Capítulo 18

En la urbanización donde se encontraba mi casa cada año en estas fechas, se organizaba entre todos los vecinos una fiesta para celebrar el "gran día de las tortugas". Todas las hileras de casas desde la primera hasta la última, estábamos colocados prácticamente al borde de una cala accesible desde nuestras viviendas. Por la fachada principal daba a la zona urbanizable, pero por la parte trasera casi todos teníamos acceso directo a dicha cala privada a través de unas escaleras labradas en la propia roca de la bahía. Ya hacía años que aunque recibía la invitación , yo no participaba en los preparativos de la fiesta por mis motivos personales y mi miedo a la gente. Pero este año ya me había comprometido con ellos mucho antes de que pasara lo de Londres, y a pesar de las circunstancias en las que en esos momentos atravesaba, debía ayudar.

Mientras apilaba en la terraza trasera los cientos de flores que luego tendría que cortar para separar los tallos de la flor y deshojar los pétalos de estas, tarea que me había tocado este año por sorteo; preparar en cuencos enormes de cristal transparente que después rellenarían con agua, velas flotantes y los pétalos de las flores, no dejaba de pensar en él. Cerraba mis ojos y veía a un hombre muy desconocido en mi mente, muy lejano a mis recuerdos con él. Tuve que parar de cortar ya por la propia seguridad de mis dedos, ya que la tarea la estaba haciendo con lágrimas que empañaban mi visión. Me dirigí hacia la barandilla de balaustre blanco que cercaba la amplia terraza que colgaba de la ladera. Me apoyé en ella y con los brazos cruzados sobre el pecho contemplé inmóvil el fondo del paisaje, donde se apreciaba el mar en perfecta calma, sosegado y tranquilo. No como yo. Me giré apoyando mi espalda contra la barandilla y mirando al frente me pude ver reflejada en el cristal de la puerta corredera como si de un espejo se tratara. Me coloqué la coleta que llevaba sujeta de cualquier forma y me pasé el dedo bajo las bolsas negras que había bajo los ojos.

—¡Uf! Está bien Mery — me dije mientras me rendía a la expresión que veía. Rememoraba la imagen de sus ojos azules clavados en mi. La esperanza de no querer sentir nada por él, hacía tiempo que había sido una quimera cuando le volví a ver en la fiesta de la pasada noche, cuando volvieron todos y cada uno de sus sentimientos que tenía tapado su corazón.

Un estridente y penetrante timbrazo del teléfono me sacó de mis pensamientos.

— ¿Mery? soy Emily.

—¡ AH! Hola— dije sin entusiasmo y decepcionada por volver a oír aquella voz.

— Nos vamos. Tenemos que regresar a Londres. — le confirmó la voz delicada de Emily

— ¿Ya? — le pregunte.

— Sí, hemos de volver a terminar de gestionar unos asuntos pendientes allí y volveremos lo antes posible para estar con Ben.

— ¿Cómo está? — pregunté con verdadero dolor.

— Todo va a ir bien — se oyó como cogía aliento — le haremos entrar en razón.

— Siento no haber sido de gran ayuda Emily.

— No pequeña. Has sido de más ayuda de la que te piensas. Algo se rompió en él. Ha aceptado hablar con un consejero especialista en esta clase de adiciones y si es necesario ingresara por algún tiempo en alguna clínica. Por suerte creo que no está demasiado enganchado a esa mierda. Pero ya sabes, todo dependerá de él.

— Entiendo. Cuanto lo siento, de verdad. — le dije recordándome a mí misma cuanto me costó dejar de tomar cada maldita pastilla para dormir. Ben fue el sustituto de mi droga.

— No quiero que te sientas culpable Mery. Puede que hayáis tenido problemas entre vosotros pero eso no justifica que haya coqueteado con la droga y la bebida. Quien ha jugado a eso fue él — hubo un silencio quizás justificado para no echarse a llorar— ¿ Por qué no te pasas por el Hotel y nos tomamos un último café? Mi marido y Rose quisieran despedirse de ti. No lo pudimos hacer la pasada noche.

— Claro — le respondí al instante — en media hora estoy con vosotros.

Logré llegar al hotel en el tiempo que le prometí a Emily. Había quedado con ella en la cafetería para tomar ese último café antes de que partiesen hacia el aeropuerto. Había mucho revuelo en recepción que por otro lado no parecía tan extraño al tratarse de un hotel céntrico, pero si me había llamado la atención aquel nido de periodistas y cámaras que revoloteaban por el hall como si estuvieran esperando a alguien. Logre eludirles y llegar al mostrador de la recepción para preguntarle a la recepcionista donde estaba la cafetería. Lejos de sorprenderse por mi pregunta, con mucha amabilidad y dirigiéndose a mi por mi nombre me indicó donde se encontraba la entrada, como si hubiera sido advertida de mi visita. Me dirigí hacia la cafetería donde el olor a café y tostada recién hecha delataba lo que allí dentro se escondía. Entré en el pequeño y confortable recinto y al fondo del mismo pude ver sentados en un mesita redonda apartada con bastante discreción del resto, sentados los padres de Ben y Rose, que en cuanto se percató de mi presencia levantó el brazo a modo de saludo.

— Mery — me grito mientras me daba un gran abrazo. Su rostro parecía algo más relajado y la expresión de sus ojos era diferente a la última vez que los había visto. Saludé a sus padres con un cariñoso beso y me senté entre ellos.

— ¿Un café? — me ofreció en señor Yurit.

— Claro.

— Lo tomabas corto de leche y con tres de azúcar ¿verdad? - oí su voz ronca y varonil detrás de mi .

— Si, vaya – dije muy sorprendida de su presencia. Estaba totalmente cambiado. Su aspecto era como el de antaño. Iba perfectamente afeitado y con el pelo limpio. Llevaba unos vaqueros azul oscuro y una camisa blanca impolutamente planchada. Sólo le delataba lo pasado, aquellas sombras negras bajo sus ojos. Esos ojos inmensamente azules. – No lo has olvidado.

- Como hacerlo, no sé cómo aguantas tanta glucosa – contesto burlándose de mi.

- Le he llamado yo para despedirme de él también – se apresuró Emily a contestar al ver mi rostro atónito. – En un principio íbamos a partir en otro horario, pero nos avisaron de que el vuelo había sido modificado y adelantado . Salimos dentro de apenas un par de horas. Si lo perdemos no podremos salir hasta las próximas cuarenta y ocho horas y necesitamos arreglar unos trámites.

No quise continuar con la conversación porque sabía de qué trámites se trataba. Solo acertaba a mirar a Ben que le tenía enfrente de mí. Casi no podía sujetar mi cucharilla para remover el café. Mis dedos temblaban sin control. Un chico joven uniformado se acercó a la mesa.

— Señores, su taxi ha llegado.

— Gracias — le contesto el padre de Ben.

— Podría haberos acercado yo en un momento.

—- Gracias Mery, pero ya estaba todo preparado. Ahora sentimos no poder terminar el café junto a ti — me dijo Rose a la par que se levantaban de la mesa y me daba un abrazo. Se despidieron también de Ben. Por lo que se veía él no los acompañaba al aeropuerto.

Allí me quede de pie como una estatua, con Ben a mi espalda, mirando cómo se alejaban hacia la salida. En cuanto desapar4ecieron dentro del coche, me giré y recogí el boso que había dejado colgado en el reposabrazos de la silla.

— Adiós Ben — le dije fríamente a modo de despedida y sin mirarle a los ojos, no podía.

— ¿No vas a terminarte el café? —Me gire despacio hacia él. Su tono era conciliador y su mirada apaciguada. Estaba allí de pie con las manos en los bolsillos y esperando mi respuesta.— Se va a enfriar y a ti te gusta el café muy caliente.

No sabía que debía hacer, miré hacia la salida y luego le devolví la mirada. Me senté rápidamente, por si cambiaba de opinión. Eso y porque si seguía un segundo más de pie aguantando su mirada, me hubiera desvanecido allí mismo. Intenté dar un sorbo a la taza sin que se derramara nada de ella porque mis manos estaban temblorosas. Parecía que era la primera vez que estábamos a solas. Cuando quité la vista del café y le miré, allí estaba él, observándome como siempre hacía, con los labios torcidos en una risilla controlada.

- Tengo una entrevista dentro de un par de horas — dijo al fin rompiendo nuestro silencio.

— ¡Ah! — le dije decepcionada por el breve tiempo que tenía libre. Cogí de nuevo la taza y termine el último trago de café que me quedaba. Bien, ya me voy. Has sido muy amable con venir sabiendo que estaría yo.

— He venido precisamente porque sabía que estarías tú. Le pedí el favor a mi madre de que te llamara.

— ¡Ah!

— Necesito hablar contigo — me dijo muy despacio echándose hacia delante a la vez que alargaba uno de sus brazos y con su dedos me limpiaba algún resto de café que se debió de quedar en la comisura de mis labios. Su tacto hizo que mi cuerpo estremeciera y mi respiración se alteró. Lentamente separó su dedo y le devolví mi mirada pidiéndole más. — No tengo mucho tiempo. He quedado.

— Ya, para una reunión — mi tono había cambiado al poder ver al fondo sobre la espalda de Ben a..... la pelirroja. Ben se giró hacia donde yo acababa de mirar y su rostro también cambio, adoptando una expresión seria y ruda.— Tu novia no deja de mirarnos y parece molesta por su espera. ¿Le has confirmado que aun tienes una hora libre? — Esto ultimo lo dije con tono mordaz.

— No te vaya ¿vale?. — me ordeno mientras se incorporaba —Espérame aquí. Ah y por cierto..... NO ES MI NOVIA.

Le obedecí pero no le quite la vista de encima. Le seguí con mi mirada mientras se dirigía hacia la pelambrusca a grandes zancadas. Ella tenía sus ojos clavados en mí con una expresión indescifrable. Al llegar a su altura la cogió del codo con brusquedad y la hizo desviarse hacia el exterior. Pude observarles como hacían espavientos con los brazos y que ella no paraba de intentar acariciarle el rostro. En uno de esos intentos Ben le retiro con aspereza su mano y cogiéndola por el hombro la sujetó. Thomas que hasta ese mismo momento no lo había visto, apareció de detrás de un biombo y la agarro de los hombros llevándosela consigo. Ben permaneció allí inmóvil unos segundos mientras intentaba recomponerse. Miró hacia donde yo estaba aún sentada con el bolso sobre mi regazo y los ojos como platos. Se encaminó hacia mí.

— Como te había dicho antes, tengo una reunión con mi agente dentro — y se miró el reloj de su muñeca— de veinticinco minutos.

— ¡Ah! — volví a decir. Parecía que esa mañana no sabía decir otra palabra.

— Asique tengo que irme. — dijo levantándose e invitándome a levantarme— La verdad es que la reunión no era con mi agente.

— ¿De veras? — le pregunte a sabiendas de que la cita había sido realmente con la pelirroja.

Hubo un par de minutos de silencio, mientras dejaba dinero en la mesa y alzaba la vista para ver a Thomas que había regresado sin aquel incordio. Éste le hizo un movimiento con la cabeza a modo afirmativo y Ben se pasó la mano por su flequillo. — Mery, voy a un programa de ayudas a las drogadicciones.

Me quede petrificada y blanca por su declaración. El parecia avergonzado pero relajado al confesármelo.

—¿ Te apetece acompañarme? Creo que te tenemos una charla pendiente ¿no?

- Claro – dije nerviosamente a la par que aturdida. Me estaba volviendo a invitar a formar parte de su vida

Y salimos de la cafetería sin importarme nada más. No me importaba nada, ni el encontronazo con la pelirroja, ni la encerrona que había preparado para pedirme mi ayuda, ni los miles de flases que empezaron a deslumbrarnos cuando nos dirigimos hacia el hall, ni nada más. Delante de todo el mundo me cogió de la cintura y me ayudo a introducirme en la parte trasera del coche conducido por Thomas que estaba esperando. Me sentí muy nerviosa en ese momento. Acababan e fotografiarnos juntos y él ni parpadeo, ni hizo intención de separarse de mi, es más, juraría que hasta me apretó más fuerte contra él.

La reunión en aquella asociación privada, eso sí, y totalmente discreta, fue positiva. Estuvo en un principio a solas con las personas que se encargaban de ellos durante casi una hora y después me invitaron a pasar a un salón con más gente, familia y personas importantes para los perjudicados. Yo permanecía siempre a su lado y él respondió muy bien participando y escuchando todo lo que allí se hablaba. Estaba empezando a sentirse en el buen camino. Se había desprendido de su apéndice maldito con color rojizo y con ello acababa de dar por finiquitado esa etapa, intentando incorporarse de nuevo a su vida y yo empezaba a sentir que volvía a formar parte de nuevo de ella.

Después de salir de allí, me invitó a pasear por las calles de Portland. Despidió a Thomas y pasamos todo el día juntos dando largos paseos, hablando de cosas superficiales y no tan insustanciales. Con grandes momentos de risas que cuando se calmaban daban paso a miradas interminables. Cuando nos quisimos dar cuenta empezaba a anochecer. Habíamos comido unos perritos típicos de la zona, por el parque, hasta que las fans nos localizaron de nuevo y no hubo más remedio que suspender la excursión. Esta vez salimos de allí literalmente corriendo para alcanza un taxi antes de que aquella avalancha nos alcanzara. Esta vez no llevaba guardaespaldas.

Me acompaño a casa y aunque reconozco que la excursión me pareció de lo más apetecible, eche de menos algún gesto de cariño por su parte. No hubo intención de nada más. Y eso me desconcertaba pero debía ser paciente con todo ello. De hecho no podía creer que hubiera querido pasar la tarde paseando conmigo, asique, que demonios, me conformaba. Antes de despedirme en el taxi, me arme de un valor digno de gladiadores, y le pregunte:

— El fin de semana que viene, bueno el sábado por la noche, se celebra en la cala de mi urbanización la fiesta de las tortugas.

— ¿La fiesta de las tortugas?.- me pregunto asombrado

- Bueno es una tontería, algo infantil quizás, que un día alguien se inventó, pero es muy hermoso la verdad. Un poco ñoño, pero muy bonito. Alice y Thomas van a venir, si quieres puedes acercarte tu también. — le insinué tontamente. No quería que sonara a una invitación o cita seria. No estaba aún muy segura de lo que estaba pasando entre nosotros.

- ¿El sábado? - pregunto -

- ¡Aja! El sábado noche. Hay luna llena y se ve la playa preciosa. - le conteste aun sabiendo su respuesta -

- No sé si podre Mery, tengo....

- Ya, bueno no importa.- le interrumpí moviendo las manos a modo de disculpa — No quería abrumarte. Simplemente era por si te apetecía divertirte un poco. No se, es algo diferente a lo que realmente haces...

- Ya, pero no sé si podre eludir el compromiso.

- Por supuesto Ben, no quiero que dejes de hacer lo que tengas previsto por mí.— No quería atosigarle más. Me parecía que se estaba excusando y entendí que quizás le estaba agobiando. No lo insistí de nuevo. Nos despedimos en la entrada con un hasta luego. Sin nada más. Quizás lo acababa de espantar.

Capitulo 19

El sábado llego antes de lo que yo pensaba, quizás porque no esperaba nada especial para la fiesta de la tortuga. No había tenido noticias de Ben en esos dos últimos días y no quise agobiarle con ninguna llamada mía. Nuestra imagen saliendo aquel día del hotel agarrados se había proyectado en todos los rincones del planeta. Realmente la asustada ahora era yo. Alice y Thomas hacía horas que habían llegado a casa y prácticamente me obligaron a acompañarlos a la playa. Ben no había llegado con ellos. Mi última esperanza de verle aparecer junto a ellos se había desvanecido.

Grandes velones adornaban la zona restringida por los vecinos y cientos de antorchas iluminaban con su vaporosa luz el camino. Medio centenar de hogueras separadas entre sí por varios metros, hacían resplandecer la pequeña playa, preparada para la llegada de las tortugas. Nos dirigimos hacia la que previamente teníamos destinadas a nosotros y nos sentamos en la arena alrededor del fuego chispeante. Alice y Thomas permanecieron acurrucaditos toda la santa noche, esperando al momento de la llegada del ovíparo, dándose besitos continuamente, sin censura, y yo muerta de asco y envidia me limitaba a introducir la mano en los grandes recipientes llenos de agua, velas y pétalos como si no estuviera allí. No me parecía la noche mágica que apuntaban para nada.

— Venga Mery, anímate. Disfruta del acontecimiento. — me intento animar Alice.

— Ya, claro. — La contesté totalmente apática.

— Ya verás cómo al final si viene.— me susurro al oído para que no la oyera nadie.—

— No, no lo creo Alice. Dijo que tenía trabajo. — le exclame para justificar su ausencia a sabiendas de que no fue más que una excusa para no acudir.

— Tú confía en mí.

— ¡Bah!! — le exclame con frustración mientras me echaba una pequeña manta que había decidió traer en el último momento por los hombros. Había empezado a refrescar.

— Que tonta eres Mery. Vendrá. — me dijo levantándose y tirando de Thomas para que la imitara mientras se alejaban hacia la orilla – Ya lo veras.

Ojalá tuviera razón. Pero lo veía imposible. Él mismo me confirmo la noche de trabajo y la verdad es que en la televisión lo vi anunciado como tenía una entrega de premios para esa misma noche. Así que no, no lo creía. Me incorporé y me sacudí la arena de los pantalones. Decidí irme a casa. Allí en esos momentos no me apetecía estar. Aunque había grupos de personas, casi todo eran parejas y yo .... me sentía fuera de lugar. Había refrescado más de lo que yo había planeado y aunque estaba delante de una maravillosa hoguera no me había traido ropa de suficiente abrigo. Levante la mano para despedirme de Alice que abrazada a Thomas estaban girados hacia mí. Parecían disfrutar de mi soledad. Fruncí el ceño y torcí los labios a modo de enfado y no, no podía estropearles a ellos esa noche encantada.

Decidí ir a verle por lo menos por la tele. El show al que iba por lo general me divertía siempre. Asique así mataba dos pájaros de un tiro. Le veía y me reiría más que en la playa. Eso seguro.

— ¡Vaya! ya te marchas.— escuche su voz detrás de mi

Era él. Había venido. Allí de pie. Tan elegante como siempre, aunque fuera para venir a la playa. ¡Qué bien le sentaba ese jersey de cuello alto bajo aquella chaqueta de cuero negra!.

—Oh no, no. Es que yo.... me empezaba a encontrar incomoda aquí con el frio y con la parejita siempre acaramelada, pues no me iba este plan… Pero, tú, ¿tú no trabajabas?. Iba a ver el programa ahora mismo. ..

— No era en directo Mery. Lo grabamos esta mañana y acabo de salir hace un par de horas de allí.

— ¡ Oh! era in diferido.

— Si con tres horas de diferencia. No lo sabía. Lo prometo. —— dijo llevándose una mano al pecho en forma de disculpa— Esto está precioso.

—Si claro, la verdad es que se esfuerzan mucho por conseguir este ambiente.

— Tú también los estas.— me lanzó así de sopetón con una mirada de anhelo.

— Vaya — dije ruborizándome y estirándome el pantalón blanco de hilo que había decidido bajo petición de Alice ponerme esa noche. Sería muy bonito, pero abrigar... abrigaba poco.

— Será mejor que nos sentemos alrededor del fuego. Hace algo de frio.

—La verdad es que sí, si que hace frio. — le respondí mientras me acercaba de nuevo a la hoguera y me sentaba en la arena. Él lo hizo enfrente mío. Sus ojos no dejaron de mirarme en un buen rato. Solo se apartaban de mí para mirar al oleaje tenue que llegaba a la orilla. Pero los dos permanecimos en silencio durante un buen rato. Parecía estar a gusto en esa situación, estaba disfrutando del momento. Solo cambio su expresión cuando una voz conocida vino del fondo.

— Mery, Mery.— chillo Alice toda emocionada – ya es el momento. Corre ven. ¡Oh¡ Ben tu por aquí.

— Ajá – contesto Ben con paciencia—

— Ya te dije que vendría – me susurro Alice al oído—

— ¿Qué es eso del momento? — pregunto Ben con curiosidad.

— Nada serio – le conteste – Te dije que alguien se inventó todo esto para montar un fiesta entre vecinos.

— ¿Todo esto por una reunión de vecinos?

—La verdad es que es una historia algo melindrosa y empalagosa.— le dije intentando cambiar de tema pero su mirada de interrogación me animó a continuar.— ¡Está bien! Es una creencia por aquí. Tenemos una especie de “mascota”. Una vieja tortuga con una vieja leyenda. Dice la fábula que una noche una joven princesa llego varada a la orilla. Venia cansada y casi agotada. La luna se fijó en ella y la brindó su ayuda. La salvo de morir ahogada. A cambio la pidió que el primer hombre del que se enamorara pasara a ser propiedad de la luna. Así hicieron ese pacto, hasta que un día la luna la vio pasear de la mano con un joven apuesto. Se enfadó mucho y castigó a la princesa convirtiéndola en una tortuga, por no haber cumplido su promesa. Desde entonces esa misma noche de cada año regresa la tortuga a esa playa, para ver si su amado sigue esperándola. Pone sus huevos en la orilla con la tenue ilusión de que un día aparezca el joven. Un día, un niño se encontró con la tortuga y ésta la confesó que estaba hechizada y que la única forma de romper dicho hechizo era que esos huevos enterrados en la arena fueran vigilados hasta su regreso. El niño prometió quedarse allí esperando, y cuando la tortuga regresó el niño se había convertido en joven. Por haber cumplido su promesa la tortuga le dijo que cuando los huevos eclosionaran, debía cuidar de las crías hasta que se adentraran en el mar, y por cada cría salvada le concedería un deseo. El niño se centró en sólo una tortuga y cuando la hubo acompañado hasta el mar pidió su deseo: “sólo tengo un deseo, convertirme en tortuga para estar siempre contigo bajo el mar”. La leyenda termina diciendo que la tortuga le concedió su deseo aun sabiendo que esto le quitaría su hechizo y retomaría su figura de humana, por lo que volvería a perder a su amado ahora convertido en tortuga , y aquella vieja tortuga transformada en princesa era lo que era: un ser incapaz de encontrar la felicidad.

Por eso dice la leyenda, que debemos coger una cría de tortuga y meterla en el mar mientras pedimos un deseo, siempre y cuando la luna llena nos mire sonriendo.

— ¿Y si no sonríe? —pregunto él con una risa burlona

— Nos convertiremos en tortugas, ja ja —le respondí con un ataque de risa.

— Pues nada, abra que ir a tirar a las tortugas al mar. Solo vale uno no.

— Si, solo una ha de ser.

— Creo que con un deseo me veré satisfecho.

E hicimos lo que todo el mundo hacía en ese momento. Cogimos un huevo que simulaba a las crías de la tortuga, nos remangamos los pantalones para meternos en la orilla y tiramos lo más lejos posible el huevo. El agua estaba helada y yo apenas si metí los pies, pero Ben se metió hasta la rodilla, con tal mala suerte o más bien diría yo, con su torpeza en los andares, se cayó empapándose hasta las cejas. No paramos de reírnos en un buen rato. Era tan simple aquel momento y tan sencillo que jamás se me olvidaría aquella noche de tradición

— Vaya, ahora sí que hace frio – tirito Ben mientras corría a la hoguera.

— Mira que eres patoso – contesto a carcajada limpia Thomas – Al final vas a coger una pulmonía. Será mejor que te quites esa ropa.

— Si — le contesté— en casa tengo ropa de hombre, por si quieres cambiarte.

Ben me miró con recelo.

— Era de mi hermano — le dije mientras le tiraba la manta a la cabeza. Si no quieres subir a mi casa a cambiarte, puedes desnudarte aquí mismo e improvisamos un tenderete para secar la ropa. Lo malo es que si hay algún paparatchi escondido por ahí, mañana a primera hora serás portada en todas las revistas.

—— No, no hace falta. Ese no es el deseo que he pedido. Con la fama que tengo me es suficiente — le dijo riéndose mientras movía sus manos en el aire a modo de espanto. — Creo que acepto tu idea. Thomas tiene razón de nuevo y lo que menos necesito ahora es coger una pulmonía.

Nos despedimos de Thomas y Alice, que esparramando pasión se alejaron de la playa. Subimos por la escalera labrada en la misma roca de la cala y nos dirigimos casa. Mientras escalábamos despacio por la elevación de la escalera Ben me preguntó:

— ¿Puedo saber cuál es el deseo que has pedido a la tortuga?

— Quizás en otro momento — le contesté a modo de evasiva puesto que no tenía ninguna intención de contárselo.

Llegamos a la terraza que hacía de puente entre la cala y la casa. Entramos directamente a la cocina y mientras ponía una cafetera a hacer café le indique a Ben donde tenía la ropa para que se cambiara.

Mientras esperaba allí abajo delante de la cafetera mirando como caía el café hacia la jarra, mi nervios se apoderaban de mí. Estaba más nerviosa que la primera cita que tuvimos en la feria. Intentaba concentrarme en respirar pues había momentos en que me costaba mantener el ritmo innato de hacerlo. Sentí un calor en la espalda. Me volví y casi me ahogo porque me acababa de volver a olvidar de mi respiración. Estaba justo delante de mí, serio, y con las manos en los bolsillos, mirándome con sus ojos entrecerrados y las fosas de la nariz abiertas. También le costaba respirar. Dio un pequeño paso hacia mí. El único que nos separaba. Instintivamente me gire de cara a la cafetera, dándole la espalda. Pude sentir su mano sobre ella. Un dedo se deslizo desde la nuca a mi cintura haciéndome estremecer solo con ello. Y él lo sabía. Continuó haciéndolo pero ahora en sentido inverso de mi cintura a la nuca. Un suspiro se escapó de mis labios. Pronto pude sentir su respiración en mi cuello. Olfateaba mi pelo con dulzura. Me acaricio el pelo con ternura para a continuación envolverme mis hombros arrastrándome hasta su pecho. Me gire lentamente sin apartar mi mirada de sus ojos. Él se acercó lentamente a mí, con esa mirada tan tierna que solo él sabe ponerme y alzo sus manos a la altura de mi cabeza. Me coloco el pelo tras la oreja como tantas otras veces lo hizo y paso su dedo por mis mejillas para limpiarme la primera lágrima que empezaba a correr por ella. No dijo nada más. Me volvió a mirar y me dio un cálido beso, muy breve como si estuviera esperando una respuesta a esa acción. Abrí los ojos y fui yo la que dio el siguiente paso. Me aupé de puntillas hacia él, le cogí su rostro entre mis manos y se lo devolví. Tras un largo y cálido beso me abrazó con fuerza haciendo coincidir su barbilla en mi hombro.

El volvió a preguntar:

— ¿No quieres saber cuál fue mi deseo?

— No me importa demasiado si no me lo quieres contar ya que el mío se está cumpliendo en estos momentos.

Fue la primera noche de muchas y una de las más maravillosas que puedo recordar. Hubo muchas posteriores, muchos días venideros. A decir verdad aún sigue siéndolo, pero como me sentí en la noche de las tortugas, jamás volví a sentirlo. Todo mi miedo a su rechazo, a que ya no me amase, a que ya no fuera correspondida por mi torpeza, por mi culpa, se vio disipado aquella velada. Jamás había sentido nada por nadie hasta ese momento, pero hasta esa noche no había deseado a nadie a mi lado como lo hacía con él.

El mundo cambio, me imagino, mucho antes de esa noche, quizás la primera vez que le vi en aquel teatro. Pero yo no me di cuenta de ello hasta ahora. Por primera vez era feliz, le aceptaba tal cual, sin celos ni exigencias, y yo era la única culpable de ello. Era culpable de un cosa positiva. De amarle como a mi vida misma. Mi alma desgarrada acababa de ser zurcida. Pero con unas hilas fuertes y sólidas, resistentes y para nada quebradizas.

FIN