8 de enero de 1863
Amantísima Elise:
Las olas chocan incesantes contra el bajel. De las cartas que te he escrito, el mar se ha llevado tres. Quería escribirte una carta alegre y guardarme las náuseas que siento para mis adentros, pero tú me conoces tan bien que no puedo ocultarte nada.
Odio este maldito barco.
Se mueve sin cesar, y la humedad es perpetua. Cada centímetro de la nave está empapado, esté en el nivel que esté. Todo huele a moho y a suciedad. Los humanos son mucho más nauseabundos de lo que recordaba, si bien no he vivido cerca de ellos desde hace mucho tiempo.
A Ezra le divierte la situación. Tú ya sabes que él siempre tiene esa actitud. Me resulta enloquecedor.
Me veo obligado a hallar modos nuevos e imaginativos de vomitar, puesto que no puedo permitir que quienes me rodean vean mis rojas secreciones. Además, la comida es terrible. Llevamos una semana en alta mar y todavía no me he alimentado.
Ezra ha entablado relaciones con una agradable muchacha, pero es más difícil cazar en este entorno. Llevo tanto tiempo bajo cubierta, oculto en nuestra habitación, que sé que entre la tripulación se rumorea que tengo la peste. Y eso me complica más las cosas para atraer a alguien y saciar mi sed.
Además, las náuseas hacen mella en mi apetito destruyéndolo. Ezra no sabía que los vampiros podían padecer mareos, pero es una condición del oído interno, órgano que todavía poseo. A él, el mar le está sentando de maravilla. Demasiado bien, quizá.
Hace una hora vino ha venido a verme, solo para molestarme, de eso estoy seguro. Pasa mucho tiempo arriba, y demasiado con su joven acompañante humana.
Creo que se siente solo desde hace tiempo, y es cierto que viajar siempre le ha dado paz de espíritu y lo ha hecho sentirse más humano.
—¿Ya estás escribiendo otra vez? —ha inquirido Ezra mientras se echaba en el camastro situado junto al escritorio. Olía a sal y tenía los cabellos húmedos. Tiene la manía de sentarse en la proa del barco para que las olas lo salpiquen.
—Sabes perfectamente lo que estoy haciendo —le he dicho, cogiendo el tintero antes de que se deslizara escritorio abajo. He perdido más tinta en este viaje que en toda mi vida.
—¿No te parece que es una pérdida de tiempo? —me ha preguntado—. Ya has perdido tres cartas de cuatro.
—Eso no quiere decir que esta también vaya a perderse —he dicho mientras sostenía con fuerza la cuartilla de papel, como si él fuera a cogerla y a lanzarla por el ventanuco.
—Vamos, Peter. —Ezra se ha acodado sobre el lecho y me ha mirado severamente con sus ojos oscuros. A veces creo que tiene el mismo poder que tú ejerces sobre mí: el poder de hipnotizarme para que haga cualquier cosa que se me pida.
—¿Ir adónde, Ezra? —he solicitado—. Estamos atrapados en este bajel, olvidados de la mano de Dios, por lo menos durante veintidós días más. No puedo ir a ninguna parte.
—No puedes quedarte aquí oculto durante más tiempo. Estás demacrado y pálido. —Ezra se ha sentado en la cama, balanceando las piernas—. La tripulación empieza a hablar de tu enfermedad.
—Pues déjalos que hablen —he musitado—. No puedo contagiarles nada.
—No queremos que nos interroguen más de lo necesario —ha agregado.
—Lo único que te preocupa es que asuste a tu amiguita —he dicho refiriéndome a su joven acompañante, con quien pasa cada momento que está despierto. Supongo que no lo ha seguido hasta nuestro camarote porque era más de medianoche.
—Preferiría que no espantaras a la buena de Aggie, es cierto, pero no hago más que preocuparme por tu bienestar. —Ezra se ha puesto de pie y me ha pasado la mano por el hombro—. No tienes buen aspecto, hermano. Debes comer.
Habría seguido discutiendo con él, pero me ha obligado a ponerme en pie, me ha arrastrado para que saliera de la habitación y me ha llevado al final del vestíbulo, donde su queridísima Aggie compartía camarote con su hermano pequeño. Mientras Ezra distraía a la chica, llevándola a dar un paseo nocturno por cubierta, me ha dejado a solas con el chico para que pudiera convencerlo.
Me siento un poco mejor después de alimentarme. Las náuseas no han desaparecido del todo, pero por lo menos no me siento tan débil. Ezra cree que, si podemos esperar una semana o dos entre tomas, no tendremos que buscar a nadie aparte de Aggie y su hermano.
Por supuesto, los mareos que siento no son nada comparados con la sensación de estar lejos de ti. Sé que es lo mejor para nosotros, aunque sea tan difícil de sobrellevar. Para mí, estar alejado de ti es una agonía; pero sé que para ti, abandonar la granja que tanto amas es un sufrimiento todavía mayor.
Los vecinos empiezan a sospechar al ver que no has envejecido un ápice en los diez últimos años, mientras que a ellos les han salido arrugas y han notado el paso de los años.
Tendremos una granja en América; una que tenga extensos terrenos por los que Hamlet pueda correr a sus anchas. En esta tierra, un perro de su tamaño tendrá hectáreas y hectáreas que recorrer. Se acabaron los problemas que les ha causado a las ovejas de los vecinos.
Llevo tanto tiempo lejos de casa… Tengo entendido que Nueva York ha cambiado mucho. Me encantaría que vieras la tierra en la que nací. No vivíamos en el centro, pero me han dicho que la ciudad ha crecido tanto que ha engullido gran parte de las granjas que la rodean.
Será un nuevo inicio para nosotros, Elise. Volveremos a ser unos recién casados. Podremos construir un hogar y empezar una nueva vida. Serás capaz de olvidar todas las preocupaciones que te acuciaban en Irlanda.
No he querido decirte nada por miedo a disgustarte, pero incluso Ezra ha notado el cambio que has experimentado en el último año. Lo llama «la oscuridad».
A veces, cuando estamos los dos tranquilos, hablando, la veo cernirse sobre ti. Es una sombra que te atraviesa el rostro y me dice que ya no estás junto a mí. Que te has ido y que conmigo se ha quedado alguien que se parece a ti y que habla como tú, pero que no eres tú.
Cuando todavía estaba en casa preparando la maleta en el dormitorio, te oí hablar con Ezra en la cocina. No te veía, pero de inmediato noté la presencia de aquella oscuridad en tu voz. Supe cuándo dejaste de estar allí; cuándo se apoderó de ti.
—La oscuridad de Elise es cada vez más fuerte —dijo Ezra en el carruaje, de camino al puerto—. Apenas está con nosotros.
—Lo sé —suspiré dubitativo. No sabía qué más añadir al respecto. Había pensado en todo lo imaginable y había dicho todo lo que debía decir. Nada de ello había surtido efecto.
—Padece el peor tipo de melancolía que jamás haya visto —dijo Ezra. Miró a través de la ventana, hacia los verdes pastos que se sucedían ante nuestros ojos: el paisaje exuberante que había llegado a adorar del mismo modo que yo había llegado a amarte a ti.
—¿Qué cura hay para su aflicción? —pregunté, observándolo—. ¿Cómo puede aliviarse la melancolía?
—Con un propósito vital —dijo llanamente—. Cada vida necesita tener un propósito, incluso aunque solo se trate de la necesidad de encontrar alimento y un lugar en el que dormir. Elise tiene todo lo que necesita. Su único objetivo es hacerte feliz, y tú ya lo eres.
—¿Crees que empezar una nueva vida en otro país le servirá de propósito vital? —inquirí.
—Tendremos que esperar para saberlo.
Lo hago por ti, Elise. Por nosotros. Juntos podremos empezar una vida nueva; una vida que tenga un objetivo.
Decirle adiós a Irlanda me ha costado mucho más de lo que imaginaba, y sé que también será muy duro para ti. Es la tierra en la que está enterrada tu familia, en la que nos enamoramos y en la que se encuentran todos tus recuerdos.
Pero esa es la verdadera alegría de este viaje. Será como nacer de nuevo. Tus recuerdos y tus miedos se quedarán en la granja, y tú y yo, y nuestro amor, podremos renacer con fuerza en América.
¿Recuerdas que antes de casarnos te dije que había visto nacer a un potrillo en la granja de mi padre? Pues bien, de ese modo me siento ahora, igual que antes de casarnos. Siento que estoy al borde de un precipicio, ante un nuevo despertar. Juntos podremos labrarnos un nuevo porvenir.
Dejar a Catherine te costará, lo sé, pero ella lleva Irlanda en el corazón. Ezra intentó convencerla en infinidad de ocasiones para que viniera con nosotros a América, pero se negó en redondo. Soy afortunado de poseer el corazón de una mujer que acepta el cambio.
En realidad siempre he tenido tanta suerte de tenerte… por un millón de razones. Sé que no me tendrás en cuenta que odie tanto el mar. Y sé que, a pesar de tu melancolía, me sigues amando tanto como siempre.
No me merezco tu amor, lo sé. No te hago todo lo feliz que debería, por mucho que lo intente. Soy un hombre imperfecto, lastrado por pensamientos y acciones también imperfectas. Espero que cuando vuelva a verte, sea un hombre mejor.
Por favor, escríbeme pronto. Ya te echo tanto de menos… Pasarán meses antes de que podamos volver a vernos. En cuanto Ezra y yo nos asentemos en Nueva York y las cuestiones de la casa de Irlanda estén en orden, haré que te vayan a buscar.
Cuento los días para que tú y Hamlet os reunáis conmigo. Hasta entonces, no seré más que un triste hombre al que le falta la mitad de su ser. Mi corazón está contigo, donde siempre estará, y no se sentirá completo hasta que volvamos a reunirnos.
Eres mi amor, mi verdad, Elise mía, la única.
Eternamente tuyo,
Peter