ANEXO 3:
LOS VERTIDOS RADIACTIVOS EN EL MAR
Desde que comenzó la actividad de las centrales nucleares, la mayoría de los países en que están ubicadas optó por deshacerse de los residuos radiactivos generados arrojándolos al mar. En la mayor parte de los casos, los lugares elegidos eran fosas marinas, lugares que poseen una profundidad mucho mayor, como si en ellos el fondo del mar se abriese en una profunda sima. Estas fosas tienen la forma de una gran zanja alargada y sobrepasan los 5 500 metros de profundidad.
Diversos estados europeos, principalmente Gran Bretaña, Holanda, Bélgica, Luxemburgo y Suiza, decidieron eliminar sus residuos radiactivos mediante el procedimiento de sumergirlos en diferentes zonas del océano Atlántico. Estos vertidos, que se iniciaron en los años cincuenta, no estuvieron sujetos a ningún tipo de control hasta 1965, año en que se elaboró una primera normativa.
A partir de esa fecha, los vertidos se localizaron fundamentalmente en la Fosa Atlántica. En realidad, no debería recibir ese nombre, ya que no es propiamente una fosa (solo tiene unos 4 000 m de profundidad). Posee la forma de un rectángulo comprendido entre las latitudes 45° 50’ N y 46° 10’ N y las longitudes 16° 00’ W y 17° 30’ W. Ocupa un área de unos 4 000 km², y se encuentra a unas 300 millas del cabo Fisterra.
Esta fue la zona escogida por los países europeos citados anteriormente, para deshacerse de los residuos radiactivos procedentes de sus centrales nucleares. Antes había habido otros emplazamientos, también en el Atlántico, situados todavía más cerca de la costa.
Para hacerse una idea de la cantidad de material radiactivo sumergido en la zona, basta con decir que entre 1967 y 1982 se arrojaron al mar 94 800 toneladas de residuos, y que solo en el año 1983 se contabilizaron 11 693 toneladas.
Estos residuos están envasados en bidones metálicos herméticos que, según las versiones oficiales, ofrecen una total seguridad. La experiencia demuestra que no siempre es así. El comandante Cousteau, en un informe elaborado por el Consejo de Europa, decía:
Utilizar el océano como un vertedero nuclear es una estupidez. En 1959 yo encabecé una iniciativa tendente a impedir el depósito de basura atómica en el Mediterráneo. Nuestra acción tuvo éxito. Después, depositaron esos residuos en el océano Atlántico. Si siempre he estado convencido de que esto supone un gravísimo peligro es, sobre todo, por su duración. Un error de cálculo es irreparable en muchas generaciones, mientras que en otros tipos de contaminación los errores pueden ser corregidos. Las medidas adoptadas nunca son seguras. Los contenedores o depósitos de residuos que se sumergen en el fondo del mar se aplastan bajo la presión. ¡Han sido fotografiados entreabiertos como si se tratara de ostras!