Capítulo 4

 

 

Más tarde llegó a su casa cansada y un poco decaída por todo lo que había sucedido. Su hijo Alfonse la recibió y también observó un carruaje con unos baúles. Vio a tres hombres, junto con el cochero y el ayudante de cámara de Alexander. Todos estaban escuchando atentamente al vizconde que les daba órdenes y les decía dónde iban las cosas. Claudine se acercó tratando de contar hasta diez, no podía permitir que su paciencia se acabara, aunque estaba a punto de hacerlo.

—Buenas tardes—todos los hombres voltearon a verla y le hicieron una inclinación como saludo.

—Buenas tardes , señora Leighton, llega usted justo a tiempo para presentarla.

—Señores, ella es la señora Claudine Leighton, la nueva ama de llaves.

—¿Perdóneme?—le preguntó indignada.

—¿Cometí algún error en lo que dije?

Ella lo miró queriendo  asesinarlo, luego le habló a los demás hombres—Disculpen un momento señores —lo tomó del brazo—Me permite un minuto lord Hylton?

—Por supuesto, señora.

Los dos entraron a la casa y se fueron al estudio, ella cerró la puerta detrás.

—¿Quién se ha creído usted para humillarme? Yo soy una inquilina en esta casa, no su sirvienta.

—Claudine, no voy a volver a caer en esto, quedamos en algo y esta mañana usted no me respondió nada, así que asumí que se quiere quedar con su gente y que de paso trabajará para mí.

—Yo soy una dama señor y aunque no tengo su dinero, doy clases en el pueblo y la gente con la que me relaciono, no verá con buen agrado que sea el ama de llaves de esta casa y que de paso les de clases a sus hijas.

—Señora, ese no es mi problema. Usted sabe que la única forma de que se quede es siendo el ama de llaves de la casa y que sus sirvientes, ahora trabajen para mí.

—Lo hace por venganza ¿Verdad?

—No, lo hago porque necesito sirvientes.

—Esta mañana usted dijo que colaboraríamos con las cosas que salen del huerto y de la finca en general.

—Sí, lo dije y me parece lo más lógico que lo hagan, sobre todo porque no todos trabajaran para mí. Las únicas personas capaces de hacerlo son Rosalind, Matilda y usted, el resto de las personas o son muy pequeños o muy ancianos como Benjamín, que hace rato debió haberse jubilado. Y si quiere que sea sincero, Matilda será la ayudante de cocina, porque todo no lo puede hacer, así que le presentaré a uno de los hombres que ha llegado hoy, se llama Peter y es mi chef personal.

—Es usted un patán, un hombre sin corazón y un ladrón—le gritó, perdiendo toda compostura.

Él la tomó del brazo, perdiendo la paciencia—Señora, más respeto por favor, recuerde que es usted una dama y yo soy un caballero, pero no me obligue a olvidarlo. No voy a aguantar sus insultos en mi propiedad.

—No estoy hablando con un caballero.

—¡Ya basta! Nos vamos para el pueblo, le pagaré 15 días de hotel y  después de eso, no es mi asunto a donde se va o que hace con su vida. ¿Me entendió?

—Yo no voy con usted a ninguna parte.

—Entonces, señora, la guardia vendrá, pero esto se acaba hoy, me niego  a ser un intruso en mi propia casa—salió de allí con un portazo y ella se acercó rápidamente a la ventana para verlo hablar con el cochero. Este se fué enseguida en su caballo y ella se llenó de miedo por lo que venía.

 

Claudine, se fue corriendo a buscar a Matilda y a Rosalind, para decirles lo que sucedía. Al momento de llegar, las vio con caras compungidas.

—Ya sabemos lo que está pasando. No debe preocuparse de nada, ese hombre no puede obligarla a servirle, nosotros sabíamos que esto pasaría si la  propiedad se vendía, así que hemos hablado y pensamos que tal vez podríamos vivir con una prima mía, ella tiene una habitación grande donde pone cosas que ya no le sirven y un día me dijo que tenía intención de limpiarla y alquilarla.  Allí podemos vivir Benjamín, Rosalind con su hija y yo, en caso de que él no quiera que trabajemos aquí. De esa manera no tendría que vivir aquí tampoco y podría irse con los niños a una casa rentada, he visto varias.

Claudine casi se pone a llorar — ¿De dónde iban a sacar dinero ellos, para pagar el alquiler de la casita? ¿Y de dónde sacaría ella dinero para pagar una casa?  Lo que recibía por las clases apenas le alcanzaba, además era cosa de tiempo que las demás personas a las que les daba clases, le dijeran que ya no necesitaban de sus servicios y aunque los pasteles, los huevos y las otras cosas, se vendían bien, todo se hacía con lo que se sacaba de la propia finca.

—No podemos Matilda, si salimos de aquí no habrá dinero para salir adelante por más que hagamos cosas.

—Mi niña, —le dijo Matilda, hacía mucho tiempo que no la llamaba así—no queremos ser un peso para ti, entiende que debemos irnos cada uno por su lado, para poder salir adelante.

—No, eso no pasará. Si tengo que trabajar de ama de llaves, pues así será, pero todos estaremos juntos, además Benjamín no tiene la salud para que lo contraten en alguna parte y si de todas formas, me va a tocar trabajar para sacar a mis hijos adelante, prefiero que sea en mi casa, aunque sea para ese desgraciado.

—No quiero ser entrometida, señora, pero si usted no hubiera dicho lo de que era horrible, tal vez, él se hubiera portado distinto.

—Tienes razón, Rosalind, a veces me dejo llevar por mi carácter y eso me da problemas—le dijo con los ojos húmedos—Lo siento tanto.

—No hay nada que disculpar—dijo Matilda—levante la cabeza y si ya tomó la decisión de trabajar para él, entonces hágalo con dignidad.

Estuvieron hablando largo rato, ellos le daban ánimos y le decían que no se preocupara hasta que alguien entró a la cocina, era Lord Hylton.

—Señora, por favor, ¿Me permite un momento?

Ella se levantó y lo acompañó hasta la sala, donde la esperaba el abogado

El señor es Eduard Tolson, mi abogado, que ya desde hace días estaba por venir para arreglar este malentendido. Quiero que le quede claro, que no hago esto por nadie, pero debido a su situación y al cariño que parecía tenerle el difunto Duque a su familia, quise averiguar si de repente había alguna clausula o documento que dejara estas tierras a su nombre.—Bien, señor Tolson quiero que por favor le muestre los papeles que me acreditan como dueño de esta propiedad y que le diga lo que ha investigado hasta ahora sobre la finca y su relación con la familia de la señora Leighton.

El hombre la miró con pena y le extendió unos papeles.

—Señora, me da mucha pena decirle esto, pero la verdad es que el Duque tenía muchas deudas de juego y su difunto hijo también. Usted sabe que el heredero nunca se casó y murió antes de poder formar una familia, pero se dedicó a dilapidar el dinero y a dejarle a su padre el pago de sus deudas. Eso junto con las deuda del propio duque, hicieron que todo se acabara. La finca era muy querida por él, pero jamás dejó algo firmado que dijera que de todos sus bienes ese era para alguien de su familia.

Claudine sentía que sus manos temblaban cuando los tomó, los abrió y miró el documento que decía claramente que Alexander, era el dueño de la propiedad y el precio tan irrisorio por el que la había comprado—Dios, no podía creer que las tierras que tanto había amado su madre y que había tenido esa familia por generaciones, donde habían cultivado con orgullo sus fresales, ahora era de un hombre que ni siquiera sabía su historia. No tenía idea de cuantas lágrimas había derramado ella, cuantos callos tenía en sus manos por las cosechas que le tocó atender con la poca gente que podía contratar, no sabía del árbol donde su difunto esposo le había grabado sus iniciales en un corazón y le había jurado amor eterno, aun cuando después ese amor se fue apagando, eran tantos los recuerdos. Ese hombre había acabado con sus sueños y los de sus hijos, por pensar solo en él, simplemente porque se le dio la gana de tener más propiedades para engordar su riqueza... No se dio cuenta ene se momento de que lloraba, solo notó como de un momento a otro las letras del papel empezaron a verse borrosas y alguien le tomó de la mano.

—Señora Leighton—le hablo Alexander—Por favor, es mejor que tome asiento.

Ella alzó la mirada para ver al culpable de su desdicha, entregarle un pañuelo—Tómelo, se lo ruego. Claudine miró el pañuelo como si fuera un cuchillo, no quería nada de ese hombre. Se levantó súbitamente y se fue corriendo.

—¡Señora Leighton! —la llamó Alexander.

—Déjeme en paz, ya logró lo que quería—le gritó desde lejos. Subió corriendo las escaleras y fue al cuarto de sus hijos. Allí estaba Josephine, que apenas la vio entrar llorando, se puso muy nerviosa y comenzó a hacerle preguntas.

—Señora ¿Pasa algo? ¿Debo llamar a mi madre?

—No Josephine, no hay nada que puedas hacer ahora, solo te pido que recojas tus cosas y las de los niños, nos vamos de aquí.

La muchacha se quedó muda de la sorpresa, pero después, comenzó a hacer las maletas.

—Sí, señora.

Claudine salió de allí, para dirigirse a su habitación, pero recordó que no les había dicho nada a los demás, así que bajó las escaleras, pero se encontró nuevamente con Alex.

—Claudine, por favor, tiene que calmarse.

—Yo estoy calmada señor, ya dejó claro su punto, así que ahora mi gente, como usted le llama, y yo, nos iremos de su propiedad.

—No sea orgullosa, yo no los he corrido de aquí, le dije que si quería quedarse hasta le ofrecía empleo.

—Váyase al diablo, con su todo y su considerada propuesta. ¡Este es mi Hogar! o lo era antes de que usted llegara y por eso no voy a servirle, no tiene usted porque humillarme de esa manera—bajó corriendo y entró a la cocina—Matilda, Rosalind, Benjamín, recojan sus cosas, nos vamos de aquí.

Detrás de ella venía Alex—Claudine, si no quiere pensar en usted y en las personas mayores que la acompañan, piense en sus hijos, mira la hora que es, no puede irse en este momento.

Ella dudó un poco, pero no se amilanó—Nos vamos.

—Está bien, si quiere irse hágalo, pero no se vaya hoy, hágalo mañana con la luz del día. Será mejor para ustedes y más seguro.

—Señora, no quiero contradecirla—dijo Matilda—pero Lord Hylton, tiene razón, es mejor irnos mañana, así tendremos la noche para empacar nuestras cosas.

—Por favor, Claudine, escúchala—le aconsejó Alex.

—Señora Leighton para usted, Lord Hylton—lo miró con odio y luego le habló a Matilda—Está bien, recojan sus cosas y nos iremos mañana a primera hora—se dio la vuelta y subió a su habitación.

 

 

*****

 

 

Ya en su recamara, Alex, no hacía más que pensar que por ser tan impulsivo, se dejó llevar por la rabia y cometió un grave error. ¿Por qué había llamado a la guardia y al abogado? ¿Qué diablos se le metió en el cuerpo para someter a semejante humillación a una mujer que solo trataba de ayudar a su familia y sacar adelante esa propiedad? Si el sitio le había gustado, era porque a pesar de la situación en la que estaba la propiedad, ella la había puesto muy hermosa y no la había descuidado. Tenía que hacer algo, no podía dejar que ella se fuera, nunca se lo perdonaría. Solo de pensar en su difunta esposa y en sus hijos en esa misma situación, le dolía el pecho de solo pensar que si él hubiera muerto dejando solos y desamparados a sus hijos y de repente alguien llegara a su propiedad, dejándolos en la calle, él se habría revolcado en su tumba, sin poder descansar en paz jamás. Tenía que ayudarlos, pero esa mujer era más terca que una mula y su orgullo, era algo monstruoso. Tal vez si…, si le proponía matrimonio, ya no tendría que irse, a pesar de que como hombre, la propiedad sería de él, pasaría a manos de sus hijos cuando el muriera y ella podría disponer de todo lo de la casa como esposa de él. Dios, estaba loco, él era incapaz de casarse, sería como serle infiel a su amada Juliet, su corazón no podría amar a alguien más. ¿Pero y entonces, que vas a hacer?—pensó , malhumorado. Dio vueltas y vueltas en la cama hasta bien entrada la madrugada y de repente tuvo la idea perfecta. Le diría que se casaran , pero no tendrían que dormir juntos, ni tener una vida marital en la casa, solo a ojos de la gente del pueblo serían una pareja unida, pero en la propiedad cada uno haría lo que quisiera sin que el otro lo cuestionara. De hecho él podía vivir en una parte de la propiedad y ella en la otra, sin tener que verse constantemente, podría mandar a hacer una o dos habitaciones más para su uso personal y de esa forma todos contentos. Seguramente ella se sentiría tranquila con esa condición, ya que sabía que le resultaba repulsivo y no querría dormir al lado de un hombre con la cara desfigurada. En cuanto a los niños, los trataría con respeto, pero con indiferencia, de esa manera no se encariñaría. Era un buen trato y así no  perdería la paz y la tranquilidad que quería desde el principio, cuando compró el lugar. Se durmió tranquilo, pensando, que ahora todo estaba bien.

 

A la mañana siguiente, al abrir los ojos, se encontró con una cara conocida al pie de la cama.

—Buenos días—le dijo Alfonse, casi susurrando.

—Buenos días, Alfonse.

—Ya casi nos vamos, pero quería venir a despedirme y a preguntarle ¿porque  no le gustan los niños? ¿Es por eso que le dijo a mi mamá que nos marcháramos?

Alex se sintió como el ser más cruel y despiadado del mundo, viendo la pequeña carita del niño, que le preguntaba con tristeza.

—No, muchacho, no ha sido por eso, pero creo que es mejor que tu madre te lo explique.

— Mamá está muy ocupada y está diciendo malas palabras, cada vez que dice su nombre enseguida dice una.

Alex pensó la sarta de improperios que la amable señora Leighton, tenía que estar hablando de él. Lo mejor era tomar el toro por los cuernos, de manera que se vestiría rápidamente y bajaría.

—¿Qué te parece si sales un momento de la habitación y me esperas afuera? Voy a cambiarme y enseguida salgo.

—Está bien, lo esperaré afuera.

Alex se quedó ausente preguntándose ¿Cómo era posible que en esa casa, ni los niños le tuvieran miedo? —negó con la cabeza, riendo—ese niño parecía ser un nuevo aliado, no un enemigo, como seguramente quería que lo viera su madre. Se cambió e inmediatamente salió para hablar con Claudine. Bajó las escaleras con Alfonse, pero no la veía por ningún lado, luego salieron y la vieron cerca del establo, ayudando a subir algunas cosas al maltrecho coche. Cuando sus criados lo vieron detuvieron la charla y ella se dio la vuelta.

—Buenos días, señora Leighton.

—Buenos días, señor, como puede ver ya estamos empacando y en muy poco tiempo tendrá la casa solo para usted—le dijo con resentimiento, pero sus ojos hablaban de dolor y estaban hinchados porque muy seguramente había llorado toda la noche. No sabía porque pero eso lo hacía sentir como una cucaracha.

—Señora Leighton, sé lo enojada que está conmigo, pero quisiera pedirle que habláramos una última vez, si es posible.

—Realmente señor, no veo de que tendríamos que hablar usted y yo.

—Solo será un momento. Notó cuando los sirvientes la miraron y Rosalind, le colocó una mano en su brazo, le dijo algo al oído y Claudine se calmó un poco. Después de eso, asintió. Él le ofreció su brazo y ella lo tomó, la llevó a un lugar apartado, cerca del huerto, donde nadie los escuchara, ni los interrumpiera, pues no todos los días, le pedía matrimonio a una dama.

—Bien Lord Hylton, no creo que lo que me tenga que decir sea tan importante, como para llevarme tan lejos.

—Se equivoca—le dijo muy serio—Quiero pedirle que se case conmigo—ahí estaba, ya lo había dicho.

—¿Cómo dijo?

Por Dios, había sido duro decirlo una vez y resulta que ahora la mujer estaba mal del oído y quería que se lo repitiera—Dije que si me hace el honor de convertirse en mi esposa.

—¿Se ha vuelto usted loco?—ella lucía muy sorprendida.

—Claudine, sé que no empezamos con el pié derecho, pero usted es una mujer sorprendente y en el poco tiempo que tengo de estar aquí, la he visto pelear con uñas y dientes por lo que considera suyo, defender a sus seres queridos, trabajar de sol a sol para darle un techo y comida a sus hijos y a sus…acompañantes. No es justo que usted se vaya de esta propiedad por la que tanto ha hecho, pero sabemos que no puedo hacer nada al respecto, pues ya la he comprado. En ese momento ella fue a decir algo y el alzó la mano para detenerla.

—Sin embargo, estuve pensando en una forma de que los dos salgamos bien de todo esto y creo que lo mejor sería casarnos. Lógicamente usted no tiene que compartir la habitación, ni tener intimidad conmigo. Sería solo una forma de que se quedara con la casa, en caso q de que algo llegue a pasarme y de que sus hijos la hereden cuando yo muera. De la puerta para adentro seremos dos personas extrañas si usted así lo quiere, solo nos veremos en el comedor, pero usted y sus hijos tendrán sus habitaciones , y yo tendré la mía, haré mis cosas en el estudio y mandaré a construir dos habitaciones más, para mi uso personal. Mis sirvientes estarán a mi servicio y al suyo y esperaría lo mismo de quienes trabajan para usted. Tendrán que aprender a convivir, como lo haremos nosotros. De las puertas hacia afuera seremos conocidos como una pareja unida, amorosa, sin problemas.

—Señor, no siga hablando, este es el plan más loco que he escuchado en mi vida—hizo amago de irse, pero él, la retuvo gentilmente tomándola del brazo.

—Solo piense antes de darme una respuesta definitiva.

—No tengo nada que pensar.

—Es usted la mujer más terca que he conocido en mi vida—le gritó exasperado.

—No me importa lo que usted piense, señor—lo dejó solo y salió furiosa en dirección al coche, cuando estaba llegando Matilda se le acercó— ¿Sucede algo malo, señora?

—Nada importante, el hombre se ha vuelto loco y quiere que me case con él.

—No es una mala idea—habló Rosalind.

Claudine la miró como si estuviera loca—Si ese hombre y yo nos casáramos, en cualquier momento, nos mataríamos. ¿No han visto que nos odiamos?

—Señora, bien reza el dicho, que del odio al amor hay solo un paso—rió.

—Oh Matilda, por favor, mejor vámonos que se nos hace tarde.

El viejo Benjamín que casi nunca hablaba, se puso de pié—Ahora, señora, me va a escuchar, toda la vida le serví con mucho amor y obediencia a los antiguos señores de la casa, luego a usted cuando se casó con su difunto esposo. Dios sabe que le tengo mucho cariño y que la veo con todo respeto, como una hija.

—Lo sé Benjamín.

—Déjeme terminar, se lo ruego.

Claudine se sorprendió por la molestia de su voz, pero guardo silencio.

—Mire a su alrededor y dígame si no le preocupa lo que va a pasar con todo esto—señaló los alrededores. Dígame si va a poder estar tranquila sabiendo que no será lo mismo que otros cuiden este sitio y no usted que le ha entregado tanto amor.

—Claro que sí, pero...

—Y ahora dígame lo más importante ¿No le preocupan esas dos criaturas que tiene?

— ¡Por supuesto que sí!—exclamó indignada.

—Entonces , hágalo por ellos, nosotros somos viejos y no duraremos muchos años más en este mundo. Rosalind a pesar de que puede ser duro al principio, estoy seguro de que va a encontrar un buen trabajo para ella y su hija, pero sus dos niños van a sufrir porque usted tendrá que trabajar más para poder mantenerlos y casi no los verá, si se enferman y no hay dinero para un médico puede pasar algo terrible, su hijo será pronto un caballerito que dependerá de sus buenas relaciones y las de sus padres para salir adelante, sin hablar de que su hijita, solo tendrá un futuro asegurado, casada con un buen hombre que tenga una buena posición social, y eso lo logrará si tiene una buena dote.

—Eso es algo que siempre estoy pensando, Benjamín.

—Entonces si tanto lo ha pensado, ¿cómo es que no le dijo a ese caballero que sí, cuando sabe que esa es la respuesta a las suplicas que tanto le ha hecho a Dios durante todo este tiempo? Señora, si usted de verdad piensa en lo que le conviene a su familia, debe echar ese orgullo bien lejos y aceptar lo que ese hombre le propone.

—No es tan fácil, Benjamín.

—¿Y cree para él fue fácil proponerle matrimonio a una mujer que acaba de conocer? Ese hombre hace esto por ayudarla, él le está tendiendo la mano a pesar de que esta es su casa ahora y de que no se lleva bien con usted.

Claudine lo pensó un momento y luego bajó la cabeza con tristeza—Esto no estaría pasando si mi esposo hubiera pensado en sus hijos primero que en él, si no se hubiera ido a la guerra dejándome sola—luego, caminó lentamente hasta la casa, como un sentenciado a la horca, no quería darle el gusto a ese hombre de agachar la cabeza, pero parecía que de una forma u otra, eso era lo que el destino tenía previsto para ella.

Caminó por las habitaciones, hasta ver un lacayo de los que ya estaban viviendo en la casa y le pidió hablar con Alexander, minutos después él estaba allí.

Claudine no sabía que decir, sus manos estaban frías—He cambiado de opinión.

Alex, estuvo a punto de hacerla pasar un mal rato, para quitarle un poco esa soberbia, pero cuando bajó la mirada y vio como retorcía sus manos, se dio cuenta de que ya la estaba pasando bastante mal. Sintió pena por ella

—Bien, me alegro que haya recapacitado, entonces creo que debemos arreglar algunos detalles a solas, para que después no existan malos entendidos, pero mientras—miró hacia afuera, donde se encontraba el pequeño Alfonse—dígales a todos que entren, después de que hablemos, ya se encargará usted de decirles cómo van a ser las cosas de ahora en adelante.

Ella asintió y fue a avisarles, pero Alex, no la dejó y llamó a uno de sus sirvientes, que estaba allí de pié, haciéndose el que no oía ni veía nada, puesto que su trabajo, era parecer una estatua, cuando nadie lo necesitara—Henry, haga el favor de decirles a las señoras y al señor Benjamín, que por favor entren y se pongan cómodos, mientras la señora y yo estamos en el estudio.

—Como usted diga, milord—el hombre enseguida salió.

—Acompáñeme, vamos a un sitio más tranquilo—le hizo señas para que lo siguiera y entraron al estudio.

Ella estaba nerviosa y no sabía bien que decir, pero trataba de dar la apariencia de que manejaba la situación.

—Quisiera que entendiera, que no hay nada de qué preocuparse, yo nunca le faltaría el respeto y estamos haciendo un trato, que aunque verbal, pienso cumplir a cabalidad. No la tocaré y usted vivirá aquí como si yo nunca hubiera venido a vivir aquí.

—¿Porque está haciendo esto?

—Porque no quiero verla mal, usted es una mujer sola y cualquiera se querría aprovechar de eso, pero yo soy…un hombre… desfigurado, que no le inspira ningún sentimiento a una mujer y estoy resignado a no tener más familia.

—¿Más familia? Es decir que… tiene una familia—afirmó.

—No, ya no más, tuve una familia y murieron hace un tiempo—no la miró cuando lo dijo, pero en su voz, se notaba aún su dolor.

—Lo siento mucho—sintió pena por él.

—Fue allí donde mi rostro se quemó y es por eso que prefiero llevar esta máscara, no me gusta cuando la gente huye despavorida, aunque me ha pasado más de una vez, sin importar que la lleve puesta. Lo que me lleva a preguntarle, porque ustedes no parecen tener miedo de mi rostro—la invitó a sentarse.

Claudine tomó asiento frente a él—Somos gente sencilla, hemos visto muchas cosas y mucha gente del pueblo que ha servido en la guerra, murió y los que vivieron, quedaron mal de la cabeza, otros con sus rostros desfigurados o miembros mutilados. Tal vez, para una dama se desmayaría al ver esas cosas, si es que su familia le permite estar al menos a un metro de distancia de alguien así, pero yo soy una mujer de pueblo, que alguna vez tuvo una mejor posición que algunos, pero ahora no y en muchas ocasiones ayudé a esas personas, ya que Matilda fue enfermera y luego niñera de mi esposo y los hermanos de este, me enseñó a cuidar heridas y preparar medicinas con hierbas que se cultivan en el área.

—Algo muy útil, me imagino.

—Sí, de hecho para una mujer que vive en una finca, retirada del pueblo, con dos niños pequeños, es realmente una bendición.

—Cuénteme algo más de usted—la miró como si de verdad le interesara.

—No hay mucho que decir, soy una persona normal, que trata de seguir adelante, no me meto con nadie, no le hago daño a nadie, no me gustan las habladurias.

—¿Puede estar a mi lado en reuniones sociales sin sentir asco?—le preguntó súbitamente.

—Por supuesto que puedo, usted no me produce asco—lo miró directamente a los ojos.

El sintió algo en su corazón por aquellas palabras y sin pensarlo tocó su mano, pero ella inmediatamente la retiró—no fue asco, fue como si un rayo le cayera encima, era la cosa más extraña que había sentido en toda su vida.

—Se supone que debo pensar que no me tiene asco, señora Leigton?

—Perdóneme—le dijo avergonzada—no es lo que usted piensa.

—Mejor sigamos con nuestro arreglo, yo viviré mi vida lejos de usted cuando estemos en la casa, pero si me gustaría que Matilda ayudara a Joseph y que Rosalind consiguiera dos criadas más, que ojalá fueran personas de su entera confianza. Benjamín solo trabajará en el huerto y el resto del tiempo descansará como lo debe hacer una persona de su edad y la muchacha, será su doncella, para ayudarla en lo que necesite.

—No hace falta, yo…

—Usted va a convertirse en la esposa de un vizconde señora, por lo tanto debe comportarse a la altura de su posición, no quiero ofenderla, pero me gustaría que cambiara un poco su forma de vestir y que visitara a la mejor modista del pueblo. Si no la hay, iremos al siguiente pueblo, o encargaremos a la ciudad, pero su guardarropa debe ser cambiado totalmente y todas las cosas que le gusta hacer, las puede hacer después de que no intervengan con sus deberes como la esposa de un vizconde.

—No me ofendo, sé que obviamente mi ropa no es comparable con la de una dama de la nobleza. ¿Ya terminó de dar órdenes? Y otra cosa ¿Ya habló con sus sirvientes de nuestro trato? Porque si no lo ha hecho y ven que su esposa no duerme con usted y que su habitación queda lejos de la mía, las murmuraciones y las habladurías llegarán al pueblo, antes de que se termine la primera semana de casados.

—Ellos son de mi entera confianza, así que no tiene de que preocuparse.

—Bien, entonces ya que hemos aclarado todo…

—Su habitación será la que está al lado de la mía y nadie tiene que hablar porque entre la nobleza muchas parejas tienen su propia habitación y solo cuando sienten deseos de…bueno…usted me entiende, entonces uno visita al otro.

—Bien…no tengo deseos de hablar de estas cosas con usted, así que si ya lo dijo todo, me iré.

—Una cosa más, señora Leighton. Yo puedo ser un vizconde y se supone que mi matrimonio debe ser todo un acontecimiento, pero realmente no tengo ganas de darle gusto a los que gozan con habladurías, ni de llenarle el estómago a la gente chismosa del pueblo, así que nos casaremos solo en presencia de los que viven en la casa.

—¿Ni siquiera le dirá a su familia?

—Si les digo, la boda demorará y la gente comenzará a hablar de su reputación.

Claudine evitó el tema, para no decirle que ya lo estaban haciendo.

—Hablaré con el sacerdote para averiguar cuando nos puede casar, pero creo que primero se deben hacer  las amonestaciones.

—Está bien—se fue sin decir nada más, pero con un cierto dolor en el pecho porque jamás pensó volver a  casarse y ahora que estaba pasando, veía como un momento que debía ser tan importante en su vida, quedaba reducido a un contrato firmado y una gran actuación.

 

*****

 

 

Eran las 8 de la mañana y era muy tarde para ella, por lo general se levantaba a las 5 para comenzar los quehaceres y dejar todo listo y organizado, antes de las 10 de la mañana , hora en la que tenía que irse a dar clases. De todas formas aprovechó para hablar con los padres de sus alumnas y decirles que no podría seguir con ellas. Le habría encantado seguir, pero la realidad era que una dama, esposa de un vizconde no podía rebajarse a trabajar. Lord Hylton había sido muy claro en ese asunto. Estuvo un rato en la sala y no vio a nadie. Pasó por la cocina y se encontró con Rosalind y Matilda.

—Buenos días señora.

—Buenos días Rosalind, buenos días Matilda. Pensé que Benjamín estaría por acá—no se perdió el hecho de que el chef de Lord Hylton estaba allí, haciendo un montón de cosas y que Rosalind no tenía muy buena cara.

—Amaneció algo achacoso este día. Le dije que mejor limpiara las recamaras hoy, y luego me ayudara con la bodega. El clima es bastante frío en el jardín.

—Tienes razón, el pobre, debe estar mal.

Escucharon pasos y vieron a Alex que se asomaba a la cocina.

—Oh, buenos días Lord Hylton, nuevamente salió a cabalgar, veo.

—Cuando estoy en el campo me gusta aprovechar el día desde bien temprano y luego desayuno.

Ella vio su cuerpo atlético, algo que saltaba a la vista, ya que estaba vestido con traje de montar, piernas fuertes, torso amplio, no era ningún dandi delgaducho. Su rostro estaba cubierto por la máscara. Se preguntó si no tendría calor con eso en la cara.

—¿Le gustaría un vaso de limonada?

—Me encantaría —respondió y el gesto de su cara se suavizó un poco. Por un momento se veía jovial y su actitud adusta se fue solo por un momento.

Ella tomó un vaso de vidrio y le sirvió un poco.

Ummm, deliciosa—perdone la pregunta, pero ¿Qué hace levantada tan temprano?

—Siempre lo hago.

—Pensé a que a esta hora las mujeres dormían su sueño reparador, más o menos hasta las diez de la mañana.

—Oh si, muy seguramente lo hacen las señoritas de sociedad, pero una mujer de campo, no se puede dar esos lujos.—rió.

Alex pensó que se veía hermosa sonriendo, su rostro se transformó completamente y prácticamente resplandecía.

—Si me permite el atrevimiento, tengo que decir que es usted una hermosa dama.

Ella se avergonzó un poco, hace mucho no recibía un cumplido de parte de un hombre, mucho menos de uno como él. No quería sentirse así de incómoda y tampoco sabía que decir, de manera que cambió la conversación.

—Hoy, Rosalind va al pueblo a buscar provisiones—no quiso decirle que también iba a llevarle las mermeladas y tartaletas a la prima de Matilda para que las vendiera—¿Necesita algo del pueblo?

—No, en el momento, pero mi ayuda de cámara , necesitará algunas cosas y me gustaría que Rosalind o benjamín, le dijeran donde están.

—Si, por supuesto—Rosalind, indícale al ayudante de cámara de lord Hylton, donde guardas, las cosas de baño y lo que necesite.

—Sí, señora.

¿Usted va a alguna parte?—preguntó Alex.

—Sí, voy a hacer algunas diligencias y regreso.

—Podríamos desayunar juntos primero, no me parece prudente salir sin haber comido algo. ¿No le parece?

Podría ser…—no le gustó que ya le estuviera dando órdenes.

Alex le ofreció su brazo y se dirigieron juntos al comedor. Cuando estaban allí el mayordomo les sirvió rápidamente un poco de té. Después de eso, desayunaron y hablaron de cosas banales, ninguno de los dos quería romper la pequeña tregua que se había creado entre los dos.

 

 

Capítulo 5

 

Al llegar del pueblo de hablar con la modista y hablar con las familias para las que trabajaba, Claudine comenzó a buscar a su hijo, pero no lo encontró donde lo había dejado.

—Josephine querida ¿De casualidad has visto a ese travieso hijo mío?

—No señora, yo estaba con la bebé y él me dijo que estaría con Benjamín. —Iré a buscar a Benjamín—le respondió un poco temerosa, no quería asustarse por una tontería, seguramente estaba jugando en el huerto o correteando algún conejo.

Cuando llegaba donde se encontraba Benjamín, vio que Alex llegaba a su encuentro.

—Lord Hylton…

—¿Qué sucede? La veo inquieta—le preguntó preocupado.

—Bueno, es que no encuentro a mi hijo por ningún lado.

—Oh sí, él me había dicho que quería cabalgar, de hecho quedamos en hacerlo más tarde, pero se me fue el tiempo en unas cosas y no pude hacerlo.

Claudine perdió todo el color en su rostro—Oh Dios no! —salió corriendo como si la persiguieran.

Alex salió a correr detrás de ella ¿Que sucede? Porque está tan asustada?—le preguntó ya preocupado.

—Ese niño es muy testarudo cuando quiere y si usted le prometió cabalgar y no le cumplió, estoy segura de que lo ha hecho por su cuenta.

Claudine sentía que algo malo había pasado y mientras corría al granero, sus ojos no dejaban de derramar lágrimas.

Llegaron y ella enseguida notó que uno de los caballos faltaba.

—Lo sabía!—gritó desesperada.

—No se preocupe, iré a buscarlo de inmediato—Alex dio la orden a su lacayo, de que ensillara su montura y enseguida salió a buscar al muchacho.

—Voy con usted.

—No, iré solo, así será más rápido—salió cabalgando apresuradamente.

Ella le gritó a lo lejos—Por favor, traiga a mi niño de vuelta!

Alex estuvo buscando por todas partes sin suerte hasta que a lo alto de la colina, vio el caballo pastando. Fue hasta donde estaba y bajó de su montura.  Vio horrorizado que el muchacho había caído colina abajo y cuando se acercó a verlo, noto que su brazo estaba partido. Sin duda era una fractura y le dolería mucho al ponerlo nuevamente en su lugar.

Cabalgó de vuelta, tan rápido como le fue posible con el caballo del chico atado al de él y el niño recostado junto a su pecho. Estaba llegando cuando escuchó el grito desgarrador de Claudine y supo que ya había visto a su hijo y lo mal que estaba.

—Démelo—le pidió al niño apenas llegó.

—Espera Claudine, hay que bajarlo con cuidado—se dirigió a su cochero y le dijo que buscara al doctor del pueblo enseguida. Luego lo llevó en brazos a la habitación.

 

 

El doctor había llegado tan pronto como le fue posible, teniendo en cuenta que los caminos andaban bastante malos debido a la lluvia del día anterior. Cuando lo examinó vio que tenía fractura en el brazo y tuvo que ponerle el brazo en su posición correcta. Afortunadamente el niño estaba inconsciente y no sufrió, pero Claudine horrorizada vio todo el procedimiento y las lágrimas que su hijo no había derramado, las derramó ella. Lo más grave no era la fractura, sino la pequeña contusión que tenía en la cabeza, debido al golpe. Ella empezó a llorar desesperada—Oh Dios no, no—se tapó las cara con las manos—mi pequeño, porque tenía que pasar esto?

—Señora Leighton, estas cosas pasan, los  niños son in quietos. Yo mismo, sufrí bastantes magulladuras cuando era apenas un crio, mi madre que en paz descanse decía que yo era peor que una liebre, me la pasaba saltando de un lugar a otro.

—¿Usted cree que se salve doctor?

—Pero por supuesto, mi querida señora, esto pasará pronto, hay que esperar a que despierte, pero con estas compresas de linaza y un poco de extracto de plomo, sobre la herida de la cabeza, la contusión ira mejorando. Por favor que la herida esté engrasada antes de colocar el extracto de plomo. Esto hágalo por una hora, diariamente. De todas formas mañana muy temprano volveré para ver si hay mejoría.

—Muy bien, doctor, así lo haré. Muchas gracias. El doctor salió de la habitación para seguir haciendo sus visitas del día y ella se quedó allí mirando a su hijo un buen rato.

—No debes preocuparte, todo saldrá bien—dijo Alex, sorprendiéndola, pues ella pensaba que estaba sola en la habitación.

—Y si no me preocupo yo… ¿Quién lo hará? Es mi hijo y solo a mí me importa su bienestar—habló molesta.

—A mí también me importa, en el poco tiempo que tengo de estar aquí, hemos aprendido a llevarnos bien y…

—¡Mentiroso!—le gritó, todo esto es por tu culpa, si de verdad te interesara mi hijo siquiera un poco, no le habrías dejado esperando y él nunca habría tomado ese caballo, eres un egoísta, no te costaba nada acompañarlo.

—Usted no me va a culpar a mí de su negligencia como madre—le respondió él perdiendo la paciencia—Ese niño se la pasaba solo y la única que lo cuidaba de vez en cuando es Josephine que también es una niña y que además tenía que estar pendiente de su otra hija. Debería estar pensando en su educación, pero está más preocupada por educar a la sociedad y pasarla en el pueblo, que por sus hijos. Si yo fuera su padre , se los quitaría.

—¡Maldito!—se le abalanzó encima—Gracias  a Dios , no es su padre, porque él era mejor que usted y por lo menos tenía un corazón en el pecho, no una piedra—le dio puños en el pecho, pero Alex no parecía inmutarse siquiera. Después de un momento él la retuvo por los brazos

— ¡Cálmese mujer! Su comportamiento no es el de una dama. Solo va a lograr enfermarse y entonces estaremos peor, con dos enfermos en lugar de uno.

— ¿Qué tipo de persona es usted? Con razón está solo, nadie querría tener nada que ver con un monstruo sin sentimientos como usted.

Sus palabras lo hirieron, pero él no mostró reacción alguna.

—Lárguese de aquí, déjeme  tranquila con mi hijo.

—Me iré por el momento, pero piense bien lo que dice, porque nadie me da órdenes en mi propia casa.

—Por favor señor, se lo ruego, no hay necesidad de humillarla, es que no ve que está desesperada por su hijo?—Matilda no pudo evitar meterse en la conversación, molesta al ver la forma en que trataba a su señora, sin tener ninguna consideración.

Él no le responde y solo se va de la habitación, dejando a Claudine llorando desesperadamente.

Matilda le acarició la espalda a Claudine——Señora debe calmarse, no se preocupe que estoy segura de que pronto mi niño va a despertar y otra vez estará haciendo travesuras.

—Eso espero , Matilda. No sé qué haría sin mi bebé.

 

*****

 

Despertó desubicada  y con un horrible dolor en el cuello. Al momento de incorporarse notó que tenía su mano agarrando la de su hijo y recordó entonces lo que había sucedido. Sus ojos volvieron a humedecerse y vio su pequeño bracito vendado y su cabeza también. Su respiración era tranquila y al tocarlo vio que no tenía fiebre, le agradeció a Dios por eso.

—Mi cielo, abre los ojos, tienes muy preocupada a tu mami.

Y como si la hubiera escuchado, sus ojos comenzaron a moverse con dificultad hasta abrirse por completo.

—Mami

—¡Mi vida, mi niño!—Claudine lloró de alegría y alivio-enseguida corrió a la puerta—Rosalind, Matilda—las llamó. Las dos llegaron casi enseguida y al ver al niño despierto y que pedía comida, comenzaron a reír y llorar al mismo tiempo.

Alex escuchó la algarabía y salió de su recámara para ver lo que estaba sucediendo y se encontró a Matilde.

—¿Qué sucede?

Ella no de muy buena gana, le dice que el niño despertó y que ha pedido comida.

Un momento después él entra a la habitación sin anunciarse y encuentra al niño siendo arrullado por su madre. Contempla la escena, el rostro de Claudine es de tranquilidad, nada que ver con la mujer desesperada del día anterior, y se arrepiente de haberla tratado tan mal.

—Me da gusto que Alphonse se haya despertado—ella lo voltea  ver solo un momento, pero actuó como si él ni siquiera estuviera allí. Alex se quedó un rato allí y luego se movió al otro lado de la cama de Alphonse—Nos dio un buen susto jovencito

—Lo siento—dijo el niño apesadumbrado.

Claudine se molestó con Alex por hacer sentir mal a su hijo—No lo hagas cariño, tú no tienes la culpa de nada—miró de reojo a Alex.

—Es cierto muchacho, no debes sentirte mal, todos cometemos errores. Por un momento Claudine y él se miraron, casi retándose—Lo único que digo es que todos nos preocupamos mucho por lo que sucedió—luego miró al niño—Cuando te sientas mejor , cabalgaremos. ¿Te parece?

El niño emocionado asintió.

—Ya veremos—agregó Claudine enseguida. Ese era su hijo y aunque ese desgraciado mandara en su casa, sobre sus hijos lo hacía ella.

Alex no se perdió el hecho de que ella no estaba muy de acuerdo con que salieran a cabalgar, pero no dijo nada más.

—Aquí vengo con un caldo que te hará sentir mucho mejor, mi niño—dijo Matilda que entraba con una bandeja.

—Y después a volver a descansar—agregó Claudine y le dio un beso en la frente. Salió de la habitación y Alex la siguió. Cuando estaba segura de que el niño no la escuchaba, se volteó y le dijo molesta—Le agradezco que no le meta ideas a mi hijo sobre cabalgar con usted.

—¿Por qué no?

—Porque no quiero y punto—se dio la vuelta y lo dejó allí.

Alex estuvo a punto de detenerla, pero en lugar de eso, se detuvo a pensar que era una mujer orgullosa y él la había humillado, le había gritado cosas de manera insensibles frente a todos. Sabía que se sentía herida y que debía remediarlo ¿Pero cómo lo hacía?

Pasaron los días y el niño mejoraba, ella siempre estaba pendiente de la casa y la mayor parte del tiempo estaba en la cocina con sus pasteles y tartas. Aunque le decían que ya no tenía necesidad de hacerlo, ella seguía porque no lo tomaba como una obligación sino como algo que disfrutaba hacer y la entretenía. Alex , la veía hacer sus cosas y le hablaba de manera cordial, ella le respondía de la misma forma, pero las palabras que él le había dicho, siempre estaban entre ellos dos. Algunas veces Alex la escuchaba cantarle a la bebé y por un minuto, se imaginaba que era su bebé el que ella tenía en brazos. En ese mismo momento se reprendía a sí mismo, por si quiera tener en la mente una idea como esa, cuando su mujer había muerto junta con su hijo y él se había prometido nunca volver a tener una familia.

Se encontraban en la cena y a veces muy temprano en el desayuno, pero Alex tenía que sacarle las palabras de la boca, porque casi no decía nada.

Un día ella estaba en el jardín y el la vio por la ventana. Se dijo a si mismo que debía terminar con esa situación y se armó de valor para ir a buscarla. Se veía relajada y sonriente, viendo a lo lejos el paisaje hasta que escuchó su voz.

—Buenas tardes.

—Buenas tardes, Lord Hylton—respondió de mala gana.

—Bonito día ¿verdad?

—Sí, muy bonito.

—No hemos hablado mucho en estos días

—No—respondió sin ánimo de seguir la charla.

—Quería saber cómo van los preparativos de la boda.

Ella suspiró—Muy bien señor, no debe preocuparse por nada.

—Sé que no debo hacerlo, pero faltan 10 días y no quiero seguir así.

—¿Así? No lo entiendo.

Se aclaró la garganta—Molestos.

—Creo que usted ha dejado claro, que yo ya no soy nadie en esta casa por lo tanto no puedo tomar decisiones aquí y de paso también me ha dejado muy claro qué opinión tiene de mi como persona y madre.

—Lo siento mucho, me exalté demasiado, cuando me culpó de lo del niño y recordé a mi propio hijo y su muerte. Yo siempre me he culpado de la muerte de mi familia—le dijo con un semblante bien triste.

—Yo…no lo sabía—se quedó mucho tiempo sin decir nada más. —Toda mi vida me he esforzado por salir adelante, junto con mi familia. No ha sido fácil la vida para nosotros , pero nos hemos esforzado por ser personas de bien y vivir lo mejor que podemos con el fruto de nuestro trabajo. Mi abuela era hija de un caballero francés con fortuna, pero con malos amigos, que perdió todo lo que tenía por engaños de sus socios y por no saber administrar bien lo que tenía. Su madre era una mujer acostumbrada al buen vivir y a la opulencia que no resistió cuando su padre quedó sin nada y se consumió en menos de un año. Ni él ni ella, pensaron en su hija, cuando se quedó sin ellos tenía solo 16 años y sin familia que pudiera hacerse cargo de ella, solo pudo vender algunas joyas que logró guardar unas eran de su madre y otras eran regalo de su padre. De sus vestidos quedaron muy pocos, ya que también los mal vendió para pagarse comida y un pasaje a Inglaterra. Cuando llegó buscó trabajo por todos lados y no lo consiguió. Afortunadamente el Duque llegó a su vida en ese momento Ella lloraba en un parque ya casi de noche y él pasaba por allí en su carruaje y vio a una muchacha bien vestida, sola en un parque, cosa que le causó curiosidad. Ella le contó lo que le había sucedido y él en ningún momento desconfió de que fuera cierto, le dijo que se quedara en su casa como una invitada y ya verían que podían hacer para sacarla de apuros. Mi abuela decía que él estaba sorprendido por el parecido de ella con su difunta hermana, que había muerto de tuberculosis y tal vez, eso lo motivó a darle la mano. Cuando llegaron a su casa, allí también estaba su primo Eduard, un casanova, que andaba detrás de cualquier falda. Cuando vio a mi abuela se obsesionó con ella, la cortejó y le hizo creer que la desposaría. La pobre creyó en sus palabras y se entregó a él, luego de eso, nunca lo volvió a ver y aunque el Duque lo trató de obligar a cumplir su palabra, la familia de otra jovencita a la que él le había hecho lo mismo, terminó por hacer que se casaran apresuradamente para evitar el escándalo. De manera que mi abuela quedó con su poca reputación arruinada y embarazada.

—Ya veo. Y el duque terminó dejándola vivir en esta finca para ayudarla.

—Sí. Eso hizo. Mi abuela se dedicó en cuerpo y alma a su pequeña hija y con el tiempo mi madre se casó, mi padre se quedó con ellas viviendo en la finca y comenzaron a cultivar fresas. El duque nunca les cobró un centavo, ni renta, ni nada. Siempre dijo que se sentía culpable por lo que su primo le había hecho a mi abuela y lo menos que podía hacer era cuidar de ellas, así que por eso esta finca se convirtió en nuestro hogar. Siempre he visto por mis hijos y cuando mi marido murió me quedé sola y desesperada con deudas que él había hecho, pero me negué a rendirme y de esa manera poco a poco y con la ayuda de la gente que me vio crecer , he podido salir adelante. El duque al principio pasaba mucho por aquí, pero luego su enfermedad ya no lo dejaba salir y era yo quien lo visitaba, en una de esas visitas me prometió que no me desampararía , que él sabía lo duro que era salir adelante a una mujer sin un marido y que arreglaría los papeles de la finca, luego de eso se fue a un viaje para mejorar su salud y fue lo último que supe de él—lo miró directamente a los ojos—Yo no soy una mala mujer, tampoco soy una vanidosa que solo quiere estar paseando en el pueblo sin cuidar a sus hijos. Lo que yo hago, lo hago por mis hijos a los que amo más que a nada en el mundo, esta finca no se mantiene sola y es todo lo que tengo—le dijo con vehemencia, luego rectificó—bueno…era todo lo que tenía, ahora ya es suya.

—No fue mi intención decir lo que dije ese día, fue muy hiriente y descortés de mi parte—quiso tocarla, pero pensó que tal vez ella lo rechazaría—lo siento mucho.

—Si lo sintiera , nunca lo habría dicho—le reprochó—¿Ve estas manos?—le preguntó con rabia—Tóquelas—las extendió.

Alex las tomó y vio con disgusto que no eran las manos suaves,  de una dama que se dedicaba a tocar el piano, a hacer costura y tomar el té con sus amistades. Estas eran las manos de alguien que trabajaba duro, que lavaba, planchaba, cultivaba y hacía todo lo que fuera necesario por los suyos.

Yo…sé que no estuvo bien lo que dije y pude ver lo mucho que se esfuerza no solo por sus hijos sino también por todos los que ama y viven aquí—no soltó sus manos a pesar de que ella trató de retirarlas.

—Por favor—le dijo

—Claudine, yo sé que no soy el mejor hombre, pero quiero ofrecerle una buena vida. A veces me equivocó en mis apreciaciones y por eso me disculpo y le prometo que no volverá a suceder. Usted es una mujer sorprendente, más que muchas damas de alta sociedad que haya podido conocer.

Ese día los dos hicieron una tregua para llevarse bien, a pesar de que le disgustaba verlo mandar en la casa y su tono autoritario para con ella, algunas veces.

El día de la boda llega y Claudine se sentía terriblemente nerviosa. Alex había llevado un experto y las mejoras de la finca eran muchísimas en solo cuatro semanas habían arreglado desde el techo que tenía goteras hasta el establo. La casa principal era algo digno de ver, ya de por sí, era preciosa, pero ahora estaba imponente y todo el mundo en el pueblo hablaba de ella.

La modista le había entregado su vestido de novia y el resto de su nuevo guardarropa, otra idea más de su futuro esposo. No lo había visto en todo el día y cuando al fin se encontró con él, ya estaban frente al altar en la pequeña capilla de la casa principal, diciendo acepto.

Toda la familia de él estaba allí, como también algunos de sus amigos. Por su lado solo estaban, sus hijos, Rosalind, Matilda Josephine y el viejo Benjamín que ese día estaba muy elegante, ya que Alex se empeñó en que todos se vistieran a la altura del evento si iban a ser sus invitados, así que también ellos estrenaban vestiduras ese día.

Ella ese día llevaba un vestido en tono crema de raso y encaje de terciopelo blanco en la parte inferior y el escote. Su cabello peinado en un moño alto que dejaba espesos rizos en la parte de atrás le daba un aire de nobleza. Se colocó un juego de collar aretes y pulseras de perlas y oro, regalo de su esposo. Zapatillas blancas y guantes acompañados de un hermoso ramo de flores en colores crema y rosa pálido. Su doncella y Josephine que estaba allí también ayudand0ola a vestirse, le dijeron que parecía otra y ella no lo creyó hasta no verse en el espejo. Al hacerlo se quedó muda de la impresión, verdaderamente parecía una dama de sociedad. Esperaba que los demás pensaran lo mismo, aunque ella no había querido ocultar su origen a nadie y fue algo que le pidió a Alex.

Después de la boda hicieron un desayuno de bodas, muy elegante en el salón azul, que era uno de los más grandes de la casa. En un principio la idea era hacerlo en el jardín, pero se veían unas cuantas nubes negras en el cielo y la hermana de Alex que era la que organizaba todo, prefirió hacerlo todo dentro de la casa. Había muchas cosas para comer, variedad de bollos , panes, huevos, chocolate, tostadas con mantequilla, jamón, sopa y muchas cosas más. La torta era hermosa, decorada con flores reales y una deliciosa capa de azúcar, cuando la cortaron el sabor era exquisito, estaba hecha de frutas secas y vino. No cabía duda, de que habían pensado en todo para que los asistentes se sintieran bien y fueran tratados como reyes. Estaba segura de que las chismosas del pueblo que habían ido, no dejarían de hablar por un buen tiempo. La música estaba a cargo de una pequeña orquesta y la gente se veía bastante animada como para bailar, pero ella no quería saber de bailes, estaba demasiado nervioso con todo esto, eran muchos cambios al mismo tiempo. Estuvieron un buen rato con los invitados y luego bailaron el vals. Alex se movía con gracia y en todo momento la hizo sentir en las nubes, a pesar de sus nervios, este había sido su momento preferido del día. Ya en la tarde se despidieron de los invitados y subieron a las habitaciones, cada uno se fue a la suya, pero se suponía que estaban comunicadas por un hall interno y compartían un enorme y elegante baño. Ella no estaba acostumbrada a esas modernidades, pues en su finca el baño estaba afuera de la casa rodeado por flores de lavanda, pero aquí todo estaba a la mano y era mucho más cómodo.

Su nueva doncella la ayudaba en ese momento a quitarse el collar, cuando el entró con una bata negra de seda, se veía muy apuesto y su máscara le daba cierto aire de peligro que a ella le hacía palpitar su corazón con rapidez.

—Déjenos—le dijo a la doncella— yo la ayudaré con lo que falta—la chica sonrió hizo una reverencia y salió de la habitación.

—Estaba quitándome las joyas que me regalaste—dijo un poco nerviosa.

—Lucen perfectas en ti.

—No estoy muy acostumbrada a usar todo esto.

—Lo sé, pero aun así, el día de hoy me ha parecido como si toda la vida lo hubieras hecho. Te veías hermosísima.

—Gracias, tú también te has visto muy apuesto.

Él se fue acerando hasta llegar donde ella, delicadamente apartó su mano y se puso en la tarea de desabrocharle el collar. Su simple toque hizo que la piel de Claudine vibrara.

Sé que nadie espera una muestra de inocencia en las sabanas, pero aun así, se espera de los dos que estemos juntos esta noche.

—Lo sé

—¿Te sientes incómoda por eso?

—No, para nada.

—No haré nada, solo dormir a tu lado.

—Bien—respondió de manera escueta y enseguida se levantó para ir a la cama. El hizo lo mismo, se quitó la bata y solo quedo con pantalones. Ella tuvo una maravillosa vista de sus pectorales, Alex tenía un cuerpo robusto y atlético, le gustaban esos verlos en su pecho.

—¿Pasa algo?

No nada—no se había dado cuenta de que lo estaba mirando con tanto detenimiento.

Ella le dio la espalda y se quitó también la bata, para quedar con una fina camisa de algodón que a la luz del fuego se transparentaba un poco, pero casi enseguida se metió a la cama y se cubrió.

Los dos se quedaron un rato sin saber que decir, hasta que él tomó la iniciativa, se acercó a ella y le dio un casto beso en la frente—hasta mañana.

—Hasta mañana.

El apagó la vela y ella se durmió casi enseguida. Alex no tuvo la misma suerte y pensó que sería la noche más larga de su vida, pues el solo hecho de saber que ese cuerpo cálido y curvilíneo estaba a su lado sería una tortura para él, cada minuto de esa noche.

A la mañana siguiente salieron a pasear, cabalgaron un rato y hablaron de sus planes para la casa y la finca. Luego fueron al establo donde tenían un pequeño potrillo nacido del día anterior.

—Es hermoso—ella lo acarició, su pelaje suave y su carita era muy tierna.

—Es hijo de un caballo árabe traído especialmente para montar a mi yegua española. ¿Quieres conocerla?

—Claro ¿Por qué no están la madre y el potrillo juntos?

—La están revisando, parecía tener una infección después del parto y aunque no es algo inusual, si es bueno que se vea a tiempo para evitar algo malo.

—Ya veo, pero… ¿Crees que todo salga bien?

Él se dio cuenta de su genuina preocupación y eso le llegó al alma. Claudine no podía evitar ser protectora con cualquier ser humano o animal. Eso le gustaba mucho porque hablaba de su buen corazón.

—Seguramente, no es nada grave, te lo aseguro.

Ella le sonrió y él le ofreció su brazo—Vamos para que la conozcas.

Esos días fueron todo lo que ella pensó que serían, Alex se portó muy bien con ella, salían a cabalgar, hablaban de sus respectivas vidas y planes. Ella lo fue conociendo mejor y se dio cuenta de que era un hombre amable, quería mucho a su hermana y se preocupaba por ella, aunque trataba de disimularlo. Era paciente con los animales parecía tener un don con los caballos. Tenía un carácter fuerte, pero desde que se habían casado muy pocas veces lo veía molesto. Ella cada día sentía que el entraba más y más en su corazón, con su forma de tratar a su hijo Alphonse y a su bebita. Un día lo encontró arrullándola, ella había estado en el pueblo y al volver lo vio sentado con su pequeña en brazos, ella levantaba su manita para tocar la máscara, porque parecía encontrarla sumamente interesante, él tomaba entonces su mano y la besaba y su pequeña Julia se reía. Ese día sintió que su corazón se derretía y que no iba a poder seguir evitando que eso sucediera.

Para Alex era lo mismo, la vida con Claudine lo estaba cambiando, lo podía sentir y estaba seguro de que su servidumbre también lo hacía. Cuando estaban a solas podía sentir cierta incomodidad  en el ambiente y sabía que era porque a ella le daba miedo por su cicatriz, estaba seguro de que se sentía terrible tener que estar casada con un hombre desfigurado del que todo el mundo hablaba, sin hablar del hecho de tener que dormir con él en algunas ocasiones para guardar apariencias y la repulsión que eso le debía generar, pero había momentos en los que se portaba tan natural, que el olvidaba aunque fuera por un momento, que tenía esa maldición en su rostro.