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DEL DIARIO DE ALBA

4 de agosto

¡Cuántos días sin escribir nada en el diario! Y no es que me haya olvidado, ni mucho menos; pero la verdad es que, desde la rueda de prensa en Santiago, todo comenzó a acelerarse de tal manera que incluso he perdido la noción del tiempo, porque ya no sé bien ni el día en que vivo.

Que aquella tarde hablaran conmigo los periodistas y me hiciesen tantas preguntas, me pareció normal. ¡Pero cómo iba a imaginar la avalancha de estos días! Pontebranca está invadida por los periodistas, por corresponsales de radios y televisiones del extranjero, por enviados de diarios de los que nunca había oído hablar... ¡qué sé yo! Y el caso es que ninguno se quiere marchar sin hacerme una entrevista, así que me paso el día sentada en la sala, venga a contestar preguntas una y otra vez. Muchas son entrevistas con intérprete, como ayer, cuando vino aquel equipo de una televisión alemana. Es gracioso lo de hablar por medio de un intérprete, parece como si la conversación discurriera a cámara lenta. De tanto responder a las mismas cuestiones, ya casi me salen solas las respuestas. Y eso que no me gusta hablarles como si fuera un papagayo, pero una acaba por cansarse.

Lo que ya no hago es recortar las noticias sobre la Fosa Atlántica, de eso se encarga ahora Luis. Hoy ha comentado que estos días era preferible guardar los periódicos completos, tanta es la información que traen.

Mi hermano también ha estrenado otro cuaderno igual, en cuya tapa ha escrito «ALBA», en grandes letras rojas. En él está pegando los recortes de prensa en que salgo yo, muchos de periódicos escritos en idiomas que ninguno de nosotros entiende. Me resulta raro ver que, en varios, lo único que reconozco es mi foto, entre tantos signos extraños. Lo he estado mirando antes de volver a mi cuarto, y ya hay un montón. «Y los que faltan», me dijo Luis con una sonrisa de oreja a oreja.

Porque la que se ha armado con la aparición de las flores es algo que cuesta trabajo creer. No se habla de otra cosa en todo el mundo, y cada día nos encontramos con nuevas informaciones relacionadas con el final de alguna guerra. Luis comenta que, por fin, parece que los tiempos están cambiando. Y yo deseo que las personas se den cuenta de que solo existe un mundo, de la importancia de los derechos humanos y de que las guerras únicamente sirven para que todo vaya cada vez peor. En un artículo muy bonito, Gloria escribió que «con todo el dinero que se gasta en armamento es posible acabar de una vez con el hambre y la pobreza del mundo». ¡A veces me cuesta creer que yo haya ayudado a que sucediera este milagro!

Lo malo es que en todos estos días no le he podido hacer caso a Javier, y eso que me vino a buscar a casa varias veces. Pero hoy he hablado con él y hemos quedado para salir mañana. Después de comer, tendría que reunirme con una periodista que viene de París para hablar con Luis y conmigo, pero voy a escaparme saltando por la ventana de la habitación de atrás. Ya me inventaré después cualquier excusa, Luis sabrá defenderse bien sin mí. Javier me estará esperando en el muelle con la barca de su padre, y ha quedado en que también se encargaría de llevar unos bocadillos y algo de fruta.

Iremos hasta cerca de Punta Lobeira, a pescar calamares como otros días. Y si hace buena tarde nos acercaremos hasta la playa pequeña del Esteiro, la que tiene una fuente justo donde comienza la arena, y donde nunca hay casi nadie. Y nos bañaremos y nos tumbaremos al sol, y buscaremos mejillones por las rocas. ¡Tengo ganas de que todo vuelva a ser como antes! ¡Ya va siendo hora de disfrutar otra vez de los buenos días del verano!