-¿Qué tal está el niño más guapo del hospital, esta mañana? –dijo dibujando una gran sonrisa en su cara, al entrar en la habitación que ocupaba Rodrigo.
Al niño se le iluminaron los ojos al verla y le devolvió la sonrisa.

 

Aún tenía trabajo por hacer, pero no pudo resistir la tentación de llamarla por teléfono. Si no había calculado mal, ya tenía que estar en casa.
Sonaron cinco tonos antes de obtener respuesta.
-¿Si?
-¿Aún o has metido mi número en la agenda del teléfono?
-Hola Pelayo, no, no lo he metido.
-¡Qué desilusión! Yo que imaginé que a estas alturas estarías escribiendo mi nombre por las esquinas y resulta que no lo has puesto ni en el móvil.
No puedo evitar sonreír.
-Estaba a punto de meterme en la ducha…
No la dejó terminar.
-¡Mmmm! Qué imagen tan sugerente. ¿Quieres que vaya a frotarte la espalda?
-No hace falta, gracias, puedo arreglármelas yo solita.
-Una lástima – la decepción, evidentemente simulada, se dejó notar en su tono- ¿Te han gustado la flores?
-Sí, son preciosas, gracias.
-¿Qué tal si me lo agradeces esta noche mientras cenamos?
-No puedo salir a cenar contigo.
-¿Por qué? ¿Ya has quedado?
-No, pero…
-Entonces, qué problema hay. Tendrás que cenar, qué más da dónde lo hagas- no le dejó tiempo para replicar- Te recojo a eso de las ocho, para que no se nos haga demasiado tarde.
-Pelayo…
-Me gusta como dices mi nombre –dijo casi ronroneando, con voz sugerente, a través del teléfono.
-Estoy hablando en serio –estaba empezando a perder la paciencia.
-Y yo también –él, sin embargo, parecía tremendamente divertido- Entonces a las ocho. Pensaré en ti hasta esa hora. “Chao”.
Miriam miró el teléfono como si fuera un artefacto extraño, con la boca abierta y los ojos como platos. No podía ser cierto que le hubiera dejado con la palabra en la boca. Y todo para que no se negara a salir a cenar con él. Poco a poco su gesto de incredulidad se fue transformando en una sonrisa.
Estaba claro, que las cosas con Pelayo, no eran demasiado ortodoxas. Hay radicaba gran parte de su encanto.

 

A las ocho en punto estaba en la calle, justo en el momento que el Audi se detenía frente al portal.
-¿Sabes que es de mala educación dejar a las personas con la palabra en la boca? –reprendió a modo de saludo.
-¿Eso hice? Lo siento –la sonrisa amplia y divertida, desmentía sus palabras- Tienes preferencia por algún lugar o escojo yo.
-Tú mismo –respondió mientras se abrochaba el cinturón de seguridad.
-Bien, pues vamos allá.

Resultó una cena amena, en la que tan solo hablaron de cosas triviales y de cómo les había ido el día en el trabajo.
Desde fuera tenían el aspecto de una pareja normal, que disfruta de la cena, en un lugar tranquilo y acogedor, como era el pequeño restaurante que Pelayo había escogido.
Ninguno de los dos parecía interesado en sacar a relucir el tema que tantos quebraderos de cabeza les estaba causando a ambos.
Prefirieron ignorarlo por el momento, para no estropear una noche, que estaba resultando realmente encantadora.

Eran poco más de las diez, cuando la llevó de regreso a su apartamento.
La acompañó hasta el portal.
-¿Quieres subir? –preguntó indecisa.
-No –respondió acariciándole el rostro- No quiero que luego me acuses de que solo estoy contigo por el sexo.
-Yo no… -la réplica ofendida que comenzaba a salir de su boca, se cortó en seco al descubrir la sonrisa burlona que le dedicaba Pelayo.
Le propinó un puñetazo en el hombro, como castigo por la burla.
-Eres tonto.
-Y tú una bruta –protestó frotándose la extremidad dolorida- Si cada vez que bromee, me castigas de esta manera, conseguirás que me convierta en un hombre serio y gris, temeroso de tu puño.
No pudo reprimir la carcajada, ante las exageradas palabras de Pelayo.
Verla tan animada, puso otra sonrisa en sus labios y al atrajo hacia él, con un gesto rápido y seguro.
-Ves que tonterías me haces decir.
-Creo que yo no influyo para nada, eso sabes hacerlo muy bien tú solito, sin ayuda de nadie.
-Eres mala –se acercó a sus labios y depositó un beso en ellos antes de continuar- Pero creo que me gusta. Mi novia es una bruja de pelo cobrizo y ojos “tutti-fruti”.

 

Volvió a besarla antes de darle tiempo a asimilar lo que acababa de decir.
El sabor del té en su boca, le resultó tremendamente agradable, la besó profundamente, sin prisa saboreándola y disfrutando de la respuesta de ella.
Interrumpió el beso con la esperanza de que no recordara sus palabras, pero no hubo suerte. En el momento que sus labios se separaron, la pregunta le atravesó los tímpanos.
-¿Cómo que novia? Que yo sepa, en ningún momento he aceptado ser tu novia.
-¡Ah! ¿No? Juraría que sí lo habías hecho –dijo poniendo una expresión inocente, que le hacía parecer más joven- Pero eso tiene fácil solución ¿Quieres ser mi novia? –dijo estrechándola aún más contra su cuerpo.
“Sí” quería gritar. “Sí, quiero ser tu novia, tu esposa, tu compañera”.
Pero se limitó a decir un simple –Me lo tengo que pensar.
-Lo dicho, eres una bruja mala. Te gusta verme sufrir ¿verdad?
-Sí, estás sufriendo muchísimo –dijo divertida.
-Más de lo que crees –la intensa mirada azul que la traspasó, le dijo claramente que hablaba en serio.
-Será mejor que subas o terminaré cambiando de opinión y aprovechándome de ti y de tu cuerpo.
Recuperó su tono desenfadado a la vez que depositaba otro suave beso sobre sus labios.
-Hasta mañana –dijo desde dentro del portal.
-Que descanses y que sueñes con… con los angelitos no, me pondría celoso, sueña conmigo.
Sonrió antes de cerrar la puerta tras ella y comenzó a subir las escaleras. Pelayo permaneció allí, hasta que la perdió de vista.

 

El martes fue un día de trabajo intenso, varias altas y otras tantas hospitalizaciones, niños que se van y nuevos que llegan.
Revisar historias clínicas, comprobar medicaciones, ganarse la confianza de los nuevos, para que no le compliquen las cosas a una y que ellos se sientan más a gusto y tranquilos. Y como no, bregar con los preocupados padres, que exigen saber, que les pasa a sus hijos.
En definitiva, un día completito.

Colgó el bolso en el perchero de la entrada, se quitó los zapatos y descalza, se fue a la cocina. Tenía hambre, con el ajetreo del día, apenas había tomado más que una ensalada, pero necesitaba un baño, y eso sería lo primero de todo.
Sacó un yogurt de la nevera, con él en la mano fue a abrir el grifo del agua caliente.
Entre cucharada y cucharada, se quitó la ropa, que dejó esparcida sobre la cama.
Una cama que ya no veía con los mismos ojos, desde que al había compartido con Pelayo.
¿Qué estaría haciendo en esos momentos? Ese día no había tenido noticias suyas, aún.
De nuevo en el baño, puso a llenar la bañera. No solía hacerlo, le parecía un gasto de agua y gas innecesario, pero necesitaba relajarse un poquito. Y para eso nada mejor, que un buen baño de agua caliente y sales.

“Mocita dame el clavel, dame el clavel de tu boca….”

¿Qué era aquello? ¿La tuna?
La música llegaba desde la calle, no podía ser otra cosa.
Divertida, cerró el grifo del agua, se puso el albornoz y corrió a la ventana.
¿Para quién sería la serenata?
Permaneció tras los cristales escuchando y observando al grupo. Siempre le habían encantado las tunas. En realidad le gustaba todo lo que tuviera que ver con la música.
Un movimiento a la derecha de los jóvenes que entonaban el famoso “clavelitos”, llamó su atención.
Tendría que habérselo imaginado.
Pelayo, permanecía apoyado contra su coche, con una radiante sonrisa en el rostro, mirándola fijamente.

Era para ella, pensó emocionada, la tuna estaba allí por ella.
Fue incapaz de reprimir la sonrisa que brotó de sus labios, iluminándole el rostro. Se sentía como cuando niña, salía a ver pasar la cabalgata de los reyes magos. Ese mismo nerviosismo, mezcla de fascinación y entusiasmo, se había apoderado de ella en esos momentos. Se dejó llevar por la música, canción tras canción.
Se estaba enfriando el agua, pero no le importó. Permaneció en la ventana hasta que la serenata terminó.
Vio a Pelayo dirigirse a ellos antes de que se fueran. Luego volvió a mirar hacia la ventana donde ella se encontraba.
Con un gesto de la mano, le indicó que subiera.
Lo esperó junto a la puerta.
-Estás loco –dijo entre risas, cerrando la puerta cuando él entró.
-¿Eso quiere decir que te ha gustado?
-Me ha encantado, gracias.
-Eso pensé –satisfecho la miró de arriba abajo- ¿He interrumpido algo?
-Iba a darme un baño, he tenido un día agotador.
-Entonces me voy, no quiero ser un incordio.
-No lo eres –replicó con un susurro.
-Me alegra oír eso –se acercó a ella, acariciándole el rostro con los dedos.
Ladeó la cabeza contra la mano de Pelayo, que animado por el gesto la atrajo hacia él y al besó en los labios.
Fue un beso intenso, devastador, que la dejó temblando de pies a cabeza.
-Me voy, procura descansar.
Asintió, aún aturdida, mientras lo veía abrir la puerta.
Quería pedirle que se quedara, pero realmente se sentía agotada y necesitaba estar sola.
-Te llamo mañana –ya estaba en el rellano- ¡Ah!
-¿Sí?
-Piensa en mí –le dedicó una de sus arrebatadoras sonrisas antes de comenzar a bajar las escaleras, canturreando el “clavelitos”.
Miriam esperó junto a la puerta hasta que lo vio desaparecer escaleras abajo.

Por fin sumergida hasta los hombros, en el agua humeante y perfumada, pensó en el hombre que acababa de irse del apartamento. Dejó que su mente jugara con la posibilidad de estar juntos, de aceptar definitivamente su propuesta, de compartir su vida con él. Y pensó que sería un sueño hecho realidad.

 

El sol brillaba en el cielo azul y despejado de nubes, como un día de verano, solamente el frío que hacía fuera, estropeaba aquella estampa.
Pero no le importó.
Ante la puerta del Ramón y Cajal, esperaba impaciente la salida de Miriam.
Tras toda una mañana de intenso trabajo, pudo tomarse la tarde libre para estar con ella.
Quería aprovechar todo el tiempo del que le fuera posible disponer, para dedicárselo y enamorarla.
Esperaba que todos sus esfuerzos, dieran resultado.

Lo reconoció al instante, aunque estuviera de espaldas a la puerta.
Su pelo rubio, la estatura y su magnífica planta lo hacían inconfundible.
Sintió un revoltijo de emoción en el estómago, como cuando, años atrás, lo veía en las fiestas a las que asistía con su hermana. La diferencia era que ahora sí la esperaba a ella.
Como si hubiera presentido su llegada, Pelayo se volvió y sonrió al verla del otro lado de la puerta.
-¿Ese no es el rubio guapísimo de tu cumpleaños? –preguntó fascinada Paz.
-Sí –se limitó a responder Miriam.
-¿No me digas que es el que te envía las flores? –ahora sí estaba sorprendida.
-Pues no te lo diré –le dedicó una mirada ladeada, cargada de intención.
-¡Joder! -exclamó- ¡Vaya! Sí que saltaría loca de contenta si ese me enviara flores, aunque fueran cardos.
Miriam rio divertida ante el comentario de su compañera, mientras empujaba la puerta.
-Hola –dijo al llegar junto a él.
-Hola –respondió Pelayo, sin poder despegar los ojos de los de ella.
Al ver que Paz no parecía dispuesta a irse sin una presentación formal, dijo.
-Esta es Paz, una de mis compañeras de turno. Él es Pelayo –mientras hablaba no dejaba de mirarlo- un amigo.
Recalcó la última palabra, lo que logró que el ceño de Pelayo se frunciera ligeramente, antes de esbozar una de sus sonrisas rompe corazones, y mirar a Paz, que lo observaba sin pestañear.
-Encantado –tendió la mano y le dio dos besos en las mejillas- ¿Estabas en la fiesta de cumpleaños de Miriam, verdad?
-Sí –se sentía encantada de que la recordara- Aunque a alguien se le olvidó presentarnos.
Al pronunciar esas palabras, fulminó a su amiga con la mirada.
-Es cierto, es una anfitriona un poco descuidada –bromeó él.
Paz le dedicó su mejor sonrisa antes de decir –Bueno, pareja, os dejo.
-Un placer conocerte Paz.
-Lo mismo digo, Pelayo –aún no había perdido la sonrisa- Hasta mañana Miriam.
-Hasta mañana Paz.
La observaron unos instantes, antes de volver a mirarse.
-¿Qué haces aquí?
-Me apabulla este recibimiento, tranquila no hace falta que me demuestres tan descaradamente lo ilusionada que estas de verme.
El tono ofendido la hizo volver a sonreír.
-En serio ¿no deberías estar trabajando?
-Me he tomado la tarde libre.
Le rodeó la cintura con un brazo y la condujo hacia el aparcamiento.
-¡Ah! –fue lo único que salió de su boca.
-He planeado algo para esta tarde.
-Debería ir a casa a du… -comenzó a protestar, pero Pelayo la interrumpió con un beso antes de abrirle la puerta del coche.
-No hay tiempo para eso. Más tarde, te llevaré a casa y podrás darte esa ducha.
Suspiró resignada.
-De acuerdo. ¿Siempre te sales con la tuya? –preguntó cuando él se puso al volante.
-No siempre –respondió encogiéndose de hombros al mirarla.

 

Miriam dudaba de que aquello fuera cierto, comenzaba a tener una idea bastante clara del carácter de Pelayo, y no le parecía un hombre que se diera fácilmente por vencido, ni que aceptara un “no” por respuesta.
Seguro que aquel rasgo de su carácter le beneficiaba en su trabajo como abogado.

 

-¿Un paseo en bote por el lago del Retiro? ¿Estás loco?
Pelayo rio divertido ante la expresión entre horrorizada y emocionada de Miriam.
-Últimamente me lo preguntas demasiado, tal vez tendría que consultarlo con un especialista –bromeó.
-Hace un frío que pela –protestó, aunque no podía negar que la idea de un paseo en bote, a pesar del frío, le parecía de lo más romántico.
-Tengo una manta de viaje en el coche, puedo ir a por ella, si crees que la necesitas- se ofreció galante.
-No… no importa.
-Bien, entonces vamos.
La tomó de la mano entusiasmado y se encaminó al embarcadero.
Como era de suponer, el lago estaba vacío, pero eso no le preocupaba en absoluto.

Una vez llegaron al centro del lago, Pelayo posó los remos y con mucho cuidado se sentó junto a ella, estrechándola entre sus brazos.
Era agradable estar allí, solos, sin apenas ruido a su alrededor, tan solo algunos pájaros y el chapoteo del agua contra los costados del bote.
-¿Te ha gustado la sorpresa?
Preguntó muy cerca de su oído, con una voz suave y melosa.
No pudo mentirle.
-Sí, mucho –se arrebujó más contra él, buscando el calor de su cuerpo

 

-¿Por qué haces todo esto? –preguntó después de un rato en silencio.
-¿Aún no te has dado cuenta? -preguntó sorprendido- Te estoy cortejando a la antigua usanza.
-¡Ah! ¿Eso es lo que estás haciendo? –preguntó divertida.
-Sí, lo que me gustaría saber, es si está dando resultado.
-¿Y si te dijera que no? –quiso saber.
-Seguiría intentándolo hasta conseguir que cayeras rendida a mis pies.
No había ni rastro de la típica nota de humor socarrón.
Un escalofrío de placer la recorrió por entero, el darse cuenta de que hablaba totalmente en serio.
-¿Tienes frío? –preguntó preocupado al sentirla estremecerse entre sus brazos.
-No, estoy bien.
-Aún no me has respondido –insistió.
-No recuerdo la pregunta.
-Mentirosa –dijo estrujándola ligeramente y depositando un tierno beso en su cuello- Está bien, no hace falta que me respondas todavía. Cuando lo hagas quiero que estés totalmente segura. Tomate tu tiempo, puedo esperar.
-No hace falta –dijo con apenas un susurro.
Pelayo inclinó la cabeza buscando su mirada.
Con el corazón a punto de sufrir una parada, esperó a que continuara hablando.
Tras mirarlo a los ojos durante unos segundos, enterró la cara contra su pecho antes de comenzar a hablar.
-No quería que esto sucediera –casi se lamentó- Pero al final no he podido controlar mis emociones. Tú con tus locuras, tus sonrisas y tus bromas has derribado el muro que traté de levantar entre nosotros.
Sigo pensando que es un error, pero no puedo negar lo que siento por ti.
-¿Y qué sientes? –quiso saber, con la voz ahogada por la tensión del momento.
Cerró los ojos y respiró con fuerza, notando, al hacerlo, el agradable olor que desprendía su cuerpo.
-Te quiero -murmuró, casi con miedo.
Pelayo echó la cabeza hacia atrás y también cerró los ojos, dando gracias a dios mentalmente, antes de separarla de él para mirarla a los ojos de nuevo.
-Me acabas de hacer el hombre más feliz del mundo –depositó un dedo sobre sus labios, para que no dijera nada- Yo también te quiero.
Se apoderó de sus labios, con un largo, cálido y apasionado beso.
-Eso quiere decir que eres mi novia –afirmó al separase, con una ceja elevada, desafiante.
-Supongo que sí –sonrió ante la idea de ser la novia de Pelayo Inclán.
-¡Bien! Ahora que ya he logrado lo que quería, que te parece si posponemos el resto del paseo en barca, para otro día.
No lo había demostrado, pero también se sentía muerto de frío.
-Una idea estupenda.

 

Aquella noche entre sus brazos, se sintió más mujer, más deseable y más feliz que en ningún otro momento de su vida. Gozando de sus caricias, sus palabras tiernas y amorosas y toda la pasión que compartió con ella, convenciéndola, por fin, de que estaban locos el uno por el otro.
Finalmente agotada, preguntó medio dormida -¿Te vas a quedar?
-¿Quieres que me quede? –susurró en su oído, mientras deslizaba un dedo sobre uno de los brazos desnudos.
-Sí.
Con una sonrisa cargada de satisfacción, le dio un suave beso en la punta de la nariz.
-Pues entonces me quedo.
Miriam se acurrucó a su lado y se quedó profundamente dormida.

 

El agradable recuerdo de la noche anterior, paso por su cabeza en el mismo instante que sus ojos se abrieron y se toparon con Pelayo, que aún dormía.
No pudo evitar contemplarlo.
Su expresión era relajada y le pareció que estaba más guapo que nunca. Con el pelo revuelto y su cara perfecta de niño bueno.
No tardó en abrir los ojos, como si un sexto sentido le hubiera advertido del escrutinio al que estaba siendo sometido.
-Buenos días –dijo con la voz ronca por el sueño.
A Miriam le pareció la voz más sensual del mundo.
-Buenos días ¿Has dormido bien?
-Sí –dijo desperezándose- Hacía noches que no descansaba tan bien.
-¿Y eso? –preguntó curiosa.
-Porque te tenía a mi lado.
El ya conocido revoloteo en el estómago, la asaltó al oír las palabras de Pelayo.
-Tengo que irme –dijo torciendo el gesto al ver la hora que era- Aún tengo que pasar por mi apartamento para darme una ducha y cambiarme de ropa.
Miriam asintió, mientras lo veía salir desnudo de la cama.
Volvió a maravillarse de la perfección de aquel cuerpo, que, sin ningún pudor, se paseaba ante ella recogiendo su ropa.
-¿Cenamos esta noche? –preguntó mientras comenzaba a vestirse.
-Sí, pero por una vez podíamos hacerlo aquí –dijo con timidez, como si esperara que él rechazara aquella idea.
-Genial, pero yo traigo la cena.
-¿No te fías de mis dotes culinarias?
Ahora le tocaba bromear a ella.
-No es eso –se acercó para darle un beso- Tenía planeado llevarte a un sitio, pero como prefieres cenar aquí –hizo una pausa para ponerse los zapatos- Lo pediré para llevar.
-¿Ya lo tenías pensado? –preguntó escéptica.
-Sí, era el siguiente paso. Por si me fallaba el paseo en barca.
Dijo con una mirada maquinadora en sus preciosos ojos azules.
-Lo tenías todo planeado ¿eh? –parecía divertida.
-Todo.
Volvió a acercarse a ella y la besó de nuevo, pero esta vez más profundamente.
Con un gruñido de frustración se separó de ella.
-Me voy –desde la puerta- te veo esta noche.
-Sí.

 


Sintió cerrarse la puerta cuando él se fue. Se estiró, satisfecha, para desperezarse, pero no se levantó. Permaneció tendida, recordando cada momento, cada palabra, cada beso de la noche pasada.
Al hacerlo una sonrisa llena, luminosa y amplia se instaló en su cara, permaneciendo allí todo el día. Haberse tomado la tarde anterior libre, le pasó factura esa mañana. Aunque había merecido la pena. Las carpetas de los casos y expedientes apilados sobre su mesa, lo mantuvieron ocupado todo el día, pero encontró un hueco para llamar al restaurante y reservar la cena que pasaría a recoger esa noche, de camino a casa de Miriam.
Había planeado llevarla a “Yerbabuena”, un restaurante vegetariano de la calle Bordadores.
Escogió el lugar, porque aunque Miriam no era vegetariana, sabía lo que le preocupaba cuidar su dieta y qué mejor que unos buenos platos de verduras bien preparados, para complacerla.
Estaba seguro de que le gustaría. Cuando por fin salió del despacho, tuvo el tiempo justo para darse una ducha y cambiarse de ropa, antes de pasar a recoger el pedido.

 

Eran las nueve en punto cuando llegó al apartamento de Miriam.
La sonrisa con que lo recibió, le aceleró el corazón.
Se quedó allí de pie, parado, mirándola, maravillado con su belleza, con el brillo de sus ojos y pensando lo afortunado que era por haberla encontrado.
-¿Pasa algo? ¿Por qué me miras así? –preguntó frunciendo el ceño, al ver que no se movía de la entrada.
-Estás preciosa -respondió simplemente, reaccionando por fin.
-Gracias. Pero creo que sería mejor que pasaras, así podría cerrar la puerta –volvió a sonreír divertida.
-¡Ah! Sí, claro.
Dio un par de pasos y esperó a que cerrara, entonces la atrajo hacia él con la mano libre y al besó.
Fue un beso suave, reverente y cargado de promesas, que la dejó aturdida y deseosa de más.
-Será mejor que cenemos o esto se estropeará –dijo levantando la bolsa que sostenía en la mano izquierda.
Asintió y se encaminó a la cocina.
La mesa ya estaba preparada.
-Tengo cerveza en la nevera o vino si lo prefieres.
-¿Qué vas a beber tú?
Preguntó depositando la bolsa sobre la encimera.
-Agua, no suelo tomar alcohol.
Pelayo torció el gesto.
-Yo tomaré cerveza, si no te importa.
Sacó un botellín del frigorífico y la botella de agua.

 

-Tiene un aspecto delicioso ¿Qué es?
Preguntó señalando las verduras, mientras aliñaba la apetecible ensalada de queso brie, canónigos, rúcula, copos de maíz y brotes de alfalfa.
-Lasaña de vegetales variados con setas, paté vegetal, con capas de pasta de arroz, sobre pisto y no sé cuantas cosas más.
-¡Mmmm! Suena genial.
-Pensé que te gustaría.
-Seguro que sí, gracias.

 

Realmente había sabido escoger, tanto la ensalada, como la lasaña, eran exquisitas.
Todo parecía marchar a las mil maravillas, se sentía cómodos estando juntos, la cena era deliciosa y la conversación amena y variada.
Marchaba a las mil maravillas hasta que Pelayo dijo –Mañana es viernes.
-Sí –respondió Miriam, dejando escapar un suspiro, a la vez que, sin poder evitarlo, su rostro se ensombrecía.
-Te preocupa que Sonia no acepte lo nuestro –no fue una pregunta.
-Sabes que sí.
-Si quieres podemos decírselo juntos…
-No -le cortó- Creo que será mejor que se lo diga yo.
-Como quieras, pero sabes que estaré ahí, si me necesitas.
Asintió en silencio, jugueteando con los restos de verduras del plato.
Al ver el cambio de actitud de Miriam, se arrepintió de haber abierto la boca, estropeando así, una velada perfecta. Pero era ridículo tratar de ignorar lo evidente, tendrían que enfrentarse a Sonia tarde o temprano y no hablar de ello no cambiaba las cosas.
De todas formas, prefirió no insistir.
Se levantó y acercándose a ella, le tendió una mano.
-Ven aquí.
Obedeció. Dejó que la envolviera con sus fuertes brazos y cerrando los ojos, procuró no pensar en lo que tendría que hacer.

Los platos de la cena quedaron olvidados sobre la mesa, solo existían ellos dos.
Tendida sobre la cama, dejó que Pelayo la acariciara, recorriendo su cuerpo y demostrándole con cada roce, con cada beso, todo el amor que sentía por ella.
Por unos instantes pensó lo injusto que era el destino. Por fin había encontrado a un hombre que la amaba, del que se había enamorado locamente y tenía que ser el elegido por su hermana.
Se aferró a él con desesperación, necesitaba sentirlo dentro de ella, asegurarse de que todo era real y no una pesadilla horrible.

Pelayo podía percibir su angustia, por eso trató de borrarla con sus manos expertas y sus labios cálidos y suaves.
Finalmente la pasión se apoderó de ella, dejando de lado todo lo que no fueran ellos dos y el desbordante y arrollador deseo que los consumía, fundiéndolos en un solo ser.
Hubiera podido pasar el resto de su vida de aquella manera, entre sus brazos, sintiéndolo totalmente entregado y olvidándose del resto del universo y de los problemas.

Adormilada sobre su pecho, un rato más tarde, no pudo evitar retomar sus temores.
-No tengo ni idea de cómo se lo voy a decir –murmuró.
-Puedes esperar, no es necesario que se lo digas ya…
Negó con la cabeza.
-No quiero mentirle, sería peor si se enterara que se lo he estado ocultando.
-Como quieras –le besó la frente- pero ahora no pienses en ello y descansa.

A pesar del torbellino de pensamientos que bullía en su cabeza, terminó por dormirse.
Sin embargo Pelayo no lo hizo.
Él también pensaba en las consecuencias que traería confesarle a Sonia que estaban juntos.
Esperaba, por el bien de Miriam, que no se lo tomara demasiado mal.
Temía que una mala reacción de Sonia, afectara a su relación, podía ser un tanto egoísta pensar así, pero en esos momentos era su mayor temor.
Él estaba totalmente seguro de sus sentimientos, pero quizás Miriam no estuviera dispuesta a arriesgar la estrecha unión con su hermana por él.
Pero una cosa estaba clara, no se daría por vencido y se enfrentaría a quien fuera y a lo que fuera con tal de conservar a Miriam a su lado.


                        *******************************

Pelayo se había despedido de ella, dándole ánimos y prometiéndole llamarla al final del día.
Pero con el avanzar de la mañana, esos ánimos la iban abandonando. Por momentos sentía que no tendría valor para enfrentar a Sonia, que tal vez lo mejor, sería dejar de ver a Pelayo y así se terminaría el problema.
Cada vez que aquel pensamiento la asaltaba, algo se revelaba en su interior, haciéndole ver que no era la solución.
-Tienes un aspecto horrible –le dijo Paz a última hora- ¿Problemas en el paraíso?
Era evidente que se refería a Pelayo.
-No, nada de eso –trató de sonreír, sin demasiado éxito- Hoy regresa mi hermana.
-Pues por tu cara, cualquiera diría que no tienes muchas ganas de verla.
Se encogió de hombros.
-Tengo que darle una noticia que sé que no le va a gustar.
-¡Ya! Esas cosas cuanto primero se dicen, primero se pasan.
-Lo sé. Pero eso no lo hace más fácil.
-Supongo que no –dijo saliendo del control de enfermeras- Voy a ver qué tal comen nuestros niños.
Volvió a quedarse sola con sus dudas, mientras revisaba los partes y sus compañeras hacían la ronda por las habitaciones.
Apenas había comido en todo el día, y aunque el estómago comenzaba a protestar por ello, se sentía incapaz de ingerir nada. El nudo que sentía en el estómago, no le hubiera permitido el paso a nada que hubiera tratado de tomar.
Paseaba por su apartamento, nerviosa, sin saber qué hacer.
Esa mañana había hablado con su madre, que le informó de que Sonia llegaría sobre las seis de la tarde.
Eran casi las siete menos cuarto y aún no tenía noticias.
A cada rato comprobaba el móvil, pero evidentemente, en la pantalla, no aparecía ninguna llamada perdida. Y miraba el reloj, viendo como el tiempo no parecía avanzar.
Estaba comenzando a sentirse desquiciada, cuando el aparato comenzó a sonar.
Era ella, por unos instantes sintió el deseo de no contestar, pero lo hizo.
-¿Sí? –era su forma de responder, aunque reconociera el número.
-Hola guapa –dijo con voz cantarina su hermana- Ya estoy en casa ¿Estas ocupada? Si no lo estás podrías pasarte por aquí. Tengo ganas de verte y mucho que contarte. Y te he traído un regalito.
Cerró los ojos y maldijo para sus adentros, aquello la hacía sentir aún más culpable.
-Sí, está bien. Voy ahora mismo.
-De acuerdo, no tardes –sin más cortó la comunicación.

Dio mil vueltas antes de decidirse a salir de casa.
Se cambió dos veces de ropa y tres de zapatos. Revisó que las ventanas estuvieran cerradas, algo que no hacía jamás y en el último momento también cambió el bolso.
Cuando no encontró más escusas que le impidieran ir a ver a Sonia, se armó de valor y salió del apartamento.
Caminando por la calle, se sentía como Juana de Arco camino de la hoguera.

El efusivo abrazo con que la recibió, le provocó un nudo en la garganta, que le dificultaba respirar.
-Que aspecto tan horrible tienes –dijo Sonia examinándola.
-Tú sin embargo estás estupenda –consiguió decir, esbozando una sonrisa, que más bien parecía una mueca de dolor.
-Verdad qué sí –se rio encantada consigo misma- Pasa. Has tardado tanto que papá y mamá se han ido sin esperarte.
No hizo ningún comentario, porque Sonia continuaba parloteando alegremente.
-Mira todo lo que me he comprado ¿No son preciosos?
Preguntó señalando los blusones y vestidos de vivos colores que tenía esparcidos sobre la cama.
-Sí, son muy bonitos.
-Tendrías que haber venido. Es un país realmente fascinante. Y la gente es adorable, con ese encantador acento. Podría pasarme horas oyéndolos hablar.
Revolvió dentro de su bolso y sacando un paquetito, se lo tendió.
-Toma, esto es para ti. Espero que te guste, porque no creo que pueda cambiarlo –bromeó.
Miriam cogió el regalo esbozando una sonrisa.
-No tenías que haberte molestado –comentó mientras lo abría- Son precioso.
Exclamó, al ver los finos pendientes de plata.
-Plata mexicana –aclaró- Sabía que te gustarían, pensé en ti nada más verlos.
-Gracias.
-De nada. Tendrías que haber visto todas los cosas que había para comprar, allí podías perder el gusto, te lo digo de verdad.
Miriam no sabía si agradecer la verborrea de su hermana o echarle las manos al cuello para que se callara de una vez.
Parecía no terminar nunca con sus anécdotas y sus historias sobre ruinas y pueblos perdidos de la mano d dios, donde había conocido a gente curiosísima, y disfrutado de lo lindo.
-¡Ah! Pero yo estoy hablando como una loca y tú también tienes algo que contarme ¿verdad?
El corazón le dio un vuelco dentro del pecho. Ahora se daba cuenta de que hubiera preferido que siguiera hablando de su viaje maravilloso por las tierras mexicanas.
-No pongas esa cara de susto. Venga, desembucha ¿Quién era el tipo que estaba contigo la otra noche? Preguntó entornando los ojos y dándole a su voz, un toque de misterio.
-De eso quería hablarte –tomó aire y lo expulsó lentamente antes de continuar- No fui del todo sincera contigo.
-¿No? –preguntó divertida.
-No –hizo otra pausa- Sí conoces a la persona que estaba conmigo.
La declaración capturó toda la atención de Sonia, que la miraba expectante.
Al ver que su hermana no se decidía a continuar, la animó con un gesto de las manos.
-Era… -tragó saliva y carraspeó- Era Pelayo.
-¿Pelayo? -preguntó con una sonrisa confundida en los labios y el ceño ligeramente fruncido- ¿Qué Pelayo?
-Pelayo Inclán.
Enfrentó su mirada, aterrada por lo que podría encontrarse.
Por el momento solo se topó con la incredulidad de su hermana.
-¿Y qué hacia contigo? –ya no sonreía.
-Estamos juntos –dijo con todo el valor que fue capaz de reunir, que ciertamente no era demasiado.
-¿Juntos? -movió la cabeza hacia los lados, como si estuviera negando lo que escuchaba o se negara a creerlo- ¿Qué quiere decir juntos?
Su tono, ahora, era bajo y ligeramente amenazador, y la miraba con los ojos entrecerrados.
-Pues eso,…, estamos saliendo.
-Si es una broma, no tiene ninguna gracia.
Dijo con los dientes apretados, tratando de controlar el ritmo de su respiración, que poco a poco parecía ir aumentando sin que ella pudiera evitarlo.
-No es una broma. Sé que… -no sabía cómo continuar ¿Qué podía decir?- Lo siento, no es algo que hayamos planeado.
-¿Estás segura? –ahora sí, ahora su mirada fue penetrante y cargada de odio- Que casualidad, justo cuando Pelayo me asegura que jamás habrá nada entre nosotros y me voy de viaje, vuelvo y me encuentro con una parejita feliz. ¿Y quieres que me crea que no fue premeditado?
-Sonia, trata de razonar, hacía años que no veía a Pelayo, es imposible…
-Sí –parecía estar hablando sola- hasta la maldita fiesta, esa noche se fue sin mí, y a los pocos días fue cuando rompió conmigo. Porque tú te metiste por el medio –dijo volviendo a fulminarla con la mirada.
-No es así, yo no he tenido nada que ver con que Pelayo no quisiera volver a estar contigo.
-¿Ah! ¿No? -casi gritaba- Entonces, ¿por qué después de tantos años decide dejarme?
-No te dejó –susurró. No quería hurgar en la herida, pero su hermana estaba perdiendo los papeles y confundiendo las cosas.
-Toda la culpa es tuya, siempre me has tenido envidia, siempre has querido ser como yo y tener lo que yo tenía.
Miriam la miraba horrorizada. No podía creer las cosas que le estaba diciendo, definitivamente, se había vuelto loca.
-Y por supuesto no has parado hasta conseguir al hombre que era para mí. Si tú no te hubieras entrometido, jamás lo hubiera perdido.
-Sabes también como yo que eso que dices, no son más que mentiras.
Ahora ella también gritaba. No estaba dispuesta a consentir que la insultara, por muy dolida que se sintiera.
-¡Y una mierda! Quiero que salgas de mi casa, ahora mismo –dijo señalando la puerta.
-No puedes decirlo en serio ¿Has perdido el juicio? Sentémonos y razonemos las cosas, yo sé que esto te ha hecho daño, pero…
-¿Daño! -bramó- Tú no tienes ni idea de lo que me has hecho, me has traicionado, mi propia hermana. No te lo repetiré más veces. ¡Fuera!
-Está bien, veo que ahora eres incapaz de pensar con claridad –recogió el bolso y el abrigo- Cuando te calmes, puedes llamarme y hablaremos.
-Ni lo sueñes. No te lo perdonaré jamás ¡Fuera!
Volvió a gritar.

 

Con el corazón destrozado, abandonó el apartamento de su hermana.
Sentía que el nudo de su garganta cada vez se apretaba más, impidiéndole respirar. Estaba al borde de las lágrimas y tuvo que hacer un gran esfuerzo para no derrumbarse antes de llegar a su casa.
Se dejó caer sobre la cama y lloró desconsolada. Nunca habría imaginado una reacción como aquella. Y se sentía tan mal, que ahora hubiera preferido no haberle dicho nada, haber guardado el secreto, mentirle, antes de haberla visto como una demente, desquiciada y especulando de manera absurda.

Cuando sonó el teléfono, se abalanzó sobre el bolso, pensando que sería ella, que finalmente había recapacitado.
Pero no era su hermana, era Pelayo.
-Hola cielo.
Se puso tenso al no recibir respuesta.
-Miriam ¿estás bien?
-No –sollozó.
-Estoy delante de tu casa. Ábreme la puerta –dijo con tono preocupado.
Había dudado antes de ir hasta allí, quería asegurarse de que todo había ido bien. Ahora se alegraba de haberlo hecho.
Sintió una leve presión en el pecho al ver que tardaba en abrir. Insistió, llamando de nuevo al telefonillo.
Cuando por fin la puerta cedió, corrió escaleras arriba, angustiado.

Le faltó tiempo para arrojarse a sus brazos, buscando el consuelo que no había hallado hasta el momento.
Verla hecha un mar de lágrimas, con los ojos inflamados por el llanto, le partió el alma.

 

Solo había una explicación para aquello, Sonia se lo había tomado peor de lo que se esperaban.
No dijo nada. Simplemente la abrazó y dejó que se desahogara, acariciándole el suave y largo cabello, y depositando pequeños besos sobre su cabeza.

Poco a poco el torrente de lágrimas fue disminuyendo, pero no la soltó. Continuó abrazándola, esperando a que estuviera preparada para contarle lo que había sucedido.
Por fin, Miriam, se separó de él, se limpió la cara con el dorso de la mano y trató de sonreír.
Era una sonrisa cargada de tristeza.
-Tenías razón, tendría que haber esperado para decírselo –la voz le salió rota.
-Tal vez, pero ya está hecho. Cuéntame lo que ha pasado.

Relató el encuentro y todas las cosas horribles que le había dicho, y la forma en que la había echado de su casa.
Una furia ciega lo inundó al escuchar lo sucedido. Si en esos momentos, Sonia estuviera ante él, la estrangularía con sus propias manos.
Respiró hondo para serenarse. Ponerse como un loco no ayudaría a Miriam, que seguía lamentándose por lo sucedido.
-No te culpes, no hemos hecho nada malo. Si no lo quiere entender es su problema.
-Pero es mi hermana –gimoteó- Y ahora me odia.
Volvió a estrecharla entre sus brazos.
-Se le pasará –prometió- Dale tiempo, se hará a la idea.
-Nuca la había visto así, estaba tan alterada.
-Tranquila. Verás como todo termina arreglándose.
-Eso espero.
Estar entre sus brazos le provocaba sentimientos encontrados. La reconfortaban, a la vez que la hacía sentirse culpable.
No sabía si podría sobrellevar aquella carga.
Como si pudiera leer dentro de su mente, Pelayo dijo –Me tienes a mí para apoyarte. Estoy aquí contigo, ahora y siempre.
Aquellas palabras, pronunciadas con tanto cariño, le aligeraron el alma, procurándole un poco de alivio.

Horas más tarde, acurrucada contra el tibio cuerpo de Pelayo, que había insistido en quedarse, trataba de conciliar el sueño, pero una y otra vez veía el rostro enfurecido de su hermana y las lágrimas volvían a inundar sus ojos.
Sabía que llorando no solucionaría nada, pero no podía evitarlo.

 

Dos semanas más tarde, Sonia seguía sin querer hablar con ella.
La había llamado infinidad de veces y nunca contestaba al teléfono. Si llamaba al despacho, directamente le decían que estaba ocupada y no podía atenderla.
Pelayo se mostraba paciente y encantador con ella, la mimaba y consentía, tratando de animarla, pero la presión que sentía en el pecho, no parecía aliviarse con nada.
No había sido fácil explicar a sus padres, el motivo por el que sus hijas estaban enfrentadas.
En un principio se habían puesto de parte de la mayor, pero finalmente comprendieron que su reacción era desmedida y que Miriam tenía derecho a ser feliz con aquel hombre, por mucho que le doliera a Sonia.
También habían tratado de hablar con ella, de hacerla entender que estaba equivocada, pero sus esfuerzos resultaron inútiles.
Consideraba imperdonable la traición de Miriam.

Se sentía tan desesperada que había llegado a plantearse romper con Pelayo, por mucho que le doliera hacerlo. Pero lo único que consiguió con aquella idea, fue enfurecerlo también a él.
-¿De verdad crees que eso solucionaría algo? –preguntó incrédulo.
-No lo sé –respondió cansada- ya no sé qué hacer y romper quizás sea la única manera…
No la dejó continuar.
-Estás muy equivocada, si está convencida de que la traicionaste, dejar de vernos no cambiará ese hecho. Te considera la culpable de que no la escogiera a ella y nada de lo que hagas la hará cambiar de opinión. Tiene que darse cuenta por sí misma de que está equivocada. La verdad, nunca pensé que se cerraría en banda de esa manera. Siempre ha sido una mujer sensata e inteligente, pero ahora… -No terminó la frase, la pregunta de Miriam, que no parecía estar escuchando su charla lo interrumpió.
-¿Y si no lo hace? –toda la angustia que sentía se reflejó en su voz.
-No puede responder a eso, igual que tampoco lo puedes hacer tú. Solo podemos esperar, darle tiempo.

 

Pero el tiempo pasaba y nada parecía cambiar en la actitud de Sonia. Seguía cegada por aquella venda de rencor que le cubría los ojos y no atendía a razones.
Miriam trataba de sobrellevarlo lo mejor posible y aunque la echaba muchísimo de menos, la vida continuaba con o sin Sonia.

 

-Quiero que conozcas a mi familia.
Le dijo un sábado, al recogerla en el hospital.
-Marina está aquí y siempre que viene nos reuniremos todos para cenar, en casa de mis padres. Y quiero que esta noche me acompañes.
-¿No te parece un poco precipitado?
-Para nada. Tiene ganas de conocerte –su seguridad y la sonrisa maravillosa que le dedicó, terminaron de convencerla.
-De acuerdo.
-¡Bien! –le dio un beso en los labios a la vez que la estrujaba, cariñosamente, entre sus brazos- Te dejo en casa y paso a recogerte a eso de las nueve y media. Ahora tengo que hacer unos recados para mi madre.
-Vale, estaré lista para esa hora. ¿Hace falta que lleve algo?
-No –dijo con una sonrisa divertida- Mi madre me mataría si te permitiera hacerlo.
Se despidieron con un beso, al que les costó poner fin, como siempre.
-A las nueve y media –le recordó desde dentro del coche.
-Sí.
Antes de entrar en el portal, Pelayo ya se había ido.

 

El Corte Inglés de Preciados estaba hasta la bandera. Pero su madre había insistido en que fuera a comprar aquellas malditas galletitas que tanto gustaban a Marina y a su sobrino. Y ahora le esperaba un buen rato de hacer cola en la caja.
Se sentía ansioso porque llegara el momento de las presentaciones, sabía que su familia aceptaría a Miriam sin problemas y la harían sentirse una más al instante.
Estaban deseando conocer a la mujer, que por fin, había logrado adueñarse de su corazón. Y él estaba deseando que la conocieran, nunca había sentido la necesidad de presentarles a ninguna de las chicas con las que había salido hasta el momento, porque no habían significado nada especial para él. Sí, le gustaban, se divertían juntos, pero hasta ahí, no había sentimientos más profundos que lo unieran a ellas.

Miró distraído a su alrededor, mientras la cola avanzaba lentamente.
Aquella que empujaba un carrito ¿No era Sonia? Sí, era ella.
Dejó la cola y la siguió.
-Sonia –llamó al acerarse por detrás.
La sonrisa que adornaba su rostro se borró al comprobar quien era el que la llamaba.
-¡Hombre! Pero si es mi cuñado.
Saludó con falsa alegría, fulminándolo con la mirada.
Pelayo elevó una ceja ante su tono, pero ni dijo nada al respecto.
-Tenemos que hablar.
-Creo que no –dijo tratando de continuar su camino.
Pero la mano de Pelayo se cerró sobre su brazo, impidiéndoselo.
-No quiero montar una escena, pero lo haré si es necesario.
Algo en su mirada le dejó claro que no era un farol.
-Di lo que tengas que decir, pero rápido, tengo prisa.
-Estás haciendo mucho daño a Miriam con esta actitud infantil tuya.
Fue directo al grano.
-Esta sí que es buena. Yo le estoy haciendo daño a ella ¿Y el que me ha hecho ella a mí? –dijo apretando los dientes.
-¿Hubieras preferido que te lo hubiera ocultado?
-Tal vez hubiera sido mejor –dijo levantando la barbilla.
-No seas cínica. Sabes que eso te habría dolido aún más.
-No lo creo. Dicen que ojos que no ven…
-Tarde o temprano te habrías enterado.
-O no –sonrió sin humor- No tardaras en cansarte de ella, como de todas. Es una ingenua si cree que ella logrará lo que ninguna ha conseguido hasta el momento.
-En eso te equivocas. Estoy enamorado de Miriam.
-¡Ja! -fue una carcajada seca- Tú enamorado, no me lo trago.
-Me da igual lo que creas o no. Pero quiero que te quede clara una cosa, ella no influyó, para nada, en mi decisión de no volver a estar contigo. Te dije mis motivos el día que hablamos y no hay otros. No busques culpables donde no los hay. Nunca hubiéramos llegado a más y lo sabes también como yo. Lo de Miriam fue algo que surgió después.
Hizo una pausa, pero Sonia no dijo nada.
-Tú mejor que nadie, debería saber que el corazón va por libre. No se deja dominar.
-¿Por qué ella? –preguntó finalmente con un hilillo de voz.
-No lo sé –respondió con tristeza- Siempre te he querido como amiga, pero no de la forma que tú querías. Y créeme cuando te digo que lo siento, pero no es algo que se pueda controlar.
Cuando sus miradas volvieron a encontrase, Pelayo vio que en los ojos de Sonia ya no brillaban ni el odio, ni el resentimiento, tan solo reflejaban tristeza.
Por fin parecía haberse dado cuenta de que él nunca le había pertenecido.
-¿La llamarás? -se arriesgó a preguntar- Te echa de menos.
-Tal vez lo haga… sí, supongo que sí, pero necesito tiempo –dijo con voz cansada.
-Tomate el que necesites. Pero llámala, por favor.
Asintió sin decir nada, suspiró y con un gesto de la cabeza se despidió de él.

 


Comprobó extrañado, que pasaban de las nueve y media y Miriam aún no había bajado. Siempre era muy puntual. ¿Le habría pasado algo?
Con el ceño fruncido por la preocupación salió del coche, dispuesto a ir a comprobarlo. En ese mismo instante apareció en la puerta.
-Siento el retraso –dijo dándole un rápido beso- Es que no sabía que ponerme –sonrió nerviosa.
-Estás preciosa – dijo mirándola de arriba abajo.
Aquel vestido, color gris perla, era uno de sus favoritos y junto con el suave maquillaje y la impecable melena, que caía en graciosas ondas sobre sus hombros, estaba espectacular.
La besó y la instó a entrar en el coche.
Nada más verla, decidió no contarle nada sobre su encuentro con Sonia. Ya estaba bastante nerviosa, no quería añadir un motivo más para inquietarla. Se lo diría más tarde.

 

Su mente trabajaba, imparable, tratando de imaginar que diría cuando Pelayo le presentara a su familia. Todo lo que se le ocurría sonaba falso o forzado.
Al llegar a casa de sus padres, comprobó que sus esfuerzos por encontrar la mejor manera de actuar, no servirían para nada.
En el mismo instante que entraron en el salón, Pelayo la dejó sola para abalanzarse sobre la espectacular rubia que tanto se parecía a él, alzándola en brazos, a pesar de que era casi de su estatura.
-Te acostumbrarás –dijo una voz profunda y masculina a su lado.
Al girarse se topó con unos ojos azules, ligeramente más oscuros que los de Pelayo, y una sonrisa casi tan maravillosa como la de éste.
-Hola, soy Alejandro y supongo que eres Miriam –le tendió la mano.
-Sí, encantada –estrechó con fuerza y seguridad la mano tendida de Alejandro.
A lo que éste respondió elevando una ceja y volviendo a sonreír, satisfecho.
Pensó que aquellos dos hermanos poseían las sonrisas más fascinantes del mundo.
A pesar de la edad, Alejandro era un hombre tremendamente atractivo, de pelo negro, complexión atlética y preciosos ojos azules.
Volvió a mirar a Pelayo y su hermana, ahora otra mujer morena, de pelo corto y cuerpo escultural, se había unido a ellos.
-Tienes que disculparlo –se justificó por ellos, al seguir su mirada- Cuando estos tres están juntos se olvidan de todo el mundo. Ven, te presentaré a mis padres, mientras ellos terminan su ritual.
Lo siguió hasta la cocina, donde el matrimonio ultimaba los detalles de la cena.
-¿Tus hermanos y tu mujer se han enzarzado con sus tonterías? –preguntó la madre resignada.
-Sí –respondió divertido el mayor de los Inclán- Esta es Miriam.
-Encantada tesoro, teníamos muchas ganas de conocerte.
Aceptó el efusivo abrazo con una sonrisa y estrechó la mano del padre.
-Y este enano, es mi hijo Iván –dijo señalando al niño que se escondía bajo la mesa.
-Hola Iván –dijo Miriam agachándose para saludarlo.
-Hola –respondió el niño sin demasiado entusiasmo, era mucho más interesante el muñeco que tenía entre las manos.
-¡Ah! Estas aquí- dijo Pelayo entrando en la cocina- Pensé que te habrías fugado.
Bromeó cogiéndola por la cintura y acercándola a él.
-Imagino que Jandro ya te habrá presentado a esta parte de la familia, así que yo te voy a presentar a las otras mujeres con las que tendrás que compartirme.


La cena fue un éxito. Miriam finalmente consiguió relajarse y disfrutar tanto de las bromas de Pelayo y Silvia, como de la conversación de Alejandro y las historias de Marina.
Todos eran encantadores y se notaba que adoraban a Pelayo.
Sintió una pequeña punzada de tristeza al recordar a su hermana y lo distanciadas que estaban en esos momentos.
Como si lo hubiera percibido, Pelayo, le pasó un brazo sobre los hombros y le dio un suave beso en la mejilla.

-Es estupenda –dijo Silvia, cuando los tres se fueron a la cocina a por el café y las tazas.
-Estoy de acuerdo –secundó Marina.
-Sabía que os gustaría –se le veía realmente orgulloso.
-Tiene que serlo para aguantar a tu hermano –dijo la morena como si él no estuviera presente.
-Muy graciosa –dijo pellizcándola en el brazo al pasar.
-¡Ah! Eso duele –se quejó su cuñada.
-No empecéis, por dios –suplicó Marina.
-Ha sido él –se defendió Silvia.
-Sí, claro, siempre soy yo. Como si tú y tu lengua nunca hicierais nada.
-Niños, el café está listo –avisó Marina abriendo la marcha, camino del comedor.
Los otros la siguieron sacándose la lengua y tratando de ponerse la zancadilla el uno al otro.
-Creo que rodarán cabezas si una de mis tazas termina en el suelo –avisó la madre al sentir el jaleo en el pasillo.
Conscientes del peligro que corrían, procuraron entrar en el comedor, sin demasiado revuelo.
-¿Cuándo sentaras la cabeza, hijo mío? –se lamentó su madre.
-¿Por qué siempre me echáis la culpa a mí? –protestó- De todas formas estoy en ello –le susurró a su madre al oído, dándole un beso en la mejilla después.
-No seas zalamero –dijo encantada con el gesto de su hijo- y compórtate, qué va a pensar Miriam.
-Por mí no se preocupe –intervino sonriendo.
Para todos fue evidente que estaba más que acostumbrada al carácter revoltoso de Pelayo, y no parecía disgustarle en absoluto.

 

-¿No son geniales? –preguntó más tarde, ya en la cama.
-¿Quiénes?
-Quién va a ser, mi familia –aclaró.
-Sí, son geniales.
-Me lo dices de verdad o me das la razón como a los locos.
Rio divertida.
-Te lo digo de verdad. Sois un poquito ruidosos, pero estupendos.
-¿Ruidosos? –preguntó extrañado.
-Sí, tú y tus “mujeres”, habláis los tres a la vez, no sé como sois capaces de entenderos.
Ahora le tocó el turno a él de reír.
-Años de práctica, también te acostumbrarás.
-No sé yo…
-Creo que te vas a entender muy bien con Jandro, opina exactamente igual que tú.
-Un hombre inteligente, tu hermano.
-Hablando de hermanos –hizo una pausa hasta que atrajo toda su atención- Esta tarde he visto a Sonia.
De inmediato pegó un bote en la cama y se sentó, mirándolo con los ojos muy abiertos y el corazón acelerado.
-¿Dónde? ¿Hablaste con ella? ¿Cómo está? ¿Qué…?
-Frena, frena. Te va a dar un infarto.
Trató de protestar, pero Pelayo le tapó la boca con los dedos.
-La vi mientras hacía los recados que me había mandado mi madre. Y sí, hablé con ella. Creo que finalmente ha comprendido la situación, y me ha dicho que te llamará.
Emocionada se llevó las manos a la boca, no quería llorar, así que alzó la vista al techo y respiró hondo antes de volver a mirarlo a él.
-¿De verdad?
-Sí, pero necesita tiempo.
Asintió, con los labios apretados.
-Pero te llamará, ahora solo tienes que tener paciencia.
-Gracias –le dio un beso en los labios, aquellos labios que conocía tan bien y que tanto le gustaban- Es una noticia maravillosa, el broche ideal para una noche perfecta.
-Al final todo está saliendo bien.
La atrajo hacia él, perdiéndose en su boca y acariciando, sugerente, sus nalgas.
Con un suave ronroneo, murmuró sobre sus labios –Sí, todo.
Y se dejó llevar por la pasión que comenzaba a despertar en ambos.
-Cásate conmigo –le dijo en un irrefrenable impulso, con la voz cargada de deseo.
Ella no respondió, buscando, hambrienta, su boca.
-¿Lo harás? –insistió, esquivándola, más interesado en su respuesta que en sus besos.
-Sí, sí, me casaré contigo –respondió desesperada por conseguir lo que tanto ansiaba.
Satisfecho, le entregó su boca y se abandonó a sus besos y sus caricias.

 

EPÍLOGO

 


-No entiendo a qué viene todo esto. Ya te he dicho que me casaría contigo- Protestó, subiendo las escaleras del porche de la casa de sus padres en Moralzarzal.
El tiempo había mejorado considerablemente, ya no hacía tanto frío allí en la sierra y habían vuelto a instalarse de nuevo hasta el próximo invierno. Les gustaba mucho más la tranquilidad de aquel lugar que el bullicio de Madrid.
-No veo la necesidad…
-Hay que hacer las cosas como es debido –la cortó con una sonrisa divertida.
Lo fulminó con la mirada, mientras esperaba que le abrieran la puerta.
Habían pasado dos meses desde que aceptara su proposición. Y ahora le salía con que tenía que pedir su mano, formalmente, a sus padres. Era ridículo.
Aunque tenía que reconocer que este hombre nuca dejaba de sorprenderla.

 

Se quedó de piedra, cuando la puerta se abrió y vio a Sonia del otro lado.
Se miraron unos segundos, interminables, antes de que la mayor rompiera el hielo.
-¿Vas a pasar o te piensas quedar ahí, mirándome con cara de susto?
-Yo… -no sabía que decir.
Buscó la mirada de Pelayo, que le sonreía tranquilizador.

Aunque Sonia había prometido llamarla, no lo había hecho. Pelayo insistía en que se lo tomara con calma, que tarde o temprano lo haría.
Al final él mismo la había llamado. Ella se había disculpado, alegando que había estado muy liada con el trabajo. Aunque Pelayo sospechaba que lo realmente le sucedía era que se sentía aterrada ante la idea de tener que enfrentar de nuevo a su hermana pequeña, después de todo lo que le había dicho. Por eso decidió intervenir, antes de que las cosas llegaran más lejos y fuera imposible recuperar lo que antes habían compartido.
Por eso le había contado sus planes y le había pedido que formara parte de ello.

Ahora no sabía si se sentía alegre por volver a verla o enfadada por todo el tiempo que la había tenido esperando.
Al ver que no reaccionaba, Pelayo la empujó ligeramente para que entrara en la casa.
Al pasar junto a Sonia, articulo un mudo “gracias”, al que la mujer respondió encogiéndose de hombros.
-Sonia, tenemos que hablar –dijo Miriam, volviéndose hacia su hermana.
-Luego, ahora papá y mamá os están esperando –señaló la entrada del salón con la cabeza.
Pelayo asintió y volvió a darle un suave empujoncito para que se encaminara al lugar donde sus padres se encontraban.

 

Miriam lanzaba miradas furtivas a su hermana, que se mantenía ligeramente apartada del grupo.
Pelayo y sus padres conversaban animadamente, mientras tomaban café.
No estaba prestando atención a la conversación, por eso se sorprendió cuando Pelayo la tomó de la mano y al hizo ponerse en pie.
Sacó una cajita negra del bolsillo de la americana e hincó la rodilla en el suelo.
-Miriam, te quiero con toda mi alma y mi corazón. Y aquí, delante de tu familia, vuelvo a pedirte que te cases conmigo ¿aceptas ser mi esposa?
Parpadeó sorprendida, no se había esperado una declaración en toda regla. Miró a sus padres, que sonreían satisfechos y después, con cierto recelo, a Sonia.
Esta, poniendo los ojos en blanco dijo –Dile que sí de una vez ¡Por dios!
Ahora ella también sonrió al mirar de nuevo a Pelayo.
-Sí, acepto ser tu esposa.
Una gran sonrisa iluminó el prefecto rostro de su futuro marido, que sacó la sortija del estuche y se la colocó en el dedo.
Se puso en pie y la besó, sin importarle que su familia estuviera delante.

Tras mostrar el anillo a su madre, se acercó a Sonia, que continuaba un poco apartada.
Le echó los brazos alrededor del cuello y la abrazó con fuerza.
-Gracias –dijo emocionada- Se lo que ha debido de costarte, pero que estuvieras aquí, a significado mucho para mí.
-Sí, bueno –finalmente, ella también rodeó a su hermana pequeña con los brazos- Tenía que asegurarme de que ese sinvergüenza hacía lo correcto.
-¿Ya me estáis criticando? –preguntó Pelayo, colocándose detrás de Miriam.
-Espero que la hagas muy feliz –replicó Sonia una vez se separaron- Porque si no, tendrás que vértelas conmigo.
-¿Crees que estando conmigo puede ser infeliz? –la fanfarronería le costó un codazo en las costillas, por parte de Miriam.

 

Horas más tarde, por fin solos, y en la cama, Miriam se acurrucó junto a él.
-No te he dado las gracias por haber convencido a Sonia, para que estuviera presente.
-No me costó demasiado trabajo, la verdad. E imaginé que te gustaría ¿Habéis aclarado las cosas entre vosotras?
-Sí, ya todo está hablado y zanjado.
-Me alegro.
-Por cierto, me ha encantado la forma en que me has pedido que me casara contigo. Nada original, pero me ha gustado.
-Bueno, un cortejo al estilo tradicional, con, cenas, peluche, flores, tuna, paseo en barca por el Retiro y bombones, requería una pedida clásica ¿no crees?
-¿Bombones? Nunca me has regalado bombones –dijo frunciendo el ceño, tratando de recordar.
-En eso te equivocas. Fue lo que te regalé para tu cumpleaños.
-¿Eran tuyos? Tenía que habérmelo imaginado –dijo divertida.
-¿Por qué? –le picó la curiosidad.
-Toda la gente que me conoce, sabe que no como bombones.
-¿Nunca?
-Nunca –se rio divertida y totalmente relajada por primera vez en mucho tiempo.
-Bueno ahora yo también lo sé.
Dijo apoderándose de uno de sus pechos de forma juguetona.
Miriam no pudo más que rendirse a sus caricias y enredando sus dedos entre sus cabellos, lo atrajo hacia ella.

 

Mi hombre perfecto


A través de la ventanilla del carruaje, Prudence observaba la preciosa casa que su tío Edmund había adquirido hacía unos años en Virginia.
-¡Oh! Lotty, es preciosa, tan blanca y con esas columnas en la fachada, es tan diferente a las casas inglesas, me parece encantadora -dijo al a mujer que la había acompañado en su viaje desde Inglaterra.
-Su tío siempre ha sido un hombre con muy buen gusto.
-Sí. Tengo unas ganas terribles de verlo, lo he echado de menos todo este tiempo.

Hacía años que no se veían y hacía unos meses su tío le había escrito, invitándola a pasar el verano con él.
Había sido una noticia que Prudence recibió con entusiasmo, su tío Edmund, hermano de su padre, era su preferido. Siempre había viajado mucho y de cada viaje le traía exóticos regalos y le contaba increíbles historias.
Ahora que había fijado su residencia en Virginia, Prudence lo extrañaba. Por eso, cuando recibió la carta, suplicó a sus padres para que la dejaran realizar el viaje.
-Por favor papá, tengo tantas ganas de ver a tío Edmund.
-Es un viaje muy largo y no puedes hacerlo sola.
-Lotty podría acompañarme.
Al final cedieron a sus deseos, solía salirse con la suya, porque cuando quería algo, era terriblemente obstinada.
Su padre la adoraba, decía que era una chiquilla mal criada, aunque de chiquilla le quedaba poco.
Acababa de cumplir los dieciocho y ya era toda una mujer.
Aunque su padre prefería seguir pensando en ella como su pequeña rizos de oro.
Uno de los motivos que hicieron a su padre ceder respecto al viaje, era que prefería mantenerla alejada de la alta sociedad, quería retrasar en todo lo posible ese momento, muchas de las jóvenes conseguían esposo en sus primeras temporadas. Para él, Pru no necesitaba apurarse tanto, a su parecer la joven era demasiado inocente todavía.
Estaba seguro que con su belleza y su posición social no le costaría encontrar un marido adecuado en el momento que la niña estuviera preparada.

 

El carruaje se detuvo delante de la puerta principal y un hombre uniformado salió a recibirlas.
El cochero ya se estaba haciendo cargo del equipaje, mientras el mayordomo las ayudaba a descender del vehículo.
-Buenos días, soy Prudence Lockhart.
-Bien venida señorita Lockhart, su tío no la esperaba tan pronto. De haberlo sabido él mismo hubiera ido a recibirla.
-Lo se, pero el viaje fue mejor de lo que esperábamos, y por fin estamos aquí. -Dijo con una gran sonrisa que le iluminaba la cara.
-Si me acompaña, la llevaré a reunirse con el señor Lockhart.
Entraron en el espacioso hall, la casa era maravillosa, tan luminosa y decorada con el gusto inconfundible de su tío.
Del interior de una de las dependencias le llegó la indiscutible voz de éste.
No pudo esperar a ser anunciada y entró apresuradamente en la estancia, corrió a arrojarse a los brazos de su tío, que por unos segundos puso cara de sorpresa ante aquella brusca intromisión, el tiempo suficiente para reconocer en aquel torbellino a Prudence, su pequeña Pru.

-¡Oh, dios mío! no me lo puedo creer, ya estás aquí y como has crecido.
Dijo riéndose mientras la levantaba en el aire y daba vueltas con ella entre sus brazos.
-¡Tío Edmund! como te he echado de menos.
La risa salía de su boca como un baile de campanillas.
Prudence, en su loca carrera por abrazar a su tío, no había reparado en la presencia de aquel hombre que permanecía de pie no muy lejos de los Lockhart.
Sin parecer afectado por aquella situación, Maxwell Evans, miraba la escena entre tío y sobrina. Duró lo suficiente para poder fijarse en aquella alocada criatura que había irrumpido como un ciclón en la sala. Su pelo rubio iba apenas recogido hacia atrás, cayendo rizado y brillante sobre su espalda. Un peinado un tanto infantil para aquella muchacha, que parecía ser mayor de lo que trataba de aparentar, pensó Maxwell.
Le llamaron la atención sus claros ojos azules y la alegría que éstos desprendían mientras miraba embelesada a su tío.
Era una joven muy hermosa, aunque para su gusto demasiado infantil, le faltaba mucho para resultarle interesante.
Posándola en el suelo y sin poder dejar de mirarla, Edmund dijo -Querida, quiero presentarte a uno de mis vecinos y amigo- Le pasó un brazo sobre los hombros y la colocó frente a Maxwell- el señor Evans.

Prudence se sintió un poco azorada, no se había percatado de la presencia del caballero y ahora se sentía un poco tonta, que habría pensado de ella.

-Es un placer señor Evans -hizo una pequeña reverencia- Espero que sepa disculpar mis modales, no había notado que había alguien más en la estancia, las ganas de ver a mi tío -miró sonriente hacia él- me hicieron irrumpir en la sala de esa forma tan poco apropiada.
-El placer es mío, señorita Lockhart -más de lo que había imaginado, su aspecto infantil tan solo era fachada, la muchacha parecía toda una mujer al dirigirse a él con sus impecables modales y aquella suave y aterciopelada voz, que era un regalo para el oído- no se disculpe, es comprensible su reacción, si hace mucho tiempo que no se ven.
-La verdad, hace cosa de dos años -dijo Edmund- como pasa el tiempo, la última vez que te ví eras una mocosa y ahora eres toda una mujercita.
-Tío, por favor -estaba comenzando a ruborizarse.
Maxwell lo notó, le pareció divertido, aunque en sus serias facciones apenas sí se notó el cambio de expresión.

-Tengo que irme, les dejo para que se pongan al día con sus cosas. Nos vemos mañana, seguiremos tratando el tema que nos ocupa. -Hizo una leve inclinación de cabeza dirigida a Prudence.
-Señorita Lockhart, espero que su estancia sea agradable, le deseo buenos días.
-Buenos días y gracias señor Evans. -Dirigiéndole una encantadora sonrisa inclinó a su vez la cabeza.
-Lockhart, buenos días.
-Buenos días Evans.
Maxwell abandonó el despacho con pasos largos y enérgicos.

-Es un poco extraño este amigo tuyo ¿no? -fue más un pensamiento en voz alta que una pregunta directa.
-Sí, Maxwell es un buen hombre, pero demasiado frío. Tengo negocios con él, tiene buen ojos para ellos -se encogió de hombros- pero en lo personal es un hombre gris, no va a fiestas y nunca sale a divertirse.
-Bueno, pero ahora quiero que me cuentes cosas de ti.
Dijo Prudence, dejando de lado al poco interesante vecino de su tío.

-Creo que primero deberías refrescarte y descansar. Después de un viaje tan largo estarás agotada.
Puso pucheros y frunció el ceño.
-No utilices tus tácticas conmigo señorita, durante la cena podremos hablar de todo lo que te apetezca.
Y diciendo esto le dio un pequeño empujoncito para dirigirla fuera de la biblioteca.
-Está bien, descansaré un rato y más tarde podremos hablar.
Subió corriendo las escaleras, arriba esperó a la joven que le indicaría cual era su cuarto.

Allí la esperaba Lotty.
-No es propio de una señorita corretear continuamente de un lado para otro -la reprendió.
-Lo sé Lotty, intentaré no olvidarlo -dijo mientras daba un fuerte abrazo a la mujer, que intentaba soltarse, sin poder evitar sonreír a la muchacha- ¿Por qué no vas a descansar? Debes de estar agotada.
-Si no me necesitas, creo que no me vendría mal un poco de reposo.
-No, todo está bien, puedes irte tranquila.
Cuando se quedó sola vio que todo estaba listo, el equipaje deshecho y el agua para el baño esperándola.
Miró a su alrededor, al habitación era grande y estaba decorada en tonos blancos y rosas, era una estancia muy agradable.
La ventana daba el jardín que había en la parte trasera de la casa, era agradable sentir el perfume de las flores, desde allí  también se veía una casa muy parecida a la de su tío.
Comenzó a desvestirse distraídamente, aquel vestido no le gustaba nada, pero su madre había insistido que durante el viaje utilizara sus vestidos más cómodos y recatados.
Con ese en concreto, parecía una niña tonta, cuando se quedó desnuda y fue a meterse en la bañera, vio su menudo cuerpo reflejado en un espejo.
Se paró unos segundos a contemplar su imagen, la verdad que ya no tenía cuerpo de niña. No era muy alta y estaba algo delgada, pero sus caderas eran suaves y su cintura estrecha, sus pechos redondos y firmes, quizás un poco grandes en proporción con el resto de su anatomía, pero tampoco exagerados.
Con los rizos cayendo sobre sus hombros, se veía bien, una mujer bastante hermosa, por lo menos esa era su opinión.
Suspiró y se metió en la bañera antes de que el agua se enfriara. Que sensación tan maravillosa, el agua caliente, el olor del jabón, notó como su cuerpo se relajaba y se dio cuenta de lo cansada que estaba.
Cuando terminó con el baño y salió de la bañera, se fue directamente a la cama, se metió desnuda en ella y se quedó profundamente dormida.

Aquella costumbre de dormir desnuda, ponía de los nervios a su madre, pero ella hacía, como siempre, lo que quería. Para ella era más cómodo, los camisones y los lazos la agobiaban.

 

La tarde ya caía cuando se despertó, se desperezó y saltó de la cama.
Se acercó a la ventana, en la casa de enfrente se veían varias luces encendidas.
Encogiéndose de hombros se dispuso a vestirse para la cena. En ese momento entró Lotty en el cuarto -Veo que ya estás levantada, será mejor que te ayude a vestirte.
Escogió uno de sus vestidos nuevos, era de color lavanda, con adornos en un tono más oscuro del mismo color. El escote, aunque discreto, dejaba ver una generosa porción de sus pechos, pero le gustaba el efecto, aquel color le daba un matiz diferente a sus ojos.
Lotty le recogió la abundante melena en un informal moño, que dejaba al descubierto su largo y blanco cuello, algunos rizos escapaban rebeldes, se los dejó, le daban un aire descuidado que le favorecía.
-Lista mi niña -la miró con cariño.
-Gracias Lotty, eres un encanto, no sé qué haría sin ti -dijo sonriendo.

Bajó las escaleras y entró en la biblioteca, quizás su tío se encontrara en ella.
No era su tío el que se encontraba en la sala, volvió a encontrarse con el señor Evans.

-¡Oh! disculpe, pensé que sería mi tío el que se encontraría aquí.
Maxwell la miró de arriba abajo con sus grandes ojos oscuros. Prudence se sintió algo incomoda con aquella mirada.
-Su tío ha ido al despacho a buscar unos documentos que necesito para primera hora de la mañana, pero volverá enseguida y yo me iré para dejarlos disfrutar de la cena.
Prudence lo miraba mientras hablaba, era un hombre inexpresivo, pero verdaderamente apuesto, pelo oscuro y liso, grandes ojos oscuros, labios rectos pero carnosos y una angulosa mandíbula.
Era alto y parecía fuerte, la ropa le sentaba muy bien a pesar de ir vestido con sencillez.
Prudence volvió a sentir que se sonrojaba al notar que él se había dado cuenta de su escrutinio.
Incluso creyó distinguir un brillo diferente en aquellos profundos ojos.
Sí, había notado la mirada curiosa de Prudence y le hizo gracia.

-Pensé que no volverías a despertar pequeña -dijo divertido Edmund cuando entró en la biblioteca y la vio.
Ésta se giro para recibirlo con su mejor sonrisa.
-¿Pero qué tenemos aquí? ¿Quién es usted y qué ha hecho con mi sobrinita? -sonreía mientras la miraba, pero no podía disimular la sorpresa ante el cambio de Prudence.
-No seas tonto tío... -volvió a sentir arder sus mejillas.
-Si me lo permite, su tío tiene razón, no parece la misma de esta tarde - ni un solo músculo de aquella cara se movió al hacer el comentario- hay que reconocer que el cambio ha sido para mejor.
Cambió su mirada de Prudence hacia Edmund y dijo cortésmente.
-Ya que tengo lo que vine a buscar, con su permiso, me retiro.
-¿Por qué no te quedas a cenar con nosotros, Evans?
-No gracias, no quiero ser un incordio en su primera noche juntos.
-Tonterías, será divertido ¿verdad tesoro? -miró sonriendo a Prudence.
Ésta le dirigió una dulce sonrisa y después miró al señor Evans, la sonrisa seguía en sus labios.
-Mi tío tiene razón, quédese, será agradable.
Evans miraba aquellos labios hipnotizado. Volviéndose hacia Edmund.
-Creo que en otra ocasión, gracias de todos modos.
Lo acompañaron a la puerta y lo vieron salir al galope en su caballo.

 

-Sigo pensando que es un hombre muy extraño.
-Ya te lo advertí pero así y todo me fío más de él que de muchos otros.
Cenaron tranquilamente, charlaron contándose anécdotas y curiosidades de esos dos años que llevaban sin verse.
-Mañana tengo que salir temprano -dijo por último Edmund- pero volveré para la hora de la comida. Espero que encuentres algo con que entretenerte.
-No te preocupes por mí. Tienes una buena biblioteca, aunque creo que daré un paseo por el jardín, me ha parecido precioso.
Lo he visto desde mi cuarto. También me he fijado en la casa que se ve al fondo, que es muy parecida a ésta.
-Es la casa de Evans -dijo Edmund sin darle más importancia al comentario.
-¡Ah! -tampoco dijo más.

Ya era algo tarde cuando decidieron retirarse.
Al llegar a su cuarto, vio a Lotty adormilada en una silla, esperándola para ayudarla a desvestirse.
Encendió un par de velas más y despertó a la mujer.
La ayudó a quitarse el vestido y Prudence la mandó retirarse, ella se arreglaría con el resto.
-Buenas noches mi niña.
-Buenas noches Lotty.
Terminó de desnudarse, se soltó el pelo y fue hacia la ventana, hacía mucho calor, la abrió de par en par y la brisa entró refrescándole la piel.
Miró distraídamente hacia la casa del señor Evans, todo estaba a oscuras. Aquel hombre tenía algo que le llamaba poderosamente la atención, a pesar de su carácter frío.
Bostezó, apagó las velas y se metió en la cama.

 

En la casa de enfrente, Maxwell tomaba una copa de bourbon en la terraza de su alcoba.
El calor le impedía dormir, llevaba un rato mirando distraído la casa de Lockhart, cuando percibió que en una de las ventanas del segundo piso la luz subía de intensidad, un rato más tarde se abría la ventana y enmarcada en ella distinguió con claridad la figura desnuda de una mujer.
Casi se atraganta con el licor ¡dios bendito!, no podía ser la señorita Lockhart, pero tampoco podía ser otra, no distinguía su rostro, pero era más que evidente que era ella. La vio desaparecer y la luz se apagó.
Aquella imagen se quedó grabada en su mente, ¿qué criatura era aquella? aparecía como una niña alocada para horas más tarde resurgir trasformada en una mujer más que apetecible y que para colmo se paseaba desnuda ante la ventana.
Recordaba su impresión de esa noche, al verla entrar en la biblioteca con el sencillo, pero, favorecedor vestido color lavanda.
El discreto escote dejaba poco a la vista  pero bastante a la imaginación, su sonrisa era cautivadora y el brillo de sus preciosos ojos sorprendente.
Resopló de mal humor, no era más que una cría, además de la sobrina de su socio y vecino.
Era una pérdida de tiempo estar pensando en esa jovencita, cuando tenía asuntos más serios e importantes en los que pensar.



A la mañana siguiente, cuando Prudence se despertó, vio como el sol comenzaba a entrar por la ventana. Se levantó y se acercó a ella para ver el comienzo del día, parecía que iba a ser un estupendo día de calor.
Se desperezó, estirando los brazos y bostezando, posó la mirada en la casa del vecino y distinguió una figura masculina en el porche de entrada de la casa, parecía estar mirando hacia donde ella estaba.
¿Sería Maxwell Evans? "El hombre que nunca sonreía", pensó casi divertida, entonces recordó, azorada, que seguía desnuda, al salir de la cama no se había puesto la bata.
Con un rápido movimiento se retiró de la ventana, tenía la pequeña esperanza de que el hombre no la hubiera visto, aunque temía que eso era más un deseo que la realidad.

Cuando terminó de arreglarse y bajó a desayunar, ya se había olvidado del incidente de la ventana.
El sirviente que se encontraba en el comedor, la informó de que su tío acababa de irse.
Cuando terminó el copioso desayuno, salió al jardín como había dicho a su tío que haría.
Paseó entre los macizos de flores, aspiró su delicada fragancia y se sentó a contemplar el paisaje. Al cabo de un rato estaba aburrida, decidió caminar por los alrededores y ver que se encontraba de interesante.

Caminaba distraída por los campos, hasta que fijó su atención en la arboleda que se veía al fondo de la finca de su tío. Decidió encaminarse hacia allí. La sombra de los árboles sería agradable. Tenía calor a pesar de haber escogido un fino vestido blanco, un poco escotado para su gusto, pero para evitar el sofoco era maravilloso, llevaba bordados pequeños ramilletes de flores de colores y sobre la cabeza se había puesto un sombrero de ala ancha que también estaba adornado con unos ramilletes similares a los del vestido.
Cuando llegó a la altura del bosquecillo, comenzó a caminar con cuidado entre los árboles, agudizó el oído, parecía ruido de agua, siguió caminando guiándose por aquel agradable sonido.
Efectivamente, era agua, quedó maravillada ante la visión de aquel lugar encantado. En el claro del bosque se encontraba un pequeño lago, el sonido del agua lo producía la cascada que se encontraba en uno de los extremos.
Que lugar tan estupendo, se alegraba de haberlo encontrado.
Se sentó sobre la hierba y contempló el lugar, que tranquilidad, sólo se oía el sonido del agua y el trino de los pájaros.
Respiró profundamente y cerró los ojos disfrutando de aquella sensación.
De repente una idea cruzó por su cabeza como un relámpago, sonrió maliciosamente y poniéndose de pie se despojó del sombrero.
Miró bien los alrededores para asegurarse de que estaba solo y con rapidez de desprendió del vestido y la camisa, que quedaron amontonados sobre la hierba.
Poco a poco comenzó a entrar en las fría, pero tonificantes aguas del lago, se zambulló en las cristalinas aguas y nadó como un precioso y blanco pez en ellas.
Sabía nadar desde muy pequeña, siempre se escapaba con sus tíos al río y pasaba horas jugando en el agua con ellos.
Ahora, hacía ya mucho tiempo que no lo hacía, se sentía emocionada, sentir su cuerpo deslizarse con suavidad en las tranquilas aguas del lago la hacía sonreír de felicidad.
Comenzó a sentir frío y decidió salir, el problema ahora, era que estaba empapada. Se secaría con la camisa, nadie se daría cuenta de que no la llevaba puesta si subía su cuarto a cambiarse rápidamente.
Se vistió sin demora, hizo una bola con la camisa y la metió dentro del sombrero, que ahora llevaba en la mano. Salió del bosquecillo, su pelo mojado caía sobre su espalda, pero con el calor que hacía no tardaría en secarse. De todas maneras decidió dar un pequeño rodeo para volver a casa y así darle algo más de tiempo para que se le secara y no fuera tan evidente que había estado mojado.
Mientras caminaba de regreso contemplando la gran extensión de las plantaciones, vio acercarse a un jinete, al instante reconoció al precioso caballo negro del señor Evans.
Cuando llegó a la altura de Prudence se detuvo e hizo un rápido movimiento de cabeza a modo de saludo.
-Veo que ha salido de expedición -Prudence no podía ver sus rasgos porque el sol estaba justo detrás de él deslumbrándola, pero pudo imaginarse a la perfección aquella cara inexpresiva y aquellos profundos ojos oscuros.
-Sí, he salido a dar un paseo y creo que me he alejado demasiado.
Al darse cuenta de que la joven hacía sombra con su mano para mirar hacia él, se bajó del caballo.
Observó el aspecto desarreglado de Prudence, deteniéndose en su húmedo cabello.
Eso hizo que Maxwell enarcara su ceja izquierda.
Prudence fue consciente del significado e aquel gesto y se puso ligeramente colorada.
-¿Y qué le ha parecido lo que ha visto hasta el momento? señorita Lockhart -Preguntó con voz neutra, que no dejaba adivinar lo que pensaba.
-No he visto mucho, pero creo que es un lugar muy agradable, un sitio tranquilo para vivir, ahora entiendo porque mi tío decidió instalarse aquí.
-Ya, un lugar tranquilo para vivir -creyó haber visto una nota de humor en el comentario y en sus ojos había un brillo, tal vez de diversión, pensó Prudence.
-¿Quiere que la acompañe de vuelta a casa? No es muy aconsejable que una señorita ande sola por los caminos -volvía a ser inescrutable.
-Creo que me las arreglaré bien sola, gracias. Y tendré en cuenta su advertencia para la próxima vez que decida salir a pasear -dijo con una amable sonrisa en los labios.
-Como prefiera. Que pase un buen día entonces.
Montó sobre su caballo y siguió su camino.
Lo vio alejarse al trote, que buen porte tenía sobre aquel animal, se le sentía poderoso, grande y fuerte. Era un conjunto, montura y jinete, digno de admirar.
Se encogió de hombros, como solía hacer siempre que algo dejaba de interesarle y lo desechaba de su cabeza y siguió su camino.

 

Maxwell se encontraba de un humor más negro que de costumbre y sabía muy bien cuál era el motivo.
Aquella alocada había estado en el lago y por su aspecto y su pelo revuelto y húmedo, no se había conformado con sentarse a disfrutar del paisaje, estaba más que seguro de que se había estado bañando.
Estaba enfadado consigo mismo porque no podía dejar de imaginarse aquel tentador cuerpo desnudo que había visto, en dos ocasiones, en aquella dichosa ventana, se la imaginaba en las tranquilas aguas del lago, nadando como una preciosa sirena.
Intentó desechar aquella imagen de su cabeza ¿por qué no podía dejar de pensar en ello? Había visto suficientes mujeres desnudas a lo largo de su vida ¿por qué ahora el cuerpo de aquella joven lo perturbaba de aquel modo?.

 

Cuando Prudence llegó a la casa, su tío la esperaba sonriendo en el jardín.
-Veo que el jardín te ha resultado pequeño y has decidido ampliar tu paseo -intentó poner cara de enfadado, pero no pudo cuando vio la radiante sonrisa de Prudence.
-Sí, lo siento, sé que no debería haber salido sol, no era mi intención alejarme demasiado. Pero he encontrado un sitio maravilloso, ¿sabías que hay un lago entre aquellos árboles? -su tío la interrumpió.
-¿Has estado en el lago? -ahora sí se puso serio.
-¿Lo conoces? ¿No es un sitio fantástico?
Fue en ese momento cuando Edmund se percató del aspecto de su sobrina.
-Sí, es fantástico, pero no deberías haber ido tan lejos tú sola, además ese lago está en las tierras de Evans, no creo que le moleste, pero no deja de ser una intromisión y por último señorita -la miró con el ceño fruncido- por tu aspecto diría que has disfrutado de un buen baño.
-Hace tanto calor y el agua parecía tan apetecía que no me pude resistir.
Puso cara de niña buena y Edmund suspiró resignado.
-Ya veo, pero eso no es decoroso, Pru, ya no eres una niña.
-Lo sé tío -dándole un fuerte beso en la mejilla de forma coqueta- procuraré ser una señorita educada y formal, pero ahora ¿te importaría que entráramos? tengo tanta hambre que me comería un caballo.
Su tío rió con ganas y juntos entraron en la casa.

 


Los días pasaban con tranquilidad para Prudence. Solía ir con su tío a recorrer la ciudad y a visitar las plantaciones de tabaco y algodón.
Una mañana en el desayuno -Estaba pensando que sería buena idea que conocieras a más gente con la que relacionarte mientras estés aquí. ¿Qué te parece si celebramos una fiesta? Sería una forma de festejar que has venido y de que conocieras al resto de mis vecinos y amigos.
-Me parece una idea maravillosa -dijo emocionada.
-Puede ser divertido, hace bastante tiempo que nadie organiza un baile, a la gente le gustará.

El resto del día lo dedicaron a organizar los preparativos para el evento.
Entre risas y animada conversación decidieron que sería divertido un baile de máscaras, la idea emocionó a Prudence, que dio salto de alegría, como habría hecho una niña pequeña.
-Po supuesto te llevaré a la mejor modista de la ciudad para que te confeccione el vestido.
-Gracias tío, eres un encanto -dijo mientras lo abrazaba sonriendo- quiero algo maravilloso y espectacular.
-Como tú quieras, aunque preferiría que no fuera demasiado espectacular, no tengo ganas de que mi hermano me estrangule si llega a sus oídos que dejo que su hija se convierta en la sensación de la ciudad.
-De verdad, eres peor que papá -dijo riendo.

Esa noche, en su cuarto, no podía conciliar el sueño, la excitación causada por los preparativos para la fiesta, sumada al calor insoportable, le hacía imposible descansar.
Se levantó y fue hacia la ventana, no corría ni un soplo de aire, su cuerpo estaba ardiendo de calor.
La noche estaba iluminada por la luz de la luna, vio la silueta de los árboles recortarse contra el cielo y una idea cruzó su mente, el lago.
Por unos instantes la idea le pareció descabellada. Pero el calor era sofocante, se derretiría sino se refrescaba de alguna manera.
Se puso rápidamente uno de sus viejos vestidos y slió de la habitación sin hacer ruido.
Salió por una de las puertaventanas de la biblioteca que daban al jardín, poniendo mucho cuidado en que nadie la viera desde la casa, en el caso de que todavía quedara alguien despierto. Se guió por la luz de la luna dirigiéndose a la arboleda.
No tardó mucho en encontrar su objetivo, observó con precaución el lugar, estaba tan silencioso que daba un poco de miedo, pero el calor era más fuerte que su temor.
Se quitó el vestido con rapidez,  y se zambulló en las oscuras y frías aguas.

 

Aquella noche el calor era insoportable y decidió salir a dar un paseo, la noche era clara y sería más agradable que estar ahogándose en casa.
Comenzó a caminar sin rumbo fijo, estaba pensando en la invitación que Edmund le había hecho para el baile de máscaras que estaban organizando, estaba claro que no pensaba asistir. No le gustaban los bailes, pero no podía evitar que sus pensamientos fueran a parar a Prudence Lockhart.
Se la imaginaba riendo y bailando, aquella chica era pura vitalidad y alegría. Poco a poco el rumbo de esos pensamientos fue cambiando, la veía desnuda en la ventana, la imaginó en el lago, con su joven cuerpo sumergido en las aguas.
Volvió a la realidad al darse cuenta de que esos pensamientos lo habían llevado, inconscientemente, hacia el lago.
Todavía no había entrado en el claro, estaba pensando que tal vez un baño no sería mala idea para refrescarse y quitar el calor de su cuerpo y enfriar sus pensamientos.
Se detuvo bruscamente cuando notó movimiento en el agua ¿quién podría estar allí a aquellas horas? sin moverse de donde estaba intentó descubrir al intruso.
Un escalofrío recorrió su espalda al descubrir que era Prudence la que nadaba con calma, la luna se reflejaba en su blanca piel, dándole el aspecto de una ninfa con piel de plata, en su rostro se reflejaba la satisfacción que le producía el baño.
Nadaba con gracia, sin apenas perturbar la quietud de las aguas.
Maxwell estaba atónito, sentía que su cuerpo iba a estallar en llamas y no por el calor de la noche.
Estaba empezando a creer que nunca había conocido a nadie como Prudence Lockhart, era una joven excesivamente osada o por el contrario era demasiado ingenua e inocente.
Vio como se sumergía bajo el agua, permaneció atento, tardaba en volver a la superficie, esa estúpida chiquilla estaba en apuros ¿quién la mandaría ir a nadar sola a esas horas de la noche?
Maxwell iba a dar un paso para ir en su ayuda cuando una cabeza rubia apareció tranquilamente y sonriente en el centro del lago.
Maxwell casi resopla aliviado, hubo de reconocer que se había puesto nervioso al ver que tardaba en salir a flote.
No le gustaba la situación en la que se encontraba, allí escondido, espiando a la joven, pero si se movía para irse podría hacer algún ruido que la alertaría, sabría que no estaba sola y probablemente se asustaría. Y él no estaba dispuesto a identificarse para tranquilizarla, sería una situación embarazosa.
Aunque no le vendría mal un pequeño susto para que dejara de ser tan imprudente, este pensamiento hizo aflorar a sus labios una malévola sonrisa.

Prudence decidió dar por finalizado el baño y volvió a la orilla. Ahora sentía un poco de frío.
Tardó un rato en ponerse el vestido, sus dedos estaban entumecidos por el frío y se movían con torpeza sobre la tela, la piel mojada tampoco facilitaba la tarea.
La próxima vez tendría que traer una toalla.
Cuando por fin consiguió vestirse se encaminó tranquilamente de vuelta a casa.

Maxwell seguía oculto entre las sombras, no se movió hasta que estuvo seguro de que se había alejado lo suficiente como para no oírlo.
Ahora era su turno, si el hecho de verla en el agua había encendido sus sentidos, la visión de aquel cuerpo fuera de ella, casi lo había hecho gemir de deseo.
Era delgada, de pechos generosos y redondos, estrecha cintura y suaves caderas. la curva de sus nalgas era perfecta y sus piernas dos pilares ideales para el templo que era su cuerpo.
Se desnudó con rapidez y se arrojó al agua sin pensar.
El contraste del calor de su cuerpo con el agua helada casi le hizo perder la respiración, pero era lo que necesitaba en aquellos momentos.

Prudence regresó a casa sin problemas y gracias al baño, durmió el resto de la noche plácidamente.
Por desgracia, Maxwell, no podía decir lo mismo. Las imágenes del cuerpo desnudo de Prudence lo martirizaron hasta el amanecer.


Los siguientes días Maxwell procuró mantenerse alejado de casa de Edmund , del lago, y de Prudence.

Por su parte Prudence estuvo muy atareada con los últimos retoques y preparativos de la fiesta. Quería que todo fuera perfecto.
Estaba nerviosa, iba a ser su primer baile de máscaras. Siempre le había parecido que sería muy emocionante el intentar descubrir quien se ocultaba detrás del antifaz.
Seguramente algunas personas serían fácilmente reconocibles, pero otras quizás no tanto.
De cualquier manera estaba segura de que la fiesta sería un éxito y que se lo pasarían muy bien.

 

Lotty terminó de hacer los últimos retoques al peinado y la miró orgullosa. Era una joven tan bella.
-Estás preciosa chiquilla -dijo mirándola con cariño.
-Gracias Lotty -y dándole un beso salió de la habitación.
Cuando bajó las escaleras, Edmund la miró maravillado, definitivamente aquella no era su dulce sobrinita, sino toda una mujer.
Al llegar donde estaba su tío, Prudence giró sobre sí misma.
-¿Qué te parece mi disfraz? -estaba radiante de felicidad y una gran sonrisa iluminaba su cara.
-Creo que si tus padres vieran como he dejado que te vistas me degollarían con sus propias manos. -Dijo suspirando.
-Tomaré eso como un cumplido -y le dio un beso en la mejilla.
-He de reconocer que estas espectacular.
La miró de arriba abajo, el vestido era blanco de una tela finísima, de mangas ajustadas y profundo escote, llevaba unas cintas doradas que ceñían su pecho por debajo y se cruzaban para bajar hasta la delgada cintura, recordando el estilo clásico de los griegos.
Su pelo, recogido en un moño alto, trenzado con cintas también doradas y unos tirabuzones caían a los lados de su cara, completando el cuadro un pequeño antifaz dorado.
-Gracias tío, yo también creo que estoy estupenda. Pero no soy la única, tú también estás fantástico. Creo que hacemos buena pareja -rieron divertidos.

Los invitados comenzaron a llegar, todas las damas iban elegantemente vestidas y provistas de antifaces a juego con sus vestidos. Los caballeros, muy elegantes también, eran más reacios a las máscaras, aunque la mayoría se ocultaban detrás de una.

Prudence fue presentada a un gran número de personas, pero no se acordaba de la mayoría de los nombres.
La música sonaba y los invitados se divertían.
-Hola Edmund -dijo sonriendo una señora que se acercó a ellos- me imagino que esta delicia es tu sobrina?
-Buenas noches señora Sailor, sí, es mi sobrina Prudence, no había tenido la oportunidad de presentársela.
Prudence hizo una graciosa reverencia y dijo cortésmente.
-Encantada de conocerla señora Sailor. ¿Qué le parece el baile, se está divirtiendo?
-¡Oh! querida es fantástico, hacía mucho tiempo que nadie ofrecía un baile de máscaras. El último -pensó unos instantes- sí, el último fue en casa de Evans. Pero después del escándalo que se formó, parece que a nadie le quedaron más ganas de máscaras, ya era hora de que alguien se decidiera a celebrar uno.
Edmund y Prudence estaban sorprendidos, un baile en casa de Maxwell Evans?  No parecía tener mucho sentido.
Iba a preguntar acerca de aquel baile cuando la señora Sailor dijo -Discúlpeme querida, creo que acabo de ver a mi amiga, la señora Grey.
-Por supuesto -dijo Prudence con una sonrisa, pero un poco desilusionada por no poder satisfacer su curiosidad.
La vio alejarse en dirección de una pareja que estaba un poco más allá.
-Me permite este baile, señorita -el joven parecía un poco nervioso. Se lo habían presentado, pero no recordaba su nombre.
-Por supuesto -posó su brazo sobre el del muchacho y se mezclaron con el resto de las parejas

 

No sabía por qué había guardado aquella ridícula máscara todos aquellos años. Y tampoco sabía que estaba haciendo allí de pie, en el baile de los Lockhart.
Una cristalina risa sobresalió por encima de la música, en ese mismo momento se abrió un hueco entre los bailarines y allí estaba el motivo por el que él se sentía como un perfecto idiota, vestido de negro y con su máscara negra.
La visión de la joven volvió a dejarlo sin aire, como aquella noche en el lago, era la viva imagen de una vestal griega.
No podía apartar los ojos de ella, siguió sus movimientos por la sala, se movía con gracia. Cuando la música cesó, se dirigió con decisión hacia la pareja que reía en el centro del salón. Se sentía como un joven torpe e inexperto.
Tocó el hombro del acompañante de Prudence para que se apartara.
-¿Me permite el siguiente baile señorita Lockhart?
-Por supuesto caballero -le dirigió una amable sonrisa a su anterior pareja, que no parecía muy contento con la intromisión, pero hizo un rápido saludo y se retiró.
Maxwell tomó a Prudence de la mano y a los primeros acordes del vals comenzó a girar con ella entre sus brazos.
Prudence miraba aquella máscara sin expresión, que le cubría toda la cabeza, dejando sólo al descubierto los negros ojos que se ocultaban detrás, eran brillantes y podía sentir el calor que desprendían al mirarla.
¿Quién era aquel caballero? no se había fijado en él en lo que iba de noche y era extraño, porque alguien así no pasaría desapercibido.
-¿Se lo está pasando bien señor...? -fue un intento amable de romper el incómodo silencio y de tratar de averiguar quién era el hombre con el que bailaba. Era emocionante, podía sentir la fuerza de los músculos que había bajo aquellas ropas negras, era alto y su voz había sonado hueca a causa de la máscara.
-Ciertamente señorita Prudence -dijo por toda respuesta.
-No es justo -sonrió y lo miró coquetamente- usted sabe quién soy yo, pero yo, en cambio, no sé quién es usted.
-Así son los bailes de máscaras, uno en ocasiones no sabe con quién está bailando -se quedó callado unos segundos y su voz volvió a sonar como si intentara contener algún tipo de emoción- se puede llevar uno grandes sorpresas.
-Sí, tiene razón, si supiéramos quien es quien perdería todo el encanto -y siguió girando en los brazos del caballero de negro.
-Esta noche está usted encantadora, sin duda es el vestido más... original- el tono era sincero y eso complació a Prudence, que estaba comenzando a sentirse atraída por aquel desconocido enmascarado. Sonrió.
-Gracias caballero, a mi tío casi le da un colapso cuando me vio con él, piensa que es excesivo para mí -rió con ganas- pero yo pienso que me sienta muy bien.
-Estoy de acuerdo con usted -su voz sonaba más animada, no pudo dejar de sonreír ante la brutal sinceridad de aquella mujer- le sienta muy bien.
Prudence le dirigió una mirada que indicaba lo encantada que estaba con el cumplido, y su sonrisa se volvió deslumbrante.
La música seguía sonando y estaba encantada entre aquellos fuertes brazos, era un excelente bailarín, la mayoría de sus anteriores parejas no habían sido tan diestros.
-Baila usted muy bien.
-Gracias, usted también.
Ambos se rieron a la vez, la risa de Prudence sonaba como campañillas, la de él era rica y profunda.
Al mirarlo a los ojos pudo adivinar un destello cálido en ellos.
-Hacía mucho tiempo que nadie me hacía reír sinceramente.
-Pues me alegra ser la responsable, por lo menos en parte, de ese hecho.
Prudence vio por el rabillo del ojo a un joven con el que ya había bailado, que parecía esperar impaciente el final del vals para volver a solicitarle otra pieza.
-¡Oh! no, creo que voy a tener que sufrir, de nuevo, el torpe baile de aquel joven.
Su voz sonó disgustada.
Maxwell miró hacia el muchacho y una maliciosa sonrisa cubrió sus labios.
Prudence pudo distinguir el brillo en sus ojos.
La hizo girar deprisa hacia el otro extremo del salón, mezclándose más entre el resto de parejas, a llegar a la puerta que daba al jardín, con un firme y seguro movimiento la hizo salir.
Siguieron bailando los últimos compases entre risas en la penumbra, pero cuando la música cesó no se separaron.
Se quedaron así, mirándose durante unos momentos, ya no se reían, pero sus miradas expresaban mucho más.
Maxwell levantó la parte inferior de su máscara y acercándose a Prudence, depositó un suave beso en sus carnosos labios.
-Debo irme -dijo mientras volvía a cubrirse el rostro.
-¿Por qué? -la voz le salió ansiosa, todavía estaba entre sus brazos.
-Si me quedara un minuto más a su lado no me conformaría con un inocente beso -comenzó a separarse de ella.
-¿No vasa decirme quien eres? -parecía defraudada- ¿Volveremos a vernos?
Él pensó unos segundos.
-La próxima vez que vuelvas a bañarte al lago por la noche, quizás esté cerca.
Y desapareció entre las sombras del jardín.
-¡¡Entonces iré todas las noches!! -dijo con tono decidido y alto para asegurarse de que la escuchaba.
Se sentía rara, contenta, desilusionada y a la vez excitada ante la posibilidad de encontrarse clandestinamente con aquel misterioso hombre en el lago.
Suspiró profundamente y volvió al salón.
-¿Donde te habías metido? -Edmund parecía preocupado.
-Salí a tomar un poco el aire, hace demasiado calor y estaba un poco mareada.
-Lo estas pasando bien ¿verdad?
-Claro que sí, mejor incluso de lo que esperaba, es una fiesta maravillosa, gracias tío.
Le dio un sonoro beso en la mejilla.

 

Maxwell había estado a punto de dar la vuelta al oír las palabras de Prudence, pero sabía que no debía, aquello era una locura. ¿Qué pretendía aquella mujer? "Entonces iré todas las noches", habían sido sus palabras.
Esa niña no sabía donde se estaba metiendo al decirle eso a un hombre, para ella era un juego divertido, pensó tristemente Maxwell mientras apuraba la copa de bourbon que tenía en la mano.
A pesar de todo, una sonrisa se dibujó en su rostro, hacía mucho tiempo que no había disfrutado tanto como esa noche.

 

Al día siguiente Prudence se levantó tarde, estaba agotada y el resto del día o pasó en el jardín leyendo tranquilamente.
Por la tarde su tío la informó de que en las próximas semanas se celebrarían varios bailes y estaban invitados, esa misma mañana habían comenzado a llegar las invitaciones.
-Parece ser que el éxito de nuestra fiesta ha animado al resto de vecinos, después de todo tu estancia aquí será más animada de lo que esperábamos.
Rieron animados y charlaron de la fiesta de la noche anterior y sobre la expectación que habría por el resto de fiestas que se iban a celebrar.
-Creo que hoy me acostaré temprano, todavía no me he recuperado y si voy a tener que asistir a más bailes he de recuperar las fuerzas.
-Estoy de acuerdo contigo, yo tampoco tardaré en retirarme, la edad no perdona.

 

Estaba anocheciendo cuando Prudence subió a su cuarto, se acercó a la ventana y miró hacia el bosque.
Esa tarde había estado pensando en el fugaz beso, cada vez que lo recordaba un cosquilleo le recorría el estómago.
Un hombre extraño y misterioso, se sentía horriblemente atraída.
Recordó la promesa de acudir cada noche al lago, y eso tenía pensado hacer esa noche. Le parecía un poco arriesgado, pero la tentación era demasiado grande como para dejarla pasar.
Se desnudó y se metió bajo las sábanas, enseguida se quedó dormida.

 

Era pasada la media noche cuando Prudence volvió a abrir los ojos.
Se acercó a la ventana, miró hacia el bosquecillo y pensó -¡Ya voy caballero de negro!
Se vistió con rapidez y salió sin hacer ruido.
Llegó al bosque y se adentró entre los árboles hasta llegar al lago.
-Hola...¿hay alguien ahí? -esperó unos segundos, pero no obtuvo respuesta.
Se sentó sobre un tronco caído y esperó.
Pero nadie apareció, decepcionada desistió y volvió a casa.

 

Los días pasaban y noche tras noche, Prudence, volvía al lago. Maxwell la veía desde la ventana de su cuarto. Cada noche sentía el impulso de salir tras ella, pero se decía a sí mismo que era una locura, que no podía salir nada bueno de aquello.