Capítulo 8

 

Los días fueron pasando, y el médico le dijo que ya no había peligro, se había recuperado muy bien y de manera rápida, gracias a los cuidados de todos en la casa. Ya llevaba en la ciudad más de tres meses y ahora su vientre empezaba a verse algo abultado. Sus hijos habían ido a quedarse con ella y ahora todos armaban viaje para el campo nuevamente, con excepción de Alex que según dijo, tenía que resolver algunos asuntos todavía. Claudine creía saber de qué se trataba y aunque le dolió mucho intuirlo , se dijo que no iba a pensar más en el asunto. Si su marido quería hacer su vida con otra mujer o andar con su amante, ella se dedicaría a sus hijos y trataría de entregarles todo el amor que guardaba en su corazón, solo a ellos.

El viaje comenzó muy agradable, pero los niños empezaron a fastidiarse en el camino, ya llevaban muchas horas, así que se bajaron descansar en una posada, allí durmieron y muy temprano al día siguiente salieron para la finca. Claudine había sido muy clara en eso y específicamente había pedido que fueran a la finca, no a la casa principal, pues se sentía más a gusto en su antigua casa, en la tranquilidad de su huerto , de sus amigos y eso no lo cambiaría por nada del mundo.

Al llegar, todos la recibieron con mucho cariño y al darles la noticia del embarazo, se pusieron felices.

—Señora, que felicidad, que Dios bendiga ese nuevo bebé—le dijo Josephine y la abrazó. Matilda y Benjamín también se pusieron como locos de alegría al saber la noticia y al ver que se quedaría un buen tiempo allí.

—La voy a consentir mucho, ya verá como con mis cuidados ese bebé nace bien—le dijo Matilda.

—Lo sé, querida, tú siempre me has cuidado bien. Me han hecho mucha falta tus galletas de mantequilla y limón.

—Ahora mismo empiezo a hacerlas—le dijo sonriendo—Ahora, vamos a su habitación y no se preocupe por nada, Rosalind y yo nos encargaremos de todo y Josephine estará con los niños—se dio la vuelta —Benjamín traeme unos jugosos limones del huerto, por favor, quiero hacer la masa de las galletas ahorita.

Todos se pusieron a hacer sus cosas y ella se fue a recostar , el viaje había sido un poco pesado y no quería que el bebé peligrara.

Al día siguiente recibió un recado de Alex donde decía que la semana siguiente regresaba y le pedía que fuera a la casa. Ella no quiso hacerle caso y se quedó en la finca disfrutando de la tranquilidad, sabía que solo sería discutir y sentirse mal por cosas que él dijera. Era preferible quedarse allá. Era preferible quedarse en la finca, después de todo ella era consciente de que ese matrimonio estaba acabado y él se lo había dicho. Solo le interesaban las apariencias y a ella solo la deseaba tener de adorno.

En las mañanas comenzó a despertarse temprano, para ir a los fresales y ver cómo avanzaban, recogía bayas y fresas en caso de que hubieran y las llevaba a casa, en las tardes se dedicaba a escuchar a Josephine que le leía, mientras ella estaba en el mismo cuarto con los niños jugando un rato con ellos o tejiendo ropita para el bebé. Ella sabía que ahora su hijo o hija podía tener lo que quisiera, pero ella, solo quería hacer todo con sus manos.

 

Un día llegó un carruaje y Josephine subió corriendo las escaleras para avisarle. Ella estaba en la habitación tomando un pequeño refrigerio.

—Señora, quiero decir miladi, su esposo acaba de llegar.

—No puede ser, se suponía que llegaba más tarde.

—Pues está aquí y dice que no se irá sin usted.

Claudine sacó su carácter testarudo—Yo no me iré con él, así que vamos a arreglar esto ahora mismo.—Se levantó de su silla y en el momento en el que salió, casi choca con él, que venía subiendo y se dirigía a su habitación.

—¿Qué crees que haces?

—No entiendo—le dijo ella.

—Eres mi esposa, mi vizcondesa, se supone que debes estar conmigo aquí.

—Supone mal señor vizconde. Usted hace más de un mes , me dejó muy claro, cual es mi lugar en su vida. De manera que decidí, que lo mejor es quedarme donde si me quieren donde puedo tener paz, lejos de peleas y malos entendidos.

—No puedes estar hablando en serio.

—Lo estoy…alzó la barbilla es un gesto de terquedad.

—Bien…—él pareció pensarlo un momento.

Claudine pensó que por fin había entendido y se dio la vuelta para irse a su recamara.

—Entonces, me quedaré aquí contigo.

—Perdón?

—Lo que escuchaste, esposa mía. Si no quieres ir a la casa, me quedo contigo.

—No lo harás.

—Lo haré y nadie va a impedírmelo.

Claudine perdió la paciencia—Lo estás haciendo por venganza. Como crees que soy la peor persona del mundo, quieres hacerme pagar por mis errores, amargándome la vida, pero te recuerdo que no puedo tener sobresaltos y que no solo mi vida está en riesgo, sino también la de tu hijo—una traicionera lágrima cruzó su mejilla y la limpió con rapidez.

Alex se sintió como un miserable por haberla tratado tan mal antes, pero si se iba ahora, nunca podría tratar de arreglar las cosas.

—Siento mucho todo lo que pasó y créeme que mi intención no es molestarte, pero está decidido, si te quedas , yo también lo haré, aunque no tienes nada de qué preocuparte, yo no te molestaré.

Ella lo miró con reproche—Ya lo estás haciendo—se fue lejos de él y se refugió en su dormitorio, no sin antes tirar la puerta con un fuerte golpe.

 

 

*****

 

 

Alguien tocó la puerta.

—Alex todavía estaba en la cama.—Adelante.

—Buenos días milord.

—Buenos días, Josephine—la muchacha miraba para todos lados, sin poder dar la cara. Su rostro rojo como un tomate.

—Milord, solo quería recordarle que usted pidió que lo despertaran temprano y como su ayuda de cámara no está todavía aquí…

—Está bien, Josephine, muchas gracias—le dijo aguantando la risa, pues no quería que la pobre muchacha se sintiera peor—Por favor dile a Rosalind y a Matilda, que hoy llegan mi ayuda de cámara y mi mayordomo.

—Muy bien, milord. ¿Vendrá también su chef?

—No hay necesidad, él está muy bien en la casa y a mí me encanta la comida que hacen Matilda y Rosalind. El mayordomo es el hijo de Albert, mi mayordomo en la casa  grande, y viene a quedarse a trabajar acá, ya que tanto mi esposa como yo, estaremos viniendo con más regularidad. Ella se siente bien aquí, incluso me atrevería a decir que disfruta más aquí, que en nuestra casa.

—Está bien, todos se alegrarán mucho, la señora siempre es bienvenida y nos hace mucha falta cuando no está.

—Entonces todo está dicho, creo que ahora mi esposa estará complacida y no tendré problemas con ella—rió.

Josephine le devolvió la sonrisa—Por supuesto, milord, nadie quiere que ella se moleste, aquí le hemos prometido mucha paz y tranquilidad—le hizo saber discretamente que no esperaban menos de él, en ese asunto—luego cerró la puerta y lo dejó solo.

Alex se levantó de la cama, se lavó y se cambió para ir a desayunar. Ese día tenía que hacer algunas cosas, pero luego empezaría su plan de reconquista.

 

 

*****

 

Meses después…

 

—Mi niña ya han pasado 6 meses desde que lord Hylton llegó aquí. Hemos visto sus intentos de acercarse pero tú, pareces no querer nada con él.

—Los siento Matilda, pero no puedo simplemente olvidar y decir que le perdono su mal trato y el hecho de que tuviera una amante en el momento en que lo fui a buscar.

—Recuerde que viene un bebé en camino, debe tratar de llevar las cosas en paz.

Claudine recordaba mientras ella le hablaba, todo lo que Alex había hecho. Las veces que le había llevado rosas y se las dejaba en la cama en su recámara o los días en los que aprovechaba que ella estaba tejiendo y se ponía a jugar con sus hijos en la habitación.

Un día la vio caminando con dificultad y quejándose de que le dolían los pies. Y sin importarle que podrían decir los que vivían en la casa, le preguntó si quería un masaje y sin esperar a que ella le respondiera, hizo que se sentara en un sillón y le quitó las zapatillas para hacerle el dichoso masaje.

Siempre solicito, siempre atento y con una sonrisa como cuando todo estaba bien y Bastien no había aparecido. Él actuaba con confianza y parecía que esa máscara con la que lo había conocido, era invisible, pues tanto él, como la gente a su alrededor, se comportaban como si nada cubriera su rostro.

Obviamente todavía quedaba gente impertinente como la hija de los Sackville, que un día se acercó a ella, tratando de entablar conversación y le dijo abiertamente que debía ser terrible vivir con un hombre con un defecto físico, hablando de su prima que se había casado y al poco tiempo su esposo perdió la pierna por culpa de un disparo que recibió cuando participaba en una cacería en África. Claudine no pudo soportar su falta de tacto y le dijo abiertamente que era mucho peor ser defectuoso mentalmente, como era el caso de las personas que creían que por la falta de un miembro o cualquier defecto físico, una persona era inservible o menos que los demás. Eso calló a la habladora señorita y la puso en su lugar.,

Ella pensó que sus sentimientos por su marido no volverían, pero se equivocó al pensarlo, ya que esos sentimientos nunca se habían ido. Ella lo amaba pero estaba dolida por su falta de confianza y sus fuertes palabras hacia ella. Sin embargo ahora ya no se sentía tan agraviada y pensó que tal vez era cierto, eso de que el tiempo curaba las heridas.

 

 

******

 

 

Una tarde Claudine amaneció un poco indispuesta, pero aun así quiso salir a caminar. Seguramente eso la haría sentir mejor. El dolor en su espalda no la había dejado dormir bien y estaba segura de que con la caminata remitiría un poco.

—Buenos días

—Buenos días, Lord Hylton

—Por Dios Claudine ¿Es que no vas a dejar de llamarme por mi título? Mi nombre es Alex. —lo dijo con tal indignación que le causó gracia a Claudine.

—Muy bien Alex, ya que te ofende tanto que no te llame por tu nombre, lo haré—no pudo evitar sonreír.

Alex la tomó por la muñeca haciendo una leve presión en ella—Un hombre puede perder la cabeza, por una sonrisa tuya. Eres una mujer preciosa.

—No me siento muy bonita en estos días—se tocó el protuberante abdomen.

—El embarazo solo te hace ver más linda de lo que eres, te lo aseguro.

Ella no supo que decir, así que solo se alejó—Disculpe pero debo bajar a ver  cómo va todo y tal vez vaya a caminar un rato.

—No necesitas ver cómo va todo en la casa. Sabes que para eso hay servidumbre aquí—le molestó que ella quisiera estar en todas partes con un estado tan avanzado de embarazo.

—Lo sé, pero a mí me gusta y me da algo que hacer.

— ¿Quieres que te acompañe cuando vayas a caminar?

—No hay necesidad, pero gracias. Estaré muy cerca, solo caminaré por los alrededores.

— ¿Estás segura?

—Mucho—aseguró— la verdad es que quiero estar sola.

—Amor, ya ha pasado un tiempo, sé que mi desconfianza te hirió, pero creo que podríamos, tratar de arreglar las cosas ¿No lo crees?

—No solo me hirió tu desconfianza, también el que tuvieras otra mujer.

—Claudine, nunca me has dejado explicarte cómo sucedieron las cosas. Ella fue a mi casa y yo solo la atendí varias veces porque quería hacer unas inversiones, no confiaba en nadie y me pidió el favor. Madeleine no quiere vivir toda la vida dependiendo de sus protectores…

—Ah…se llama Madeleine.

—Sí, pero no tiene nada de qué preocuparte, te lo aseguro.

— ¿Entonces porque me hablaste de ella de esa forma?

—Estaba herido y me avergüenzo ahora…pero en ese momento quería que sintieras un poco lo que yo había sentido. No es fácil para un hombre, ver que su mujer se encuentra con otro a sus espaldas y simplemente hacer como si nada pasara.

— ¡Es que tú no hiciste como si nada pasara, tú me humillaste!—le gritó, luego se tocó la frente y trató de calmarse—Alex, por favor…no deseo hablar de eso ahora.

Él disimuló su desesperación y se obligó a sonreírle—Muy bien, no insistiré, pero por favor, piensa un poco las cosas.

Ella trató de devolverle la sonrisa—Está bien, lo pensaré—Ahora, si me disculpas, voy a hacer mi caminata—fue directo a la puerta que daba al jardín que ahora tenían cerca de la casa. Caminó un rato viendo, el campo y los árboles con sus hojas de color naranja y rojo, casi no quedaba verde en ningún lugar. El otoño hacía que el pasaje fuera de un hermoso tono oro bruñido.

Caminó un poco más hasta el lago sintiendo que poco a poco su espalda dejaba de doler. No supo cómo, pero se distrajo tanto en el paisaje y sus pensamientos que cuando se dio cuenta, ya estaba cerca de la pequeña cabaña que Alex había restaurado y en la que habían pasado momentos felices. Vio que estaba ya bastante lejos de la casa y empezó a devolverse, pues parecía que iba a llover. Ese fue el momento que escogió el niño para dar una patada tan fuerte que casi la hace doblarse en dos. No muy lejos de allí, un trueno sonó y ella pensó que no lograría evitar la lluvia. Además parecía que el momento había llegado, porque sentía algo húmedo recorrer sus piernas. Muy seguramente había roto fuente y si era así, no había nada que hacer más que ir a la cabaña y quedarse allí hasta que alguien la encontrara. Muy posiblemente el bebé nacería allí, pero era preferible eso, a tenerlo en el campo a la intemperie.

Caminó lentamente hasta la pequeña casita, cuando empezaron a caer las primeras gotas. En el momento en el que pudo entrar, empezó a caer una lluvia torrencial. Claudine caminó casi a oscuras por la cabaña hasta llegar a la chimenea y allí otro fuerte dolor  casi la hace caer. Hizo un poco de fuego y se quito el chal mojado, se sentó a descansar y a tratar de respirar un poco, pues las contracciones eran cada vez más seguidas y más fuertes. No podía dejarse llevar por la angustia, sabía que estaba sola y que si algo salía mal en el parto, podían morir ella y el bebé.

Como pudo se las arregló lo mejor posible para el momento. Tomó una olla y calentó agua, tomó toallas y trapos limpios, fue a la cama y acomodó cojines, almohadas y por ultimo tomó un cuchillo para cortar el cordón cuando naciera el bebé. De repente una contracción la tumbó al suelo y ya desde allí, solo pudo gatear hasta la cama. Y empezar a pujar.

—Oh Dios, esto duele—gritaba asustada.

La puerta de la cabaña se abrió de repente y ella temerosa, no pudo más que rezar para que no fuera un extraño o alguien que pudiera hacerle daño.

—Claudine! —gritó alguien, en medio de los truenos, de manera que ella no pudo distinguir bien, pero pensó con alivio, que podía ser Alex.

Una alta figura se asomó donde ella se encontraba

—Oh por Dios—escuchó que decía.

Casi de inmediato el hombre se colocó a su lado, dejando que la luz de las llamas mostrara su rostro. Nunca se sintió tan feliz de ver una cara conocida, como en ese momento.

—Alex—dijo en un sollozo.

—Mi amor, te dije que me dejaras acompañarte. Casi me muero de la angustia buscándote por todos lados. No pensé que estuvieras aquí, pero gracias a Dios, cuando me devolvía a la casa, alcancé a ver el humo de la chimenea que subía, a lo lejos.

Claudine gritó en ese momento por otra contracción y él se arrodillo a su lado, la abrazó queriendo tranquilizarla. Sabía lo que estaba pasando y estaba más asustado que ella, pero tenía que demostrar lo contrario, porque no quería angustiarla más.

— ¿Qué quieres que haga?—le preguntó rápidamente— ¿En qué te puedo ayudar?

—No sé…solo ponte adelante y mira cuando salga el bebé. Avísame cuando veas la cabecita.

Alex hizo lo que ella decía y comenzó a ver una cabeza muy peluda que se asomaba. Era cabello negro como el de él. Luego ella siguió pujando y él se estiró y le tomó la mano dándole fuerza.

—Sé que duele cariño, pero ya casi veo a nuestro hijo.

Ella pujó una vez más y el alcanzó a ver los hombros de la criatura. No supo que hacer y le preguntó si podía halarlo. Ella le dijo que dejara que saliera un poco más.

Alex jamás se imaginó que el milagro de la vida pudiera ser tan maravilloso y tan aterrador al mismo tiempo. La vio quedarse sin hacer nada como desmayada.

— ¿Qué pasa cariño?

—No puedo más, estoy muy cansada—le dijo en susurros.

—Un poco más, mi amor, tu puedes hacerlo. Solo un poco más y descansarás. Hazlo por el bebé y por mí, sé que no tengo derecho a pedírtelo, pero por favor, haz un esfuerzo. Quiero tener a mi hijo en mis brazos—enseguida corrigió—en nuestros brazos, amarlo y consentirlo…

Sus ojos mostraban tanto anhelo y tanto miedo que ella tomó fuerza de donde no las tenía, para pujar una última vez. En ese momento Alex vio salir casi todo el cuerpo del bebé y entonces con algo de temor haló un poco de manera lenta y delicada hasta que tuvo a su hijo en las manos. Era pequeñito, su piel estaba muy roja y algo pegajosa. Lo limpió un poco y entonces ella le entregó un cuchillo.

— ¿Para qué es esto?

—Debes cortar el cordón —le indicó por donde debía hacerlo.

Alex vio su rostro pálido y cansado y pensó que nunca se había visto más hermosa. Cortó el cordón umbilical y le entregó el bebé. Cuando Claudine tomó su pequeño, sus lágrimas corrieron libres por su rostro. Era hermoso y lo mejor era que se veía saludable.

—Es hermoso—le dijo a Alex—y tan pequeñito.

—Lo es—respondió él, embobado por la visión de la madre y el pequeño.

—Otro varoncito—destapó la manta que cubría al bebé—me imagino que estarás feliz.

—Si hubiera sido niña, no me habría importado. Solo quería que estuviera sano.

En ese momento el niño comenzó a llorar—Bueno, parece que esos pulmones están bastante sanos en mi opinión—ella rió.

Alex miró y vio toda la sangre y las sábanas manchadas.

—Voy a limpiar un poco—se puso manos a la obra. Quitó todo lo que estaba manchado y la limpió a ella lo mejor que pudo.

Claudine a pesar de que era su esposo, sentía mucha vergüenza de que él la viera de esa forma.

—No tienes que hacer eso…

— ¿Y quien más lo va a hacer, hermosa? Déjame hacer algo por ti, después de todo lo que tú acabas de hacer por mí.

Sus ojos no juzgaban, ni en su mirada miraba asco, mientras la limpiaba. Solo veía amor y ganas de ayudarla. Luego de que limpió todo. La atendió lo mejor que pudo y la cubrió con mantas para que no sintiera frío. Ella mientras tanto arrullaba a su pequeño y le daba de comer.

Se sentó a su lado y la contempló un buen rato, disfrutando de la paz que se respiraba en ese momento y la felicidad que sentía. Lo miró y se acercó para darle un beso que al principio no tenía pensado alargar, aunque al sentir sus labios  suaves y su aliento cálido, no pudo evitarlo. Se perdió en su dulce boca y ella le correspondió. Alex rogaba que ella le diera una nueva oportunidad y todo pudiera ser como antes. Incluso mejor. Al terminar el beso, los dos se miraron diciendo mucho y nada a la vez.

—Gracias por darme un hijo.

Ella sonrió—De nada, señor vizconde. Yo también estoy disfrutando de este regalo—tocó suavemente sus manitas, poniendo especial cuidado en cada dedito.

—Estoy muy cansada.

—Necesito buscar al doctor, pero todavía llueve mucho y no quiero dejarte sola.

—Tal vez en un  rato deje de llover—añadió ella. Los dos se acercaron más dándose calor. Alex la abrazó y el bebé quedó entre ellos— Descansa un rato—estaba seguro de que alguien llegaría pronto.