SUICIDIO

 

 

 

 

1. Llegaron las navidades, trayendo consigo cantores de villancicos, tarjetas de buena voluntad y las primeras nevadas. Chloe y yo teníamos previsto pasar el fin de semana de Navidad en un hotelito de Yorkshire. El folleto aún seguía sobre mi escritorio: «Abbey Cottage brinda a sus huéspedes la cálida hospitalidad de Yorkshire en un ambiente exquisito. Siéntese en torno a la chimenea en el salón con vigas de roble, dé un paseo por los páramos, o sencillamente relájese y deje que le atendamos. Unas vacaciones en Abbey Cottage es algo que usted siempre ha esperado de un hotel... y mucho más».

 

2. Dos días antes de Navidad y unas horas antes de mi muerte, a las cinco de la tarde de un sombrío viernes, recibí una llamada de Will Knott:

—Pensaba llamarte para despedirme, me vuelvo a San Francisco este fin de semana.

—Ajá.

—¿Qué? ¿Cómo te van las cosas?

—¿Perdón?

—¿Todo va bien?

—¿Bien? Pues digamos que sí.

—Sentí mucho lo tuyo con Chloe. Realmente horrible.

—Y yo me alegré de lo tuyo con Chloe.

—Ya te has enterado. Pues sí, la cosa funcionó. Ya sabes cuánto me gustaba ella, y resulta que un día me llamó y me dijo que lo vuestro había terminado, y allí empezó todo.

—Pues nada, es fantástico, Will.

—Me alegra que me lo digas. No quiero que esto se interponga entre nosotros, porque una buena amistad no es algo que me guste tirar a la papelera así como así. Siempre esperé que lo vuestro pudiera solucionarse, creo que hacíais una pareja estupenda y es una gran lástima, pero en fin... ¿Qué piensas hacer en Navidad?

—Quedarme en casa, supongo.

—Parece que os va a caer una nevada de órdago; es el momento de sacar los esquíes, ¿no te parece?

—¿Está Chloe contigo ahora?

—¿Que si está ahora conmigo? Sí, no, quiero decir no ahora mismo. Estaba aquí, pero ha ido un momento a la pastelería. Estábamos hablando de las galletas de Navidad y me dijo que le chiflaban, por eso ha ido a comprar unas cuantas.

—Estupendo, dale recuerdos.

—Le encantará saber que hemos hablado, estoy seguro. Vendrá a pasar las navidades conmigo a California, ¿sabes?

—¿De veras?

—Sí, seguro que le fascina todo aquello. Pasaremos unos días con mis padres en Santa Bárbara, y tal vez nos demos luego una vuelta por el desierto.

—Adora los desiertos.

—Así es, ya me lo ha dicho. Pues nada, te dejo ahora; que pases unas muy felices fiestas. Tengo que empezar a poner orden por aquí. Quizá vuelva a Europa el próximo otoño, aunque nunca se sabe. Ya te llamaré a ver cómo te van las cosas...

 

3. Me fui al cuarto de baño, saqué todas las pastillas que había ido guardando y las puse sobre la mesa de la cocina. Con una mezcla de aspirinas, vitaminas y barbitúricos, más unos cuantos vasos de jarabe contra la tos y whisky, tendría suficiente para poner fin a toda la farsa. ¿Podía haber una reacción más sensata que eliminarse después de un rechazo amoroso? Si Chloe era de verdad toda mi vida, ¿no era acaso normal poner fin a esa vida para demostrar que era algo imposible sin ella? ¿No era acaso deshonroso seguir despertándose cada mañana si la persona a la que yo consideraba el núcleo de mi existencia estaba comprando galletas de Navidad para un arquitecto californiano que tenía una casa en las colinas de Santa Bárbara?

 

4. Mi separación de Chloe vino acompañada por miles de tópicas expresiones de simpatía por parte de amigos y conocidos: pudo haber sido estupendo, la gente se separa, la pasión no puede durar siempre, más vale haber vivido y amado, el tiempo lo cura todo. Hasta Will se las arregló para que aquello pareciera algo normal y corriente, como un terremoto o una nevada, algo que la naturaleza envía para ponernos a prueba, algo cuya inevitabilidad no deberíamos poner en duda. Mi muerte sería una violenta negación de la normalidad; vendría a recordar que yo no olvidaría como otros habían olvidado. Deseaba evitar la erosión y el debilitamiento del tiempo, deseaba que el sufrimiento durase eternamente solo para, a través de sus terminaciones nerviosas calcinadas, permanecer vinculado a Chloe. Solo con mi muerte podría yo afirmar la importancia e inmortalidad de mi amor, solo la autodestrucción me permitiría recordarle a un mundo hastiado de tragedias que el amor era un asunto mortalmente serio.

 

5. Quien lea estas líneas estará vivo, pero su autor estará muerto. Eran las siete y la nieve seguía cayendo y empezaba a cubrir la ciudad con un manto: el sudario. Era la única manera de poder decirte que te amaba; soy lo suficientemente maduro para no querer que te sientas culpable de esto, ya sabes lo que pienso de la culpa. Espero que te lo pases bien en California, tengo entendido que las montañas son muy hermosas, sé que no podías amarme, pero entiende, por favor, que sin tu amor yo tampoco puedo vivir... El texto del suicidio [la escritura como suicidio retardado] había tenido varios borradores: un montón de folios arrugados se alzaba a mi lado. Sentado a la mesa de la cocina, envuelto en un abrigo gris, sin más compañía que el ruido de la nevera, cogí de pronto un tubo de pastillas y me tragué algo que solo más tarde identificaría como veinte comprimidos efervescentes de vitamina C.

 

6. Imaginé a Chloe recibiendo la visita de un policía poco después de que encontrasen mi cuerpo inerte. Me figuré la expresión de horror de su cara y a Will Knott saliendo del dormitorio envuelto en una sábana sucia y preguntándole «¿Algún problema, querida?», mientras ella respondía «¡Pues sí, Dios mío, sí!» antes de echarse a llorar. Luego vendrían el pesar y el remordimiento más atroces... y ella se acusaría de no haberme comprendido y de haber sido muy cruel y miope conmigo. ¿Qué otro hombre llevaría su adoración por ella al extremo de quitarse la vida?

 

7. Una notoria incapacidad para expresar sus emociones convierte a los seres humanos en los únicos animales capaces de suicidarse. Un perro furioso no se suicida, muerde a la persona o cosa que lo ha hecho rabiar; en cambio, un ser humano enojado se retira a su habitación, mohíno, y después se descerraja un tiro, dejando una nota silenciosa. El hombre es una criatura simbólica, metafórica: incapaz de comunicar mi ira, decidí simbolizarla en mi propia muerte. Y antes que hacerle daño a Chloe, me lo hice a mí mismo, escenificando al suicidarme aquello que, a mi entender, ella me había hecho.

 

8. Mi boca empezó de pronto a echar espuma, unas burbujas de color naranja que surgían de su cavidad y estallaban al contacto con el aire, esparciendo una fina película anaranjada sobre la mesa y el cuello de mi camisa. Mientras observaba en silencio ese acídulo espectáculo químico, reparé alarmado en la incoherencia del suicidio, en el hecho de que no deseaba elegir entre estar vivo o muerto. Lo único que deseaba era demostrarle a Chloe que no podía, metafóricamente hablando, vivir sin ella. La ironía era que la muerte sería algo demasiado literal para asegurarme la posibilidad de asistir a la lectura de la metáfora, pues me lo impediría la incapacidad de los muertos [al menos dentro de un marco secular] para mirar a los vivos que los contemplan. ¿De qué servía montar semejante escena si yo no podría estar presente para dar fe del testimonio de otros? Al escenificar mi muerte me vi a mí mismo en el papel de público de mi propia extinción, algo que jamás podría ocurrir en la realidad, ya que yo estaría simplemente muerto y, por lo tanto, negaría mi último deseo: estar a la vez vivo y muerto. Muerto para ser capaz de mostrarle al mundo en general, y a Chloe en particular, lo enfadado que estaba, y vivo para ver el efecto que había producido en Chloe y liberarme así de mi cólera. No era una cuestión de ser o no ser. Mi respuesta a Hamlet era ser y no ser.

 

9. Quienes cometen cierto tipo de suicidio quizás olvidan el segundo término de la ecuación: contemplan la muerte como una extensión de la vida [una especie de vida futura en la que pueden observar el efecto de sus acciones]. Con paso vacilante me dirigí al fregadero y mi estómago expulsó el efervescente veneno. El placer del suicidio había que buscarlo no en la horrorosa tarea de matar al organismo, sino en la reacción de los demás ante mi muerte [Chloe llorando al borde de mi tumba, Will desviando la mirada, ambos echando tierra sobre mi ataúd de nogal]. Suicidarme hubiera supuesto olvidar que estaría demasiado muerto para sacarle algún placer al melodrama de mi propia extinción.