17 de agosto de 1852

Queridísima Elise:

Espero que estés bien. Mi corazón sufre sin ti; sin embargo, este viaje me hace bien. Nunca aprenderé a disfrutar de los viajes por mar, pero la travesía en barco desde Dublín no ha sido tan larga como pensaba, y doy gracias por ello.

Te escribo esta misiva camino de Londres, adonde espero llegar muy pronto. El carruaje nos zarandea bastante, y por eso te pido que disculpes los borrones de tinta que empapan esta carta. Ezra está profundamente dormido, junto a mí. Desearía ser capaz de hacer lo mismo que él.

Quizá no debería, pero no puedo dejar de pensar en la última conversación que mantuvimos. Me aterroriza pensar que dijeras que estar separados un tiempo sería beneficioso para los dos.

Sé que solo lo dijiste porque crees que estoy yendo demasiado rápido, pero no es así. Solo llevamos de novios tres meses, es cierto, pero estoy completamente seguro de que quiero estar contigo el resto de mi existencia. Por eso, mi propuesta de matrimonio no debe resultarte extraña.

La eternidad es mucho tiempo, pero sé perfectamente lo que el matrimonio contigo supone. En vez de dormir, estoy despierto pensando en ti. Ezra se queja porque digo tu nombre en sueños y lo despierto.

Estamos unidos, así lo cree él, y los dos lo sabemos. ¿Por qué no puedes creer que te quiero? ¿Acaso he hecho algo que te hiciera pensar lo contrario?

Ezra y yo compramos la casa, a unos metros de la tuya, por ti. Así podemos estar juntos sin estar demasiado cerca. He disfrutado de los besos que has dejado que te robara, y nunca te he pedido más. Respeto tu decisión de esperar hasta el matrimonio, pero ese no es el motivo por el que quiero casarme contigo.

Te quiero, Elise. Te quiero, te quiero, te quiero.

Nada puede alejarme de ti, mi amor, ni siquiera esta distancia que nos separa. Mi corazón todavía te pertenece, como siempre ha sido y será.

Todavía siento la caricia de tus labios en los míos, y el sabor salado de las lágrimas que afloraron en tus ojos cuando me viste marchar. Te aseguré que solo se trataba de un viaje de un mes, por negocios, para hacer que nuestras vidas mejoraran, y me dijiste que nos haría bien el estar separados.

La noche antes de mi partida, cuando estábamos bajo la luz de la luna, en el jardín trasero de tu casa, mi proposición de matrimonio tal vez pareciera apresurada. Lo sé. Pero no lo era. Desde el primer momento en que te conocí pensé en pedirte matrimonio, pero cuando estoy contigo no acierto a decir las palabras adecuadas. Mi lengua apenas atina a decir aquello de lo que mi corazón está seguro.

Elise, tú eres mi amor, mi mundo y mi única verdad. Eres la brújula que evita que pierda el norte. Eres la luna que me dice cuándo debo despertar y el sol que me indica que ha llegado el momento de dormir. Lo eres todo para mí. Y mucho más.

Eso es lo que quería decirte cuando tu suave mano descansaba, fría, sobre la mía, y vi que me mirabas con la preocupación reflejada en los ojos. Creías que me iría a Londres y que no regresaría; como si yo pudiera existir sin ti, como si pudiera elegir no regresar.

Quiero volcar mi corazón en esta cuartilla, pero temo que esta no pueda contenerlo. Mi amor se vierte por las esquinas, derramándose hasta llegar al suelo y abandonar la puerta del carruaje. El viento lo llevará a ti, su verdadera y única dueña.

¿Acaso no lo ves, Elise? Posees todo mi ser, del mismo modo que el Diablo poseyó a Judas. No quiero decir que tú seas malvada, sino que te has llevado mi alma, ocupas mi cuerpo, y ahora, todo mi ser te pertenece.

Me voy a Londres por ti, por nosotros. Sé que adoras tu granjita, y que te encanta encargarte de las tierras que tu padre cultivó tiempo atrás. Pero la tierra puede secarse y darte la espalda: tú deberías saberlo mejor que nadie…

Quiero que tengamos una vida que se asiente en algo mucho más estable. Ezra cree que algo está sucediendo en América; un acontecimiento tan extraordinario que debería hacernos regresar allí. Me ha hablado de la fiebre del oro en California: una verdadera oportunidad para nosotros. Así podríamos tener algo que nos perteneciera, en vez de sobrevivir día tras día. Quiere ser un magnate de los negocios y, en este punto, estoy de acuerdo con él.

No puedo pedir tu mano si no puedo mantenerte. No me retracto de mi proposición, en absoluto: estoy poniendo empeño en lograr que sea una realidad. Debo ganarme el derecho a ser tu marido, y te aseguro que lo conseguiré. Cuando regresemos, habré reunido todo lo necesario.

Hasta entonces, tu recuerdo será mi acicate.

¿Recuerdas nuestro primer beso? Llevabas esquivándolo desde hacía semanas. Estabas tan resuelta a mantener tu virtud como yo a robártela. Se suponía que debía ayudarte con el jardín, pero pasé más tiempo distrayéndote que trabajando.

Te tomé la mano, y te caíste, riendo, sobre la hierba. Me quedé mirándote a los ojos, seguro de no haber visto nada que deseara más en toda mi vida. Me agaché para besarte, embargado por la emoción al ver que permitías que mis labios rozaran los tuyos.

Algo sucedió entre nosotros: un sentimiento mucho más poderoso que la pasión o el deseo. La sangre se me caldeó; circulaba por mis venas cual fuego líquido. El corazón me afloraba a los labios y me palpitaba en los oídos. Parecía que el amor tuviera una manifestación física.

No poder besarte durante este mes será una verdadera agonía, lo sé, pero es un suplicio necesario que debe realizarse por nuestro bien. Espero que entiendas lo mucho que te quiero y que te necesito.

Hasta que vuelva a ti, recuerda que eres mi amor, mi vida y mi propio ser.

Eternamente tuyo,

Peter