III. INVIERNO
Pero, al fin, cierto día,
nada más despertarse,
don Ciempiés dio un respingo...
—¡Huyuyuy!... ¡Qué frío hace!
Se asomó a la ventana
y se asustó: —¡Mi madre!
Si está todo nevado...
Esto ya es alarmante.
Inviernito tenemos...
¿Cómo voy a arreglarme
sin zapatos ahora?
Los pies van a quedárseme
congelados del todo...
Nada. Ya no hay escape.
¡A comprarme zapatos!
Y me voy al instante
sin que nadie me vea
y sin desayunarme
pues, si no, mi señora...
¡Uf! No quiero que me arme
la gran bronca... Me largo
antes de que sea tarde.
Y, a la chita callando,
se escapó. Ya en la calle,
vio a unos perros jugando
con la nieve... —Chavales,
si mi esposa pregunta
por mí, que he ido a comprarme
los zapatos... y corro...
¡Me parece que sale!...
Cien pies son muchos “pieses”.
Era ya mediodía
y aún estaba el cartero
en la zapatería
venga y venga probarse,
con la tripa vacía,
tan cansado y rabioso
que los ojos le ardían,
cuando, desde la puerta,
se oye una vocecilla:
—Dice madre que vengas
que la sopa se enfría...
—¡Ah! ¿Sí?... Mira, monada,
dile a tu mamaíta
que aún voy por el zapato
treinta y nueve. Que siga
con la sopa caliente
y, de paso, me fría
por lo menos un kilo
de chorizo y cecina
y, después, que me haga
una buena tortilla
y... que espere sentada
que termino en seguida.
A fuerza de probaturas
y derrochando paciencia,
don Ciempiés quedó calzado
de la cola a la cabeza.
Llegó a su casa a las tantas
con un hambre tan tremenda
que, dejando a su mujer
que riera a rienda suelta,
se zampó todo el almuerzo,
comida, merienda y cena
sin olvidar vino y postres...
Por milagro no revienta...
Pero, ¡quia!... Feliz al fin,
dio un abrazo a la parienta
y le dijo: —Ciempiesita,
ríe todo lo que quieras.
Ahora que tengo zapatos,
me alegra verte contenta.
Pero es tarde. Vámonos
a dormir. ¡Basta de juerga!
Que hoy no ha tenido correo
la gente y estará negra.
Mañana madrugaré
y ¡a repartir las tarjetas
de Navidad que, este año,
ya están llegando a docenas!
Se marcharon a acostar
y aquí acaba la historieta.
(Avilés, agosto, 1969)