Capítulo 26
Pepper sentía como si le hubieran perforado el corazón para dejarlo morir. Aquel beso que le salvaba la vida en su sueño estaba verdaderamente lejos de la realidad. Qué tonta había sido.
No había nada del entusiasmo que Pepper normalmente sentía al ir a Isla Catalina y casi no se acordaba del camino en coche hasta Long Beach. Ni siquiera el viaje en ferry le llamó la atención. Se sentó sin más en la parte de atrás todo el tiempo viendo cómo la espuma salía volando arriba y abajo de la popa del barco. Lo mejor fue una ballena muerta que proporcionaba un punto donde las gaviotas y otras criaturas carnívoras podían posarse y comer.
Pepper se bajó del barco y olió el aire vivificante y libre de contaminación. Puede que ese fuera el problema; probablemente había estado respirando el aire contaminado durante tanto tiempo que ya no conseguía pensar con claridad. La temperatura había bajado al menos cinco grados desde que salió de Malibú y se subió la cremallera de la chaqueta. Brad notó su malestar y le echó un brazo por encima. O eso, o simplemente lo estaba usando como excusa para acercarse. Pepper trató de relajarse con el calor de su cuerpo pero lo que hubiera preferido realmente era una chaqueta más abrigada.
Puede que hiciera fresco, puede que ella tuviera el corazón roto, pero Catalina tenía una cosa que sin ninguna duda podía hacerla entrar en calor, en su interior, por lo menos.
Leche de búfala. La mezcla propia y celestial de Avalon de Baileys, Kahlua, vodka, crema de cacao y plátano crudo. Una mezcla de chocolate divertida. Una visita a Catalina no lo era del todo hasta que no se tomaba uno.
El viento revolvió el pelo de Pepper por su cara mientras Brad y ella iban hacia el pueblo. El Landing Bar Grill justo en Crescent Avenue era el mejor sitio que ella conocía para una leche de búfala y también sería una buena forma de escapar del aire frío. La fachada estaba enrollada como una gran puerta de garaje, proporcionando a los clientes una vista clara de la Bahía de Avalon. Brad y ella se sentaron en el mostrador del frente mirando a la bahía, donde los rayos del sol pudieran calentarlos.
Pepper pidió enseguida una leche de búfala. Quería meterse algo de alcohol para que pudiera empezar a aliviar su pena. Brad pidió una cerveza.
La camarera regresó en unos minutos y Pepper tomó un largo y lento trago de la bebida suave como la seda. Le regocijó el gusto y se coló por todo su interior calentando cada centímetro de su cuerpo. Hacía muchísimo tiempo que no había tomado esta deliciosa bebida. Había intentado pedirla varias veces sin éxito en tierra firme porque, quién sabe por qué motivo, nadie había podido nunca hacerla igual, ni siquiera el hombre que estaba sentado a su lado.
—Esta es la esencia de Catalina —le dijo Pepper a Brad.
—¿Es tan buena como las copas que preparo yo?
Pepper sopesó la pregunta.
—Distinta —dijo. No había razón para insultar al chico con el que estaba saliendo. Ahora que estaba ahí con él, trató de pasarlo lo mejor posible. Se terminó la copa y pidió otra. La camarera se la trajo con la comida. Para cuando se hubo tomado la mitad se sentía mejor en todos los aspectos, incluido el aspecto Jake.
Una cálida sensación de bienestar le irradiaba por todo el cuerpo y miraba a Brad dejando la mente en blanco. Cerró los ojos y casi pudo sentir el calor de su cuerpo… ¡No! Tuvo que recordarse a sí misma que era solo el alcohol que estaba aliviando su dolor… y su sentido común, y el calor que sentía era simplemente una combinación del sol y Brad sentado tan cerca.
—¿Quieres probar? —le ofreció a Brad.
Él negó con la cabeza.
—¿Pasa algo? Casi no has dicho ni dos palabras desde que llegamos.
—Estaba pensando que podíamos alquilar un carrito de golf…
Pepper estaba lista para un poco de acción. Gritar por el pueblo en un carrito de golf con Brad el camarero podía ser divertido. Desde luego era mucho mejor que estar sentados en esos taburetes tan duros toda la tarde.
—Ahora sí te escucho. ¿Crees que habrá alguna ley en contra de conducir un carrito de golf bajo los efectos del alcohol? —le preguntó Pepper con una risita tonta.
—No te preocupes, ya conduzco yo.
Pepper no sabía si eso era un insulto a su manera de conducir o si simplemente era su forma de decirle que no iba a ponerse al volante mientras estuviera bebida.
Brad pagó la cuenta y, unos momentos después, Pepper se encontró en otro asiento frío y duro, el de un carrito de golf azul y blanco bastante usado.
—¡Heeey! —chilló agarrándose para salvar el pellejo. Tomaron una curva cerrada a la derecha para salir del parking y se dirigieron hacía Pebble Beach Road. Ella había ido por la carretera panorámica un par de veces pero no recordaba que fuera tan divertida. Por supuesto, nunca había estado borracha por aquí antes.
Siguieron por el puerto durante unos minutos antes de torcer por Wrigley Terrace Road, donde el carrito de golf disminuyó considerablemente la velocidad al subir por la sinuosa pendiente. Cuando por fin llegaron arriba vieron el Wrigley Memorial a su derecha. Estaba cerrado y Pepper se alegró. No le atraía especialmente la idea de pasear por la tumba del señor Wrigley.
Siguieron y pronto llegaron a la parte de arriba de Mt. Ada Road, donde Brad paró el carrito y se bajó. Caminó hasta la cima de la colina y Pepper se quedó en el carrito. Al ver que no volvía enseguida se puso nerviosa. Quería divertirse. No el tipo de diversión que Jake y ella tuvieron durante su pequeña aventura, pero otro tipo de diversión estaría bien. Pepper salió del carrito y se fue hasta donde estaba Brad. La niebla se había disipado por fin y delante de ellos había una espectacular vista de Avalon con el famoso casino blanco de Catalina. Unas líneas de barcos, como juguetes en una bañera, botaban en el puerto de color verde mar y la gente en el pueblo parecían bichitos corriendo de aquí para allá.
—Tenía que haber traído la cámara —dijo Pepper.
—Mi madre solía traerme aquí cuando era pequeño. Preparaba la comida y nos sentábamos aquí arriba a comer y a mirar toda la actividad de abajo. —Brad miró a Pepper—. Yo creo que simplemente le gustaba alejarse de mi padre, a mí también.
Brad se quedó mirando seriamente por encima de la colina otro rato y luego se dio la vuelta y regresó al carrito.
Guau, eso había sido profundo. Acababa de ver el lado de Brad que no sabía que existiera. Después de eso, estaba lista para otra leche de búfala. Puede que si Brad tuviera una pareja se soltara y dejara de actuar como si estuvieran en una misión de vida o muerte.
Pepper se relajó en el asiento. El viento en el pelo le hacía sentirse bien, fresca, y trató de disfrutar del viaje a pesar del humor cambiante del conductor. Unos minutos después, volvieron a parar, esta vez al borde de una zona arbolada. Brad salió y se puso a andar por un camino cubierto de vegetación. Se podía entender que quisiera pararse para ver las vistas pero, ¿qué esperaba ver en medio de la maleza? Pepper pensó que igual tenía que hacer pis. Sonrió divertida y pensó en echar una mirada a hurtadillas. Después de esperar un tiempo respetable, pensó en salir a por él, pero entonces le pasaron por la cabeza escenas de todas las películas sangrientas que había visto y no estaba muy segura de que eso fuera aconsejable. Demasiadas jóvenes habían muerto asesinadas en los bosques, en el cine por lo menos, como para que se sintiera cómoda si lo seguía. Ya podía ver los titulares: Mujer de Malibú encuentra un final negro en la isla rosa del amor.
Fuera lo que fuera lo que hacía Brad andando entre los arbustos, ella no quería formar parte de ello. Volviéndose a recostar sobre el duro asiento, comenzó a mirarse las uñas. Enseguida advirtió que necesitaba una manicura. Cuando volviera a casa se iría derecha al Spa y Manicura del Malibú Plaza.
Pasaron unos minutos y Pepper se preguntaba si él iba a volver a salir alguna vez. Nadie tardaba tanto para hacer pis. Se inclinó sobre un lado del carrito y miró al camino. Como si fuera un gato, sentía que su curiosidad sacaba lo mejor de ella. Cuando ya no pudo aguantar más salió del carrito y se metió lentamente en la maleza. Pronto se encontró rodeada de pequeñas tumbas.
—Ay —dijo mirando por todo el suelo a las lápidas caseras. Se paró lo suficiente como para leer algunas, pero le ponía un poco la carne de gallina y siguió andando, con cuidado de no pisar ninguna de las tumbas.
Llegó a un pequeño claro y encontró a Brad arrodillado junto a un montoncito de rocas. Ay, madre. Él la miró y luego siguió quitando cortezas de palo fierro de la pequeña tumba. Vio una roquita azul a su izquierda que decía: «Gus, 1991-1999». A unos metros de ahí había otra tumba marcada con una cruz de treinta centímetros de alto que tenía impresa en la parte de arriba: «Pez Freddie, se ahogó». Quería reírse pero estaba bastante segura de que eso sería faltar al respeto hacia los que descansaban en paz, aunque fueran animales. Caminó cuidadosamente entre las pequeñas lápidas hechas a mano y los sentimientos tiraron de su corazón. Había unas flores blancas frescas depositadas en una lápida que decía: «Bonnie, 1985-1998».
Pepper regresó donde había dejado a Brad. Estaba todavía agachado junto al reciente montículo de tierra. Había puesto una cruz en la cabecera y tenía los ojos cerrados, como si estuviera rezando. Pepper miró a la cruz y vio el nombre «Rasca» grabado en ella. De pronto sintió que había juzgado mal a Brad. Le tocó el hombro y, cuando elevó la vista para mirarla, le brillaban los ojos.
—Mi perro —dijo—. Se ha muerto hace poco y a su tumba le hacía falta una cruz. Gracias por haber venido conmigo.
Pepper estaba conmovida por todo el amor que había grabado en piedra, madera, e incluso plástico. Se le pasó la borrachera considerablemente y se le asentó una pesadumbre en el corazón. Asintió con la cabeza, sintiéndose extraña y sin saber realmente qué decir. La única mascota que perdió fue un pez pero, desde luego, podía entender cómo debía de doler.
El viento volvió a soplar y las hojas volaron en ráfagas alborotadas sobre el suelo.
—Será mejor que devolvamos ese carrito de golf —dijo él finalmente.
En el poco rato que tardaron en volver al sitio donde alquilaban los carritos, el viento se había vuelto aún más fuerte y Pepper se sujetó la chaqueta alrededor con fuerza. Se recogió el pelo en una coleta para evitar que le diera todo el rato en la cara.
—Parece que vais a tener que pasar aquí la noche —dijo la persona encargada de los alquileres.
—¿Quién lo dice? —preguntó Pepper.
—Han puesto un aviso de navegación. —La persona de los alquileres señaló con la cabeza en dirección al muelle Pleasure de Isthmus Cove.
Pepper se puso una mano sobre los ojos y se esforzó por ver, pero estaba demasiado lejos.
—No veo nada. —Miró a Brad—. ¿Tú qué piensas?
Se encogió de hombros y no parecía preocupado en absoluto.
La persona de los alquileres empezó a cerrar la tienda.
—Es probable que el tiempo se ponga bastante mal esta noche —dijo—. Es mejor que os busquéis una habitación.
Pepper miró a los lados de la calle, Crescent Avenue. Todo lo que veía era bisontes y ladrillos.
—¿Dónde se han ido todos?
—Se han metido en casa —dijo la persona de los alquileres.
Brad la cogió de la mano y empezó a llevarla calle adoquinada arriba. Pepper vio que el Landing Bar Grill había cerrado. Parecía que no iba a poder tomarse otra leche de búfala. Un poco de pescado con ensalada hubiera estado bien también. Casi no había tocado la comida y todo ese sufrimiento en el cementerio de mascotas le había abierto el apetito.
Brad le sujetaba la mano con firmeza y la condujo por la avenida. Pepper se imaginó que iban de vuelta al ferry. Eso le parecía bien: un par de copas, un paseo en carrito de golf, un vistazo a la tumba de Wrigley… habían hecho casi todo lo que se podía hacer en Catalina: había visto bastante.
Evidentemente, Brad no. En lugar de torcer a la izquierda para ir a la terminal del ferry, giró y empezó a subir por un lado de la calle. Pepper lo siguió durante unos minutos, pero entonces llegaron a una bifurcación de la calle y Brad trató de tirar de ella por una cuesta muy larga y muy empinada. Ella se paró en seco. Puede que estuviera un poco contentilla pero eso no significaba que iba a ir allí donde Brad el camarero quisiera.
Él le agarró la mano con más fuerza y una pequeña idea espantosa apareció en su mente: ¡acosador! Así es como Lucy lo había llamado.
Pepper tiró de la mano y se soltó.
—¿Dónde vamos?
—Ni se sabe cuándo el ferry va a estar funcionando de nuevo. Podíamos coger una habitación antes de que todos hayan desaparecido —dijo Brad.
Pepper se rió despreocupadamente y señaló con el pulgar sobre el hombro.
—No sé si te has dado cuenta, pero las calles están vacías. No creo que haya ningún problema en encontrar una habitación.
Brad se encogió de hombros.
—Al menos la tendremos si nos hace falta.
Pepper sopesó la cuesta, tratando de decidir si tenía o no las energías para afrontar ese cambio de altura con la cantidad de alcohol que había tomado. Una ráfaga de viento le provocó escalofríos por todo el cuerpo y se cruzó de brazos contra el frío.
—Vale, pero en cuanto tengamos la habitación nos vamos a buscar algo de comer.
Lucy le abrió la puerta a un hombre con la cara roja.
—¿Dónde está?
Lucy intentó cerrar la puerta, pero el hombre con la cara roja empujó hasta volverla a abrir. Ella se echó hacia atrás y se preguntó si le daría tiempo a abrir la cerradura de la puerta corredera antes de que él pudiera alcanzarla.
—¿Dónde está quién? —espetó Lucy.
El hombre de la cara roja entró y miró alrededor.
—Ese cabrón de Brad.
¿Brad? El cabrón de Brad. Bueno, eso tenía sentido.
—¿Quieres decir Brad el camarero? —preguntó, sin estar aún por completo convencida de que aquel hombre no iba a emprenderla con ella.
—Sí, ¿dónde está? —La cara del hombre empezaba a tomar un color normal.
—No vive aquí —le dijo Lucy.
—Ya lo sé. El cabrón vive conmigo y mi prometida. Bueno, solía vivir. Soy Vic, puede que él me haya mencionado. Pero Pepper Bartlett sí que vive aquí, ¿no? —dijo casi sin tomar aliento.
—¿Eh? ¿Pepper? —Lucy miró a las campanillas que colgaban de la puerta del baño. Se pensó el acercarse a ella y moverlas—. Tampoco estoy segura de que viva aquí.
El hombre de la cara roja la miró confundido.
—¿Puedo preguntar de qué va esto?
—Va de que ese cabrón se ha tirado a mi prometida.
Eso pedía a gritos mover al menos un poco las campanillas.
—¿Pepper es tu prometida?
—No, ni siquiera la conozco. Esa es mi prometida. —Señaló a un coche en la acera. Una mujer latina tenía la cara junto a la ventanilla. Su cara también estaba roja.
Lucy se sintió mejor al saber que Pepper no estaba planeando casarse sin decírselo a ella, pero estaba completamente confundida sobre lo que estaba pasando.
—Mira, no entiendo nada de lo que estás hablando. Acabo de llegar a casa y…
Se giró y vio una nota de Pepper sobre la mesa.
—¿Isla Catalina? —murmuró—. ¿Qué es eso?
—Una nota. Es de Pepper.
Vic se la quitó de las manos y la leyó.
—Gracias —dijo, tirándosela de vuelta. Se fue corriendo al coche y salió conduciendo.
Lucy estaba bastante segura de que el hombre de la cara roja había violado alguna ley sobre el derecho a la intimidad y se puso enferma por ser ella la responsable de que hubiera descubierto dónde había ido Pepper. El sudor le caía por la espalda. Se sentía como si alguien le hubiera tocado el botón del pánico. Sabía que algo así podría pasar si Pepper se liaba con Brad.
Lucy miró por la habitación. Tenía que haber hecho algo más para evitar este problema: colgar más campanillas, insistir en que la puerta de entrada siguiera pintada de rojo. Se puso una mano en la frente y trató de pensar. Solo se le ocurría una solución.