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DEL DIARIO DE ALBA

18 de julio

Casi me da miedo escribirlo en el diario, pero estoy segura de que nadie más que yo lo va a leer: mañana es el día en que mi hermano y sus compañeros zarpan rumbo a la Fosa Atlántica. Y yo he decidido ir con ellos.

La idea de acompañarlos se me ocurrió ayer por la noche. Durante la cena, mi hermano había estado contándonos los preparativos del viaje con todo detalle, seguramente para tranquilizar a mamá. Sentí algo de envidia al escuchar sus planes, pero no fue hasta más tarde, acostada ya en la cama, cuando comencé a darle vueltas a la idea de sumarme a la expedición. Deseo saber qué hay en la Fosa Atlántica, conocer cuál es ese misterio del que tanto hablan. Y la única oportunidad que tengo es unirme a este viaje a bordo del Firrete.

Cómo pedirle a Luis que me llevaran con ellos ni se me pasaba por la cabeza, ya que tenía la negativa asegurada, tuve que pensar en otra solución. Por fin, encontré la que creo que es la mejor, la que voy a poner en práctica: meterme en el barco sin que nadie me vea hacerlo. De polizón, como en las películas.

Y ya he pensado un plan. Me ayudará Javier, que se ha quedado de piedra cuando nos hemos visto después de comer y le he contado mi proyecto. Al principio ha insistido en acompañarme, pero pronto ha comprendido que, al participar mi hermano en la expedición, era más razonable que fuera yo. Además, Javier es imprescindible para la otra parte del plan.

Por lo que nos ha explicado mi hermano, creo que nuestros planes están bien pensados. El barco saldrá del muelle a las siete de la tarde, como si comenzara una jornada más de pesca. Como máximo, pueden ir dieciocho personas a bordo, así que los elegidos son ocho miembros de ADEGA y dos periodistas, además del capitán y los siete marineros de la tripulación.

Por las llamadas telefónicas de Luis, me enteré de que habían acordado reunirse a las cinco en el local, para embarcar de un modo escalonado. No quieren que nadie sospeche nada, y los marineros del Firrete van a hacer los mismos preparativos que si salieran a faenar un día cualquiera.

Ellos lo tienen todo bien pensado, pero yo también. El barco sale a las siete, y mi intención es subir a bordo algo antes de las cinco. Es la mejor hora, porque será el momento en que los de la tripulación bajen a tierra para ponerse de acuerdo con los de ADEGA y ayudarles a transportar todo el equipaje. Voy a comer temprano, pretextaré que tengo que ir después a casa de Helena. A nadie le extrañará, es algo que he hecho más veces. Javier me estará aguardando en el muelle con la barca de su padre; se la ha pedido con la excusa de que vamos a ir a pescar calamares, y no le ha puesto ninguna objeción. Me llevará hasta el Firrete y, si no hay nadie en el barco, como supongo, subiré a bordo y me esconderé en alguno de los camarotes.

Entonces vendrá lo más difícil, porque deberé permanecer oculta durante varias horas. Ellos se proponen levar anclas a las siete, y calculo que no se irán a acostar en los camarotes hasta las once, por lo menos. Así que son cuatro horas de navegación y, aunque el Firrete no parece un barco muy veloz, para entonces ya estaremos lejos de Pontebranca. Cuando me descubran, no les quedará más remedio que llevarme con ellos. ¡No podrán regresar para dejarme otra vez en tierra!

Ahora todavía tengo que hacer la lista de lo que debo llevar para el viaje. Primero la comida, para aguantar hasta que me encuentren: me bastará con un par de bocadillos, varias piezas de fruta, chocolate y unas cuantas galletas. ¡Y que no se me olvide el agua, precisaré tres o cuatro botellines!

En cuanto a la ropa, llevaré la misma que me he puesto hoy, para que mañana nadie sospeche nada: esta camiseta roja y estos vaqueros, así como las zapatillas deportivas blancas. Tengo que meter algunas mudas y camisetas en la mochila, y también calcetines, el traje de baño, el estuche con las cosas de aseo, un jersey grueso y la cazadora. ¡Ah!, y el diario, que no puedo dejármelo en tierra, precisamente ahora que voy a empezar esta aventura.

También he pensado en el problema que se creará en casa. Sé que le voy a dar un disgusto de los gordos a papá y, sobre todo, a mamá, pero mayor se lo daría si me marchase sin decir nada. A Javier le corresponderá la parte desagradable del plan. Si todo sale como pensamos, a eso de las diez, que es cuando mis padres empezarán a preocuparse por mi ausencia, Javier telefoneará diciéndoles que, de mi parte, miren debajo de la figura que hay en el mueble de la entrada. Y allí encontrarán mi carta, que ya he escrito, en la que les cuento todo mi plan.

Ahora voy a intentar dormir unas horas, tengo que estar descansada para no cometer mañana ningún fallo. ¡Aunque no sé si los nervios me dejarán pegar ojo en toda la noche!