daba un fuerte abrazo a la mujer, que intentaba
soltarse, sin poder evitar sonreír a la muchacha- ¿Por qué no vas a
descansar? Debes de estar agotada.
-Si no me necesitas, creo que no me
vendría mal un poco de reposo.
-No, todo está bien, puedes irte
tranquila.
Cuando se quedó sola vio que todo
estaba listo, el equipaje deshecho y el agua para el baño
esperándola.
Miró a su alrededor, al habitación era
grande y estaba decorada en tonos blancos y rosas, era una estancia
muy agradable.
La ventana daba el jardín que había en
la parte trasera de la casa, era agradable sentir el perfume de las
flores, desde allí también se veía una casa muy parecida a la
de su tío.
Comenzó a desvestirse distraídamente,
aquel vestido no le gustaba nada, pero su madre había insistido que
durante el viaje utilizara sus vestidos más cómodos y
recatados.
Con ese en concreto, parecía una niña
tonta, cuando se quedó desnuda y fue a meterse en la bañera, vio su
menudo cuerpo reflejado en un espejo.
Se paró unos segundos a contemplar su
imagen, la verdad que ya no tenía cuerpo de niña. No era muy alta y
estaba algo delgada, pero sus caderas eran suaves y su cintura
estrecha, sus pechos redondos y firmes, quizás un poco grandes en
proporción con el resto de su anatomía, pero tampoco
exagerados.
Con los rizos cayendo sobre sus
hombros, se veía bien, una mujer bastante hermosa, por lo menos esa
era su opinión.
Suspiró y se metió en la bañera antes
de que el agua se enfriara. Que sensación tan maravillosa, el agua
caliente, el olor del jabón, notó como su cuerpo se relajaba y se
dio cuenta de lo cansada que estaba.
Cuando terminó con el baño y salió de
la bañera, se fue directamente a la cama, se metió desnuda en ella
y se quedó profundamente dormida.
Aquella costumbre de dormir desnuda,
ponía de los nervios a su madre, pero ella hacía, como siempre, lo
que quería. Para ella era más cómodo, los camisones y los lazos la
agobiaban.
La tarde ya caía
cuando se despertó, se desperezó y saltó de la
cama.
Se acercó a la ventana, en la casa de
enfrente se veían varias luces encendidas.
Encogiéndose de hombros se dispuso a
vestirse para la cena. En ese momento entró Lotty en el cuarto -Veo
que ya estás levantada, será mejor que te ayude a
vestirte.
Escogió uno de sus vestidos nuevos,
era de color lavanda, con adornos en un tono más oscuro del mismo
color. El escote, aunque discreto, dejaba ver una generosa porción
de sus pechos, pero le gustaba el efecto, aquel color le daba un
matiz diferente a sus ojos.
Lotty le recogió la abundante melena
en un informal moño, que dejaba al descubierto su largo y blanco
cuello, algunos rizos escapaban rebeldes, se los dejó, le daban un
aire descuidado que le favorecía.
-Lista mi niña -la miró con
cariño.
-Gracias Lotty, eres un encanto, no sé
qué haría sin ti -dijo sonriendo.
Bajó las escaleras y entró en la
biblioteca, quizás su tío se encontrara en
ella.
No era su tío el que se encontraba en
la sala, volvió a encontrarse con el señor
Evans.
-¡Oh! disculpe, pensé que sería mi tío
el que se encontraría aquí.
Maxwell la miró de arriba abajo con
sus grandes ojos oscuros. Prudence se sintió algo incomoda con
aquella mirada.
-Su tío ha ido al despacho a buscar
unos documentos que necesito para primera hora de la mañana, pero
volverá enseguida y yo me iré para dejarlos disfrutar de la
cena.
Prudence lo miraba mientras hablaba,
era un hombre inexpresivo, pero verdaderamente apuesto, pelo oscuro
y liso, grandes ojos oscuros, labios rectos pero carnosos y una
angulosa mandíbula.
Era alto y parecía fuerte, la ropa le
sentaba muy bien a pesar de ir vestido con
sencillez.
Prudence volvió a sentir que se
sonrojaba al notar que él se había dado cuenta de su
escrutinio.
Incluso creyó distinguir un brillo
diferente en aquellos profundos ojos.
Sí, había notado la mirada curiosa de
Prudence y le hizo gracia.
-Pensé que no volverías a despertar
pequeña -dijo divertido Edmund cuando entró en la biblioteca y la
vio.
Ésta se giro para recibirlo con su
mejor sonrisa.
-¿Pero qué tenemos aquí? ¿Quién es
usted y qué ha hecho con mi sobrinita? -sonreía mientras la miraba,
pero no podía disimular la sorpresa ante el cambio de
Prudence.
-No seas tonto tío... -volvió a sentir
arder sus mejillas.
-Si me lo permite, su tío tiene razón,
no parece la misma de esta tarde - ni un solo músculo de aquella
cara se movió al hacer el comentario- hay que reconocer que el
cambio ha sido para mejor.
Cambió su mirada de Prudence hacia
Edmund y dijo cortésmente.
-Ya que tengo lo que vine a buscar,
con su permiso, me retiro.
-¿Por qué no te quedas a cenar con
nosotros, Evans?
-No gracias, no quiero ser un incordio
en su primera noche juntos.
-Tonterías, será divertido ¿verdad
tesoro? -miró sonriendo a Prudence.
Ésta le dirigió una dulce sonrisa y
después miró al señor Evans, la sonrisa seguía en sus
labios.
-Mi tío tiene razón, quédese, será
agradable.
Evans miraba aquellos labios
hipnotizado. Volviéndose hacia Edmund.
-Creo que en otra ocasión, gracias de
todos modos.
Lo acompañaron a la puerta y lo vieron
salir al galope en su caballo.
-Sigo pensando que
es un hombre muy extraño.
-Ya te lo advertí pero así y todo me
fío más de él que de muchos otros.
Cenaron tranquilamente, charlaron
contándose anécdotas y curiosidades de esos dos años que llevaban
sin verse.
-Mañana tengo que salir temprano -dijo
por último Edmund- pero volveré para la hora de la comida. Espero
que encuentres algo con que entretenerte.
-No te preocupes por mí. Tienes una
buena biblioteca, aunque creo que daré un paseo por el jardín, me
ha parecido precioso.
Lo he visto desde mi cuarto. También
me he fijado en la casa que se ve al fondo, que es muy parecida a
ésta.
-Es la casa de Evans -dijo Edmund sin
darle más importancia al comentario.
-¡Ah! -tampoco dijo
más.
Ya era algo tarde cuando decidieron
retirarse.
Al llegar a su cuarto, vio a Lotty
adormilada en una silla, esperándola para ayudarla a
desvestirse.
Encendió un par de velas más y
despertó a la mujer.
La ayudó a quitarse el vestido y
Prudence la mandó retirarse, ella se arreglaría con el
resto.
-Buenas noches mi
niña.
-Buenas noches
Lotty.
Terminó de desnudarse, se soltó el
pelo y fue hacia la ventana, hacía mucho calor, la abrió de par en
par y la brisa entró refrescándole la piel.
Miró distraídamente hacia la casa del
señor Evans, todo estaba a oscuras. Aquel hombre tenía algo que le
llamaba poderosamente la atención, a pesar de su carácter
frío.
Bostezó, apagó las velas y se metió en
la cama.
En la casa de
enfrente, Maxwell tomaba una copa de bourbon en la terraza de su
alcoba.
El calor le impedía dormir, llevaba un
rato mirando distraído la casa de Lockhart, cuando percibió que en
una de las ventanas del segundo piso la luz subía de intensidad, un
rato más tarde se abría la ventana y enmarcada en ella distinguió
con claridad la figura desnuda de una
mujer.
Casi se atraganta con el licor ¡dios
bendito!, no podía ser la señorita Lockhart, pero tampoco podía ser
otra, no distinguía su rostro, pero era más que evidente que era
ella. La vio desaparecer y la luz se apagó.
Aquella imagen se quedó grabada en su
mente, ¿qué criatura era aquella? aparecía como una niña alocada
para horas más tarde resurgir trasformada en una mujer más que
apetecible y que para colmo se paseaba desnuda ante la
ventana.
Recordaba su impresión de esa noche,
al verla entrar en la biblioteca con el sencillo, pero, favorecedor
vestido color lavanda.
El discreto escote dejaba poco a la
vista pero bastante a la imaginación, su sonrisa era
cautivadora y el brillo de sus preciosos ojos
sorprendente.
Resopló de mal humor, no era más que
una cría, además de la sobrina de su socio y
vecino.
Era una pérdida de tiempo estar
pensando en esa jovencita, cuando tenía asuntos más serios e
importantes en los que pensar.
A la mañana siguiente, cuando Prudence
se despertó, vio como el sol comenzaba a entrar por la ventana. Se
levantó y se acercó a ella para ver el comienzo del día, parecía
que iba a ser un estupendo día de calor.
Se desperezó, estirando los brazos y
bostezando, posó la mirada en la casa del vecino y distinguió una
figura masculina en el porche de entrada de la casa, parecía estar
mirando hacia donde ella estaba.
¿Sería Maxwell Evans? "El hombre que
nunca sonreía", pensó casi divertida, entonces recordó, azorada,
que seguía desnuda, al salir de la cama no se había puesto la
bata.
Con un rápido movimiento se retiró de
la ventana, tenía la pequeña esperanza de que el hombre no la
hubiera visto, aunque temía que eso era más un deseo que la
realidad.
Cuando terminó de arreglarse y bajó a
desayunar, ya se había olvidado del incidente de la
ventana.
El sirviente que se encontraba en el
comedor, la informó de que su tío acababa de
irse.
Cuando terminó el copioso desayuno,
salió al jardín como había dicho a su tío que
haría.
Paseó entre los macizos de flores,
aspiró su delicada fragancia y se sentó a contemplar el paisaje. Al
cabo de un rato estaba aburrida, decidió caminar por los
alrededores y ver que se encontraba de
interesante.
Caminaba distraída por los campos,
hasta que fijó su atención en la arboleda que se veía al fondo de
la finca de su tío. Decidió encaminarse hacia allí. La sombra de
los árboles sería agradable. Tenía calor a pesar de haber escogido
un fino vestido blanco, un poco escotado para su gusto, pero para
evitar el sofoco era maravilloso, llevaba bordados pequeños
ramilletes de flores de colores y sobre la cabeza se había puesto
un sombrero de ala ancha que también estaba adornado con unos
ramilletes similares a los del vestido.
Cuando llegó a la altura del
bosquecillo, comenzó a caminar con cuidado entre los árboles,
agudizó el oído, parecía ruido de agua, siguió caminando guiándose
por aquel agradable sonido.
Efectivamente, era agua, quedó
maravillada ante la visión de aquel lugar encantado. En el claro
del bosque se encontraba un pequeño lago, el sonido del agua lo
producía la cascada que se encontraba en uno de los
extremos.
Que lugar tan estupendo, se alegraba
de haberlo encontrado.
Se sentó sobre la hierba y contempló
el lugar, que tranquilidad, sólo se oía el sonido del agua y el
trino de los pájaros.
Respiró profundamente y cerró los ojos
disfrutando de aquella sensación.
De repente una idea cruzó por su
cabeza como un relámpago, sonrió maliciosamente y poniéndose de pie
se despojó del sombrero.
Miró bien los alrededores para
asegurarse de que estaba solo y con rapidez de desprendió del
vestido y la camisa, que quedaron amontonados sobre la
hierba.
Poco a poco comenzó a entrar en las
fría, pero tonificantes aguas del lago, se zambulló en las
cristalinas aguas y nadó como un precioso y blanco pez en
ellas.
Sabía nadar desde muy pequeña, siempre
se escapaba con sus tíos al río y pasaba horas jugando en el agua
con ellos.
Ahora, hacía ya mucho tiempo que no lo
hacía, se sentía emocionada, sentir su cuerpo deslizarse con
suavidad en las tranquilas aguas del lago la hacía sonreír de
felicidad.
Comenzó a sentir frío y decidió salir,
el problema ahora, era que estaba empapada. Se secaría con la
camisa, nadie se daría cuenta de que no la llevaba puesta si subía
su cuarto a cambiarse rápidamente.
Se vistió sin demora, hizo una bola
con la camisa y la metió dentro del sombrero, que ahora llevaba en
la mano. Salió del bosquecillo, su pelo mojado caía sobre su
espalda, pero con el calor que hacía no tardaría en secarse. De
todas maneras decidió dar un pequeño rodeo para volver a casa y así
darle algo más de tiempo para que se le secara y no fuera tan
evidente que había estado mojado.
Mientras caminaba de regreso
contemplando la gran extensión de las plantaciones, vio acercarse a
un jinete, al instante reconoció al precioso caballo negro del
señor Evans.
Cuando llegó a la altura de Prudence
se detuvo e hizo un rápido movimiento de cabeza a modo de
saludo.
-Veo que ha salido de expedición
-Prudence no podía ver sus rasgos porque el sol estaba justo detrás
de él deslumbrándola, pero pudo imaginarse a la perfección aquella
cara inexpresiva y aquellos profundos ojos
oscuros.
-Sí, he salido a dar un paseo y creo
que me he alejado demasiado.
Al darse cuenta de que la joven hacía
sombra con su mano para mirar hacia él, se bajó del
caballo.
Observó el aspecto desarreglado de
Prudence, deteniéndose en su húmedo
cabello.
Eso hizo que Maxwell enarcara su ceja
izquierda.
Prudence fue consciente del
significado e aquel gesto y se puso ligeramente
colorada.
-¿Y qué le ha parecido lo que ha visto
hasta el momento? señorita Lockhart -Preguntó con voz neutra, que
no dejaba adivinar lo que pensaba.
-No he visto mucho, pero creo que es
un lugar muy agradable, un sitio tranquilo para vivir, ahora
entiendo porque mi tío decidió instalarse
aquí.
-Ya, un lugar tranquilo para vivir
-creyó haber visto una nota de humor en el comentario y en sus ojos
había un brillo, tal vez de diversión, pensó
Prudence.
-¿Quiere que la acompañe de vuelta a
casa? No es muy aconsejable que una señorita ande sola por los
caminos -volvía a ser inescrutable.
-Creo que me las arreglaré bien sola,
gracias. Y tendré en cuenta su advertencia para la próxima vez que
decida salir a pasear -dijo con una amable sonrisa en los
labios.
-Como prefiera. Que pase un buen día
entonces.
Montó sobre su caballo y siguió su
camino.
Lo vio alejarse al trote, que buen
porte tenía sobre aquel animal, se le sentía poderoso, grande y
fuerte. Era un conjunto, montura y jinete, digno de
admirar.
Se encogió de hombros, como solía
hacer siempre que algo dejaba de interesarle y lo desechaba de su
cabeza y siguió su camino.
Maxwell se
encontraba de un humor más negro que de costumbre y sabía muy bien
cuál era el motivo.
Aquella alocada había estado en el
lago y por su aspecto y su pelo revuelto y húmedo, no se había
conformado con sentarse a disfrutar del paisaje, estaba más que
seguro de que se había estado bañando.
Estaba enfadado consigo mismo porque
no podía dejar de imaginarse aquel tentador cuerpo desnudo que
había visto, en dos ocasiones, en aquella dichosa ventana, se la
imaginaba en las tranquilas aguas del lago, nadando como una
preciosa sirena.
Intentó desechar aquella imagen de su
cabeza ¿por qué no podía dejar de pensar en ello? Había visto
suficientes mujeres desnudas a lo largo de su vida ¿por qué ahora
el cuerpo de aquella joven lo perturbaba de aquel
modo?.
Cuando Prudence
llegó a la casa, su tío la esperaba sonriendo en el
jardín.
-Veo que el jardín te ha resultado
pequeño y has decidido ampliar tu paseo -intentó poner cara de
enfadado, pero no pudo cuando vio la radiante sonrisa de
Prudence.
-Sí, lo siento, sé que no debería
haber salido sol, no era mi intención alejarme demasiado. Pero he
encontrado un sitio maravilloso, ¿sabías que hay un lago entre
aquellos árboles? -su tío la interrumpió.
-¿Has estado en el lago? -ahora sí se
puso serio.
-¿Lo conoces? ¿No es un sitio
fantástico?
Fue en ese momento cuando Edmund se
percató del aspecto de su sobrina.
-Sí, es fantástico, pero no deberías
haber ido tan lejos tú sola, además ese lago está en las tierras de
Evans, no creo que le moleste, pero no deja de ser una intromisión
y por último señorita -la miró con el ceño fruncido- por tu aspecto
diría que has disfrutado de un buen baño.
-Hace tanto calor y el agua parecía
tan apetecía que no me pude resistir.
Puso cara de niña buena y Edmund
suspiró resignado.
-Ya veo, pero eso no es decoroso, Pru,
ya no eres una niña.
-Lo sé tío -dándole un fuerte beso en
la mejilla de forma coqueta- procuraré ser una señorita educada y
formal, pero ahora ¿te importaría que entráramos? tengo tanta
hambre que me comería un caballo.
Su tío rió con ganas y juntos entraron
en la casa.
Los días pasaban con tranquilidad para
Prudence. Solía ir con su tío a recorrer la ciudad y a visitar las
plantaciones de tabaco y algodón.
Una mañana en el desayuno -Estaba
pensando que sería buena idea que conocieras a más gente con la que
relacionarte mientras estés aquí. ¿Qué te parece si celebramos una
fiesta? Sería una forma de festejar que has venido y de que
conocieras al resto de mis vecinos y
amigos.
-Me parece una idea maravillosa -dijo
emocionada.
-Puede ser divertido, hace bastante
tiempo que nadie organiza un baile, a la gente le
gustará.
El resto del día lo dedicaron a
organizar los preparativos para el evento.
Entre risas y animada conversación
decidieron que sería divertido un baile de máscaras, la idea
emocionó a Prudence, que dio salto de alegría, como habría hecho
una niña pequeña.
-Po supuesto te llevaré a la mejor
modista de la ciudad para que te confeccione el
vestido.
-Gracias tío, eres un encanto -dijo
mientras lo abrazaba sonriendo- quiero algo maravilloso y
espectacular.
-Como tú quieras, aunque preferiría
que no fuera demasiado espectacular, no tengo ganas de que mi
hermano me estrangule si llega a sus oídos que dejo que su hija se
convierta en la sensación de la ciudad.
-De verdad, eres peor que papá -dijo
riendo.
Esa noche, en su cuarto, no podía
conciliar el sueño, la excitación causada por los preparativos para
la fiesta, sumada al calor insoportable, le hacía imposible
descansar.
Se levantó y fue hacia la ventana, no
corría ni un soplo de aire, su cuerpo estaba ardiendo de
calor.
La noche estaba iluminada por la luz
de la luna, vio la silueta de los árboles recortarse contra el
cielo y una idea cruzó su mente, el lago.
Por unos instantes la idea le pareció
descabellada. Pero el calor era sofocante, se derretiría sino se
refrescaba de alguna manera.
Se puso rápidamente uno de sus viejos
vestidos y slió de la habitación sin hacer
ruido.
Salió por una de las puertaventanas de
la biblioteca que daban al jardín, poniendo mucho cuidado en que
nadie la viera desde la casa, en el caso de que todavía quedara
alguien despierto. Se guió por la luz de la luna dirigiéndose a la
arboleda.
No tardó mucho en encontrar su
objetivo, observó con precaución el lugar, estaba tan silencioso
que daba un poco de miedo, pero el calor era más fuerte que su
temor.
Se quitó el vestido con rapidez,
y se zambulló en las oscuras y frías aguas.
Aquella noche el
calor era insoportable y decidió salir a dar un paseo, la noche era
clara y sería más agradable que estar ahogándose en
casa.
Comenzó a caminar sin rumbo fijo,
estaba pensando en la invitación que Edmund le había hecho para el
baile de máscaras que estaban organizando, estaba claro que no
pensaba asistir. No le gustaban los bailes, pero no podía evitar
que sus pensamientos fueran a parar a Prudence
Lockhart.
Se la imaginaba riendo y bailando,
aquella chica era pura vitalidad y alegría. Poco a poco el rumbo de
esos pensamientos fue cambiando, la veía desnuda en la ventana, la
imaginó en el lago, con su joven cuerpo sumergido en las
aguas.
Volvió a la realidad al darse cuenta
de que esos pensamientos lo habían llevado, inconscientemente,
hacia el lago.
Todavía no había entrado en el claro,
estaba pensando que tal vez un baño no sería mala idea para
refrescarse y quitar el calor de su cuerpo y enfriar sus
pensamientos.
Se detuvo bruscamente cuando notó
movimiento en el agua ¿quién podría estar allí a aquellas horas?
sin moverse de donde estaba intentó descubrir al
intruso.
Un escalofrío recorrió su espalda al
descubrir que era Prudence la que nadaba con calma, la luna se
reflejaba en su blanca piel, dándole el aspecto de una ninfa con
piel de plata, en su rostro se reflejaba la satisfacción que le
producía el baño.
Nadaba con gracia, sin apenas
perturbar la quietud de las aguas.
Maxwell estaba atónito, sentía que su
cuerpo iba a estallar en llamas y no por el calor de la
noche.
Estaba empezando a creer que nunca
había conocido a nadie como Prudence Lockhart, era una joven
excesivamente osada o por el contrario era demasiado ingenua e
inocente.
Vio como se sumergía bajo el agua,
permaneció atento, tardaba en volver a la superficie, esa estúpida
chiquilla estaba en apuros ¿quién la mandaría ir a nadar sola a
esas horas de la noche?
Maxwell iba a dar un paso para ir en
su ayuda cuando una cabeza rubia apareció tranquilamente y
sonriente en el centro del lago.
Maxwell casi resopla aliviado, hubo de
reconocer que se había puesto nervioso al ver que tardaba en salir
a flote.
No le gustaba la situación en la que
se encontraba, allí escondido, espiando a la joven, pero si se
movía para irse podría hacer algún ruido que la alertaría, sabría
que no estaba sola y probablemente se asustaría. Y él no estaba
dispuesto a identificarse para tranquilizarla, sería una situación
embarazosa.
Aunque no le vendría mal un pequeño
susto para que dejara de ser tan imprudente, este pensamiento hizo
aflorar a sus labios una malévola sonrisa.
Prudence decidió dar por finalizado el
baño y volvió a la orilla. Ahora sentía un poco de
frío.
Tardó un rato en ponerse el vestido,
sus dedos estaban entumecidos por el frío y se movían con torpeza
sobre la tela, la piel mojada tampoco facilitaba la
tarea.
La próxima vez tendría que traer una
toalla.
Cuando por fin consiguió vestirse se
encaminó tranquilamente de vuelta a casa.
Maxwell seguía oculto entre las
sombras, no se movió hasta que estuvo seguro de que se había
alejado lo suficiente como para no oírlo.
Ahora era su turno, si el hecho de
verla en el agua había encendido sus sentidos, la visión de aquel
cuerpo fuera de ella, casi lo había hecho gemir de
deseo.
Era delgada, de pechos generosos y
redondos, estrecha cintura y suaves caderas. la curva de sus nalgas
era perfecta y sus piernas dos pilares ideales para el templo que
era su cuerpo.
Se desnudó con rapidez y se arrojó al
agua sin pensar.
El contraste del calor de su cuerpo
con el agua helada casi le hizo perder la respiración, pero era lo
que necesitaba en aquellos momentos.
Prudence regresó a casa sin problemas
y gracias al baño, durmió el resto de la noche
plácidamente.
Por desgracia, Maxwell, no podía decir
lo mismo. Las imágenes del cuerpo desnudo de Prudence lo
martirizaron hasta el amanecer.
Los siguientes días Maxwell procuró
mantenerse alejado de casa de Edmund , del lago, y de
Prudence.
Por su parte Prudence estuvo muy
atareada con los últimos retoques y preparativos de la fiesta.
Quería que todo fuera perfecto.
Estaba nerviosa, iba a ser su primer
baile de máscaras. Siempre le había parecido que sería muy
emocionante el intentar descubrir quien se ocultaba detrás del
antifaz.
Seguramente algunas personas serían
fácilmente reconocibles, pero otras quizás no
tanto.
De cualquier manera estaba segura de
que la fiesta sería un éxito y que se lo pasarían muy
bien.
Lotty terminó de
hacer los últimos retoques al peinado y la miró orgullosa. Era una
joven tan bella.
-Estás preciosa chiquilla -dijo
mirándola con cariño.
-Gracias Lotty -y dándole un beso
salió de la habitación.
Cuando bajó las escaleras, Edmund la
miró maravillado, definitivamente aquella no era su dulce
sobrinita, sino toda una mujer.
Al llegar donde estaba su tío,
Prudence giró sobre sí misma.
-¿Qué te parece mi disfraz? -estaba
radiante de felicidad y una gran sonrisa iluminaba su
cara.
-Creo que si tus padres vieran como he
dejado que te vistas me degollarían con sus propias manos. -Dijo
suspirando.
-Tomaré eso como un cumplido -y le dio
un beso en la mejilla.
-He de reconocer que estas
espectacular.
La miró de arriba abajo, el vestido
era blanco de una tela finísima, de mangas ajustadas y profundo
escote, llevaba unas cintas doradas que ceñían su pecho por debajo
y se cruzaban para bajar hasta la delgada cintura, recordando el
estilo clásico de los griegos.
Su pelo, recogido en un moño alto,
trenzado con cintas también doradas y unos tirabuzones caían a los
lados de su cara, completando el cuadro un pequeño antifaz
dorado.
-Gracias tío, yo también creo que
estoy estupenda. Pero no soy la única, tú también estás fantástico.
Creo que hacemos buena pareja -rieron
divertidos.
Los invitados comenzaron a llegar,
todas las damas iban elegantemente vestidas y provistas de
antifaces a juego con sus vestidos. Los caballeros, muy elegantes
también, eran más reacios a las máscaras, aunque la mayoría se
ocultaban detrás de una.
Prudence fue presentada a un gran
número de personas, pero no se acordaba de la mayoría de los
nombres.
La música sonaba y los invitados se
divertían.
-Hola Edmund -dijo sonriendo una
señora que se acercó a ellos- me imagino que esta delicia es tu
sobrina?
-Buenas noches señora Sailor, sí, es
mi sobrina Prudence, no había tenido la oportunidad de
presentársela.
Prudence hizo una graciosa reverencia
y dijo cortésmente.
-Encantada de conocerla señora Sailor.
¿Qué le parece el baile, se está
divirtiendo?
-¡Oh! querida es fantástico, hacía
mucho tiempo que nadie ofrecía un baile de máscaras. El último
-pensó unos instantes- sí, el último fue en casa de Evans. Pero
después del escándalo que se formó, parece que a nadie le quedaron
más ganas de máscaras, ya era hora de que alguien se decidiera a
celebrar uno.
Edmund y Prudence estaban
sorprendidos, un baile en casa de Maxwell Evans? No parecía
tener mucho sentido.
Iba a preguntar acerca de aquel baile
cuando la señora Sailor dijo -Discúlpeme querida, creo que acabo de
ver a mi amiga, la señora Grey.
-Por supuesto -dijo Prudence con una
sonrisa, pero un poco desilusionada por no poder satisfacer su
curiosidad.
La vio alejarse en dirección de una
pareja que estaba un poco más allá.
-Me permite este baile, señorita -el
joven parecía un poco nervioso. Se lo habían presentado, pero no
recordaba su nombre.
-Por supuesto -posó su brazo sobre el
del muchacho y se mezclaron con el resto de las
parejas
No sabía por qué
había guardado aquella ridícula máscara todos aquellos años. Y
tampoco sabía que estaba haciendo allí de pie, en el baile de los
Lockhart.
Una cristalina risa sobresalió por
encima de la música, en ese mismo momento se abrió un hueco entre
los bailarines y allí estaba el motivo por el que él se sentía como
un perfecto idiota, vestido de negro y con su máscara
negra.
La visión de la joven volvió a dejarlo
sin aire, como aquella noche en el lago, era la viva imagen de una
vestal griega.
No podía apartar los ojos de ella,
siguió sus movimientos por la sala, se movía con gracia. Cuando la
música cesó, se dirigió con decisión hacia la pareja que reía en el
centro del salón. Se sentía como un joven torpe e
inexperto.
Tocó el hombro del acompañante de
Prudence para que se apartara.
-¿Me permite el siguiente baile
señorita Lockhart?
-Por supuesto caballero -le dirigió
una amable sonrisa a su anterior pareja, que no parecía muy
contento con la intromisión, pero hizo un rápido saludo y se
retiró.
Maxwell tomó a Prudence de la mano y a
los primeros acordes del vals comenzó a girar con ella entre sus
brazos.
Prudence miraba aquella máscara sin
expresión, que le cubría toda la cabeza, dejando sólo al
descubierto los negros ojos que se ocultaban detrás, eran
brillantes y podía sentir el calor que desprendían al
mirarla.
¿Quién era aquel caballero? no se
había fijado en él en lo que iba de noche y era extraño, porque
alguien así no pasaría desapercibido.
-¿Se lo está pasando bien señor...?
-fue un intento amable de romper el incómodo silencio y de tratar
de averiguar quién era el hombre con el que bailaba. Era
emocionante, podía sentir la fuerza de los músculos que había bajo
aquellas ropas negras, era alto y su voz había sonado hueca a causa
de la máscara.
-Ciertamente señorita Prudence -dijo
por toda respuesta.
-No es justo -sonrió y lo miró
coquetamente- usted sabe quién soy yo, pero yo, en cambio, no sé
quién es usted.
-Así son los bailes de máscaras, uno
en ocasiones no sabe con quién está bailando -se quedó callado unos
segundos y su voz volvió a sonar como si intentara contener algún
tipo de emoción- se puede llevar uno grandes
sorpresas.
-Sí, tiene razón, si supiéramos quien
es quien perdería todo el encanto -y siguió girando en los brazos
del caballero de negro.
-Esta noche está usted encantadora,
sin duda es el vestido más... original- el tono era sincero y eso
complació a Prudence, que estaba comenzando a sentirse atraída por
aquel desconocido enmascarado. Sonrió.
-Gracias caballero, a mi tío casi le
da un colapso cuando me vio con él, piensa que es excesivo para mí
-rió con ganas- pero yo pienso que me sienta muy
bien.
-Estoy de acuerdo con usted -su voz
sonaba más animada, no pudo dejar de sonreír ante la brutal
sinceridad de aquella mujer- le sienta muy
bien.
Prudence le dirigió una mirada que
indicaba lo encantada que estaba con el cumplido, y su sonrisa se
volvió deslumbrante.
La música seguía sonando y estaba
encantada entre aquellos fuertes brazos, era un excelente bailarín,
la mayoría de sus anteriores parejas no habían sido tan
diestros.
-Baila usted muy
bien.
-Gracias, usted
también.
Ambos se rieron a la vez, la risa de
Prudence sonaba como campañillas, la de él era rica y
profunda.
Al mirarlo a los ojos pudo adivinar un
destello cálido en ellos.
-Hacía mucho tiempo que nadie me hacía
reír sinceramente.
-Pues me alegra ser la responsable,
por lo menos en parte, de ese hecho.
Prudence vio por el rabillo del ojo a
un joven con el que ya había bailado, que parecía esperar
impaciente el final del vals para volver a solicitarle otra
pieza.
-¡Oh! no, creo que voy a tener que
sufrir, de nuevo, el torpe baile de aquel
joven.
Su voz sonó
disgustada.
Maxwell miró hacia el muchacho y una
maliciosa sonrisa cubrió sus labios.
Prudence pudo distinguir el brillo en
sus ojos.
La hizo girar deprisa hacia el otro
extremo del salón, mezclándose más entre el resto de parejas, a
llegar a la puerta que daba al jardín, con un firme y seguro
movimiento la hizo salir.
Siguieron bailando los últimos
compases entre risas en la penumbra, pero cuando la música cesó no
se separaron.
Se quedaron así, mirándose durante
unos momentos, ya no se reían, pero sus miradas expresaban mucho
más.
Maxwell levantó la parte inferior de
su máscara y acercándose a Prudence, depositó un suave beso en sus
carnosos labios.
-Debo irme -dijo mientras volvía a
cubrirse el rostro.
-¿Por qué? -la voz le salió ansiosa,
todavía estaba entre sus brazos.
-Si me quedara un minuto más a su lado
no me conformaría con un inocente beso -comenzó a separarse de
ella.
-¿No vasa decirme quien eres? -parecía
defraudada- ¿Volveremos a vernos?
Él pensó unos
segundos.
-La próxima vez que vuelvas a bañarte
al lago por la noche, quizás esté cerca.
Y desapareció entre las sombras del
jardín.
-¡¡Entonces iré todas las noches!!
-dijo con tono decidido y alto para asegurarse de que la
escuchaba.
Se sentía rara, contenta,
desilusionada y a la vez excitada ante la posibilidad de
encontrarse clandestinamente con aquel misterioso hombre en el
lago.
Suspiró profundamente y volvió al
salón.
-¿Donde te habías metido? -Edmund
parecía preocupado.
-Salí a tomar un poco el aire, hace
demasiado calor y estaba un poco mareada.
-Lo estas pasando bien
¿verdad?
-Claro que sí, mejor incluso de lo que
esperaba, es una fiesta maravillosa, gracias
tío.
Le dio un sonoro beso en la
mejilla.
Maxwell había
estado a punto de dar la vuelta al oír las palabras de Prudence,
pero sabía que no debía, aquello era una locura. ¿Qué pretendía
aquella mujer? "Entonces iré todas las noches", habían sido sus
palabras.
Esa niña no sabía donde se estaba
metiendo al decirle eso a un hombre, para ella era un juego
divertido, pensó tristemente Maxwell mientras apuraba la copa de
bourbon que tenía en la mano.
A pesar de todo, una sonrisa se dibujó
en su rostro, hacía mucho tiempo que no había disfrutado tanto como
esa noche.
Al día siguiente
Prudence se levantó tarde, estaba agotada y el resto del día o pasó
en el jardín leyendo tranquilamente.
Por la tarde su tío la informó de que
en las próximas semanas se celebrarían varios bailes y estaban
invitados, esa misma mañana habían comenzado a llegar las
invitaciones.
-Parece ser que el éxito de nuestra
fiesta ha animado al resto de vecinos, después de todo tu estancia
aquí será más animada de lo que
esperábamos.
Rieron animados y charlaron de la
fiesta de la noche anterior y sobre la expectación que habría por
el resto de fiestas que se iban a celebrar.
-Creo que hoy me acostaré temprano,
todavía no me he recuperado y si voy a tener que asistir a más
bailes he de recuperar las fuerzas.
-Estoy de acuerdo contigo, yo tampoco
tardaré en retirarme, la edad no perdona.
Estaba
anocheciendo cuando Prudence subió a su cuarto, se acercó a la
ventana y miró hacia el bosque.
Esa tarde había estado pensando en el
fugaz beso, cada vez que lo recordaba un cosquilleo le recorría el
estómago.
Un hombre extraño y misterioso, se
sentía horriblemente atraída.
Recordó la promesa de acudir cada
noche al lago, y eso tenía pensado hacer esa noche. Le parecía un
poco arriesgado, pero la tentación era demasiado grande como para
dejarla pasar.
Se desnudó y se metió bajo las
sábanas, enseguida se quedó dormida.
Era pasada la
media noche cuando Prudence volvió a abrir los
ojos.
Se acercó a la ventana, miró hacia el
bosquecillo y pensó -¡Ya voy caballero de
negro!
Se vistió con rapidez y salió sin
hacer ruido.
Llegó al bosque y se adentró entre los
árboles hasta llegar al lago.
-Hola...¿hay alguien ahí? -esperó unos
segundos, pero no obtuvo respuesta.
Se sentó sobre un tronco caído y
esperó.
Pero nadie apareció, decepcionada
desistió y volvió a casa.
Los días pasaban y noche tras noche, Prudence, volvía al lago. Maxwell la veía desde la ventana de su cuarto. Cada noche sentía el impulso de salir tras ella, pero se decía a sí mismo que era una locura, que no podía salir nada bueno de aquello.