Capítulo 2

 

 

 

A la mañana siguiente Alexander emprendió su viaje entusiasmado. De repente su vida parecía dar un giro total y eso le gustaba. Pasó por varios lugares antes de llegar a el pequeño pueblo y en todos los sitios cuando llegaba la gente lo miraba con curiosidad por la máscara y porque obviamente su carruaje proclama un título noble a todas luces.

Al llegar al Eardisley, vio la cantidad de árboles verdes, hermosos y el olor del campo, era algo sin igual, nada tenía que ver con el viciado olor de la gran ciudad, ni con las sucias calles que recorrían los carruajes a toda hora. El coche se detuvo poco a poco y él miró por la ventana, el paisaje que se extendía precioso y lleno de vida. Más adelante divisó una hermosa casa, con un granero y lo que parecía ser varias personas que entraban y salían de la casa. Se le hizo extraño y hasta le molestó un poco, porque había sido muy claro con el hombre que le había vendido la propiedad, cuando le había dicho que no quería a nadie allí, su propia servidumbre sería escogida por él, para no tener que lidiar con gente imprudente y chismosa que quisiera saber lo que pasaba con su rostro. Al acercarse más a la casa vio a dos mujeres que miraban asombradas la llegada del carruaje y cuando por fin se detuvo, una mujer alta y muy hermosa, salió de la casa con gesto molesto.

—Buenas tardes—saludó con una inclinación de cabeza—Mi nombre es Alexander, vizconde de Hylton.

Claudine se sorprendió , ya que no esperaba que el nuevo propietario de la propiedad fuera un vizconde, pero además quedó sin habla, al ver que tenía una máscara en la mitad de su rostro. Su hijo Alfonse que estaba corriendo en ese momento hacia ella, se detuvo abruptamente y lo miró con detenimiento.

—Buenas tardes Lord Hylton, es un placer conocerle, pero me temo que tengo malas noticias para usted con respecto a esta propiedad.

—¿Malas noticias?—le preguntó sorprendido—Hasta donde sé, todo está perfectamente arreglado.

—Debo aclararle que usted no puede quedarse aquí. Mi familia y yo vivimos aquí y creo que ha habido un pequeño mal entendido. Lo que sucede es que el difunto Duque ha tenido por años un trato con mi familia para que vivamos aquí sin pagarle. De hecho esta propiedad ha sido prácticamente de mi familia durante años, primero fue de mi abuela, luego de mi madre y de ella pasó a mí.

—Déjeme entender lo que me está diciendo lady…

—Señora Claudine Leighton.

Él la miró confundido—Señora Claudine tengo los papeles que demuestran que esta finca es mía—a estas alturas su genio estaba por mostrarse, estaba cansado y quería solo subir a su habitación y ponerse cómodo.

—Milord esta finca no es mía pero le digo que es como si lo fuera. Estos árboles fueron plantados por los antepasados de mis hijos y míos, esta casa ha sido remodelada por nosotros y muchas cosas en ella han sido hechas con el sudor de cada uno de los que aquí hemos vivido así que ningún papel va a decirme lo contrario.

—¿Y su esposo está en la casa?

—Mi esposo murió y es por eso que ya que  no estoy dispuesta a perder el único patrimonio de mi familia.

—Mi querida señora—le dijo en un gesto compasivo—tendrá que mostrarme algo que me diga que usted es la propietaria— la miró molesto, aunque no pudo evitar echar un vistazo a su hermoso rostro triste, los ojos eran de un azul intenso un poco ausentes, su nariz recta, mejillas redondas y unos labios generosos. Aun cuando su expresión era de rabia y altivez, podía ver que no era una mujer feliz y se sorprendió pensando en la razón. Su cuerpo a través de la ropa se podía adivinar que era voluptuoso, busto grande, caderas anchas y cintura pequeña, no podía ver sus piernas pero podía decir que serían largas y torneadas porque era una mujer trabajadora por lo que intuía—El pequeño detalle del “casi” es lo que distancia el hecho de que esta casa sea suya o no. Una propiedad es de quien tiene sus papeles y esa persona soy yo. Veo que muy seguramente el duque llegó a un arreglo, no sé porque razón, pero lo hizo. Mi pregunta aquí es ¿Usted o su familia nunca pagaron arriendo?

—No milord, este era como un regalo de parte de él, aunque seguía perteneciendo a la inmensa cantidad de propiedades que tenía.

—Pues entonces no hay mucho que pueda hacer por usted, ya que he comprado todas las propiedades del difunto duque y lo que hay en ellas. Mi intención no es quedarme aquí a vivir, pero mientras la casa grande está bajo algunos arreglos para hacerla como decirlo…más habitable, tengo que quedarme en un lugar desde donde pueda supervisar y ese lugar será esta finca.

—Pero donde piensa quedarse, señor? Todas las habitaciones están ocupadas.

Señora, no creo ni por un minuto que el señor….no me habló de usted y la forma en la que estaba haciendo préstamos sobre una propiedad que no es suya, arriesgándose a perderlo todo y de paso a ir a la cárcel.

—No es como usted dice—le habló molesta—Yo jamás he dispuesto de algo que no es mío, fue mi esposo quien solicitó un préstamo y la idea era que se utilizara para la misma finca y algunas mejoras que queríamos hacer, con respecto a la casa y semillas e insumos para los cultivos.

—Mientras es una cosa u otra, le recomiendo que se vaya a un hotel con su gente—le dijo él, de manera displicente.

—Milord, es usted quien va a tener que esperar en un hotel.

—Señora no estoy de humor para aguantarme sus razones absurdas, si usted no tiene un documento que demuestre que estas tierras son suyas, yo sí. las cosas caen por su propio peso, lo que quiere decir que yo soy el dueño y no se hable más. Hágame el favor de  desocupar la casa, ya que por lo visto no fue avisada de mi venida.

—No me iré, así que o me saca a la fuerza o se va usted.

—Yo no me voy, pague por esta propiedad y me quedo.

—Pues entonces viviremos aquí los dos.

—Nada de eso, en este momento entro a mi casa y si usted no se va para mañana en la mañana con toda esta gente, la sacaré a la fuerza.

—Es usted un mal hombre, para nada un caballero—le reclamo indignada.

—Usted tampoco es una dama con esos modales y esa facha—la señalo de pies a cabeza.

Ella se miró un momento, no veía nada malo en lo que usaba, era su ropa de trabajo, obviamente estaba mejor vestida para dar las clases en el pueblo, pero para ensuciarse en la finca, prefería esa ropa.

Alex no pidió permiso y simplemente entró y subió las escaleras con su lacayo. Una furiosa Claudine lo seguía mientras lo hacía y luego lo vio entrar en su habitación.

—Esta es la habitación principal, por lo que veo, así que será mi habitación—le avisó. Thomas, por favor, trae mis cosas aquí.

—Óigame , no le permito que venga a …

—Soy yo el que no le permite que siga invadiendo mi propiedad, le garantizo señora que si para mañana no se han ido todos ustedes de aquí , llamaré a la guardia del pueblo para que la saquen, ¿me entendió?

—Esta es mi habitación—le dijo furiosa.

—Ya no lo es más—la tomó fuerte del brazo haciéndole daño y la sacó a empujones.

—Es usted un bruto—le grito desde afuera—¿Que se habrá creído este hombre? — pensó

 

 

 

Alexander estaba en su habitación dando vueltas de un lado a otro, pensando que podría hacer para salir de esa mujer. Parecía estar muy segura de lo que hablaba, pero él tenía el documento que lo acreditaba como dueño de la propiedad, así que era ella la que tenía que salir. Lo primero que haría sería ir a su estudio, porque eso era “Su estudio” y escribiría una nota a su abogado para que tomara cartas en el asunto y averiguara quién diablos era realmente esa mujer y porque el duque la dejaba a ella y a su familia vivir de gratis en la propiedad, pero también iría al pueblo a buscar ayuda para echar a toda esa gente de allí, ese mismo día.

Salió y camino por el pasillo, cuando llegaba a la escalera, se encontró con un niño que lo miró de arriba abajo, lo recordaba, era el muchacho que estaba con esa mujer cuando él había llegado.

—Buenas tardes, señor…

—Soy Alfonse—dijo el niño.

—Muy bien, buenas tardes señor Alfonse. ¿Vive usted aquí?

—Soy el dueño y mi mamá la dueña—le dijo muy seguro y con gesto altivo— ya veía de donde lo había sacado.

—Bueno, eso es algo que todavía no se sabe, pero…¿Podría usted conducirme al estudio? Me temo que no conozco bien la casa y no quiero perderme.

El niño agarró su mano y lo fue llevando por las escaleras—era un esto que por algún motivo le hizo sentir cierta empatía con el muchacho. Bajaron y llegaron a su destino. Cuando entró vio un sitio lleno de libros, una mesa antigua llena de cartas, todo muy limpio, pero algo desorganizado. Se sentó y buscó hojas de papel y un pluma, escribió la carta mientras el niño se sentaba en un sillón tres veces más grande que él y lo miraba detenidamente. Cuando terminó la puso en un sobre y buscó a su lacayo. Se dirigió al establo y encontró a su cochero y a su lacayo sentados afuera, mirando todo a su alrededor y sus caballos descansando. Los dos se levantaron apenas lo vieron.

—Franklin, necesito que vaya al pueblo y por favor hable con las autoridades, les entregue esa carta y les diga que por favor vengan inmediatamente.

—Enseguida señor— el cochero ensilló uno de los caballos y se fue inmediatamente.

Alexander se dio la vuelta y casi se estrella con Claudine.

—¿Es ese su lacayo?

—No, es mi cochero y antes de que me lo pregunte, va para el pueblo a traer refuerzos para que usted y su gente se vayan de aquí.

Ella se veía asustada—Mire, es mejor pensar bien las cosas, que le parece si se queda en una de las habitaciones como mi huésped y esperamos a que el señor Collins venga?

—En ese caso tendría que ser usted la que se quedara como mi huésped.

Claudine odiaba rogar, sobre todo por algo que consideraba injusto—¿No tiene usted corazón? Tengo dos hijos mi hija menor está arriba durmiendo, tiene solo un año y estas personas que ve usted aquí, no son criados, son mi familia, las únicas personas que se han quedado conmigo a pesar de no tener para pagarles ni un penique.

—Veo que su situación es bastante crítica, pero yo no tengo nada que ver con eso, hice una compra totalmente legal y solo vengo a vivir en mi finca.

A ella le dolía que hablara de su finca, cuando era ella quien había puesto años de sudor y sangre en cada cosa de ese lugar—¿Podemos llegar a un arreglo?—preguntó a regañadientes.

—No lo sé…—le dijo mirando hacia otro lado. ¿De veras está usted tan mal de dinero?

—Me apena decirlo, pero si—bajo su rostro con vergüenza—Vivo de vender las fresas que cosechamos aquí, también hacemos tartas y mermelada que compra la gente del pueblo y bueno sé Francés y doy clases en algunas casas.

—Lo único que se me ocurre es que se quede como mi ama de llaves y sus criados trabajen para mí. Les puedo pagar muy bien.

—Oh Dios, no podía imaginar su vida siendo una empleada en su propia casa, era algo humillante, pero si no lo hacía, sería peor, no tendrían ni que comer o donde dormir. Ese Collins era un maldito, vender así su propiedad y dejarla en la calle.

—¿Puedo pensarlo?

—Vaya, vaya, me parece que para estar en tan mala situación, es usted un poco escrupulosa.

—¿Podría usted ser empleado en la misma casa donde solía mandar?

—Si tengo que hacerlo, pues sí, claro que lo haría.

—Yo no puedo, sin embargo no le dicho que no, solo le he pedido un tiempo.

—Muy bien señora Leighton, tiene usted hasta mañana en la mañana para contestarme, le diré a la guardia cuando llegue, que todo ha sido un mal entendido. Si su respuesta es positiva, mañana mismo hablaremos de las condiciones de trabajo y de la paga. Si la respuesta es no, hará sus maletas y se irá con sus hijos y con todos sus amigos de mi propiedad.

—¿Dónde dormiré hoy, todas mis cosas están en mi cuarto.

—Pues entonces le sugiero que vaya por ellas y las saque de mi habitación. Puede llevarlas a otro cuarto de la casa y quedarse allí con sus niños hasta mañana—le dijo sin una pizca de pena.

—Pero…

—Señora, esa es la única alternativa—le dijo muy serio—la otra es que comparta la habitación conmigo, a lo cual no diré que no—la miró con lujuria—De hecho hace un tiempo que no estoy con una mujer tan hermosa.

Ella lo taladró con la mirada—¿Cómo se atreve?

—Señora no me he atrevido a nada todavía, créame.

—Sacaré mis cosas enseguida, solo deme una hora.

—Muy bien, estaré recorriendo la propiedad mientras tanto.

Ella se mordía los labios de la rabia—Está bien, voy a subir enseguida y mañana le daré mi respuesta—sin esperar que le contestara, dio media vuelta y se fue.

Alexander pensó que tal vez era un blandengue, pero no podía simplemente echar a una mujer y a sus pequeños hijos a la calle, por mucho que él tuviera la razón. Todavía dudaba de su historia, pero cuando llegaran noticias de su abogado, sabría la verdad. Había notado que ella lo miraba a los ojos, sin miedo, se sintió bien que alguien le hiciera frente sin temblar de miedo, hacía mucho una mujer no lo miraba a los ojos, siempre volteaban para otro lado o se desmayaban al ver su máscara, no quería pensar, si veían su rostro sin ella. Se preguntó desde hace cuánto tiempo sería viuda y como se vería sin esas horribles ropas o mejor aún, desnuda.

 

 

*****

 

 

 

 

Estuvo dando vueltas con su caballo, recorriendo la finca , los sembradíos de fresas, vio muchos árboles frutales y vio una pequeña cabaña a unos  cuantos kilómetros de allí, junto a un pozo, parecía abandonada. También notó que tenían dos vacas, unos cerdos, y muchas gallinas, cerca de la casa. Eran tierras fértiles y la finca tenía una buena ubicación, de lejos la casa se veía imponente, aunque de cerca le faltaba un buen arreglo. Se sintió satisfecho con su compra, sabía que podía llegar a convertir esa finca en un buen sitio para vivir.

A lo lejos le pareció ver una figura de mujer, se acercó con el caballo y se encontró con una chica de unos 12 años, que llevaba en sus brazos a una bebé.

—Buenas tardes—saludó la muchacha en cuanto lo vio.

—Buenas tardes muchacha. ¿Trabajas para la señora Leighton?

—Sí, señor—le contestó algo temerosa.

—¿Esa bebé es su hija?

—Sí, señor.

La niña lo vio y comenzó a reír, alzando sus pequeños bracitos hacia él, para que la cargara. Él sonrió y le dio la mano, la niña la tomó.

—Eres muy linda, pequeña—como si le entendiera, hizo unos pequeños ruiditos y volvió a sonreír.

—Su nombre es Julia—dijo la muchacha.

—¿Y cuál es el tuyo?

—Me llamo Josephine, señor.

—Bien Josephine, ¿quieres que las lleve?

—No señor, no se moleste, estamos bien.

—Segura? Aún estás lejos de casa.

—No se preocupe, llegaré rápido.

—Seguiré mi camino entonces, nos vemos más tarde.

El caballo siguió recorriendo los verdes pastos, hasta que Alexander pensó que ya había pasado tiempo suficiente para devolverse y mirar que estaba haciendo la hermosa señora Leighton. Subió a su habitación y la encontró sacando las últimas cosas.

—No se preocupe, ya casi terminamos—le dijo cuándo lo vio—Estaba cargando una silla de madera que se veía muy pesada.

—Permítame ayudarla—no hace falta.

—Es su palabra preferida ¿verdad?

—¿Cuál?

—No—le dijo sonriendo—Siempre la dice.

Ella no respondió, solo siguió cargando la silla—Enviaré a una Rosalind, para que arregle su cuarto.

—Muy bien—entró en la habitación. Ahora la veía mucho más grande, aunque todavía estaba un poco descuidada. Sintió un toque en la puerta y vio a su ayuda de cámara Wilson.

—Señor, quería ver si se le ofrecía algo.

—No Wilson, gracias.

—Muy bien señor—su tono inexpresivo y educado.

Casi enseguida volvieron a tocar su puerta.

—Adelante.

—La señora me envió para arreglar su habitación.

—Sí, por favor, siga a delante.

La mujer entró y se puso manos a la obra.

—Dime algo Rosalind ¿Hace cuánto que enviudó la señora?

—Hace dos años—respondió sin ganas.

—¿Dónde murió su marido?

—En Francia—le respondió secamente—Milord, quiere usted que les arregle una habitación a sus sirvientes?

—¿Cuantas habitaciones hay aquí?

—En la parte de abajo hay tres, la del ama de llaves, la de la cocinera y las sirvientas y la del mayordomo y afuera está la Benjamín, el jardinero.

—¿La señora Leighton tiene esa cantidad de servicio doméstico trabajando aquí?

—No señor, solo somos Matilda la cocinera, mi hija que es quien hace la limpieza de la casa junto conmigo y cuida a los niños y Benjamín que hace las veces de jardinero y mayordomo, aunque ya está un poco anciano y se le dificulta, pero en general todos ayudamos con todo lo de la casa.

Él se quedó pensativo, luego volvió a hacerle preguntas—¿Cuántas habitaciones hay aquí arriba?

En la parte de arriba hay cuatro habitaciones.

—¿De quiénes son?

Rosalind, pensó que aquel hombre preguntaba mucho, pero tenía que responderle, pues no quería que se enojara con ella y la echara. Al parecer, él ahora era el dueño de todo.

—Una es esta, que era donde dormía la señora, la otra habitación es de los niños, las otras dos eran de la difunta madre y abuela de la señora y ahora están desocupadas.

—Es una casa bastante grande, es raro que el duque se la diera a una persona que no era nada de él, para que la habitara sin tener que pagar un peso. Parece ser una casa hecha para que la habite alguien… diferente

—¿Lord Hylton desea que le prepare un cuarto a sus sirvientes?

—Sí, claro que sí, muchas gracias. También me gustaría que nos dieran algo de comer.

—Con gusto, milord—media hora después y sin dejar salir una sola palabra más de su boca, la mujer salió de su dormitorio.

 

 

En la noche, llevaron una bandeja a su cuarto con comida.

—Buenas noches—dijo Rosalind.

—Buenas noches, me gustaría cenar en el comedor.

—Oh…bueno, es que…

—¿Pasa algo?

—La señora estará allí con sus hijos como todas las noches—respondió apenada.

—Bajaré entonces y cenaré con la señora.

Bajó y vio a Claudine totalmente distinta, tenía un vestido de algodón, estilo bata de cuello bajo corte imperio, y su peinado era recogido en moño alto con algunos rizos que caían de manera coqueta, no era nuevo, pero le quedaba perfecto y además resaltaba su belleza. Tenía una pequeña cadena muy delgada, con un pequeño relicario y aretes de perlas. Estuvo tentado a frotarse los ojos, porque de la mujer desarreglada y mal vestida que había visto en la mañana a la que estaba en la mesa, no había punto de comparación. Se veía lindísima, quería decirle lo impresionado que estaba, aunque se obligó a disimular. Estaba comiendo sola, los niños estaban con Rosalind en una mesa aparte como se acostumbraba.

—Señora Leighton, se ve usted muy bien—le dijo sin emoción.

Ella lo vio sorprendida—Buenas noches lord Hylton, muchas gracias

—Espero no le moleste mi presencia—declaró un poco desafiante.

—Para nada—ella se molestó por su tono. La verdad era que  se había arreglado especialmente para la ocasión, pues hasta cuando su sirvienta entró corriendo a su habitación para avisarle que él bajaba, pensaba bajar vestida de manera informal.

—Entonces creo que le haré compañía—le dijo al tiempo que se sentaba en el puesto de cabecera de la mesa.

Claudine, no pudo contenerse, el hombre era un atrevido, ese puesto solo lo había ocupado su padre y luego su esposo, antes de morir. Su ánimo se arruinó y pensó que lo mejor sería cenar con sus hijos en su recámara después de todo.

—¿Pasa algo?—la miró con una sonrisa, que a ella se le hizo antipática.

—Disculpe, pero no esperaba verlo en la cena y por eso envié su cena a la habitación, de todas formas, creo que lo mejor es que sea yo la que me vaya—se levantó.

—¿A dónde  va?

—Me imagino que ya que es el dueño de la propiedad—le señaló a propósito el puesto donde estaba por sentarse— no querrá nuestra compañía.

—Está equivocada, estaría feliz de compartir la cena con tan deliciosa compañía—su mirada se trasladó a sus pechos generosos, que se veían perfectos en ese bajo escote.

—Muchas gracias—dijo sin mirarlo.

—Créame cuando le digo que me haría usted un honor. Por favor, dejemos las discusiones para después y tratemos de llevar un velada agradable ¿Le parece?

Ella no quería tener ninguna velada con él, solo quería echarlo a la calle. Esa era su casa, maldita sea y no quería que ese hombre durara un minuto más allí, pero lo pensó mejor y cuando vio la carita de su hijo que miraba lo que sucedía un poco asustado, trató de tranquilizarse.

—Sí, me parece—tomó un poco de agua para tragar el mal sabor de boca que le dejaba e tener que estar de acuerdo con él.

Una de las criadas, colocó un puesto más y luego comenzó a servir la cena.

—Por aquí no hay tanta ceremonia para servir las comidas, así que discúlpeme sino no lo hacemos a la manera que usted acostumbra a ser atendido por sus sirvientes—su tono destilaba veneno puro, porque  en realidad no lo sentía para nada.

—No me importa, al decir verdad soy bastante descomplicado para esas cosas—sonrió.

—Ya lo creo que si…—respondió ella, irónicamente—aunque me imagino que no que le sirvan cada plato, a tener que ver toda la comida sobre la mesa y servirse usted mismo.

Rosalind entró al comedor y sirvió una deliciosa crema espinaca, mientras ellos se enfrascaban en su conversación.

—De hecho lo veo muy colorido y bastante peculiar—señaló la mesa—toda esta deliciosa comida al estar aquí servida, genera más apetito en mí,  que si me la diera alguien en minúsculas porciones que van supuestamente acorde con las reglas de etiqueta.

Alex comenzó a servirse un poco de todo lo que había. Se notaba que todo estaba hecho con esmero a pesar de que él no era santo de la devoción de nadie en esa casa; una buena pierna de cerdo, verduras calientes, patatas, también había pan de cerveza, su preferido y vino. Era todo un banquete a pesar de que la situación en esa finca era algo precaria.

—¿Es la comida de su gusto?—le preguntó mientras tomaba unas patatas y un poco de cordero.

—Oh sí, es un banquete señorial—se llevó el cubierto a la boca.

—Que bien que le guste, porque es lo último que tenemos—le dijo con toda la intención del mundo.

—¿No tienen más comida?—preguntó sorprendido

—Eso que comemos ahora nos tendría que durar hasta pasado mañana que es cuando llega un poco de dinero a esta casa.

—Mañana le daré dinero para pagar la comida, después de todo, usted no está obligada a dármela por el hecho de que yo sea el nuevo dueño.

—No se preocupe aquí somos pobres, pero no le negamos un plato de comida a nadie.

Él la miró un momento, detallando el vestido y sus maneras delicadas—No me parece usted alguien pobre.

—Bueno, nadie tiene porque saber que estamos en mala situación—le dijo muy tranquila—pero si usted no me cree , puede ir a ver la despensa.

—No hace falta, le creo—dijo divertido, al notar que ella lo consideraba su enemigo y lo miraba desafiante todo el tiempo. Que refrescante era ver a una mujer hacerle frente y no girar la cabeza en cuanto lo veía.

Terminaron de comer en un perfecto silencio, cada uno estaba sumido en sus pensamientos. Rosalind se apresuró a servirles el postre que acaba de hacer.

—Señora, disculpe, que no haya traído el postre antes, pero es que todavía no lo había terminado de asar—dijo apenada.

—No hay de qué preocuparse Rosalind, con lo deliciosas que te quedan esas manzanas asadas, vale la pena esperar, además acabamos de terminar, no te afanes—la tranquilizó.

 

Alex tomó un poco de su plato—Esto es delicioso, Rosalind—le dijo a la mujer que lo veía con preocupación, pues sabía que un postre tan ordinario y tan de campo, no estaba ni comparado con los que hacían los chefs extranjeros a los que estaría acostumbrado, pero a pesar de que ese hombre había llegado con ínfulas de grandeza y sacándolos de la casa, ella tenía la intención de complacerlo para que los dejara quedarse.

—Muchas gracias, su excelencia—le dijo ella feliz, aunque no tenía idea de protocolos y dudo que fuera esa la manera de dirigirse a un vizconde— Solo son manzanas que recogemos de el árbol que tenemos en el huerto. Las pongo a asar y les coloco un poquito de dulce de leche.

—Todo lo que comen lo cultivan aquí?

—Casi todo, respondió Claudine. Tenemos una sola vaca, pero gracias a Dios, es bastante lechera con lo que  podemos hacer queso y mantequilla también. Las verduras son de nuestro huerto, Benjamín se encarga de eso y yo me encargo de los cultivos de fresa, que están del otro lado de la casa.

—Es usted una mujer emprendedora, es admirable.

—Gracias pero no lo hago por mí, lo hago por todos los que vivimos aquí.

Minutos después Josephine se acercó.

—Señora ¿Puedo llevar los niños al dormitorio?

—Sí, claro, querida, pero acuérdate de que debes llevarlos a la guardería y allí los duermes, porque ya no estoy en la misma habitación—le dijo alzando un ceja hacia él. La joven también lo observó con algo de reproche.

—Sí, señora—respondió y se fue por todo el camino murmurando algo sobre los hombres tontos y prepotentes.

Cuando ella desapareció con los niños, Claudine hizo amago de levantarse.

—No, por favor—Alexander la detuvo—Espere un momento— No sabía lo que quería decirle realmente, pero sentía que deseaba disfrutar un poco más de su compañía.

—Podemos salir al jardín?

Ella rió— querrá decir al huerto, hace mucho tiempo que no hay jardín en esta casa, Lord Hylton.

—Alexander por favor, llámeme Alexander.

—Como usted quiera, Alexander.

—Tengo una idea mejor ¿Por qué no me muestra la casa?

—¿Está seguro? Tendríamos que hacer el recorrido con escasa luz, porque a esta hora la casa ya es muy oscura.

—No me importaría, pero pensándolo bien es mejor que lo hagamos mañana, no quiero ser el culpable de algún accidente—le respondió ofreciendo su brazo—la voy a acompañar hasta el dormitorio de sus niños y de paso, me muestra el corredor, cuando estuve en la habitación, pude ver que tiene muchos cuadros allí.

—Oh, sí, son de la familia de Bastien y algunos son de mi madre y otros allegados —Claudine agarró un candelabro y él lo tomó—déjeme llevarlo—siguieron por las escaleras y poco a poco, se fue iluminando el corredor.

—¿Ninguno es suyo?—le preguntó Alexander.

—Tengo los míos, pero son pequeños y los guardo en un baúl.

—Quise decir de su rostro.

Ella se sonrojó un poco, en realidad , nunca nadie me ha hecho una pintura.

—Estoy seguro de que algún día tendrá una, no es posible que una hermosa mujer no tenga un retrato que muestre a plenitud, su belleza. Por lo pronto debería colocar aquí los que tiene de su familia.

—Bueno… ya no tiene caso ¿Verdad?

Él no respondió y eso la molestó, pero entendió que no podía pedirle que accediera a colgar los cuadros de su familia, cuando el hombre parecía ser el dueño, de la propiedad y obviamente querría poner los suyos.

Cada vez que pensaba en eso, quería llorar y de hecho comenzó a sentir que sus ojos se nublaban al ver que la única casa que tenía para sus hijos se le iba de las manos y que si salía de allí mañana, no tendría ningún lugar a donde ir.