Capítulo 17

Hacer el amor le dio a Pepper un hambre voraz. Se deslizó de la cama a primera hora de la mañana, pero en la cocina solo encontró unos pocos cereales caducados hacía tres meses y un trozo de pan que parecía haber desarrollado una doble capa de corteza.

Despertó a Jake temprano, hambrienta y entusiasmada por ver y hacer todo lo que fuera posible en el poco tiempo que pasarían en Imperial Beach.

La Cámara de Comercio patrocinaba un desayuno de tortitas, pero Jake y Pepper decidieron ir a un restaurante-panadería llamado Grandma's Pantry. Famoso por su comida casera, el amigo de Jake se lo había recomendado especialmente.

Totalmente despreocupada, Pepper pidió beicon, huevos y tostadas. El beicon nunca le había sabido tan rico y estaba segura de que Jake y ella iban a quemar de sobra cualquier caloría extra. Aquel era el primer desayuno que Jake y ella compartían; Pepper estaba sentada frente a él. Al ver cómo se quitaba el sirope de los labios con la lengua, Pepper deseó regresar otra vez con él a la cama. No le importaría que le pasara así la lengua por los labios cada mañana durante los próximos cincuenta o sesenta años.

Después de desayunar, pasearon por el Seacoast Drive y echaron un vistazo a todos los puestos de artesanía. Tenían expuestos varios objetos hechos a mano, trastos que solo cogerían polvo y se amontonarían en la pequeña casa de Pepper; cuadros, artículos de cuero, alfarería, todo tipo de chismes… Pepper no compró nada. Jake compró un pequeño pelícano de madera. Y le puso de nombre Gilligan. Anduvieron por la ciudad toda la mañana para ver la exposición de castillos de arena y después Jake sugirió ir a descansar. Pepper aceptó de buena gana. Aquella pequeña población se había convertido en un enjambre de gente que no paraba de llegar; resultaba agotador pasear entre tanto jaleo.

Aunque Pepper estuviera agotada, no tenía sueño ni por asomo. Jake y ella volvieron a hacer el amor y luego tomaron un rápido tentempié de fresas con nata que habían comprado en la ciudad.

Hacia media tarde, Pepper se quedó dormida en los brazos de Jake y, cuando despertó, él la sorprendió con la cena preparada: la mejor ensalada de marisco que había probado nunca, sobre todo porque la había hecho él. Trozos grandes de paguro californiano, camarones de Oregón, gruesas aceitunas negras, tomate y huevo duro, todo servido sobre una base verde para ensaladas de gourmet. Y, si eso no fuera suficiente, había preparado salsa rosa casera, una receta que afirmaba que se había ido pasando desde tiempos de su bisabuela.

Pepper estaba sentada en silencio mientras Jake llenaba unos cuencos con más ensalada de la que ella podría comer jamás. Jake cogió una aceituna de su cuenco y se la ofreció. La sostuvo entre los dientes hasta que él la partió por la mitad.

—Estoy impresionada —dijo con una cálida sonrisa.

—Yo también. He conseguido hacer todo esto sin despertarte. —Jake llenó dos copas de champán y le dio una a Pepper.

—¿Qué celebramos?

—Tú.

Mantuvieron la mirada y Pepper notó que las palabras «te quiero» se iban formando en su boca.

—Jake, te…

—No te irás a poner sentimental conmigo, ¿no? —preguntó Jake con una sonrisa nerviosa y pegó un trago largo de su copa de champán.

—¿Sentimental? —Pepper tragó y estudió su cara un momento. La actitud de Jake era la propia de los hombres cuando las cosas marchan demasiado deprisa.

—No, solo te iba a advertir de la hora que es. Será mejor que nos vayamos, pronto darán comienzo los fuegos artificiales.

Unos colores intensos explotaron en el cielo negro puro. Azul, rojo dorado y plateado salpicaron esparciéndose en el lienzo de la noche como un pintor enloquecido. A cada explosión de color le seguían unas bocanadas de humo blanco y el aire olía a pólvora.

La exhibición era mejor que todas las que Pepper había contemplado durante años en Seattle, incluida la celebración anual del Fourth of Jul-Ivar. Pepper sintió el brazo de Jake alrededor de su cintura durante todo el espectáculo y su calor le calmó el corazón. No podía recordar ningún día en que hubiera disfrutado tanto.

Poco después de la gran final, el gentío empezó a dispersarse y Jake se volvió hacia ella.

—Es mejor que te lleve de vuelta a la casa.

—¿Tengo toque de queda? —dijo Pepper con una sonrisa traviesa—. ¿O es que tenías otra cosa en mente?

—Siempre lo tengo, pero no. Estaba pensando en algo más práctico, dormir.

Pepper lo miró con curiosidad.

—¿Tan mal aspecto tengo?

Jake se rió.

—En absoluto, pero ya que vamos a levantarnos temprano para el concurso, será mejor que durmamos un poco.

Los labios de Pepper se alinearon en una amplia sonrisa.

—Supongo que sí. —Meneó la cabeza—. Todavía no me puedo creer que esté aquí, que estemos aquí.

Comenzaron a caminar, pero, después de andar media manzana, ella paró, se puso delante de él y le cogió las dos manos.

—Esto que has hecho por mí es algo muy especial. Tú eres algo muy especial.

Cogiéndole la cara entre las manos, Jake la besó. Ella estaba deseando tener otra noche como la anterior.

A Jake le estaba carcomiendo atrozmente la culpa por la mentira que había entre ellos. Iba a echar a perder el fin de semana de Pepper, pero después del concurso del día siguiente le contaría la verdad. Había visto dolor en los ojos de Pepper cuando le preguntó si iba a ponerse toda sentimental, pero que sufriera un poco era mejor que lo odiara. Las palabras que Pepper estuvo a punto de pronunciar hicieron que se retorcieran sus entrañas tanto como sí estuvieran dentro de una hormigonera. No podía dejar que dijera esas palabras hasta que escuchara la verdad. Aunque no era una mentira que le fuera a cambiar la vida, no quería que ella se arrepintiera de haberle dicho que lo quería.

Pepper consiguió convencerle de que ella dormiría mucho mejor si él complaciera sus deseos una vez más. Él era incapaz de resistirse.

Después de hacer el amor, Pepper estaba tumbada sobre su estómago y él le frotaba suavemente la espalda. Todo parecía tan en su sitio, tan natural, como sí aquella fuera la posición a la que estuvieran destinados. Unos momentos después, la respiración de Pepper se volvió suave y lenta.

Dormir. Últimamente apenas había podido dormir y durante noches había permanecido tumbado despierto, mirando al techo solo para conseguir quedarse dormido entrada la madrugada. Antes el insomnio se solía deber a un problema en una obra, pero desde que conoció a Pepper la causa era el engaño. Las mentiras tenían la habilidad de enredarse hasta confundirse con la verdad. Él sabía que su relación no iría a ninguna parte si continuaba basada en una mentira. Sonrió con tristeza. Si Pepper reaccionaba airada, al menos tenía todo el viaje de vuelta en el coche con ella para tratar de explicárselo. Contempló su cara mientras dormía. Entraba suficiente luz de luna por las persianas como para dejarle ver la línea de su mejilla. Incluso durmiendo los labios se le elevaban en las comisuras. ¿Quién era aquella mujer? Había creído que sería imposible que nadie pudiera hacerle olvidar todo el dolor de haber perdido a su mujer. Jake tragó con dolor ante el pensamiento de hallarse de nuevo perdido y miró a Pepper un buen rato, deseando saborear el momento, porque solo Dios sabía si volverían a estar así.

La mañana llegó demasiado deprisa y Jake no había dado con una explicación que Pepper estuviera dispuesta a aceptar.

—Tenemos que hablar —dijo ella mientras retiraba de la mesa los platos del desayuno.

Huy, cuando una mujer decía «tenemos que hablar», la cosa no solía terminar bien.

—Podemos hablar —dijo Jake con cautela.

—No puedo evitar darme cuenta de que algo te ronda por la cabeza. ¿Hay algún problema? ¿Quizá entre nosotros?

La verdad era como un nudo de arena seca en la garganta de Jake. Estuvo tentado de confesarse en ese mismo instante, aceptar las consecuencias, pero aquel era su día y él quería que Pepper disfrutara de cada minuto. Más tarde habría tiempo de sobra para ver la decepción en su cara cuando él admitiera lo perro que era.

—Solo son problemas del trabajo. —Le apretó la mano—. Nada de lo que tengas que preocuparte.

Pepper era una rubia lista y Jake supo que no se lo tragaba. Solo podía hacer una cosa… Cambiar de tema.

—Estaba pensando que el año que viene serás tú la que concurses —dijo.

Pepper se rió.

—O al año siguiente o al otro. Lleva muchísimo tiempo ser lo suficientemente bueno como para competir con cualquiera de los profesionales que veremos hoy.

Jake le echó una sonrisa alentadora.

—Tengo mucha fe en ti. —La atrajo hacia su regazo y la besó—. ¿Estás lista para ver a lo que te vas a enfrentar?

—Hummm… —dijo ronroneando—, creo que ya sé a lo que me enfrento.

—Te mostraré un avance —dijo él mirándose el reloj—, pero vamos a llegar tarde y nos lo perderemos todo.

Volvió a besarla. Quería atrapar el momento, no dejarlo escapar nunca.

Se trataba del mayor evento de escultura en arena al que Pepper había asistido nunca. Solo se había planteado seriamente dedicarse a esculpir la arena cuando se mudó a Malibú, pero parecía ser un sueño que hubiera tenido desde niña. Solo había estado en alguno de los concursos menores cercanos y no tenía ni idea de que pudiera llegar a haber tanta gente junta reunida en un lugar. Miles de personas, por todas partes. Le recordaba a una colonia de hormigas, con todos en una carrera frenética de aquí allí para allá. Él paso entre la multitud era lento, pero finalmente Jake consiguió abrirse camino y pudieron bajar a la playa.

Más de cuarenta equipos estaban listos para competir y todos esperaban ser los premiados con una buena cantidad de dinero. También los aficionados tenían sus propias categorías y un primer premio de mil dólares a la mejor escultura.

Pepper habría preferido haber sabido que Jake le deparaba aquella sorpresa, pues así habría practicado más y podría haber participado como aficionada, aunque habiendo construido ya decenas de piezas de arena, debería haberse sentido preparada.

Cada equipo o escultor en solitario tenía una zona de trabajo asignada y solo estaba permitido usar materiales de decoración biodegradables, como conchas o algas. Previamente habían llenado unos recipientes con agua que estaban colocados junto a cada parcela.

Los concursantes contaban solo con cinco horas para trabajar las esculturas y, para cuando Jake y ella llegaron, los trabajos ya estaban muy avanzados.

En la playa se alineaban sirenas, dragones y castillos, todos los tópicos que uno esperaría ver en un evento semejante, pero también esculturas mucho más complicadas. Los detalles eran sorprendentes: los castillos no solo lucían torreones sino que también contaban con puentes levadizos, buitreras, ventanas, cortinas, escaleras y aleros festoneados. Los dragones escupían fuego, tenían colmillos, orejas y pezuñas con garras. Las sirenas tenían escamas, largas melenas cuyos mechones se ondulaban a la altura de los hombros y pechos que serían la envidia de cualquier mujer, incluida Pepper. Una sirena era tan anatómicamente perfecta y hermosa que Pepper se preguntó si su creador sería también cirujano plástico. Sonrió al recordar el día en que ella engañó a Jake para que pusiera un pezón en el pecho de su sirena.

—Mira. —Pepper agarró el brazo de Jake y señaló a uno de los escultores—. Ese es Russ Leno. Es de Everett, en Washington. —Batió las manos en un aplauso entusiasmado—. ¿No es emocionante?

Jake asintió y por la expresión de su cara Pepper supo que estaba divirtiéndose y no estaba haciendo solo el paripé.

—Ah, Jake —dijo poniéndole los brazos alrededor del cuello—, muchísimas gracias por esto. No sabes lo que significa para mí que me apoyes en mi deseo de dedicarme a la escultura en arena.

—Por ti cualquier cosa, nena.

En ese momento, Pepper deseó abrazar a Jake y gritar «te quiero» para que lo oyera todo el mundo, pero recordó que él la había advertido de no ponerse sentimental. Obviamente, Jake no estaba preparado para escuchar lo que ella sentía de verdad.

Siguieron avanzando por la playa acercándose lo suficiente como para examinar cada una de las esculturas y Pepper no dejó de tomar nota de todo. El ver toda la actividad, el trabajo duro y la atención al detalle le renovó su inspiración. Después de todo, ¿en qué otro empleo una persona podía jugar en algunas de las playas más hermosas del mundo y que le pagaran por eso?

Un castillo por donde asomaba la cabeza de un dragón construido por uno de los equipos de profesionales fue la escultura favorita de Pepper. Un Volkswagen Escarabajo de tamaño real con el chico, la chica y la tabla de surf saliendo por la ventanilla construido por un equipo de aficionados fue la favorita de Jake.

Las horas pasaban más rápido de lo que a Pepper le hubiera gustado y pronto llegó la hora de anunciar a los ganadores. El primer premio para aficionados lo ganó una complicada escultura de un mago con una túnica larga y ondulante y una barba lacia; un coro de ángeles cantando se hizo con el Gran Premio. Pepper consideró que ambas se lo merecían. Poco después, Jake se mostró impaciente por alejarse de la multitud y regresar a la casa. Pepper esperaba ser la causa de su impaciencia.

Después de ducharse hicieron el amor y él permaneció tumbado junto a ella sin hablar. Otra vez callado.

El dulce aroma de madreselva procedente del pelo recién lavado de Pepper inundó la habitación. Solía oler a limón y él lo asociaba con aquel olor cítrico, pero ese también era agradable.

Ojalá tuviera la capacidad de volver atrás en el tiempo para cambiar el modo en que se habían conocido. O quizá para hacer que pasara deprisa a fin de dejar atrás el dolor y el enojo que sobrevendrían antes de poder continuar con sus vidas.

Pepper se quedó dormida y Jake se deslizó de la cama. Se quedó de pie junto a la ventana mirando el cielo de la noche durante un buen rato. La luna llena iluminaba toda la calle y una zona de la ciudad. Las luces parpadeaban y, durante un breve momento, le asaltaron pensamientos sobre Angela. Ojalá… pronto se impidió a sí mismo seguir por ese camino. Había sido un sueño. Los sueños conseguían inflarse sin aviso y temía volver a sentir todo aquel dolor, por más que se lo mereciera. Cerró los ojos y rezó en silencio para que el desenlace fuera diferente.

Un minuto después, los esbeltos brazos de Pepper lo rodearon por la espalda. Se volvió y contempló sus suaves ojos azules. Su pelo color miel relucía como si fueran hilos de oro a la luz de la luna contra su piel bronceada. Extendió la mano y le apartó un mechón de la cara. Se le hinchó el corazón y, en ese mismo instante, si el mundo entero hubiera desaparecido, ni siquiera se habría enterado, pero tampoco le habría importado. No durante ese momento.

Jake cogió la mano de Pepper y la llevó de vuelta a la cama. Ella apoyó la cabeza en su pecho y se durmió, pero a él le llevó media noche encontrar la paz necesaria para dormir.

La mañana llegó enseguida. Jake parecía haber cerrado los ojos solo hacía diez minutos. Se quedó quieto y dejó a Pepper dormir un poco más. No tenía ninguna prisa por ponerse manos a la obra.

Su teléfono móvil empezó a zumbar y Pepper se movió. Él alargó la mano y lo cogió de la mesilla.

—Gordy está en apuros —le dijo Pete sin ni siquiera un «hola» ni un «buenos días».

El estómago de Jake se le revolvió. Si Pete le estaba llamando tan temprano ese fin de semana, no podía estar sucediendo nada bueno.

—¿Qué pasa? —preguntó Jake con una informalidad forzada.

Pepper se levantó de la cama y se fue al baño.

—Se trata de esa mujer con la que se está viendo.

Una mano helada agarró el pecho de Jake.

—¿Es muy grave?

—Está en el hospital de Saint John. Creo que es mejor que vengas.

Jake miró el reloj de la mesilla.

—Estoy como a unas cuatro horas. Dile que estoy en camino.

Colgó el teléfono de un golpe, pero deseaba darle una buena a Gordy, si bien alguien ya parecía habérsele adelantado.

Pepper salió del baño; el discurso que Jake había preparado para ella quedó olvidado. La verdad tendría que esperar un poco más.

—Es Gordy —dijo. Ella levantó la frente preocupada, pero no era el momento de tratar sobre los hábitos de apareamiento de Gordy—. Tenemos que irnos.