Viernes
23 de agosto
de 2002
Una serie de voces despertó a Beth. Voces masculinas que gritaban. Un vehículo grande que giraba sobre la grava del camino de acceso. Martillazos. No lograba identificar a qué se debía ese bochinche hasta que recordó haber oído a Gwen decirle a Efe que la iluminación de la carpa llegaría por la mañana y entonces comprendió lo que debían estar haciendo: trabajando en ese enorme espacio del parque, instalando toda la parte eléctrica antes de que llegaran las flores y las decoraciones.
Se levantó y se acercó a la ventana para ver qué sucedía. Iba a ser otro día caluroso y ahora ella ya estaba bien despierta. No valía la pena meterse de nuevo en la cama y tratar de dormir, así que se puso la bata y fue a ducharse.
Cuando regresó al dormitorio se vistió con vaqueros, remera blanca y zapatillas blancas. En la pared había una fotografía de Efe y Alex cuando eran chicos y ella la observó mientras se cepillaba el pelo y se lo peinaba con una cola de caballo. ¿Por qué Leonora o Gwen o quien fuera habían decidido que valía la pena montar y enmarcar esa foto? A ella no le pareció nada fuera de lo común: Efe y Alex de shorts, con los ojos entrecerrados por el sol y una Beth que prácticamente no reconocía, también de shorts pero con una blusa de mangas abullonadas y el pelo sujeto en mechones. Se preguntó dónde estaban parados. Trató de encontrar alguna pista y vio la esquina de la glorieta y las amapolas que le ocultaban los zapatos. Sin duda estábamos en la parte silvestre del jardín. Probablemente camino a jugar a la jungla o a los exploradores o a algo por el estilo. Pensó que Efe era capaz de hacer aparecer mundos enteros como por arte de magia. Lo único que tenía que hacer era decírnoslo a mí y a Alex, y nosotros le creeríamos. Creíamos cada palabra que pronunciaba. Beth se acercó al vidrio que cubría la foto y deslizó un dedo alrededor del pequeño círculo de su cara. La joven Beth lo miraba y la Beth más grande sonrió. Nada había cambiado.
En Willow Court, el desayuno era una comida formal. Casi el primer recuerdo que Beth tenía de esa casa, de su vida con Rilla como su nueva madre, era Leonora, a quien no le gustaba que la llamara abuela o abue, y le decía cómo debía sentarse y cómo cortar a la perfección la parte superior de su huevo pasado por agua. Hasta recordaba la huevera, que era de porcelana y tenía un par de pies rojos y zapatos con pintitas blancas para que se sostuviera en el plato. A Beth la fascinaba. Pertenecía a un juego de porcelana para chicos en el que todas las tazas tenían pies y zapatos diferentes. Los de Efe eran marrones y con cordones y los de Alex tenían botas verdes.
En la actualidad, cuando la casa estaba llena de visitas, cada uno bajaba cuando se le daba la gana y se servía en la cocina lo que quería tomar y se lo llevaba al comedor. Leonora era la única con una rutina fija. Siempre estaba en su lugar habitual a las ocho en punto de cada día, comiendo su desayuno habitual de un pomelo, pelado y cortado en pequeños trozos y espolvoreado con un poco de azúcar, seguido por dos tostadas de pan integral untadas con manteca y mermelada. La margarina le recordaba la guerra, le dijo en una ocasión a Beth, y aunque Gwen y James les prestaban atención a los productos que prometían menor colesterol y una cantidad de beneficios para la salud y que se presentaban en pastas y untables, Leonora jamás permitía que esa sustancia insípida y grasosa le rozara los labios. Siempre bebía té Earl Grey en una taza translúcida de porcelana decorada con flores rosadas y celestes.
Beth llevó al comedor su jarro con café y una banana. Eran las ocho y cuarto y no había rastros de nadie más. Gus, el gato más perezoso del mundo, estaba en su lugar habitual sobre la banqueta que había debajo de la ventana y ella lo acarició camino a la mesa. Él la miró por un instante, ronroneó y volvió a cerrar los ojos. Beth se sentó, peló la banana y la comió lentamente. ¿Dónde estaba Leonora? ¿Era posible que ya hubiera terminado? ¿Que hubiera desayunado y partido hacia alguna parte? Lo más probable era que Gwen se hubiera levantado hacía horas e iniciado una de las miles de cosas que aseguraba que tenía que hacer antes de la fiesta. Sabía que James estaba en el jardín supervisando a los electricistas.
Permaneció sentada a solas en el comedor y clavó la vista en la cáscara de la banana mientras una leve preocupación se instalaba en lo más profundo de su mente. El anuncio realizado por Efe la noche anterior sin duda no le había caído nada bien a Leonora. Tal vez estaba enferma. Quizás estaba... no, desde luego que no. Beth, por favor no seas tan alarmista. Sacudió la cabeza para librarse hasta del más pequeño vestigio de la posibilidad de que Leonora hubiera sufrido un infarto fatal.
Levantó su plato y su jarro, los llevó a la cocina y los lavó. Iré al jardín —decidió— y veré qué están haciendo en la carpa. Y tal vez veré a Efe, vamos, admítelo. Quizás él estará allá. Sin duda Leonora está bien.
Apenas había traspuesto la puerta y recibido ese sol fulgurante que comenzaba a filtrarse por la bruma matinal cuando sus pasos la llevaron en cambio a los escalones y se descubrió subiéndolos casi antes de notarlo. Iré primero a ver cómo está, pensó, y después saldré. Leonora nunca llega tarde al desayuno. Nunca jamás.
En la parte superior de la escalera se detuvo un momento. Douggie, todavía en piyama, estaba junto a la puerta de la nursery y con la mano en el pomo. Ni Fiona ni Efe se veían en ninguna parte y Beth sabía que Leonora tendría un ataque si viera que un chiquillo entraba solo en ese cuarto. Lo más probable era que quisiera jugar con la casa de muñecas, pero alguien debería haberle dicho que eso no estaba permitido.
Beth vaciló. No estaba muy segura de qué sentía por ese chico. Por un lado lo amaba porque era parte de Efe, pero al mismo tiempo era también un constante recordatorio de que Efe estaba casado y de su relación con su esposa. Ahora que Fiona estaba de nuevo embarazada, Beth imaginaba a los dos juntos con más frecuencia que antes y tenía que hacer un esfuerzo para que sus pensamientos tomaran otro rumbo. El pequeño Douggie no se parecía nada a Efe, pero daba la impresión de ser una criatura callada y seria, no proclive a las travesuras ni a hacer barullo. Cuando ella se le acercó, él sonrió tentativamente y dijo:
—Ahora voy a entrar.
Beth se acercó más, se arrodilló junto a él y le quitó la mano del pomo e la puerta.
—No, mi amor —le dijo con la mayor dulzura posible—. No puedes entrar allí. No está permitido. Ven conmigo y te llevaré de vuelta junto a tu mamita.
—No quiero mamita —dijo el pequeño con firmeza y pareció estar a punto de llorar—. Quiero casa de muñecas.
—Nadie puede entrar en ese cuarto sin Leonora —le explicó Beth y por un instante se preguntó si Douggie entendería lo que ella le estaba diciendo. Tal vez Fiona le había puesto un nombre completamente distinto a la bisabuela de Douggie. Leonora era demasiado largo para esa criatura, pensó, antes de recordar que tanto Efe como Alex, Chloë y ella misma se habían ingeniado perfectamente bien para recordarlo cuando eran chiquitos.
En el momento en que titubeaba acerca de si llamar o no a la puerta del dormitorio de Efe y Fiona, la puerta se abrió y Fiona salió en busca de su hijo.
—¡Aquí estás, Douggie! —exclamó—. Qué chico tan malo. Ya te dije que no debías andar por la casa sin que yo esté contigo. Lo siento, Beth. ¿Acaso te estuvo importunando?
—De ninguna manera —respondió Beth—. Está todo bien. Justo venía a traértelo.
—Muchísimas gracias. —Fiona hizo un esfuerzo por sonreír, pero a Beth la sorprendió lo pálida y desmejorada que la encontró. Tomó a Douggie de la mano y acercó a su hijo—. Ven, querido. Muy pronto será hora de tomar el desayuno.
Douggie empezó a quejarse y a lloriquear diciendo que quería ver la casa de muñecas, pero entonces Fiona cerró la puerta y el silencio se derramó en el pasillo. En opinión de Beth, Fiona parecía inquieta. Sin duda estaría en plenas náuseas matinales. Cada vez que pensaba en el nuevo bebé, Beth tenía la sensación de que tenía una serie de pesos sujetos al corazón. En algún momento le había resultado posible imaginar que Efe abandonara a Fiona, pero los hechos que fueron sucediendo (el compromiso, la boda, el nacimiento de Douggie y, ahora, ese embarazo) fueron como garras de acero que sujetaban a Efe con Fiona. No seguiré pensando en esto ahora, decidió Beth y se dirigió al dormitorio de Leonora.
Vaciló un instante. En Willow Court existía otra regla no escrita: los chicos no debían molestar a Leonora a menos que se tratara de una emergencia. Pero yo no soy una criatura, pensó Beth. Y tal vez ésta es una emergencia. Llamó con firmeza a la puerta y la voz fuerte de Leonora respondió:
—Entra.
Ahora que la había oído, Beth tuvo ganas de salir corriendo de allí pero, por supuesto, eso era imposible. Vamos, sigue adelante, pensó mientras entraba; ella no te va a comer.
Leonora se encontraba de pie junto a la ventana. Estaba elegantemente vestida con pantalones color gris claro y un jumper de cachemira color azul jacinto. Incluso a esa hora temprana, su maquillaje y sus perlas estaban inmaculados. Rilla siempre las llamaba las perlas de trabajo de mamá, refiriéndose al collar y los aros que Leonora siempre usaba cuando no debía hacer un esfuerzo especial. La cama estaba tan prolijamente tendida que cualquiera juraría que nadie había dormido en ella. Bertie, el gato del piso superior, con los ojos cerrados y ronroneando con suavidad, estaba extendido como un cojín color jengibre justo debajo de la montaña de almohadas. Era muy compañero de Leonora y siempre que ella estaba en su territorio trataba de instalarse bien cerca de su persona.
—Hola, Beth querida —dijo Leonora—. ¿Qué sucede? Te noto un poco preocupada.
—Bueno, pensé que, quiero decir, que algo debía de pasarte porque no te encontré tomando el desayuno.
—Muy bondadoso de tu parte. —Leonora sonrió y fue a sentarse en el sillón que había cerca de su tocador—. Si quieres que te diga la verdad, no estaba de ánimo para hablar con nadie y no me pareció bien pedirle a Mary que me subiera una bandeja cuando todos están tan ocupados preparando la fiesta.
—Yo iré —dijo Beth—. ¿Qué quieres que te traiga? Deberías haberlo dicho, y yo o Chloë te habríamos subido una bandeja.
—Moriría de hambre si tuviera que depender de ella para el desayuno. No aparecería hasta la hora del té. Ya sabes que ella duerme todo el día.
Beth se sentó en la banqueta que había junto a la ventana.
—Me alegra comprobar que estás bien. Pensé que te sentirías muy molesta. Enojada. No sé, algo.
—No estoy precisamente complacida con Efe, si quieres que te sea franca. Ese jovencito olvida a veces todo lo que hice por él. —Leonora hizo una mueca—. Detesto oírme decir una cosa así. Detesto incluso pensarlo. Es exactamente la clase de comentario que me prometí que no haría jamás. No quería hacer nunca eso tan espantoso que a veces hacen los padres: mira lo mucho que me sacrifiqué por ti, y cosas por el estilo. —Sacudió la cabeza.
—Estoy segura de que ésa no fue tu intención —dijo Beth y le sonrió con expresión de aliento.
—Tienes razón, Beth. No fue así. Pero no sigamos hablando de esto. Bajemos y desayunemos. Me parece que tengo un poco de apetito.
Beth se puso de pie y salió de la habitación detrás de Leonora. ¿Qué había querido decir Leonora? A medida que bajaban lentamente por la escalera, Beth le preguntó:
—¿Piensas hablar con Efe?
—A su debido tiempo —contestó Leonora—. Después de todo, él sabe cuál será mi respuesta a su sugerencia y estoy segura de que se lo está informando a quienquiera que necesita ser informado en los Estados Unidos.
En la cocina, Beth dijo:
—Siéntate, Leonora. Yo te prepararé té y unas tostadas y te las llevaré al comedor.
—No. Desayunaré aquí, en la mesa de la cocina. Se ha hecho tan tarde.
Beth sintió la mirada de Leonora mientras llenaba la pava y tomaba la taza y el platillo de la alacena.
—Me estás mirando fijo, Leonora. ¿Me equivoqué en algo?
—No, no, querida. Es sólo que eres tan joven. Igual que cuando viniste aquí para las vacaciones del colegio.
Beth se echó a reír.
—¡Que no te engañen los vaqueros y la remera! Ya sabes que dentro de un par de años cumpliré treinta. Soy casi una solterona.
—¡No digas disparates, criatura! Tener treinta años es ser casi una chiquilla. ¡Solterona!
Cualquier otro día, tal vez Beth se lo habría discutido, pero ése no era el momento apropiado, así que puso dos rebanadas de pan en la tostadora y se preguntó qué podría decir para cambiar de tema.
* * *
James se encontraba de pie en mitad de la carpa, consciente de que, en realidad, no tenía nada especial que hacer. Todo estaba bajo control, pero disfrutaba simulando ser algo así como el maestro de ceremonias. Al girar la cabeza vio a Chloë con un cuaderno de dibujo.
—¿Estoy viendo visiones? —James se echó a reír—. No puedes ser tú, querida, a esta hora. Nunca pensé verte levantada por la mañana.
—Hola, papá. Es verdad, no es mi estilo —dijo Chloë con tono bastante amable—, pero quería ir a ver los sauces.
—Por supuesto —dijo él, como si fuera la cosa más natural del mundo hacer eso por las mañanas. Nunca se lo habría reconocido a Gwen, pero él sabía, y Chloë también lo sabía, que existía un vínculo muy estrecho entre los dos. Ambos se gustaban. James no ocultaba su admiración por el trabajo de Chloë y hasta tenía una de sus esculturas sobre una mesa en su oficina. Se había propuesto no comentar nunca su aspecto físico ni su atuendo, por comprender que era una manera indolora de asegurarse de que su hija no lo pusiera en la lista negra. A veces le costaba reprimir una sonrisa al ver cómo Gwen caía en las trampas de Chloë, sin poder evitar expresar su crítica con respecto a su arreglo personal o a la ropa que llevaba. Él no había hablado de este punto con su hija, pero tenía la sospecha de que mucho de lo que Chloë hacía tenía como finalidad irritar a su madre. En una ocasión, cuando ella tenía alrededor de diez años, había dicho en voz alta lo que James siempre había pensado pero que lo hacía sentirse un poco culpable.
“Mamá siempre toma partido por Efe, ¿no es así?”, le había preguntado Chloë. Y cuando él vaciló, ella había agregado: “Pero no importa, ¿verdad?, porque tú siempre estás de mi parte”.
“Bueno, sí”, había contestado él. “Supongo que sí, pero no se lo digas a tu madre”.
“No soy estúpida, papá”. Y en su boca se dibujó esa sonrisa que cada vez que aparecía le derretía el corazón. Su adorada... eso era Chloë, y a James lo enorgullecía que a ella no le importara que la llamara de esa manera. La chiquilla no habría permitido que lo hiciera ninguna otra persona. ¿Qué demonios quería hacer con los sauces, así de pronto? Debía de haberlos mirado miles de veces.
—Supongo, entonces, que te veré más tarde —dijo él.
—Supongo que sí —contestó Chloë con voz animada y lo saludó con la mano mientras se alejaba en dirección al lago.
* * *
Alex se colgó la cámara del hombro y regresó a la casa. Hacía horas que estaba levantado y pensaba que había salido casi al amanecer cuando en realidad eran sólo las siete de la mañana, a fotografiar a los hombres que se movían por los andamios transportando luces para instalar en el esqueleto de acero que había dentro de la carpa, aprontando todo para la fiesta. Después caminó hacia el lago en busca de tomas de los nenúfares. Los cisnes estaban cerca de la orilla más lejana, pero él no tenía la energía suficiente para rodear el lago sin por lo menos tomar antes una taza de café. Desayunaré, pensó, y después volveré. Sabía que probablemente su padre tendría preparadas cientos de tareas para él, así que fue mascullando excusas mientras cruzaba la terraza. Le diré que estoy trabajando en el regalo de Leonora, y de hecho eso ni siquiera será una excusa sino la pura verdad.
Al acercarse a las puertas-ventana que daban a la sala oyó la voz de Efe procedente del jardín de invierno. Y, por el tono, estaba retando duramente a alguien. Alex permaneció inmóvil un momento y se preguntó si debería irse y dejar librado a su destino a quienquiera estuviera recibiendo semejante reprimenda o si al menos debería averiguar qué estaba sucediendo. Tal vez Efe estaba hablando por teléfono y no había ninguna persona con él recibiendo ese chubasco. Observó por la ventana.
Fiona estaba agazapada —ésa era la única manera de describirla— cerca de la puerta, con Douggie bien junto a ella. Con un brazo rodeaba al pequeño contra su falda, como escudándolo de la intensidad de la furia de su padre, y el pobre Douggie parecía obviamente aterrorizado.
—No puedo. ¿No entiendes lo imposible que es esto para mí, Fiona? Tú eres la primera en gastar todo el maldito dinero que yo traigo a casa y, encima, tu padre te alienta a que lo hagas, así que me parece que no estás en posición de lanzarme todas esas quejas acerca de que te descuido y demás. Por Dios, la casa está llena de malditos parientes. ¿Cómo puede ser que de pronto yo tengo que ser el perfecto hombre nuevo? ¿Sabes cuál es tu problema, Fiona? Eres una tonta y no puedes evitarlo. Lo fuiste siempre y me animo a decir que lo seguirás siendo siempre y es mi mala suerte estar casado contigo, pero honestamente... hoy, ¿cómo pudiste? ¿Cuando sabes cuánto significa esto para mí? ¿Cuando sabes lo que depende de esto y cómo Leonora, sólo por ser tan obstinada, puede arruinarme la carrera para siempre?
Alex, que seguía mirando por la ventana, tuvo que apelar a su autocontrol para no irrumpir en la habitación y golpear a Efe. Pero no serviría de nada. Cada tanto, a lo largo de más de veinte años, había sentido ganas de golpear a Efe, pero cada vez que lo intentó terminó lleno de moretones y de dolor. Le avergonzaba reconocer que parte de su reacción a esa reciente demostración de la crueldad de su hermano se debía a la sorpresa que le causó. Fiona se mostraba siempre tan sometida en todo lo que tenía que ver con Efe: repetía sus opiniones con tanta fidelidad que a Alex lo espantaba esa prueba física de desacuerdo, de falta de armonía. Su cuñada se esforzaba tanto en procurar que Efe se saliera con la suya siempre, que esa actitud de intimidación por parte de su marido le debe de haber resultado doblemente penosa.
La pobre Fiona parecía ahora a punto de estallar en lágrimas y a Alex se le ocurrió que tal vez podía encontrar una manera de distender la situación. Golpeó sobre el vidrio y sonrió, como si acabara de mirar por la ventana en ese preciso momento.
—¿Qué quieres? —preguntó Efe.
—Se me ocurrió que a Douggie podría gustarle ver cómo los hombres instalan las luces en la carpa.
Fiona corrió a abrir la puerta del jardín de invierno que daba a la terraza.
—Oh, Alex, ¿lo harías? Sería estupendo, ¿no es así, Douggie? ¿Ir con Alex a ver cómo los hombres trabajan en la carpa grande?
Douggie asintió con seriedad y puso su mano en la de Alex.
—Gracias, Alex —dijo Fiona—. Qué bondadoso de tu parte.
Usaba una blusa de manga larga, pero el puño se deslizó hacia atrás cuando se apartó un rizo de pelo de la frente y Alex notó moretones en la parte inferior del brazo; manchas oscuras color violáceo que tenían la forma de dedos, ¿o sería pura imaginación suya? ¿Efe era capaz de una cosa así? De pronto Alex sintió frío, aunque el sol estaba alto en el cielo e iba a ser un día caluroso.
—Vamos, Douggie. Primero buscaremos algo rico en la cocina y después iremos a la carpa. Apuesto a que te gustaría comer un bizcocho, ¿no?
* * *
Beth dio media vuelta para dirigirse a la casa. Había abandonado la cocina y salido para ver si Efe estaba en alguna parte cerca de la carpa. Estuvo dando vueltas por ahí, durante lo que le pareció una eternidad, sin encontrarlo. Alex y Douggie (¿qué demonios hacía Alex con el pequeño? ¿Y dónde estaba Fiona?) llegaron justo en el momento en que ella decidió que ya había tenido bastante de simular que le interesaban los problemas con respecto a dónde poner los spots, y aunque notó de que para Alex habría sido un alivio que ella lo ayudara con Douggie, la necesidad que ella sentía de ver a Efe era demasiado apremiante.
—Yo ya vuelvo a la casa, Alex —dijo Beth con el tono más bondadoso posible y percibió la decepción con que él la miraba cuando ella se alejó. Estoy cada vez peor, pensó ella. Tengo que verlo. ¿Por qué no me pasa esto en Londres? Beth conocía la respuesta. Allá, tenía toda una vida para distraerse. Estaba el trabajo y estaban las demás personas. Otros hombres que la invitaban a cenar y, a veces, también compartían su cama.
No se animó a preguntarle a Alex dónde estaba Efe. Quería preservar su dignidad y le pareció que era indecoroso y propio de una adolescente seguir a alguien como ella lo estaba haciendo con Efe; buscarlo por todo Willow Court.
Al entrar en la casa, la sombra del vestíbulo le pareció fresca comparada con la luz y el barullo de tantas personas alrededor de la carpa en el parque. De pronto supo, con certeza, dónde podía estar Efe. Cada vez que él quería trabajar cuando estaba allí, Gwen lo dejaba usar su computadora portátil en el jardín de invierno, donde ella por lo general tenía una mesa con todas sus cosas. Debía de estar allí, probablemente enviándole un correo electrónico a Reuben Stronsky para informarle de la reacción de Leonora. O quizás estaba reuniendo todos los hechos para mostrárselos a ella más tarde. Beth sintió lástima por él. Efe no advertía cabalmente lo empecinada que era su abuela y lo inflexible que se mostraba siempre con respecto a las pinturas de su padre.
Alcanzó a oír su voz. ¿Había otra persona con él en el jardín de invierno? Había un lugar en el pasillo desde donde se podía observar el interior de la habitación sin que nadie supiera que uno estaba mirando. Ella y Efe con frecuencia habían estado exactamente en ese lugar, escuchando conversaciones entre Gwen y James o entre Leonora y Rilla; a menudo se trataba de peleas o desacuerdos que hacían que la Beth más joven se ruborizara, se sintiera incómoda y tuviera ganas de salir corriendo y ocultarse. Era Efe el que la obligaba a quedarse y a escuchar. A veces ella rompía a llorar y entonces él quedaba enojado con ella durante horas.
Ahora, Beth miró para ver con quién hablaba Efe y vio que era por su teléfono celular. No alcanzaba a oír bien qué decía, pero sí percibió el tono con que lo hacía. Era seductor, y cada tanto él reía de la manera en que sólo se hacía por algo que un amante acababa de decir. Beth sintió que no podía moverse y se esforzó por captar una palabra o, al menos, un nombre. ¿Quién era la persona que había convertido a Efe, nada menos que esa mañana, en un ser cariñoso que casi ronroneaba? Ahora su voz era un poco más fuerte.
—No, no falta mucho, mi amor... —oyó Beth— ...juntos... Yo también... —Luego, un largo silencio y, después—: No ahora, por el amor de Dios, Melanie. No puedo tolerarlo. Basta, por favor.
Beth creyó adivinar qué le estaba diciendo Melanie. La única Melanie que Beth conocía era una amiga de Gwen, que tenía un negocio de antigüedades en el pueblo más cercano. Se llamaba Melanie Havering. No era posible que Efe estuviera hablando con ella.
Descubrió que esa tal Melanie le producía tantos celos como Fiona. Y, lo que era más sorprendente, compadecía a Fiona y eso sí que no lo entendía. Pero el sentimiento que superaba a todos los demás, y que más la sorprendió, era la decepción. Jamás pensó que Efe fuera particularmente ético o de conducta irreprochable, pero algo en esa conversación en voz baja que tuvo lugar en un lugar en el que su esposa y su hijo podían entrar en cualquier momento le pareció de una bajeza total.
Beth aguardó a que él guardara el celular en su portafolio y entonces entró en el jardín de invierno.
—Hola, Beth —dijo él—. Te levantaste temprano.
—Son las diez, Efe. Hace horas que estoy levantada. ¿Qué has estado haciendo tú? Pensé que estarías dándoles órdenes a los obreros.
—Hay otras cosas más importantes, ¿no te parece? Anoche hablé por teléfono con Reuben y tomará un vuelo hacia aquí.
—¿Tomará un vuelo hacia aquí?
—Por amor de Dios, Beth, deja de repetir todo lo que digo. Fiona lo hace y me pone loco. Sí, vendrá aquí a tratar de convencer a Leonora. No se lo cuentes a nadie, absolutamente a nadie. No quiero arruinar la fiesta ni nada por el estilo.
Beth se sentó en un sillón de mimbre.
—¿Oí bien? ¿Tú no quieres arruinar la fiesta, pero no aceptas la negativa de Leonora y haces que ese tal Stronsky venga y la presione? ¿No crees que eso es llevar las cosas demasiado lejos?
—Reuben Stronsky no es la clase de persona capaz de presionar a nadie. No de la manera en que piensas. Es un hombre encantador y sereno que fascinará a Leonora. Por otro lado, creí que tú estarías de mi parte —dijo Efe, frunciendo el entrecejo. Se parecía tanto a un muchachito enfurruñando que Beth casi se largó a reír.
—Bueno, pues no es así. En mi opinión, los cuadros lucen muy bien aquí. Son parte del paisaje, ¿no lo crees?
—Si ni siquiera los miras. Y Leonora, por mucho que hable acerca de abrir la casa al público, no los explota como podría hacerlo. La gente está desesperada por verlos. Ethan Walsh es uno de los pintores más renombrados del siglo pasado.
—Hablas como un folleto publicitario. ¿No se te ocurrió pensar que tal vez precisamente el hecho de que es necesario un poco de esfuerzo para llegar aquí es lo que aumenta ese deseo del público? ¿Lo que lo pone un poco de moda?
Efe dijo:
—No puedo quedarme aquí conversando contigo, Beth, si te vas a mostrar tan obstinada como Leonora. Creí que podía confiar en ti, así que, como comprenderás, estoy un poco decepcionado.
Parte de Beth deseaba decir Sí, Efe, por favor sonríeme de nuevo y aceptaré todo lo que digas, siempre. Pero recordó la conversación con Melanie y de pronto tuvo ganas de no suavizar las cosas.
—Caramba —dijo ella, todavía sonriendo—. No sabes cuánto lo lamento, Efe. Decepcionarte. Pero supongo que sobrevivirás.
Él abandonó la habitación con un terrible mal humor y Beth luchó por reprimir el llanto. Siempre había detestado hacer enojar a Efe y el hecho de que ahora tuviera cerca de treinta años no cambiaba nada. Tengo que encontrar algo que hacer, pensó. Debo dejar de ser tan obsesiva con respecto a él.
Suspiró y abandonó la comodidad del sillón. Iré en busca de Rilla, pensó, y le preguntaré qué opina de este plan de Efe. Y cuando Alex haya terminado de ser el niñero de Douggie, también se lo preguntaré a él. Lo más probable es que Chloë todavía esté durmiendo.
* * *
Alex se preguntó por qué le costaba tanto concentrarse. Estaba acurrucado entre los arbustos, tomando fotos de primerísimo plano de los hongos de sombrerito que crecían alrededor de las raíces de los rododendros. Mary solía freírlos para el desayuno cuando él vivía en la casa, y Alex se preguntó si debería o no recogerlos. Al final, decidió esperar a que crecieran más y dejarlos allí, donde a nadie se le ocurriría buscarlos. Después de tomarles suficientes fotografías, centró su atención en las raíces de los arbustos y las hojas caídas durante el verano. Cuando se miraban las cosas con suficiente atención, descubría que existían mundos enteros en la naturaleza sin que nadie se percatara de ello.
Alex estaba acostumbrado a analizar sus sentimientos. Lo hacía más a menudo de lo que la gente suponía: repasaba una y otra vez todo lo que los demás decían y lo que querían decir con esas palabras, y también qué sentía él frente a determinados acontecimientos y si existía algo útil que pudiera hacer para modificar las cosas y, en especial, si debía hablar o permanecer callado. La mayor parte del tiempo se quedaba callado porque, sinceramente, no veía cómo algo que él pudiera decir le resultara interesante a alguien o pudiera contribuir a que las cosas fueran mejores o más claras.
Pero tenía que hablar con Beth, eso era obvio. Una parte suya siempre supo que ella amaba a Efe, pero sólo el día anterior percibió que ese sentimiento podía ser más intenso de lo que él pensaba, y de una clase diferente del afecto fraternal que siempre supuso que era lo que abrigaba el corazón de Beth. Por ejemplo, la noche anterior, durante la cena, en ningún momento ella le quitó los ojos de encima a Efe, hasta el punto en que ni siquiera se molestó en girar la cabeza para mirar a quienes le hablaban. Además, Beth lo seguía a todas partes. Ese día podría haber jurado que buscaba a Efe, lista para seguirlo como un perrito, como solía hacerlo cuando todos eran chicos.
Había dos preguntas que Alex se hacía todo el tiempo. ¿Serviría de algo contarle a Beth la conducta de Efe en lo relativo a mujeres? ¿Advertirla en ese sentido? Si lo hacía, probablemente ella negaría sus sentimientos hacia Efe. Razonó que Beth debía de sentirse un poco avergonzada por la devoción que le tenía a Efe. Eran primos, por el amor de Dios. Una pequeña voz en lo más profundo de la mente de Alex, a la que él podía fácilmente no prestarle atención y simular que no existía, le dijo: Eso no es del todo cierto. Beth no tiene en realidad ningún parentesco contigo ni con Efe. No hay nada que le impida amar a Efe. Ni que Efe la ame, si es que ésos son sus sentimientos. El siguiente pensamiento que se le cruzó por la mente fue tan inesperado, tan devastador, que por un momento ni siquiera le dio cabida: Beth tampoco es tu prima. No tiene ningún parentesco contigo.
Se puso de pie. Guardó la cámara en su estuche y caminó muy despacio hacia la casa. Se preguntó por qué ese pensamiento, esa revelación acerca de Beth, que él supo desde siempre y que nunca lo había afectado, de pronto, justo ese día, le provocó una reacción tan abrumadora.
* * *
Fiona observó por la ventana a todos los que estaban en el parque. Ya había terminado de llorar y se sentía un estropajo. Tenía los ojos rojos y su piel, esa piel de porcelana (así la describía Efe cuando los dos comenzaron a salir), estaba llena de parches rojizos. Se los podía notar incluso debajo del denso maquillaje. Tengo un aspecto horrible, pensó Fiona en un ataque de autocompasión. Con razón Efe quiere pegarme. De nuevo estuvo a punto de llorar, pero comenzó a parpadear con rapidez, en un intento de autocontrol.
Deja de pensar en eso, se dijo. Haces que Efe parezca un golpeador o algo parecido, y no lo es. Ella sabía que su marido había estado sometido a una presión tremenda y que eso a veces lo superaba. Él no sería capaz de lastimarla seriamente. La amaba y ella era su esposa. Casi nunca estaban en desacuerdo con respecto a algo, a diferencia de algunas parejas que ella conocía, que disentían todo el tiempo; de modo que no había nada por lo cual pelear. La noche anterior él había perdido los estribos con ella por un par de segundos, pero no era de extrañar después de que todos se mostraran tan contrarios a su proyecto para la Colección.
Fiona suspiró. Había estado años y años poniéndose corrector y polvo y base y ahora su aspecto era prácticamente normal, si tan sólo desaparecieran esos manchones rojizos. Sabía que tenía que calmarse porque, aparte de cualquier otro motivo, seguir en ese estado no le haría ningún bien al bebé que llevaba en su seno.
Era casi la hora del almuerzo y tendría que bajar y enfrentarse a todos, y lo último que deseaba era que la gente notara que se había pasado la mitad de la mañana en medio de un mar de lágrimas. Por encima de la carpa alcanzó a ver a Douggie sobre los hombros de Alex, sus piernas colgando a cada lado del cuello de Alex. Incluso desde esa distancia, supo que el chiquillo reía de puro contento. Sí, estaba segura. Allí estaba Chloë, caminando hacia ellos. ¿Realmente acababa de levantarse? Por su aspecto parecía estar todavía en pijama. Fiona frunció la nariz al ver los pantalones azules de su cuñada que, desde allí, parecían hechos de satén. Completaba su vestimenta una camisa de hombre de una tela a cuadros, con las mangas arremangadas. Esa muchacha no tenía idea de cómo vestirse, aunque todos tuvieran una actitud permisiva hacia ella por su aspecto de estudiante.
Sean, ese hombre de la televisión, se acercaba por el sendero. Tal vez venía de hablar con Nanny Mouse. Efe le había dicho que ese individuo pensaba hacer bastantes tomas de ella. ¿Quién estaba con él? ¿Era Rilla? Sí, era ella, y algo en la forma en que caminaban hizo que Fiona los observara con más atención. ¿Caminaban de la mano? No, para nada. Lo comprobó fehacientemente cuando estuvieron más cerca, pero avanzaban bastante juntos y Rilla miraba a Sean y sonreía y después los dos rieron acerca de algo.
¿Dónde estaba Efe? Lo buscó entre los operarios y por todo el parque y no lo vio por ninguna parte. Beth acababa de salir de la casa y caminaba hacia Alex y Douggie. Leonora tampoco se encontraba allí, de modo que Efe probablemente estaba hablando con ella. ¿Qué diría Leonora? ¿No comprendía lo fantástico que sería que los cuadros estuvieran colgados en una serie de edificios blancos de una ciudad donde miles de personas fueran a verlos, y donde todos podrían tomar un café y comer una porción de torta después de visitar la muestra, y luego podrían comprar reproducciones en la librería del museo? Por su mente pasó una agradable visión de sí misma en la inauguración de ese lugar, ataviada con un vestido brillante y estrechando las manos de visitantes importantes. Casi podía visualizar las fotografías que saldrían en las revistas.
Fiona sacudió la cabeza. Para eso faltaba mucho tiempo y, si no tenían cuidado, Leonora se saldría con la suya y Efe estaría enojado todo el tiempo. Existía, además, la cuestión del dinero. Nunca parecía durar lo suficiente, por mucho que hubiera. El trabajo de Efe parecía absorber cada vez más capital, y Fiona no entendía por qué. Desde luego, con la llegada del nuevo bebé forzosamente habría gastos adicionales. ¿Podría hacer ella algo para persuadir a Leonora? Le pareció poco probable, pero igual se lo preguntaría a Efe en la primera oportunidad que tuviera. Cuando él viera lo ansiosa que estaba por ayudarlo, dejaría de estar tan enojado e irritado con ella; de eso estaba casi segura.
Se miró en el espejo para asegurarse estar bien peinada y no tener lápiz labial en los dientes ni nada parecido. Al menos la blusa que llevaba era del tono exacto de rosado que la favorecía y la hacía parecer menos desteñida. Su madre siempre decía que uno recibía aquello por lo que pagaba. Esa blusa había costado cerca de doscientas libras, pero valía cada penique. Efe dijo en una oportunidad que ella estaba muy bonita cuando se la ponía, y eso la hizo muy feliz. Abrió la puerta y bajó por las escaleras, lista para enfrentar a todos.
* * *
Beth estaba sentada frente a un extremo de la mesa y escuchaba lo que conversaban Leonora, Gwen y Rilla. Todos los demás habían decidido, misteriosamente, estar en alguna otra parte durante ese almuerzo, y Beth casi deseó habérseles unido, dondequiera que estuvieran. Sin duda Chloë tendría apetito a esta altura. Efe y James habían ido al pueblo en el auto. Se ofrecieron a hablar con Bridget, la encargada del servicio de comidas, acerca de los arreglos de último momento, cosa que a Gwen le pareció muy amable de su parte. En opinión de Beth, ellos deseaban estar lo más lejos posible de la artillería que Leonora decidiera emplear ese día. Fiona había mordisqueado algo, se aseguró de que Douggie no incomodara a nadie y después se excusó diciendo que debía llevar a su hijo a dormir la siesta. Alex podía estar en cualquier parte. Él nunca almorzaba y probablemente se encontraba en algún rincón del jardín, tomando fotos de detalles en los que nadie había reparado antes. Sean estaba con sus técnicos de filmación e instalaban sus equipos en el estudio. El plan era que Leonora los condujera por el salón donde los cuadros habían sido pintados y que las cámaras filmaran la entrevista. O sea que quedamos solas, pensó Beth, y decidió mantener la cabeza baja e irse de allí lo antes posible.
—Creo que me alegra que hayamos quedado solas —dijo Leonora, como si le hubiera leído el pensamiento—. Me interesa oír la opinión de ustedes, aunque al final lo que pesará será mi decisión.
—Sí, mamá. —Gwen bebió un sorbo de agua mineral y en busca de apoyo miró a Rilla, cuya atención parecía estar centrada en la quiche de espárragos y la ensalada que tenía en el plato.
—En mi opinión —continuó Gwen con valentía—, deberías escuchar a Efe, mamá. Es posible que anoche no haya explicado las cosas con claridad. Estuvo muy mal de su parte sorprenderte de esa manera, pero tal vez termines por descubrir que su proyecto no es tan terrible como creías. ¡Y piensa en el dinero!
Leonora la miró con una expresión burlona que, para Beth, significaba que ella nunca había tenido que preocuparse de dónde provenía cada centavo.
—Esto no tiene nada que ver con el dinero —dijo Leonora—. Yo tengo, todos tenemos, lo suficiente para cubrir nuestras necesidades y, como saben, gran parte de esas sumas no tiene relación con los cuadros sino que son el resultado de una inversión bastante atinada realizada por mi abuelo y mi suegro. La casa y estos cuadros son algo así como un mundo separado. A los visitantes les gusta venir aquí. Disfrutan de ver el conjunto, el lugar donde los cuadros fueron pintados y, al mismo tiempo, las telas mismas. Si no pueden ver el valor que eso tiene y que es mil veces preferible a una monstruosidad de cemento ubicada en algún lugar de los Estados Unidos, entonces son más tontas de lo que creía.
Leonora miró a Rilla, quien seguía concentrada en su comida, y le habló con cierta irritación.
—Querida, por favor levanta por un segundo la cabeza de tu plato y dime qué opinas.
Beth vio que Rilla tragaba rápido y se secaba la boca con una servilleta. Se siente mortificada, pensó Beth. Qué notable sorprender a la propia madre tan desconcertada, con el aspecto de una criatura. Ésa era la especialidad de Leonora: hacer que todo el mundo pareciera más joven y, de alguna manera, menos de lo que en realidad era. Por mucho que adorara a su abuela, Beth sabía que nunca era bueno estar en su libreta negra.
Rilla dijo:
—Creo que es probable que tengas razón, mamá, pero también entiendo el punto de vista de Gwen. A lo mejor sería bueno para la Colección estar más... bueno, ser vista por más personas. En realidad no sé a qué se debe, pero de alguna manera la gente parece más dispuesta a visitar museos en los Estados Unidos que en una casa de campo de Wiltshire.
—Ethan Walsh era un pintor inglés y su obra está íntimamente ligada con este lugar —dijo Leonora, y a Beth le sonó como la última palabra sobre el tema, al menos por el momento. Leonora se puso de pie y dijo—: No puede haber más de una docena de obras suyas en otras colecciones, y se trata de trabajos muy tempranos. El resto está aquí, en un solo lugar, y aquí es donde debe permanecer. Me esperan arriba, en el estudio, pero cuando Efe esté de vuelta, por favor díganle que quiero hablar con él enseguida.
Tan pronto Leonora abandonó la habitación, Rilla se sirvió otra porción de quiche.
—¡Bueno, bueno! —dijo—. Parece que ahora cada una puede salir de su guarida. No fue tan terrible como podría haber sido, ¿no es así, Gwennie?
—Efe será el que recibirá la mayor andanada —dijo Gwen—. De eso estoy segura. Y no sé por qué estás tan contenta, Rilla.
Gwen tiene razón, pensó Beth. De veras parece mucho más contenta de lo que ha estado en años. Algo bueno le sucedió. Esperó a que Gwen hubiera terminado su almuerzo y salido, y entonces dijo:
—Vamos, Rilla, a mí puedes contármelo. ¿Qué pasó? Pareces el gato que acaba de devorarse toda la crema.
—Todavía no pienso decir ni una palabra —dijo Rilla, con la cara encendida. Se puso de pie y le sonrió a su hija—. Tal vez no sea nada.
—No te queda bien ser enigmática, Rilla. Por favor, dime qué sucede.
—En cuanto algo suceda, como tú dices, te aseguro que serás la primera en saberlo, querida mía. Lo único que puedo decirte es que no estoy enojada con Gwen. Esperaba estarlo. Pensaba que su cara de perpetuo cansancio, a pesar de lo cual no me permitía ayudarla de ninguna manera, me irritaría, pero no fue así.
Cuando Rilla se alejó de la habitación, Beth se quedó mirándola, un poco desconcertada. ¿Habría recibido un llamado telefónico de Ivan? Beth dudaba de que, de recibirlo, habría tenido un efecto tan grande en Rilla. Gus se acercó a la mesa y se enredó en las piernas de Beth, quien se agachó, lo levantó y sepultó su cara en su pelaje.
—Gus, si lo que buscas es trozos de jamón, no estás de suerte. Se comieron hasta la última migaja.
* * *
—Mi padre —le dijo Leonora por encima del hombro a Sean— pasaba horas y horas aquí arriba. Desde luego, a mí nunca se me permitía cruzar el umbral. Él detestaba que alguien lo viera trabajando.
—Pero, ¿qué me dice de los retratos que le hizo a usted? Sin duda posó para su padre.
Leonora estuvo un buen rato mirando por la ventana y algo la hizo estremecerse. Un ganso que camina sobre tu tumba, solía decir Nanny Mouse hacía años. Leonora no pensaba admitírselo a Sean, pero lo cierto era que ese estudio le producía pavor y que siempre había tenido ese efecto sobre ella. Detestaba el silencio que reinaba allí arriba, lejos de la vida de la casa. Además hacía frío, aunque en la actualidad contaba con calefacción central, igual que el resto de Willow Court. Recordó la furia de su padre aquella vez que la encontró sentada en la chaise-longue que Sean ocupaba en ese preciso momento, tomando notas antes de que empezara la filmación definitiva.
—No —contestó ella finalmente—. Que yo recuerde, nunca posé para él. Supongo que él pintó esos retratos a partir de bocetos.
—¿Recuerda haberlo visto hacer esos bosquejos? —preguntó Sean.
—En realidad, no. Mi madre sí los hacía algunas veces. Sin embargo, nunca le mostró esos bosquejos a nadie, sino que los metía en una caja que ella tenía. No tengo idea de qué pasó con ellos.
—¿Su padre puede haber usado los bocetos de su madre?
—Supongo que podría haberlo hecho, pero no me parece nada probable. Él... bueno, no creo que él tuviera una opinión muy alta de mi madre.
—¿Como artista, quiere decir?
Una vez más, Leonora lo pensó algunos segundos antes de responder.
—Ni como artista ni como mujer. Yo nunca... —bajó la vista hacia el piso—, nunca tuve la impresión de que la amara mucho. Aunque, por supuesto, ignoraba su vida íntima. Todo era diferente en aquellos días; realmente lo era. Yo no conocía a mis padres de la manera en que la gente joven conoce en la actualidad a los suyos. O ni siquiera en la forma en que Gwen y Rilla me conocen a mí. La vida estaba llena de reglas. Todo era muy formal. Y, además, aunque nadie lo explicitó nunca, Nanny Mouse siempre sostuvo que papá no fue nunca el mismo después de volver de Francia al final de la Guerra. Me refiero a la Primera Guerra Mundial. Sin embargo, lo que sí recuerdo es lo apenado que quedó papá después de la muerte de mamá. Realmente nunca volvió a ser el mismo de antes.
Los técnicos del equipo de filmación estaban listos y se agruparon cerca de la puerta cambiando ideas acerca de cuestiones prácticas. Las luces estaban ya encendidas y brillaban con excesiva intensidad. El sol se encontraba en todo su esplendor, así que Leonora pensó que para qué las necesitaban, pero no preguntó porque supuso que ellos debían saber más que ella sobre el tema.
—Muy bien, Leonora, gire un poco la cabeza hacia mí. Le voy a hacer algunas preguntas. Por favor contéstemelas y simule que sólo yo estoy presente para escucharla. Le preguntaré un poco acerca de la muerte trágica de su madre. No le preste atención a la cámara ni al micrófono. —Hizo una inclinación de cabeza en dirección a los técnicos y entonces dijo—: Hábleme un poco de su madre. ¿Tenía usted una buena relación con ella?
—Si quiere que le diga la verdad, creo que me irritaba un poco —contestó Leonora y le sonrió—. Ya sabe lo malditos que son por lo general los chicos. Me parece que yo tenía la sensación de que su constante indisposición y el hecho de que con tanta frecuencia estuviera acostada en su dormitorio, de alguna extraña manera tenía como finalidad no verme, evitar tener relación conmigo. Tonterías, por supuesto, como lo demostró su muerte temprana. Al parecer, durante todo ese tiempo estuvo realmente enferma.
—¿Recuerda usted el funeral de su madre? —preguntó Sean.
—Toda esa época es muy neblinosa para mí. Por aquellos días también yo estaba enferma. Por esa razón no fui a su funeral. La sepultaron en el cementerio de la iglesia del pueblo. Por supuesto, visito su tumba cuando voy allá y... —Leonora cerró los ojos y pareció hacer acopio de todas sus fuerzas—. Voy a ver la tumba de Peter y procuro que... bueno, que las de los demás estén también prolijas. Me ocupo de las flores.
Comenzó a hacer girar su alianza matrimonial en el dedo, sumida en sus recuerdos. Después cuadró los hombros y volvió a centrar su atención en Sean.
—Lo lamento, Sean. Me quedé pensando en... no importa. Estábamos hablando de mi infancia. Cuando pienso en ella ahora, es como espiar a través de una cortina de bruma. Alcanzo a distinguir algunas sombras y algunas imágenes trémulas en los rincones, pero nada es muy claro. Nada en absoluto. Sí recuerdo que fue poco después de la muerte de mi madre cuando vine aquí por primera vez.
—¿Y qué clase de vida tuvo después de eso? ¿Fue una infancia normal?
—Supongo que sí. En realidad no noté demasiada diferencia. Nanny Mouse me cuidaba, como lo había hecho siempre. Iba al colegio y mis amigas se mostraban particularmente buenas conmigo debido al duelo. Y también las maestras. Y mi padre, bueno, él se convirtió en un ser helado, como si tuviera una astilla de hielo clavada en el corazón.
—¡Corten! —gritó Sean. Y le dijo a Leonora—: Eso estuvo perfecto, Leonora. Muchísimas gracias. Creo que ya tenemos material suficiente de este lugar. ¿Puedo escoltarla de nuevo a la planta baja?
—No, no, gracias. Creo que me quedaré aquí un momento, si a usted no le importa.
No tenía idea de por qué quería hacerlo. Las palabras sencillamente brotaron de su boca antes de que ella atinara a pensarlas. Observó a los técnicos recoger sus equipos y abandonar la habitación; después también Sean se fue y ella quedó sola.
El lugar había estado bastante caldeado durante la entrevista, pero ahora, cuando se sentó sobre el terciopelo desteñido de la chaise-longue, de nuevo sintió frío. Este cuarto está helado porque nadie viene nunca aquí y porque está vacío, se dijo. No tiene nada de siniestro. Paredes blancas, ventanas sin cortinas, cielo raso alto. El caballete está vacío, pero armado en un rincón como si alguien estuviera a punto de entrar y comenzar a pintar. La paleta, la paleta de Ethan Walsh, se encontraba sobre la mesa. A los que visitaban la casa les gustaba verla, con los colores ya secos. Les gustaba también ver los pinceles, metidos en un jarro sobre la mesa.
El gato Bertie empujó la puerta entreabierta y entró en el cuarto. Observó distintos lugares donde instalarse y eligió la falda de Leonora.
—Ven, sube aquí, Bertie —dijo ella—. Quedémonos aquí sentados un minuto. —Acarició el pelo anaranjado del animal y de pronto recordó al Señor Nibs, el gato negro y blanco que vivió en Willow Court durante la guerra y justo después de que terminara. Nanny Mouse lo había bautizado. Leonora cerró los ojos y escuchó el silencio. Nadie la echaría de menos si se quedaba allí un buen rato. Si tan sólo no hiciera tanto frío.