Capítulo 16

Pepper estaba impaciente por ver lo que Jake le tenía reservado. Hacía bastante tiempo que no había ido de aventura y la expectación de lo que podría pasar entre ellos la estaba matando. Se movía entusiasmada en el asiento cuando llegaron a la autovía I-5 en dirección sur. ¿Tal vez el zoo de San Diego? ¿Sea World?

—¿Falta mucho? —dijo solo al cabo de una hora.

—Paciencia —dijo Jake.

Después de conducir en silencio durante otros diez minutos, Pepper se inclinó hacia Jake.

—¿Qué hace falta para que me digas lo que quiero saber? —dijo echando mano de su voz más sensual.

Miró a Jake con los párpados entrecerrados y pestañeó con descaro.

Él se rió.

—Apuesto a que eras terrible en Navidad.

—Sí, pero podría ser aún mucho peor si eso es lo que hace falta para que lo sueltes.

Jake mantuvo los ojos fijados al frente.

—Soy imperturbable.

—Eso ya lo veremos —dijo Pepper y pasó los dedos como si caminaran por su estómago.

Jake le cogió la muñeca con delicadeza, masajeándola durante un momento antes de volver a colocarle la mano sobre el regazo.

—Como he dicho, soy imperturbable.

—Bah —dijo ella. Miró en el asiento trasero y cogió una novela con que había cargado por si acaso Jake aún tenía la intención de tomarse las cosas con calma. Unos minutos después, apoyó la cabeza sobre el reposacabezas y dejó que el paso del paisaje la hipnotizara hasta quedarse dormida.

Jake la despertó después de lo que solo parecieron unos minutos. Se enderezó con un bostezo y arqueó la espalda como un gato. Sus pechos presionaron la tela de su camisa y sonrió al ver que Jake tomaba nota.

Pepper miró lo que la rodeaba justo cuando pasaban una señal dándoles la bienvenida a la pequeña población de Imperial Beach. Volvió a contemplar la señal estirando el cuello para asegurarse de que había leído bien.

—¿Tú sabes dónde estamos?

—Creo que sí —dijo Jake.

—¡Sí! Pero es también la sede del concurso más importante de escultura en arena del país. —Se quedó callada unos segundos para tratar de asimilarlo—. Dios mío —dijo—. ¡Este es el fin de semana! ¿Sabes en la que te has metido viniendo aquí, este fin de semana? Y no quiero ni mencionar que no encontraremos ninguna habitación libre.

—Eso ya está resuelto —le aseguró Jake.

—¿Cómo? Hay que reservar con muchísima antelación…

—Magia —dijo él haciéndole un guiño.

Pepper asintió con energía.

—Tiene que ser magia, pues no nos conocemos desde hace tanto tiempo. —Lo miró de reojo—. Bueno, a menos que tuvieras esto planeado desde… —Se quedó callada.

—¿Qué?

—¿Tenías esto planeado desde hace tiempo? ¿Quizá con otra persona?

Jake se rió y negó con la cabeza.

—Solo desde la semana pasada…

—Pero, ¿cómo lo has conseguido?

—Tengo un amigo que vive aquí y me debe un favor. Ahora mismo está fuera, odia las multitudes, el tráfico. Le he pedido si me podía prestar su casa para el fin de semana.

—Qué suerte —dijo Pepper mientras seguía mirando alrededor.

Unos minutos después pararon en la entrada de un pequeño bungalow de estuco. El exterior estaba pintado de siena tostado y la extensión del césped de la entrada estaba descuidada y desvaída, pues solo un par de plantas grandes colocadas en unos tiestos daban algo de color. No era precisamente el Westin, pero Pepper no tenía intención de quejarse. Después de todo, estaba a punto de pasar tres días en un lugar que solo existía en sus sueños con un hombre que la hacía morir con solo rozarlo. Ni siquiera le importaba que tuviera que compartirlo con otras trescientas mil personas.

—No estabas de broma cuando me dijiste que salíamos de fin de semana por algo de diversión. Esto es más de lo que podía imaginar —dijo Pepper ronroneando su aprobación.

—Ven conmigo. —Jake le ofreció la mano y Pepper se sintió feliz de cogérsela.

La casa tenía un marcado encanto costero. Con un diseño abierto, contaba con multitud de ventanas y las paredes eran de color verde mar. Los suelos eran de madera con muchas alfombras esparcidas. Los armarios de la cocina eran de un azul suave, igual que todos los electrodomésticos. Le recordaba a una casa de playa que había visto en Coastal living. Había estanterías de obra en todos los espacios libres, atestadas de libros viejos. Pepper pasó ligeramente un dedo por los lomos desgastados leyendo los títulos: Moby Dick, La llamada de la selva, La isla del tesoro. Todos clásicos. Todo naturaleza.

El sofá era una pieza cómoda con un sólido armazón de madera pintado de blanco. Tenía cojines azules grandes y mullidos y el sillón a juego también tenía un cojín mullido en verde. Parecía invitar a que uno se acercara, se sentara y se durmiera.

Dormir. Ella ya había dormido en el coche, así que era hora de explorar. Pepper miró a Jake; explorarlo era sin ninguna duda su primera prioridad.

—Estamos incluso a tiempo de ir al baile anual de la escultura en arena —dijo Jake leyendo un pequeño panfleto—. Es esta noche.

—Pero, señor, me temo que no he metido un vestido de noche en la maleta.

—No te preocupes —dijo Jake poniendo un dedo bajo su barbilla y ladeando su cabeza—. Serás la mujer más hermosa allí, te pongas lo que te pongas.

Pepper se sonrojó ante el cumplido. Claro que los hombres le habían dicho que era hermosa, pero nunca de ese modo, nunca con tanta rotundidad. Le llegó al corazón y le asustó a la vez; durante solo una fracción de segundo pensó que podría haber encontrado al hombre de su vida, como su madre encontró a su padre.

Jake llevó las bolsas a una habitación situada al final de un corto pasillo y las dejó en el suelo junto a una cama enorme que casi ocupaba toda la habitación. El otro mueble que había en aquella estancia era un pequeño armario que lucía un jarrón de azucenas frescas encima. Pepper hizo una mueca sintiéndose un poco culpable; al menos no eran blancas.

—Bonito detalle —dijo Pepper posando las puntas de los dedos en las flores.

Jake meneó la mano.

—Me gustaría llevarme el mérito, pero mi amigo, el dueño de la casa, es un romántico. Debería haber dejado caer que traía una mujer conmigo. Lo siento, la habitación es un poco pequeña…

—No —dijo ella poniéndole con delicadeza un dedo sobre los labios—. No te atrevas a disculparte. No querría estar en ningún otro lugar.

La cara de Jake se llenó de amargura. Retrocedió un paso y se volvió para abrir un cajón.

—Puedes poner aquí tus cosas.

La frente de Pepper se arrugó.

—Muy bien. —Le tocó el brazo—. ¿He dicho algo malo?

—En absoluto —Jake se miró el reloj—. ¿Quieres ducharte antes de salir?

Pepper asintió con la cabeza. Fuera cual fuera el problema, él estaba decidido a guardárselo.

Jake esperó hasta oír que Pepper encendía la ducha antes de abrir su bolsa. Metió la mano y sacó con cuidado un vestido largo hasta el suelo de color melocotón. Tenía unos tirantes finísimos y el escote irregular, con una abertura lateral. Se imaginó a Pepper caminando por el muelle, con el aire del mar soplando en su pelo y el vestido flotando suavemente entre sus piernas. La tela, sedosa, era de un material que Jake desconocía, pero si era tan suave entre los dedos, sería igualmente agradable entre sus brazos.

Jake dejó extendido el vestido en la cama para que Pepper pudiera verlo cuando saliera del baño. Era una elección perfecta y tenía que agradecérselo a la mujer de Pete.

Jake se acercó a la ventana y apoyó los brazos en el alféizar. Varios niños jugaban en la calle. «No querría estar en ningún otro sitio», le había dicho Pepper. Su cara cambió de expresión por una mueca de dolor. Casi como una puñalada en el corazón. Esas fueron las palabras que Angela le dijo la última vez que él la sostuvo entre sus brazos. Trató de quitárselo de la cabeza. Pepper no era Angela. Aun así, esas palabras le habían hecho que se alejara de ella cuando lo que realmente quería era cogerla entre sus brazos y besarla. Se pasó una mano por la cara. ¿Le iba a costar el secreto que guardaba otra mujer a la que amaba? Malditos Gordy y Pete. Maldita apuesta. Antes de que acabara el fin de semana tenía que decirle a Pepper la verdad.

Pasaron varios minutos y Pepper salió del baño, seguida por un ligero aroma a madreselva.

—¿Qué es esto? —preguntó cuando vio el vestido en la cama.

—Para ti. Pensé que tu talla sería probablemente la treinta y seis.

Por su cara supo que era perfecto.

La noche pasó volando. Música, baile, risas, largos momentos de mirarse a los ojos el uno al otro. Fue una velada verdaderamente encantadora, pero Pepper solo podía pensar en lo que esperaba que pasara más tarde. El estar entre los fuertes brazos de Jake durante las últimas horas la había hecho sentirse como Cenicienta, solo que cuando al fin llegó la hora de volver a casa, ella no tenía que salir corriendo y dejar atrás al príncipe, pues él estaba ahí mismo a su lado y, con un poco de suerte, ahí seguiría.

Se sentía mareada por la idea de hacer el amor con Jake. Pensó que él finalmente también estaba preparado. Esa vez sería distinto. Esa vez sería más que lujuria. Por lo que ella pudo observar, solo una cosa podría interponerse en su camino. Jake había sido tremendamente dulce, sorprendiéndola con un precioso vestido, cogiéndola entre sus brazos toda la noche, pero fuera lo que fuera lo que pasó antes en la casa, fuera lo que fuera lo que ella dijo, tenía la sensación de que seguía molestándolo, a pesar de que él había hecho todo lo posible por fingir que no.

Cuando regresaron a la casa, Jake abrió una botella de merlot y llenó una copa para cada uno. Se sentaron en la pequeña sala sobre los mullidos cojines azules y Pepper sintió una corriente eléctrica fluyendo entre Jake y ella.

—Gracias por la mejor noche que he tenido en muchísimo tiempo —dijo Pepper.

—Ha sido un placer. Aunque estoy seguro de que solo estás siendo amable. Después de todo, te he pisado como una docena de veces.

Pepper sonrió.

—Quizá se deba a que ya ni lo recordaba…

Jake le retiró una tira de pelo de la cara.

—A una mujer como tú probablemente no le faltarán las citas.

Pepper se encogió ligeramente de hombros.

—No es que conseguir una cita sea difícil, pero conseguirla con la persona adecuada es un poco como que te toque la lotería. El último hombre con el que salí tenía una mujer de la que no me había hablado. —Pepper tomó un largo sorbo de su vino y meneó la cabeza—. Demasiadas mentiras y apenas diversión. Casi me había dado por vencida.

—Me alegro de que no lo hicieras. —Jake le cogió la copa y la puso sobre la mesita, luego la besó.

Pepper se sintió completamente bien. Había tomado un par de copas antes y después el vino. Sentía su cuerpo flotar. Podía haberse pasado toda la noche en la pista de baile entre los brazos de Jake. Sospechaba que sus sentimientos de euforia tenían menos que ver con el alcohol que con la química que había entre ellos dos.

Él volvió a besarla y subió una mano por su espalda hasta la parte superior de la cremallera. Ay, Dios, ya estaba. Solo que ahora sentía náuseas como cuando un niño que le gustaba en tercero de primaria la besó por primera vez. Tenía que ser la enfermedad del amor y, si era así, ella no quería curarse nunca. Había estado esperando ese momento, reviviéndolo más de mil veces desde aquel día que pasó en casa de Jake.

Pepper se sentía desmayar y reunió todas sus fuerzas para resistir. Quería que esa noche todo fuera perfecto.

—Creo que voy a ponerme cómoda —le dijo. La voz le temblaba, igual que todo el cuerpo—. ¿Quieres ayudarme? —Batió las pestañas mirándolo. Sin esperar su respuesta, se levantó y desapareció por el pasillo.

Un minuto después, Jake entró en la habitación y se quedó de pie detrás de ella; el calor de su cuerpo la calentaba como un fuego candente. Que Dios la ayude, ella ya estaba más que lista para arder. Aún dándole la espalda, le pidió que le bajara la cremallera del vestido y él dejó que sus dedos rozaran su nuca antes de retirarle el pelo. Las rodillas de Pepper parecían gelatina cuando sus labios le rozaron la piel desnuda. Le ardían en la piel y quería desesperadamente volverse y sentir aquellos labios sobre los suyos, pero esperó.

El vestido cayó al suelo y permaneció de pie casi desnuda y aún dándole la espalda. Una brisa fresca entró por la ventana abierta y le envolvió todo el cuerpo, pero nada podía apagar el fuego que estaba surgiendo entre los dos. Pepper nunca había deseado a ningún hombre como deseaba a Jake, ni siquiera aquel día en que anduvieron dando vueltas por su sofá.

Jake bajó las manos por sus brazos suavemente y sintió que le pasaba una pluma por la piel. Sus manos siguieron moviéndose, deslizó una mano por debajo de sus bragas y encontró el punto vulnerable entre sus piernas. Pepper sofocó un jadeo, sin saber cuánto tiempo más podría permanecer de pie.

Después de unos eternos minutos de tortura en los que se sintió invadida por una tormenta de sentimientos incontrolables, Jake le dio la vuelta y la cogió en brazos. La llevó hasta la cama y la tumbó, pero continuó torturándola cuando él la hizo esperar mientras se desnudaba. La sangre le latía en los muslos cuando Jake se quitó la camisa. Su cuerpo estaba bañado por la tenue luz de la luna y paró unos segundos para encender una vela. La llama parpadeó delicadamente dándole a la habitación un suave resplandor y acentuando su constitución musculosa. Siguió desvistiéndose, se quitó los pantalones. Para cuando los echó a un lado y se tumbó junto a ella, la respiración de Pepper era profunda al avecinar lo que estaba por venir.

Paciencia, se dijo a sí misma. Era difícil tener paciencia; él estaba excitado y al ponerle una mano suavemente sobre uno de sus pechos todavía le resultó más difícil. Beso tras beso, Jake pasó los labios despacio desde su estómago hasta arriba.

Se tomó su tiempo, parando en cada pecho, arrimándose a los pezones; a Pepper le salía el deseo entre gemidos a medida que separaba las piernas.

«¡Hazlo ya, por Dios!», quería gritar. En lugar de eso, siguió soportando el lento tormento de Jake mientras él volvía a llevar su boca hasta su abdomen.

Paró entre sus piernas abiertas y Pepper arqueó la espalda.

—¡Para! —Su voz era pesada y grave; el deseo tiraba de ella de una forma deliciosa y dolorosa a la vez—. No puedo más. Por favor… ya. Necesito sentirte dentro de mí ya.

Jake subió y cubrió con el suyo el cuerpo de ella. Sus movimientos eran lentos, decididos. Todo lo que hacía era celestial, pero ella ya había tenido bastante. Nada de esperar más. ¡Quería divertirse de una puta vez! Pepper lo agarró y lo atrajo hacia ella; sus labios se elevaron para encontrarlo. Lo guió hasta su interior y sintió el chorro de agua por sorpresa de una ola traviesa. ¡Sí! Él por fin lo había entendido. Ella necesitaba, un puñetazo de pasión fiera y ardiente.

Un polvo lento y tierno.

Con cada acometida, ella cabalgaba en la ola cada vez más alto hasta que una oleada final hundió a los dos.

—Ah, ah, ah… —La voz de Pepper subía in crescendo, su espalda se arqueó, se le encogieron los dedos de los pies. El estremecimiento se intensificó y se olvidó de dónde estaba, quién era y por qué estaba allí. Se sentía flotar en una caída libre, dando volteretas hasta que, con una larga exhalación, sus cuerpos se relajaron sobre el colchón. La sensación perduró, cada ola era menor que la anterior y finalmente cayó extenuada en brazos de Jake. Continuaron acostados y quietos durante un buen rato. Pepper fue siendo consciente de su respiración a medida que fue calmándose. Descansó un momento y abrió los ojos. Jake la estaba mirando. La atrajo hacía su pecho.

—¡Guau! —exclamó él con una larga y lenta exhalación.

—¡Sí, guau! —contestó Pepper débilmente.

Los dos se rieron.

—¿Cómo lo haces? —preguntó ella—. ¿Cómo logras convertirme en una loca? Solo con verte… —Se sonrojó—. Siento unas ganas incontrolables de hacer cosas nada propias de señoritas.

De nuevo enrojeció y confió en que la luz trémula de la vela ocultara su rojez. Permanecieron callados otro rato. Pepper se sentía como una muñeca de trapo, tan blanda, suave y ligera como una hoja mecida por el viento. Había oído que los orgasmos abrumadores hacían sentirse así a las mujeres. Por fin lo sabía a ciencia cierta.

—No suelo ser tan directa, pero es verdad —prosiguió—. Cada vez que te miro quiero hacer cosas contigo que nunca he hecho con ningún hombre.

Jake se apoyó sobre un codo y se inclinó hacia ella. Su boca se fundió con la de Pepper y movió la lengua despacio en pequeños círculos y regresó a recorrer sus labios.

—Vale —susurró Pepper—. Vuélveme loca otra vez, ahora mismo. —Jake sonrió y le besó por toda la cara.

—Haré lo que pueda.

Jake le metió la mano en el pelo y la besó con fuerza. Sin duda alguna la había entendido. El sexo suave y lento era para más tarde, mucho más tarde, para cuando fueran viejecitos y no tuvieran energías para la loca pasión. Entonces se lo tomarían con más calma.

Una vez más, cabalgaron sobre la ola. Y Pepper se sintió de tal modo que confirmó que Jake era el único hombre que quería en su vida.

Después se quedaron tumbados en la oscuridad mirando el parpadeo de la luz de la vela sobre las paredes. No volvieron a hablar, pero todo estaba dicho. Ella estaba dispuesta a darle todo lo que él quisiera. Y eso la asustó. Estaba enamorada.