TERRORISMO ROMÁNTICO

 

 

 

 

1. ¿Por qué no me amas? es una pregunta tan imposible [aunque muchísimo menos agradable] como ¿Por qué me amas? En ambos casos hemos de enfrentarnos a nuestra falta de control consciente [seductor] en la estructura amorosa, al hecho de que el amor nos ha sido dado por razones que jamás determinamos o merecemos del todo. En cierto sentido, tampoco nos incumbe saber la respuesta: no puede explicarnos nada porque no podemos actuar según sus revelaciones. No es una razón causalmente eficiente, llega después del hecho, es una forma de justificar cambios más subterráneos, un análisis superficial post hoc. Para plantear esas preguntas, nos vemos obligados a decantarnos por un lado hacia la total arrogancia y, por el otro, hacia la humildad absoluta: ¿Qué he hecho yo para merecer el amor?, pregunta el amante humilde; puedo no haber hecho nada. ¿Qué he hecho yo para que se me niegue el amor?, protesta el traicionado, reclamando la posesión de un regalo que a nadie le es debido. Y quien ofrece amor solo puede responder a ambas preguntas: ser el que eres (una respuesta que hará oscilar peligrosa e impredeciblemente al ser amado entre la grandiosidad y la depresión).

 

2. El amor puede nacer a primera vista, pero no muere con la celeridad correspondiente. Chloe debió de temer que hablar, o incluso dejarme, quizás hubiera sido una decisión precipitada, que le habría supuesto elegir una vida carente de mejor alternativa. Fue, por lo tanto, una separación lenta, ya que la mampostería del afecto solo puede liberarse gradualmente del cuerpo del ser amado. Había un sentimiento de culpa por la infidelidad implícita, culpa por una sensación residual de responsabilidad ante un objeto apreciado en su momento, una especie de líquido empalagoso visible en el fondo del vaso, que necesitaba tiempo para irse vaciando.

 

3. Cuando cada decisión resulta difícil, no se toma ninguna. Chloe buscaba evasivas y yo hacía otro tanto [pues ¿qué decisión podía resultarme agradable?]. Continuamos viéndonos y durmiendo juntos, e hicimos planes para pasar la Navidad en París. Sin embargo, Chloe parecía desentenderse extrañamente del proyecto, como si estuviera haciendo planes con otra persona, quizá porque era más fácil discutir sobre los billetes de avión que sobre los problemas subyacentes al hecho de comprarlos o no. Su falta de decisión incluía la esperanza de que, si no hacía nada, otro pudiese tomar la decisión por ella, y de que al evidenciar su indecisión y frustración, aunque sin actuar en consecuencia, yo acabaría llevando a cabo la jugada que ella hubiera debido hacer [y que por miedo no hacía].

 

4. Y entramos en la era del terrorismo romántico.

—¿Qué? ¿Algo va mal?

—No, ¿por qué me lo preguntas?

—Pensé que tal vez querrías hablar de ciertas cosas.

—¿Qué cosas?

—Cosas nuestras.

—Tuyas, querrás decir —espetó Chloe.

—No, quiero decir nuestras.

—¿Y cuáles son?

—No lo sé realmente. Es solo la sensación de que desde mediados de septiembre no nos hemos comunicado de verdad. Como si hubiera un muro entre nosotros y tú te negaras a reconocer su existencia.

—Yo no veo ningún muro.

—A eso me refiero precisamente. Te niegas a admitir que las cosas no siempre han sido así.

—¿Y cómo han sido entonces?

 

5. Cuando un miembro de la pareja empieza a perder el interés, poco es, en apariencia, lo que el otro puede hacer para frenar el proceso. Al igual que la seducción, el abandono padece bajo una capa de reticencia, es una cuestión innombrable en el meollo mismo de la relación: Te deseo/no te deseo. En ambos casos puede transcurrir una eternidad antes de que cualquiera de los dos mensajes encuentre su formulación. Es difícil discutir sobre el colapso mismo de la comunicación, a no ser que ambas partes deseen verla restablecida. Esto deja al amante en una situación desesperada: los encantos y la seducción del diálogo legítimo parecen agotados y solo producen irritación. En la medida en que el amante actúa legítimamente [con ternura], se trata, por lo general, de una acción irónica, una acción que asfixia al amor en su intento por revivirlo. Y una vez llegado a este punto, desesperado por recuperar a su pareja a toda costa, el amante recurre al terrorismo romántico, ese producto de situaciones irredimibles, esa amplia gama de artificios [mal humor, celos, culpa] que intentan obligar al otro a devolver el amor mediante estallidos [de llanto, rabia u otros] en presencia del ser amado. El amante terrorista sabe que, desde una perspectiva realista, no puede esperar ver su amor correspondido, pero la inutilidad de una cosa no es siempre [en amor o en política] un argumento suficiente para no hacerla. Hay cosas que se dicen no porque vayan a ser escuchadas, sino porque hablar es importante.

 

6. Cuando el diálogo político no ha logrado resolver algún agravio, la parte ofendida puede, por desesperación, recurrir a la actividad terrorista, obteniendo por la fuerza la concesión que ha sido incapaz de arrancarle a su oponente por la vía pacífica. El terrorismo político surge de las situaciones sin salida, es una conducta que combina la necesidad de actuar de una de las partes con la conciencia [o semiconciencia] de que la acción no llegará en ningún caso a conseguir la finalidad deseada, y si algo consigue, será tan solo alejar aún más a la otra parte. La negatividad del terrorismo revela todos los signos de una rabieta infantil, esa rabia que surge de la propia impotencia frente a un adversario más poderoso.

 

7. En mayo de 1972, tres miembros del Ejército Rojo Japonés que habían sido armados, preparados y financiados por el Frente Popular para la Liberación de Palestina [FPLP], aterrizaron en un vuelo regular en el aeropuerto de Lod, cerca de Tel Aviv. Desembarcaron, siguieron a los demás pasajeros hasta la terminal de llegada y, una vez dentro, sacaron ametralladoras y granadas de su equipaje de mano y empezaron a disparar indiscriminadamente contra la multitud, matando a veinticuatro personas e hiriendo a otras siete antes de ser abatidos por las fuerzas de seguridad. ¿Qué relación tenía semejante carnicería con la causa de la autonomía palestina? Los asesinos no aceleraron el proceso de paz, tan solo endurecieron a la opinión pública israelí contra la causa palestina y, para colmo de las ironías, resultó que la mayoría de las víctimas no eran precisamente israelíes, sino que pertenecían a un grupo de cristianos portorriqueños que habían ido en peregrinación a Jerusalén. Sin embargo, la acción halló su justificación en algo muy distinto: la necesidad de desahogar la frustración de una causa en la que el diálogo había dejado de dar resultados.

 

8. Ambos solo podíamos pasar un fin de semana en París, de modo que cogimos el último vuelo que salía el viernes de Heathrow con la intención de regresar el domingo por la noche. Aunque íbamos a Francia a celebrar nuestro aniversario, más parecía que estuviésemos yendo a un funeral. Cuando el avión aterrizó en París, la terminal de llegada del aeropuerto estaba oscura y desierta. Había empezado a nevar y soplaba con violencia un viento glacial. Como el número de pasajeros superaba al de los taxis, acabamos haciendo el viaje con una mujer a la que habíamos conocido en el control de pasaportes, una abogada que iba a París a un congreso. Aunque era una mujer atractiva, mi estado de ánimo no me permitió detectarlo, pese a lo cual me puse a coquetear con ella mientras nos dirigíamos a la ciudad. Cuando Chloe intentó sumarse a la conversación, yo la interrumpí con un comentario destinado exclusivamente [y seductoramente] a la mujer. Pero el éxito al intentar producir celos depende de un factor fundamental: la disposición de nuestro público a darse por aludido. De ahí que los celos terroristas sean siempre una lotería: ¿hasta dónde podía llegar yo en mi intento de darle celos a Chloe? ¿Y qué pasaría si ella no reaccionaba? No podía estar seguro de que se limitase a ocultar esos celos para dejar mi farsa al descubierto [como esos políticos que aparecen en televisión y explican lo poco que les preocupa la amenaza terrorista], o de que realmente no le importase el caso. Una cosa, eso sí, es cierta: Chloe no me concedió el placer de un ataque de celos e hizo gala de una simpatía que no le había visto en mucho tiempo cuando por fin nos instalamos en nuestra habitación de un pequeño hotel de la rue Jacob.

 

9. Los terroristas corren un albur al suponer que sus acciones serán lo suficientemente aterradoras para procurarles cierto poder de negociación. Hay una anécdota sobre un opulento hombre de negocios italiano que una tarde recibió en su oficina una llamada telefónica de una banda terrorista comunicándole el secuestro de su hija menor. Le exigieron una enorme suma como rescate, y lo amenazaron con que no volvería a ver a su hija viva si no lo pagaba. Pero el hombre de negocios no se dejó vencer por el pánico y replicó tranquilamente que si mataban a su hija le harían, de hecho, un inmenso favor. Les dijo que tenía diez hijos y que todos habían sido una desilusión y un incordio para él: costaba mucho mantenerlos y eran el infeliz resultado de unos cuantos momentos de sobreexcitación suya en el dormitorio. No pagaría el rescate, añadió, y si querían matarla, era asunto de ellos. Y tras el contundente mensaje, el hombre de negocios colgó el auricular. El grupo terrorista le creyó y liberó a la niña al cabo de pocas horas.

 

10. Aún seguía nevando cuando nos despertamos a la mañana siguiente, pero hacía mucho calor para que la nieve cuajase, por lo que las aceras se cubrieron de lodo, un lodo pardusco bajo un cielo gris muy bajo. Habíamos decidido ir al Musée d’Orsay después del desayuno y probablemente a un cine por la tarde. Acababa de cerrar la puerta de la habitación cuando Chloe me preguntó bruscamente:

—¿Tienes la llave?

—No —respondí—, tú me dijiste hace un minuto que la tenías.

—¿De veras? Pues no —dijo Chloe—, no la tengo. Por tu culpa nos hemos quedado fuera.

—No nos hemos quedado fuera. Cerré la puerta pensando que tú tenías la llave, porque no estaba donde la dejé.

—Pues ha sido una tontería de tu parte, porque yo tampoco la tengo; así que nos hemos quedado fuera... gracias a ti.

—¡Gracias a mí! ¡Deja ya de echarme la culpa de tu olvido!

—Yo no tengo nada que ver con esa llave.

En ese momento Chloe se volvió hacia los ascensores, y [con una puntualidad digna de la mejor de las novelas] la llave de la habitación se deslizó del bolsillo de su abrigo y fue a caer sobre la alfombra marrón del hotel.

—¡Oh, lo siento! ¡Pues sí que la tenía! —dijo.

Pero yo decidí no perdonarla tan fácilmente y le espeté un «¡Así es!» antes de encaminarme a la escalera en silencio y con aire melodramático, mientras ella me llamaba:

—¡Espera, no seas tonto! ¿Adónde vas? ¡He dicho que lo sentía!

 

11. Toda rabieta terrorista estructuralmente lograda ha de tener su origen en alguna fechoría, siquiera mínima, por parte del provocador, y, sin embargo, está rubricada por una desproporción entre el agravio infligido y el enfurruñamiento provocado, propiciando un castigo que guarda escasa relación con la gravedad de la ofensa original y no puede resolverse fácilmente por las vías normales. Yo había aguardado bastante tiempo antes de mostrarme resentido con Chloe, pero empezar a hacerlo cuando no se ha sufrido ningún agravio concreto es contraproducente, pues existe el peligro de que el otro no lo advierta y la culpa no florezca.

 

12. Hubiera podido echarle unos cuantos gritos, que ella me habría devuelto, y nuestra discusión sobre la llave se hubiera zanjado por sí sola. En el origen de todos los resentimientos hay un agravio que desaparecería en seguida si se discutiese, pero que el agraviado más bien recibe y almacena para efectuar una detonación posterior y más dolorosa. Las explicaciones aplazadas confieren a los agravios un peso del cual carecerían si el problema se hubiera discutido nada más surgir. Manifestar enojo poco después de recibir una ofensa es la cosa más generosa que uno puede hacer, pues le ahorra al ofensor el florecimiento de la culpa y la necesidad de hacer bajar al ofendido de su torre almenada. Como no quise hacerle ese favor a Chloe, salí del hotel solo y dirigí mis pasos hacia Saint Germain, donde pasé dos horas recorriendo librerías. Después, en vez de volver al hotel y dejarle un mensaje, almorcé solo en un restaurante y vi dos películas seguidas, no regresando al hotel hasta las siete.

 

13. La clave del terrorismo es que está destinado sobre todo a llamar la atención: una especie de guerra psicológica con objetivos concretos [por ejemplo, la creación de un Estado palestino] y sin relación con las tácticas militares [abrir fuego en la terminal de llegada del aeropuerto de Lod]. Existe una discrepancia entre medios y fines, pues el resentimiento suele utilizarse para expresar algo que guarda escasa conexión con su verdadero origen: estoy enfadado contigo por acusarme de perder la llave venía a simbolizar el mensaje más amplio [pero inexpresable]: estoy enfadado contigo porque ya no me amas.

 

14. Chloe no era una persona insensible y, por más que me quejase, tenía una generosa propensión a autoinculparse. Intentó seguirme hasta Saint Germain, pero me perdió de vista entre la multitud. Entonces volvió al hotel, esperó un rato y se dirigió finalmente al Musée d’Orsay. Cuando regresé a la habitación, la encontré descansando en la cama, pero no le dirigí la palabra y pasé al cuarto de baño para darme una larga ducha.

 

15. El resentido es una criatura complicada que lanza mensajes profundamente ambiguos y pide a gritos ayuda y atención, pero al mismo tiempo la rechazaría si se la ofrecieran: quiere ser comprendido sin necesidad de hablar. Chloe me preguntó si podía perdonarla, añadiendo que odiaba dejar discusiones pendientes y quería que pasáramos una agradable noche de aniversario. Yo guardé silencio. Incapaz de dar rienda suelta a mi enfado con ella [un enfado que nada tenía que ver con la llave], empecé a actuar de forma irracional. ¿Por qué se me hacía tan cuesta arriba decir lo que pensaba? Por el peligro de comunicarle la verdadera causa de mi aflicción: que ella hubiera dejado de quererme. Mi mal era tan inexpresable y tenía tan poco que ver con una llave olvidada que le habría parecido un loco de haber intentado abordar el tema a esas alturas. Mi rabia estaba, pues, condenada a la clandestinidad. Incapaz de decir directamente lo que pensaba, había recurrido al significado simbólico, esperando —y a la vez temiendo— que el símbolo fuera descodificado.

 

16. Después dé mi ducha dimos por zanjado el incidente y nos fuimos a cenar a un restaurante en la Île de la Cité. Deseosos de evitar tensiones, ambos nos portamos muy bien y charlamos en un territorio neutral sobre libros, películas y ciudades importantes. El camarero hubiera podido pensar que éramos una pareja realmente feliz (y que el terrorismo romántico se había apuntado una significativa victoria).

 

17. Sin embargo, los terroristas normales tienen una clara ventaja sobre los terroristas románticos: el hecho de que sus exigencias [por desmedidas que sean] no incluyen la exigencia más desmedida de todas: la de ser amado. Yo sabía que la felicidad que estábamos disfrutando en esa noche parisina era ilusoria, porque el amor que Chloe manifestaba no había surgido espontáneamente. Era el amor de una mujer que se sentía culpable de haber dejado de sentir cariño, pero que, no obstante, intentaba demostrar cierta fidelidad [para convencerse a sí misma tanto como a su pareja]. De ahí que no fuera una velada feliz para mí: mi rabieta había funcionado, pero su éxito había sido inútil.

 

18. Aunque los terroristas normales puedan, a veces, obtener ciertas concesiones de los gobiernos haciendo volar edificios o asesinando colegiales, los terroristas románticos están condenados al fracaso debido a una incoherencia fundamental en su forma de aproximarse. Tienes que amarme, dice el terrorista romántico, te obligaré a amarme resintiéndome contigo o dándote celos, pero luego viene la paradoja, pues si su amor es correspondido, en seguida lo considerará viciado y tenderá a quejarse: si solo te he obligado a amarme, no puedo aceptar ese amor porque no ha surgido espontáneamente. El terrorismo romántico es una exigencia que se niega a sí misma en el proceso de su resolución y enfrenta al terrorista a una realidad desagradable: que la muerte del amor es imparable.

 

19. Cuando volvíamos a pie al hotel, Chloe deslizó su mano en el bolsillo de mi abrigo y me dio un beso en la mejilla. Yo no se lo devolví, y no porque un beso no fuera la conclusión más adecuada a un día tan horrible, sino porque me era simplemente imposible sentir que el beso de Chloe fuese sincero. Y no me apetecía obligar al amor a entrar en un destinatario tan poco dispuesto a recibirlo.